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Como es harto sabido los gitanos entran en España a mediados del siglo XV, bajo pretexto de peregrinación a la tumba del Apóstol Santiago. Cuando medio siglo más tarde de su penetración por los puertos pirenaicos los ingenuos españoles -que hasta el momento los han alimentado y vestido gratuitamente al amparo de las indicaciones de reyes y prelados- terminan por constatar su paso deambulatorio por tierras andaluzas y su nula intención de hacer honor al tema de su presunta peregrinación así como su absoluta negativa, para nosotros ahora tradicional, a efectuar cualquier tipo de trabajo esforzado o penoso, surgen las primeras Pragmáticas para asentarlos o ahuyentarlos. Disposiciones perfectamente inútiles hasta la fecha, en lo cual no suelen hacer hincapié sus gemebundos defensores, por otra parte no menos renuentes para alojarles en sus propias casas.
Todo lo cual, aunque muy conocido, rememoro para la mejor comprensión de las siguientes páginas.
Asimismo quiero subrayar la llegada, entre los titulados duques y condes que al parecer los guían y que en el momento de las primeras disposiciones de asentamiento ya no constan, de brahmanes o flámines, presuntos custodios, como se verá, de fórmulas sacras, salmodias y ritos que explicarían, en parte, la conexión de los gitanos con el cante llamado flamenco, para nosotros un derivado del nombre Flámen.
Todo esto consabido, así como el conjunto de opiniones sobre el origen de este pueblo de lengua indoeuropea pero de raza dravídica, podemos pasar al núcleo de nuestra disertación que es mostrar por qué este tipo de cante sumergido durante siglos ostenta precisamente, y no otro cualquiera, el nombre de flamenco.
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Varias, y pintorescas algunas, han sido las etimologías que de la voz "flamenco", aplicada al tipo de cante llamado "jondo" -es decir, grave, profundo, no se olvide esto- se han acuñado, todas de sobra conocidas por los aficionados al mismo (1). Aventuraremos una en estas páginas hasta hoy, según parece, no invocada por los clásicos del tema.
Como ya adelanta el rótulo "flamenco" procede, en nuestra hipótesis, de flaménicus, literalmente "lo (propio) del flámen", es decir, lo sacerdotal, lo litúrgico", y nada semeja más íntimamente sacerdotal y litúrgico que la salmodia con que el flámen se dirigía al dios al que se dedicaba en servicio.
Es de sobra conocido cómo la figura del flámen, y, según se admite, el origen remoto del nombre en el lejano fondo indoeuropeo, es equivalente al del brahman, el sacerdote de los arios de la India, según reconocen los principales indoeuropeistas (2). Siendo esto así, y dada la tradicional conexión atribuida entre el cante "jondo" o flamenco y los gitanos, es posible inducir lo siguiente:
a) Cuando arriban los gitanos a España, a fines de la Edad Media, so pretexto de peregrinación expiatoria a Santiago de Compostela, vienen encabezados por "señores naturales" que son admitidos entre la nobleza española con equivalencia de títulos europeos (Condes, Duques) y al parecer sin reticencia, lo cual, conocido el orgulloso talante de la nobleza tardofeudal, no es floja concesión. También se desprende de las crónicas que, en tanto los gitanos siguen mandados por esta aristocracia reconocida por sus homólogos españoles -y europeos en general- que viene a su frente, no son mal vistos y consecuentemente discriminados, sino al contrario, agasajados, por los españoles. Esta etapa puede durar alrededor de medio siglo.
b) Es altamente probable que esta aristocracia "reconocida" que venía al frente del pueblo gitano -de tez oscura, no se olvide- no era de su misma raza y, obviamente, aspecto, lo cual suele ser normal en toda estratificación jerárquica "antigua", y es de creer que, como descendientes presumibles de los arios conquistadores de la India, al entrar en Europa, y concretamente en España, su aspecto y su ethos, nunca mejor dicho que indoeuropeos, no llamaron la atención sorprendida y desdeñosa de la nobleza española -que los homologó en sus altivos rangos- mayoritariamente heredera de godos y también de celtas, es decir, de indoeuropeos. Sólo así se explica la normalidad con que se admite a los jefes del pueblo gitano como condes o duques. Es de sobra sabida la desdeñosa repulsión -justificada o no que es otro tema y en el que no entramos- de los Arya en general hacia las gentes de tez oscura a las que habían dominado con relativa facilidad. Tanto en Asia como en Europa. Así "varna", que indica "casta" en la India, quiere decir "color". En cambio la tez y aire oscuros del pueblo presuntamente peregrino a Santiago a las órdenes de esta minoría arya gobernante sí que han llamado la atención irónicamente del pueblo español, mayoritariamente asimismo de tez blanca y en todo caso nunca marcadamente cobriza como la que, con la connotación, producía la denotación y la secuente actitud discriminatoria con sus correspondientes denotantes motejadores ("morro oscuro", etc.).
c) Entre estos representantes arios de la aristocracia "gitana", insistimos, admitidos como tales nobles desde un principio por la aristocracia europea -y entre ella la española- de raigambre indoeuropea como gentes no discriminables por su figura, vendrían también algunos brahmanes, co-representantes con los nobles de la primera función en la organización tripartita de la sociedad de los indoeuropeos, pues guerreros, oficialmente, no se constatan. Lo cual es lógico en una peregrinación a Santos Lugares. Es inducible que los nobles abarcaban también segunda función en este caso.
d) Estos supuestos brahmanes que quizá no se atrevieran a ostentar su cualidad de tal entre unas gentes que, oficialmente, se presentaban como cristianos devotos y peregrinantes penitenciales, conservaban sus cantos rituales tan semejantes a los correspondientes de los flámines romanos.
e) Por otro lado la Bética, y más aún la zona a que se atribuye la cuna del cante flamenco, es la región hispánica más romanizada, lo cual quiere decir ética y sobre todo culturalmente -para el tiempo- más "indoeuropeizada", más "arianizada" (3).
f) Es normalmente inferible que en la Bética se conservaba, lo alterado que se quiera por la transmisión semi-popular (quiero decir por no profesionales del Culto), el canto grave de los flámines romanos en las ceremonias públicas de acceso popular "contempladas", en los templos correspondientes, por muchas generaciones de béticos, quiero decir de gentes del valle del Betis. Es también admitido sea en el tuétano de la Bética donde se constata la aparición (o reaparición), a fines del siglo XVIII, del cante flamenco o, según esta hipótesis, del Flámen.
g) Cuando decimos recepción semi-popular queremos aludir no a la masa del pueblo sino referir a unos cuantos iniciados, tal vez plebeyos, que, a su modo, conservarían la tradición del canto -pagano y por lo tanto decaído desde el constantinismo- de los sacerdotes de la vieja religión pagana arrumbada por el cristianismo pujante. Lo cual no quita, como es consabido, que, naturalmente, la religión cristiana se contagiase inevitablemente de algunos "modos" externos, siempre con "decorum", de la religión anterior (Pontifex, etc.), y la liturgia es uno de estos "modos decorosos" más insensiblemente pervivientes intraculturados.
h) La llegada de los presuntos brahmanes (o sus vicarios de ocasión) conocedores del canto sacro ritual -arcano para la plebe- a una zona donde, presumiblemente, se conservase con más densidad el recuerdo-reliquia de los cantos sacros de los flámines pudo provocar un encuentro entre las dos similares tradiciones, ambas indoeuropeas, y no semitas, lo cual fue intuido ya por el talento musical de Falla al entroncar el origen del cante flamenco con el canto de los sacerdotes bizantinos lógicamente herederos, en los modos musicales, puede inducirse, de la arcaica tradición romana, e indoeuropea, de los flámines. Tradición que tal vez tiene otro reflejo en el Fado portugués, también hoy al parecer degradado desde su primitiva austeridad, aunque menos que el flamenco, con el que comparte algunas características rítmicas.
i) Los supuestos brahmanes -o quienes hicieran sus veces- se subsumieron -como los aristócratas a los cuales se equiparó con títulos europeos de nobleza, y seguimos aludiendo al ámbito español- entre sus homólogos representantes de la primera función, pues ni sus "modos" éticos o jurídicos tenían por qué ser aparatosamente disimiles a los de la aristocracia y, en menor medida, el alto clero hispánico, mayoritariamente descendientes de indoeuropeos y culturalmente europeos (aparte tópicos para nacional-masokistas). Lo cual no pudo hacer el bloque del pueblo gitano, denotado por su tez oscura y por su ethos dravídico (aún no totalmente influido por el de sus jefes arios), que restó abandonado a su suerte continuando en su inobjetivado vagabundaje, en un principio -y en tanto sus jefes arios guiaron la Marcha- sólo conducente a encontrar un solar donde asentarse. Pero "a la altura de los tiempos" la tierra española se hallaba ya de sobra ocupada, por los propios españoles naturalmente. Tal vez 500 años atrás su asentamiento en una de las fronteras contra el Islam hubiera sido posible, mas a la sazón de su llegada estaban harto solicitadas como fuente de correrías fructíferas.
j) Es posible que algunos, entre los componentes del pueblo gitano de piel oscura, retuviesen, por haber sido deliberadamente instruidos por los brahmanes (o por alguna otra razón, simplemente por mímesis hacia los superiores) la peculiar manera de entonar de sus sacerdotes, por definición similar a la de los flámines romanos cuya impronta fue en la Bética obviamente muy superior a la de otras zonas hispánicas menos romanizadas.
k) Estas tradiciones soterradas confluirían para conservar este canto hermético del flámen y el brahman (y digo esto pues parece haber consenso entre los expertos en que la masa del pueblo bético no participó de tal canto y desde luego nunca le fue familiar antes de la instauración de los cafés cantantes y tablaos decimonónicos) mantenido por algunos iniciados en reuniones privadas, quizá en fraguas o alquerías aisladas, que no lo prodigarían en público, o en relativo público, por algún más o menos justificado recelo, hasta que, avanzado el siglo XVIII, y trivializados proporcionalmente los temas religiosos a cuya dramaticidad quizá temían los mantenedores del canto de los flámines, el cante jondo -es decir, profundo, grave- sale a la luz y, consiguientemente, e inevitablemente, comienza su proceso de corrupción y degradación (pérdida de grado) envuelto en gorjeos y melindres tan atacados desde siempre por los más acreditados puristas, lo que parece indicar que éstos ya captaron cómo la progresiva vulgarización del cante complicaba su alteración y frivolización (4).
l) Lamentando desolar con esta constatación a nuestros más gimientes nacional-masokistas que se embelesan soñando en melismas y cadencias semitas, o si se tercia camitas, que, en todo caso, sólo habrían deformado la primitiva austeridad y gravedad del canto con gorjeos y trinos impropios de su sacral origen. Con el tinte "taetricum" que lo sacral posee en el mundo antiguo. El canto flamenco, canto litúrgico del flámen o brahman, nos viene -cuán doloroso para los nacional-masokistas- de nuestra raíz indoeuropea, o sea blanca.
ll) Reitero que mi hipótesis lamenta desolar a los ávidos de melismas y gorjeos, a su parecer semitas, que, en cualquier caso, Sólo habrían deformado, por rokokización, la primitiva grave seriedad del cante no en vano llamado "jondo", es decir, profundo. La expresión "can tar por tóo lo jondo" no es mera metáfora sino recuerdo de una tradición secular entroncada con el antiguo fondo de nuestras raíces indoeuropeas, sí mi hipótesis se confirma, es decir, blancas y no oscuras como placería a los contumaces del nacional-masokismo.
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(1) De todas, la más ingeniosa -y las hay con mucho ingenio, pero nuestro espacio no es ilimitado- parece la irónica, basada en la muy conocida capacidad bética de exageración por antifrasis ("desnuíto viene el niño", por un sujeto vistosamente ataviado, etc.). Según ella la voz "flamenco", equivalente en la época renacentista a "blanco, rubio", se aplicó, mordazmente, a los gitanos "corrientes" justo por oposición a su tez oscura.
(2) Las referencias sobre la correspondencia funcional Flámen-Brahman son consabidas para los especialistas, sean o no de la escuela de Dumézil. Para los interesados en la cuestión bastará recorrer las referencias recogidas en el Diccionario de Pauly y Wissowa. Parece que tanto Flámen como Brahman aluden a su misión de intérprete. Entre otros arcanos de su canto peculiar, esto puede inferirse. Un tema para especialistas sería determinar, si según mi hipótesis "flamenco" refiere al canto del flámen, a cuál de los flámines corresponde la reliquia arribada a nosotros, o quizás a un canto común a todos ellos. Aún más, si los tipos fundamentales del cante flamenco corresponden a otros tantos cánticos de flámines o bien descienden todos de la "Toná" según generalmenre se admite. No soy musicólogo y no sé si alguno habrá anotado la semejanza entre una "toná" antigua, cantada sobriamente sin trinos ni eructos, y alguna canción asturiana. Por cierto que "toná", y tonaona, se llama en Liébana, según me dicen, un tipo melódico desafiante y grave, no disímil de otros tipos astures y cántabros. Es lástima no sepamos bien hoy cómo se cantaba el flamenco antes de su decadencia tabernaria, aunque tal vez puede reconstruirse.
(3) Semejan términos equivalentes aunque hoy se nos quiera imbuir a la idea, plena de ambigüedades, de considerar específicamente arya a los conquistadores blancos de Persia (Irán, Ayran) y la India, quedando el nombre genérico de indogermanos, o indoeuropeos, para todos los pueblos de esta etnia en su conjunto. ¿Y quiénes son estos pueblos? Pues los llamados arios naturalmente. ¿El Eyre de Eyre -land no está relacionado con el Eyran-Ayran de la meseta persa? ¿y no significa también "lugar de hombres libres"? Prescindimos, pues, de tautologías innecesarias y nos acogemos a la clasificación, también genérica pero más expresiva, de arios del Este o del Oeste, las matizaciones vendrán luego.
(4) Que el flamenco no es un canto difundido entre el pueblo de la Bética, sino más bien de iniciados, tendería a confirmar nuestra hipótesis de ser producto de una transmisión. Ya el famoso tratadista Demófilo (Machado Alvarez) constataba cómo "el cante flamenco es el menos popular de todos los llamados populares... es un género propio de cantaores..., el pueblo, a excepción de los cantaores y aficionados, desconoce estas coplas, no sabe cantarlas, y muchas de ellas ni aun las ha escuchado...
Este género, es entre los populares, el "menos nacional" de todos". Y esto se decía a fines del siglo pasado, hacia 1880, cuando ya el cante contaba un siglo de "salida a la superficie". La referencia del erudito Demófilo era recogida con evidente desazón por Blas Infante e intentada, con escasa coherencia, su refutación. Resulta también incoherente, y curioso contraste con su obra, el que la efigie del infortunado notario malagueño muestre a un auténtico indoeuropeo, no sólo típico sino tópico.
Uno de esos rostros de profesor alemán de Gymnasium que la propaganda aliada durante la guerra del 14 dibujaba como arquetípica de la imposición imperial de la Kultur bismarckiana a nivel de la Enseñanza Media. Es evidente que el infortunado notario descendía de arios; o bien de los llegados con la Reconquista, o bien de indoeuropeos preestantes en la Bética a la llegada del Islam (y también de Roma, hoy conocemos, por Corominas y otros, la cantidad de toponimia céltica en la Bética).En cualquier caso su relación étnica con el mundo camita y semita semeja, a través de su iconografía, nulo. Y sin embargo, con su aspecto como hemos dicho tan tópicamente alemán, aspiraba a moro. Un extraño caso de auto-sadismo debido quizá a desinformación pero cuyas causas "hondas" sus glosadores no han explicado. Lo que importa de la cita de Demófilo, volviendo a ella, es que el flamenco nunca fue un cante popular en la Bética sino propio de iniciados, es decir, transmitido ritualmente, por eso su salida a la luz pública complica su corrupción, inevitable hasta el momento.
Este artículo fue publicado en el diario Patria de Granada, el día 8-9-1981.