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Desde estas líneas solemos llamar la atención sobre los problemas que afectan actualmente a la cultura tradicional. Son muchos y variados, pero casi todos provienen de la misma fuente: Una evolución sin directrices de la Sociedad. Afortunadamente, si bien alertamos acerca del peligro en que están muchas formas de expresión útiles y valiosas, nos reconforta anunciar de cuando en cuando que tal o cual costumbre renace o se mantiene sin necesidad de acudir a apuntalamientos artificiosos .
La Artesanía es uno de los muchos géneros que han sufrido en propia carne los alucinantes procesos de industrialización. Oficios o menesteres, heredados habitualmente de padres a hijos, han visto interrumpida su tradición al no poder satisfacer las necesidades económicas familiares; durante los últimos veinte o treinta años hemos contemplado la agonía o muerte de muchas pequeñas empresas (basadas en el trabajo de una o dos familias) que se hubieran podido salvar con una política de Estado medianamente previsora. Potenciar esos gremios tradicionales hubiera supuesto no sólo la supervivencia de su economía, sino la perdurabilidad de formas, estilos, aperos y enseres que ya son ávidamente contemplados por anticuarios y chamarileros .
No olvidemos que el límite entre la funcionalidad de un objeto y su consideración como pieza de museo lo marcamos a menudo nosotros mismos con nuestra desidia o desinterés. Cuántas veces habremos fijado la vista en cualquier pieza expuesta en una tienda de antigüedades y la habremos comprado sin reparar en que, con seguridad, una similar adornó la casa de nuestros abuelos y fue desestimada por nuestros padres con equivocado criterio... Procuremos no repetir errores del pasado; al menos no lo hagamos con la alegre inconsciencia de otros tiempos. Ayudemos a mantener, en la medida de nuestras posibilidades, la artesanía local o nacional. No es una frase publicitaria; es una idea que podemos convertir en realidad con poco esfuerzo y espléndidos resultados.