30-11--0001
Podríamos definir al músico popular como un individuo con una marcada inclinación musical; esto es, no un músico de circunstancias, no un músico por obligación. Quiere eso decir que durante toda su vida, pero en particular en aquellos periodos de tiempo en que la personalidad se va forjando con los materiales que uno mismo va seleccionando voluntariamente, le atrae y condiciona la música y su entorno (interpretación, audición, composición, etc.). Aquí podríamos dividir en tres apartados, que deberían estudiarse independientemente, los tipos de músico popular: El que recibe una formación académica siquiera sea elemental, el que basa su formación en la experiencia acumulada por sus antepasados incorporando a ese bagaje su propio universo y el que es autodidacta. Conviene advertir que casi nunca se da uno de estos tipos por separado aunque alguno de los modelos predomina sobre los demás, marcando e inclinando la personalidad del músico hacia cualquiera de esos campos.
En segundo lugar habría que destacar su vocación de comunicador, desarrollando una tarea de transmisor de conocimientos similar a la del narrador. Esta comunicación le liga inexorablemente al núcleo social, pero le confiere además un cierto ascendiente sobre él al ejecutar un oficio en el que no puede sustituirle ninguno de los otros miembros de su comunidad; en ocasiones incluso es maestro o guía para otros músicos que, como él, tendrán la clave para una correcta transmisión del estilo en ritmos y melodías. A veces sus conocimientos sobre los bailes y danzas locales, unidos a su sentido rítmico y coreográfico, le ayudarán a comunicar mejor el orden de las piezas, la duración de cada una o del baile completo e incluso el lugar que debe ocupar en esta o aquella celebración; su "entendimiento" con los mejores bailadores contribuirá a acrecentar el sentido estético de los bailes, en particular de aquellos que requieren una especial habilidad o que destacan por su dificultad de ejecución. Todo ello, naturalmente, sin coartar su papel de creador de nuevos temas o introductor de novedades en el repertorio, cosa que realiza con una gran naturalidad al conocer perfectamente los gustos, maneras y usos locales.
En tercer lugar no conviene olvidar su vocación artesanal, producto en ocasiones de la necesidad -al no tener cerca un ebanista o un lutier que sustituyeran su instrumento viejo por uno nuevo cuando aquél estaba ya deteriorado-, pero en otras ocasiones resultado espontáneo de un tipo de sociedad ya desaparecida que era capaz de autoabastecerse con asombrosa autonomía. Esta faceta le permitía conocer mejor el instrumento y sus peculiaridades llegando incluso a introducir en él variantes formales que, con el tiempo, podían llegar a imponerse pero, en cualquier caso, transmitiendo a sus sucesores las claves sobre la manufactura (material adecuado, tiempo de extraerlo, cortarlo y usarlo, utillaje para trabajar, normas para evitar que esos materiales se deteriorasen, etc., etc.).