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El amplísimo corpus de fórmulas literarias, entreveradas de oración y conjuro, que la tradición oral hispánica ha consagrado al devenir del día y de la noche, al cuidado de la casa, de los animales domésticos, y aún del propio cuerpo, parece revelarse al afán clasificatorio con que el investigador pretende delimitarlo. Y así, a poco de ver la luz un corpus que intentaba clasificar cuantas rimas y versillos de carácter apotropaico habían ido apareciendo en recolecciones y colectas (1), puso el trabajo de campo en nuestras manos tres formulillas nuevas que nuestros padres y abuelos utilizaron antaño para encender o avivar la lumbre mortecina, y aún para ahuyentar por la chimenea o el tejado el molesto humo provocado por los revolcones del aire o por la leña verde de tan mala combustión.
Para entender bien la importancia y el papel que tuvo el fuego en los hogares sin luz eléctrica, sin calefacción y sin demasiadas ventanas, leamos despacio las reflexiones que al respecto se hacen en un libro dedicado a la navidad riojana: “Tenemos que volver la vista muy atrás para poder comprender qué significaba la lumbre encendida en una casa: Fuego, calor, cocina, luz, seguridad, armonía. Por los cinco sentidos entraban los colores de las llamas, el crepitar de las ascuas, el olor de la leña, el sabor del cocido diario, el calor del fuego sobre la piel. Chimeneas, cocinas u hogares bajos, centro de unión y reunión de las familias, donde se contaban las más variadas historias, reales e inventadas, donde no se empezaba a comer hasta que el abuelo bendijera la comida, donde calentar y secarse después de un día frío o lluvioso” (2).
Cuando la leña estaba verde y aún jugosa, o cuando la humedad del ambiente, la nieve o la lluvia habían remojado las hacinas del corral, resultaba complicado encender la lumbre. En el primer caso, las ramas aún poco secas llenaban la cocina de un humo agrio, que picaba en los ojos y se adhería a la ropa. Y así dice una copla recogida en tierra zamorana:
El amor del estudiante
es amor inoportuno,
es como la leña verde
que llena la casa de humo (3).
Pero había cocinas más ennegrecidas que de costumbre, a fuerza de un humo rebelde que, por la mala ubicación del tiro, se negaba a abandonar el recinto; y una copla cantada al compás de la guitarra y los yerros dice así:
Vamonos compañeritos,
que la cocina es humosa
y no hay claridad bastante
para pintar a esta rosa (4).
Fueron infinitas las formas que adoptó el hombre para encender la lumbre en el interior de sus casas. Antaño la inmensa mayoría de los hogares estaban en el centro de la cocina y para encuadrar el fuego se utilizaron piedras de todo tipo e incluso redondas muelas de molino, resquebrajadas o muy romas por el uso. Estas lumbres enviaban al aire fuertes columnas de humo que encontraban la salida en pequeñas oquedades situadas en bóvedas apropiadas: arriba del todo tenían una bovedilla, que la de Tía Mina toavía la tiene, era como un paraguas, pero sin el picu d’arriba. Era una joraca, por donde se iba el jumo. Y abaju, en el suelu, había una piedra redonda con un escaño a un lau, y en los otrus los tajus de maera, sin espaldar ni na, así, así era (5). Poco a poco el fuego fue buscando el cobijo de la pared, y las lumbres se hicieron en el suelo –a veces, sobre una piedra lumbrera, que no alzaba del suelo sino tres o cuatro dedos– pero arrimadas a un entrante cóncavo practicado en el muro. Esa acanaladura vertical de la pared, por la que ascendía el humo se llamó en algunos lugares de la Sierra Madrileña el fraile, sin duda por el color negro que tenía siempre. Pero fueron muchas, muchísimas las viviendas campesinas que en España carecieron de chimenea, y el humo buscaba por la tablazón del tejado el camino de las tejas o las lanchas de pizarra que servían de cubierta: la mí casa era de esas, sí señor, como todas las de antoncis, no había chimenea. Algunas tenían dos bujeros en la paer, chiquininos, pero por ahí también se escapaba el humo, aunque lo más salía por las tablas, por eso estaba to mu renegríu pero así se curaban las castañas y lo poquitu que se mataba del cerdu (6).
Los útiles con que manipular la lumbre fueron, como la inmensa mayoría del ajuar doméstico que usaban los menestrales y campesinos, pobres y escasos. En algunas zonas del Campoo cántabro formaban la hoguera a partir de un poderoso tronco horizontal que llamaban el trabasero. Pero en otras zonas los campesinos depositaban la leña sobre dos soportes metálicos que, a modo de pequeñas borriquetas, aguantaban la pira, eran los morillos que el diccionario Larousse define en singular como: “n. m. Soporte para sustentar la leña en el hogar”. Una adivinanza popular, recogida en el Guadarrama Madrileño los pinta acentuando el carácter dual que siempre tuvieron:
Caliente traigo la porra
más caliente traigo el rabo
y la carga que nos echan
la sufrimos yo y mi hermano (7).
Para colocar los tizones, escarbar en las brasas y manejar la incandescente estructura se usaron las tenazas, poderoso instrumento donde los herreros del lugar dejaban su firma en forma de retorcidos adornos, improntas florales o iniciales incisas. Las tenazas sirvieron también –y lo veremos en Yuso – como amuleto defensivo contra las fuerzas que el maligno podía enviar por la chimenea en forma de brujas o malos aires. Como acontece también con otros instrumentos del ajuar doméstico, que comienzan con la letra T, las tenazas antepusieron, en amplias áreas del sur y este peninsulares la partícula es a su nombre, siendo conocidas allí como, estenazas; al igual que decían estijeras (8) por tijeras o estrébedes (9) por trébedes.
Las trébedes o estrébedes son una mediana estructura férrea construida a golpe de bigornia que sirve para sustentar los recipientes puestos al fuego; especialmente las sartenes, pues a veces disponían de un soporte vertical donde asegurar el peligroso rabo de la sartén. La palabra trébede, del latín tripes, –_dis, que tiene tres pies, evolucionó en zonas como el Bajo Aragón en variantes dialectales como estrudes. Una adivinanza del Oriente Asturiano, describe a la perfección la forma de este trebejo:
Tres pies y una corona.
Trébedes son, tontona (10).
Para proporcionar al fuego el oxígeno imprescindible en la combustión, se utilizó el aire de los carrillos, el soplillo de esparto, el periódico doblado y, sobre todo el fuelle. Este instrumento fabricado con hierro, madera y cuero reunía en sí tres materias primas procedentes de otros tantos reinos naturales.
Pero el fuelle fue en muchos, en muchísimos hogares españoles un signo de bienestar y lujo no apto para economías de mera subsistencia. Y entonces, para no acercar demasiado la cara al fuego abrasador y para no soplar cerca de la molesta ceniza, se utilizaba a veces un tubo hueco a modo de cerbatana que en un pueblo cordobés me describieron así: fueyeh no había en toah lah casa, lo que teníamo era un tubo que le desíamo er soplón, er que podía lo tenía de jierro, y otros jahta de caña, hueco, claro, y por ahí soplábamo la lumbre (11).
Pero a veces, por mucho aire que insuflaran a la lumbre el coqueto fuelle o el rústico soplón, resultaba imposible atizar la pirámide de ramas y troncos que debía calentar la cocina y hacer hervir el puchero y las ollas. Había entonces que recurrir a la maña, a la paciencia e incluso a un conjuro como este que recogimos en la Sierra Madrileña:
Arder arder
candelitas de fraile
Cuando mate una gallina
Pa ti el pico y pa mí la carne (12).
Prendida ya la luminaria, hubo, como vimos, cocinas muy humosas, donde olía a zorrera desde la calle, donde útiles y enseres trascendían a rancio y donde continuas y superpuestas manos de cal no conseguían blanquear las paredes. Hubo también fórmulas para pedir cortésmente al humo que ascendiese al cielo por el cañón de la chimenea o por entre la tablazón del tejado. En tierra hurdana tuvimos la suerte de recoger un maravilloso cúmulo de tradiciones locales, entre las que se encontraba este conjuro para tal efecto:
Jumo, jumerio
vaite p’al cielo
Que allí está mi abuelo
contando dinero.
Le pideh una pesetita,
si no te la da,
coheh un palo
y lo haceh bailar (13).
Alrededor de la lumbre, sentados según edades en escaños o tajuelas, la familia trataba sobre la economía doméstica, sobre las bodas en ciernes, sobre el curso de las cosechas o sobre la herencia y su partimiento que dejó el tío fulano. Los niños dormitaban en el alda de su madre arrullados por el canto y mecidos por el mágico vaivén en espiral de los husos donde se iba depositando el lino de las sábanas o el paño de los jubones. La juventud, por su parte, utilizaba aquel espacio intergeneracional para ejercitar los juegos con que una edad tras de otra habían entretenido la prolongada noche invernal. Alguno de estos holgorios tuvo por adminículo un tizón de la propia lumbre como nos contaban en la hurdana Aceitunilla: Esu… en mi casa que hacíamos tantus seranus, que entonces quemábamos mucha leña, que antoncis no había luz, todo era con candil de aceite. Y ancendíamus los palus de la lumbre, estábamos tos sentaus así, en corro, y empezaba por una punta el uno con el palo ancendíu, y decía:
Ancendiu te la doy
con el chiviri mormote,
si la dehah apagá,
pagarás con el cogote (14).
Es curioso señalar cómo en aquellos entretenimientos de reunión, se echaban a la lumbre pequeñas partículas inflamables que muchas veces asumían la personalidad de quienes intervenían en el juego. En el Rebollar Salmantino aseguraban que: cuando se jacía el aspaiju del linu, se cohían las aristas, que eran como pahita. Cuando estabamos a la lumbre, se cohían dos,que eran las de los novius, y se echaban a la lumbre, asina, por arriba, y si se apagaba primeru la de el hombri, era que la iba a dehal él a ella (15). Seguramente pertenece al mismo ritual relacionado con la vida y el fuego, esta otra práctica que recogimos en el norte de Soria: Cuando se echaba un papel a la lumbre y se estaba terminando de consumir decíamos:
Las monjitas se van a acostar
y la madre abadesa se queda a cerrar (16).
Era imprescindible mantener la lumbre viva, para tener caldeada la estancia y para romper las tinieblas que surgían desde los rincones lóbregos de la cocina. En muchas zonas de España utilizaron el excremento de vaca como combustible de alto valor calorífico, ya fuera echando una espuerta de esta basura al fondo de la lumbre: cuando ya estaba encendida la chimenea, echaban una espuerta de la basura que recogían en la casilla, la echaban al fondo y eso guardaba mucho el calor, que es lo que buscaban, sobre todo en el invierno que hacía tanto frío (17), ya fuese alimentando el fuego con boñigas secas de vaca (18).
Si la lumbre desmayaba, otra fórmula venía en auxilio de los vecinos sorianos que intentaban avivar las exangües brasas:
San Miguel
ayúdanos a encender
que después de encendido
se nos ha amortecido (19).
Normalmente a la medianoche comenzaban los mayores a dejar el respaldado escaño, los hombres depositaban la baraja en el cajón de la mesa, las madres acostaban al chicuelo dormido en el confortable escanillo… y la reunión se deshacía. Comenzaba entonces el ama de casa el ritual de la ceniza: yo toavía lo hagu, cuando estoy sola. Si están las chicas lo dehan to de cualquier manera, pero cuando yo estoy sola me gusta arrebuhar la lumbre, que así decían las viejas, arrebuhala pa que luegu, al otru día, al levantase, encontrar allí un pocu de calor revolviendo la ceniza, y que además con esu encendían, no vayas a creer (20). La tarea de enterrar las ascuas vivas con la propia ceniza de la lumbre era una medida de protección contra el incendio nocturno, que alguna chispa incontrolada pudiera provocar y además permitía renovar el fuego por la mañana sin necesidad de gastar una de aquellas, tan valiosas cerillas.
Pero como el hueco de la chimenea era la única entrada a la vivienda que permanecía abierta durante la noche, había que imprimir también al postrer ceremonial de la lumbre, un toque mágico–religioso que –con las tenazas por talismán– vedase el paso a las malas presencias: Decía mi abuela «vamos a inos a la cama» y to el rescoldo que quedaba, porque se acababa la lumbre, empezaba todo a tapala y decía eso y nos santiguábamos todos.
Si viene Dios que encuentre luz
si viene el diablo las tenazas en cruz (21).
En los versillos que conforman estas fórmulas rituales, encontramos, a veces, alusiones a la lumbre latente que, dormida entre la ceniza, se avivará en la mañana, y al bendito San Lorenzo que, por su muerte en la parrilla, protegerá la casa del temido incendio. En una versión recabada en el Rincón de la Sierra Madrileña, se dice:
Lumbre dejo, lumbre hallo.
Los ángeles vengan a cobijarnos.
La bendita Santa Ana nos libre de fuegos y llamas.
Y el bendito San Lorenzo nos libre del incendio (22).
Como un nuevo ave fénix, cada mañana surgía en las lareiras gallegas, en los tsumes asturianos, en las candelas andaluzas, en los focs levantinos y en las lumbres castellanas el milagro del fuego renovado. Desenterradas las brasas, no faltaba una vecina madrugadora que –como la virgen necia de la parábola– buscaba el germen de su lumbre en casa ajena: de eso me acuerdo yo, siendo pequeña, en casa de mi hermana Aurora, que ya estaba casada, venía una vecina a pedir un tizón para encender, era un palo cogido por un borde y al otro, el que estaba encendido, le iba soplando, para que no se le apagase, y poder encender en su casa (23). Costumbre ésta que observaban todavía las mujeres sefarditas del pasado siglo: Cuando una visina venía con poco tiempo, se disía «una brasica », porque vinía la visina a por eia, para ensender el fuego, y tinía que irse con prisa, para que no se amatara la brasica. La ievaba en un finyan (24). Y dejemos a la hacendosas judías de Rodas, y a las aldeanas de España comenzar su larga y fatigosa jornada que, tras de encender el fuego sagrado del hogar, las llevará al río con la ropa, al horno con la masa, a los campos y a las calles velando siempre por el bienestar de los suyos.
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NOTAS
(1) FRAILE GIL, J. M.: Conjuros y plegarias de Tradición Oral. Ed. La Compañía Literaria–Centro de Documentación Etnográfica Joaquín Díaz. Madrid 2000. 381 pp. Este libro fue un intento de enumerar estas formulas para–religiosas, de acuerdo con los siguientes apartados: I.– El hombre bajo el firmamento. II.– La noche, el día y los quehaceres. III.– La iglesia y los sacramentos. IV.– Bendiciones, favores y oraciones. V.– Para curar al hombre y a los animales. En el segundo de estos apartados van por derecho propio las tres nuevas formulillas relacionadas con el fuego que presentamos en este artículo. En el quinto y último apartado se inscribiría el conjuro que recogí en San Martín de la Vega (Madrid), para despertar a los miembros dormidos, y la oración para impedir que los ávidos ofidios mamaran el pecho de las mujeres lactantes, recogida en Oliva de Plasencia (Cáceres) (Véase el conjuro publicado en esta Revista por DOMÍNGUEZ MORENO, José María: “La lactancia en la Alta Extremadura”, Valladolid, 1988, Tomo 8a, p. 152).
(2) ASENSIO GARCÍA, Javier y ORTIZ VIANA, Helena: La Navidad Riojana. Villancicos, aguinaldos, romances y leyendas, Editorial Piedra de Rayo, Logroño, 2005, pp. 97–100.
(3) La cantó en Villaseco del Pan, a ritmo de jota con la pandereta, Tránsito Baz Muelas de 67 años de edad. Fue grabada el día 8 de noviembre de 1994 por J. M. Fraile Gil , J. M. Calle Ontoso y S. Weich-Shahak.
(4) Cantada a ritmo de jota, por un grupo de guitarreros, entre los que estaba el gallo de El Molar, en Valdemanco. Fue grabada en febrero de 1982 por J. M. Fraile Gil y A. Lorenzo Vélez.
(5) Informes dictados por Ángeles Vejo Gutiérrez, de 77 años de edad. Fueron recogidos en Caloca (Valle de Liébana–Cantabria) por J. M. Fraile Gil.
(6) Informes dictados por Ricarda Iglesias Montes de 60 años de edad. Fueron grabados en Aceitunilla (C. J. Nuñomoral–Cáceres) el día 7 de diciembre de 1996 por J. M. Fraile Gil, P. Martín Jorge y J. Arias González.
(7) Recitada por Florencia Ángeles García Martín de 54 años de edad. Fue grabada en Robledondo (Ayto. Santa María de la Alameda), el día 4 de febrero de 1993 por J. M. Fraile Gil, M. León Fernández, J. M. Calle Ontoso y S. Alonso de Martín. Publicada en: FRAILE GIL, J. M.: La poesía infantil Madrileña, Col. Biblioteca Básica Madrileña, nº 8, Ed. Consejería de Cultura, Madrid, 1994. p. 335, nº 13.
(8) La partícula “es”, antepuesta a estos sustantivos, constituye, en términos filológicos, una prótesis popular vulgar, semejante a la “a” que, en algunas zonas, se antepone a sustantivos como foto, radio o moto. En Yecla (Murcia) cantaban en las peticiones aguilanderas una coplilla relacionada con el primer indumento infantil (véase al respecto, en esta misma Revista, el artículo : “La canastilla del Niño. Un villancico enumerativo”. 24-1. pp. 75–80) que dice: ¡Qué hermosas estijeritas/que tiene Santa Isabel!/para cortar los pañales/al Niño que va a nacer. Cantó Juan Carlos Andrés Ortega, de 37 años de edad. Fue grabada en abril de 2005 por J. M. Fraile Gil. La lengua catalana ha consagrado esta forma, pues tijera en catalán es la estissora.
(9) El tamaño regular del utensilio y lo áspero de su porte, dieron lugar a dichos y frases hechas para expresar exageraciones tales como: tener más hambre que el que se comió las trébedes o pasarlas más putas que el que se tragó las estrébedes.
(10) MARTÍN–AYUSO NAVARRO, Romualda “El traje regional. Oriente de Asturias. 1921”, Dos estudios etnográficos sobre el Oriente de Asturias, 1920–21. Col. Red de Museos Etnográficos de Asturias. Fuentes para el estudio de la Antropología Asturiana, Nº 14, Ed. Museo del Pueblo de Asturias, Gijón, 2007, p. 150.
(11) Informes dictados por Lorenzo Barbancho de unos 70 años de edad, natural de Santa Eufemia (Córdoba). Fueron grabados en Madrid durante el verano de 1987 por J. M. Fraile Gil. La misma práctica de soplar las brasas con una caña, está recogida en pueblos riojanos como Navalsaz, Poyales, Garranzo y El Villar de Poyales.
(12) Versión recitada por Elena Nogal Bernal de unos 80 años de edad. Fue grabada en la Puebla de la Sierra (antes Puebla de la Mujer Muerta–Madrid) el día 20 de julio de 2002 por J. M. Fraile Gil, M. León Fernández, P. Martín Jorge y S. Casado Hoces.
(13) Versión de Aceitunilla (P. J. Nuñomoral–Cáceres). Recitada por Ricarda Iglesias Montes de 60 años de edad. Fue grabada el día 7 de diciembre de 1996 por J. M. Fraile Gil, P. Martín Jorge y J. Arias González.
(14) Versión de Aceitunilla (P. J. Nuñomoral–Cáceres). Recitada por Ricarda Iglesias Montes de 60 años de edad. Fue grabada el día 7 de diciembre de 1996 por J. M. Fraile Gil, P. Martín Jorge y J. Arias González.
(15) Informes dictados por María Martín Amado de unos 70 años de edad. Fueron grabados en Peñaparda (Salamanca) en el otoño de 1987 por J. M. Fraile Gil, C. García Medina y G. Cotera. Aristas y Tascos son las cortezas leñosas que se desprenden de las fibras textiles del lino, cuando se golpean las plantas verticalmente con dos instrumentos de madera: el gramehon y la espailla, según la nomenclatura de El Rebollar Salmantino.
(16) Informes dictados por Josefina Ortega Calvo, natural de Acrijos (Soria). Fue entrevistada por Ana Segura Barahona, encuesta Rincón de Soto (La Rioja), en diciembre de 2004. Muchas de estas formulillas tienen un enorme poder de adaptación, pues en Daganzo (Madrid) decían las rapazuelas al toque de oración –el que marcaba la hora de volver a casa y cerrar las puertas–: a las oraciones/cierran el convento,/¡pobrecitas monjas/que se quedan dentro!. Recitada por Elena Sánz Rubio de 75 años de edad. Fue grabada el día 12 de Septiembre de 2000 por J. M. Fraile Gil, J. M. Calle Ontoso y M. León Fernández.
(17) Informes dictados por Valeriana Gil Rubio, de 80 años de edad, nacida en Guadalix de la Sierra (Madrid). Fueron grabados por J. M. Fraile Gil en febrero de 2008. En esta zona de la Sierra Madrileña la palabra casilla equivale a establo, pieza anexa a la casa donde se guardaba generalmente el ganado vacuno, lanar o caprino; pues el cerdo tenía un cubículo aparte denominado cortijo.
(18) También en Guadalix de la Sierra (Madrid) recogimos el siguiente testimonio: Por la mañana, íbamos a los praos y dábamos vuelta a las zochas de las vacas, para que se secaran por la parte de abajo; cuando ya estaban secas se recogían en un saco y se llevaban a casa, se dejaban en una espuerta al lao de la lumbre –como estaban bien secas ni olían ni nada– y se echaban a la lumbre porque daban mucho calor. En primavera, se esmoñigaban los praos, se iba con un palo y se rompían las zochas para que la tierra se empapase con la lluvia y así se abonaban, se embasuraban y salía la yerba con más fuerza. Eso lo hacían los chavalejos, de 10 ó 12 años, y así ganaban medio jornal. Informes dictados por Purificación Gil Rubio, de 90 años de edad. Fueron grabados durante el verano de 2007 por J. M. Fraile Gil. La utilización del excremento vacuno en la economía de subsistencia reinante en España, fue amplísima y de lo más variada. En Castilblanco de los Arroyos (Sevilla), recogí estos informes: Siendo yo chica, y ya grande, las casas toas tenían er suelo de mierda de vaca. Cuando venían lah vacah der campo, salía un chorro de muheres con un cubo a recoher lo que iban dehando; eso se liaba con agua, se movía, se movía y luego se daba en er suelo con un trapo, y cuando ehtaba zeco se queaba briyante, zeco y ni olía má ni ná. Acín noh criamoh. Informes dictados por Remedios García Moreno, de 70 años de edad. Fueron grabados en Hospitalet de Llobregat (Barcelona), en 1990 por J. M. Fraile Gil y E. Parra García. Las conexiones entre la España de ayer –ni siquiera de antesdeayer– con el continente africano que hoy juzgamos tan distante y atrasado, son mucho más fuertes y cercanas de lo que muchos estiman. A mediados del siglo XIX una dama victoriana –la señora Mofat, suegra del explorador Livingston– escribía desde África: “`[….] si me vierais esparciendo excremento de vaca una vez al mes por todas las habitaciones… La primera vez me aterroricé, y ahora veo que quita el polvo mejor que ninguna otra cosa, mata a los chinches que aquí son abundantes y es de un bonito color verde”. Cito por la obra de MORATO, Cristina: Las reinas de África. Viajeras y exploradoras por el continente negro, Ed. E. Randon House Mondadori S.A., Barcelona, 2003, Cap. “Mary Livingston. Una africana blanca (1821–1862)”. Mary Mofat, mujer de extraordinario coraje, nacida en Lancas Hagre (Inglaterra), pisó por primera vez suelo africano en 1819 para casarse con el pastor Robert Mofat, tenía entonces 24 años, y su viaje en barco desde Liverpool hasta el Cabo de Buena Esperanza duró tres meses. Sirva esta larga nota para acercarnos a otras culturas que hace sólo un puñado de años se asemejaban bastante a la nuestra y que hoy estimamos casi como despreciables. La cultura de los pobres que, sin ser más ni menos limpios que hoy somos nosotros, utilizaban materias naturales para sobrevivir a diario, sin agredir al medio con productos químicos.
(19) Recitado por Josefina Ortega Calvo, natural de Acrijos (Soria). Fue entrevistada por Ana Segura Barahona, encuesta Rincón de Soto, (La Rioja) en diciembre de 2004.
(20) Informes dictados por Ángeles Vejo Gutiérrez de 77 años de edad, natural de Caloca (Ayto. Pesaguero–Cantabria). Grabados por J. M. Fraile Gil en febrero de 2008.
(21) Informes dictados en Lasanta (La Rioja) por Andrea, nacida el 18 de abril de 1916 y Manuela Reinares Calleja nacida el 17 de junio de 1906, recogidos por J. Asensio García el día 11 de abril de 2004.
(22) Recitado por Juan Hernán Fernández, de 94 años de edad, natural de Montejo de la Sierra (Madrid). Fue grabada el día 5 de junio de 1995 por J. M. Fraile Gil, R. Sierra de Grado, C. de Grado Domingo y R. Cantarero Sánchez. Fue publicada en FRAYLE GIL, Jose Manuel: Conjuros y plegarias de Tradición Oral, Ed. La Compañía Literaria–Centro de Documentación Etnográfica Joaquín Díaz. Madrid 2000. 381 pp., Nº 335. San Lorenzo (Laurentius en latín) fue uno de los siete diáconos de Roma, ciudad donde fue martirizado con una parrilla en el 258. La tradición sitúa su nacimiento en Huesca, en la Hispania Tarraconensis. Cuando Sixto fue nombrado Papa en el 257, Lorenzo fue ordenado diácono y encargado de administrar los bienes de la Iglesia y el cuidado de los pobres. Por esta labor es considerado uno de los primeros archivistas y tesoreros de la Iglesia, siendo además patrón de los bibliotecarios. Durante la persecución de los cristianos bajo la administración del Emperador Valeriano I en el 258, muchos sacerdotes y obispos fueron condenados a muerte, mientras que los cristianos que pertenecían a la nobleza o al senado eran tan sólo privados de sus bienes y enviados al exilio. El día 10 de agosto la Iglesia conmemora su martirio y en Roma se ofrece a la veneración el relicario que custodia su cabeza.
(23) Informes dictados por Bondad Amor González, de 75 años de edad, natural de Lantueno (Ayto. Santiurde de Reinosa. Cantabria). Fueron grabados en febrero de 2008 por J. M. Fraile Gil. La expléndida memoria de Bondad, nos ha aportado ya el precioso dato del travasero, tronco horizontal a partir del cual formaban la lumbre; y recuerda además que: siendo yo pequeña pusieron en mi casa una chapa de hierro pegada a la pared, detrás de la lumbre, y aquella chapa tenía un caballo con un jinete y unas flores alrededor, hecho todo en el mismo metal. Aquella chapa era para proteger la pared, sería por si saltaban chispas. Supongo que la tardía fecha de colocación de aquella placa metálica –hacia 1940– en la cocina materna de Bondad, nos está hablando ya de planchas hechas en fábrica, pues en un punto tan distante de Cantabria como La Rioja, encontramos también placas semejantes. Véase al respecto el trabajo de PASTOR BLANCO, José María: “El léxico característico de los valles del Cidacos y del Alhama”, en Kalakorikos. Edición de Amigos de la historia de Calahorra, Número XI, 2006, p. 170. Localización: Cervera del Río Alhama, Cornago, Inestrillas, Munilla, Peroblasco, Zarzosa. “Trasfuego. Chapa de hierro fundido con algún bajorrelieve, como San Miguel luchando contra Lucifer, o una losa de piedra, que se colocan tras el fuego de las cocinas bajas para impedir el recalentamiento de la pared”.
(24) Informes dictados por Rosa Avzaradel-Alhadef, nacida en Rodas hacia 1915. Recogidos por Susana Weich Sahak, en Ashdod (Israel) en diciembre de 1988. La palabra turca fincan significa taza o vaso de cerámica. La misma informante comentó que en las veladas invernales se entretenían jugando a finyanes –plural castellanizado de la palabra, utilizado por los sefarditas, pues el turco sería fincanlar–; el juego consistía en colocar un número indeterminado de estas tazas boca abajo y ocultar bajo una de ellas un objeto valioso, a fin de irlas levantando y descubriendo una por una hasta topar con el premio.