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Son numerosas y diversas las versiones de leyendas que la tradición conserva acerca de pueblos abandonados. Esta abundancia no es casual y obedece, por una parte a un fin didáctico y por otra a una tentación insuperable en el ser humano de explicar los mitos a través de narraciones. En cualquiera de los casos es importante constatar que nunca hay final feliz y, aunque por supuesto no es necesario que todas las expresiones populares lo tengan, el hecho de carecer de él debe de tomarse más como una advertencia, una insinuación de alarma, que como una falta de respeto a un esquema clásico.
Simplificando, hay dos ejemplos que se nos presentan incontestables al hablar de despoblados: El pueblo sumergido en su integridad bajo las aguas y el pueblo del que sólo quedan ruinas o vestigios por haber perecido envenenados sus habitantes. En ambos casos han sobrevivido narraciones que tratan de explicar por qué se despoblaron, hallándose en casi todas las versiones motivos suficientes para pensar que ambas leyendas son muy antiguas y contienen referencias a un castigo por agua (que anega o que envenena) y alusiones a la renovación de la sociedad por medio de una purificación colectiva.