30-05-2009
"¿Es la naturaleza del instrumento la que desacredita al artista o es el guitarrista el que degrada al instrumento?"
Quien se hace tan drástica e inquietante pregunta es nada menos que Fernando Sor, a quien muchos historiadores de la música consideran como el "salvador" de la guitarra, pues vino a rescatarla de la mediocridad, elevando la categoría del repertorio a comienzos del siglo XIX, sugiriendo mejoras en la construcción o adoptando sin dudar las que otros introducían para conseguir un sonido o una interpretación más limpia. Uno de esos "avances", propuesto por su amigo y compañero Dionisio Aguado, tenía mucho que ver con las posiblidades acústicas de la guitarra.
Aguado había inventado un soporte, al que denominó "tripodison", para que el artista pudiera colocar en él la guitarra e interpretar sobre el instrumento sin apenas tocarlo, es decir, evitando el contacto del brazo derecho sobre la caja y la presión de la mano izquierda sobre el mástil. El invento de Aguado, que había explicado en su obra "La guitarra fijada sobre el Tripodison. Observaciones sobre el modo de usarlo con éxito", tuvo una salida espectacular, en buena parte debida a los avales de guitarristas como Sor, pero se quedó después en un intento más de transformar el instrumento en un objeto pretendidamente no contaminado y dotado de una pureza que ni tuvo en sus orígenes ni le correspondía por su historia.
Sor estaba convencido de que el invento de Aguado daba al intérprete facilidades para poder tocar una pieza sin necesidad de sufrir algunas de las obligaciones que el simple manejo de la guitarra exigía, y todo ello sin entrar en el terreno de la melodía, el bajo y la estructura armónica. En la explicación facilitada por el propio Aguado en su Nuevo método de guitarra (Madrid, 1834) se insistía en que la guitarra quedaba "como en el aire" gracias al sistema que permitía apoyarla sólo en dos puntos, uno en la base de la caja y otro en la unión del mástil con el clavijero. La columna o vástago que unía las tres patas con el brazo de hierro en que se fijaba la guitarra, se podía subir y bajar para mayor comodidad del intérprete, colocándolo en cada ocasión a la altura deseada. Sor escribía, totalmente convencido de la eficacia del trípode:
"Ese pie, que sostiene la guitarra a la altura y en la posición que conviene a cada ejecutante, ayuda a los medios de interpretación que se deberían emplear para sostener el mango o para presionar el cuerpo del instrumento con el brazo derecho para fijarlo. Al no tener que ocuparme más que de la digitación y de la producción del sonido, puedo colocar mi mano izquierda de manera que encuentre en las yemas de mis dedos lo que estaría obligado a buscar a cada instante si sostuviera el instrumento a la manera de la mayoría de los guitarristas; o bien, si quisiera sostenerlo como es debido, me expondría a que el peso del mango lo hiciera cambiar de dirección en los movimientos o a que en una transición rápida de arriba abajo lo dejara un momento libre y mis dedos no encontraran la cuerda en el punto deseado".
En unos papeles que hallé hace años y que pertenecieron a un guitarrista vallisoletano, Pedro Pascasio Calvo, se puede ver –dibujado por el mismo intérprete– cómo era este aparato y la forma de sujetar en él el instrumento. También podemos contemplarlo en un grabado de época en el que se ve al propio Aguado tocando cómodamente la guitarra, que va apoyada en el famoso "tripodison". Lo de "cómodamente", lo digo sin exageración, ya que una de las preocupaciones de los intérpretes de este instrumento ha sido, desde siempre, la postura que debían adoptar para tocar y ensayar sin cansarse y además con las mayores garantías de consecución de un sonido limpio. Por lo que se puede apreciar en el grabado, probablemente Aguado inventó el soporte para el pie izquierdo -que finalmente se hizo tan popular entre los guitarristas clásicos- después de haber probado suerte con el trípodison mencionado y sólo para los casos en que no se pudiera contar con la eficacia y comodidad del trípode, ya que los dos pies del músico, como puede comprobarse, están en el suelo y la silla en la que está sentado es más bien alta. Si un principiante actual en el estudio de la guitarra quisiese tener una noción clara de cuál es la postura más indicada para abrazar el instrumento, no debería contemplar al mismo tiempo este grabado de Aguado, una fotografía de Narciso Yepes y otra de Paco de Lucía, por ejemplo, porque su confusión sería mayúscula.
Los propios profesores de hoy aconsejan la comodidad y, si bien recomienda cada uno su propia experiencia, suelen concluir con frases como "relajar la postura", "cuidar la columna vertebral", "apoyar cómodamente el instrumento sobre la pierna izquierda o la derecha", etc. etc. Naturalmente, todas estas recomendaciones variarán según el estilo de guitarra que se vaya a utilizar, difiriendo un instrumento clásico español de una guitarra flamenca o de una eléctrica o de una acústica. Lo curioso es que, en la mayoría de los casos, prima la postura cómoda sobre el sonido limpio, al menos en teoría. Incongruencias musicales de este tipo las ha habido siempre, ya que todavía son muchos los profesores de violín que enseñan a sus alumnos a tocar de pie cuando saben que la mayoría acabará tocando sentado en la sección de cuerdas de la orquesta y no de pie como solista.
En cualquier caso, por lo que sabemos de Dionisio Aguado –mejor profesor que compositor-, su mayor aspiración era que el alumno tocase inteligentemente, aportando para ello una "cultura", es decir una forma de conocer la manipulación del instrumento así como las mejores condiciones en que éste podría sonar. En ese sentido cabe interpretar la recomendación sobre el uso de todos los dedos de la mano, incluso el meñique, en un estudio ya publicado en 1820 que vuelve a editar en 1849 con la siguiente advertencia en el Apéndice:
"Bien considero la violencia que cuesta conseguir que los dedos anular y pequeño pulsen con alguna energía las cuerdas, si la mano ha de conservar la postura que llevo explicada: no obstante, habiendo hecho la experiencia en mis discípulos, he visto que esta dificultad es vencible".
En este caso, pues, y parafraseando la sentencia de Sor con la que abría el artículo, sería la conjunción de la mente y la lógica la que permitiría mejorar al intérprete y con ello se haría más importante y reconocido el instrumento. O sea, más que una postura, una compostura.