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LA DESESTRUCTURACIÓN DEL SUSTRATO ANTIGUO: EL CASO DE LAS HURDES

BARROSO GUTIERREZ, Félix

Publicado en el año 2004 en la Revista de Folklore número 286 - sumario >

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A Jerónimo Roncero Pascual, hurdano, que recogió el testigo de AS–HURDES).
Tiempos hubo, que prácticamente han quedado a la vuelta de la esquina, en que cada objeto, aunque fuera inanimado, en que cada ser vivo se encontraba humanizado y socializado. Cuando nuestras sociedades agropastoriles globalizaban sustancialmente sus nichos ecológicos, la proyección de sus habitantes humanizaba, otorgaba calor humano, a objetos o materias que hoy en día, dentro de una sociedad capitalista–consumista, simplemente son fríos y anodinos materiales. Una pervivencia de tiempos oscuros se ha prolongado secularmente en nuestros medios rurales, que ha dado razón de ser a esas humanizaciones y socializaciones, hoy ya carentes de sentido para las nuevas generaciones, aunque sean generaciones que sigan en el campo. Pero las estructuras mentales del gañán que araba tras una yunta de bueyes, acompañándose de viejas tonadas, no pueden ser las mismas que las del agricultor moderno, que se acompaña de los estridentes ruidos del tractor, que imposibilitan sensibilizarse ante los armónicos ruidos de la naturaleza. Luego, cuando se sienta a comerse el bocadillo, conecta la radio portátil y escucha melodías muy distintas y distantes a las que, históricamente, generó su nicho ecológico.

Un hombre de esos nuestros pueblos de adobes o pizarras, no hará más de treinta años, todavía sacralizaba –aunque sólo fuera en el subconsciente– aquel canchal que lo partió el rayo o que adoptaba formas caprichosas, o aquella fuente donde contaban que salían los encantos, o aquel montículo (“triñuéluh” llaman por el septentrión extremeño) donde, según relataban, sonaba a hueco cuando se realizaban faenas de cava. Las estructuras mentales, cuasi mágicas, de aquel hombre que humanizaba el entorno, su entorno, han devenido hoy en una acción transformadora de aquellos ritualizados canchos en rentables canteras para la construcción; o incluso puede ser que se hayan convertido en atractivos turísticos, pero el ojo del turista jamás captará el aura sagrado que desprendían tales rocas para el hombre que los había socializado. Y aquellas fuentes pues hasta es posible que un avispado industrial las haya rentabilizado para embotellar agua mineral. Y aquellos montículos seguramente han sido aterrazados para crear fértiles terrenos de regadío, vomitando de su interior variopintas industrias neolíticas o calcolíticas, vendidas al chamarilero de turno por cuatro reales.

Lógicamente, no pretendemos ser nosotros plañideras de la añoranza, pues nos parece tal postura rotundamente acientífica, desde un punto de vista antropológico. Pero sí nos permitimos llamar la atención, dentro de unos parámetros sociológicos, acerca de una modernidad mal entendida. Consideramos que es muy poco progresista el dar de lado, ridiculizar o despreciar la vida y vivencias de otras épocas. Lamentablemente, las oleadas de las nuevas generaciones, nacidas y criadas en el medio rural, pasan olímpicamente (empleamos formulismos clásicos de los jóvenes actuales) de los fríos y calores, de los olores y sabores, de las dualidades vida y muerte… que vertebraron las vivencias de sus padres y abuelos y, por extensión, de su comunidad. En algunas comarcas, como es el caso de Las Hurdes, la desestructuración a tiempo que está servida, como veremos a continuación.

EL CASO DE LAS HURDES

Si a lo largo de los años la comarca de Las Hurdes se venía presentando ante los ojos de los mortales como la concreción de la depauperación, la marginalidad y el atraso (“baldón de España” la llamaron algunos), hoy en día, a tenor de serias reflexiones e investigaciones y otras multidisciplinares proyecciones, se nos muestra como un fértil oasis de cultura oral, de singulares valores antropológicos y etnográficos, de importantísimos vestigios prehistóricos y de innegables atractivos turísticos. Incluso, si nos apuran, hasta ufólogos y parasicólogos han encontrado, dentro de estos estrechos valles y encrespadas montañas, un terreno más que abonado para todo tipo de avistamientos y otras experiencias psicodélicas y psicogénicas.

No obstante, las nuevas generaciones de hurdanos, que ya no ocultan como sus antecesores su lugar de origen, pretenden, del mismo modo que ciertas fuerzas vivas locales, rechazar todo el asomo a artes y modos de vida de pretéritos tiempos. Estos nuevos patrones de comportamiento son la conjugación de tres factores fundamentales:

A) Las leyendas urdidas desde el exterior (que no tienen nada que ver con el riquísimo mundo legendario interiorizado por los hurdanos), las cuales, dado su carácter denostativo y peyorativo, han originado numerosos complejos y malas conciencias del habitante de estas serranías ante el forastero, ante el mundo que está fuera de sus fronteras. De aquí que no es de extrañar que el hurdano siempre esté en guardia, en actitud defensiva, escudándose tras un resentido orgullo. Frases como: “Para lo que eres tú, bastante soy yo”, “aquí, no hay nadie más que nadie”, “aquí llegan muchos presumiendo de comer chorizo y lo único que regüetran es a morcilla”…, están continuamente en boca de muchos de estos paisanos. Y cuando leen o escuchan verbalizar a otros sobre las sombras que se han cernido sobre sus lugares y alquerías, enseguida, cual exhalación, reaccionan y se enfurecen, afirmando que ellos han recorrido tal o cual comarca, tal o cual provincia, y que han visto muchos pueblos mil veces más atrasados y que tienen que envidiar en mucho a los pueblos hurdanos. Tanta susceptibilidad ha llevado a estas gentes a interiorizar todo un mundo de agravios (en muchas ocasiones, más ficticios que reales), por lo que no es extraño que se arroguen determinados derechos y escasos deberes. Y si en el pasado, explotaron estos supuestos agravios para sonsacar limosnas y otras dádivas, sobre todo a los poderes eclesiásticos, más modernamente, a raíz de la creación de la Seguridad Social, se las han apañado para, echando mano de su legendaria pobreza y su desvalimiento, recabar pagas y más pagas. De aquí que se comente en muchos círculos que la comarca de Las Hurdes es la más subsidiada de toda España. Los mismos políticos locales saben hacer valer estas prerrogativas para obtener de la Administración provincial, autonómica y central numerosas prebendas y subvenciones.

B) La modernidad, como fruto de teorías progresistas, implica cierto igualitarismo y homogeneidad. Cierto es que determinados políticos procedentes de la izquierda burguesa, desconocedores por completo de los patrones socioantropológicos por los que históricamente se ha regido la comunidad hurdana, han machacado continuamente a estos vecinos para que relegaran su “pasado maldito” y se subieran al carro del progreso, a fin de ser iguales a los demás. Estas soflamas políticas, venidas de tal izquierda burguesa, han llevado, como hemos dicho más arriba, a las nuevas generaciones y a ciertas fuerzas vivas a erradicar y oponerse diametralmente a su propia identidad, forjada a lo largo de muchos siglos. Ello, como es de suponer, ha originado verdaderos problemas de conciencia y una desestructuración muy dolorosa de las trabazones y valores que marcaron las pautas conductuales de la comunidad hurdana. Nosotros mismos hemos sufrido en nuestras carnes el escarnio de algunos politiquillos, que se mofaban y hacían lo imposible para que no sacáramos a flote antiguas fiestas y rituales. O hemos visto cómo algunos jóvenes amonestaban a sus padres o abuelos cuando se disponían a cantarnos el viejo romance o la enjundiosa leyenda. Resulta chocante, por lo demás, que hayan sido gente de izquierdas las que instaran a los hurdanos a “ser iguales a los demás”. Más les hubiera valido que, en sus mítines y prédicas, se dirigieran al auditorio (el de puertas afuera de Las Hurdes) poniendo como ejemplo y limando aspectos negativos, la sociedad comunitaria, intersolidaria, homogénea y virtuosamente republicana que, con el paso del tiempo, se fraguó entre los valles pizarrosos del territorio hurdano. La modernidad tendría que haber extraído preclaros ejemplos de los veneros más genuinos de la comarca hurdana, y no pisotear, paradógicamente, principios que siempre fueron bandera de la izquierda con legitimidad de origen. Curiosamente, la dictadura franquista dejó estar a estos paisanos. Así, mientras en otros lugares se dictaban filípicas y anatemas contra lo mucho de pagano que tenía la celebración de las carnestolendas, en Hurdes, pese a las quejas de párrocos y maestros (1), se siguió tolerando a los escandalosos antruejos. Y ciertamente, hay toda una parafernalia iconoclasta en el seno del carnaval jurdano. El franquismo, a través de su aparato represor, eligió la comarca de Las Hurdes como un lugar preferido para desterrar a gente contestataria, que luchaba por el advenimiento de las libertades y la democracia. A lo mejor, los jeriarcas fascistas pensaban que los hurdanos vivían en la inopia o en un mundo idílico y bucólico (2), y enviaban allí a comunistas y anarquistas para que, dentro de aquellos virginales montes, hicieran examen de conciencia, se dolieran de sus pecados y tomaran el buen camino del nacional–catolicismo.

C) Los altibajos de una identidad mal asumida o asumida a medias. Ciertamente, los geógrafos y otros estudiosos han venido señalando reiteradamente cómo el territorio de Las Hurdes tiene unas fronteras naturales innegables, bien sea a base de farallones montañosos o, como ocurre en su sector este, marcada por el cauce del río Alagón. Lamentablemente, estas fronteras naturales han sido alteradas a lo largo de los tiempos por políticos de escasa talla. Así, hoy en día, anacrónicamente pertenecen a la provincia de Salamanca la zona de Las Batuecas, la alquería de La Rebollosa y un área territorial enmarcada entre el río Ladrillar o Río Malo y el río Alagón. Y si los vecinos de La Rebollosa, cuya vida está totalmente ligada al resto de pueblos hurdanos, se sienten identificados con la que siempre fue su matriz territorial, no ocurre lo mismo con los habitantes de los concejos de Casar de Palomero y La Pesga, situados al meridión de la comarca. Muchos de éstos consideran que Las Hurdes comienzan del río de Los Ángeles hacia arriba. Pero también ha venido ocurriendo con relativa frecuencia que paisanos de los concejos de Caminomorisco o Pinofranqueado se hayan referido a los hurdanos como gente que habitaba aún más arriba: en los concejos de Nuñomoral y Los Casares. Lógicamente, tal y como han comprobado diversos viajeros, por el sambenito que arrastraba el término hurdano, todo el mundo ha querido sacudírselo de encima. Efectivamente, nosotros hemos podido comprobar cómo en pueblos de comarcas cercanas o lejanas a Las Hurdes se ha venido empleando el vocablo “hurdano/a” como algo insultante en las riñas intervecinales, o era sinónimo de persona que vivía del cuento, o de gente que vivía al modo de los pordioseros.

Queda un eco lejano en la zona de que sus antepasados fueron un pueblo de belicosos pastores (3), orgullosos de su estirpe. De hecho, algunos arqueólogos (4) han significado que los petroglifos donde se encuentran insculpidas armas diversas y que se remontan a épocas prehistóricas, dicen mucho en tal sentido. Y cronicones latinos hay que afirman que Roma tuvo que levantar ciudadelas como “Cézora” y “Siaciris” en los límites sureños de Las Hurdes para contener las avalanchas de los “bandoleros de Iurde”, que solían bajar a las zonas llanas, rapiñar cosechas y ganados y regresar a las fragosidades de sus montañas, donde nadie se atrevía a entrar. Naturalmente que, aunque haya algún poso histórico, hay mucho de leyenda en estas cuestiones, como en aquella otra que habla de que los hurdanos ayudaron a la defensa de Cáparra nada menos que contra el emperador Carlomagno. Este último asunto hasta ha quedado recogido en romances de tradición oral (5). Lo que sí nos atrevemos a afirmar por nuestra parte (por más que le siente mal a algunos) es que ese carácter violento y aguerrido todavía se palpa, aunque cada vez menos, entre muchos habitantes de estos valles y montañas. Nosotros hemos sido testigos de muchas peleas dominicales en las discotecas de la comarca o de otras situadas fuera de la demarcación (se comenta con cierto orgullo el hecho de que ciertos hurdanos se hicieran “dueños de la plaza” en salas de fiesta de Ciudad Rodrigo). Y hemos presenciado otros muchos mamporros en las fiestas de estos lugares, ocasionados por los piques y rivalidades ancestrales entre diferentes alquerías.

Si tal vez hubo cierto orgullo étnico (por llamarlo de alguna manera) en tiempos que se pierden en el túnel de lo oscuro, después esa identidad de pueblo se intentó ocultar. Conocemos muchos casos de vecinos de la zona que siempre negaron entre sus compañeros, cuando realizaron el servicio militar, su origen, inventándose pueblos de las provincias de Cáceres o Salamanca como cuna de su nacimiento. No obstante, a la hora de reclamar ante los poderes civiles o eclesiásticos ya fuesen prebendas o minucias, hacían valer su condición de “probítuh jurdánuh” (pobrecitos hurdanos). Esta cantinela fue muy común entre aquellas cuadrillas de “pidiórih” (mendigos) que, saliendo de estos pueblos, recorrían, hasta no hace más de 60 años, numerosos lugares y villas de la geografía española, obteniendo unos mendrugos u ochavos a base de pedir por Dios, o actuando como auténticos bufones medievales que alegraban al público con sus cuentos, chascarrillos y cantares. Buen ejemplo de esta casta fue Juan Martín, el bufón “Calabacillas”, inmortalizado por Velázquez, que, al parecer, había nacido en la alquería hurdana de Las Calabazas, y del que contaban que era un hombre de bajas proporciones pero muy agudo de ingenio.

Todas estas fluctuaciones identitarias generan necesariamente algún tipo de frustación. Ha sido muy dura, por ejemplo, la brega durante largos años entre una sociedad que rechinaba cada vez que hurdanófilos y hudanólogos hablaban de Hurdes y de hurdanos, que se resistía y sufría ante el esfuerzo que se hacía desde el exterior para que asumiera su identidad, y entre el propio subconsciente de los integrantes de tal sociedad, que les tocaba a rebato para que tuvieran la valentía de ser quienes eran, con todas las sombras que ello conllevara. Esta génesis de quiero y no puedo ha acabado por desembocar en una identidad altiva, que ya no niega sus orígenes, sino que los asume con desmesurado orgullo y con cierto desplante ante el forastero, al que de modo indirecto culpa de los “agravios” recibidos (agravios –dicho sea de paso– que tienen más de ficticios que de reales). Esta mentalidad, a nada que se rasque, es frecuente entre las nuevas generaciones.

Otro fenómeno que se está produciendo también es que los habitantes del concejo de El Casar de Palomero, al integrarse en la Mancomunidad de Las Hurdes, después de los recelos iniciales, comienzan a recobrar su conciencia de hurdanos. Caso contrario ocurre con el concejo de La Pesga, donde su flaca conciencia de hurdanos está enflaqueciendo aún más al unirse dicho concejo a la Mancomunidad de Trasierra–Tierras de Granadilla, cuya geografía, historia y perfiles antropológicos van por otra parte.

Por otro lado, los habitantes de la alquería de La Rebollosa, único núcleo habitado hurdano, que pertenece administrativamente a la provincia de Salamanca, concretamente al municipio de Herguijuela de la Sierra, van perdiendo su identidad hurdana y, al decir de ellos, por lo único que desearían estar adscriptos a la región extremeña es para cobrar el subsidio agrícola, que no existe en la comunidad de Castilla y León.

LUCES Y SOMBRAS

Si cierto es que luces diversas están alumbrando las conciencias de los hurdanos, nadie se atreve a asumir las sombras y sacarles un rentable partido. Estas luces que, en estos últimos años, comienzan a expandirse por la comarca, están evitando –valga el ejemplo– que ya no se construyan avenidas con acerados multicolores, palmeras u otros árboles exóticos; ni que se alcen fuentes graníticas que no vierten un solo chorro de agua en este islote de bravas pizarras; ni que se levanten viviendas sociales a base de mazacotes de ladrillos y otros fibrocementos; ni que se cubran de antiestéticos encementados y de horribles cableados y farolas los cascos antiguos de los pueblos; ni que se aúpen hacia el cielo edificios institucionales forrados de mármoles; ni que se empecinen en repoblar y repoblar la zona con pinos (auténticas teas incendiarias en los estíos) y otros árboles alóctonos; ni que se construyan naves a base de chapas galvanizadas en medio de este paisaje tan virginal y tan rústico; ni que se ubiquen antiestéticos chiringuitos a las orillas de los ríos; ni que se levanten puentes a base de acero y hormigón… Tristemente, esto ocurrió hasta no hace muchos años. Y todo por un afán de munícipes y vecinos de semejarse a los habitantes de la ciudad y porque, en su subconsciente acomplejado, había un inusitado afán por dejar el lastre de la antigua vivienda, de las calles empedradas y flanqueadas por poyos, de las chorreras y arroyuelos que cruzaban los cascos urbanos de sus pueblos… Pensaron que si dejaban atrás ese lastre, entrarían de lleno en la modernidad (¡vaya modernidad tan mal entendida!) y demostrarían su valía de ser iguales a los demás.

Pero aunque las luces comiencen a despejar ciertas marañas, no obstante la desestructuración identitaria y su obsesivo afán por ver dedos inquisidores y agravios por todas partes, hace que los árboles les impidan ver el bosque. Así, siguen sin comprender el surrealismo que Luis Buñuel llevó a la pantalla en su documental–película “Tierra sin pan”, filmada en Las Hurdes en 1932 (6). Y a Buñuel lo hacen responsable de muchos de sus males y descargan en él parte de sus frustraciones. No han sabido sacarle partido, revertiendo en positivo la cinta, a esas imágenes en blanco y negro. Mientras en otras zonas reconvierten en atractivos turísticos el mundo de las brujas o de los ovnis, en la comarca hurdana, si por un casual se intenta proyectar estos temas, enseguida surgen por doquier acomplejados e incompetentes fantasmones con alaridos insultantes y con espadas de fuego.

El hecho de no asumir sus sombras, lleva a ciertos habitantes de estas serranías a despreciar incluso su peculiar habla dialectal; tal vez agraviados porque cuatro cronicones afirmaron bulos tales como que en Las Hurdes se hablaba una lengua desconocida (7), o porque muchos maestros u otras fuerzas vivas, instalados en la zona y, posiblemente, castellano–parlantes, les reprochaban continuamente que “hablaban en baturro”. Como anécdota, sirva la que nos aconteció cuando ejercíamos nuestras tareas educativas en el concejo de Nuñomoral. Resulta que, con motivo de las fiestas patronales de San Blas, confeccionamos los correspondientes programas, insertando en habla dialectal unas estrofas de “El Ramu”. Pues al día siguiente de colocar los carteles, unas manos anónimas habían rotulado sobre ellos la siguiente frase: “hurdano lo serás tú”. Sobran comentarios. Y no es que el hecho de que se hable un dialecto muy influido por las hablas astur–leonesas en la zona sea una sombra o una vergonzosa mancha en la trayectoria de la comarca; pero sí es una sombra para sus habitantes (y para aquellos incultos, por muy maestros, curas o secretarios de ayuntamiento que sean, que han intentado imponer el castellano a machamartillo), y como tal sombra, huyen de ella y no la asumen.

La desestructuración identitaria llega a tales extremos que, en uno de los pueblos más señeros de la comarca, se organiza una coral que tiene la osadía de sacar un disco y de acudir acá y acullá con sus cánticos (entre los que se incluye una “misa hurdana”), y resulta que ni una sola de las canciones de su repertorio tienen nada que ver con la tradición etnomusicológica de Las Hurdes, sino que responden al folklore de otras comarcas muy distintas y distantes del territorio hurdano. Desprecian u olvidan a drede el riquísimo bagage folklorístico de la zona y toman para sí el de otras comarcas, creyendo de buena fe que, así, recibirán un mayor espaldarazo y serán más aceptados en el exterior. Lo mismo viene a ocurrir con los escasos tamborileros que surgen últimamente por estos pueblos, los cuales se acercan a las escuelas que hay en la provincia de Salamanca para aprender a tocar con soltura sus instrumentos. De aquí no es extraño que ya se oigan más toques charros en Las Hurdes que propiamente hurdanos.

Resumiendo, podemos decir que el nicho ecológico hurdano ha sido enormemente alterado, como ha sucedido en otras zonas rurales, aunque con el agravante de que, en Las Hurdes, el estigma de pueblo maldito ha dado lugar a una negación de su identidad. Por mucho que ahora intentemos volver las aguas a su cauce, ya no lograremos humanizar y socializar los múltiples espacios que enriquecieron material y espiritualmente a los habitantes de esta mítica tierra. Sería absurdo instar a los hurdanos a seguir construyendo sus viviendas pizarrosas, de tipo castreño, aunque su trazado interior respondiera a los imperativos del momento. Si antes esta vivienda se levantaba con la ayuda de un grupo de parientes y los elementos constructivos los proporcionaba gratuitamente el medio (sólo había que emplear esfuerzo físico), ahora una vivienda de piedra saldría por un ojo de la cara, ya que habría que ajustarla con el gremio de albañiles. Y a lo mejor, ni eso, ya que van quedando muy pocos hurdanos que sepan trabajar la piedra. Estas gentes son muy conscientes de que la vivienda antigua era bioclimática (caliente en invierno y fresca en verano), pero como ellos desean y ansían parecerse a los que viven en las grandes poblaciones, a fin de que no les señalen con el dedo como ocurría antiguamente, pues alzan edificios de tres y cuatro plantas, de ladrillos de cara vista; edificios que son todo un horno en verano y una nevera en el invierno. Estos espacios materiales ya no sirven para socializar al vecindario, pues carecen de aquellas cocinas antiguas, en las que se arracimaban, al calor de la lumbre, en los otoños e inviernos diversos vecinos del mismo barrio, para estar un rato de “seranu” (tertulia en derredor del fuego, que afirmaba la solidaridad vecinal y recreaba los valores tradicionales de la comunidad). Ahora, cada cual se queda en su casa en esas noches de los ciclos otoñales e invernales, repanchigados en sus butacones y observando cómo esa caja tonta de la televisión les transmite, en muchos casos, modas consumistas y valores (mejor dicho, subvalores) totalmente intranscendentales.

Tampoco se puede pretender que los hurdanos continúen socializando otros espacios que les enriquecían espiritualmente, muy en consonancia con el mundo de las creencias, que ciertas mentes puritanas denominan despectivamente: supersticiones. Curiosamente, nosotros que compartimos muchas hogazas de pan y muchas botas de vino con estas gentes, recogimos leyendas (maravillosas leyendas) sobre esos grabados rupestres, llamados petroglifos por las ciencias arqueológicas, que tanto se prodigan por los valles y laderas de esta abrupta comarca. Aquellas bocas desdentadas nos hablaban de la mora de las tijeras y del moro que custodiaba los tesoros del subsuelo, de los “gijántih” que escribían en las piedras y de las herraduras que dejaron impresas en los canchos los caballos de las huestes de don Rodrigo… Pero si esto nos contaban hace muy pocos años, ahora, cuando se ha editado cartelería y pasquines que plasman estos petroglifos y se realiza el pertinente comentario histórico –arqueológico, esa gente, nuestra gente, que han tenido en sus manos esos folletos y los han leído, ya no interpretan los grabados de acuerdo con las viejas leyendas, sino que ofrecen al viajero y al turista el comentario erudito que aparece en tales folletos.

Nos atrevemos a afirmar, a tenor de lo expuesto, que el mundo de las representaciones, que conllevaba todo un interesante realismo mágico, está agonizando en la comarca de Las Hurdes. Los símbolos antiguos y todos sus aparejos verbales y mímicos sólo están en poder de una generación que tiene ya un pie sobre la tumba. Cuando esta gente desaparezca, lo homogeneización con el exterior habrá culminado. Los intentos por rescatar o salvar de la catástrofe algunas prendas, serán esfuerzo vano, porque devendrán en algo artificial, no sentido e interiorizado por los nuevos artífices, ya que el duende, la hondura del sentimiento, la enjundia, el “cuezu” (expresión empleada por los hurdanos entrados en edad con un significado semejante a “transcendente”), habrá desaparecido. Se podrán montar espectáculos de cara al turismo, pero será puro folklorismo (en el sentido peyorativo y devaluado que tiene hoy en día tal término).

Cuando se ha intentado, por ejemplo, poner a flote el ritual de “La Carvochá” (singular fiesta de ánimas que se celebra el 1º de Noviembre), ha asistido gente que, en su mayoría, pasaba con creces de los 60 años, que a veces se molestaban si acudían demasiados turistas con sus cámaras. Después de varios años celebrándose, la fiesta no ha sido capaz de aglutinar a las generaciones jóvenes de hurdanos, por mucho que se les llene la boca de que “ellos son más hurdanos que nadie”. Esta fiesta se consumirá y consumará por sí misma en el momento que fallen las generaciones que la mantienen.

A la vuelta de unos años, cuando la población de la comarca se haya reducido a su cuarta parte (inexorable fin de las zonas de montaña apartadas de grandes núcleos y sin recursos suficientes para mantener la antigua población que vivió muchos años de una economía de subsistencia), entonces seguro que empresarios del turismo pondrán en escena con actores de segunda fila la parodia de “El Burru–antrueju de El Gasco” o “El Peitoriu de Animas de Las Erías”, “La Esquila de Las Mestas” o “Los Pastores de El Casar de Palomero”, “La Ará de los novios de La Huetre” o “El Ramu de Cambroncino”. O sea sé: montajes semejantes a los que hoy se ponen en marcha, para deleite del turista, en las estepas de Mongolia o entre los zulúes de Sudáfrica. Y, posiblemente, tengan resonado éxito, ya que el mito de Hurdes perdurará incluso cuando no queden hurdanos sobre sus breñas pizarrosas.

Entre tanto, la Administración extremeña, miope donde las haya, seguirá sin prestigiarse con la publicación de los corpus de literatura de tradición oral de la comarca, dispuestos, a tiempo, para su salida a la luz, y que ya quisieran para sí otras comarcas e instituciones.

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NOTAS

(1) En el antiguo y destartalado ayuntamiento de Nuñomoral encontramos copia de una carta en la que el párroco se dirige al obispo de Coria (fechada en marzo de 1941), denunciando que, pese a las circulares expuestas, en los carnavales de tal año se habían realizado muchas pantomimas deshonestas y se había organizado gran escándalo público, habiendo participado en esos antruejos el propio alcalde y los concejales.

(2) La idea de imaginar o pintar el territorio hurdano como una Arcadia incontaminada ha sido cosa común en diferentes artículos y libros, como “Les Battuécas”, de la condesa de Genlis (traducido al castellano en 1826, bajo el título de “Plácido y Blanca”).

(3) “Nuestrus antepasaos eran pastoris guerrerus, que les dicían los Rucones y estaban capitaneaus pol unu que lo llamaban Rulando, y eran cumu las águilas, que se echaban a volá desde estas montañas y ponían las garras pa esus llanus de Castilla y Extremadura, y tó lo que apañaban se lo subían pa estas arquerías nuestras, y aquí nadie s’atrevñía a entrá. Pol esu entodavía muchus puebros que están fuera de esta jurición de Las Jurdis nos miran recelosus a los jurdanos…”. (Conversación mantenida con Eusebio Martín Domínguez –Tío Sebiu–, de la aldea de El Gasco, en diciembre de 1986).

(4) SEVILLANO SAN JOSÉ, Mª del Carmen: “Grabados Rupestres en la Comarca de Las Hurdes”, Salamanca, 1991.

(5) Este romance, que es conocido en la zona como “La Copra de Carlumangu”, aunque se encuentra tradicionalizado en algunos pueblos de la comarca (Nuñomoral, Aceitunilla, Vegas, Pinofranqueado, La Aldehuela…), nos parece que tiene un origen erudito. Su trama es completamente fabulosa, donde destaca un tal conde Roderico (que, en otras versiones, es nombrado “Froridabranca”), el cual se hace acompañar por un batallón de aguerridos hurdanos, que defenderán la antigua ciudad de Cáparra contra el asedio de Carlomagno y sus huestes.

(6) Ciertamente, Luis Buñuel sigue levantando mucha polémica en la zona, debido a las imágenes tan desgarradoras y a los crueles comentarios que aparecen en lo que unos catalogan de documental, y otros de película. Incluso nosotros hemos criticado más de una vez el proceder del cineasta aragonés. No obstante, pensamos que hay que situar el documental (o película) en su justo momento histórico, desmenuzar las motivaciones y el mundo surrealista de Buñuel y, como postre, sacarle el máximo jugo turístico a esos clichés.

(7) “Las Batuecas o Jurdes es otro pueblo, en la frontera de Portugal, que tiene casi tantos bandidos como habitantes, siendo el resto enfermos de bocio. Como en Ansó, se habla allí una lengua que no tiene nada en común con el español e incluso con ningún otro idioma” (Madame Arsène Alexandre, 1903).



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Publicado en el año 2004 en la Revista de Folklore número 286.

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