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Existe la creencia, sobre todo en medios académicos, de que la tradición oral es algo inconcluso, algo que no está terminado, imperfecto, puesto que ni tiene una forma fija ni estructuras que puedan resistir un análisis. Hemos hablado en otras ocasiones, de la importancia del proceso evolutivo en los temas de tradición oral, que no podrían explicarse sin una sucesiva acumulación de pequeñas variantes personales. Pero además es que cada versión responde a una estructura perfecta que el intérprete va desarrollando para los demás con la exclusiva ayuda de su memoria. A quien todavía dude de la capacidad de esos intérpretes para ejecutar sus versiones de acuerdo a un esquema convendrá recordarle que las culturas ágrafas preceden a todo proceso literario. Whitman o Parry han estudiado sobradamente la habilidad de los poetas tradicionales para construir escenas en la Ilíada de Homero o en "La boda de Smailagic Meho", de Avdo Metedovic, poeta de la sufrida Bosnia. Dichas escenas se enlazan en la mente -y consecuentemente en la palabra del intérprete- como anillos que, abiertos en su final, acaban siendo eslabones de una cadena y cualquiera de los cuales puede ser sustituido o eliminado a voluntad del narrador para adecuarlo al tipo de público que le escucha. Existe, pues, una construcción mental lo suficientemente flexible para no abogar la libertad del intérprete, quien mostrará un determinado grado de creatividad según lo requiera el tema, ya que no puede ser lo mismo una narración épica o mítica donde el héroe o el protagonista deben de cumplir fatalmente su destino una y otra vez, que un poema lírico donde la imaginación y el sentimiento del cantor pueden volar más libremente a través de la atmósfera de la fantasía o de la pasión.