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Creencias y rituales asociados al ciclo vital en la Huebra (Salamanca): mocedad, noviazgo y matrimonio

ESPINA BARRIO, Angel B. y JUEZ ACOSTA, Eduardo

Publicado en el año 1990 en la Revista de Folklore número 116 - sumario >

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Una de las funciones más importantes que ha de cumplir cualquier cultura se refiere al cuidado de la perpetuación física de sus miembros y a la continuación de sí misma, por ello la unión de los sexos y la procreación son actos totalmente controlados por la normativa y los rituales sociales. Como ya dijimos que los ritos de embarazo y parto no pueden entenderse sino como consumaciones del matrimonio, tendremos ahora que estudiar éste desglosándole en sus diferentes etapas: mocedad, noviazgo y boda.

Los datos recogidos sobre las prácticas asociadas a la mocedad en la Comarca de la Huebra se centran casi con exclusividad en el sexo masculino ya que las conductas de las muchachas, en especial las referidas al momento de la primera menstruación, son ocultadas socialmente y no constituyen un rito de paso en sentido estricto. No obstante la vida del mozo en esta etapa no es comprensible sin sus frecuentes relaciones con las muchachas y por ello muchas de las observaciones que anotemos también se referirán a ellas. Tanto el hombre como la mujer buscan la relación y tienen perspectivas concurrentes, aunque no siempre iguales (1).

LA MOCEDAD

El evento que marcaba socialmente el paso de niño a mozo era, por excelencia, el denominado «pagar la entrada». Se daba a los dieciseis años y coincidía con la entrada del neófito en el grupo de iguales. Consistía en el 'convite a unas jarras de vino:

Cuando un mozo se incorporaba al grupo de mozos se le «cobraba el vino» y si no quería pagarlo se le tiraba a un caño o a una charca (Hondura de Huebra).

De esta sencilla manera el niño quedaba hecho mozo a todos los efectos, aunque, como se sabe, el paso posterior por el período Militar vendría a confirmar su madurez, que no sería plena hasta el matrimonio. Durante todo este período, que en tiempos pasados no era muy amplio, se celebraban una serie de fiestas, en las que los mozos eran los protagonistas, cuya funcionalidad, a nuestro entender, era doble: fomentar la solidaridad del grupo y ayudar a acercar controladamente los dos sexos. Veamos detalles de estas fiestas primeramente en Hondura de Huebra y después comparativamente, en el pueblo cercano de San Domingo.

La víspera de Reyes y la víspera de Todos los Santos eran los días escogidos por los mozos de Hondura para realizar sendas cenas festivas. A tal efecto eran nombrados mayordomos dos mozos que quedaban encargados de comprar unos carneros y organizar el ágape con el dinero recolectado en el grupo. El mayordomo mayor organizaba la cena de Reyes en su casa y el menor se cuidaba de la de Todos los Santos. Para congregar a todos los miembros a estas reuniones parece ser que estos mayordomos hacían sonar un cuerno de vaca.

Al terminarse la cena de Reyes se cambiaban los mayordomos. Cogían un vasito de vino y se lo entregaban a sus sustitutos. Luego, por la noche, se hacia el baile. Se invitaba a las mozas y se traía tamboril de Escurial (Hondura de Huebra).

A la cena sólo se invitaba, en un principio, a la moza mayor aunque en épocas más cercanas asistían otras muchachas. Además eran frecuentes las reuniones nocturnas entre mozas y mozos, en casa de alguno de estos últimos, en las que podían charlar y divertirse.

En San Domingo, por Navidad, los mayordomos acompañados de todos los mozos y el tamborilero, iban por las casas felicitando las Pascuas. Cada uno de los mayordomos portaba un pincho, parecido a una espada, en el que iba clavando lo que tenían a bien regalarles los vecinos, que solía ser algo de cebón (orejas, rabos, o algún pie). También se acostumbraba a dar alguna torta de pan que se iba echando en unos cestos que cargaban los mozos más jóvenes. Aparte esto, solían ser obsequiados con castañas, nueces y dulces. Si en las casas había mozas se organizaban bailes lo que prolongaba bastante el recorrido y lo que motivó en su día la protesta de algunos vecinos, especialmente la de los mayores de edad. Se celebró, incluso, una asamblea por esta cuestión en la que no hubo acuerdo unánime aunque sí una votación favorable a suprimir esta fiesta.

Con todo, pocas cosas quedaron eliminadas, entre ellas, la organización de una subasta el día de año nuevo en la que eran vendidos los excedentes de lo sacado. El dinero era entregado al señor cura y debía ser destinado a sufragar la iluminación del Santísimo.

Se daba en esta misma población una cena de año nuevo para la que se acostumbraba comprar dos carneros capones. Si la compra se hacía en algún pueblo cercano, los mozos acudían la antevíspera a realizar el traslado de los animales. Las mozas del pueblo visitado escondían previamente aquello que los forasteros venían a recoger, con lo que empezaba una relación jocosa y una primera juerga en la que no participaban para nada los mozos del pueblo visitado. Es evidente el interés de estas relaciones que podrían terminar en matrimonio y es de destacar la amalgama que siempre se da en los grupos humanos entre lazos económicos y sexuales. La manera más simple de intercambio entre los pueblos se realiza mediante el comercio pero también, y sobre todo, por el intercambio matrimonial (2).

Ya de vuelta al pueblo, por la noche, los carneros deben ser bien guardados pues los casados intentarán robarlos normalmente de manera infructuosa. Rivalidad curiosa que revela un funcionamiento que recuerda al de las clases de edad de otras culturas.

La víspera por la mañana los mayordomos con los carneros bien engalanados. dan una vuelta por el pueblo seguidos por los muchachos. A continuación se meten. Los mayordomos invitan a las mozas a que vayan a la cena. Estas van a hacer las morcillas para los dos días siempre con la ayuda de algún mozo (San Domingo).

Contrariamente a lo que se hace en Hondura, es en esta cena cuando se realiza el relevo de los mayordomos. Antes de cenar los mayordomos antiguos deciden quiénes les pueden suceder y sólo al acabar el convite dan a conocer su decisión de una curiosa manera. El primer mayordomo toma un vaso de vino y dice al que va a ser nombrado: Toma y bebe de este vaso de vino como buen compañero, para que cumplas el cargo de este Feliz Año Nuevo. A esto contesta el nuevo mayordomo: Yo lo recibo y mis deseos son que para el próximo año todos podáis acompañarme, y si alguno no fuera, que sea por su gusto. (Por haberse casado, por ejemplo). El segundo mayordomo procedía de manera similar.

El día de Reyes también se hacía en San Domingo un baile con tamboril y un ágape después del baile con las aportaciones voluntarias de las mozas: longaniza, costilla, etc. Se cenaba, bebía y jugaba a placer. Por cierto que en este pueblo también se pagaba la «entrada», como nos lo dijo un informante:

Los que salieron de la escuela ni son muchachos ni mozos, son dos o tres años de espera. Estos son los mozos de media braga. Para ser mozo del pueblo hay que pagar «la entrada» (San Domingo).

«Entralda» que consistía, si se era hijo del pueblo, en pagar media azumbre de vino (un litro), y media cuartilla (dos litros) si se era forastero.

Una vez realizada esta visión comparativa de las fiestas de mozos de San Domingo, volvamos a dar un repaso al ciclo festivo anual de Hondura viendo la participación que los mozos tienen en él, especialmente en sus dos celebraciones más propias ya reseñadas.

Ya en Santa Agueda, fiesta que se celebra el cinco de febrero y que tiene gran tradición en otros pueb1os de la provincia de Salamanca, empezaban los preparativos de la cena de carnaval. Las mozas del pueblo pedían «las perras» a los forasteros con las que sufragar la mencionada cena a la que asistían los mozos y el imprescindible tamborilero.

En las fiestas de Carnaval puede destacarse el disfraz de «Vaca Antruejo» (pedazo de madera con cuernos) con el que los mozos se persiguen unos a otros.

El día de San Pedro se hacía «la migada». Los mozos del pueblo recorrían todos los corrales para ordeñar las cabras de los vecinos que, en fiesta tan señalada, parece que eran generosos. Después de realizado esto llevaban la leche a casa del mayordomo quien se encargaba de hervirla y echarle las sopas (pan) en cazuelas. Tras enfriarse el alimento, ya por la noche, las mozas eran invitadas a comerlo. Los niños también daban vueltas alrededor con el fin de que los mozos les sacasen alguna cazuela.

Pero es, sin duda, el día de Todos los Santos uno de los más significativos del año para los jóvenes del lugar, especialmente para los varones. Después de las actividades del día en las que convivían mozas y mozos por ejemplo recogiendo bellotas en el encinar, donde los chicos subían a los árboles y ellas apañaban abajo, los muchachos se retiraban para hacer una cena muy especial la noche de difuntos. Días antes ya se habían reunido en casa del mayordomo chico para comprobar cuántos «entraban» y comprar la carne necesaria.

Siempre se preparaba carne para esa noche y la siguiente, lo normal de aquí, una oveja o un carnero. En esta cena sólo se comía carne y la cuenta se hacía en la noche siguiente (Hondura de Huebra).

La víspera se pedía al yerbejero la leña para el guiso a cuya greña los mozos llevaban un carro al sitio convenido no olvidándose nunca de la bota de vino y, si ya habían matado al animal, daban cuenta de los menudos. Por la tarde ponían los mayordomos unos cordeles a las campanas de tal forma que éstos llegaran al suelo pues esa noche tocarían a muerto con mucha frecuencia y de esa guisa no les haría falta subir al campanario. Era casi una obligación de los mozos realizar esta tarea por la que es daba el cura dos pesetas que en aquel tiempo costaba la cuartilla de vino.

Cuando subió el precio -se quejaba uno de nuestros informadores- no hubo forma de tener más dinero. Decía el cura que había que respetar las costumbres...Acabó por no dar nada (Hondura de Huebra).

Mientras todos estaban cenando algún mozo iba a doblar insistentemente las campanas con intervalos de pocos minutos y durante un espacio de tiempo muy prolongado. Los mayordomos acudían a premiar al esforzado compañero con un buen plato de carne y una jarra de vino por su celo en la tarea. Después de cenar los mozos se ponían a jugar a las cartas, normalmente al «julepe».

La otra fiesta de mozos, quizá de mayor importancia que la relatada, se daba alrededor de la Cena de Reyes. Tocándose el cuerno unos días antes del evento para calcular el número de los que «entrarían» -Hubo años en que pasaron de treinta, nos dijo un anciana del lugar- se acordaba la salida para comprar los carneros. Tras la misa, a la que asistía el tamborilero, trascurría el día alternándose los bailes y los refrigerios a base de carne. Los mayordomos pasaban por las casas donde había mozos pidiendo dos libras y media de pan y una taza de garbanzos por cada uno de ellos, lo que permitiría invitar a las mozas a la cena en la que se serviría, además, morcilla cocida de oveja y carne guisada de dos formas.

La noche de la cena se acostumbraba, para empezar, poner aceitunas en varios platos como aperitivo y contaban que un año las cambiaron por cagalutas...(Hondura de Huebra).

Siempre sobraba mucha carne a pesar de que también era agasajado el tamborilero quien, en varias ocasiones durante la cena, tocaba «a besar», melodía que estimulaba a los mozos a hacer lo propio con alguna moza cercana.

Como ya se ha dicho, en esa noche se efectuaba el relevo de los mayordomos para lo que, después de cenar, iban dando un vaso de cristal lleno de vino a cada uno de los asistentes. Al llegar a los previamente designados como nuevos mayordomos se les decía, a manera de nombramiento: Que tengas salud para cumplir la mayordomía.

Entre otras fiestas locales con participación destacada de los mozos, puede también mencionarse “La Alborada” del día de Navidad en la que los mozos componían cantares a las mozas, normalmente laudatorios. Es una lástima que ya nadie recuerde ninguno de estos cantos.

Por último están las fiestas de quintos que, tanto en Hondura como en San Domingo, consistían en una cena y un baile de despedida antes de la marcha al servicio militar. En estas celebraciones, que tenían el nombre específico de “convidá de los quintos” no había colecta ya que los mozos eran invitados directamente por la comunidad. Brindando por la salud y la suerte de los que partían, el pueblo marcaba socialmente su separación y entraba en la vida militar, que en aquellos años constituía un verdadero “período de paso” pues era normal que poco después de la vuelta el joven “se echara” novia.

EL NOVIAZGO

Las muchachas aprendían pronto a desear el matrimonio y, para encontrar novio, no faltaban las velitas a San Antonio. Lo más corriente eran casamientos entre jóvenes del mismo pueblo, siendo la endogamia muy fuerte, como nos lo dijo uno de los informantes:

Aquí, como éramos muy pocos, todos somos casi parientes. Se casaban incluso entre hermanos de padre o de madre. Hay muchos primos carnales (o primos hermanos) casados y también hay muchos dos hermanos con dos hermanas (Hondura de Huebra).

Los matrimonios eran muchas veces concertados por los padres existiendo, en el origen de los mismos, fuerte base económica. Los intereses extrasexuales siempre han tenido una importancia fundamental en el establecimiento de lazos afines, tanto ahora como en el pasado, únicamente que en las sociedades tradicionales esto podía observarse con menos tapujos (3).

Recuerdo a una que la hicieron casarse con otro porque tenía dos vacas (Hondura de Huebra).

Aunque muchas veces los novios carecían de casi todo, por lo que era muy importante que el novio fuera trabajador y fuerte. Veamos que le pasó a una pareja, que evidentemente no reunía estas características indispensables para llegar a la boda, según unos versos recordados por la señora Elisa:

...Ella se llamaba Juana
era nieta de su abuelo,
con pedacitos de pan
se pasaba el día entero.

El se llamaba Juan
era cojo y también tuerto,
de trabajar no entendía
porque era tierno de huesos.

Un día por la mañana
a Juan le vino el deseo
de acostarse con su novia,
y lo consiguió al momento.

Y después le dice: Juana,
yo tu palabra deseo
si nos hemos de casar,
tenemos que ver primero,
la manera de vivir
y el lugar que tenemos.

Aunque ves esta camisa
yo también otra tengo,
que la pobre está sin mangas
y le falta el delantero,
tampoco tiene la espalda
y además le falta el cuello.

Y también tengo una capa
pero con tantos remiendos,
que no se puede saber
qué color es primero.

¡Ay Juan! por lo que me vas diciendo
eres más rico que yo
y ahora verás que no miento.

Aunque avíos de cocina
yo también algunos tengo:
tengo una sartén rota,
un puchero viejo
un cazo desportillado.

De las botellas no hablemos,
de cuchara y tenedor
sólo tenemos los dedos.

¡Ay Juanita de mi alma!
por lo que me vas diciendo
ni colcha ni colchón
ni nada bueno tenemos,
pues vivamos separados
que por mujer no te quiero.

¡Qué me dices Juan Eterno!
¿No quieres que nos casemos?
pues que sea enhorabuena
si libre de tí me veo

porque eres un vagabundo
mal trabajador y feo,
y tienes más alegatos
y más moquillo que un perro,

narices de apagavelas
siempre estás en movimiento
rascándote las espaldas
que las tienes llenas de «piejos».

Tuvieron que ser separados
después de grandes auxilios.

Ella se marchó llorando con desconsuelo
y el se quedó suspirando
con golpe en el ojo bueno.

Y aquí termino este cuento,
el que no quiera creerlo
que monte la burra coja
y venga a mi pueblo a verlo

(Elisa Martín, Hondura de Huebra) (4).

Los novios se veían normalmente al ir a recoger agua, al ir a cuidar las vacas o las pocilgas... Al regresar de estas labores venían juntos charlando y conociéndose. También, como es lógico, en los bailes y fiestas de las que hemos tratado. Podía saberse lo “serio” que iba una relación por el número de bailes que la moza concedía a otros muchachos. Si el noviazgo estaba muy avanzado prácticamente sólo bailaba con su novio.

En los casos menos frecuentes, pero sí muy importantes, en los que el novio fuera forastero podía observarse una reacción significativa del grupo de varones jóvenes del pueblo. E1 forastero debía "pagar el vino" pues de lo contrario le sería prácticamente impedido estar con su novia. De alguna forma debía “naturalizarse” en el pueblo para poder ser aceptado, en otro caso sería un intruso que mermaría las posibilidades de encontrar pareja a los mozos del lugar.

En San Domingo, cuando las relaciones se prolongaban lo necesario, el novio pedía permiso para entrar en casa de sus futuros suegros. Estos ya habían sido advertidos previamente por su hija de tales intenciones, advertencia que suscitaba muchas dudas y vergüenza por parte de la novia, situación similar a la sentida por el novio al informar de lo mismo a sus propios padres. Los padres del novio acudían una noche a casa de la novia a “pedirla” para su hijo. En este momento se acordaba la fecha de la boda, el día en que “se pregonarían” y cuándo se iba a hablar con el cura y dar las dotes. Esa noche cenaban juntos padres, novios y hermanos, cruzándose varios regalos y decidiendo en qué casa era conveniente celebrar el enlace.

Antes del segundo pregón, los padres del novio y de la novia, o en su defecto algún tío, pasaban por las casas de los que iban a ser convidados informando del día de la boda e invitando a “misa y mesa”. Paralelas invitaciones realizan, por una parte, el novio, acompañado de algún hermano o amigo, a todos los mozos del pueblo y, por otra, la novia, acompañada de alguna hermana o amiga, a todas las mozas del lugar.

LA BODA

Se daba también en la Huebra la tan extendida creencia que pronostica mala suerte si el novio ve a la novia antes de la boda. Por ello, el día del casorio, llegaban por separado a la iglesia donde esperaba la mayoría del pueblo engalanada para la ocasión. En realidad las fiestas y preparativos empezaban ocho días antes de la boda. En un principio parece que la novia no participaba mucho en esos preparativos. Ya hemos hablado de la forma de realizar las invitaciones pero no de una figura poco corriente: la sotamadrina:.

Además del padrino y de la madrina estaba la sotamadrina que tenía que repartir perras para que las mujeres fueran a ofrecer para los que se iban a casar (Hondura de Huebra).

Por supuesto que los gastos del banquete eran pagados por los padres de los contrayentes, sin embargo, otros gastos secundarios debían ser cubiertos con aportaciones de los padrinos y de la sotamadrina.

El día de la boda por la mañana se les cobraba las perras a las mujeres y a los padrinos y a la sotomadrina. Esto lo hacían los mozos. Hacían un revuelto de pimiento y agua en un caldero y si alguna se resistía a pagar, a mojarle las piernas hasta que pagaba (Hondura de Huebra).

Asistía, como no, el tamborilero quien tocaba pasacalles al salir de la iglesia y durante la comida. El ágape se componía de sopa de fideos, cocido de garbanzos, carne cocida con morcilla de oveja, jamón, dulces y licores.

Después del baile los novios se «daban el clareo» para que los mozos no les hicieran perrerías (Hondura de Huebra).

Estas bromas, a veces más pesadas de lo conveniente, solían consistir en poner sal en las sábanas, tocar el cencerro, etc. (5) .Tales prácticas indican, sin ningún género de duda, una serie de sentimientos ambivalentes del grupo de mozos que en ese momento abandonan los recién casados. Por una parte existe una cierta envidia por haber logrado el nuevo estatus y, por otra, una rivalidad e, incluso, una celotipia especial entre los individuos de igual sexo en ese momento de intercambio matrimonial (6).

Como punto de referencia, y al igual que otras veces, veamos qué ocurre en el vecino pueblo de San Domingo. Allí las bodas solían celebrarse en sábado, siendo el domingo la tornaboda. La semana previa estaba plagada de actividades muy bien reglamentadas en las que se movilizaba prácticamente toda la comunidad. El jueves, por ejemplo, los invitados, excepto las mozas, iban a amasar pan y a hacer los bollos maimones (7). El viernes, los tíos carnales y algún amigo del novio, acudían a preparar la carne. Como casi todos tenían ovejas se sacrificaban dos o tres de cada parte. Este mismo viernes, las tías carnales y vecinas, se reunían para lavar las tripas del ganado que hubieran matado y para hacer las morcillas. Todos los invitados a las bodas, excepto mozos y mozas, llevaban un gallo o una gallina. Los vecinos, fueran o no al convite, acostumbraban a dar unos huevos u otros regalos, siendo correspondidos con una porción de pan de anís.

Entrando ya de lleno en la ceremonia y comida nupcial, destacaremos la llamada temprana hecha por el tamboril en las calles del pueblo, tras la que los invitados se reúnen en la casa organizadora para desayunar. La novia, mientras tanto, es ayudada a vestirse por las amigas. Una vez compuesta se arrodillará frente a sus padres quienes le darán la bendición para que sea feliz en su enlace matrimonial. Posteriormente la comitiva partirá de la casa del novio quien, del brazo de su madrina, se dirigirá a la casa de la novia donde ésta le esperará junto con el padrino. Una vez reunidos todos, irán a la iglesia. Antes de entrar en el recinto sagrado, el sacristán coloca a los contrayentes un elegante paño sobre los hombros como símbolo de su unión. Terminado el rito, los novios y acompañantes van a la casa de los padres del novio donde éstos les esperan para darles la bienvenida. Novios, padres y sacerdote toman un refrigerio previo a la comida. Para llamar a ésta el tamborilero da un toque por las calles del pueblo.

La tarde de la boda, tanto en Hondura de Huebra como en San Domingo, se llevaba a cabo una interesante costumbre denominada «la espiga» que consistía en poner una mesa y unos asientos en plena calle con el fin de recibir y exponer al público los regalos realizados por los invitados. La ropa y los objetos entregados a los novios se traían en baules. Los hombres echaban dinero en una bandeja. Los primeros en «espigar» eran los padres de los novios. Lo sacado de la espiga -junto con trigo, patatas, algún apero y ganado- era con lo que contaban los novios para empezar su propia vida.

Ya sabemos las cautelas que debían observar los desposados en su noche nupcial. Según el testimonio de una vecina:

A la hora de cenar los novios ya se han despistado para que no se sepa dónde van a acostarse (Hondura de Huebra).

En el segundo día de la boda se lleva a cabo un acto simbólico de primer orden: los novios son enganchados a un yugo con su arado para que vayan acostumbrándose a trabajar juntos. Todo termina con el «baile de la rosca», un concurso para parejas con un bollo maimón de regalo.

Una vez estudiados todos los rituales de esta crucial etapa de la vida, digamos algo, para terminar, del establecimiento de determinados derechos, jurídicos o no, inherentes al acto matrimonial en estas tierras. Seremos muy concisos ya que esta temática escapa a nuestro interés inicial.

La independencia familiar, la nuclearidad de la familia y la neolocalidad a la que hoy estamos acostumbrados, no se daban en un pasado cercano en esta zona. Las discrepancias de nuestros informadores en este punto son frecuentes. Unos afirmaban que la residencia se escogía en la familia más dispuesta o mejor situada, mientras que otros afirman que los novios se quedaban en la casa de los padres que necesitaran más brazos. En ambos casos quedaba claro el interés de las familias por retener a los cónyuges y, por ende, a la descendencia que éstos pudieran aportar. En las herencias se tenía muy en cuenta la descendencia (los nietos), buscándose la continuidad de «la casa».

Los hijos con padres propietarios de tierras quedaban, por lo general, trabajando las tierras de su padre sin percibir rentas significativas hasta la muerte de éste. Algunas veces podía conseguirse la delegación del padre en favor de su hijo siempre que quedase asegurado el cuidado de la vejez paterna.

En realidad, se ha dado un fuerte cambio social respecto de principios de siglo (época de los renteros). El sistema de herencia en la época de los renteros era el siguiente: la casa quedaba para el hermano pequeño, mientras que el resto emigraba. La mujer, tan importante o más que el hombre para la casa y el trabajo, quedaba como esposa o se iba. Actualmente, teniendo en cuenta la fuerte emigración, la casa queda para el pequeño o para el que haya permanecido en el pueblo convencido por el padre. La responsabilidad respecto a los cuidados de la generación mayor es compartida con los que han emigrado, que normalmente gozan de una posición urbana más favorecida. El cambio en los sistemas económicos no ha servido, ni sirve en este caso, para frenar la emigración, dada la escasa rentabilidad de las posesiones.

(1) Aparte: de los textos que se citarán a continuación, se han consultado, secundariamente, los siguientes: Carabaña, J.: "Homogamia y movilidad social", Rev. Española de Investigaciones Sociológicas, 21, 1983, 61-81. Campos, M. y Puerto, J. L.: "El ciclo de la vida de Villacidayo", Folklore, 112, 1990, 111-120. Domínguez Moreno, J. M.: "Las bodas populares carereñas. Una aproximación interpretativa de sus rituales", Folklore, 75, 1987, 98-103. "El folklore del noviazgo en Extremadura", Folklore, 79, 1987, 19-27. Driessen, H.: "Male sociability and rituals of masculinity in rural Andalusia", Anthropological Quarterly, 56, 3, 1983, 125-133.Galland, O.: "Formes et transformations de l'entrée dans la vie adulte", Sociologie du Travail, 27, 1, 1985, 32-52. Martín Ruiz, J. F.: "El modelo de nupcialidad en Andalucía. El ejemplo de Cádiz", Rev. Internacional de Sociología, 44, 4, 1986,563-577. Quijera Pérez, J. A.: "La fiesta de ‘los novios’ en la Rioja", 85, 1988, 3-6. Sánchez, M.: "De la niñez a la adolescencia", Folklore, 27, 1983, 75-79. Sanz, I.: "La 'metida a mozo' de San Cristóbal", Folklore, 16, 1982, 110-112. "La fiesta de los quintos en Otero de Herreros", Folklore, 49, 1985, 10-15.

(2) Véase: Lévi-Strauss, C., Las estructuras elementales del parentesco. Planeta. Barcelona, 1985, 65-78 y 91-108.

(3) Véase: Bossen, L.: "Toward a theory of marriage: the economic Anthropology of marriage transactions", Ethnology, 27, 2, 1988, 127-144.

(4) Véase: Martín, E.: "Los novios", en El Alamo de la Plaza, nº 12, 1988, pág. 27.

(5) La sal no es, desde luego, un símbolo de la fecundidad. Para una visión comparativa de estas prácticas véase: Vicente Castro, F. y Rodríguez, J. L.: "La campanilla (o cencerrada); Ritual nocturno de bodas", Cuadernos de Realidades Sociales, 25-26, 1985. 11-122.

(6) Si se desea ahondar más en los conflictos afectivos que conlleva toda unión conyugal dentro del grupo de iguales puede consultarse: A. B. Espina Barrio, Freud y Lévi-Strauss. Ed. Universidad P. S. Salamanca, 1990, 80-83.

(7) Dulces en forma de bizcocho redondo, típicos de la provincia de Salamanca, que tienen su origen en la zona de Ciudad Rodrigo.



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Publicado en el año 1990 en la Revista de Folklore número 116.

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