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Entre las costumbres o "constantes" tradicionales que han visto más alterada su función durante los últimos años está la del llamado "traje regional" o indumentaria propia de una comarca. En cualquier zona natural se solían. utilizar, según la ocasión lo propiciara, dos clases de vestido: El de fiesta y el de faena o trabajo. En ambos casos, variados detalles y ornamentos servían para identificar el modo de ataviarse con el lugar en que tales adornos eran usados. Sin embargo, frente al origen común (un deseo de identificación), la propia finalidad de ambos tipos de atuendo les diferenciaba. El de todos los días tenía su base en características definidas por la meteorología, la orografía o la experiencia; en una palabra, por la funcionalidad. El de fiesta, por el contrario, revivía una afición muy antigua en el género humano, la de revestirse de joyas, telas costosas o bordados de difícil realización para ser objeto de admiración entre familiares y convecinos. La propia dificultad en la ejecución del traje y su valor material eran razones más que suficientes para que pasara de generación en generación, heredándose como una pieza preciada, tanto desde el punto de vista afectivo como desde el punto de vista material.
En la actualidad, como es lógico, se encuentran más fácilmente las faldas o mantones de paseo sencillos que los verdaderos tesoros de que hemos hablado, y, pese a ello, si tuviéramos que decidirnos por la supervivencia de una de las dos maneras de vestir, lo haríamos -basándonos en razones prácticas- por el estilo de fiesta. Pensamos que a lo largo de la historia las variaciones y alteraciones se han producido con mayor frecuencia en la indumentaria de faena que en la festiva; no olvidemos que el último traje de trabajo que podemos recordar se remontaba como mucho a fines del XVIII o principios del XIX; modas, costumbres y circunstancias influyeron con más fuerza en el hábito de todos los días que en aquél cuya hechura costaba tanto esfuerzo y dinero.
En cualquier caso, creo que no estaría de más conocer la historia y evolución del vestir en la zona en que vivimos. Es un hecho notable que en los últimos lustros haya habido mucha más gente que prefiriera seguir una moda común y masificadora (por lo general, poco práctica), que continuar con una tradición que le definiera o diferenciara. Ya hemos aclarado que se es más universal defendiendo lo localista que apuntándose a una moda impuesta por circuitos comerciales: Lo propio, lo local, sólo tiene razón de ser al compararlo con lo que le rodea; lo unificado contra la voluntad no admite ni esfuerzo individual, ni evolución razonable, ni mejora.