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La fiesta de Santa María de los Mártires y Los Quintos en Íscar (Valladolid): raíces históricas, conformación y evolución reciente

ESTEBAN MOLINA, Jorge

Publicado en el año 2019 en la Revista de Folklore número 453 - sumario >

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* La idea de realizar este trabajo surgió a partir de una consulta que hace años me hiciera Susana Merlo de la Fuente, responsable de Turismo del Excmo. Ayuntamiento de Íscar. Se podía resumir en la siguiente frase: ¿era factible abordar un estudio sobre la fiesta de los Quintos en honor de Santa María de los Mártires de nuestra localidad? Para responder a esa pregunta se llevó a cabo una revisión documental preliminar de prometedores resultados, de manera que aquella consulta inicial dio paso a un proyecto de investigación en firme que, pese a quedar aparcado durante un tiempo, finalmente se ha materializado en el artículo aquí publicado. Además de ser el estímulo del que surgió todo, a Susana debo agradecerle su constante ilusión e implicación en el proyecto. No en vano, a ella se deben la mayor parte de las entrevistas de campo así como la labor de recopilación de fotografías antiguas y modernas relacionadas con la festividad que forman parte del fondo del Ayuntamiento de Íscar, algunas de ellas incluidas en esta publicación.

Resumen
La celebración de la festividad de Santa María de los Mártires, patrona de la localidad vallisoletana de Íscar, es resultado de la confluencia de diversas tradiciones religiosas y profanas, algunas de carácter ancestral. Este artículo analiza el origen de cada uno de los componentes y su momento de incorporación al hecho festivo hasta llegar a su conformación definitiva, posiblemente a comienzos de la segunda década del siglo xx, cuando, en lo fundamental, quedan constituidas las actuales señas de identidad de la fiesta.

Palabras clave
Santa María de los Mártires, Festividad, Íscar, Quintos, Enramadas, Servicio Militar, Guerra de Marruecos.

Abstract
The celebration of Saint Mary and Martyrs’ feast day, patron saint in the town of Iscar (Valladolid), is the result of the confluence of different religious and unholy traditions, some of them with ancestral characters. This paper analyzes the origin of each of these components and the moment of incorporation into the festive event until it reaches its definitive conformation, possibly at the beginning of the second decade of the 20th century, when, essentially, the current hallmarks of the feast day are constituted.

Key Words
Saint Mary and Martyrs, Feast Day, Iscar, The Quintos, Bowers, Military Service, Morocco War.

1. Introducción

El día 13 de mayo representa un momento culminante en el ciclo festivo anual de la localidad vallisoletana de Íscar, al ser la fecha en la que se celebra con gran devoción religiosa y fervor popular la festividad de Santa María de los Mártires. Además de representar el aniversario de la patrona titular de la villa, a la que se venera desde hace siglos, es también la jornada en la que cobran todo su protagonismo los jóvenes de ambos sexos que llegan a la mayoría de edad en la localidad, los quintos, en este caso dando continuidad a una arraigada tradición popular en las zonas rurales de nuestro país que, hasta fechas muy recientes, estuvo estrechamente ligada a la conscripción.

A pesar de su singularidad, esta fiesta local apenas ha sido objeto de investigación hasta la fecha, limitándose su reducido elenco bibliográfico a unos breves pero interesantes datos extraídos de la tradición oral popular de finales del pasado siglo[1], y al recurrente relato local envuelto en la leyenda, acompañado de un escueto y vano intento de encuadramiento histórico[2]. Ante semejante estado de la cuestión, y previa comprobación de su viabilidad, se hacía pues necesario un estudio que indagara en las raíces históricas de la festividad, procediera a un análisis de sus componentes integrantes desde una perspectiva diacrónica y, finalmente, pudiera determinar su proceso de conformación así como su evolución reciente.

Como no podía ser de otra manera, nos encontramos a primera vista ante un evento híbrido que no es sino el resultado de la confluencia de tradiciones de muy diversa índole y origen, tanto de carácter sacro como profano, sin perjuicio de la habitual aportación emanada directamente de la iniciativa popular. En base a estas premisas, el planteamiento de partida ha dado prioridad al análisis del componente que, sin duda, constituye su origen y su núcleo principal: la advocación y el aniversario de Santa María de los Mártires, para una vez definida y acotada su raíz religiosa, proceder sin solución de continuidad al estudio de los distintos aditamentos sacros y profanos que se le fueron incorporando en el transcurso del tiempo. En cada caso se ha tratado de ahondar en sus orígenes atestiguados, de analizar su supuesta carga simbólica y de establecer el momento más o menos preciso de incorporación a la celebración, así hasta ver conformada la fiesta tal como se nos presenta en la actualidad.

El resultado de todo ello queda reflejado en el presente estudio, que amplía considerablemente el conocimiento de la festividad de los quintos en honor de Santa María de los Mártires en la localidad de Íscar. Un trabajo que, ante todo, deja patente el carácter ecléctico a la par que integrador, al ser consecuencia de una mezcolanza ciertamente compensada de tradiciones muy diversas, lo que posiblemente explique su carácter genuino y reconocible, de notable singularidad dentro del calendario festivo de la provincia de Valladolid.

2. La tradición religiosa. Los orígenes de la advocación y su adopción en la villa de Íscar

El componente principal y más antiguo de esta fiesta local lo constituye una tradición de carácter sacro, encarnada en la celebración del aniversario de Santa María de los Mártires. Los orígenes históricos de esta onomástica para el mundo cristiano están perfectamente atestiguados, remontándose a la Roma del año 610 de nuestra era, momento en el que el emperador bizantino Focas, como dueño de facto de los antiguos templos romanos, cede el Panteón de Roma al papa Bonifacio IV con el propósito de reconvertirlo en iglesia cristiana[3]. De ese modo, el imponente edificio construido por Agripa en tiempos de Augusto, conocido posteriormente como el templo de «todos los dioses»[4], pasaba a ser propiedad del papado tras haber permanecido sin uso definido desde que en el año 370 se decretara la prohibición de cualquier culto pagano en su interior[5].

Con arreglo a la finalidad convenida el templo fue consagrado a la Bienaventurada siempre Virgen María y a todos los Mártires el día 13 de mayo del 610[6], convirtiéndose así en uno de los primeros edificios heredados de la antigua Roma imperial en ser transformado en iglesia cristiana, marcando para algunos autores el inicio de la Edad Media en la Ciudad Eterna. La consagración del nuevo espacio de culto fue realzada además mediante el traslado de veintiocho carretadas de huesos de mártires anónimos traídos desde diferentes catatumbas de la ciudad, depositados por orden papal en un sarcófago de pórfido situado bajo el ábside de Adriano. Por todo ello, la nueva iglesia sería conocida desde entonces como Sancta Maria ad Martyres.

La fecha elegida para la consagración no quedó restringida al ámbito de la antigua capital imperial, teniendo, por el contrario, un enorme predicamento en el mundo cristiano altomedieval. El propio Bonifacio IV decretó que el 13 de mayo fuera el día festivo de honra a los mártires y difuntos para toda la Cristiandad, estando vigente hasta el año 741, cuando el papa Gregorio III decrete su traslado al 1 de noviembre. Un siglo más tarde, en el año 835, ese traslado se verá reforzado con Gregorio IV, al declarar el 1 de noviembre como fiesta mayor en los territorios gobernados por Ludovico Pío, haciéndose extensiva esa nueva fecha progresivamente al resto de la cristiandad en el transcurso de la Alta Edad Media, perdurando inamovible hasta nuestros días.

Conocido el origen de la advocación y su simbolismo debemos aludir también a sus posibles antecedentes. El más antiguo, y bastante elocuente, hunde sus raíces en el mundo romano, en cuyo calendario festivo ya consta la existencia de una celebración en unas fechas y con unas características muy similares a las de la onomástica surgida a comienzos del siglo vii de nuestra era. Se trata de la festividad conocida como lemuria o lemuralia[7], una ceremonia de índole familiar y orígenes ancestrales destinada precisamente a evocar a los difuntos[8], desarrollada durante los días 9, 11 y 13 de mayo. En base a ello, la consagración de Santa María de los Mártires y su declaración como fecha conmemorativa de mártires y difuntos pudiera constituir el acto de cristianización de un rito pagano preexistente con características afines, en parecidos términos a lo sucedido con otras festividades asimiladas por el calendario cristiano a lo largo de sus primeros siglos de vida como religión oficial.

Otro de los posibles precedentes de la nueva fiesta del culto a mártires y difuntos para toda la Cristiandad se encuentra en el propio mundo cristiano. Y es que, según algunos escritos atribuidos a San Efrén y San Atanasio, en la Siria del siglo iv ya se venía celebrando con regularidad una liturgia colectiva de honra a los mártires en idéntica fecha del calendario[9].

Acotadas las raíces históricas de la advocación, más complicado resulta determinar el momento, siquiera aproximado, en el que llega a la Península. De entrada, nos encontramos ante una onomástica muy poco frecuente en el solar peninsular, pues apenas son una docena los lugares en los que se venera a Santa María de los Mártires, muy dispersos entre sí, con situaciones de lo más variopinto y raramente coincidentes en cuanto a fechas de celebración del aniversario. En algunos casos se trata de templos de pequeño tamaño ubicados en zonas aisladas, generalmente ermitas, en las que se celebra anualmente algún tipo de romería, como ocurre con la situada en el término de Murero (Zaragoza), cuya devoción comparte con el vecino pueblo de Atea[10]. Algunas de ellas se remontan además al periodo de la Reconquista, por lo que no emplean el epíteto «de los Mártires» para significar a las víctimas de los primeros siglos del cristianismo, sino a los cristianos muertos en las campañas bélicas contra los musulmanes entre la segunda mitad del siglo xii y el primer tercio del xiii, un periodo de rápidos avances militares y territoriales circunscrito a la mitad sur peninsular, fenómeno éste que explica una localización preferente entre el Guadiana y el Guadalquivir. Así sucede con la ermita de Nuestra Señora de los Mártires, erigida en 1212 en la antigua fortaleza de Calatrava la Vieja (Carrión de Calatrava, Ciudad Real), cuya imagen titular fue trasladada en 1217 a la capilla del castillo de Calatrava la Nueva, en el actual término de Aldea del Rey[11]. También en la provincia de Ciudad Real se localiza la ermita de Nuestra Señora de los Mártires, patrona de la localidad de Montiel[12]. En Fontiveros (Ávila) el templo de la advocación, calificado indistintamente como iglesia o ermita, se localiza en pleno casco urbano[13], habiendo sido desacralizado desde tiempo atrás y objeto de profundas reformas arquitectónicas. Un caso peculiar es el del conocido Monasterio de San Pedro de Cardeña (Castrillo del Val, Burgos), ya que su advocación completa es realmente la de «Santa María de los Mártires de San Pedro de Cardeña»[14], adoptada tras la canonización en 1603 de los doscientos monjes del primitivo cenobio asesinados en la segunda mitad del siglo x. El monasterio custodia una imagen de la titular que da pie a una excelsa romería que agrupa en hermandad a siete localidades del alfoz de la capital burgalesa el último sábado de mayo. En otros casos no hablaríamos de una advocación propiamente dicha, sino más bien de una imagen mariana custodiada en un edificio religioso, como ocurre con la escultura que forma parte del retablo mayor de la catedral de Baeza (Jaén)[15] o la talla propiedad de la Hermandad de la Salud de Cáceres[16], la cual es también objeto de romería. Finalmente debemos incluir en esta nómina a una imagen y dos parroquias con una onomástica muy similar. En el caso de la imagen hablamos de Nuestra Señora Reina de los Mártires[17], escultura neobarroca de mediados del siglo xx ubicada en la Real Colegiata de San Hipólito de Córdoba, procesionada en Semana Santa por la Hermandad de la Buena Muerte. En cuanto a las parroquias, una es la consagrada en 2013 en Zaragoza a Santa María Reina de los Mártires, onomástica inspirada en una de las obras maestras de Francisco de Goya, la cúpula Regina Martyrum de la Basílica de Nuestra Señora del Pilar[18]. La otra es la de Nuestra Señora del Martirio, patrona de la localidad de Ugíjar (Granada), cuyo origen se remonta a la revuelta morisca de las Alpujarras (1568-1570)[19].

En el caso concreto de Íscar nos encontramos ante la única parroquia a nivel nacional que celebra el aniversario de su titular en la fecha canónica del 13 de mayo, si bien no puede afirmarse taxativamente que Santa María de los Mártires fuera la advocación oficial de la iglesia desde sus orígenes, más bien todo lo contrario. En efecto, las exiguas noticias disponibles para el periodo medieval reflejan en todo caso una constante que se repite de modo invariable, y es la denominación de su advocación como Santa María sin más.

El testimonio más antiguo sobre la parroquia lo representa una carta de donación del conde Martín Alfonso fechada en el año 1089, coetánea al proceso repoblador impulsado por Alfonso VI en las campiñas meridionales del Duero tras la anexión del Reino de Toledo. En dicho documento de cesión de propiedades al Monasterio de San Zoilo de Carrión de los Condes el noble alude a «mea hereditate in castro pernominato Ischar uno Monasterio de Sancta Maria et iusta Ecclesiam»[20]. Idéntica mención se recoge en una escritura de permuta de la iglesia iscariense entre el citado monasterio palentino y la Colegiata de Santa María la Mayor de Valladolid, fechada en el año 1101, en la cual se alude al templo como «illa Ecclesia que Sancte Marie cum quanta terra dedit ibi Comes Dominus Martinus»[21].

Tampoco se aprecian variaciones en la documentación conservada del siglo xiii. Así, en el denominado Plan de Distribución de Rentas del cabildo segoviano del año 1247[22] se establece una contribución de «IX moravedis et VI soldos» para la parroquia de Sancta Maria[23], denominación que se mantiene en el posterior documento de confirmación de las valoraciones, redactado ese mismo año[24]. Por su parte, hasta tres veces aparece nombrada como Sancta María en diferentes descripciones recogidas en el Registro Antiguo de heredamientos de los señores deán e cabildo de la Yglesia de Segovia, fechado en 1294, instrumento que recoge la relación de propiedades que el cabildo segoviano poseía en el territorio que constituía su diócesis a finales del siglo xiii[25].

Tendrá que pasar siglo y medio para encontrar una nueva referencia a la parroquia iscariense, esta vez en una visita pastoral diocesana de 1447 en la que, una vez más, se recurre a idéntica denominación: «en una falle e ignoro eam, Sant Miguel de Santa Yscar con Santa María e de Satyvannes»[26]. También al siglo xv pertenece el siguiente testimonio relativo a la parroquia, y esta vez de suma importancia, por cuanto facilita por vez primera el nombre de la advocación tal como ha llegado a nuestros días. Aparece en el Sinodal de Aguilafuente, incunable de 1472 que es considerado el primer libro impreso en España. En dicho volumen, que recoge las constituciones emanadas del sínodo diocesano que convocara el obispo Arias Dávila en la localidad segoviana homónima, consta entre los asistentes la presencia de Domingo Juan, «clérigo cura de la iglesia de Santa María de los Mártires de la villa de Íscar»[27].

Superada la Edad Media son los propios libros parroquiales[28], cuyas primeras anotaciones conservadas se remontan a 1593, los que dejan constancia inequívoca del nombre de la advocación, así como de su continuidad y pervivencia hasta la actualidad, al intitularse todos ellos como de Santa María de los Mártires.

A la vista de este compendio de datos, por tanto, todo apunta a que la advocación de la iglesia matriz de Íscar desde los orígenes de la villa y de la propia parroquia a finales del siglo xi fue Santa María, sin más, y así continuó siéndolo hasta el final del periodo medieval. Salvo que hubieran existido omisiones en cualquiera de los documentos medievales aportados, posibilidad tampoco descartable, a día de hoy se puede decir que la advocación surgida en la Roma del siglo vii tuvo que ser adoptada en el intervalo de veinticinco años que media entre 1447 y 1472[29].

Al hilo de este asunto, hay que recordar que las advocaciones marianas en la Península no solían llevar un título singular hasta finales del siglo xi en el caso de las imágenes y hasta finales del xii en el caso de los templos, siendo ya a partir del siglo xiii cuando, a consecuencia del renovado impulso que cobra la devoción a la Virgen, en buena medida debida a la expansión del Císter, comiencen a multiplicarse progresivamente las nuevas advocaciones en sus diferentes variantes[30]. En el caso iscariense la adopción se produjo en una fecha más bien avanzada, al implantarse en el tercer cuarto del siglo xv.

En cuanto al porqué de la elección de la nueva advocación, nos encontramos ante una cuestión no menos enigmática. Desde luego existía constancia de esta onomástica en Europa occidental al menos desde la Alta Edad Media, puesto que está recogida en los denominados «martirologios históricos»[31], manuales de uso litúrgico en las parroquias que permitían estar al tanto de los aniversarios de santos y mártires, incluso ya desde una fecha tan temprana como el siglo viii. En este sentido, los de uso más común durante el medievo, como el martirologio de Adon de Vienne o el atribuido a Usuardo, al parecer inspirado en el anterior, contienen desde sus primeras versiones del siglo ix tanto la fecha del aniversario de la conversión del Panteón de Roma en la iglesia de Sancta Maria ad Martyres, como su carácter de día conmemorativo de mártires y difuntos para toda la Cristiandad desde principios del siglo vii hasta mediados del siglo viii[32]. Sin embargo, más allá de estas consideraciones, pocas conjeturas se pueden hacer respecto a las circunstancias que propiciaron su adopción por la iglesia matriz de Íscar, sin que pueda descartarse que fuera consecuencia directa de un viaje a Roma a finales de la Edad Media por parte de un eclesiástico directamente vinculado con la parroquia, donde pudo hacerse conocedor de primera mano de la consagración del Panteón por parte de Bonifacio IV.

En cualquier caso, una vez institucionalizada la nueva advocación en la esfera local, hemos de presuponer que su celebración gozaría de un carácter regular dentro del ciclo anual de festividades, conviviendo, entre otras, con los aniversarios de los titulares de las otras dos parroquias iscarienses, San Pedro el 29 de junio y San Miguel el 29 de septiembre. La parquedad de la documentación medieval nos ha privado de conocer cualquier detalle sobre las características o el alcance que pudo tener la conmemoración de la nueva onomástica, un escenario perfectamente extensible a las restantes parroquias de la localidad. Sin embargo, el hecho de que el silencio documental a este respecto sea la tónica predominante para todas ellas una vez ya se dispone de fuentes parroquiales, desde comienzos del siglo xvi en adelante[33], es un síntoma más que probable de que el hecho festivo patronal quedaría limitado desde la Edad Media al propio oficio religioso en el interior de los templos. De modo y manera que no detectaremos avance alguno en la escenografía de estas celebraciones hasta finales de la Edad Moderna, cuando se produzca la adición de un nuevo componente de carácter ornamental, como es la colocación de enramadas en el exterior de las iglesias iscarienses para los aniversarios de sus titulares, enriqueciendo así un lenguaje festivo que presumiblemente habría permanecido inalterable desde el medievo.

3. Una tradición prestada del Corpus Christi. La incorporación de enramadas a la escenografía festiva y su simbolismo

En efecto, a lo largo del siglo xviii se constata en la documentación parroquial la inclusión de un nuevo gasto de carácter ornamental destinado a las festividades de los titulares de las parroquias iscarienses, como es la colocación de enramadas, en el caso que nos ocupa en el atrio de Santa María de los Mártires. Como veremos, se trata de una escenografía vegetal en absoluto genuina, puesto que ya era de uso común en otras celebraciones primaverales, siendo tomada en préstamo precisamente de una de ellas, ya que desde el siglo xvii se documenta su presencia en Íscar en una fiesta tan próxima en el calendario como es el Corpus Christi.

La celebración del Corpus fue instituida para toda la Cristiandad en el año 1264 por el papa Urbano IV a través de la bula Transiturus de hoc mundo. En aquella decisión papal fueron decisivas las revelaciones eucarísticas de Santa Juliana de Mont-Cornillon (1193-1258), que ya habían conducido a una fiesta de características similares en la diócesis de Lieja desde mediados del siglo xiii, sin olvidar influjos tales como el milagro de los corporales de Daroca (1238) o el más reciente de las Formas de Bolsena (1263)[34]. La muerte de Urbano IV tras la firma de la bula y su escasa repercusión llevaron a que Clemente V retomara nuevamente este empeño en el Concilio de Vienne de 1311[35]. En 1316 Juan XXII introduce además la festividad de la Octava y la exposición de la Sagrada Forma con todos los honores[36]. En la Península la fiesta está documentada desde el periodo bajomedieval en ciudades como Évora (ca. 1265), Toledo (1280), Sevilla (1282), Barcelona (1319) o Valencia (1355), estando ya plenamente consolidada en los principales núcleos de los reinos peninsulares en el siglo xv[37].

La eclosión de la procesión del Corpus es posterior, ya que se produce a mediados del siglo xvi, en un contexto inequívoco de defensa y afirmación del Sacramento surgido al calor del Concilio de Trento[38]. Siguiendo los dictados trentinos, la exposición en procesión del Santísimo, hasta entonces reservada al interior de los templos, pasará a celebrarse en el exterior, contribuyendo decisivamente a que el Corpus se erija en la festividad por antonomasia de la Contrarreforma. Durante buena parte de la Edad Moderna, coincidente con los reinados de la dinastía Habsburgo, la procesión del Santísimo Sacramento se convertirá en una de las celebraciones de mayor solemnidad y significación pública de nuestro país, representando el momento culminante del ciclo festivo anual y el principal referente para el resto las festividades. Ese esplendor, sin embargo, irá apagándose paulatinamente con la llegada de los Borbones al trono español a comienzos del siglo xviii, así hasta que Carlos III finalmente prohíba la mayor parte de sus componentes de raíz profana mediante la Real Cédula de 21 de julio de 1780[39], contribuyendo desde entonces a que la celebración tuviera un carácter más solemne.

A lo largo de su periodo de mayor esplendor la procesión del Corpus fue incorporando un variado elenco de ritos de raigambre profana y popular, especialmente en el ámbito urbano. Caro Baroja apuntaba que era habitual la colocación de adornos de carácter vegetal en el recorrido procesional (ya fueran enramadas en las fachadas, helechos, plantas en los suelos), la ejecución de danzas de carácter gremial o campesino, el desfile de gigantes, cabezudos y enanos, las representaciones de animales (mulas, toros, águilas), de monstruos (tarasca), así como jinetes a caballo y personajes burlescos (vegigueros, mojigones, etc.)[40]. En semejantes términos se ha expresado más recientemente Valiente Timón, aludiendo al significado que el propio Caro Baroja le otorgaba como fiesta solsticial, un carácter éste que, en consecuencia, lleva a que se impregne de múltiples ritos de raigambre popular, de ahí que en su procesión desfile un variopinto elenco de personajes al ritmo de la música, como tarascas, botargas, gigantes y cabezudos, danzantes, etc.[41]; o que el recorrido procesional estuviera engalanado con elementos de notable suntuosidad, como colgaduras ricas, altares, pinturas y toldos, además de con adornos florales y enramadas[42].

La utilización de este último componente vegetal en la celebración permite precisamente emparentar al Corpus, y por extensión a la festividad iscariense de la Virgen de los Mártires, con otras celebraciones primaverales del ámbito europeo en las que la ornamentación de esta índole constituye un elemento primordial, ya sea mediante arbustos, ramas de árboles, cuando no árboles enteros. Una práctica de carácter ancestral que desde la perspectiva antropológica se ha interpretado como una exaltación de la fertilidad en el más amplio sentido, bien sea la de campos y cosechas, que encarna la Tierra, bien la de la mujer, representando a la Madre[43]. Por supuesto, su momento de celebración más habitual viene a coincidir con el mes de mayo, en mitad de la primavera, un periodo culminante y sumamente rico en actos y ceremonias que tienen como origen, en gran parte de los casos, viejos ritos propiciatorios y de fecundidad nacidos de religiones antiguas, asociados a una regeneración tanto natural como espiritual, que son objeto de cíclica conmemoración en comunidad[44].

Así, los maios gallegos, los árboles de mayo o las mayas son, junto con las enramadas, claros exponentes de esta tradición en la Península. El hecho de que en estas manifestaciones festivas esté presente la vegetación en forma de árboles, plantas diversas y flores, llevó a que etnólogos de la talla de Mannhardt o Frazer vieran pervivencias de viejos cultos precristianos relacionados con el resurgir de la vegetación[45], que en nuestra geografía peninsular no son sino el reflejo del legado ancestral que dejaron los distintos pueblos asentados en ella desde la Antigüedad, especialmente los de raigambre mediterránea. Así, el rito romano del arbor intrat se asemeja, y mucho, con el ceremonial de corte popular seguido para los árboles mayos en nuestros pueblos. Esta fiesta dedicada a Attis se celebraba el día del equinoccio de primavera, cortándose en ella un pino que se adornaba con guirnaldas de violetas, cintas de lana y una imagen de la propia divinidad frigia, siendo llevado en procesión por las calles de Roma hasta el templo de Cibeles[46]. Del mismo modo, la enramada, el elemento vegetal adoptado por el Corpus y tomado en préstamo por nuestra celebración mariana, parece tener una raigambre profana, posiblemente como descendiente evolucionado de la mayumea fenicia o la floralia romana, festividades ambas anteriores a la llegada del cristianismo. En el segundo caso se celebraba al comienzo del año romano, en las Kalendas Martiae (que también da origen a las marzas) o a principios de mayo, y tenían una destinataria femenina que era la madre naturaleza y, por semejanza del rol biológico, la mujer[47].

Sea como fuere, estas festividades, así como sus componentes integrantes, con independencia de las raíces paganas que pudieran tener, quedaron finalmente embebidas en un nuevo universo de civilización de corte cristiano[48]. La llegada del cristianismo condujo a que las deidades de la naturaleza se unificaran, especialmente bajo la figura de la Virgen María, una transformación que no fue radical sino gestada a lo largo de varios siglos, puesto que, como ya se ha señalado con anterioridad, el culto a la Virgen era prácticamente inexistente en el mundo cristiano hasta la expansión por el continente europeo de la orden cisterciense[49]. Y otro tanto se puede decir de la tradición del árbol mayo, uno de los ritos de mayor presencia temporal en la civilización europea occidental, que en parte quedó cristianizado a través de la denominada Cruz de Mayo[50]. Del mismo modo, es la cristianización de estos ritos la que llevó también a la enramada a los edificios y espacios sagrados, lugares por donde habían de transitar las procesiones religiosas, siendo su destinataria femenina la mujer por excelencia, la Virgen María, «flor de flores»[51], tal como sucede el día 13 de mayo en Íscar.

Expuestas estas consideraciones previas acerca de los antecedentes de la ornamentación vegetal, en muchos casos ancestrales, su simbolismo y su posterior simbiosis con las fiestas de corte cristiano, es momento de comprobar cómo este peculiar componente de la fiesta del Santísimo, común a muchas localidades de la geografía nacional, incluidos los pueblos de la zona limítrofe entre las provincias de Segovia y Valladolid[52], evolucionará en Íscar hasta convertirse en el principal aditamento ornamental de la festividad que nos ocupa y en una de sus más genuinas señas de identidad, especialmente a partir del renovado impulso que, como veremos, cobrará en el siglo xx.

La celebración del Corpus Christi en la villa vallisoletana está documentada al menos desde finales del siglo xvi, en consonancia con la importancia adquirida en nuestro país, corriendo su organización a cargo de la cofradía del Santísimo Sacramento[53]. La fiesta ya contaba entonces con muchos de los ingredientes habituales señalados a nivel nacional. Así, en la víspera por la noche eran frecuentes las luminarias, el lanzamiento de cohetes y la suelta de toros enmaromados, mientras que el día del Santísimo se celebraba la procesión con danzas, se representaban autos sacramentales y comedias y se corrían toros[54].

En lo que se refiere a la festividad de corte sacro, a lo largo de la segunda mitad del siglo  xvii comienzan a detectarse progresivamente en las cuentas de fábrica de las tres parroquias iscarienses ciertos capítulos de gastos, hasta entonces inéditos, directamente relacionados con la celebración del Santísimo. La primera noticia documental se recoge en las cuentas de fábrica de San Miguel del año 1658[55], en las que se anota un pago de 44 reales a los señores curas y sacristanes de la villa por su asistencia a la fiesta del Corpus, cantidad que seguirá registrándose anualmente hasta el año 1689. La existencia de este dato y su ausencia en las otras dos parroquias indica claramente que la iglesia de San Miguel ostentaba en ese momento el privilegio de celebrar el Corpus en exclusiva para toda la villa[56]. En 1665, aún dentro del intervalo temporal mencionado, también comienza a registrarse en San Miguel un gasto adicional de dos carros de ramos para la colocación de enramadas en dicha festividad[57]. Incluso dos años más tarde se indica el destino de esa ornamentación, el cementerio parroquial que rodeaba el templo[58]. La costumbre de enramar, inédita hasta ese momento, al menos a tenor de la documentación, se hará extensible posteriormente a las otras dos parroquias de la localidad, en consonancia con la tendencia general al engrandecimiento de la festividad en nuestro país a lo largo de los siglos xvi y xvii. Así, en 1680 se constata tanto en las cuentas de San Pedro[59] como en las de Santa María de los Mártires[60] el primer gasto destinado a la ornamentación con enramadas en el día del Santísimo. De ese modo, quedaba consolidada en Íscar una costumbre que se mantendrá al unísono en las tres parroquias, prácticamente sin interrupciones, hasta bien entrado el siglo xix[61].

A lo largo del siglo xviii la práctica de enramar, hasta entonces exclusiva del Corpus, se irá haciendo extensiva a las festividades de los titulares de las tres parroquias iscarienses. La primera en hacerlo es San Pedro, al consignar gastos destinados para la colocación de una enramada en el día de la onomástica de su titular en 1719[62], si bien ese primer intento tendrá un carácter puntual, al mantenerse tan solo dos años. La misma parroquia, sin embargo, retomará la costumbre en 1755[63], quedando definitivamente consolidada a partir de entonces. En el caso de Santa María de los Mártires las primeras anotaciones sobre enramadas para el aniversario de la titular corresponden a las cuentas de 1757[64]:

Yten, ocho reales de vellón de los ramos que en los dos años que ha sido mayordomo dho Franco de la Fuente a traido para enramar la yglesia los días de nuestra Sra de los Martires y funciones del Corpus y Octaba.

En cuanto a San Miguel, aunque ya se documenta de manera puntual en las cuentas de 1771[65], la costumbre de enramar en el aniversario del titular no se retomará y consolidará hasta 1796[66]. Una vez instaurada esta nueva tradición, se mantendrá con mayor o menor regularidad hasta el año 1842 en los casos de San Pedro y San Miguel, cuando el decreto de reorganización parroquial promulgado por el gobierno de Espartero conduzca al cierre al culto de ambas parroquias[67], si bien San Miguel volverá a reabrirse con posterioridad. En cuanto a Santa María de los Mártires, la costumbre de enramar el atrio exterior desaparece de sus cuentas en 1848, a la par que cualquier otro asiento destinado a la festividad de su titular. No será hasta 1882 cuando se detecten de nuevo cantidades asignadas a la celebración de su aniversario, pero desde ese momento referidas con carácter genérico al pago del sermón y la función de la titular, sin indicación de gasto alguno destinado a la colocación de enramadas o de cualquier otro tipo de ornamentación vegetal en el atrio[68]. Esa tónica se mantendrá hasta el año 1975, último en el que las cuentas de fábrica parroquiales reflejan gastos destinados a la fiesta objeto de estudio.

En relación al asunto que nos ocupa, la ausencia constatada de gastos para la colocación de enramadas en las cuentas de fábrica de Santa María de los Mártires desde mediados del siglo xix es, cuando menos, reveladora de que la parroquia dejó de costear a partir de entonces este tipo de decoración ornamental. La tradición no volverá a documentarse, como veremos más adelante, hasta finales de la segunda década del siglo xx, quién sabe si debido a una recuperación tras un periodo de ausencia, aunque, eso sí, dentro de un nuevo contexto festivo, pues desde entonces será impulsada y sufragada exclusivamente por los quintos de la localidad.

4. La tradición popular: las fiestas de quintos como respuesta al reclutamiento forzoso

Los componentes de la festividad analizados hasta el momento han presentado una inequívoca raigambre sacra, tanto la advocación surgida en Roma en los albores del siglo vii, adoptada posiblemente por la parroquia iscariense en el tercer cuarto del siglo xv, como la costumbre de colocar enramadas en el día del aniversario de la titular, tomada en préstamo del Corpus Christi. El otro gran componente, por contra, denota esta vez un origen marcadamente popular, siendo su agente causante la obligatoriedad en la prestación del servicio militar.

En referencia a este asunto, se hace necesario llevar a cabo previamente un repaso a la evolución de los sistemas de reclutamiento en nuestro país, al menos hasta comienzos del siglo xx. Una revisión necesariamente breve, por cuanto un análisis más detallado queda fuera del alcance del presente trabajo, pero en absoluto gratuita, puesto que es preciso traer a colación los avances legislativos más significativos de ese proceso evolutivo, o por lo menos aquellos que sentaron doctrina, con el objeto de prestar atención al progresivo grado de perfeccionamiento logrado. No en vano, en poco más de dos siglos el reclutamiento obligatorio alcanzó un carácter regular, universalizado y restringido a un determinado grupo de edad, aspectos todos ellos que, en consecuencia, redundarán en la generación espontánea de las fiestas de quintos en nuestro país, especialmente en el ámbito rural.

Los inicios de la conscripción en España se remontan a comienzos del siglo xviii, coincidiendo con la llegada al trono de la dinastía borbónica. Hasta ese momento los sistemas de reclutamiento utilizados, sobre todo durante los dos siglos de reinado de los Habsburgo, habían consistido principalmente en las reclutas de voluntarios, así como en levas de vagos y mal entretenidos. Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo xvii comienzan a detectarse claros síntomas de agotamiento de ese modelo[69]. La situación se agudiza aún más a la muerte de Carlos II y el inicio de la Guerra de Sucesión, de manera que a la llegada de Felipe V a Madrid en 1701 las estimaciones hablan de un ejército compuesto por unos 36.000 soldados, de los cuales poco más de un tercio se encontraban en suelo nacional. A modo comparativo, en aquel momento Luis XIV de Francia disponía de una fuerza militar de 300.000 hombres[70]. Conocedor de esta precaria situación, Felipe V emprenderá una profunda reforma del ejército y del sistema de reclutamiento con el objeto de mantener una estructura militar fija en época de paz, con base estable en la Península y sometida al servicio directo del monarca[71]. Entre otras medidas, en 1704 introduce el sistema de inspiración francesa basado en «quintas», así denominadas debido a la elección para el servicio mediante sorteo de una quinta parte de la población masculina en edad militar, aunque estas proporciones variaron en muchas ocasiones con arreglo a las necesidades del momento[72].

Si bien durante el siglo xviii las quintas aún no tuvieron un carácter regular, respondiendo más bien a necesidades de reemplazo o a las circunstancias bélicas[73], desde comienzos de dicha centuria se irá sucediendo una copiosa legislación sobre conscripción, siempre con la vista puesta en su mejora continua. Cada nueva normativa llevaba aparejada la adopción de una serie reformas, en una suerte de método sistemático que en el transcurso de doscientos años logró finalmente el objetivo de consolidar un modelo de reclutamiento de periodicidad anual en nuestro país. La Real Ordenanza de 1770, impulsada por el conde de Aranda[74], puede considerarse la normativa precursora del servicio militar obligatorio, al constituir el primer intento serio de implantar un sistema de reemplazo anual. En ella se contemplaba la elaboración de un padrón o censo militar por municipios de aquellos mozos comprendidos entre dieciséis y cuarenta años, previo a un sorteo en el que el cupo se distribuía proporcionalmente entre los distritos y parroquias[75]. Todas estas ideas novedosas, sin embargo, no pudieron implementarse convenientemente a lo largo del último tercio del xviii debido a la imposibilidad administrativa, la oposición popular y la pérdida de influencia de sus autores[76], aunque irán cimentándose de un modo progresivo mediante ulteriores leyes a lo largo de la siguiente centuria, hasta quedar consolidadas por completo a principios del siglo xx.

Si el siglo xviii aportó el principio de la obligatoriedad del reclutamiento, el xix trajo el de la universalidad[77]. Además, con el nuevo siglo se consolidó una idea emanada de la Revolución Francesa, la de un ejército permanente reclutado con ciudadanos, sometido al poder civil en vez de al rey y fundamentado en la responsabilidad de dichos ciudadanos para su mantenimiento y reemplazo[78]. En 1837 se aprueba una nueva ley de reclutamiento por reemplazos que constituye el prototipo de las disposiciones dictadas sobre conscripción en nuestro país hasta bien entrado el siglo xx. Dicha ley contenía ciertos rasgos de modernidad, como el tratamiento estadístico en la distribución de cupos, una regulación anual del alistamiento y el correspondiente sorteo, simultáneo en todo el territorio nacional, así como la creación de las cajas de reclutamiento provinciales como órganos especializados para su administración y control[79]. Otra novedad importante fue el estrechamiento de la banda de edades, limitada en principio a una franja de entre dieciocho y veinticuatro años, si bien el cupo solía cubrirse con los mozos de dieciocho y diecinueve años[80]. Por contra, con esta ley vio la luz una de las figuras más controvertidas de la historia del reclutamiento en España, la denominada «redención en metálico», que permitía eludir el servicio militar a cambio del pago de una cierta cantidad dineraria[81]. Pese a todo, hablamos de una reglamentación que suponía un gran avance en la carrera hacia la completa sistematización del proceso de reclutamiento, manteniéndose, con sus lógicas readaptaciones, hasta la supresión del servicio militar obligatorio a comienzos del siglo xxi. De hecho, a partir de 1837 la renovación anual de la Ley de Reclutamiento será casi automática hasta fin de siglo[82]. Los efectos se hicieron notar de inmediato, ya que en 1838 el ejército español contaba con una fuerza de choque de unos 264.000 soldados[83].

Una nueva panoplia de reformas legislativas se sucederá a consecuencia de las resonantes victorias de Prusia sobre las tropas austriacas en Sadowa en 1866 y posteriormente sobre el ejército francés, aniquilado sin paliativos en Sedán en 1870. Los indiscutibles resultados derivados del modelo prusiano de conscripción conducirán a un proceso de «germanización» de los sistemas de reclutamiento en la mayor parte de los países occidentales, entre ellos España, dando pie a la implantación progresiva de dicho modelo hasta comienzos del siglo xx, del que son buena muestra las leyes de reclutamiento de 1877, 1882 y 1885[84]. En base a este nuevo sistema prácticamente toda la juventud de la nación pasará por los cuarteles con el propósito de ser instruida militarmente en el menor tiempo posible y mantenerse en una reserva movilizable hasta alcanzar la madurez[85]. A lo largo del siglo xix, por tanto, se había dado el paso definitivo desde la quinta esporádica y limitada, heredada del siglo anterior, a la quinta masiva y periódica[86].

En los albores del siglo xx se configura un nuevo escenario a raíz de la promulgación de la Ley de Reclutamiento y Reemplazo del Ejército de 1912, conocida como ley Canalejas[87]. Esta normativa suponía la universalización, al menos teórica, del servicio militar, al establecer la obligación para todos los españoles de prestar el servicio militar, con una duración de tres años[88], suprimiendo subterfugios utilizados por las clases más pudientes como la redención en metálico o la sustitución, si bien implantaba a cambio una reducción en la duración de la prestación del servicio en época de paz, que no en medio de un conflicto bélico, mediante la figura del «soldado de cuota»[89].

A la vista de esta somera revisión, se puede afirmar por tanto que la evolución del sistema de reclutamiento español durante los siglos xviii y xix es la historia de un proceso de reformas pertinaz y coactivo cuya finalidad no fue otra que alcanzar el más alto grado de perfeccionamiento, en sincronía con lo que estaba sucediendo en Europa al compás de unos cambios en el ámbito militar cada vez más rápidos, especialmente en lo que a capacidad de movilización masiva se refiere. Dicho sistema cada vez estará dotado de mayor regularidad en el llamamiento, hasta llegar a una periodicidad anual, convirtiéndose por tanto en algo previsible para los mozos. Del mismo modo, implementará gradualmente mecanismos que tiendan a su universalización, hasta transformar la prestación en un servicio obligatorio, personal e intransferible. Y, por supuesto, poco a poco irá reduciéndose a un menor número de cohortes demográficas, hasta quedar finalmente circunscrito a los nacidos en un solo año. Hablamos, en definitiva, de una serie de factores que resultan decisivos a la hora de entender el surgimiento con carácter espontáneo de un evento popular que sirviera de respuesta a esa obligación, como son las fiestas de quintos, especialmente en el ámbito rural, donde los ciclos anuales son más evidentes y las cohortes abarcan un menor número de individuos que en el ámbito urbano, facilitando la cohesión y la camaradería.

Otra cuestión muy distinta es tratar de establecer el origen de estas fiestas, un ejercicio realmente complejo debido a las exiguas huellas documentales dejadas por este tipo de manifestaciones. De hecho, la investigación de estas celebraciones ha sido escasamente abordada por antropólogos y etnógrafos[90]. Si algo está claro es que su origen debe estar indisolublemente ligado al establecimiento del servicio militar obligatorio en suelo hispano[91]. Ahora bien, dado el carácter progresivo de su implantación, podemos situarlo grosso modo en algún momento del siglo xix[92], con más probabilidad a partir de 1837, año a partir del cual los reemplazos anuales, salvo excepciones, gozan de bastante regularidad. Y con mayor seguridad en el último tercio de la centuria, a tenor del impulso que supuso la implementación del modelo de reclutamiento masivo y regular de inspiración prusiana. Del mismo modo, es de suponer que su propagación no se produciría de un modo rápido y uniforme, sino gradual, extendiéndose paulatinamente por los diferentes puntos del ámbito rural de nuestro país.

Al surgir como una respuesta popular a la conscripción, la principal finalidad de este tipo de celebraciones ha sido tradicionalmente la de servir como válvula de escape para los futuros reclutas. Por ello, es de prever que desde sus inicios ya presentara las características habituales mantenidas hasta nuestros días, que se pueden resumir en comportamientos y actitudes consentidas, hasta cierto punto irreverentes, impensables en otros momentos de la vida cotidiana, como fumar y beber hasta la extenuación, gritar, cantar canciones subidas de tono, ir sucios o mal vestidos, etc., dando pie a lo que Molina Duque califica como vías de «desfogue ritualizado»[93].

Sin embargo, esta irreverencia justificada en absoluto está reñida con otro hecho frecuente, como es la participación de los quintos en tradiciones locales, incluso de índole religiosa. De ahí que en ocasiones sean los encargados de organizar las fiestas mayores de sus pueblos, o al menos de formar parte activa de ellas, hasta el punto de que su fiesta llegue a confundirse con la del propio municipio, convirtiéndose los mozos en impulsores de celebraciones locales[94]. Abundando en este asunto, se puede llegar incluso a conjugar lo profano con lo religioso, participando los quintos en procesiones en las que portan a hombros un determinado paso de Semana Santa o al patrón de su localidad, como sucede en la fiesta que nos ocupa, en una necesidad de aferrarse a algo ante la inseguridad y el temor que originaba la conscripción[95], máxime en coyunturas bélicas. E igualmente está constatada en algunas localidades como parte del ritual de los quintos la colocación de enramadas o arcos vegetales como signo de alegría, de vida y resurrección[96].

Si nos ceñimos al ámbito iscariense, la documentación más antigua conservada sobre reclutamiento militar en el archivo municipal se remonta a 1903[97], año en el que las distintas fases del proceso de alistamiento aparecen consignadas en los diarios de sesiones de la Junta de Gobierno local[98], modo de proceder que se mantendrá en los dos años siguientes. Por el contrario, nada se conserva del periodo comprendido entre 1906 y 1916. Tras esa década de paréntesis la documentación vuelve a aflorar con carácter definitivo en 1917[99], recogiéndose los datos a partir de entonces en formularios normalizados, un sistema mucho más eficiente que se mantendrá en los años sucesivos hasta el final de la conscripción a principios del siglo xxi, permitiendo que toda la producción administrativa sobre esta materia esté archivada en expedientes monográficos anuales.

Por supuesto, al tratarse de un corpus documental de carácter burocrático, no se halla en él dato alguno relacionable con fiestas de quintos. Ello no es óbice para presuponer la existencia de este tipo de celebraciones en Íscar posiblemente desde el periodo decimonónico, tal como ocurriría en el ámbito rural patrio. En este sentido, en función de una serie de argumentos que serán objeto de tratamiento, no parece probable que desde sus inicios ya existiera vínculo alguno o coincidencia cronológica con la festividad de Nuestra Señora de los Mártires, a modo de celebración similar al actual, aunque en esencia tampoco se pueda descartar esa posibilidad. Sin embargo, si nos atenemos a lo sucedido secularmente en los pueblos del entorno inmediato, es bastante posible que en sus orígenes las fiestas de quintos en Íscar coincidieran con el Carnaval. No en vano, en el contexto de la sociedad rural tradicional, como lo era la del siglo xix, solía ser un periodo realmente propicio, al situarse en pleno invierno, una de las épocas de más baja actividad en el campo[100]. Como vestigios de esa antigua fecha de celebración podríamos considerar dos costumbres propias de los quintos en Íscar que aún estaban vigentes a mediados del siglo xx, según nos han transmitido algunos testimonios orales[101]. Una de ellas, ya desaparecida, era el encendido de una hoguera el viernes de Carnaval en la plaza Mayor, espacio urbano por aquel entonces aún no asfaltado. La otra, sin perjuicio de ser considerada genéricamente como propia del periodo carnavalesco en nuestro país, haya o no quintos de por medio[102], era la ancestral y extendida costumbre de correr gallos, animal totémico donde les haya[103], celebrada en la mañana del lunes de Carnaval en un paraje denominado «La Cañada», al oeste del entonces casco urbano de Íscar. Esta segunda costumbre sí se ha conservado hasta nuestros días, aunque notablemente evolucionada y desvirtuada respecto a la versión original. Su actual denominación es la de «correr las cintas», elementos que sustituyeron desde 1964 a los tradicionales gallos y/o gallinas[104], celebrándose hoy día durante la mañana del domingo de Carnaval en la Plaza Mayor por parte de los quintos del año anterior, montados en bicicleta en vez de a caballo o en acémilas.

Posteriormente, el ciclo festivo anual iscariense, en lo que a quintos se refiere, tendría continuidad con la tradición de plantar (o pingar) el mayo en la madrugada del primer día del mes homónimo, justo en medio de la primavera. Una costumbre que, en base a las conjeturas expuestas anteriormente, en un principio habría sido postrera a la fiesta de quintos coetánea al Carnaval, para desarrollarse más tarde con algunos días de adelanto respecto al grueso de actividades concentrado en torno a la función de Nuestra Señora de los Mártires[105].

5. La conformación de la fiesta: la confluencia de las tradiciones religiosa y popular a comienzos del siglo xx

Conocidas y analizadas las tradiciones de las que bebe la festividad iscariense, con especial atención a sus orígenes atestiguados y su evolución histórica, es momento de abordar su proceso de confluencia, del que emergerá una celebración diferente, con un carácter híbrido y al fin poseedora de las principales características que se han conservado hasta nuestros días.

Conviene advertir que, de entrada, no existen a día de hoy datos fehacientes o elementos de juicio suficientes con los que poder determinar el momento preciso en el que se produjo esa convergencia. Como ya se ha señalado, el que uno de los dos elementos fusionados, las fiestas de quintos, sea fruto de la iniciativa popular, dificulta enormemente el rastreo de sus orígenes y evolución, al igual que ocurre en la mayor parte de las zonas rurales de nuestro país. Como suele ser habitual, esa carencia ha tratado de paliarse parcialmente mediante las noticias provenientes de la tradición oral, aunque manteniendo en todo momento las debidas cautelas y sin pasar por alto sus lógicas limitaciones cronológicas.

A pesar de estos condicionantes de partida, ya se ha apuntado que, en función de una serie de vestigios residuales, lo más probable es que en sus inicios la celebración de las fiestas de quintos en Íscar se concentrara en torno al Carnaval, por otra parte el momento habitual en los demás pueblos de la comarca que se ha mantenido hasta nuestros días. Nos encontraríamos, por tanto, ante una fiesta popular que en algún momento, y por alguna razón, añadió a su periplo festivo el propio aniversario de la patrona de la localidad, para posteriormente ir relegando con el paso de los años a un segundo plano su fecha originaria y parte de sus costumbres inherentes hasta casi desaparecer. De ser así, solo un motivo de mucho peso pudo ser el agente causante de que los quintos iscarienses se incorporaran a un evento religioso de la máxima solemnidad local a mediados de mayo, con el consiguiente cambio en el eje gravitacional de su fiesta.

Con un ánimo meramente aproximativo, y sin pasar por alto las consabidas carencias documentales, parece probable que esa decisión estuviera supeditada a una situación crítica, como pudiera ser la implicación de nuestro país en un conflicto bélico en toda regla, hecho nada desdeñable por cuanto a la obligación de realizar el servicio militar se añadiría la posibilidad real de entrar en combate. En relación con esta consideración, las conflagraciones más probables pudieran haber sido la guerra de Cuba a finales del siglo xix, saldada con la pérdida de nuestras últimas colonias de ultramar en 1898, y las diferentes campañas que componen la discontinua guerra de Marruecos (1909-1927). En ambos casos hablamos de conflictos ultramarinos de enorme repercusión interna, grabados a fuego en el imaginario colectivo hispano. Ahora bien, a la hora de decantarnos por uno de ellos, nos inclinaríamos sin duda por la guerra de Marruecos, especialmente en su etapa inicial, debido a su coincidencia temporal con un cambio radical en las expectativas de cualquier recluta. En 1912 se promulgaba la Ley de Reclutamiento y Reemplazo del Ejército, una normativa que suponía la universalización del servicio militar. Por vez primera todos los jóvenes españoles de veinte años iban a verse en la obligación ineludible de cumplir con la prestación del servicio durante tres años, puesto que la nueva ley anulaba la posibilidad de evadirlo mediante los subterfugios legales habituales hasta ese momento, como eran la sustitución o la redención en metálico. En compensación, la ley Canalejas contemplaba la figura del soldado de cuota, que si bien permitía reducir el periodo de servicio mediante el pago de una cuota en metálico, en absoluto eximía de su prestación obligatoria. Sin embargo, esta recién creada figura quedó en papel mojado al no ser de aplicación en tiempos de guerra, como ocurría a comienzos de la segunda década del siglo xx. Si bien ya se habían producido enfrentamientos de mayor o menor calibre con las tribus rifeñas en la guerra de Melilla de 1909, saldada con el desastre militar del Barranco del Lobo[106], y en el bienio 1911-1912 con la denominada campaña del Kert[107], la escalada bélica adquirió especial virulencia una vez España asumió el protectorado en la zona septentrional de la colonia francesa a finales de 1912, del tal modo que aquel fútil intento de rememorar nuestro recién perdido predicamento colonial condujo a que en 1913 ya fueran más de 50.000 los soldados españoles desplegados en la zona.

En suma, hablamos de un escenario de guerra conformado de manera súbita que sembró una enorme inquietud en la opinión pública española del momento, con una conciencia pacifista y antimilitarista manifiesta desde la pérdida de las últimas colonias en 1898[108], y, por ende, en la impasible sociedad iscariense de la época. No en vano, las perspectivas que se presentaban para los futuros reclutas eran muy poco halagüeñas, al planear sobre ellos una altísima probabilidad de acabar combatiendo a regañadientes en el hostil territorio marroquí, con todos los peligros inherentes al desempeño de esa obligación. Ante semejante cúmulo de circunstancias adversas, no resultaría extraño que en torno a ese año de 1912, o quizá no mucho después, los quintos de Íscar y, por supuesto, sus seres queridos, volvieran la mirada hacia la Virgen de los Mártires con una finalidad rogativa, máxime cuando la propia onomástica de la patrona, y he aquí el hecho diferencial respecto a los pueblos del entorno, cuadraba perfectamente con el rol de figura protectora ante una situación de incertidumbre y peligro amenazante, y que su aniversario se celebra además en el considerado tradicionalmente como mes de las rogativas[109]. De ese modo, y con ese delicado contexto histórico como telón de fondo, estimamos que la celebración de carácter popular que encarnaban los futuros reclutas pudo quedar incorporada a una fiesta religiosa que posiblemente había permanecido inalterable desde hacía siglos, conduciendo así a la fusión de ambas tradiciones.

En relación con esta hipótesis, hay que señalar que las fiestas de quintos de lugares tan distantes como El Espinar (Segovia)[110] o la localidad cordobesa de Pedroche, de entre las muy escasas con origen acreditado en nuestro país, nacieron en 1917 a consecuencia del escenario bélico mencionado. En Pedroche, la llamada «Función de los Soldados» tiene incluso ciertas similitudes respecto a Íscar, al contar con una procesión religiosa que se celebra el lunes de Pascua. Su origen se remonta a los primeros soldados que volvieron con vida de África, quienes en muestra de agradecimiento condujeron a su patrona, la Virgen de Piedrasantas, hasta su ermita, dando inicio a una costumbre que han mantenido viva los quintos de la localidad hasta nuestros días[111].

En el caso iscariense, a falta de noticias o datos que certifiquen el momento preciso de conformación de la fiesta, existe al menos un valioso testimonio de finales de la segunda década del siglo xx, quién sabe si elaborado pocos años después de su nacimiento, que al menos ya confirma su existencia. Se trata de una breve pero jugosa descripción de la festividad de la Virgen de los Mártires recogida en un texto de mayor entidad titulado Apuntes y algún dato histórico de esta parroquia[112], redactado entre 1919 y 1925 por el entonces cura párroco de la villa, don Vicente Torrego, texto que, todo hay que decirlo, constituye un excelente retrato social del Íscar de la época. En relación con el asunto que nos ocupa, se trata de la primera constancia documental de la fiesta tal como ha llegado a nuestros días. La datación no arroja dudas, debido a que el cura párroco dice haber estado presente en dicha fiesta en sus dos años de estancia en Íscar, que, según señala al inicio de su narración, sabemos se inicia en enero de 1919, de manera que estaríamos ante una fecha ante quem en toda regla.

Celébrase con solemnidad el 13 de mayo la función de Ntra. Sra. de los Mártires con sermón, viéndose muy concurrida, pues dicen que la tienen mucha devoción y los quintos que han de ser sorteados al siguiente año empiezan días antes con bulla a preparar la enramada en el atrio, adornada con naranjas y limones, suelen traer los mejores tamborileros, que es el atractivo y a la salida de misa for[man] el baile en el referido atrio, no asiste el ayuntamiento, ni nada subvencionan, los dos años que llevo en esta, siempre me han pedido los quintos y las mozas saque en procesión la imagen, a lo que siempre me negué, pues su fin sería hartarse de bailar, etc., como sucede con la de San Miguel […]

En este primer testimonio son reconocibles las principales señas de identidad conservadas en la actualidad, comenzando por el papel activo de los quintos en la celebración, la colocación de una enramada en el atrio de la iglesia de Santa María, su ornamentación mediante naranjas y limones[113], o la presencia de música y bailes a la salida del oficio religioso, en aquel entonces interpretada por tamborileros. Del mismo modo, a través de este relato sabemos que en aquel momento aún no se había establecido la costumbre de sacar en procesión a la imagen de la patrona por las calles de la localidad, a pesar de la insistencia de quintos y mozas iscarienses para poder llevarla a cabo, debido a la negativa del cura párroco por considerarla poco decorosa. Al margen de este criterio, es de suponer que también fuera consciente de las dificultades que entrañaba esa aspiración popular debido a las características físicas de la imagen de la Virgen de los Mártires, una talla sedente del siglo xvi a la que le falta por completo su mitad posterior, criterio economicista indudablemente relacionado con su secular ubicación en la hornacina central del retablo mayor de la iglesia[114].

6. La consolidación de la fiesta y su evolución durante los siglos xx y xxi

La renacida festividad, con su novedoso lenguaje surgido de un mestizaje de tradiciones tan dispares, continuaría celebrándose sin interrupciones aparentes, constituyendo uno de los momentos culminantes del ciclo festivo anual de Íscar, incluso una vez desapareció la amenaza latente de la guerra de Marruecos.

A este respecto, las noticias más antiguas que transmite la tradición oral iscariense, de finales de la década de los veinte y principios de los treinta del siglo pasado[115], enlazan y vienen a coincidir con el escenario descrito en 1919 por V. Torrego. Así, sigue constatándose la preparación de la enramada en el atrio de Santa María por parte de los quintos días antes de la fiesta, una ornamentación que, según las propias fuentes, tuvo un carácter modesto hasta bien entrado el siglo xx. La enramada ya solo se engalanaba con naranjas, desconociéndose por completo el motivo de la desaparición de los limones en la ornamentación y en qué momento se produjo. Por supuesto, la celebración contaba, como lo hizo desde siglos atrás, con la preceptiva misa en honor a la patrona titular, Santa María de los Mártires. Y finalmente, tras la misa de aniversario, en el atrio de la iglesia se procedía a la interpretación de bailes con música a cargo de dulzaineros y tamborileros. En este capítulo, queda en el recuerdo de los más mayores la contratación cada año para la ocasión de «Los Pichilines», acreditado grupo de dulzaineros de la localidad de Peñafiel[116], así como de otro grupo de Coca (Segovia) de nombre desconocido compuesto por unos ocho músicos[117].

A estos ingredientes ya conocidos se sumará otro que, como señalamos con anterioridad, venía siendo objeto de reivindicación desde la década anterior: la procesión de la Virgen de los Mártires por las calles de Íscar. En relación con esta cuestión, tenemos conocimiento de al menos dos quintos nacidos en 1909, Balbino García Lobato e Hilario Hernansanz Merlo, que llegaron a transmitir en vida a sus descendientes el haber pertenecido a la primera quinta en procesionar la imagen de la Virgen[118]. Gracias a esos testimonios y a los registros municipales sobre alistamiento sabemos que ambos fueron objeto de sorteo en 1930, al cumplir veintiún años[119]. Y dado que los mozos entraban en quinta al llegar a los veinte, un año antes de su reclutamiento, podemos situar por tanto esa primera procesión en 1929, año en el que por fin se consiguió llevar a la práctica aquella vieja aspiración popular[120]. Daba así inicio otra costumbre inherente a la fiesta que se consolidó de inmediato, manteniéndose de manera ininterrumpida hasta nuestros días.

Por el contrario, no es posible determinar el momento en el que los quintos comenzaron a llevar un pañuelo blanco bordado anudado al cuello. El relato de V. Torrego no hace alusión a la presencia de este elemento, lo cual no descartaría su uso en 1919. Lo que sí sabemos es que los testimonios orales más antiguos confirman su existencia una década más tarde.

Pero lo que queda fuera de toda duda es que desde finales de los veinte y principios de los treinta del pasado siglo, la fiesta quedaba al fin conformada en lo fundamental, tal y como se ha mantenido hasta la actualidad. Durante el resto siglo xx y las dos primeras décadas del xxi el ritual no ha hecho sino repetirse de manera invariable cada 13 de mayo, con sus lógicas readaptaciones a los nuevos tiempos. En la víspera los quintos hacen acopio de pinos en los pinares del concejo de Íscar y ramas de chopo o álamo en las riberas del Pirón o del Cega con el objeto de conformar una arquitectura efímera de marcado carácter vegetal, tanto en el atrio como en la escalinata de acceso a la iglesia de Santa María de los Mártires.

En esa estructura arquitectónica, los troncos de pinos hacen las veces de columnas, sustentando un entramado de ramas de especies de ribera con el que se imitan arcos, todo ello siguiendo la antigua tradición ligada al Corpus desde mediados del siglo xvii y tomada en préstamo a mediados del xviii para la propia fiesta de los Mártires. El toque final de colorido lo representan las guirnaldas realizadas a base de naranjas a modo de cuentas[121], verdadero distintivo de la celebración iscariense, puesto que la costumbre de utilizar limones, como dijimos, se había perdido a finales de los años veinte. Completando el ritual festivo, los quintos con novia o los que pretendían a alguna joven colocaban o arrojaban en su ventana algunas naranjas durante la madrugada o a primera hora de la mañana, de manera que incluso las que aún lo ignoraban eran conocedoras de que algún mozo las rondaba.

También dentro de los prolegómenos merece atención una costumbre de carácter más íntimo y vertiente sacra en la que se han sucedido diferentes generaciones de devotos iscarienses a lo largo de las últimas nueve décadas. Consiste en preparar a la Virgen de los Mártires en la víspera de su aniversario y procesión[122], vistiéndola con un manto y engalanándola con sus principales atributos: una corona de estrellas y una media luna de plata, amén de un repertorio de joyas.

Las impulsoras de tal cometido inicialmente fueron Petra Cabrero y su hija Felisa Alcalde[123], esta última más tarde en compañía de Juana Merlo. Continuaron con la tradición las hijas de Felisa, Baldomera y Leonor Martín[124], junto con Pascuala Aceves y Tito Ortega. El relevo fue tomado posteriormente por las hijas de Baldomera Martín, Milagros y Maribel Alcalde Martín, que constituyen desde hace años la cuarta generación familiar manteniendo esta tradición[125], con la ayuda inestimable de la familia García Gutiérrez.

Llegado el día 13 de mayo los vecinos de Íscar acuden en masa al oficio religioso. Los quintos se presentan vestidos con sus mejores galas y ataviados con su inequívoco distintivo: un pañuelo blanco anudado al cuello, bordado generalmente por sus madres a base de flores de vistoso colorido y otros motivos vegetales. Tras la misa de aniversario de la titular, con origen en el siglo xv, la imagen de la Virgen de los Mártires sale en procesión, ataviada con alguno de sus mantos[126], siendo bajada en andas desde la iglesia por los quintos, para discurrir a continuación por la calle Real en dirección hacia la plaza Mayor al son de un repertorio musical en el que no falta la jota de Íscar. Con el transcurso de los años los grupos de tamborileros y dulzaineros fueron sustituidos por bandas de música municipales, encargándose en las últimas décadas de ese cometido la Banda Municipal de Coca y, desde mediados de los noventa hasta la actualidad, la Asociación Musical Iscariense. Ya en la plaza Mayor se entona una solemne Salve, para realizar después el recorrido en sentido inverso, en dirección a la iglesia de Santa María de los Mártires, donde tras la preceptiva fotografía de rigor, la imagen es introducida de nuevo en su templo. Como broche final se lleva a cabo una comida de hermandad de todos los quintos del año en curso.

A este conjunto de componentes de la fiesta, que conforma su núcleo troncal, se le han añadido en los últimos años otros nuevos, con el consiguiente enriquecimiento del lenguaje festivo. Uno de los más significativos ha sido, sin duda, la incorporación de la mujer, que se produjo, en principio muy tímidamente, en el año 1982[127]. Algunos años más tarde las mujeres rompieron con otra tradición hasta entonces reservada a los hombres, como era la de portar la imagen de la Virgen en andas, logro que consiguieron llevar a cabo las quintas de 1990[128]. De manera que hoy día la mujer forma parte de la fiesta en condiciones de absoluta igualdad respecto al género masculino.

Ya en el siglo xxi, suprimido el servicio militar obligatorio en 2001, causa principal de la fiesta y su escenografía, su celebración no solo se ha mantenido, sino que ha seguido enriqueciéndose en 2004 con un nuevo y último componente hasta la fecha: la colocación en la víspera de dos arcos conmemorativos ornamentados con enramadas, erigidos por los quintos que celebran su 25º y 50º aniversario respectivamente. El arco conmemorativo de los 25 años se instala habitualmente en la calle Real, a la altura de la confluencia con la calle Braulio Martín. Por su parte, el arco de los 50 años se erige en el tramo inicial de la calle Real, junto a la Plaza Mayor. En la tarde del día de la víspera, ambas quintas objeto de aniversario, integradas por hombres y mujeres y sus respectivos cónyuges, ataviados con sus mejores galas y pañuelos blancos bordados, caminan al son de la música desde la plaza Mayor de Íscar, pasando bajo cada uno de los arcos en dirección a la iglesia de Santa María de los Mártires, donde se celebra un oficio religioso al que sucede una cena de hermandad.

7. Conclusiones

Como se ha podido comprobar, nos encontramos ante una fiesta que no es sino un crisol de múltiples tradiciones. El punto de partida y elemento principal de la misma lo constituye una tradición de carácter sacro personificada en la Virgen de los Mártires, advocación con origen en la Roma de comienzos del siglo vii, recogida tanto por las fuentes tardoantiguas como por los denominados «martirologios históricos». Una onomástica que, al parecer, fue adoptada por la iglesia matriz de Íscar en el tercer cuarto del siglo xv en sustitución de una anterior advocación mariana simple.

Similar carácter religioso se debe atribuir al principal elemento ornamental de la celebración: la colocación de enramadas en el exterior de la iglesia de Santa María de los Mártires. Y es que, si bien puede considerarse heredera de una tradición ancestral de raigambre pagana, esta decoración vegetal es tomada en préstamo en un momento en el que constituía uno de los elementos principales de la escenografía festiva del Corpus Christi en nuestro país, y por ende en Íscar y otros pueblos de la comarca. La proximidad de fechas, el fuerte carácter que imprime la ornamentación vegetal y, por qué no, su fácil acopio en el momento culminante de la primavera, quizás sean las razones que mejor expliquen su progresiva adopción para los aniversarios de cada uno de los titulares de las tres iglesias locales desde mediados del xviii, en paralelo a la fiesta del Santísimo, para después abandonar progresivamente su festividad originaria y convertirse en un elemento inseparable de las nuevas onomásticas que la tomaron prestada, entre ellas el caso que nos ha ocupado.

Desaparecida documentalmente esta costumbre a mediados del siglo xix a consecuencia de los vientos desamortizadores de corte liberal que sacudieron nuestro país, posiblemente será objeto de recuperación, en exclusiva para la parroquia de Santa María de los Mártires, quizás en la segunda década del siglo xx, sino antes, en un contexto histórico caracterizado por un clima bélico de suma crudeza, derivado de nuestra implicación en un conflicto colonial, cuyo inicio coincide plenamente con una drástica reforma de la legislación sobre reclutamiento que, debido a su carácter universal, tuvo consecuencias funestas para los jóvenes de la época.

Es por ello que los quintos de la villa, como herederos en la esfera local de una tradición de gran arraigo popular en el ámbito rural hispano, pasen a convertirse en los principales artífices de la recuperación de las enramadas, si es que alguna vez desaparecieron por completo, y en los reactivadores de la celebración religiosa con una finalidad rogativa, dotando así de nuevos bríos al lenguaje festivo, al quedar embebida la tradición popular dentro de la sacra, sin perder por ello las raíces que le son inherentes. Esta característica le otorgó una nueva dimensión, constituyendo la nota distintiva y diferenciadora respecto a lo que sucede en los demás pueblos de la comarca, cuyas fiestas de quintos aparecen prácticamente despojadas de cualquier atisbo de sacralidad, además de concentrarse en torno al Carnaval, fecha que presumiblemente fueron abandonando de modo paulatino los quintos iscarienses en favor de la festividad de la patrona local.

Por supuesto, desde una perspectiva netamente antropológica, no debemos olvidar que todo ello no deja de ser el reflejo de una doble práctica muy común a diferentes culturas y comunidades a lo largo de la historia. Por una parte, el establecimiento de una ceremonia o rito de paso de los jóvenes a la madurez, al que se le dispensa en esta ocasión una marcada solemnidad religiosa. Por otra, la adopción de un mecanismo de aceptación comunitaria. Ese doble carácter ritual, como expresión colectiva de una sociedad, posiblemente explique como ningún otro su fortaleza y pervivencia, a pesar de la desaparición hace cuatro lustros del que fuera su agente causante en primera instancia: la prestación del servicio militar obligatorio.

Jorge Esteban Molina
Licenciado en Geografía e Historia
D.E.A. en Arqueología



FUENTES DOCUMENTALES

Archivo de la Catedral de Segovia

Códices y manuscritos, B-304-bis.

Archivo General Diocesano de Valladolid

Parroquia de San Miguel de Íscar:

Cuentas de Fábrica nº 1 (1646-1718).

Cuentas de Fábrica nº 3 (1757-1778).

Cuentas de Fábrica nº 4 (1778-1842).

Parroquia de San Pedro de Íscar:

Cuentas de Fábrica nº 4 (1631-1702).

Cuentas de Fábrica nº 5 (1703-1755).

Parroquia de Santa María de los Mártires de Íscar:

Cuentas de Fábrica nº 2 (1680-1735).

Cuentas de Fábrica nº 3 (1736-1775).

Archivo Parroquial de Íscar

Libro de Matrícula Parroquia de Santa María de los Mártires (1902-1913). Reaprovechado parcialmente para anotar una serie de apuntes y datos históricos sobre la parroquia.

Archivo Municipal de Íscar
Caja 291, carpeta 782, Actas de alistamiento 1917.
Caja 293, carpeta 795, Actas de alistamiento 1930.
Caja 411, carpeta 1421, Actas de Sesiones de la Junta de Gobierno 1903.


FUENTES IMPRESAS

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NOTAS

[1] ARRANZ SANTOS, Carlos, «Íscar: La Virgen de los Mártires», Tierra y Pinar, 54, 1985, pp. 6-7.

[2] GONZÁLEZ QUINTANA, Marta y HERNANSANZ MATILLA, Pedro, Historia de Íscar, Valladolid, Diputación Provincial de Valladolid, 1996, pp. 95-96.

[3] FERNÁNDEZ HERNÁNDEZ, Gonzalo, «El Panteón de Roma. Su transformación en la Basílica de Santa María ad Martyres», Revista de Arqueología, 327, 2008a, p. 45. IDEM, «Las consagraciones de las basílicas romanas de San Cosme y Damián, Santa María ad Martyres y San Adriano in tribus fatis», Saitabi, 58, 2008b, p. 74.

[4] El templo fue reconstruido en tiempos de Domiciano y posteriormente bajo el emperador Adriano, siendo también objeto de restauraciones a comienzos del siglo iii por parte de Septimio Severo y Caracalla.

[5]Codex Theodosianus, XIV, 3, 10.

[6] FERNÁNDEZ HERNÁNDEZ, Gonzalo, 2008a, op. cit., p. 45. IDEM, 2008b, op. cit., p. 74.

[7] OVIDIO, Fastos, V, 419-492.

[8] ESPINOSA MARTÍNEZ, Teresa, «Una aproximación a las creencias populares de los romanos: las Lemurias, ¿respeto o temor?», Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Historia Antigua, 19-20, 2006-2007, pp. 257-269.

[9] GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, Rafael, «El culto a los mártires y santos en la cultura cristiana. Origen, evolución y factores de su configuración», Kalakoricos, 5, 2000, p. 184. GONZÁLEZ REBOREDO, Xosé Manuel, «Antecedentes históricos de las fiestas tradicionales», en ALONSO PONGA, José Luis et alii, Las fiestas: de la antropología a la historia y etnografía, Salamanca, Centro de Cultura Tradicional, Diputación Provincial de Salamanca, 1999, p. 15.

[10] TORRA DE ARANA, Eduardo, Guía para visitar los santuarios marianos de Aragón, Madrid, Ediciones Encuentro, 1996, p. 141. Véase también https://atea.webcindario.com/paginas/festividades.htm.

[11] HERAS, Jesús de las, La Orden Calatrava. Religión, guerra y negocio, Madrid, EDAF, 2008, pp. 157-159.

[12]http://virgendelosmartires.blogspot.com/2012/09/historia-de-la-virgen-de-los-martires.html

[13]http://enfontiveros.blogspot.com/2012/01/iglesia-de-nuestra-senora-de-los.html

[14] CALLEJA LÓPEZ, Juan José, Los monjes blancos del valle, Burgos, Aldecoa, 1948, pp. 5 y 61.

[15] CHAMORRO LOZANO, José, «La catedral de Baeza. Estudio histórico-artístico de este monumento», Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, 22, 1959, p. 32.

[16]http://hermandaddelasaludcaceres.blogspot.com/2019/01/restauracion-de-ntra-sra-de-los-martires.html

[17]https://cordobapedia.wikanda.es/wiki/Nuestra_Señora_Reina_de_los_Mártires_(Córdoba)

[18]https://zaragozacool.blogspot.com/2016/09/parroquia-santa-maria-reina-de-los.html

[19] VIZUETE MENDOZA, José Carlos, «Nuestra Señora del Martirio de Ugíjar (Granada): Origen, voto y fiesta», en CAMPOS, Francisco Javier (coord.), Advocaciones Marianas de Gloria, San Lorenzo del Escorial, 2012, pp. 121-138.

[20] MAÑUECO VILLALOBOS, Manuel y ZURITA NIETO, José, Documentos de la Iglesia Colegial de Santa María la Mayor de Valladolid. Siglos xi y xii, Valladolid, Imprenta Castellana, 1917, p. 11.

[21]Ibidem, p. 68.

[22] En el plano religioso Íscar y su Comunidad de Villa y Tierra formaban parte del obispado de Segovia desde su restauración en el año 1120, permaneciendo en esta diócesis hasta 1955.

[23] VILLAR GARCÍA, Luis Miguel, Documentación medieval de la catedral de Segovia (1115-1300), Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca y Ediciones Universidad de Deusto, 1990, p. 203.

[24]Ibidem, pp. 227 y 237.

[25]MARTÍN, José Luis (dir.), Propiedades del Cabildo segoviano, sistemas de cultivo y modos de explotación de la tierra a finales del siglo xiii, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 1981, p. 155. ARRANZ SANTOS, Carlos, Villa y Tierra de Íscar, Valladolid, 1995, p. 652. Esa reiteración a la hora de definir a la iglesia iscariense en un documento que, por otra parte, destila notable minuciosidad, representa un argumento a tener muy en cuenta de cara a la consideración de Santa María como advocación vigente en Íscar durante sus primeros siglos de existencia.

[26] BARTOLOMÉ, Bonifacio, «Una visita pastoral a la diócesis de Segovia durante los años 1446 y 1447», En la España Medieval, 18, 1995, p. 349. Archivo de la Catedral de Segovia, Códices y manuscritos, B-304-bis. La transcripción aquí incluida del fragmento alusivo a Íscar y Santibáñez a partir del documento original contiene ligeras pero significativas variaciones respecto al citado trabajo, habiendo sido consensuada además con el propio autor del citado artículo. Se resumen en la inclusión del término Santa tachado y la conjunción copulativa e en el final de la última línea: «…con Santa María e de Satyvannez». Con ello queda disipada la duda que ofrecía la aparente identificación de una advocación mariana en Santibáñez. Y es que la única parroquia de la desaparecida aldea de la Tierra de Íscar estaba consagrada a San Juan Bautista, de la que derivaba su propio nombre. Sobre este asunto véase ARRANZ SANTOS, Carlos, 1995, op. cit., p. 96.

[27] REYES, Fermín de los (Ed.), Sinodal de Aguilafuente. Primer libro impreso en España (Segovia, Juan Parix, c. 1472), Segovia, Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, 2004, pp. 98, 99 y 104. La trascripción es obra de Susana Vilches y Pompeyo Martín.

[28] La documentación de la parroquia de Santa María de los Mártires depositada en el Archivo General Diocesano de Valladolid incluye libros de bautismos, defunciones, matrimonios, tazmías y fábrica, además otros de diversas cofradías, abarcando desde finales del siglo xvi al año 1902.

[29] A este respecto, si bien son algo posteriores, tanto el retablo mayor como la talla de la titular de la parroquia pudieran ser fruto de la consolidación de la nueva onomástica. La imagen de la titular ha sido fechada en siglo xvi grosso modo y el retablo mayor plateresco en el segundo tercio de la misma centuria (véase BRASAS EGIDO, José Carlos, Catálogo Monumental de la Provincia de Valladolid, t. X: Antiguo Partido Judicial de Olmedo, Valladolid, Diputación Provincial de Valladolid, 1977, p. 89).

[30] FERNÁNDEZ CONDE, Francisco Javier, La religiosidad medieval en España. II, Plena Edad Media (ss. XI-XIII), Oviedo, Ediciones Trea, 2005, p. 480.

[31] QUENTIN, Henri, Les martyrologes historiques du Moyen-Âge. Étude sur la formation du martyrologe romain, París, J. Gabalda & Cie., 1908. GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, Rafael, op. cit., p. 171.

[32] QUENTIN, Henri, op. cit., pp. 51 y 636-641. Del mismo modo que ambas efemérides también serán recogidas con posterioridad en el Martirologio Romano que sustituyó a los anteriores a partir de 1583.

[33] Los libros de fábrica más antiguos conservados son los de la parroquia de San Pedro (1518), seguidos de Santa María de los Mártires (1614) y San Miguel (1646).

[34] VALIENTE TIMÓN, Santiago, «La fiesta del Corpus Christi en el Reino de Castilla durante la Edad Moderna», Ab Initio, 3, 2011, pp. 45-46.

[35]Ibidem, p. 46.

[36] GONZÁLEZ REBOREDO, Xosé Manuel, op. cit., p. 25. BURRIEZA SÁNCHEZ, Javier, «Hoy cielo y tierra compiten. El Corpus Christi, la fiesta de la Presencia y de las presencias», en REBOLLO MATÍAS, Alejandro (dir.), Corpus Christi. Historia y celebración, Valladolid, Arzobispado de Valladolid, p. 15.

[37] GONZÁLEZ REBOREDO, Xosé Manuel, op. cit., p. 25.

[38] VALIENTE TIMÓN, Santiago, op. cit., p. 47.

[39]Ibidem. MUÑOZ SANTOS, M.ª Evangelina, «La fiesta del Corpus Christi del año 1658 en Alcalá de Henares», en CAMPOS Y FERNANDEZ DE SEVILLA, Francisco Javier (coord.), Religiosidad y ceremonias en torno a la eucaristía, Actas del Simposium, San Lorenzo del Escorial, Estudios Superiores del Escorial, vol. 2, 2003, p. 1152.

[40] CARO BAROJA, Julio, El estío festivo. Fiestas populares del verano, Madrid, Taurus, 1984, p. 53.

[41] VALIENTE TIMÓN, Santiago, op. cit., pp. 52-54.

[42]Ibidem, pp. 49-51.

[43] GONZÁLEZ SÁNCHEZ, José Luis, «La fiesta de la enramada en dos municipios castellanos: Cuevas del Valle (Ávila) y Paredes de Nava (Palencia)», Trasierra. Boletín de la Sociedad de Estudios del Valle del Tiétar, 6, 2007, p. 314.

[44] SÁNCHEZ DEL BARRIO, Antonio, Fiestas y ritos tradicionales, Valladolid, Castilla Ediciones, 1999, p. 73.

[45] CARO BAROJA, Julio, 1984, op. cit., pp. 112-113. GONZÁLEZ REBOREDO, Xosé Manuel, op. cit., p. 24.

[46] CARO BAROJA, Julio, La estación del amor. Fiestas populares de mayo a San Juan, Madrid, Taurus, 1979, p. 114. SÁNCHEZ DEL BARRIO, Antonio, op. cit., p. 74.

[47] GONZÁLEZ SANCHEZ, José Luis, op. cit., pp. 319-320.

[48] GONZÁLEZ REBOREDO, Xosé Manuel, op. cit., p. 24.

[49] Véase nota 31. SÁNCHEZ DEL BARRIO, Antonio, op. cit., pp. 74-75.

[50]Ibidem, pp. 78-79.

[51] GONZÁLEZ SANCHEZ, José Luis, op. cit., p. 320.

[52] BEDERA, Cristina, «Las enramadas del valle del Cega. Cantos de tradición oral en Megeces», Revista de Folklore, 150, 1993, pp. 203-210. ARRANZ SANTOS, Carlos, 1995, op. cit., p. 269.

[53]Ibidem, pp. 347 y 674. Las primeras cuentas de la cofradía se remontan al año 1587.

[54]Ibidem, p. 347.

[55] Archivo General Diocesano de Valladolid (en adelante AGDVa), Parroquia de San Miguel de Iscar (en adelante IPSMg), Cuentas de Fábrica nº 1 (1646-1718), cuentas de 1658, f. 53v.

[56] No en vano, la procesión del Corpus Christi en Íscar sigue teniendo hoy día su inicio en la iglesia de San Miguel.

[57] AGDVa, IPSMg, Cuentas de Fábrica nº 1 (1646-1718), cuentas de 1665, s/f.

[58] ARRANZ SANTOS, Carlos, 1995, op. cit., p. 269. AGDVa, IPSMg, Cuentas de Fábrica nº 1 (1646-1718), cuentas de 1667, s/f. La iglesia de San Miguel estaba delimitada por un murete en cuyo interior se extendía el cementerio parroquial. El camposanto estuvo en uso hasta mediados del siglo xix, mientras que el murete fue derribado a mediados del siglo xx.

[59] AGDVa, Parroquia de San Pedro de Iscar (en adelante IPSPº), Cuentas de Fábrica nº 4 (1631-1702), cuentas de 1679-80, s/f.

[60] AGDVa, Parroquia de Santa María de los Mártires (en adelante IPSMª), Cuentas de Fábrica nº 2 (1680-1735), cuentas de 1680, s/f.

[61] En las primeras décadas del siglo xix irán desapareciendo progresivamente de los libros de fábrica las anotaciones de gastos destinados a enramadas para el día del Corpus Christi. Así, el último asiento para este cometido en Santa María se constata en 1817, en San Miguel en 1819 y en San Pedro en 1830.

[62] AGDVa, IPSPº, Cuentas de Fábrica nº 5 (1703-1755), cuentas de 1719, f. 84v.

[63] AGDVa, IPSPº, Cuentas de Fábrica nº 5 (1703-1755), cuentas de 1755, f. 262v.

[64] AGDVa, IPSMª, Cuentas de Fábrica nº 3 (1736-1775), cuentas de 1757, f. 120v.

[65] AGDVa, IPSMg, Cuentas de Fábrica nº 3 (1757-1778), cuentas de 1771, f. 203r.

[66] AGDVa, IPSMg, Cuentas de Fábrica nº 4 (1778-1842), cuentas de 1796, f. 186v.

[67]Decreto del Regente de Reino de 30 de Mayo de 1842, Boletín Oficial de Segovia nº 67, 7 de Junio de 1842, p. 2: «De las tres parroquias que existen en Íscar solo se conservará la de San Pedro, uniéndosele las restantes». A pesar de estar destinada a convertirse en la única parroquia de Íscar, la de San Pedro fue paradójicamente la única que finalmente cerró al culto, al hacerse caso omiso del decreto de 1842.

[68] A modo comparativo, sí que se consignan anualmente, por ejemplo, los gastos derivados de la adquisición de ramos para el Domingo de Ramos entre 1855-1905.

[69] PUELL DE LA VILLA, Fernando, El soldado desconocido. De la leva a la «mili», Madrid, Biblioteca Nueva, 1996, p. 27. BORREGUERO BELTRÁN, Cristina, «¡Viva los quintos! Llegar a ser quinto en la sociedad tradicional», en VV.AA. Los quintos, Urueña, Fundación Joaquín Díaz, 2002, p. 60.

[70] BORREGUERO BELTRÁN, Cristina, El reclutamiento militar por quintas en la España del siglo xviii. Orígenes del servicio militar obligatorio, Valladolid, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Valladolid, 1989, p. 50. PUELL DE LA VILLA, op. cit., p. 41.

[71]Ibidem, p. 48.

[72] BORREGUERO BELTRÁN, Cristina, 1989, op. cit., p. 82. MOLINA DUQUE, José Fidel, Quintas y servicio militar: Aspectos sociológicos y antropológicos de la conscripción (Lleida, 1878-1960), Lleida, Servei de Publicacions de la Universidad de Lleida, 1998, p. 43.

[73] BORREGUERO BELTRÁN, Cristina, 1989, op. cit., p. 91.

[74]IDEM, 2002, op. cit., p. 61.

[75] FEIJOO GÓMEZ, Albino, Quintas y protesta social en el siglo xix, Madrid, Ministerio de Defensa, Secretaría General Técnica, 1996, p. 33.

[76] PUELL DE LA VILLA, Fernando, op. cit., p. 62.

[77] BORREGUERO BELTRÁN, Cristina, 1989, op. cit., p. 347.

[78] FEIJOO GÓMEZ, Albino, op. cit., p. 208.

[79] PUELL DE LA VILLA, Fernando, op. cit., p. 190.

[80] BORREGUERO BELTRÁN, Cristina, 1989, op. cit., p. 185. PUELL DE LA VILLA, Fernando, op. cit., p. 190.

[81]FEIJOO GÓMEZ, Albino, op. cit., p. 270. GRANDA LORENZO, Sara y MARTÍNEZ PEÑAS, Leandro, «La legislación española de reclutamiento militar», en ALÍA MIRANDA, Francisco (coord.), La Guerra de Marruecos y la España de su tiempo (1909-1927). Ciudad Real, Sociedad Don Quijote de Conmoraciones Culturales de Castilla-La Mancha, Universidad de Castilla-La Mancha, 2009, pp. 69-70.

[82] FEIJOO GÓMEZ, Albino, op. cit., p. 37.

[83] PUELL DE LA VILLA, Fernando, op. cit., p. 161.

[84] FRIEYRO DE LARA, Beatriz, El reclutamiento militar en la crisis de la Restauración: el caso riojano (1896-1923), Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, 2000, pp. 55-56.

[85] PUELL DE LA VILLA, Fernando, op. cit., p. 272.

[86]Ibidem, p. 176.

[87] BORREGUERO BELTRÁN, Cristina, 2002, op. cit., pp. 79-80.

[88] SÁNCHEZ MARCO, Luis José, «La identidad nacional y la guerra de Marruecos», en LORENZANA DE LA PUENTE, Felipe y MATEOS ASCACIBAR, Francisco Javier (coords.), Actas de las III Jornadas de Historia de Llerena, Llerena, Sociedad Extremeña de Historia, 2002, p. 304, nota 24.

[89] FEIJOO GÓMEZ, Albino, op. cit., p. 221.

[90] MOLINA DUQUE, José Fidel, op. cit., p. 83.

[91]Ibidem, p. 88.

[92]Ibidem, p. 7.

[93]Ibidem, p. 86.

[94]Ibidem, p. 90.

[95]Ibidem, p. 94. GONZÁLEZ CASARRUBIOS, Consolación y GONZÁLEZ-POLA, Pablo, «Las sociedades de quintos: su vinculación con los ritos de paso y con el ciclo festivo español», en VV.AA., Los quintos, Urueña, Fundación Joaquín Díaz, 2002, pp. 36-37.

[96]Ibidem, p. 28.

[97] Al parecer, las dependencias municipales sufrieron un incendio en el que se perdió un gran volumen de documentación de diversa índole, en algunos casos con varios siglos de antigüedad.

[98] Archivo Municipal de Íscar (en adelante AMI), Actas de Sesiones de la Junta de Gobierno, Caja 411, carpeta 1421, acta 11/01/1903, ff. 48v, 49r y 49v.

[99] AMI, Caja 291, carpeta 782.

[100] MOLINA DUQUE, José Fidel, op. cit., p. 89.

[101] En concreto Julio Garzón, nacido en 1928, y Máxima del Caño Sanz, nacida en 1929, a quienes agradecemos esta valiosa información.

[102] SÁNCHEZ DEL BARRIO, Antonio, op. cit., pp. 44-45.

[103] GONZÁLEZ CASARRUBIOS, Consolación y GONZÁLEZ-POLA, Pablo, op. cit, pp. 23-25.

[104] Dato facilitado por los hermanos Teodoro y Guillermo Merlo, quintos en 1963 y 1964 respectivamente.

[105] Esta costumbre ha experimentado múltiples cambios de ubicación: plaza Mayor, plaza de Torrevieja, amén de distintos puntos de las afueras de Íscar. En una de sus últimas localizaciones del extrarradio se habilitó hace pocos años una nueva plaza que sirviera para proceder a la colocación del mayo cada año. Entroncada con ella está la tradición de colocar el mismo día un pinillo en el castillo de Íscar por parte de los «cuartos», los mozos que serán quintos al año siguiente, que se remontaría al año 1944, según el testimonio de Marcial Caviedes Sanz, «cuarto» nacido en 1925.

[106] De hecho, en la redacción de la Ley de Reclutamiento de 1912 se tuvieron en cuenta los acontecimientos previos de 1909 en África y la Península, como la Semana Trágica de Barcelona. Véase GRANDA LORENZO, Sara y MARTÍNEZ PEÑAS, Leandro, op. cit., p. 81.

[107] MACÍAS FERNÁNDEZ, Daniel, «Las campañas de Marruecos (1909-1927)», Revista Universitaria de Historia Militar, vol. 2, nº 3, 2013, p. 61.

[108] PUELL DE LA VILLA, Fernando, op. cit., pp. 266 y 271.

[109] SÁNCHEZ DEL BARRIO, Antonio, op. cit., p. 79.

[110]http://www.elespinar.es/informacion-turistica/turismo-cultural/fiestas-y-tradiciones.html

[111]https://www.17pueblos.es/hablando-la-funcion-los-soldados-fiesta-pedroche-1/

[112] Archivo Parroquial de Íscar, Libro de Matrícula Parroquia de Santa María de los Mártires (1902-1913), ff. 37r y 37v. Vicente Torrego aprovechó varios folios de este libro de matrícula supuestamente amortizado como soporte para su narración (en concreto, del 32r al 44r).

[113] Si bien en el caso de los limones la costumbre no se ha mantenido. De hecho, como veremos a continuación, las fuentes orales no constatan la presencia del cítrico en la ornamentación en los años 30.

[114] Véase nota 30.

[115] Los datos que presentamos sobre este periodo de finales de la década de los 20 y principios de los 30 del siglo pasado fueron proporcionados por Mariano Hernansanz Velasco, nacido en 1921, una de las personas más longevas de Íscar a día de hoy.

[116] Dato confirmado por Mariano Hernansanz Velasco. También recogido por ARRANZ SANTOS, Carlos, 1985, op. cit., p. 7.

[117] Según información de Marcial Caviedes Sanz y Máxima del Caño Sanz.

[118] Agradecemos encarecidamente dicha información a las hijas de aquellos dos quintos, Concha García Fernández y Carmina Hernansanz Hernansanz.

[119] AMI, Caja 293, carpeta 795. Actas de alistamiento de 1930.

[120] Arranz Santos ya señalaba de un modo bastante atinado que la primera procesión pudo celebrarse en 1930, tan solo un año más tarde. Véase ARRANZ SANTOS, Carlos, 1985, op. cit., p. 7.

[121] Es de suponer que en aquel momento las naranjas serían todo un artículo de lujo, lo que es fiel reflejo de la importancia simbólica, además de ornamental, que se le otorgó a esta fruta en el contexto de la fiesta.

[122] Si bien desde hace una década esa tarea se ha adelantado a la víspera del novenario previo a su festividad, que da comienzo el 4 de mayo.

[123] Como constancia de su voto, ambas donaron la media luna en plata que, colocada a los pies de la Virgen de los Mártires, constituye uno de sus principales atributos. En ella reza la siguiente inscripción: «Recuerdo de Felisa Alcalde y Petra Cabrero Año 1935».

[124] ARRANZ SANTOS, Carlos, 1985, op. cit., p. 7.

[125] Incluso las hijas y demás descendencia de Milagros Martin ya colaboran en las tareas, de manera que se puede hablar en propiedad de una quinta y sexta generación en ciernes.

[126] La virgen dispone en concreto de tres mantos. Uno está confeccionado con damasco rojo y bordado en hilo de oro, conocido como el «manto del pueblo», encargado por Bonifacia Merlo Alcalde desde Buenos Aires. Otro es el llamado «manto de doña Valentina», encargado hace décadas por Valentina Velasco García. Un tercero fue bordado personalmente y donado por Dorotea Sanz Ballesteros. Datos recopilados por Susana Merlo de la Fuente.

[127] ARRANZ SANTOS, Carlos, 1985, op. cit., p. 7. Nuestras informantes nos señalaron las reticencias de sus padres a que formaran parte de una fiesta considerada hasta ese momento eminentemente masculina y ligada a la conscripción. Según información de Luisa Sanz Santos, aquellas primeras quintas se llamaron a sí mismas «naranjitas», ingenioso apelativo que fusionaba el principal elemento ornamental de la fiesta iscariense con «Naranjito», la mascota del Campeonato Mundial de Fútbol disputado en España en 1982.

[128] Dato proporcionado por Milagros Alcalde Martín y contrastado con documentación fotográfica.



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La fiesta de Santa María de los Mártires y Los Quintos en Íscar (Valladolid): raíces históricas, conformación y evolución reciente

ESTEBAN MOLINA, Jorge

Publicado en el año 2019 en la Revista de Folklore número 453.

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