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El verano puede ser, con los desplazamientos de muchas familias a los núcleos de población de donde son originarios, un tiempo adecuado para intentar solventar personalmente el problema de la transmisión de conocimientos y sobre todo de su funcionalidad. Tanto los jóvenes estudiantes como sus padres podrían aprovechar los muchos ratos de asueto que suele ofrecer la época veraniega para reencontrarse con su patrimonio más cercano. Tanto el monumental, como ese otro, menos alabado ciertamente, pero tan importante como el primero, que es el cultural. Conversaciones con abuelos y abuelas pueden ser una fuente inagotable de rica información sobre la vida del núcleo rural, las costumbres de sus habitantes, el lenguaje expresivo, el tiempo meteorológico a través de los astros, datos sobre la agricultura y la ganadería, sobre la arquitectura autóctona, sobre los materiales empleados en su construcción...
El ocio bien utilizado nos puede sumergir en ese mundo, vivo mientras vivan sus propietarios y muy nuestro desde el momento en que sus raíces son las que alimentan las ramas donde han brotado las nuevas generaciones, tantas veces ignorantes del proceso que les ha hecho crecer y del lugar de donde procede su savia.