Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >
En Villanueva de los Caballeros, como en tantos pueblos donde rayan los Torozos y la Tierra de Campos, con las golondrinas llegaba el alborozo de la primavera. Las golondrinas domésticas, también llamadas aviones o quelidones, habitaban gregarias los aleros donde construían sus nidos como gállaras de barro.
Las golondrinas rústicas, más osadas, corpulentas y parlanchinas, anidaban en pajares y cuadras, casi veneradas por la tradición que las atribuía el haber arrancado las espinas de la corona de Jesús Crucificado. Con su plumaje negro y su larga cola abarquillada, las golondrinas rústicas repartían júbilo ,por las esquinas, mientras los muchachos coreaban así su desparpajo:
Ni fuiste al mar
ni viniste del mar.
¿Qué hiciste,
marrana, cochina,
que ni el pan cociste
ni barriste la cocina?
¡ina, ina, ina, ina,
ina, ina, ina, ina....
Sin embargo, ante las urracas de voz acatarrada interpretaban una retahila de improperios:
Pega, picaza,
marica, urraca.
Si las pegas no fuesen lelas,
pujosas, andorgas,
ladronas y sordas,
los pegos no serían
lelos, pujosos, andorgos .
ladrones y sordos.
Tampoco era indulgente el remedo que hacían del monótono canto de la abubilla, solitaria por chozos o choperas:
Cucú, cucú qué tupé tú.
Mitra de obispo
murga de mierda.
Cucú, cucú
que atufas tú .
Tal vez, el entretenimiento preferido de los chavales era cazar lagartijas en las tapias del convento, frente al cabezo imponente de Urueña, en las bardas de las eras, junto a la carretera de San Pedro de Latarce, en el caño o en el Molino de las Cuatro Rayas, donde rateaban las lagartijas entre los belfos de. la vecera. El caso es que ellos repetían la misma canción para animar a que salieran de su hura las lagartijas, esperándolas con las gomas del tirador bien tensadas:
Lagartija tuerta
asómate a la puerta
que viene tu marido
con un costal de trigo
y no puede pasar
por el puente gavilán.
Sobre la torre de la iglesia, las cigüeñas machacaban el ajo satisfechas después de acarrear las presas que buscaban en el regato Marrandiel, cerca de Cotanes o Cabreros del Monte, en los charcales del puente de Villardefrades o en los perdidos poblados de zumaques o salamandras. Los muchachos recitaban letras que animaban el crotorar de las zancudas:
Cigüeña burreña
la casa se te quema
los hijos se te van
camino de Tiedra (1)
o Vezdemarbán, (2)
alumbrando señas
de moña y pañal.
Frente a la encrucijada de escoger ruta, los chiquillos, hartos de recitar al caracol para que sacara los cuernos al sol, imitando el huespedé de las codornices y el corecheché de las perdices, ponían un capullo de saliva en la palma izquierda y convocaban así al lagarto invisible sin rechistar la dirección hacia la que saltaba el escupitajo golpeado con el canto de la mano derecha: Lagarto, lagarto, dime la verdad, si no me la dices te parto a la mitad.
En aquellos tiempos poblados de escaseces, antes de que amarillearan los trigos, aparecían los trilleros de Cantalejo con presentimientos de puslia y pedernal, tras los herreros de Casasola de Arión, cuyas aventadoras pregonaban su origen con letras gordas grabadas en su panza de latón. Se escardaba en cuadrillas, o se arrancaban legumbres a mano de surcos en los que se apostaba la amapola, el cardo y la gatuña. Mas bastaba la presencia simpática de la mariquita de siete puntos, quien barría de pulgones pámpanos y cañas, para que los chavales se disputaran el bonito insecto coleóptero. Depositaban la coccinella sobre una mano y repetían expectantes, en tanto sentían el cosquilleo vivo de la bolita roja con motas negras:
Corderita de Dios,
cuéntame los dedos
y vete con Dios...
Dócilmente recorría los dedos la mariquita de siete puntos, y, tal vez en la última uña, abría el estuche de sus élitros, desplegaba dos brillantes alas y se echaba a volar, dejando barruntos de embeleso en las pupilas.
Mientras, las calandrias cernían azules en la vertical alta de los nidos. Precisamente en pagos solitarios, alejados de las carreteras, tal que en el Sotánvano, la carre Villagarcía o la senda de los Maragatos, las parameras se estremecían con el gorjeo incesante de las calandrias. Los campesinos aprendieron a esgrimir como una burla lo que sólo era canto de alegría de las calandrias. Así interpretaban la supuesta reticencia de las calandrias:
Labrador que al campo saliste
y poco pan trajiste,
ahora que es largo el día:
¡Jódete y tira! ¡Jódete y tira...!
___________
(1) Famoso por sus mantecadas.
(2) Pueblo de Zamora con prestigio en la elaboración de chocolate.