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El mundo de los pequeños animales siempre ha llamado la atención del ser humano, sobre todo del que veía su existencia marcada por una relación directa con la naturaleza de la que ambos dependían. Las fábulas antiguas demuestran un interés de la literatura culta por tan diminutas existencias, creando de sus costumbres y de su comportamiento una fuente inagotable de símiles con el proceder humano. Así, insectos y toda una larga lista de pequeños seres servían de ejemplo al individuo que, de la observación atenta de sus hábitos, extraía una moraleja con fines didácticos o una enseñanza de carácter ético. El ámbito de lo popular tampoco ha sido ajeno al fenómeno, escribiéndose mitos, leyendas y cuentos a través de los cuales los más ancianos podían mostrar a los más jóvenes secretos del universo en que vivían. A veces, características o peculiaridades atribuidas equívocamente a esos seres menudos singularizaban su relación con el hombre quien era capaz de sacar de una simple conducta todo un cúmulo de símbolos y alegorías, cuando no una veneración o un temor, infundado o no, sobre su presunta agresividad.