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Editorial
Revive periódicamente el interés por crear museos de contenido etnográfico; en algunos casos la actitud responde a la mala conciencia o complejo de responsabilidad de algunas instituciones, que perciben el deterioro sufrido por algunos aspectos de la vida tradicional, cuyos elementos han pasado de ser algo cotidiano y natural a convertirse en objetos codiciados por los anticuarios. En otros casos se trata de iniciativas personales o privadas, por lo general llenas de buena voluntad, pero carentes de un soporte económico y una organización capaces de hacer frente al gasto pecuniario que una empresa de este tipo lleva consigo; así, se abren museos que, en pocos meses, se ven obligados a cerrar sus puertas por falta de personal o por insolvencia.
Otro tema es el del contenido y su referencia al espacio físico o geográfico en que el museo está enclavado; surgen de este modo museos regionales o comarcales que, aun respetando una ordenación de tipo universal (temas, ciclo del año, ciclo vital, oficios, etc.), atienden exclusivamente a la zona en la que han surgido y a la que sirven en todo momento. Hay museos monográficos, sin embargo, que pretenden albergar entre sus paredes una sola temática, sin importarles en qué lugar se desarrolla.
Por último, tienden los museos en la actualidad (y ello hay que contemplarlo como un progreso importante) a remarcar su carácter didáctico con publicaciones, salas especiales para jóvenes dotadas de medios de comunicaci6n atractivos, gráficos y mapas que acentúan los aspectos pedagógicos de lo que allí se observa, etc. Es lástima que museos como el del Pueblo Español, que podía ser, por su magnitud y contenido, uno de los mejores del mundo, esté esperando su emplazamiento definitivo que nunca llega.