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La vida en los pueblos parameses, hasta no hace mucho tiempo, se regía por un calendario impuesto principalmente por la Naturaleza. La atención a la agricultura y ganadería, actividades básicas, estaba sujeta al ritmo estacional que sigue la vegetación de las plantas. El esfuerzo humano que a ellas se dedicaba iba en aumento de primavera a verano, para descender progresivamente de éste a otoño, alcanzándose un mínimo de otoño a invierno, situación que se mantenía hasta llegar la primavera, momento en que retornaba nuevamente la actividad.
Al aflojar los trabajos del campo había más tiempo para labores de tipo artesanal en la casa y se propiciaba la convivencia y la diversión. El acortamiento de los días y el alargamiento de las noches, así como el frío reinante, eran otros elementos impulsores de las tareas hogareñas y de las reuniones.
En el Páramo, al igual que en otras muchas comarcas leonesas, eran corrientes las reuniones noctumas de hombres, mujeres y jóvenes que se denominaban con el genérico nombre de (filandón, hilandón o velorio; verdadero vehículo de transmisión cultural en el que la convivencia reforzaba los lazos de unión entre los vecinos. Aquí se hilaba, se tejía, se hacía o arreglaba calzado, se relataban cuentos e historias, se cantaba, se bailaba, elc.
La vida interna de un (filandón está magníficamente reflejada en un trabajo sobre El filandón en Noceda del Bierzo» (RODRIGUEZ, 1982), por lo que no vamos a insistir en esos aspectos comunes a todos los filandones; no obstante, resaltaremos algunos detalles relacionadas con el filandón, en la comarca del Páramo leonés, que creemos de interés para el estudio de esle hecho folklórico.
El filandón en tierras paramesas daba comienzo ya entrado el otoño, prolongándose por un espacio de tiempo más o menos variable, desde noviembre hasta la Cuaresma, que por ser época penilencial, los días más largos y estar en los albores de la primavera, se hacía imposible continuar con este tipo de reuniones.
A partir de las ocho o nueve de la noche, horario solar, comenzaban a llegar los contertulios de cada filandón, y a eso de la media noche se deshacía la reunión, regresando las familias a sus casas. Esta desbandada ponía una nota curiosa en el pueblo por el ir y venir de luminarias de aceite de linaza, abundante siglos alrás por estas tierras.
Dependiendo del tamaño del pueblo, había uno o varios filandones que se reunían cada año en las mismas casas, teniendo a gala sus dueños continuar la tradición, que en muchos casos les venía por herencia. Se les denominaba con un nombre propio, el nombre o apodo de la anfitriona o anfitrión, precedido del «tía» o «tío», tratamiento corriente por tierras paramesas, que sólo era sustituido por «señora o señor» si la persona correspondiente gozaba de especial consideración por su educación, modales o caudales. Claro está que cuando a la casa en que se reunía el filandón llegaba el luto, aquél se trasladaba a otro lugar.
Cada filandón tenía su propio carácter; unos eran serios, sin que esto quiera decir que carecieran en absoluto de alegría, más bien diríamos tranquilos; otros, por el contrario, eran bulliciosos y alegres, sin que esto supusiera desmadre o desenfreno. Tanto en uno como en otro tipo de filandones se daban agrupaciones de personas pertenecientes a los distintos estratos sociales del pueblo. Si el filandón se reunía en una casa de posibles, allí acudían gentes que no los tenían e incluso aquellas personas reputadas por pobres, y viceversa. Sólo era necesaria la coincidencia con el carácter general del filandón y ser un miembro que aportase algo de lo que la reunión exigía: gracia para relatar cosas; ingenio para dichos, adivinanzas, bromas de buen género o gracia para cantar y garbo para bailar.
En los filandones tranquilos, una vez que todos sus miembros se hallaban dentro, resultaba difícil franquear sus puertas; no así en los bulliciosos, donde esta dificultad no existía y era corriente la presencia de elementos ajenos que venían a divertir y a divertirse.
Estos eran jóvenes que no se avenían a la quietud que imponía la permanencia en el filandón, y cuando el frío no era muy intenso, se desplazaban por el pueblo de filandón en filandón, para mayor diversión de todos, concurrentes habituales y visitantes. Generalmente, recalaban en algún filandón bullicioso, no sin antes pretender su entrada en los tranquilos, utilizando diversas mañas, que en más de una ocasión tenían el efecto deseado, bien porque lograban el engaño, bien porque había un deseo de romper la monotonía cotidiana.
También con este deambular de jóvenes, amparados en el anonimato de la oscuridad, se cometían acciones desagradables, que merecían la desaprobación del vecindario e incluso, en alguna ocasión, tenía que tomar cartas en el asunto el Concejo, para dar la correspondiente amonestación, reprimenda o castigo.
El filandón desempeñó un importante papel en la pervivencia, generación tras generación, de las diversas facetas del saber popular, que pasaban de unas a otras por transmisión oral. Cuentos, romances, historias, canciones, etc., se mantenían en los pueblos, en gran medida, gracias a estas reuniones que tanto se prodigaban por el Páramo y la geografía leonesa en general.
En el aspecto etnomusical es donde más se ha dejado sentir la desaparición del filandón. Los romances, con su música, estaban en la memoria de gran número de personas de todos los grupos de edad; ahora se han olvidado, con dificultad podríamos oirlos a personas de mediana edad o a jóvenes. Idéntico camino han seguido las tonadas bailables, las rondas, las canciones de oficios, etc., que se repetían una y otra vez, incorporando en más de una ocasión nuevas estrofas y estribillos, nacidos de la espontaneidad o traídos de otros lugares. No obstante, en el mayor de los olvidos quedaron canciones, más o menos intencionadas, como la que a continuación transcribimos, que por su temática y ritmo debían de tener gran aceptación entre los contertulios:
Ea chica rubia si gustas venir (1),
conmigo a los toros de Valladolid.
Con licencia
de tu tío Antón
el cura perdido
y el tuerto tascón.
Don Antonio Vega
que ya se murió
Don Felicio Trena
que hasta aquí llegó.
El tío Ventanero
tenazas de hierro
cuchillo muriano
de Juan Sevillano
por esta que es cruz.
Dice en alta voz:
Estaba Fulenta
María y Vicenta
jugando a la taba
también alcaraba
la Blanca Marflora
la vieja Simona
Perico y Simón.
El Guarda Mayor
el trigo a la casa
y toda la casta
que está por venir.
Se acabó la historia
con Juan de la Noria
con Pepe el Castillo
y Juan Cardañín.
Ee chica rubia si gustas venir,
conmigo a los toros de Valladolid.
En las manifestaciones de religiosidad po pular navideña también tuvo su parte el filandón. Así, en el período que iba de noviembre a Navidad, las jóvenes y mozas que se encargarían de cantar los ramos el día de Noche buena (SANTIAGO-ALVAREZ, 1983) comenzaban a prepararlos y ensayarlos durante la reunión, ayudadas por versificadoras del lugar y cantadoras de reconocida fama.
Finalmente, no debemos olvidar la misión que cumplió como escuela de pandereteras y pandereteros, instrumento que perdió vigencia y a cuyo son se bailaba corrientemente en el Páramo.
La Navidad imponía dificultades para la concurrencia y participación, por lo que el filandón dejaba de reunirse asiduamente durante este período de tiempo. Pasada la Navidad volvía a recobrar su vida; ahora todo se encaminaba hacia un nuevo acontecimiento, el antruejo, que requerirá un estudio particular Sirva decir aquí que se comenzaba a «correr los antruejos» poco tiempo después de pasada la Navidad; casi todos los días grupos de jóvenes y no tan jóvenes iban por los filandones vestidos de antruejos, tratando de conseguir entrar en ellos a fin de organizar juerga con dichos, hechos, actitudes, etc., para luego terminar bailando. Cuando se alcanzaba el clímax era el domingo, lunes y martes de antruejos con la participación generalizada de todo el vecindario, exteriorizada con antruejadas y baile por las casas, calles y plazas
Con el Miércoles de Ceniza se daba por finalizado el período de filandón; ahora venía el período penitencial que se deseaba con pocas ganas, tal como deja entrever la copla popular:
Adiós martes de antruejos (2)
adiós mi vida
que hasta Pascua de flores
no hay alegría.
Estribillo:
Adiós que me voy
que me están esperando
en la calle del Conde
número cuatro.
Adiós que me voy
que me están esperando.
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REFERENCIAS
RODRIGUEZ, Felisa, 1982. El Filandón en 'Noceda del Bierzo. Revista de Folklore 2 (2): 123-125.
SANTIAGO ALVAREZ, Cándido, 1983. La cultura popular del Páramo leonés: Manifestaciones religiosas. Revista de Folklore 3 (2): 147-159.
(1) Recogimos letras y música en 1984 a Felicitas SANTIAGO GRANDE, 77 años, en Santa María del Páramo.
(2) Esta tonada pertenece al grupo de las que denominamos jaral ronda. La estrofa es de dominio generalizado; el estribillo lo cantaba Luzdivina GRANDE SIMON, abuela del autor, fallecida en 1960; de la música con que interpretaba la tonada, informó Felicitas SANTIAGO GRANDE, en 1984.