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Cuando se pone uno a husmear dentro de la fenomenología relacionada con el hombre y su medio, siempre aparecen elementos tentadores que invitan a profundizar un poco más dentro de su contexto que, aparentemente elemental, ampara un sinfín de sorpresas que por desconocidas u olvidadas, no dejan de ser, en muchas casos, interesantes.
Esto me lleva a la consideración de una serie de términos que ayer fueron corrientes dentro del vestir popular, y que, hoy, por razones ajenas a su naturaleza, han dejado de aparecer en el mercado y vocablo habitual.
Por ello, y basándome en las personas que cada vez con más afán buscan la verdad de "sus cosas", me voy a aventurar a hacer unas consideraciones sobre prendas de vestir pasadas, que hoy son desconocidas, pero que en muchos casos forman parte del vocabulario habitual del vestir regional.
Por ejemplo, las prendas: chambra, jubón, justillo, armilla y sayuelo, forman una sarta de palabras que, aunque conocidas no dejan de ser, en muchos casos, de dudosa aplicación. Todas ellas son prendas femeninas para cubrir la parte superior del cuerpo, aunque entre ellas el jubón, sólo a partir del siglo XVI empieza a oírse como prenda también femenina, porque hasta esa fecha era patrimonio exclusivo del hombre; aquél estaba confeccionado, según se desprende de otros textos, de: ordellate., estameña, fustán, chamelote O camelote, damasco, terciopelo y brocado, entre otros. Posteriormente se empieza a utilizar por la mujer, aunque sigue siendo la prenda ajustada al cuerpo, de hombres hasta la cintura, que se pone encima de la camisa. En Burgos capital y en algunos pueblos cercanos, a finales del siglo XVIII se utilizaba la estopa, la estameña de Toledo, el cambrai, el lienzo, el cotón, la semrpirterna, el terciopelo, y en casos de economías más simples, el buriel leonado.. Este jubón podía ser muy escotado o más cerrado; en el primer caso era preciso .poner entre la camisa y el jubón, el justillo, que utilizaba las mismas telas que el jubón, y consistía en una especie de faja que rodeaba el busto y por delante se abrochaba con cordones.
Se adornaban, las que lo hacían, con toda suerte de fornituras de la época: botones, abalorios, galones y pasamanería. Qué duda cabe que en la ciudad se utilizaban más adornos y tejas más ricas que en el campo, siempre que las pragmáticas lo autorizaran, como veremos más adelante.
Otra prenda habitual era la chambra, prenda que aparece en el siglo XIX y que no es ni más ni menos que una especie de blusa que se ponía sobre la camisa e iba muy cerrada y muy ceñida al busto y cintura, dejando un pequeño volante en la cadera. Esta prenda yo la he visto intentada reproducir en la actualidad, pero, casi siempre, sin éxito, debido a la enorme dificultad del corte de la prenda. Se confeccionaba con sedas o algodones brocados y de colores muy diversos, desde el rojo al negro, pasando por el verde, azul, malva, etc., e iban adornados con bordados, blondas, encajes e incluso abalorios. El color que más frecuentemente aparece en prendas conservadas es el negro, toda vez que el luto imponía este color, y una vez terminado se guardaba en el arcón, y es la prenda que más ha subsistido por esta razón.
La armilla o almilla era una especie de jubón sin mangas que en Burgos se ha conservado con profusión en Castrillo de la Reina, siendo además, en casi todos los casos, de cotón rojo adamascado o de escarlatín, bordados con hilo negro, verde, y amarillo, y cerrada con cordones.
En los inventarios de las testamentarías inscritos en los protocolos notariales de Burgos y pueblos adyacentes, de la segunda mitad del siglo XVIII, se anotan las armillas confeccionadas con paños de buriel, de, sayal y de paño de Segovia, siendo los colores el negro y el pardo leonado, y sus precios iban desde los 4 a los 8 reales.
El sayuelo era otra prenda que cubría el cuerpo y llegaba hasta las caderas, apareciendo en el siglo XVI y XVII con mangas acuchilladas, es decir, abiertas, dando vista a las mangas de la camisa de lino. La seda y el cotón eran las telas más frecuentemente usadas. Lope de Vega, en su "BURGALESA DE LERMA", la describe con un "sayuelo de seda".
Las sayas encimeras o manteos, en otros lugares así llamadas las hoy denominadas faldas, aparecen en estos protocolos confeccionadas con estameña, delgadillo, pardilla, sayal y paño de carro; éste se llamaba así por ser vendido con profusión en una tienda burgalesa del siglo XVIII muy famosa, que tenía un carro de oro en la portada. Llevaban ribetes de color y ya sin prohibiciones ni condicionantes, colmo, por ejemplo, las que se marcaron en el siglo XVI en la pragmática de Burgos de 1515, que intentó contener el empleo excesivo de tiras y fajas, prohibiendo que las mujeres llevasen guarniciones de seda, brocado, oro y plata, "salvo que puedan traer una tira de seda de anchura de fasta una ochava y no más, assí en las ropas de seda como en las de paño, en los ruedos de las faldas y por las costuras de los lados e por la delantera e trasera de dichas ropas". A continuación dice: "Que las mujeres de menestrales y labradores no puedan traer sino sayuelo o gonete de seda y un ribete en las sayas y manteos que traxeren de paño."
Más tarde, las Cortes de Valladolid en 1527, establecieron: "Que las mujeres en las sayas no pudiesen traer fajas más anchas de 4 dedos y de ellas pudiesen traer hasta 8 por saya de arriba a abajo" .
Y siguiendo con la pragmática burgalesa promulgada en el reinado de Felipe "El Hermoso", cuenta el chambelán del rey, Sr. de Montigny, que la Reina no había tenido más remedio que tomar estas decisiones, ya que los gentiles hombres del reino dilapidaban sus haciendas para comprar telas de seda, "y en cuanto a lo que había ordenado, que las mujeres no llevaren telas de seda si sus maridos no tenían caballo en el establo, cada mujer se. esforzaba en hacer tener a su marido un caballo, a fin de llevar telas de seda".
Posteriormente, en el reinado de Carlos V, da la impresión de que esto desaparece, pero no fue así para los labradores, porque aun cuando las prohibiciones se derogaron y aparecieron las concesiones en el empleo de seda y telas de oro y plata, afectaban por igual a todas las personas de "cualquier calidad o preeminencia o dignidad que fueren, excepto a las personas reales". Es decir, nobles y burgueses tenían los mismos derechos en el vestir y en la elección de telas y vestidos; pero estas .concesiones no afectaban a artesanos, menestrales y labradores y, por lo tanto, la situación continuaba.
La ley no hacía distinciones entre labradores y artesanos, pero en la realidad existieron grandes diferencias entre ellos, ya que los artesanos, debido a su arte, podían enriquecerse con su trabajo y, por lo tanto, imitar en lo posible a la nobleza, saltándose por alto las pragmáticas existentes. Sastres, calceteros y jubeteros (los que hacían los coletos de cotas de malla para soldados) llegaron a provocar a los procuradores de la ciudad de Valladolid, ya que en 1544 se les acusaba de haber "inventado muchas maneras de guarniciones que costaban más las hechuras que las sedas, por lo que muchos oficiales se. enriquecieron y ellos y sus mujeres gastaban en vestido cuanto alcanzaban, y querían andar más bien vestidos que los caballeros y sus mujeres".
Torquemada, en 1553, escribía: "Y en lo que a mí me toma gana de reír es de ver que los oficiales y los hombres comunes andan tan aderezados y puestos en orden, que no se diferencian en el hábito de los caballeros y los poderosos".
Pero para las labradoras continuaban las prohibiciones, que fueron desapareciendo poco a poco.
Con la decadencia del siglo XVII y ya a finales del XVIII van a simplificarse más y más los vestidos, toda vez que la gran pujanza de la ciudad de Burgos, que llegó a tener 25.000 habitantes en el siglo XVI y acogía a una burguesía comercial que daba la espalda al campo, se vio influenciada por la decadencia que durará hasta el siglo XVIII, en donde ya nos encontramos con una provincia más campesina que burguesa, y que en la capital burgalesa incluso, al carecer de productos indispensables, la ciudad mira hacia el campo que le rodea y se va transformando en un núcleo con barrios extramuros que van perdiendo poco a poco su característica urbana para transformarse en un pequeño cinturón de aldeas campesinas.
A pesar de ello, la burguesía da el toque de elegancia a la ciudad, haciendo aparecer en los inventarios prendas confeccionadas con paños más ricos que en la provincia.
Las prendas que aparecen con mayor profusión en estos inventarios son las siguientes:
PARA LOS HOMBRES:
Las capas con precios desde 27 a 100 reales. Las de buriel son de 42 reales. Las de. paño, de 27, y las de pardilla, de 28.
Los capotes de pardilla de 24 reales; de estameña, 12 reales, y los de pastor, 8.
Las monteras desde 8 reales las de buriel, llegando algunas hasta 21 reales.
Las anguarinas: de sayal, 26 reales, y de buriel, 27.
Las camisas, siempre de lino, se marcan a 8 reales; una de chico, de estopa, se señala a 10 reales., extrañamente más cara siendo su calidad inferior. Recordemos que en el proceso de obtención del lino, del rastrillo va saliendo primero el hilo más ordinario, llamado alrota, después sale la estopa y, por último, el lino. Burgos era la primera provincia de producción de lino.
Los zapatos se marcaban a 3 reales, las polainas a 4, y los peales a 3 reales.
PARA LAS MUJERES:
Las "saias" tenían precios muy dispares: las bajeras de sayal, 16 reales; 27 si son de paño; 36 reales si son de pardilla, y si son "rimeras" (encimeras), 33 reales; de estameña, 44; de paño, 34 reales, y de musco, 66 reales.
El precio medio de un delantal era de 20 reales, de paño o de sayal; de terciopelo, 20 reales; de pardilla, 7; de sempiterna, 10 reales.
Los jubones, 9 reales si son de estameña; de pardilla, 13 reales; de cambrai, 12, y de Toledo, 22 reales.
Los sayuelos, de 10 a 22 reales.
Las camisas de mujer, también de lino, 11 reales. La diferencia con las de hombre es que van más trabajadas en borde de cuello y puños.
Las mantillas, desde 10 reales las de buriel; las de pardilla, a 20 rea.les.
Los rebozos, de, 3 a 13 reales.
Las medias, 7 reales; justillos, 16 reales; las tocas con cofia, 25 reales.
Los colores más utilizados aparte del negro, condicionante del luto, eran el azul, el verde, el encarnado, el leonado, el rojo y el pardo.
Por lo tanto, podemos resumir que en la mujer las prendas más usadas eran las sayas, que podían ser de cuatro clases: la normal, la encimera (la más cara y más resistente), la bajera y la saya de cuerpo y ruedo. El jubón, que podía ser de tela fuerte para diario, y de cambrai, seda o Toledo para los días de fiesta. El delantal: prenda complementaria, pero imprescindible que defendía las sayas. Las almillas o armillas, las camisas de lino y las mantillas.
Complementaban esto, con los rebozos (Lope de Vega en su Burgalesa de Lerma le pone un rebozo de argentería). Las cofias, los tocados, las tocas, y para abrigo llevan el manto que si era de paño costaba 31 reales y si era de tela de Segovia 110 reales. No aparecen en estos inventarios las pelerinas, que aparecen a finales del siglO XIX.
Para el hombre.. se puede decir que se identifica más que nada con el sayal. La prenda más utilizada era la anguarina y el capote o la capa. Hay que reconocer que estas prendas son producto de un clima que exige la protección del frío, viento y lluvia. Se complementaba con la montera, que ya Gaspar Melchor de Jovellanos, al pasar por Buniel a principios del siglo XIX la detecta, pero ya anuncia su tendencia a desaparecer .
Las camisas, que en el siglo XVIII aparecen con grandes cuellos, que vienen de Flandes y que se llamaron valones, fueron dando paso al cuello pequeño que perduró hasta nuestros días.
Una prenda que aparece curiosamente son los pares de mangas, que se supone se utilizarían para ahorrarse una camisa.
Llevaban también los sayuelos, que llegaban hasta los muslos y que se abrochaban por la espalda. Aparecen los cintos con cartera, los calzones, medias, polainas y peajes, y para los pies, la prenda que aparece con más profusión es la abarca.
Y como nota curiosa de un inventario de 1795, vemos prendas con una denominación en la que aparece una influencia francesa manifiesta: las enaguas, el rodapiés, la cotilla de seda, y :hasta un "desabillé".
También quiero recordar la toca de Buniel, que describió perfectamente Gaspar Melchor de Jovellanos y en la que se mencionaba una tela fina y delgada que se llamaba beatilla y que era tan popular, que quiero recoger unos versos aludiendo precisamente a este tejido:
"Traen un velo delgadito como un pelo
que cabrá en media castaña
que parece, juro al cielo,
de tela de telaraña."
Sobre la manera de ir colocada la beatilla, en 1553 Torquemada lo criticó, y al censurar las galas femeninas decía: "Así Dios me salve, que en pensarlo aborrezco sus trajes, sus lados huecos, sus cabellos encrespados..., sus beatillas y trapillos por desdén echados tras las orejas, con que piensan que parecen más hermosas."
Y para terminar, creo sería interesante, a mi juicio, que bebiendo en las mismas fuentes de los inventarios de los protocolos notariales del final del siglo XVIII, nos detuviéramos unos instantes en las joyas personales que completaban el vestuario de las mujeres de nuestra provincia.
Hay que reconocer que de la poquísima referencia pictórica que de los que fueron tenemos, siempre aparece una coincidencia, que consiste en la sobriedad del vestido en contraste con la generosidad de los aderezos que aparecen con plata y piedras rosadas o rojas. No olvidemos a nuestra "gigantilla" que se la diseñó y llegó hasta nuestros días con collar y pendientes rojos.
¿Cuál pudiera ser la razón?
Al revisar los citados inventarios se ve con claridad, en relación con las alhajas, que el CORAL es el rey, con un 65% de incidencia en las familias que poseen alhajas de "base".
Curiosamente donde más aparecen es en la zona de Juarros, que es de donde procede una litografía del siglo XIX, en la que figura una labradora de San Millán de Juarros, que ha servido como modelo para describir a la burgalesa de fiesta en las conclusiones del I Simposium del Traje Regional Burgalés de 1982. En la citada litografía se observa un aderezo profusamente lleno de corales.
Es posible que el coral en esa época fuese la alhaja más al alcance de todos, y por ello, más profusamente utilizada.
El coral se medía al peso en onzas, utilizándose en un aderezo unas veintisiete onzas, o si se medía por corales, de 50 a 68 unidades.
También se puede recoger en las cartas de dote, de nuestra provincia, que el 75 %,de la gente poseía corales.
La segunda alhaja en importancia es la plata, relacionando frecuentemente "joeles de plata" que constituyen un 35% del total; por esta razón los aderezos del siglo XVIII y posteriores, ya que éstos perduran más que la ropa, eran casi en su totalidad de coral y plata.
Los azabaches se usaron complementando a los anteriores con más profusión en el siglo XIX y XX, y junto con los abalorios negros de decoración del vestuario, hicieron que los adornos negros conjugaran con el coral y la plata los verbos adornar y decorar, modelando la forma del vestir popular, que ha servido para componer los trajes que llamamos regionales, recuperando, en su esfera, las raíces medio perdidas o emborronadas, de nuestro ayer etnográfico y popular.
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VOCABULARIO UTILIZADO
Abalorio.- Del árabe Al-Balor. Cristal, conjunto de cuentecillas ensartadas con las que se hacen adornos y labores.
Almilla. Armilla.- Primitiva prenda militar que al entrar en desuso se confundió con la Armilla, que en la sierra de Burgos es un jubón sin mangas, ajustado al cuerpo con cordones. De uso femenino.
Amengo.- Peal confeccionado con piel de oveja esquilada.
Azabache.- Variedad del lignito de color negro oscuro y susceptible de pulimento. Usase para hacer botones y dijes y otras obras de adorno.
Basquiña. Vasquiña.- Saya negra por lo común, que usan las mujeres sobre la ropa interior para salir a la calle, conjuntándolo con el gonete o sayuelo.
Bayeta.- Tela de lana floja y poco tupida.
Beatilla.- Especie de lienzo ralo y delgado.
Buriel.- Paño basto que vestían los pobres, de color entre negro y leonado.
Cambray.- Especie de lienzo blanco sutil.
Camelote.- Tejido fuerte e impermeable que se hacía con pelo de camello o con el de cabra, mezclado con lana.
Coral.- Secreción caliza de forma arborescente que se forma en el mar. Se emplea en joyería pulimentado. Es de color rojo o rosado.
Cordellate.- Tejido basto de lana.
Corpiño.- Almilla o jubón sin mangas, de uso femenino.
Cos.- Corpiño interior femenino, equivalente al jubón masculino hasta el siglo XVI.
Cotilla.- Ajustador que usaban las mujeres, hecho de lienzo o seda y de ballenas.
Damasco.- Tela fuerte de seda o lana, con dibujos formados con el tejido.
Dije.- Cualquier adorno, joya, relicario o alhaja pequeña.
Desabillé.- Del francés deshabillé, traje de mañana. Galicismo. Traje más o menos sencillo para estar en casa.
Escarlatín.- Tela de lana de color carmesí.
Escarpín.- Calzado interior de estambre que se coloca entre la media y el calzado.
Escusali.- Equivalente a Excusalí. Delantal pequeño.
Estameña.- Tejido de lana sencillo y ordinario que tiene la trama y la urdimbre de estambre.
Estopa.- Parte basta del lino o del cáñamo que queda después de la alrota en el rastrillo.
Fustán.- Tela gruesa de algodón con pelo por una de sus caras.
Gonete.- Sayuelo probablemente más corto.
Griseta.- Cierto género de tela de seda labrada con dibujos menudos.
Guardapiés.- Especie de falda suelta que usaban las mujeres como prenda exterior.
Joel. Joyel.- Joya pequeña.
Jubón.- Hasta el siglo XVI prenda interior masculina, sobre la camisa y bajo el vestido. A partir del siglo XVI prenda exterior femenina que cubre desde los hombros hasta la cintura, ceñida y ajustada al cuerpo.
Justillo.- Prenda ajustada, interior, sin mangas ni hombreras, que ciñe el cuerpo y no baja de la cintura. Especie de corsé ajustador.
Leonado.- De color rubio oscuro, semejante al pelo de león.
Listón.- Cinta de seda de menos de dos dedos de ancho.
Musco.- De color pardo oscuro.
Pardilla.- Del paño, el más basto, grueso y tosco, de color pardo, sin tinte.
Peal.- Prenda de abrigo para los pies, hecha frecuentemente de sayal de 0,5 m2, que se ponía entre la media y la abarca.
Rebozo. Rebociño.- Mantilla o toca corta que va ceñida a la cabeza de las mujeres, para cubrirse en caso necesario el rostro.
Ribete.- Cinta con que se guarnece y refuerza la orilla del vestido o calzado.
Saya.- Falda que usan las mujeres, a partir del siglo XV; se ponía sobre la ropa interior o sobre prendas semi-interiores, como corsés, corpiños y faldillas. Hasta ese siglo fue vestido de hombre.
Sayal.- Tela muy basta y sin tinte, hecha con pura lana churra.
Sayo.- Prenda exclusivamente de hombre a partir del siglo XV. También llamada sayón, sayete y sayo alto. Tiene forma de casaca hueca, larga y sin botones.
Sayuelo.- Equivalente a Gonete. Prenda corta femenina que cubre busto y cadera. Puede ser con mangas anchas, angostas, y se adorna con picadas, cuchilladas y ribetes. También hubo sayuelos de piel.
Serafina.- Tela de lana como bayeta, más tupida y abatanada, adornada con variedad de flores y otros dibujos.
Sempiterna.- Tela de lana basta y muy tupida.
Tafetán.- Tela delgada de seda, muy tupida.
Toca.- Prenda de tela de diversas hechuras, según los tiempos, países y costumbres, propia para cubrir o adornar la cabeza. Suele estar confeccionada de beatilla.
BIBLIOGRAFIA
El vestir burgalés, del mismo autor.
Indumentaria española, de Carmen BERNI.
Niveles de fortuna y de cultura en Burgos en la segunda mitad del siglo XVIII, de Magali PENSIER.