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El cuento que en su origen fue un intento de acercar el mito a la realidad, ha pasado por muchas etapas; tal vez demasiadas -pensarán algunos-, porque su utilización es cada vez más infrecuente y sus portadores cada vez menos reclamados por la comunidad. Parece que todas las historias fantásticas de reyes y reinas, príncipes y princesas, brujas y elementos maravillosos, encajan poco y mal en nuestro entorno cotidiano. Es posible que se haya roto el encanto poético que suponía para un niño terminar el día con alguna de aquellas narraciones fantásticas; hay pocas madres (tal vez queden más abuelas) que se entretengan en contar -si es que las saben- historias de las que ellas oyeron cuando niñas.
Pues bien; particularmente creemos que, aun siendo patente el deterioro de la situación, no podemos hablar más que de pérdida del rito, y no de los valores que intrínsecamente pertenecen al cuento. El chiste o la simple anécdota -mucho más presentes en la actualidad por el carácter directo de su estilo comunicativo-, encierran con frecuencia los dos o tres puntos básicos en que se habría asentado una narración de antaño para atraer o interesar. Claro que se han despojado ahora de todos los elementos que daban forma definitiva al relato y creaban una atmósfera particular, pero la base, la estructura, sigue casi milagrosamente ahí, localizable para los especialistas en narraciones de tradición oral, como reflejo de todo un mundo vagamente intuido: el mundo del mito.