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Revista de Folklore número

069



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El diezmo como tributo y como costumbre, Siglo XVIII

MARTIN VIANA, José León

Publicado en el año 1986 en la Revista de Folklore número 69 - sumario >



Se publica con este número un trabajo sobre los diezmos en la Castilla del siglo XVIII representada por el Antiguo Partido de Portillo, y que se compone de dos partes: la primera tratará el diezmo como tributo; la segunda, cono costumbre. El lector apreciará sin duda en ambas, un drástico giro estilístico: en la primera un cierto rigor; en la segunda un cierto desenfado. Y aunque en la forma aparezcan dispares, en el fondo se complementan ya que el rigor ofrece vigor a la costumbre mientras que esta presta a aquél el necesario frescor para evitar el exceso de aridez con lo que, así lo esperamos, habremos conseguido nuestra esencial intención: la armónica conjugación de lo objetivo con lo subjetivo; o, dicho sea en otros términos, el ofrecimiento al lector de Folklore de un atractivo conocimiento de lo que era el diezmo.

Sin embargo, ni por la riqueza del tema, ni por la necesaria limitación del mismo en esta ocasión debe suponerse que esta colaboración pueda, no sólo agotar sino ni siquiera esbozar adecuadamente el diezmo en todas sus facetas tanto históricas como jurídicas, eclesiásticas o socioeconómicas, aunque se tratará de hacer algunos apuntes, que ojalá logren la mínima cohesión y sencillez para la consecución de lo que se pretende.

EL DIEZMO COMO TRIBUTO

La palabra "diezmo" proviene de la latina decimus (de decem, diez) y significaba un impuesto o tributo que ofrecía dos aspectos bien diferenciados: uno civil y otro eclesiástico.

En el civil, era el derecho que tenía el rey a percibir el 1O% del valor de todos los artículos que eran objeto de mercadería traficada y que, si arribaban a puerto, se llamaban diezmos de la mar; o diezmos de puerto seco si entraban por tierra, allí donde no estuviera establecido el almojarifazgo, tributo que se pagaba por las mercaderías que salían del reino, por las que entraban en él, o por las que iban en tránsito de un reino a otro de España.

En el eclesiástico, el diezmo consistía en un tributo que había que entregar a la Iglesia y que solía ser la décima parte de la producción, tanto agrícola como ganadera. Y decimos que solía ser porque, a veces, el diezmo no era matemáticamente lo que gramaticalmente significaba: la décima parte, ya que cuando no era el diezmo era superior a él, aunque esto ocurriera en raras ocasiones. En todo caso el tributo, carga, impuesto, contribución o como quiera llamarse, se conocía con el nombre de diezmo y con el de diezmero o dezmero al que diezmaba: al contribuyente.

Ahora bien: ¿cuáles fueron los orígenes del impuesto general...? Sus raíces se hunden en la noche de los tiempos. De un modo u otro, los pueblos primitivos de las selvas amazónicas, por ejemplo, nos lo demuestran.

Hay que decir que el diezmo no era el único tributo que el agricultor tenía que aportar y soportar. En efecto, se pueden citar, por vía de ejemplo, de los que algunos ya figuraban en la Baja Edad Media:

Fonsadera. -Servicio personal que antiguamente se hacía para la guerra y que consistía en abrir fosos, de donde le venía el nombre, en derredor de castillos y fortalezas. Hoy se conocería como trincheras.

Martiniga. -También conocido como martiniega, era un tributo que se pagaba el día de San Martín.

Marzadga. -Tributación que se hacía efectiva en el mes de marzo.

Yantar. -Tributo que los villanos -habitantes de las villas- pagaban al rey o al señor cuando pasaban por sus tierras y que consistía en comida. Posteriormente se pagaba en dinero.

Almojarifazgo. -Cuyo significado hemos anotado anteriormente.

Infurción. -Era el tributo que se pagaba al señorío por el solar de la casa donde vivía el campesino, ya que éste había edificado su vivienda sobre terreno propiedad del señor.

Pecho. -El que se satisfacía al rey o al señor por razón de los bienes o haciendas, llamándose pechero al que pagaba el pecho.

Alcabala. -Impuesto que incidía sobre la venta o intercambio de bienes muebles, semovientes o raíces.

Cientos. -Tributo que llegó a alcanzar hasta el 4% de las cosas que se vendían y pagaban alcabala.

Servicio. -Impuesto derivado de otro más antiguo que se llamó servicio de los pedidos, así llamado porque era el que el rey pedía cuando se encontraba en dificultades financieras de Estado.

En la época de Felipe II fueron insuficientes para sufragar los enormes gastos de la Corona con motivo de las guerras habidas contra el Papa y contra Francia, así como los derivados de la sublevación de los Países Bajos. Entonces, las Cortes concedieron al Rey un segundo servicio igual al ordinario pero independiente de él, también apagar en tres años y que, para distinguirle del primero, se llamó servicio extraordinario.

Millones. -Así llamado porque, para afrontar financieramente el desastre naval de la Armada Invencible, Felipe II necesitó de una contribución especialísima, que lo fue además por la cantidad requerida, que ya no era de maravedís o de reales como las anteriores. En efecto: además de los servicios ordinarios y de los servicios extraordinarios, el monarca pidió 8 millones de ducados (un ducado valía 11 reales ó 34 maravedís), a pagar por los campesinos en seis años. Así, pues, 8 millones de ducados eran 88 millones de reales, o bien 2.992.000.000 de maravedís. En la época en que este impuesto fue solicitado (a finales del siglo XVI), un escribano terna el sueldo de unos 3.000 maravedís al año, equivalente a 88,23 reales, o sea, 8,02 ducados.

Pero este impuesto de millones no fue el último, ya que posteriormente y en distintas ocasiones Felipe II y Felipe III volvieron a exigirle. En el año 1619 llegó a alcanzar la enorme cifra de 18 millones.

Por supuesto, no se ha hecho exhaustiva la relación de impuestos que el campesino tenía que pagar, con unas presiones fiscales cada vez más fuertes para su cada vez más débil economía; pero con lo expuesto basta para tener una ligera idea del panorama tributario en el ámbito rural.

En el siglo XVI, de unos o de otros impuestos (algunos de todos), estaban exentos

"...los prelados, grandes señores y caballeros, que son los que recogen todo el pan en grano que los dhos. labradores labran y cultivan.

No pagan ninguna cosa: los prelados, porque son exentos; los grandes y señores, porque ordinariamente no pagan las alcabalas y las cargan sobre sus tristes vasallos; y otros caballeros particulares, porque casi ninguno hay que no tenga tales remedios en sus pueblos y tierras, conque salen libres de dho. derecho y ha de cargar todo sobre los labradores, los quales no pueden escapar de pagar un grano que venden" (1).

Antiquísimos son los orígenes del impuesto general; pero ¿cuáles fueron los del diezmo, que es el tributo que más nos interesa?

Por lo que toca a la Historia Universal sabemos que Ramsés II, faraón de Egipto que gobernó el país XIII siglos antes de Cristo, fue coetáneo de Moisés; por tanto, cuando Moisés salió con su pueblo de Egipto por orden y protección de Dios mismo, se produjeron una serie de vicisitudes que quien lo desee puede encontrar en el Pentateuco, que son los cinco primeros libros conocidos del Antiguo Testamento escritos por Moisés: el Génesis, el Exodo, el Levítico, los Números y el Deuteronomio.

Pues bien, en el libro del Exodo, cap. 22, vers. 46, aparece por primera vez la palabra y el concepto de diezmo al decir: "...no serás perezoso en pagar tus diezmos y primicias...".

"Y el Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros". Ahora es Jesucristo mismo quien se refiere al diezmo. Podemos encontrar sus palabras en el Evangelio de San Lucas, 1883. Refiere el evangelista en este pasaje la parábola que Cristo expuso sobre el fariseo y el publicano: "...El fariseo, puesto en pie, oraba en su interior de esta manera: ¡Oh Dios! Yo te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano; ayuno dos veces a la semana, pago los diezmos de todo lo que poseo...".

Vemos, por tanto, que en Moisés y en Jesucristo existe el diezmo. Situados por tanto sus orígenes, pasemos por alto siglos y avatares para no hacer excesivamente prolijo el tema y, recorriendo muy esquemáticamente la Historia de España, observaremos cómo en la Edad Media el rey se apoyaba en los condes, personajes a veces tan poderosos como él, los cuales poseían en pertenencia subordinada a la Corona extensos territorios que formaban los condados. A su vez, el conde se apoyaba en hidalgos y caballeros a los que, de igual modo, recompensaba servicios y lealtades con señoríos sobre villas o lugares de su propio condado.

En esta época no era infrecuente la fundación de iglesias o monasterios por parte de reyes o señores feudales, quienes las dotaban con una parte de los productos de las tierras circundantes. Y así, a poco de ser erigidas, los vasallos comenzaban a edificar sus viviendas en torno a ellas, surgiendo de esta forma el núcleo rural urbano: el pueblo.

"...a partir del siglo XI, una serie de textos canónicos empezaron a acreditar la teoría de que, en la Ciudad de Dios, los cristianos tenían la obligación de pagar tributo a la Iglesia" (2).

Contra esta aseveración de Cárdenas, puede invocarse el hecho narrado en la Historia Sagrada cuando nos relata que Abel ofreció a Yahve en el ara sus mejores ganados, origen de las primicias y del diezmo, fundamentado en el principio de que, siendo Dios el dador de todo bien, a El se debe la primicia de ese mismo bien que de El recibe el hombre.

Desde luego, es cierto que el diezmo, practicado desde el Antiguo Testamento se había ido difuminando en su cumplimiento y que en el siglo XI resurge con inusitado vigor; y también no es menos cierto que con este resurgimiento aparece el comienzo de una serie de desavenencias y conflictos entre el poder civil y el eclesiástico. Por una parte el primero que, versátil, cansado, celoso o arrepentido, no quería ya compartir con el segundo los beneficios que graciosamente le había concedido. Este, por otra, porque no deseaba en modo alguno ceder de los derechos adquiridos.

Y es esta lucha sorda en la que a veces triunfa el poder civil que vuelve a concentrar en sus manos el tributo de que tanto tiempo gozó; a veces la Iglesia haciendo valer los textos canónicos, las cesiones reales o señoriales y, sobre todo, el principio que tanto arraigo tuvo después en el pueblo cristiano de ofrecer a Dios las primicias y los diezmos de todos los bienes que El mismo le había otorgado, el único en el que nada cambia; el único para el que nada se modifica, es el labrador quien desde el momento en que amontona su trigo en la era, corta los racimos de uva de sus viñas, esquila sus ovejas, cura sus quesos, ordeña su ganado, desgrana sus garbanzos, recoje, en suma, el fruto del sudor de su frente, tiene que separar las primicias y el diezmo de lo demás para la Iglesia y para el Rey quien, para recogerlo, dispone de una vasta red de cillas o arcas (las arcas reales) distribuidas por todo el campo castellano (3).

Entre tanto la idea del diezmo fue calando -como cala la pertinaz lluvia sobre la tierra- en la mente y conciencia del labrador a través de los siglos; de tal manera, que llegó a ser tan normal separar la décima parte de lo cosechado, como el sencillo acto de comer o respirar. Y si bien es cierto que alguno llegaba a mentir, a defraudar en su declaración entregando menos de lo que le correspondía, no es menos cierto que en general era religiosamente declarado puntualmente entregado.

Más adelante, ante el cariz que tomaban las relaciones entre los poderes civil y eclesiástico, la Iglesia logró interesar a la Corona en la percepción del diezmo y, así, el Papa Honorio III promulgó en el año 1219 una bula por la que concedió al rey de Castilla y León, Fernando III el Santo, las "tercias del diezmo", confirmando Alejandro VI en favor de los Reyes Católicos este derecho, que pasó a conocerse como las Tercias Reales.

A partir de aquí desaparece toda clase de roces, siendo perfecto el mutuo entendimiento entre la Iglesia y el Estado, quienes se distribuían los diezmos con arreglo a lo establecido.

Mas he aquí que "...para hacer la guerra al Turco y al Hereje", el Papa Pío V concedió a Felipe II, en cada pueblo, la totalidad del diezmo pagado por la casa que ocupaba el tercer lugar en importancia por la cantidad del tributo: fue el diezmo del escusado.

Años más tarde, ya en las postrimerías de su pontificado, el mismo Pío V otorgó al rey de España un privilegio más, que consistía en poder cobrar éste el diezmo completo, no solamente del tercer diezmero, sino también el del primero en importancia productiva.

De modo que vemos, en primer lugar, unas estructuras claramente feudales a modo de pirámide, en la amplia base de la cual contemplamos a los vasallos, al pueblo llano que soporta sobre sus espaldas la gravitación del resto, cada vez más agobiante, de una serie de tributos impuestos por los señores feudales, el Rey y el clero, situados en el vértice; en segundo lugar, comenzamos a advertir por una parte la mutación laboriosa, lenta, dolorosa, que alumbraría una forma de sociedad diferenciada de la anterior, claramente feudal formada por el Rey, la nobleza y el clero, el ejército y los vasallos, en la que se contempla la figura del escribano, el artesano, el prestamista -germen del futuro banquero-, el recaudador, el comerciante...; por otra parte, la potenciación de elementos ya existentes como notarios, médicos, cirujanos, maestros de obras (auténticos arquitectos constructores de palacios, iglesias y catedrales), escritores, músicos, pintores, escultores, doradores, orfebres, etc., que formarían lo que hoy se conoce como "clase media".

Pero aunque el planteamiento de esta nueva sociedad se perfilara bajo nuevas estructuras, en realidad lo que vino a configurarse fue solamente un cambio periférico ya que en el substrato siguieron latiendo, vigorosas, ciertas formas de feudalismo, que sólo el lento transcurrir de las siguientes centurias haría desaparecer.

Por tanto, en esta segunda parte nos encontramos con un período de transición en el que los gravámenes tributarios fueron de tal magnitud, que debilitaron la economía de los ricos y estrangularon la de los menos favorecidos por la fortuna, muchos de los cuales quedaron sumidos en la pobreza viéndose obligados a arrastrar una vida mísera hasta el fin de sus días, o a emigrar a las ciudades o las Indias.

Esta fue la época de la acumulación de tributos que al principio hemos descrito; aquella en que el hecho de acampar los soldados de los Tercios españoles en un pueblo significaba para éste algo semejante al paso de la peste. Fueron los siglos de la evolución histórica hacia nuevos conceptos filosóficos y diferentes planteamientos de la vida social durante los cuales se diluirían progresivamente, hasta perderse por completo las estructuras feudales tal como estuvieron planteadas durante siglos, hasta consolidarse la burguesía con fuerza real y personalidad propia. Después se produciría la revolución industrial, el final de cuya etapa ya no nos interesa dado que el diezmo, como imposición fiscal, desapareció por completo.

Conviene añadir, para terminar con esta primera parte, que fundamentalmente se conocían dos clases de diezmos: los prediales y los personales. Los primeros eran los que se referían a los predios, heredades, tierras, y comprendían tanto lo que la tierra producía como los animales que se alimentaban de lo que ella producía; los segundos, los que se debían por razón de la persona como era lo adquirido por la industria o trabajo personal como podía ser la mercancía de la caza o de la pesca, de la abogacía, etc.

De estos dos aspectos, fijaremos la atención sobre los diezmos prediales, dando ya comienzo a su análisis específico.

EL DIEZMO COMO COSTUMBRE

Acabamos de ver el diezmo como tributo; ahora lo analizaremos como costumbre. Para ello contemplamos su realidad en el siglo XVIII en España, tomando como punto de referencia representativa algunos pueblos del Antiguo partido de Portillo en la provincia de Valladolid, los cuales canónicamente pertenecían a tres diócesis de Palencia, Valladolid y Segovia.

Después de que la Iglesia, por diversos privilegios pontificios concediera a los reyes de España parte de lo que le correspondía como derecho multisecularmente adquirido, el diezmo se dividía en tres partes llamadas tercios.

De éstos, uno estaba destinado a la Iglesia, jurídicamente personificada en el Obispo; otro al Rey y otro al clero parroquial que era quien, a través de su Colector, recibía los diezmos. De aquí que la parroquia del Lugar o de la Villa fuera el punto de partida desde el cual la Mitra y la Corona recibieran la parte que les correspondiera.

En la Edad Media estos tercios eran percibidos escrupulosamente y en toda su integridad por las partes interesadas que como en la primera parte se señalaba, disponían (tanto el Rey como la Iglesia) de una tupida red de cillas y lagares en toda Castilla, donde se concentraba en especie todo lo diezmado; pero a lo largo de las centurias habría de sufrir algunas modificaciones especialmente en lo concerniente al Rey quien, a cambio de la recepción de ciertas y bien calculadas compensaciones económicas, en vez de ingresar en las Tercias Reales el grano, por ejemplo, en especie como hasta entonces se había hecho, cedería los 3/9 de su tercio a personas físicas o jurídicas. Así, tenemos que en muchos pueblos de Valladolid, un noveno era asignado a la fábrica de la iglesia parroquial y los otros 2/9 serían percibidos por la Real Universidad de Valladolid como ocurría, por ejemplo, en Camporredondo, El Cardiel, Aldea de San Miguel, Aldea de San Martín, Amusquillo, La Pedraja de Portillo, Valoria la Buena ("Villoria Buena" según el Libro Becerro de las Behetrías, o Valoria la Rica para algunos pueblos en el siglo XVIII), etc.; o bien estos dos novenos eran asignados a la iglesia de la Magdalena de Valladolid como en el caso de Mojados y Traspinedo; o al Real Monasterio de San Benito, también de Valladolid, como en el de Tudela de Duero entre otros.

Como es fácil de comprender por razones obvias, la Real Universidad de Valladolid en modo alguno podía ser la receptora directa de lo diezmado en especie en favor de la Corona, ya que carecía de Tercias o paneras para almacenar la gran cantidad de fanegas diezmadas, que sólo en el Antiguo Partido de Portillo ascendía por término medio al año a 80.000 de trigo (3.440.000 kilogramos), 45.000 de cebada (1.560.000 kilogramos) y 10.000 de centeno (400.000 kilogramos); o de cijas para alojar el ganado ovino (300 corderos); o almacenes para guardar los vellones producto del esquileo; o, en fin, bodegas y cubas para depositar el mosto que, fermentado, se convertiría en vino (sólo en Tudela de Duero 10.000 cántaras, o sea, 160.000 litros).

Por tanto "arrendaba" -subastaba como hoy se diría- sus 2/9 a las personas a las que pudiera interesar la percepción directa en especie de los cereales, corderos, queso, lana, mosto, etc. las cuales, como es natural, venderían a un precio superior al que pagaron al Claustro de la Real Universidad. Era, pues, un status mercantil en el que todos ganaban en orden ascendente (arrendatarios, Universidad, Rey) y todos perdían al mismo tiempo y en sentido contrario al efectuar las transacciones, llegando con ello a un justo equilibrio en el que se movía toda clase de intereses oficiales y particulares.

En cuanto al 1/3 correspondiente a la Mitra, el Obispo generalmente a través de su mayordomo arrendaba el importe de sus 3/9 al mejor postor. Este arrendamiento recaía, a veces, sobre un vecino del propio pueblo pero en otras a vecinos de otros más o menos próximos, en ocasiones un tanto alejados como ocurrió con lo diezmado en 1787 en Aldeamayor de San Martín que fue rematado en dos vecinos de La Seca; o en 1769 con lo de Aldea de San Miguel, que recayó en uno de Matapozuelos; o en 1780 con lo diezmado en Camporredondo, con el que se quedó un vecino de Valdestillas, que lo compartió con un clérigo del mismo Camporredondo.

Por tanto, un arrendatario del tercio episcopal podía ser un foráneo un año y al siguiente un vecino del propio pueblo, que podía ser seglar o no como acabamos de comprobar.

Mas no siempre se arrendaba el tercio en la forma descrita, puesto que había casos en los que el designado era el propio Cabildo catedralicio; o bien éste, para que pudiera disfrutarlo juntamente con el Seminario y los capellanes de Palencia, tal como ocurrió con lo diezmado en Villavaquerín en 1716, o por Castrillo Tejeriego en 1734, villas ambas pertenecientes a la diócesis palentina.

Y, en fin, por lo que respecta al tercio del clero parroquial, los 3/9 que le correspondían o sea, su tercio, se lo repartían entre sus componentes "en pacífica quietud", recibiendo cada cual lo que fielmente le correspondiera, ya fuera cura, evangelistero, epistolero o gradero, nombres con los que en siglos pasados se conocían al párroco, diácono, subdiácono y ordenado de menores después de tonsurado, respectivamente.

Vamos ahora a considerar un triple aspecto de la cuestión, cual es: QUE, CUANDO y COMO se diezmaba, tema importante en el orden costumbrista.

¿QUE SE DIEZMABA? Ya lo sabemos: todo. Todo lo que el campo producía, así como todo lo que de él recibía sustento como ganado ovejuno, cabruno, vacuno, abejuno, etc.; es decir, ganado ovino, caprino, vacuno, apícola (hoy a las abejas no se las considera ganado), que es como decir leche, lana, carne, queso, miel, cera... La lista es amplísima: trigo, centeno, cebada, avena, garbanzos, habas, guisantes, lentejas, alubias, rubia, cáñamo, esparto, lechones, terneros y vacas, ovejas, carneros y corderos, cabras y cabritos, miel, cera, leche, queso, lana, mosto, frutas, hortalizas, anís...

¿CUANDO SE DIEZMABA? No todo lo que el campo daba directa o indirectamente se hacía en una sola fecha. Así, tenemos que lo primero que se diezmaba en el año era por San Pedro.

En la sutileza semántica castellana hay que saber distinguir dos preposiciones básicamente distintas en cuanto al tema que estamos tratando se refiere: en y por. Si decimos en San Pedro, entendemos que es el mismo día de San Pedro, 29 de junio, cuando se produce lo que se indica; si expresamos por San Pedro, se da por entendido que el acontecimiento se produce en el inmediato derredor de la fiesta del Santo. En el caso que nos ocupa, al decir por San Pedro se entendía que el diezmo se llevaba a efecto un día antes o un día después del 29 de junio. En realidad, el diezmo se hacía el 30 de junio. Y era en esta fecha cuando el diezmo se refería esencialmente a los corderos. Pero también a los medios corderos y a los picos de corderos.

Un sencillo ejemplo aclarará todo esto: si de 20 corderos se diezmaban dos, de 25 resultaban ser dos y medio; pero en el supuesto de que hubiera más de 20 y menos de 25, había de diezmo dos corderos y pico. Este pico se diezmaba en dinero por la sencilla razón de que no se iba a descuartizar a un cordero para repartirlo. Ahora bien: si había 23, se diezmaban dos y tres picos, el valor de los cuales se hallaba mediante una simple operación aritmética que no es necesario enunciar por su propia elementalidad; pero si había entre 26 y 29, entonces los picos se convertían en unidad y se diezmaban como si ellos fueran un cordero.

Realmente, habida cuenta de que generalmente los receptores del diezmo carecían de apriscos y cijas (ya se ha apuntado esto anteriormente en relación con la Universidad), tanto los picos como los medios corderos y aun los corderos diezmados podían, aunque no siempre, reducirse a dinero mediante la debida tasación, a la que se llegaba en previo acuerdo entre interesados y ganaderos; en otros muchos casos, naturalmente, la percepción se hacía en especie y no en dinero, pues si era un ganadero el que licitaba y en él se remontaba el diezmo, era normal que prefiriera el ganado a su valor crematístico a fin de aumentar su cabaña, al igual que si era tahonero prefiriera el trigo y el centeno en especie para molerlo y panificarlo en vez de recibir su valor en reales para luego tenerlo que comprar a igual o superior precio.

Para llevar a cabo el diezmo de corderos era costumbre hacerlo a portillo, es decir, haciendo pasar al rebaño de ovejas o cabras por una puerta pequeña y estrecha, por un portillo, por donde sólo cabía una res; de este modo era sumamente fácil contar el ganado y diezmar con arreglo al número de sus cabezas.

Por San Pedro, al tiempo que el ganado ovino y caprino -fundamentalmente el primero ya que la cabra era irrelevante por su escaso número-, se diezmaba la lana en vellón; ahora bien: si el esquileo se hacía en otro pueblo era allí donde se entregaba el diezmo de esta especie, es decir, de la lana.

De igual modo, en esta fecha se diezmaban los terneros y los lechones, y aun el queso, si bien esta última especie, en lugares como en Aldeamayor de San Miguel se diezmaba por San Roque (16 de agosto). Por otra parte el queso de oveja, que era el que en el siglo XVIII se elaboraba, había de diezmarse por libras (una libra = 460 gramos) o por arrobas (una arroba = 11,5 kilogramos) y no por unidades; la razón es sencilla: si el diezmo se hacía por unidades, el fraude podía ser la norma al hacer quesos de poco peso.

¿COMO SE DIEZMABA? Pues bien, el domingo anterior a la festividad de San Pedro el sacerdote que oficiaba la Misa Mayor que solía ser el cura párroco, inmediatamente antes del Ofertorio anunciaba la apertura de la Cilla de corderos para su diezmo, que seguidamente sería atribuido entre los interesados.

Tras este público y oficial anuncio efectuado durante la Santa Misa, medio el más adecuado ya que en aquellos tiempos todo el pueblo acudía a la Misa Mayor de los días festivos, a las dos de la tarde del día 30 de junio, o sea, al día siguiente a la festividad de San Pedro, se tocaba la campana de la iglesia. Esta era la señal para dar comienzo a la ceremonia decimal; en presencia de los interesados se llevaba a cabo la operación, y lo diezmado se ingresaba en la Cilla en la que, inmediatamente antes de proceder al reparto, del conjunto -o globo, que era el término generalmente utilizado- se extraía el siguiente para el sacristán: un cordero, un vellón, un queso, un pollo y, allí donde se producían ajos, una manada de éstos.

Efectuada esta deducción, de todo lo que quedaba participaban los destinatarios en aquellos novenos que a cada uno le correspondiera, que eran los siguientes: 2/9 para el Rey; 1/9 para la fábrica de la iglesia parroquial; 3/9 para la Mitra, y otros 3/9 para el clero parroquial. (Ya hemos analizado antes los diferentes destinatarios a quienes iban a parar los novenos, tanto del Rey como del Obispo.)

Del diezmo hecho por San Pedro pasamos ahora a otras fechas en las que aparece el plato fuerte: los diezmos mayores; de capital importancia, ya que la economía de España en el siglo XVIII aún seguía moviéndose, como en siglos anteriores, en torno a la producción de trigo y centeno como base de alimentación humana, así como a la de la cebada destinada al consumo animal. Estos productos eran en Castilla la principal fuente de riqueza en el medio agrícola seguidos de la lana, famosa en Europa por su calidad.

Una vez hecha la siega por las cuadrillas de segadores que hoz en mano iban dejando tras sí las gavillas, el acarreo de éstas hasta las eras y la monótona operación de la trilla que terminaba con el aventado, se hacía en la era el montón de grano, ya limpio de polvo y paja: este montón era intocable hasta que el diezmero y las partes interesadas hicieran la debida estimación de lo cosechado.

Por ello, cuando las faenas agrícolas habían llegado a su término, el diezmero lo notificaba al Colector eclesiástico quien, acompañado de los arrendatarios de los diezmos, se presentaba en la era a la hora convenida con el diezmero y una vez reunidos, in situ hacían la evaluación de la cosecha obtenida para deducir, por ella, el diezmo que se había de hacer.

Es asombrosa la precisión del labrador -aun hoy en día- para calcular, incluso con la mies de pie, las fanegas que una tierra puede producir; tanto se aproximan a la exactitud, que su error de cálculo oscila en -1 % y a veces este pequeño porcentaje se reduce aún más.

Una vez llegados al acuerdo en la estimación, el Colector, en presencia de los demás interesados, tomaba nota de las fanegas y celemines que el labrador tenía que diezmar, las cuales eran escrupulosamente comprobadas a su entrada en la Tercia; por esto, cuando todos los diezmeros habían ingresado en ella los granos -trigo, centeno y cebada; no así la avena que era considerada grano menor-, el Colector sabía exactamente la cantidad de fanegas y celemines de cada cereal que existía para el reparto.

La masa productiva de cereales SOLO EN EL ANTIGUO PARTIDO DE PORTILLO venía a ser en el siglo XVIII, por término medio al año, la siguiente:

Trigo..... 88.000 fgs. = 3.784.000 kgs.
Centeno... 33.800 " = 1.352.000 "
Cebada.... 50.800 " = 1.352.000 "

Por tanto, el diezmo rendido en cada cereal era el que sigue:

Trigo..... 8.800 fgs. = 378.400 kgs.
Centeno... 3.380 " = 135.200 "
Cebada.... 5.080 " = 172.700 "

Este total, unido al producido por el resto de los Partidos de Valladolid arrojaba una cantidad realmente considerable. Y si estas cifras de cosechas las convertimos en dinero teniendo en cuenta que a mediados de siglo la fanega de trigo valía 12 Rs., la de centeno 7 y la de ceba da 5,5, resulta que a los precios actuales totalizaría más de 251 millones de pesetas y por tanto el valor del diezmo en metálico, algo más de 25 millones. Repetimos: sólo en el Partido de Portillo, que comprendía 30 núcleos de población entre villas y lugares, incluidas también las Granjas de Boada, Muedra, Quiñones y San Andrés, así como el Coto de El Cardiel y la Dehesa de Sinova, con un total de 53.441 hectáreas, o sea, 532 Km2 frente a las 820.200 hectáreas equivalentes a los 8.195 Km2 que actualmente tiene la provincia de Valladolid, pudiendo calcular la cosecha cerealista de ésta en unas cotas situadas entre los 3.000 y 3.500 millones de pesetas y, dividiéndolas por diez, lo referente al diezmo.

Si se ha hecho esta pequeña disgresión ha sido para hacer resaltar la importancia de los cereales que se diezmaban, no sólo en el aspecto económico sino también en el social, aun a costa de alejarnos un tanto de la línea seguida hasta ahora; pero merecía la pena, porque ello nos sitúa en un contexto muy a tener en cuenta.

El diezmo de los granos mayores carecía de fecha fija como el de los corderos, y venía a situarse entre finales del mes de agosto y principios de septiembre, tiempo durante el cual se producía la granazón, secado, siega, trilla y limpia de los mismos.

Cuando todo el proceso había sido cerrado, al igual que sucedía con los corderos, al Ofertorio de la Misa Mayor del domingo precedente se publicaba por el oficiante el anuncio del diezmo y el subsiguiente acarreo de los cereales diezmados a la Tercia. Entonces se repetía el mismo ritual que para los corderos: a son de campana tañida, las partes interesadas se daban cita en la Tercia, donde tenía lugar el reparto. Pero antes de éste, por ser costumbre inmemorial, se hacía la segregación siguiente:

De trigo:

Para pagar las paneras de la iglesia... 5 fgs,
" el Arcipreste..................... 4 "
" el Sacristán...................... 4 "
y 1 más para hostias
" el medidor, por su trabajo en la
repartición....................... 2 "

De centeno:

Para el Sacristán...................... 4 fgs.

De cebada:

Por el uso de los trojes, o paneras.... 5 fgs.
Para el Sacristán...................... 4 "
" los medidores, por su trabajo..... 2 "

El resto de lo que quedaba tras la deducción de estas 30 fgs. es lo que se repartía entre los novenos.

Pero los granos mayores podían ser diezmados en alcaceres, es decir, cuando el cereal aún estaba verde. En este caso,

"los alcazeres que se venden y se tasan o ajustan a grano, se pagan en grano su diezmo; los que se ajustan a dinero se pagan a dinero, y se juntan a las rastras de rubia" (Aldea de San Miguel).

Rastras era el vocablo equivalente a picos, cuyo significado hemos visto en el diezmo de corderos; pero esto se hacía, naturalmente, cuando el pueblo tenía rubiales.

La rubia

"se diezma en dinero luego que pasa Navidad, de veinte rreales vno, si lo saca el cosechero a su costa, y de diez vno si lo vende en el rubial, siendo la saca a costa del comprador" (Aldea de San Miguel).

Por otra parte, había especies que no diezmaban a medida que eran recolectadas; así, tenemos que el 1 de agosto se hacía en Camporredondo respecto de los ajos y el cáñamo; el 4 de septiembre en Aldea de San Martín, los garbanzos, algarrobas, avena, pavos, gansos, pollos y cáñamo; esta especie en Aldea de San Miguel, el 16 de septiembre.

Terminamos este trabajo con el mosto cuya elaboración por simple fermentación, el vino, fue practicada en la lejanía de la Historia. Entre los egipcios se atribuía al dios Osiris; entre los griegos, a Baco; entre los hebreos Noé fue quien por primera vez cultivó la vid.

En el XVIII español, la producción de mosto en la mayor parte de los pueblos del Antiguo Partido de Portillo, era prácticamente nula; sólo en algunos, algún que otro majuelo daba tara el consumo familiar. Por ello, este Partido no podía compararse con otros, que comprendían zonas de gran importancia en viñedos como la de Cigales, la de Rueda o la de Toro. Sin embargo, sí había dos villas que alcanzaban una estimable producción: Valoria la Buena y Tudela de Duero, sobre todo ésta.

Entre la última decena de septiembre y la primera quincena de octubre se daba comienzo la vendimia.

Con la suficiente antelación se habían limpiado a fondo los lagares, se había lavado bien el interior de las cubas y se habían cebado los candiles.

Madurada la uva, tanto la blanca como la negra, al amanecer del día prefijado toda la familia se dirigía a su o sus viñedos con asnos provistos a ambos costados de altos cestos de mimbre vacíos, unidos por maromas, y con mulas o bueyes uncidos a las carretas que transportaban los cuévanos también vacíos. No faltaban navajas para cortar los racimos de las cepas, ni comida y bebida, ni sombreros de paja o pañuelos para protegerse del sol hombres, mujeres y muchachos de ambos sexos. Era un alegre acontecimiento, al que se sumaban los pobres y los obreros que habían encontrado trabajo.

El ir y venir de asnos y carretas era incesante. Pero previamente a este alegre bullir, los cosecheros por una parte y el Colector e interesados en el diezmo por otra, hacían en las mismas viñas una estimación de la producción de mosto, que a veces se acompañaba de fuertes discusiones, todo ello antes de ser cortado el primer racimo, terminando por llegar a un acuerdo sobre la cantidad de cántaras que cada diezmero habría de entregar en el lagar de la Cilla.

Después, a medida que iban ingresando en ésta las cantidades diezmadas, se procedía a pisar la uva en el lagar -hecho de cemento y con un ligero desnivel-, para lo cual el mayoral lagarero y su ayudante se descalzaban, se despojaban de las polainas de paño quedándose con la camisa y el calzón, prenda que les llegaba desde la cintura hasta las rodillas, y daba comienzo un rítmico e infatigable pisar y pisar los racimos, que les llegaban hasta las pantorrillas. Poco a poco el zumo de la uva, el mosto, iba saliendo a través de una perforación efectuada en la parte baja de un extremo del lagar para caer a un depósito de más bajo nivel.

El volumen de racimos contenidos entre las paredes del lagar para ser pisados por los lagareros, se llamaba pie. Cuando un pie había sido bien pisado y ya no destilaba mosto, se retiraba el orujo y los rampojos y se procedía a pisar otro pie.

Cuando las partes interesadas en el diezmo calculaban que había suficiente cantidad de mosto, se separaban 17 cántaras para el sacristán, las cuales eran destinadas -hechas vino-, para el servicio de las misas del clero parroquial a lo largo de todo el año, más otras 17 cántaras para el Colector, que las destinaba al año siguiente a obsequiar a los diezmeros cuando éstos entregaban sus diezmos de granos mayores a la Tercia. Al lagarero se le entregaba una cántara por cada pie pisado, más 10 reales; los días que no hacía ningún pie, se le daban dos reales por tener la puerta del lagar abierta y medir el mosto que a cada interesado le pudiera corresponder.

Estos datos, que se refieren a Aldea de San Martín, no eran sin embargo válidos para otros pueblos ya que, por ejemplo, en Mojados al Sacristán se le entregaba un moyo, es decir, 16 cántaras para el vino de las misas; en El Cardiel, "habiendo mosto, se da diez cantaras para el sagradicio"; en Tudela de Duero, en fin, un moyo para el Sacristán, otro para el Colector, y para el mayoral lagarero 6 Rs. de jornal y 5 al ayudante.

Una vez segregadas estas cántaras, se daba comienzo al reparto del mosto que se iba obteniendo, entre todos los interesados.

El año 1783 fue de gran cosecha de mosto en Valoria la Buena: 27.580 cántaras de las que, por tanto, se diezmaron 2.758 (44.128 litros), y aún mayor la de 1798, de la que se diezmaron 3.888 cántaras (62.208 litros)

Pero estas cantidades, que parecen revestir cierta importancia, palidecen al ser comparadas con la de Tudela de Duero, que alcanzó su mayor producción en 1785, con 192.670 cántaras y un diezmo de 19.267 (308.272 litros).

Este año, por su abundancia, siguiendo la inmutable ley de la oferta y la demanda, el precio del vino cayó de 6 reales que costaba una cántara en cosecha media, a 2 Rs. Aun así, el mosto diezmado en Tudela de Duero este referido año, supondría hoy algo más de 18 millones de pesetas.

Estas cifras y las señaladas anteriormente en relación con los cereales pueden constituir, de por sí, una sugerencia, una invitación al cálculo del lector de Folklore respecto de la importancia dineral del diezmo en el siglo XVIII, sirviéndole para formularse un claro concepto de la enorme importancia de la masa productiva en Castilla o en España, puesto que todo este trabajo se ha constreñido a un área geográfica estimada en la quinceava parte de la que hoy forma la provincia de Valladolid.

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(1) Actas de las Cortes de Castilla, VI, pág. 369.

(2) Noël SALOMON: La vida rural castellana en tiempos de Felipe II. Barcelona, Ed. Planeta, 1973.

CARDENAS: Ensayo sobre la propiedad territorial en España, II, págs. 257 ss

(3) Noël SALOMON: La vida rural...

DOMINGUEZ ORTIZ, A.: La sociedad española en el siglo XVIII. Consejo Superior de Inv. Científicas, Madrid, 1955.

ARCHIVO DIOCESANO DE VALLADOLID. Libros de Diezmos y Tazmías.



El diezmo como tributo y como costumbre, Siglo XVIII

MARTIN VIANA, José León

Publicado en el año 1986 en la Revista de Folklore número 69.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz