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Introducción
En México son muy notables las diferencias que existen en cuanto a la profundidad, calidad y variedad de los estudios realizados sobre los diversos pueblos indígenas. Muchos, particularmente en el centro- sur del país, han sido investigados continuamente durante largos años, desde diferentes perspectivas y en muchas de las regiones que ocupan, como los nahuas. Otros han sido menos abordados, como los yumanos en general, y unos pocos están prácticamente olvidados por la academia.
Pareciera que muchos pueblos del norte mexicano, de «Aridoamérica» como la llama Moctezuma Zamarrón (2014), no han sido tan interesantes para la mayoría de los investigadores. Se me ocurren algunas causales hipotéticas para este hecho: estos grupos no han sido considerados parte de la Mesoamérica que se ha concebido como fuente identitaria para la nación, el escaso número de miembros de algunos de estos pueblos, lo agreste e inhóspito de los parajes donde habitan, la violencia y el narcotráfico que campean por los lugares cercanos a la frontera y una posible concentración de la academia antropológica en la zona central del país, al menos en sus primeros tiempos. Este olvido o semiolvido de varios grupos podría y debería ser motivo de estudio en sí mismo.
Otro hecho interesante es que estos pueblos menos abordados han tenido no solo una escasa atención, en cuanto a la cantidad de investigadores e investigaciones, sino que también han sido limitadas las perspectivas desde la que han sido estudiados. Los estudios existentes, en su mayoría, privilegian lo lingüístico y lo socioeconómico, abordando de forma muy oblicua otros aspectos, como creencias, cosmovisión, rituales. Tal es el caso de los guarijíos, quienes habitan en las estribaciones de la Sierra Madre Occidental, en las demarcaciones de los municipios de Álamos, Quiriego y Rosario en el estado de Sonora, y Uruachi, Chínipas y Moris en Chihuahua. Una búsqueda sobre ellos en varios motores o sitios web como Google Scholar, Jstor, ResearchGate, Academia.edu ha arrojado una cantidad sorprendentemente pobre de resultados. El texto actual se limita a presentar un estudio realizado exclusivamente mediante el análisis documental de las investigaciones encontradas de esta forma, por tanto cualquiera de las ideas presentadas aquí tiene un carácter provisional y deberá ser contrastada con los resultados de un trabajo de campo intensivo en el área. No obstante, debido al interés que puede generar el tema se presenta este resultado previo.
Estos grupos se autodenominan guarijíos o macurawe, en Sonora y guarijó o warihó en Chihuahua. Guarijío o guarijó significa «gente» o «las personas que hablan la guarijía». Su lengua es de la familia yuto-nahua y habitan una región escabrosa, de tierras poco fértiles y cambios abruptos de temperatura.
En este texto la atención se dirige a la relación de los guarijíos con las serpientes míticas, en particular con las paisori, víboras invisibles protectoras de aguajes y arroyos y la wajura, serpiente peligrosa que habita en el río Mayo. Esto se hará a través de historias recogidas por algunos investigadores como Claudia Harriss y Juan Pablo Cruz Fimbres, quienes desde la lingüística han analizado algunos de estos relatos o Gildardo Buitimea Romero, promotor cultural bilingüe en la zona Mesa Colorada quien, entre otras muchas tareas, se ha encargado de compilarlas.
Generalidades
Antes de comenzar resulta necesario un acercamiento a las características generales del pueblo guarijío y de los estudios que se han realizado sobre ellos. A eso se dirige el presente acápite.
Los guarijíos son descendientes de grupos procedentes del suroeste estadounidense que se establecieron en la Baja Tarahumara, en la actual Chihuahua. En los siglos XVII se rebelaron contra el dominio español quienes le impusieron las misiones y la conversión al cristianismo: la campaña evangelizadora comenzó formalmente en 1632 con los jesuitas (Acosta, 2001). En ese tiempo se dividieron en los dos grupos actuales: guarijós de Chihuaha, influenciados por los tarahumaras y guarijíos de Sonora, más cercanos a los mayos (INPI, 2020). Luego de la expulsión de los jesuitas y la inclusión de la misión franciscana en 1767 no se tiene más noticia de los guarijíos hasta el siglo XX (Valdivia Dounce, 2007). Habitan en rancherías con cierta movilidad, sobre todo en función de la disponibilidad de agua, sin que existan muchos patrones fijos en cuanto a su traslado ni en las relaciones de parentesco. Incluso los lugares donde celebran sus tuburadas, festividades religiosas normativas en la vida de los integrantes de la comunidad, cambian de acuerdo a sus nuevas residencias (Moctezuma Zamarrón y Harriss, 2001). En palabras de José Zazueta Yoquibo:
A nosotros nos gusta vivir en la sierra, no estamos acostumbrados al pueblo. Siempre hemos vivido dispersos, quiere decir que estamos toda la gente desparramada en la sierra. Esa costumbre nadie la va a quitar, eso dice la tribu guarijío. No es costumbre de nosotros hacer pueblo, aunque digan que hagamos un pueblo grande; como tenemos costumbre de tener animalitos, todo el tiempo seguimos viviendo dispersos, apartaditos casa por casa allá lejos en el cerro, eso quiere decir. (…)Solamente los que tienen dinero no viven dispersos, viven así juntos todos, se quieren unos con otros, pero pues ellos tienen dinero para hacer un pueblo, o sea que cada casa la hacen para que dure bastante. Nosotros no, porque no tenemos la capacidad de que tengamos casa durante mucho tiempo. Tenemos una provisional nada más. Cada tanto tiempo nosotros cambiamos nuestra vivienda. Además, tenemos una casita de jacal de palma, de palma real que le dicen. Esa palma nace por la tierra, la tierra la trae y con ella nosotros hemos estado viviendo, haciendo nuestra casita, y con eso nos amparamos de la lluvia. Esa nacencia nos viene de nuestros padres. Siempre hemos sido atrasados. Durante todo el tiempo que hemos estado nosotros en este mundo, no crean ustedes que hemos tenido oportunidad de hacer una buena casa, nunca la ha habido. En este mundo nosotros venimos a estar peor, hasta sin ropa andábamos. (Valdivia Dounce, 2007, 170)
Actualmente hay discrepancias en cuanto a la cantidad de hablantes de su lengua. Según Acosta (2001) existen 1,648 hablantes de guarijío a nivel nacional, de los cuales 1,036 se hallaban en el estado de Sonora y en Chihuahua se encuentran 605; para Vélez y Harriss (2004) hay 1,671 hablantes de lengua indígena guarijía mayores de cinco años: «un total de 1,649 hablantes de dicha lengua continúan viviendo en los estados de Chihuahua y Sonora, en tanto que el resto se encuentra repartido en los estados de Baja California (seis), Durango (cinco) y Sinaloa (cinco), entre otros. Por lo que se refiere a Chihuahua y Sonora, el desglose de la población guarijía es de 917 hablantes en el primero, y de 732 en el segundo» (p. 15).
La mayoría de los estudios sobre este pueblo ha destacado sus pésimas condiciones de vida: Valdivia Dounce (2007) describió cómo en los setenta aún no tenían tierras, e incluso algunos morían de inanición. A partir de esa década, con la penetración en su zona de un grupo guerrillero de la Liga Comunista 23 de Septiembre, los indígenas comienzan a tomar conciencia de su posición y de sus derechos, lo que unos años después da como resultado el otorgamiento de tierras ejidales. Desde los ochenta comienzan a involucrarse personas del área, tanto yori (no indígenas) como guarijíos al narcotráfico. Solo en 2005 llega a algunas familias guarijías la electrificación (Valdivia Dounce, 2007). En el año 2020 se consideraba que el 62, 5% de los guarijíos padecían de desnutrición y anemia, debido a la falta de precipitaciones (Gómez Lima, 2020). El 50% de este grupo no había cursado los estudios primarios en 2000, los hospitales más cercanos quedan a varias horas de camino y para acudir a las clínicas rurales más cercanas deben caminar entre cuatro y nueve horas (Vélez y Harriss, 2004). Hace poco fueron motivo de diversos estudios y denuncias por el impacto que podía tener en su comunidad la relocalización debido a la construcción de la presa Bicentenario Los Pilares, proyecto cuyas noticias les llegaron por rumores, no por información oficial (Haro, 2015; Moctezuma y Pérez, 2018).
Los guarijíos creen que Dios los formó a partir del barro y que los yoris son hijos del Diablo, pero como consideran que el Diablo es hermano mayor de Dios, explican así su subordinación a los yoris. De hecho, piensan que el castigo corporal es un pecado y es conducta de los yoris, por lo que los niños son educados en el ejemplo de sus mayores y no existe prácticamente violencia doméstica (Vélez y Harriss, 2004). Existen varias festividades como la ya mencionada tuburada, que está relacionada con el mito del diluvio y la cava-pizca (Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, 2008). Cuentan con una serie de leyendas que están relacionadas con las fuentes de agua y las serpientes:
Otros cuentos hablan de los animales del entorno o de la wajura, una serpiente gigante que habita en el río Mayo, capaz de llevar a las personas a la muerte, sobre todo si caminan cerca del río por las noches. Unas víboras invisibles llamadas paisori son las protectoras de los arroyos y aguajes. Las paisori deben ser respetadas, pues de otra forma pueden dañar la salud de la gente. Como la región cuenta con escasas fuentes de agua, estos cuentos y leyendas funcionan para recordar a las personas la importancia de cuidar este vital líquido. (Vélez y Harriss, 2004: 24)
Es a estas historias a las que está dirigido nuestro interés en el presente texto y a explicarlas se dirigirá el siguiente acápite.
Las serpientes y el agua entre los guarijíos
Como ya hemos visto, hay dos tipos de serpientes míticas entre los guarijíos: la wuajura o wajura[1], de carácter malévolo, dañina para los seres humanos y las paisori. La primera atrapa a la gente y la hunde entre remolinos en el agua, de donde no vuelven a salir. También parece sentirse atraída por el llanto de los bebés (Aguilar Zeleny y Buitimea Romero, 2019). Esta sierpe está relacionada al río Mayo y a ciertas temporadas del mismo, en particular, a sus crecidas; Antonia Enríquez Cautivo cuenta: «La culebra sale en julio cuando crece el río pero también salen lagartijas grandes en el medio del agua». (Aguilar y Beaumont, 2012, 24) Así, son varios los reptiles relacionados con esta corriente.
El río Mayo es central en la vida de muchos guarijíos de Sonora. Esto ha sido recalcado con el proyecto de la presa. Al respecto Julia Ruelas Almamea comenta:
Para nosotros el río es como si fuera nuestra respiración del aire, pero lo más importante es el agua del río que corre bonito. Sin el río se va a ver diferente, no como ahorita. El río es hermoso. Sin el río no vamos a hacer nada. Haz de cuenta que nos quedamos sin respirar, tristes porque ya no va a ser igual porque a la orilla del río sembramos en el verano tomates, chiles, cebollitas y ejotes para nuestra familia. (Aguilar y Beaumont, 2012, 17)
Sin embargo, el río no solo es benéfico, también representa peligros. La wajura es la manifestación del aspecto maléfico de esa corriente fluvial que resulta central en parte del paisaje mítico de los guarijíos, paisaje que incluye cementerios como el panteón de Chorijoa, de Mochibampo, del Sabinal y Masocopa y las pinturas rupestres que están a la orilla del río. Todo esto podría ser destruido por la construcción de la presa; según Aguilar Zeleny y Buitimea Romero: «En los tiempos actuales los proyectos hidráulicos de la región para la contención de aguas del río Mayo representan una nueva forma de la wajura que pone en riesgo la continuidad de la existencia del mundo macurawe» . (2019, 84) Así la wajura es la dimensión acuática que puede sembrar caos y destrucción, lo que pone en riesgo la vida, individual y comunitaria, pero también lo que puede disolver la memoria y los lugares de sus ancestros.
Por la otra parte, la paisori se relaciona con el río, pero también con arroyos y aguajes. Funge como protectora de las corrientes de agua y de los seres humanos, quienes deben respetarla[2]. Por ejemplo, en una historia recogida por Aguilar Zeleny y Buitimea Romero (2019) se cuenta sobre Evaristo, un guarijío muy pobre que vivía en cuevas, pero que pescaba a diario muchos peces en el río Mayo porque era capaz de aguantar la respiración debajo del agua durante casi una hora. Esto se atribuía a un pacto con una paisori, quien lo ayudaba a pescar sin respirar. Este pacto tuvo su contraparte:
Así estuvo Evaristo pescando por mucho tiempo hasta que un día se enfermó y se murió en Poateso, en Cueva de Borrego. Empezó a salirle agua por diferentes partes de su cuerpo y de eso se murió. Por eso lo enterraron en un arroyo, como a cuatrocientos metros, porque no se le podía llevar más lejos. (Aguilar Zeleny y Buitimea Romero 2019: 120)
La paisori lo ayudó a beneficiarse del agua, pero luego de un tiempo, el hombre se hizo agua, por lo que se le «enterró» en ella. Parece ser que demasiado tiempo en contacto con los poderes de la paisori podría tener efectos disolutivos en el ser humano, lo acuatiza, valga el neologismo. Por otra parte, la paisori no siempre parece ser tan benévola:
Cuenta una mujer guarijía que una vez ella caminaba rumbo pa’ su casa y que ella iba llegando a un arroyo y que de pronto escuchó a un niño que lloraba por el arroyo arriba.
Y entonces que ella se detuvo a buscar al niño que lloraba. «¿En dónde estará el niño que llora?», pensaba, porque no lo podía encontrar, y que de pronto buscando al niño, lo va encontrando en el medio del agua, encima de una piedra, llorando fuertemente.
Y que el niño se encontraba moviéndose pa’llá y pa’cá, como queriendo caer al agua, y que cuenta la mujer que sentía mucha desesperación por ir a sacar al niño.
Estando ella parada, que se voltió pa’ un lado y cuando volvió a voltear pa’ donde estaba el niño, ya no estaba. El niño había desaparecido, y que la piedra donde estaba el niño tampoco estaba y que no se veía nada absolutamente.
Y que cuentan los señores mayores curanderos que el niño que se encontraba en el agua no era ser humano, era una sierpe de los manantiales; que la sierpe quería agarrar el alma de la mujer si agarraba al niño, y que en ese lugar existe un aguaje que nunca se seca. (Aguilar Zeleny y Buitimea Romero, 2019: 184)
Aquí, según Aguilar Zeleny y Buitimea Romero (2019) hay discusión sobre el tipo de serpiente que protagoniza la historia: las paisori se supone que son benéficas y esta quería robar el alma de la mujer, pero la wajura es menos sutil, está interesada en robar cuerpos y más que aparecer como niño que llora es atraída por el llanto de los bebés. Además esta se relaciona directamente con la inagotabilidad de un manantial, dominio más propio de la paisori. Se podría sugerir dos elementos a tener en cuenta: uno, la paisori también puede tener un aspecto temible y peligroso, lo cual va en concordancia con lo planteado por Harriss de que las paisori son vistas como posibles cómplices de los sukitúme (hechiceros), aunque quizás esta dimensión sea menos usual y menos directa que la wajura (a fin de cuentas en esta historia no llegó a robar el alma); dos, existe entre los guaijiríos una manera de comprender a las serpientes míticas más ambigua de lo que se considera comúnmente y no todas las sierpes de agua tienen que ser de un tipo o del otro. Quedaría investigar en el campo para saber si alguna de estas ideas, u otras no concebidas aún, pueden ser sustentadas. En el caso de la historia analizada por Cruz Fimbres (2018) parece haber una identificación entre la paisori y la wajura, lamentablemente su tesis no ofrece una versión del texto utilizado, sino solo su análisis lingüístico. ¿Puede ser Wajura un nombre propio para un tipo de paisori?
La wajura, por su parte, parece no solo estar relacionada con el río Mayo, sino ser el río mismo, o al menos, su génesis. Esto queda claro en la historia recogida por Harriss sobre el origen de esta corriente:
Bien entonces comenzamos. Comenzamos entonces esta palabra. Había una mujer que le gustaba mucho ir a las fiestas. Iba siempre a la fiesta aunque era lejos donde andaba. Cuando ya se enfadó su esposo. Molió el palo luego cuando ella se fue a la fiesta. Cuando le dijo su esposo, en la puerta allá arriba. Le gritaba saliendo allá en la puerta. Entonces, luego en su casa, en este lugar es cuando le dijo el esposo. Así mujer toma, acuéstate. Acuéstate.
Al rato, luego al rato fue a mirarla, el esposo. Miró a los ojos, se vio a su ojo. Eran colorados cuando los vio. Estaba (la mujer) revolviéndose. Estaba quejándose. Cuando se fue. Cuando se hizo culebra. Cuando se hacía como rosca. Cuando estaba sentada es cuando le dijo su esposo. Vete por aquí abajo, abajo en el arroyo. Cuando salió (la mujer). Iba el esposo por arriba, cuando se metió (en el aguaje). Cuando le gritó vete por ahí abajo. Cuando dijo el esposo. Se acabaron las palabras por aquel lado. (Harriss, 2012, 201-202)
Como señala Harriss esta historia narra el origen del río Mayo y deja clara la normatividad de género en el grupo. Esta normativa, bastante violenta, interroga lo sostenido por la propia Harriss cuando plantea que entre los guarijíos la violencia doméstica es casi desconocida (Vélez y Harris, 2004, 26). Esta narración, parte de pichikena (la creencia), parece amenazante para las mujeres bailadoras. No obstante, volviendo al tema, el río se contempla aquí no como el habitáculo de la serpiente, sino como la serpiente misma:
Ésta (la mujer) se fue como culebra arrastrándose y se hizo el río (Mayo) donde dejó su huella. Dicen que se ve ella, ¿tú viste dónde está el cajón ahí por El Zapote? se ve por una piedra esta mujer sentada cepillando su cabello, es ésta, la mujer culebra del río. (Harriss, 2012, 202)
Mientras, se considera que el marido se fue a algún aguaje y se volvió paisori. Parece haber una plasticidad ontológica: las personas devienen serpientes y estas se transforman en río[3]. Ser humano, animal mitológico y accidente geográfico no son compartimentos estancos. Aquí se podría esbozar otra pregunta: ¿es esta mujer culebra la wajura misma o es el río? ¿Hay diferencias entre el río y la serpiente mítica? Parecería que sí: en varias historias (Harriss, 2012; Aguilar Zeleny y Buitimea Romero, 2019) la wajura es muerta o, al menos vencida, por los curanderos, quienes le hacen comer unas piedras calientes que la matan. ¿Sería la mujer culebra otro tipo de serpiente? Estas interrogantes, en principio, podrían parecer interesantes, pero también existe la posibilidad de que para los guarijós no lo sean en lo más mínimo. Para ellos, lo importante parece ser que el agua está relacionada con las serpientes, que estas pueden ser ambivalentes, algunas francamente peligrosas y que son parte del equilibrio cósmico. De hecho, estas serpientes no solo son cuidadoras, también son cuidadas por el Bolo Fuego (su´eri, «pájaro que alumbra»):
Las gentes mayores de antes decían que el Bolo Fuego está en guardia todo el tiempo. El Bolo Fuego cuida a las serpientes que hay y que pasan por el río, cuando viene la creciente. El Bolo Fuego siempre la sigue y mata antes de que llegue al mar, porque si llega al mar, se piensa que se enojarán las serpientes marinas y se levantará el mar. (Aguilar Zeleny y Buitimea Romero, 2019, 135)
Este ser mítico es parte del equilibrio ecológico también, pero, como las serpientes, resulta ambivalente, pues se puede llevar las almas humanas. Existe así una complicada concepción del mundo que no solo incluye a los seres humanos y el río, sino que concibe varias entidades míticas en medio, por una parte favorables o semifavorables, por la otra, posibles depredadores de los humanos quienes se ven obligados a determinadas maneras de relacionarse con ellas para conservar esta armonía.
Conclusiones
Estas historias apuntan a una concepción del mundo compleja, donde seres humanos, animales, seres míticos y el entorno no se conciben como categorías rígidas y se hilvanan en una serie de relaciones que tienden a la armonía, aunque en sí mismas no siempre sean armónicas y en algunos casos, puedan ser predatorias. Los seres humanos se transforman en serpientes, hacen pactos con ellas, son protegidos o atacados por ellas. Estos ofidios parecen ser ambivalentes y siempre entrañan cierto riesgo, pero son concomitantes con el agua, indispensable para la vida. Decir que las paisori y la wajura representan o simbolizan la preocupación de los guarijíos por el agua, aunque plausible, es una salida muy fácil que más que iluminar la cuestión, la oscurece con su aparente sencillez. Muchos pueblos del norte de México y del sur de los Estados Unidos viven en zonas semidesérticas o desérticas, pero no necesariamente conciben esta interrelación entre serpientes míticas y el líquido vital.
Las paisori y la wajura están concebidas en un esquema del universo donde no son los únicos animales míticos. Protegen y son protegidas, manifestando también los riesgos que entraña el agua misma: ahogan y disuelven. Sería muy interesante reconstruir las relaciones que establecen los guarijíos con estos seres y cómo los conciben en su día a día. Es necesario investigar si ocupan el mismo lugar entre los macurawe y los warihós, dado que sus entornos son muy diferentes y los habitantes de la sierra en Chihuahua no tienen cerca un gran cuerpo de agua como el río Mayo. Por otra parte, la posible construcción de la presa, ¿actualizó, reconfiguró o afectó de alguna forma a estas creencias? ¿Se expresan en las manifestaciones artísticas de este pueblo, además de en la música? También puede ser interesante analizar si estas historias míticas existen entre los pueblos vecinos que han influido sobre los guarijíos, como los mayos en Sonora y los tarahumaras en Chihuahua.
Estos seres parecen ser un buen punto de partida para reconstruir la cosmovisión guarijía, en particular sus concepciones ecológicas, establecidas en regiones inhóspitas. Ojalá pronto sean motivo de investigación más profunda.
REFERENCIAS
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Aguilar Zeleny, Alejandro y David Joseph Beaumont OFM, Cap. Piri owitiame nenénapu kawé, Una joven guarijía contempla. Experiencias de vida con el pueblo guarijío. Hermosillo: Edición de los autores, 2012.
Aguilar Zeleny, Alejando y Buitimea Romero, Gildardo, coords. Memoria macurawe.Páginas para la historia del pueblo macurawe (guarijío) de Sonora. Hermosillo: Instituto Sonorense de Cultura, 2019.
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Cruz Fimbres, Juan Pablo. Seguimiento de referencia en guarijío de Chihuahua. Tesis para optar por el grado de Maestro en Lingüística. Universidad de Sonora, 2018.
Gómez Lima, Cristina. «Padecen desnutrición y anemia 62.5% de guarijíos». La Jornada, 19 de octubre, 2020.
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NOTAS
[1] Resulta notable la similitud de este nombre con wajurume (envidia en guarijío). Sería interesante explorar esta pista lingüística.
[2] Esta reverencia parece mostrada en los cantos que le son dedicados. Para escuchar el Paisori wika, consultar el siguiente enlace:
https://www.youtube.com/watch?v=qsP1wTZRF9E
[3] Zolla (2018) refiere creencias parecidas entre los mixes de Oaxaca, quienes consideran que existe una relación de parentesco entre serpientes y seres humanos. Sería interesante explorar con más profundidad cómo consideran los guarijíos la relación con estos reptiles en general y no solo con las especies míticas. Al parecer esta relación ecológica no antropocéntrica con el entorno y una serie de entidades míticas es un motivo recurrente en varios grupos indígenas mesoamericanos (Liffman, 2017; Questa, 2018). Parece necesario investigar en este sentido las particularidades del caso guarijío.