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A la memoria de mi abuelo paterno. A don Salvador Llopis.
"Ya que te muestras leal / Y no has hecho traición / Con los cuernos de la cabra / Cercarás a Monleón".
Es tradición que un modesto tejedor tuvo un sueño en el que se veía a sí mismo en lo alto de un monte sobre el que se abría un pasadizo. El tejedor se internaba por él y llegaba hasta un lugar donde aparecía una figura zoomorfa: una cabra y un chivo modelados en oro macizo.
Cuando el hombre despertó de su sueño trató de comprobar hasta qué punto éste podía ser considerado como una premonición. Se dirigió, pues, hacia el lugar donde se alzaba el monte que vívidamente había reconocido como formando parte de sus imágenes oníricas. Se trataba del Monreal, ubicado en el término del actual pueblo de Casafranca (Salamanca). Acto seguido, el tejedor buscó la entrada al pasadizo que ya recorriera en sueños. Habiéndolo hallado, penetró en su interior...Y entonces pudo comprobar que la premonición onírica se cumplía hasta sus últimos términos: ¡apareció la cabra de oro!
El hombre dio cuenta del hallazgo al rey, quien premió a aquél otorgándole los cuernos de la cabra, con el producto de cuya venta el tejedor construyó las murallas y el castillo de Monleón(1).
Hasta aquí la leyenda.
No cabe duda que nos hallamos ante un caso de "mitificación" de un suceso que por diversas razones quedó recogido en la memoria popular y transmitido en clave de leyenda. Nos referimos, naturalmente, al hecho de la construcción del recinto amurallado y la fortaleza de Monleón, pueblo asentado en el mismo lugar ocupado anteriormente, por un castro. Este debió de servir como soporte a la trama legendaria en que se inserta la memoria de la fundación del castillo, ligada al descubrimiento de una cabra de oro. Este animal figura frecuentemente en diversas leyendas de castros, según señala ya José M. González Reboredo en su obra "El folklore en los castros gallegos".
En efecto, la cabra se constituye en criatura a la que se asocia la idea de representación de los poderes ocultos. En todo caso, se quiere imprimir un sentido de esoterismo a dicho animal como proveedor de situaciones de índole maravillosa o simplemente misteriosa. Así, al tratar de relacionar en alguna medida la presencia de la cabra de oro con la existencia de un castillo asentado sobre un castro primitivo, la articulación de los diferentes episodios -hallazgo de la cabra, construcción del recinto amurallado...- se realiza por medio de una cadena de sucesos legendarios, pero apontocados en una serie de elementos reales, tangibles, cuya entidad se inscribe en un clima de rigurosa historicidad. Entonces, la leyenda, lejos de quedarse en mera forma de expresión literaria, se convierte en una forma de recreación histórica, rodeada, eso sí, de ingredientes psicológicos, por cuya virtud aquélla cobra una dimensión transhistórica. En ese sentido, su realidad es tanto la realidad de la existencia del elemento histórico como la realidad de la existencia del ingrediente psicológico -la memoria popular-. De ese modo, la leyenda viene a cobrar una dimensión propia, en cuanto que, aun sirviéndose de elementos de pura entidad histórica, repito, ha sido creada bajo unos esquemas en los que el componente psicológico se muestra con valor determinante de la verdadera condición de aquélla, la cual podemos resumir en un sólo concepto: la historicidad.
En la génesis de la leyenda intervienen una serie de elementos fenomenológicos que es preciso destacar en orden al establecimiento de las pertinentes relaciones interpretativas. Así, la figura del tejedor, la cabra de oro, la espelunca, la entidad maravillosa de la fortaleza construída, todo ello se inscribe en un plano legendario desarrollado con el apoyo de un conjunto de "instrumentos" históricos reales, a saber: un castro, una cueva, un verraco prehistórico construído en piedra y, naturalmente, el castillo y las murallas de Monleón. A partir, pues, de las formas dotadas de entidad real más inmediata, se configura por inducción el clima apropiado que permite validar el montaje legendario. He ahí, a nuestro modo de ver, la principal diferencia existente entre lo que constituye el alma de la mitología heroica y aquello otro que alimenta la mitología popular. Conviene no obstante recordar que no existe en principio una tajante contradicción entre ambas mitologías. Si acaso, habría que decir aquí que, en alguna de sus formas, la denominada "mitología popular" no es más que una especie de "eufemismo" usado para designar la forma -llana y paladina- de expresión del mito, libre ya en cierto modo del hermetismo iniciático contenido en el símbolo. Si se nos permite la comparación, podríamos decir que entre formas de manifestación del cuerpo mitológico existe un grado de relación análogo al que se presenta entre el Conocimiento científico y la Divulgación de la Ciencia.
Pretendemos aquí prevenirnos contra el peligro que encierra la alegre aceptación de lo que podríamos denominar la tesis historicista de cara a la interpretación de determinados pasajes de los temas legendarios. Desde la perspectiva que proporciona el evemerismo, no es posible entender el sentido profundo de no pocos elementos constitutivos de las leyendas y los mitos. A veces, la repugnancia a admitir la existencia de un trasfondo primordial conduce a un análisis aséptico delimitado por la más inane inmediatez, sin alcanzar siquiera un nivel historicista. Así, en lo referente a la leyenda de la fundación del castillo de Monleón, lo menos esencial es el carácter de los términos en que se resuelve el fenómeno onírico, destacando en cambio la presencia de un componente de transhistoricidad. Apoyado en diversos elementos: la cabra de oro como ingrediente de orden mágico, la inconcrección del momento en que surgió la fortaleza, etc. La personalidad misma del descubridor de la cabra de oro es portadora de una carga enigmática, habida cuenta del hecho de que dicho personaje se constituía en depositario de un saber de tipo iniciático, según una de las versiones de la leyenda (2).
Nos encontramos, pues, ante la presencia de un mecanismo legendario capaz de dar una explicación de un suceso fuera de su contexto propio, es decir, histórico, al prescindir de la forma mas no de los elementos constitutivos del mismo. Ello es así, a nuestro juicio, por virtud de la existencia de una memoria popular que conserva el recuerdo transhistoriado, fabulado, de la aparición de la fortaleza de Monleón. Al pervivir los elementos-base que sirven de entramado, el componente legendario resulta sumamente perdurable. Máxime si advertimos el carácter singular mágico, misterioso, esotérico...- de aquéllos. La leyenda jamás vulgariza: transmuta. A este respecto, no debemos olvidar que en no pocas ocasiones, la desvirtuación de la verdadera esencia de las cosas no se produce por la fabulación, sino por la fría disección de las mismas desde una perspectiva de rígido -que no riguroso- cientifismo. Con éste se pierde el móvil primordial que alimentó el suceso. Mientras que lo asume la leyenda. Esta viene a ser a veces como el disfraz bajo el que se manifiestan los hechos preñados de hermetismo, cuya narración tiene por objeto el señalar la concurrencia de una serie de circunstancias extraordinarias en la presentación de los mismos. En el caso que aquí nos ocupa hay que pensar que la construcción de la fortaleza debió de constituir un evento asociado a la existencia del castro primitivo, sugeridor de toda suerte de leyendas. Quizás, por derivación, una antigua narración fuera recreada a la hora de tratar de explicar el hecho del levantamiento del castillo. Pero hemos de eludir los intentos de explicación puramente especulativos. Lo que sí hacemos es resaltar la idea de que la leyenda ignora el prosaísmo de la cotidianeidad e instala su centro de operaciones en la imaginación. Así, llega a constituir una parcela del folklore o cultura tradicional (3).
A este respecto, creemos, con R. Guenon, que el folklore constituye, en su conjunto, un fenómeno popular que se produce por acumulación de sucesos relacionados con la existencia de antiquísimos ciclos de civilización. Así, quien se detenga en la mera descripción de los diversos sucesos que conforman la leyenda, perderá contacto con los puntos de referencia que nos remiten a lo tradicional, entendido esto en su más lato sentido. A este respecto queremos significar la persistencia de unas constantes determinadas que nos señalan la vigencia del carácter parahistórico", es decir, concomitante y vinculado al hecho histórico, del elemento legendario, con frecuencia inserto -e informador- del folklore. Pero si éste es considerado como manifestación-espectáculo, queda prostituido en su esencia ab initio, contaminado en ocasiones por mor de las interpretaciones "científicas"
La leyenda referente a la fundación de la fortaleza de Monleón no debe ser considerada como una simple fábula por el hecho de que juegue con diversos elementos impregnados de esoterismo y magia y por el arropamiento más o menos fantástico a que se le somete en su descripción. Antes bien, abundando en la idea más arriba expresada, la explicación "fantástica" del evento tiene su razón de ser en la conciencia, -memoria popular- de la intervención de un elemento extraordinario, quizás no lógico, quizás no pertinente, quizás, en fin, inexplicado por medio del razonamiento.
Y entonces, la construcción del recinto amurallado se presenta como posible por virtud de la intervención de un ingrediente de esoterismo, en tanto que la materialidad del mismo recinto se presenta como el efecto o resultado del fenómeno. Con esto nos remitimos al clima mítico que rodea la fundación de ciertas ciudades o reinos, aunque en el caso que aquí tratamos el suceso se sitúa en una dimensión menor.
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(1) A comienzos de siglo mucha gente se lanzó a la búsqueda de la susodicha cabra de oro, procediéndose a realizar toda suerte de pruebas junto a las murallas y contando eventualmente con los servicios de conocidos zahoríes.
El castillo de Monleón (Salamanca) presenta actualmente una fábrica del S. XV, pero su existencia se remonta al XI.
(2) Mi abuelo paterno ejerció durante muchos años de oficio de tejedor en un pueblecito del sur de la provincia de Salamanca llamado Sandomingo del Campo, a pocos kilómetros de Monleón. También él consideraba que, en alguna medida, aquel tejedor debía de hallarse en posesión de una forma de conocimiento "especial". Lo que en otros términos podríamos designar con el nombre de "saberes elementales".
(3) No queremos entrar aquí en disquisiciones sobre la mayor o menor legitimidad del empleo del término folklore en vez del de cultura tradicional; o viceversa. Hoy se tiende a preferir el segundo, quizá porque no posee esas connotaciones de "subcultura" que en cierta medida tiene la palabra folklore.
BIBLIOGRAFIA
GONZALEZ REBOREDO; J. M.: "El folklore en los castros gallegos". Santiago de Compostela, 1971.
GUENON, R.: "Le Saint Graal", en "Le voile d' Isis", nº 170, 1934; págs. 47-48.