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La presencia del cerdo, desde hace milenios, en el ámbito humano ha dejado huellas en diferentes manifestaciones de la cultura como la fraseología (modismos y refranes), la literatura y los símbolos, entre otros. En nuestro trabajo, pretendemos abordar parte de esa presencia, más notoria en la cultura rural que en la urbana.
Antes de comenzar, recordemos que, en la cultura humana, las realidades suelen tener una doble interpretación (si no más): la que se centra en lo objetivo (con las previsibles limitaciones de la subjetividad humana) y la simbólica (conexiones que establecemos entre lo percibido y la ideología). Por ejemplo, en los insultos es frecuente la utilización del nombre del cerdo (o sus abundantes sinónimos), o el de sus productos; por ejemplo, chorizo, en su sentido recto (objetivo), se refiere a un embutido apreciable según gustos; pero, en sentido figurado, denomina despectivamente al ladrón, aunque también fue el nombre de uno de los dos bandos del teatro español del xix (https://dle.rae.es 2023).
Pues bien, en nuestro trabajo, veremos cuatro apartados: los símbolos negativos del cerdo (falta de higiene, lujuria, pereza, etc.); el cerdo en otras representaciones de la condición humana; y el cerdo en la vida humana (trabajo, economía y salud) y, finalmente, su dimensión social (solidaridad vecinal y externa).
1. Simbología negativa del cerdo
Debemos destacar el curioso contraste entre el aprecio de los productos del cerdo y la utilización, predominantemente negativa, de su nombre y, metonímicamente, de los productos que de él se derivan (ya vimos el caso de chorizo). La visión del cerdo que Cirlot (1982, 126) nos ofrece destaca por su contundencia: «Símbolo de los deseos impuros, de la transformación de lo superior en inferior y del abismamiento amoral en lo perverso». Esta visión tan negativa del cerdo podría considerarse como una generalización de los numerosos vicios que se le atribuyen o que simboliza, a veces cuestionables por su discutible base real. Al respecto, comentaremos hasta nueve:1) Suciedad y falta de higiene; 2) El habla grosera; 3) La lujuria; 4) La pereza; 5) La gula; 6) La envidia; 7) El cinismo; 8) La hipocresía; y 9) La ostentación y el orgullo.
1.1. Suciedad y falta de higiene
La suciedad, sin ser propiamente un pecado capital tradicional, en el caso del cerdo, podría haber sido el desencadenante de los muchos vicios que se le atribuyen.
En la fábula decimonónica «El Charco y la Fuente», de J. E. Ollero (1878, 144-145), el charco se queja por ser solo apreciado por el cerdo: «–Si eres agua, y agua soy / –le dijo el Charco a la Fuente–, / no sé por qué solamente / del puerco apreciada estoy». Y la fuente responde: «–Eres –le dijo esta– hoy / ¡por lo sucia tan dañina…! / Fueras, cual yo, cristalina, / porque el hombre, tú verás / que agua limpia, y nada más, / para sus usos destina». La moraleja apunta: «Si, de un Dios, la preferencia / quiere merecer, sin lodo, / pura y limpia de igual modo / tenga el hombre su conciencia».
En efecto, a partir de esta suciedad, símbolo del pecado, surgiría, por extensión, la utilización del cerdo como símbolo de ciertos vicios o conductas transgresoras o antisociales.
Esta relación del cerdo con la suciedad ya la recogía nuestro primer diccionario (el Diccionario de autoridades), que, en su definición de puerco, unía suciedad y utilidad: «Animal doméstico, inmundo y sucio, que se ceba y engorda para que sirva de mantenimiento». Y luego reiteraba: «Es el más sucio e indócil de los animales, pero su carne es muy útil y sabrosa» (Autoridades 1737, V, 423). A partir de aquí, prácticamente, todas las denominaciones del cerdo se emplean negativamente para referirse a conductas morales y sociales reprobables[1], aunque, como veremos, con muy discutible o escasa base real a veces.
La relación del cerdo con la suciedad viene determinada por sus costumbres de revolcarse en lodazales y hozar la tierra con su hocico, así como por su descuidado hábitat (el cubil). Así dice el refrán: El cerdo no quiere rosas, sino aguas cenagosas (Infantes 1997, 68); o Al puerco y a la rana, dejarlos en su charca (R. Marín 1926, 27). Y esa suciedad constituye parte de la esencia porcina, llegando a la literatura para niños, por ejemplo, en El cerdito, de Arnold Lobel (ed. Kalandraka), que se presenta así: «Un cerdito en apuros, sin lodazal en el que revolcarse a sus anchas: ¿dónde se ha visto un marrano limpio y reluciente?». Y es que Cuando el puerco se lava la cara, hasta la guarra se lo repara (R. Marín 50); y A degún gocho i agüele mal la su gochería (A ningún cerdo le huelen mal sus suciedades) (Castañón 1977, 18).
Además, la suciedad se relaciona con la pereza (atribuida también al cerdo). Así el refrán asturiano dice: La muyer que ye hacendosa, nin ye puerca nin viciosa (la mujer hacendosa no es puerca ni viciosa) (Castañón 1977, 144). Algunos títulos aprovechan irónicamente este tópico de la suciedad aplicándolo a la parte masculina: Como tener la casa como un cerdo. Guía doméstica del perfecto soltero, de P. J. Rourke (1989); y como réplica Cómo no tener la cocina como un cerdo, de Óscar Terol (2012).
Ya el primer diccionario recogía tal sentido figurado; por ejemplo, lechón es un «hombre demasiadamente sucio, y desaseado en el vestir o en el comer» (Autoridades 1734, IV, 375); o cochino, «la persona que es desaliñada, asquerosa o puerca» (Autoridades 1729, II, 390).
La suciedad, considerada como congénita al cerdo, haría inútil cualquier medida higiénica. Agustín Príncipe (1811-1866) escribió «El lavatorio del puerco», brevísima fábula que dice: «En agua de Colonia / bañaba a su marrano doña Antonia / con empeño ya tal que daba en terco; / pero, a pesar de afán tan obstinado, / no consiguió jamás verle aseado, / y el marrano en cuestión fue siempre puerco». El autor juega con del sentido recto de marrano (un animal) y puerco (sucio) en su sentido figurado. Esta es la moraleja: «Es luchar contra el sino / con que vienen al mundo ciertas gentes / querer hacerlas pulcras y decentes: / el que nace lechón muere cochino» (en Sainz de Robles, 1964, 107).
La misma idea está en el refranero: El que a lavar gochus se pon / pierde’l tiempu y el xabón, / ya lo dixo el Felipón (Castañón 1977, 97); además, puede referirse a la ingratitud: Ser ún tan agradeciu como’l que llava la boca a un gochu (Ser uno tan agradecido como el que lava la boca a un cerdo) (Castañón 1977, 216).
Con respecto al sudor y su posible signo de falta de higiene, la Real Academia (dle.rae.es 2023) recoge la frase sudar como un cerdo, donde «como un cerdo» (locución adverbial despectiva) es sinónimo de «en exceso». Curiosamente, parece que el origen de la expresión «sudar como un cerdo» es una traducción errónea del inglés[2].
Sin embargo, y con respecto a la suciedad, Navarro (2002, 168) ofrece la visión contraria, y basada en la realidad objetiva: «Por increíble que pueda parecer, los zoólogos consideran al cerdo como uno de los animales más limpios que hay. Signo de ello es su afición a construir revolcaderos de lodo, que usan para refrescarse en verano y eliminar los parásitos externos». Y en nota a pie de página apunta: «Como muchos médicos reconocen, pocas cosas existen en la naturaleza tan limpias e higiénicas como el lodo». Y continúa: «Únicamente cuando se crían en cautividad, se ven obligados a convertir la pocilga en revolcadero lleno de excrementos y restos podridos de comida, lo cual no sucede jamás en plena naturaleza». Sin embargo, en este caso, ha triunfado «la sabiduría popular, poco dotada [al menos en este caso] para la zoología en las apreciaciones».
Tampoco el cerdo es el único referente de la suciedad en la fraseología española; así, encontramos las expresiones «más sucio que una araña» (Espinosa 1968, 222), «que un escarabajo [pelotonero]» (Rodríguez-Vida 2011, 421); «más sucio que el palo de un gallinero», «que un estercolero», «que el jabón de un mecánico» o «que las orejas de un confesor» (Rodríguez-Vida 2011, 41).
Por otra parte, no deben confundirse la pobreza con la suciedad. El escritor decimonónico mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi (1980, 316) describe una escena donde un señor reprende a su criado por el estado lamentables de su camisa, y le recomendó «que fuera a lavarla a la acequia», pues «la pobreza era una cosa, y la porquería, otra; que aquella provocaba a la lástima, y esta, a desprecio y asco de la persona»; y le recordó el refrán Como te veo, te juzgo.
1.2. El habla grosera
Comencemos recordando que hay refranes que repiten la idea de la palabra como expresión de la auténtica personalidad del ser humano: Al buey por el hasta y al hombre por la palabra (Campos y Barella 1995, 53), o Si quieres conocer a un hombre, no le mires: óyele (Rodríguez Marín 1926, 466). Y este otro: El home, el gochu y el borricu, / se estremen pol pelamen y el focicu [se separan o diferencian por el pelo y el hocico, lengua] (Castañón 1977, 93). Otro refrán asturiano juega con el doble significado de coger: Al home po la llengua, al gochu pol gorgoberu: «al hombre se le coge –en falta– hablando, y al cerdo se coge –sujeta– por el pescuezo» (Castañón 1977, 31).
Además, recordemos el significado de puerco «grosero, sin policía [educación[3]], cortesía ni crianza» (Autoridades 1737, V, 424). El calificativo puede aplicarse a la falta de educación y al habla (la grosería o la malicia). Lo que da pie a calificativos negativos como ser lengua sucia, ser un bocasucia o tener la lengua sucia, equivalentes a ‘grosera’ (Rodríguez-Vida 2011, 36).
En la vida de Esopo, este famoso fabulista (esclavo) protagoniza un episodio en que su dueño le manda al mercado con este extraño encargo: «Lo peor que encuentres, lo que esté podrido, cómpralo». Esopo compró gran cantidad de lenguas de cerdos, y lo justificó así: «¿Qué mal no hay que no venga por culpa de la lengua? Por la lengua hay odios, por la lengua hay insidias, engaños, peleas, celos, discordias, guerra. Así que nada hay peor que la maldita lengua» (Esopo 1993, 231).
En esta línea va el refrán El diablo no es puerco, y gruñe, que explica Correas como «mover rencillas por hablar» (en Santillana 1980, 88); o La lengua no tiene dientes y más que ellos muerde (R. Marín 1926, 243). Con razón no solo se aconseja la prudencia, sino incluso el auxilio divino: Antes de hablar, un padrenuestro rezar; o Antes de hablar, si tienes ira, reza un avemaría (R. Marín 1926, 34).
Relacionando la lengua española con la blasfemia, Manuel Vicent (2022, 58) afirma: «No creo que exista una lengua más sucia, en la que se mezcle tantas veces la mierda con la divinidad, como el castellano hablado por los españoles, pese a que Carlos V dijo que era el mejor idioma para hablar con Dios».
1.3. La lujuria
La palabra porquería (de puerco), además de significar «menudencias de carne de cerdo», también vale por «acción sucia o indecente» (Autoridades 1737, V, 328), lo que suele relacionarse con la lujuria (sin embargo, no cita el sinónimo cochinada). Según Pérez-Rioja (1984, 122-123), el cerdo «es símbolo de la lujuria y la gula». Un grabado del catecismo en imágenes de Gentil (1888) representa a la lujuria en el hijo pródigo, con aspecto descuidado y pastoreando una piara al lado de un charco.
Se establece la relación de la lujuria con la suciedad, el lodo y las aguas estancadas. Cerda lavada se revuelca en el fango, en su sentido recto o literal, alude un hecho observable; en su interpretación estándar, fruto de una abstracción del fenómeno concreto, expresa lo que, ya limpio, vuelve a su estado de suciedad. Así, hace dos mil años, el apóstol Pedro (2 Pedro 2:22), con tal refrán, se refería a aquellos paganos que, después de convertirse al cristianismo (lavados con las aguas del bautismo), regresaban a las viejas creencias y a las licenciosas costumbres paganas: Cerda lavada se revuelca en el fango[4].
En el manuscrito medieval Castigos del rey don Sancho IV (de 1293), encontramos dos referencias a la lujuria y al cerdo (que reproduciremos con su particular ortografía). Así, un capítulo trata «de commo non debe omne dar soltura a la su carne», pues cometerá un pecado, además de ser desechado por «los buenos», formando parte del grupo de «los malos». Así sucede a quien vive «a voluntad de su carne commo el puerco que se envuelve en el lodo e non toma ende vergüença [por falta de pudor]», lo que podría ser «freno de toda maldad» (Castigos 1293, 102). Además, en el capítulo que trata de «quán buena cosa es la castidat e la virginidat», se afirma que así como, por la virginidad, el alma llega a ser «tal commo los ángeles», por la lujuria vuelve a ser «commo el puerco», que «se embadurna en el lixo [suciedad] del lodo» (Castigos 1293, 272).
Sin embargo, la contención no resulta fácil: A puerco fresco y berenjenas, ¿quién tenrá [tendrá] las manos quedas? Según Campos y Barella (1995, 296), este refrán «denota cuan es difícil contener las pasiones [si son] halagadas por un objeto que las atrae». Similar es el comentario del Larousse (2001, 51)[5]: «Quiere decir que es difícil resistirse a las tentaciones y a las cosas que nos gustan». En cuanto a la relación entre la lujuria y las berenjenas, aunque originada en tiempos remotos, persiste actualmente en los emojis de Internet[6].
1.4. La pereza
El catecismo decimonónico de Gentil (1870, 22) define la pereza como «una especie de abandono y disgusto voluntario de los deberes. Produce la ociosidad, pusilanimidad, pérdida de tiempo, inconstancia, tedio e insensibilidad». La holgazanería, de todos los vicios es portería, dice el refrán (Caudet 1998, 126). Y el diccionario define la pereza como «floxedad, descuido, negligencia en hacer alguna cosa» (Autoridades, 1737, V, 220). En el mundo porcino, veremos cómo la pereza se manifiesta en el descanso excesivo, la procrastinación y el ocio inútil.
A- Descanso o sueño excesivo
La pereza «se toma particularmente por la dificultad de levantarse de la cama o del asiento», dice nuestro diccionario (Autoridades, 1737, V, 220). Por contra, según Pérez-Rioja (1984, 245), «en el simbolismo tradicional, las hormigas son emblema de actividad, previsión y economía». Así, en la ilustración (nº 4), el anciano, símbolo de la sabiduría, muestra la laboriosidad de las hormigas, que suben por un árbol. al joven que sestea a su sombra.
Por su parte, el refranero expone los beneficios del sueño moderado: Si quieres vivir sano, acuéstate y levántate temprano; o Si quieres vivir sano, madruga de verano (R, Marín 1926, 468); sin embargo, el refranero chileno no opina igual: Acuéstate como la gallina y levántate como el marrano, y vivirás siempre sano[7]. Por otra parte, Al perezoso y al pobre, la cama come, y La pereza es llave de la pobreza (Rodríguez Marín 1926, 26 y 253).
Nuestro Iriarte arremete contra la pereza mental en el campo literario, quizás por aquello de «dormirse en los laureles». En «El gallo, el cerdo y el cordero» (Iriarte 1980, 122-123), la acción se sitúa en dos corrales vecinos, donde viven un gallo, un cordero y un cerdo: «Pues (con perdón de ustedes[8]) el Cochino / dijo un día al Cordero: ¡Qué agradable, qué feliz, qué pacífico destino… / es el poder dormir! ¡Qué saludable! / Yo te aseguro, como soy Gorrino, / que no hay, en esta vida miserable, / gusto como tenderse a la bartola, / roncar bien y dejar rodar la bola». Sin embargo, el gallo disiente: «Para estar sano, para andar ligero / es preciso dormir muy parcamente»; y lo justifica: «Porque el sueño entorpece los sentidos, / deja los cuerpos flojos y abatidos». El inexperto cordero se encuentra dudoso ante opiniones tan contrarias, y el fabulista interviene para aplicar el cuento al campo de la escritura, de los literatos: «Que lo que cada uno le aconseja / no es más que aquello mismo a que se inclina». Encerrados en la comodidad de sus principios, algunos literatos no se molestan en cuestionarse y ampliar su visión de la literatura: «Acá, entre los Autores, ya es muy vieja / la trampa de sentar como doctrina / y gran regla a la cual nos sujetamos, / lo que en nuestros escritos practicamos». Es la pereza mental de no moverse más allá de los propios gustos consolidados, de la propia «zona de confort».
B- La procrastinación
Según el diccionario, pereza «vale también [como] tardanza o pesadez en las acciones o movimientos» (Autoridades, 1737, V, 220). La procrastinación (palabra recientemente incorporada) indica el aplazar lo que podría hacerse en el momento actual (contra el consejo No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy).
Las fatales consecuencias de la procrastinación figuran en la fábula «El Cerdo y el Jabalí» (Ollero 1878, 247-249). Esta extensa fábula, escrita a modo de romance, comienza describiendo la vida plácida y perezosa del cerdo: «En una casa de campo / se estaba cebando un Cerdo, / que grande parte del día / se la pasaba durmiendo». En tal escenario irrumpe el Jabalí[9] (de la misma raza que el cerdo, y que representa la vida libre, no destinado a la matanza), e increpa al Cerdo y le urge a que huya al monte de inmediato; sin embargo, el cerdo rechaza la urgencia: «No tanto, amigo, no tanto / –le dijo aquel, ya despierto–. / Para que tal caso llegue / aún le falta mucho tiempo. / Por lo demás, razón tienes; / razón tienes, lo comprendo, / así que pienso evadirme / mañana sin ir más lejos». «¡Mañana!... ¿Por qué no ahora?». «Porque ahora –el Cerdo dijo– / estoy cansado, es lo cierto; / y dar un paso tan sólo / me cuesta un trabajo inmenso». Y aplaza su fuga: «Como es poco lo que urge, / estarme tranquilo puedo; / mas repito que mañana / es cuando marcharme pienso».
El Jabalí regresará en días sucesivos, y siempre recibirá la misma contestación, hasta que, un día, el amo se lleva al matadero al cerdo, que así se lamenta: «He aquí –decía gritando / al sentir el frío hierro–; / ved aquí, de la indolencia, / lo que es el forzoso premio. / Ay si, del prudente amigo, / seguido hubiera el consejo!...». Y la fábula se cierra con esta moraleja: «Por dejadez y abandono, / y por no hacer un esfuerzo / cuando el esfuerzo preciso / es, muchas veces, pequeño, / a muchos hombres ocurre / lo que al Cerdo del ejemplo, / que dicen: “Lo haré mañana”; / y, al postre, mueren diciéndolo».
También la pereza procrastinadora lleva a la irresponsabilidad social, como muestra la fábula «El cochino y los bueyes» del mismo Ollero (1878, 124-125), donde un cerdo y unos bueyes sienten sed, pero el pozo quede demasiado lejos. Como nadie se ofrece para traer el agua para todos, tendrá que ir el cerdo, que está en minoría: «Vuelven a echarse los bueyes / y, mientras tanto, en un hoyo, / encuentra el Cerdo un arroyo, / do la sed pudo saciar. / ¿A qué seguir adelante? / Allí se acuesta al momento / pues, cansado y somnoliento, / no tiene ganas de andar». Y los bueyes esperarán inútilmente. Y esta es la moraleja: «Quien fíe de perezosos / aplique a la vida el caso: / por no dar ellos un paso, / dejan el mundo caer». Manuel Seco (1970, 322) recoge cerdear en la obra de Galdós, verbo equivalente a «resistirse a cumplir un compromiso, flaquear».
La tradicional procrastinación de la burocracia española creó la famosa fórmula «Vuelva usted mañana». Juliana Panizo (1999, 63) recoge una simpática sentencia, con su gracia andaluza. En tiempos de Santa Teresa, la construcción del convento de Sevilla iba lenta, y la priora (sucesora de la santa de Ávila), se quejó al provincial, que se disculpó con «Eso se hará luego». Indignada, la monja le describió la ruta de la procrastinación: «El que echa por la calle de Luego y por la rúa de Después llega a la plaza de Nunca Jamás».
Tradicionalmente, la diligencia era la virtud contraria a la pereza. Por su parte, el diccionario ofrece, entre otros, este significado: «Prontitud, agilidad y presteza en el obrar, y particularmente en las acciones de ir y venir» (Autoridades 1773, III, 281); en definitiva, el tener que moverse, tan poco seductor para el perezoso. Además, La diligencia es madre de la buena ventura, que «enseña cuánta parte tiene la viveza y cuidado en los buenos sucesos [éxitos], y cuánto conviene que el que quiere ver logradas sus pretensiones no sea perezoso ni descuidado» (Autoridades 1773, III, 282).
Sin embargo, La demasiada diligencia causa sospecha (R. Marín 1926, 237). Por ello, en nuestra época hiperactiva, una reacción favorable a la pasividad nos llega del campo de las artes. Ana Vidal Egea (2024, 51), en la necrológica «La inactividad como forma de resistencia», dedicada a Camila Cañete (Barcelona 1984-2024), «filósofa y artista conceptual que trabajaba con la performance, la instalación y la escritura para reflejar la fatiga existencial […] tanto física como política y medioambiental». En su filosofía de la vida, defiende «la pasividad, la horizontalidad, el ostracismo y la inactividad absoluta en un momento en el que el sistema capitalista fomenta la eficacia y la productividad como mediadores del éxito personal». En su obra, Camila Cañete trató «las diferentes formas de reposo, la aceptación de la inutilidad y la negación rotunda a la acumulación y el progreso». Por ejemplo, «sus pinturas se centran en muebles diseñados para aliviar el cansancio sostenido (sofás, sillas, divanes, camas)». Curiosamente, Cañete destacó también en «la creación de charcos esculturales destinados a habitar interiores, representando el estancamiento y la parálisis vital» (y esto, sin alusión alguna a las aficiones del cerdo por los charcos). Entre la procrastinación y el fatalismo, y jugando con pereza y perecer, Ángel González propone en su poema «Quédate quieto» (1992): «Que la pereza deje inacabado / lo destinado a ser perecedero».
C- La ociosidad
El diccionario dieciochesco define así ociosidad: «El vicio de perder o gastar el tiempo inútilmente». Y lo acompaña del refrán La ociosidad es madre de los vicios, «que aconseja estemos empleados siempre en cosas útiles y honestas, para no ser oprimidos de nuestras pasiones» (Autoridades 1737, V, 15-16).
Cuando el diablo no tiene qué hacer, con el rabo mata moscas, que, según Junceda (1977, 121), critica a quien «entregado a la ociosidad, en lugar de ocuparse en algo útil, malgasta su tiempo en zarandajas». Rodríguez Marín (1926, 89) recoge otras tres variantes: Cuando el diablo no tiene qué hacer, abre el culo y papa moscas; Cuando el diablo no tiene qué hacer, coge la escoba y se pone a barrer; Cuando el diablo no tiene qué hacer, en algo se ha de entretener. La versión asturiana dice: Cuando’l diablu non tien qué facer, cueye por rau la gocha y ponla a pacer (cuando el diablo no tiene qué hacer, coge por el rabo a la gocha y la pone a pacer) (Castañón 1977, 57).
1.5. La gula
Según Pérez-Rioja (1984, 122-123), el cerdo es símbolo de la gula; y el diccionario (Autoridades 1737, IV, 99) nos da tres definiciones de la gula. La anatómica: «La caña del cuello por donde entra el manjar al estómago, y donde se toma el gusto de lo que se come y bebe»; la definición ética: «El apetito desordenado de comer y beber, excediendo en el modo, en la calidad o cantidad»; y. por último, un uso popular: «Se llama en Andalucía el bodegón».
Comer como un cerdo, según la moderna versión del diccionario, equivale a exceso (dle.rae.es). Sin embargo, a lo largo de la historia del español (hablado y escrito), el cerdo no ha sido prototipo único del exceso. Beinhauer (1973, 86-87) recoge «las innúmeras comparaciones que se emplean [en español] para caracterizar al ‘comilón’ o el ‘tragón’», y hace una clasificación muy detallada. Por ejemplo, los animales en general: comer como (o más que) un animal, una bestia, una fiera. También algunos animales domésticos (incluido el cerdo): comer como (o más que) una caballería, un buey, un pavo, un cebón, puerco, cerdo, cochino, gocho (Asturias), marrano, guarro, gorrino; entre los animales salvajes: comer como un león, un tigre, un lobo, un buitre. También incluye los insectos: comer como una carcoma, una lombriz, un gusano de seda, una sabandija, una sanguijuela. Y no termina aquí.
Por otra parte, la gula tiene relación con otros vicios o desórdenes como las disputas, la avaricia y la pereza.
A- Gula y disputas
Ese «apetito desordenado de comer y beber» que es la gula tiene, entre otras consecuencias, «la ruina y desgracia de las familias y las disensiones [disputas[10]], porque el exceso en el vino es ocasión de muchas contiendas», según Gentil (1870, 50).
En cuanto a las disputas, dice el refrán: Dos gochos comedores / nunca se llevarán bien (Castañón 1977, 84). Sin embargo, el cerdo no es el único: Dos gorriones en una espiga / hacen mala miga, que en sentido figurado significa la competencia por la comida; pero Junceda (1997, 160-161) ofrece otros contextos: «No viene bien dos galanes con una dama, ni dos cabezas en un gobierno», y lo justifica porque «los negocios compartidos rara vez prosperan a satisfacción de ambas partes».
Las consecuencias negativas de la gula sobre la familia se representan por el caso bíblico de Esaú, que Gentil (1870, 50) resume así: «El deseo de comer un plato de lentejas es lo que condujo a Esaú a vender su derecho de primogenitura a su hermano Jacob. ¡Qué locura! Con frecuencia, la Gula nos hace perder el juicio».
Sin embargo, hay otros casos donde destaca la humillación que suponen otros cambios o ventas en especie. Por ejemplo, Abel Hernández (2024, 2) comenta el caso de «La niña que cambiaron por una burra». Eran los años cincuenta de la dura posguerra, en un pueblo soriano, y se trataba de una familia «con muchas bocas, demasiadas», que alimentar. Tal transacción no parece que fuera motivo de escándalo generalizado en el pueblo. Sin embargo, la periodista francesa Sonia Devillers «descubrió, horrorizada, que sus abuelos, judíos rumanos, habían sido intercambiados por un puñado de cerdos en 1962». Eran los tiempos de la Guerra Fría; y, entre 1958 y 1965, «a cambios de ingentes cantidades de dinero que, en el extranjero, se transformaban en ganado», se dio salida (o exportaron) «a los miles de judíos que la entonces República Popular de Rumanía marginaba sin escrúpulos» (Fernández 2023, 30).
B- Gula y avaricia
La gula también puede incluir el engorde económico a costa de los bienes ajenos. Así, los refranes sobre actuaciones ilícitas o engañosas: Cuanto más cochino, más gordo, que indica que, «por lo regular, aquellos individuos que con más suciedad proceden en el tejemaneje negocieril son los que más prosperan» (Junceda 1977, 128). ¡Cómo aguija, cómo trota el cerdo tras la bellota!, refrán «contra los que se afanan desordenadamente por lograr su provecho» (Rodríguez Marín 1926, 77). Lo mismo recoge la locución para expresar el exceso: «comer como un cerdo» (dle.rae.es).
En los Castigos del rey don Sancho IV, también la codicia, al igual que la lujuria (como hemos visto), se asocia al lodo: «Tal es la cobdiçia en el rey commo si tomase ambas las sus manos e las metiese en el lodo, desque las houbiese bien ensuciadas las pusiese por el rostro e por los ojos [para] que se ensuciase bien con ellas» (Castigos 1293, 207).
La palabra gordo significa, entre otras, el sebo (grasa animal) y está presente en denominaciones, no necesariamente despectivas, como gente gorda, «gente importante o de buena posición»; o pez gordo, «persona de mucha importancia o muy acaudalada» (dle.rae.es).
El «Enxiemplo de lo que acaeció a la formiga [hormiga] con los puercos» de El libro de los gatos (Chériton 2022, 227) dice: «La formiga coge e lieva los granos del trigo de que viva en el invierno. E algunas veces acaece que des[pues de]que lo ha allegado, vienen los puercos e cómenselo [d]estruyéndoselo todo». Tal es el caso de quienes sacrifican su vida al trabajo sin disfrute alguno, pues el robo, el fisco, los parientes y «algunos que son más poderosos […] se lo comen o destruyen todo».
La fábula «De gustos no hay nada escrito. El conejo, el gallo y el cerdo», de Ramón de Campoamor (1994, 56-57), comienza con esta sentencia: «Cada quisque celebra, y es muy justo [que lo haga], lo que es más de su gusto». A continuación, nos plantea la situación: el gallo, alimentado con trigo, lo alaba ante el conejo, como si fuera lo mejor que puede comerse: «¿Quién ha visto manjar de más decoro? Como soy, que parecen granos de oro»[11]. Sin embargo, el conejo desprecia el trigo y defiende sus gustos: «Siempre a mi noble raza más le plugo [le gustó], / de tierna berza, el agridulce jugo». El gallo trata de buscar a alguien que le dé la razón y le pregunta a un cerdo que aparece por allí: «Dime, si te ofrecieran, cuando almuerzas, / buen trigo y buenas berzas, / ¿qué cosa te comieras, caro amigo? / El cerdo contestó: Berzas y trigo».
Esta respuesta del cerdo refuerza el tópico de su glotonería, lo que expresa la frase comer como un cerdo «sin ningún decoro o con exceso»[12], que a las malas formas suma el exceso. Sin embargo, si en la fábula, en vez del cerdo, fuera un zorro (símbolo de la astucia), la misma respuesta, «Berzas y trigo», se podría interpretar como una manera de quedar bien con todos.
C- Gula y pereza
A pesar de la potencia de la gula, la pereza puede triunfar sobre ella: Cuerpu tumbau / fame resiste (cuerpo acostado aguanta el hambre), «los que dicen tal prefieren la holganza a llenar la panza» (Castañón 1977, 70). Y tal reflejan estas formas dialogadas: «–Pereza, ¿quieres sopas? / –Unas pocas. / –Ven por la taza / –Ya se me pasó la gana» (León Murciego 1962, 339). En gallego: «–¿Pereciña, queres pan? / –Sí, señora, si m’o dan. / –Pos trai un coltelo [cuchillo]. / –Cha non o queiro». (R. Marín 1926, 365). En asturiano: «–¿Hay pereza, queres pan? / –Sí, señora; si mo dan. / –Pos vai po lo cuitelo. / –Non, señora; nu non quero» (Castañón 1977, 137). El más condensado: «–Pereza, ¿quieres sopas? / –Si están frías o me las soplas…»; y apunta Rodríguez Marín (1926, 365): «Le faltó aliento para acabar la oración. ¿Qué escritor ha retratado a la pereza más propia ni más brevemente que este refrán?».
1.6. La envidia
El catecismo de Gentil (1870, 49) define la envidia como «tristeza criminal [pecaminosa] del bien del prójimo; el envidioso siente alegría con la desgracia de otro, y procura dañar al prójimo con la maledicencia y la calumnia». Aquí, trataremos dos aspectos: la calumnia y maledicencia, y el cerdo como motivo de envidia.
A- Calumnia y maledicencia
El refrán El cochino encenagado encenaga a los demás (R. Marín 1926, 151) se refiere a la maledicencia o calumnia, así como la fábula decimonónica de Ollero: «El Cerdo y el Armiño»: «El Cerdo se acostumbró / a sacudir, con malicia, / sobre otros su inmundicia, / y al blanco Armiño ensució». Sin embargo, el armiño se lava rápido y reprocha al cerdo su malvado e inútil proceder: «¿Qué ganas tú, ni qué pierdo, / gran sucio, con obra tal? / Si quedo armiño al final, / ¿no quedas tú siendo cerdo?». La moraleja va contra los que se disculpan acusando a los demás: «Es fuerza, pues, que otro modo / de purificarse aprendan, / los que limpiarse pretendan / echando, sobre otros, lodo» (Ollero 1878, 140).
Detengámonos en el armiño, «animal blanco pequeño, que tiene sola una mancha negra en la punta de la cola». Además, «tiénese por símbolo de la pureza, pues por no manchar su piel se deja coger de los cazadores; y por eso se dijo el emblema: “Antes morir que ensuciarse”» (Autoridades 1737, I, 396).
Ya Leonardo da Vinci recogía los comportamientos tópicos del armiño: «Come frugalmente una sola vez al día, y preferiría caer en manos del cazador a mancillar en algún sucio pantano la blancura delicada de su piel» (Da Vinci 2004, 129). Curiosamente, su cuadro La dama del armiño, sometido a rayos equis, reveló que el citado armiño, en un principio, tenía la piel negra.
Resumiendo, las tres características del armiño (escasa comida, odio a las aguas sucias y preferir la limpieza por encima de todo) le contraponen a la gula y falta de higiene atribuidas al cerdo tópicamente.
El comportamiento del cerdo nos remite al actual «poner en marcha el ventilador de la mierda». Sirva de ejemplo el titular «El ventilador de la mierda salpica al fiscal-jefe anticorrupción»[13]; y el tuit: «Poner el ventilador a funcionar y esparcir sospechas, por no decir mierda, es fácil hoy en día. Pero, si esa es la nueva política que nos habían prometido, apaga y vámonos»[14]. También existe la variante no escatológica «máquina del fango».
B- Causante de envidia
La buena alimentación y la vida sin trabajo que disfruta el cerdo puede provocar envidia a quienes la contemplan a distancia e ignorantes de su destino. Así en el medieval «Enxiemplo del asno con el hombre bueno» (Chériton 2022, 202-203), un hombre manda al asno a labrar, mientras que él, cercana ya la fecha de San Martín, da de comer abundantemente al cerdo para que engorde y que después se vaya a dormir. Al verlo el asno pensó: «Él come bien e bebe bien, e non trabaja como yo, nin come mal como yo». Así que se hace «el doliente» para que le traten igual. Entonces, le dan buena comida, y el asno, satisfecho, piensa: «Agora he yo buen sino» (ya tengo buena suerte, buen destino). En esto, llevan al cerdo al matarife, y el asno «fue mucho maravillado», pues no se lo esperaba, y pensando que harían lo mismo con él, porque estaba ya bien cebado, se dijo: «Ciertamente, más quiero trabajar e facer tal vida como primero que non morir tal muerte como murió el puerco».
Como es habitual en El libro de los gatos (destinado a los clérigos), de Chériton (2022, 203-204), la moraleja se aplica a la ética cristiana e identifica al cerdo con «los ricos que se visten bien en este mundo, e comen bien e beben mejor e non se quieren trabajar en este mundo»; también con «los clérigos que non quieren servir a Dios [sino aprovechar su estatus]; e los usureros que non quieren ganar por su trabajo, sinon por su usura». Y repite la idea: «Estos son llamados “puercos”, los cuales puercos cuenta en el Evangelio que entra el diablo en ellos e fácelos afogar [los ahoga] en la mar [alusión a Mateo, 8, 28-33, entre otros]».
La fábula «El hombre, el burro y el cerdo», de Fedro, podría ser continuación de la anterior: «Un hombre inmoló al venerable Hércules un cerdo que le debía en virtud de un voto que había hecho por su salud; luego, mandó dar a su asno el resto de la cebada que comía el cerdo». Sin embargo, el asno lo rechazó: «Gustoso aceptaría este rico alimento si no fuera porque aquel que con él engorda, luego, es degollado». La moraleja se expresa primero así: «Asustado por la lección de esta fábula, [yo] siempre he huido del lucro peligroso; pero me dirás: “Los que han robado sus riquezas las conservan [impunemente]. Pues bien, contemos aquellos que fueron muertos cuando robaban, y hallarás que mayor es el número de los castigados». Y concluye «La temeridad aprovecha a pocos; para los más es funesta» (Esopo-Fedro 1998, 218)». Los tiempos parecen haber cambiado.
1.7. Cinismo y perjuicio
Se llama cínico al «que actúa con falsedad o desvergüenza descaradas» (https://dle.rae.es). Vino el cochinillo, y tiró el cantarillo (Junceda 1997, 482-483) «es pulla contra los jueces venales y remate de un cuentecillo en el que el litigante pobre, a fin de ganarse la voluntad del juez, le obsequia a este con un cantarillo de miel [soborno]. Mas el otro [un litigante más rico], al saberlo, le envió al magistrado un orondo lechón [un cebón], por lo que el platillo de la balanza [de la Injusticia] cambió de signo; y, cuando el pobre llevó sus quejas al juez, éste, sin pizca de rubor, le dijo así: “Cierto, hijo, que recibí tu regalo, pero ni catarlo pude porque de repente, ¡zas!, entró un guarro en mi casa y escacharró el cantarillo”». El mismo cuento, aunque más sintético, lo recoge Rodríguez Marín (1926, 508).
Un cinismo un poco diferente describe el refrán: El puerco sarnoso revuelve la pocilga, que «denota que, en todo grupo –sea en la familia, sea en la empresa, sea dondequiera–, los que más se quejan son aquellos que, por lo regular, peores conductas observan» (Junceda 1977, 376).
Por otra parte, se consideran guarradas y cerdadas las actuaciones desconsideradas o perjudiciales para los otros. La expresión portarse como un cerdo se aplica a una serie de conductas indignas y nocivas; por ejemplo: Puercos vienen del monte, y echan a los tuyos de la corte (R. Marín 2007, 383). La expresión «joder la marrana» (Rodríguez-Vida 2011, 184) indica malograr un asunto, echar a perder.
1.8. Hipocresía
Es la hipocresía «fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan» (https://dle.rae.es). Así, el refrán Hurtar el puerco y dar los pies por Dios se refiere «a los que juzgan que, con cualquier bien que hacen, encubren el daño grave que ocasionan, aun en la misma línea [o actividad]» (Autoridades 1737, V, 424). Otra versión, más sencilla y comprensible: Hurtar para dar por Dios (original posible Hurtar / para, por Dios, dar). Aclaremos los términos: pie de altar eran los «emolumentos [honorarios] que se dan a los curas y otros ministros eclesiásticos» (Autoridades 1727, V, 262); y dar el pie es «frase con que se pide a alguno le sirva de apoyo para subir a algún lugar alto, tomándole un pie para ayudarle» (Autoridades 1737, V, 263). Junceda (1977, 222) recuerda que este refrán, ya recogido por el marqués de Santillana (1454), «alude a lo que pretenden encubrir un daño grave con pequeñas acciones bondadosas».
Además, se critica la apariencia engañosa en Gato mansulín [mansito], saca la garra y furta [hurta] el tocín[o], que, según Castañón (1977, 135), reprende «el engaño de los mansos [los dóciles]». Jugar sucio es propio de quien «procede deslealmente, hacer una partida serrana» (Rodríguez-Vida 2011, 224). Más sutil, en menor grado de hipocresía o cinismo: Chorizos, jamón y lomo, de todo como, «dícese del que, haciendo gala de contentarse a lo pobre, solo apetece lo que es propio de los ricos» (R. Marín 1926, 101).
Ante la hipocresía, puede apuntarse: Antón, tienes el hocico untado, y a mí me falta un jamón, «burla usual cuando son evidentes las pruebas de que alguien ha cometido alguna falta. También se emplea en ocasiones para soltar, a la brava, algo que debería decirse embozadamente. En ambos casos, tiene el sentido de burla, burlando, verdades soltando» (Junceda 1997, 64).
1.9. Ostentación y orgullo
Una critica a la ostentación: Va más ancho qu’una gocha con torga (Castañón 1977, 244). Torgar un animal consistía en ponerle la torga, «armazón de madera en el cuello que impide al animal entrar en las heredades [ajenas]», donde podía provocar daños, con los consiguientes conflictos entre vecinos (Castañón 1977, 292).
Felipe, los gochos van pa L’Habana. Déjalos dir, que vienen mañana, «se decía a principios de siglo en Gijón, quizás aludiendo a la abundante emigración hacia Cuba» (Castañón 1977, 132). También podría referirse a la inconstancia o la ostentación de los que regresaban enriquecidos. Quien nunca tuvo un gochín, cuando lu tiene[e]: chin chin chin, servía «para [reprochar a] los piojos resucitados; es decir, los nuevos ricos, los mandones sin solera, los orgullosos» (Castañón 1977, 207).
2. Otros aspectos de la condición humana
Sin embargo, la simbología porcina no se limita a lo tópico negativo; también llega a aspectos neutros, o menos negativos, de la condición humanas. Veremos cuatro de ellos: 1) Conformismo e inconformismo; 2) Determinismo; 3) Desengaño; y 4) Interés e inteligencia.
2.1. Conformismo e inconformismo
Conformistas e inconformistas son como las dos caras de la misma moneda. Veamos a los conformistas: Ser tocín de muches olles: «el que asiente a todo, aun siendo opiniones contradictorias» (Castañón 1977, 216); y Facer como’l tocín, que diz en to les olles (hacer como el tocino, que dice bien en todas las ollas), se aplica a «persona de buen carácter, o al que asiente a todo» (Castañón 1977, 130). Sin embargo, también tiene su desventaja: Quien quier ser tocín de todas las ollas no deja sustancia en ninguna (Castañón 1977, 207).
En cuanto al inconformismo: El puerco del panadero, harto y querelloso (R. Marín 1926, 169); y Es como la puerca de la panadera, que está harta y gruñe (Espinosa 1968, 199) son muestra de descontento injustificado. Mamar y gruñir se refiere «al modo de mamar los cochinillos», y es «frase vulgar con que se moteja al que no se contenta de nada y, aunque se le haya hecho un beneficio, se queja de que no sea mayor» (Autoridades 1737, IV, 84). Lechón de viuda, bien mantenido y malcriado: «Los hijos de las viudas, que, por lo común, se crían mimados y sin sujeción, y se hacen malos e ingobernables de por vida» (R. Marín 1926, 263).
Hay un reproche irónico al descontento en la pregunta retórica ¿Qué quies, niñín, si too ye tocín? (¿Qué quieres, niñín, si todo es tocino?) (Castañón 1977, 204). Sin embargo, hay quien lleva su inconformismo a los tribunales: Quien tien fabes y tocín ¿qué quier pleitos con vecín? (Quien tiene alubias y tocino, ¿para qué quiere pleitos con el vecino), similar a Quien posee no pleitee (ambos en Castañón 1977, 208). Esta actitud justifica o fundamenta Al puerco gordo, untalle el lomo: «Esto se dice cuando alguno tiene mucho y quiere le den más como si dijese que [es] cosa sobrada» (Espinosa 1968, 199).
2.2. Determinismo genético o de clase
También el cerdo ha servido para teorizar sobre el determinismo biológico: Tal la tierra, tales ñabos; / padres gochos, fíos marranos (tal la tierra, tal los nabos; padres cerdos, hijos marramos) (Castañón 1977, 235); o Según es la sangre, son las morcillas (Rodríguez Marín 1926, 450), por lo que De mala sangre –o de malas tripas–, malas morcillas (R. Marín 1926, 119). De mala sangre non puede facese bona morciella [de mala sangre no pueden hacerse buenas morcillas] (Castañón 1977, 74 y 180).
Se refiere a la nobleza El puerco y el noble por la casta se conocen (Iscla Rovira 1997, 76). Y alude a aquellos cristianos nuevos que llegaban a la nobleza El cochino y el señor, de casta han de ser los dos (Infantes 1997, 68); en catalán De porc y de senyor, se n´ha de venir de mena (De puerco y de señor, se llega por vía natural), que, equiparando determinismo biológico y social, apunta que «aquellos que vienen de un ambiente de vulgaridad no pueden ser personas cultas y refinadas» (Diccionari 2001, 189). Una cruel interpretación de psicología animal: Lleva’l gochu la cabeza gacha porque i da vergüenza de su má [madre], que ye una gocha (Castañón 1977, 159).
De rabo de puerco, nunca buen virote (flecha), en su sentido recto: «De rabo retorcido, no puede salir saeta derecha» (Marqués de Santillana 1980, 78). En sentido figurado indica «que de hombre de oscura calidad no se pueden esperar obras ni acciones nobles» (Autoridades 1737, V, 424).
Al fatalismo y a la subsistencia se refiere El cochino que es del lobo, no hay san Antón que lo guarde (Rodríguez Marín 1926, 151); y la expresión «fiarle un mamón [cerdo lechal] a un perro hambriento» (Fernández Lizardi 1980, 302).
2.3. El desengaño
Adonde pensáis hallar tocinos, no hay estacas. En aldeas y pueblos, «cuelgan los tocinos de unas estacas hincadas en las paredes»; así que, si no se encuentran estacas en una casa, menos se hallará tocino. El dicho se refiere a «lo engañoso de los juicios de los hombres, y principalmente en punto de las riquezas y bienes», pues si se hacen averiguaciones, «se halla que la fama no corresponde a lo que públicamente se asienta por cierto» (Autoridades 1737, III, 621). Según Leyva (2004, 28), «el dicho hace referencia al desengaño que suele llevarse a quien sueña despierto», como Sancho Panza, que (después de las incomodidades y hambres padecidas durante su gobierno de la ínsula Barataria), «en persona pudo comprobar que los tocinos con los que había soñado carecían de lo fundamental: las estacas en donde curarse para ser degustados en el momento oportuno».
Visto desde otro ángulo, en textos o canciones asturianas, se recoge: Onde se piensa qu’hay xamones, hay gabitos pa colgalos; u Onde se sueñan tocinos, hay colgaraes (Castañón 1977, 182-183).
2.4. Interés e inteligencia
En algún refrán se equiparan el interés o inteligencia de las conductas porcinas y las humanas: Al novio y al cochino, una vez el camino, que «dice, elípticamente, que tanto uno como otro, aguijados [incitados] por la querencia aprenden pronto la senda que les lleva respectivamente, hasta la novia y el cubil» (Junceda 1977, 52). Al fraile y al cochino / no les enseñes el camino, «porque ellos –dice maliciosamente el refrán– lo aprenden sin ayuda de nadie» (Junceda 1977, 48).
3. El cerdo y otros aspectos sociales
La utilización del cerdo también tiene su dimensión práctica en lo personal, familiar o social, como veremos en los apartados siguientes: 1) El cerdo y la economía; 2) Comida, trabajo y amistad; 3) Salud y longevidad; 4) La solidaridad vecinal; y 5) Solidaridad lugareña e internacional.
3.1. El cerdo y la economía
Económicamente, el cerdo es garantía frente a la incertidumbre y fluctuación de las cosechas en años malos, tuertos o torcidos. De ahí, este calendario contra las adversidades: Al año tuerto, el huerto; al tuerto-tuerto, la cabra y el huerto; y al tuerto retuerto, la cabra y el huerto y el cerdo (Hernán Núñez, en Maldonado 1987, 50; y en Campos y Barella 1995, 24). Y es que Sin pan y tocino, el año es dañino (R. Marín 1926, 464); por ello, y con cierta malicia sugiere: Si quieres pasar un mes bueno, mata un puerco; si un buen año, toma estado [¿cásate?]; si vida envidiable, métete fraile (en Rodríguez Marín 1926, 467).
Un aspecto ineludible de la economía son las deudas. Aunque con la matanza se inicia un tiempo de alegrías, puede acompañarle la pesadumbre de las deudas: Al matar los puercos, placeres y juego; al comer las morcillas, placeres y risas; al pagar los dineros, pesares y duelos. De las dos interpretaciones que hace Junceda (1977, 51), recogemos la que parece olvidar la parte negativa: «alude a las conocidas fiestas que suelen hacerse en los pueblos con motivo de la matanza del cerdo».
Cochino fiado, buen invierno, y mal verano: «El gusto que se tiene en invierno en comer el cochino que se ha tomado fiado por San Andrés se paga con disgusto de tener que pagarle por el [mes de] agosto». En su significado figurado, indica que «es menester llevar con paciencia los contratiempos, así como los gustos se llevan con alegría» (Autoridades 1737, II, 390). Igual pasaba con la miel: Miel fiada, cuando en invierno endulza, en verano amarga, tal sucedía en Aguadulce (comarca de Osuna, Sevilla) (Rodríguez Marín 1926, 305).
El muy conocido A cada puerco le viene su San Martín, Gonzalo Correas lo aplicaba así: «Castiga [enseña a] los que piensan que no les ha devenir su día, y llegar al [día] pagadero. Por San Martín, se matan los puercos, y de esto se toma la semejanza y conforma con el otro [refrán] que dice: No hay plazo que no llegue» (en Maldonado, 1987, 77). Incluso, la preocupación podía amargar todo el año: Puerco fiado / gruñe todo el año «alude al continuo acoso de que hacen objeto los acreedores a quienes les adeudan algo» (Junceda 1977, 376).
3.2. Comida, trabajo y amistad
El cerdo, como alimento, es protagonista en las labores agrícolas, Lliunganiza [longaniza] tostada non hay quien la coma; pa los segadores non hay como andolla [embutido]; es decir: «para los trabajos fuertes es mejor la grasa que la carne»; aunque también Mucha llonganiza / empapiza [harta] (Castañón 1977, 1959 y 169).
El refranero asturiano se refiere a los sastres (xastres) que tradicionalmente prestaban sus servicios de casa en casa, donde también recibían la comida: Jamón, torreznos y llonganiza jacen al xastre coser aprisa; por ello, «conviene tener bien alimentado al trabajador para que sea más efectiva su labor» (Castañón 1977, 51 y 139). Con güevos y llonganiza cues’el [cose el] xastre a toa prisa. Al respecto, una anécdota recoge el caso de un sastre al que, el primer día de trabajo, le dieron de comer un huevo: «Un güevu, un güevu ye [es]», dijo. El segundo día, le dieron dos: «Dos güvos, dos güevos son». Al tercero, añadieron una longaniza: «Con dos güevos y llonganiza, ya pue coser el xastre a toa prisa» (Castañón 1977, 51).
Por otra parte, la amistad debe ser añeja como el vino o la carne de cerdo: Amigo, viejo; tocino y vino, añejos; en mallorquín: Oli, pòrc, ví i amig, tant mes bò com mes antich (Aceite, cerdo, vino y amigo, tanto mejores cuanto más antiguos. (Ambos en Rodríguez Marín 1926, 31).
3.3. Salud y longevidad
Los productos porcinos se han asociado tradicionalmente a la salud e, incluso, a la longevidad: Si quies llegar a vieyu, guarda grasa tres el pelleyu (si quieres llegar a viejo, guarda grasa bajo la piel). Y en un plan de propaganda local: Si quiere llegar a vieyo, coma el jamón de Campiello (Castañón 1977, 226). Fernando Savater (2023, 48) preguntó, a una anciana de 106 años, a qué atribuía su longevidad, y esta fue su respuesta: «Garbanzos, tocino y chorizo».
En otros refranes, la salud proviene del consumo conjunto de carne de cerdo y vino: El lechón con vino generoso [abundante], de viejo te hace mozo; más aún: El lechón con vino te hace niño (ambos en Rodríguez Marín 1926, 160) y Al viejo, el vino otra vez le hace niño (R. Marín 1926, 28). Sin embargo, pueden intervenir otros ingredientes: Come leche y bebe vino, y hacerte has, de viejo, niño. Consejo según las edades: Come, niño, y crecerás; bebe, viejo, y vivirás (Rodríguez Marín 1926, 76). Allí se me ponga el sol, donde me den de cenar vino y jamón (Junceda 1975, 59), que, aparte de elogiar el jamón, indica la satisfacción de una buna comida.
También era muy apreciado el caldo. No hay olla sin tocino, porque el tocino hace la olla, y la olla, el caldo (Rodríguez Marín 1926, 338). Se creía que consumir conjuntamente vino y caldo era muy saludable: Si bebieres con el caldo, / no darás al médico un puerco cada año (forma de pago en especie), que «expresa la creencia antigua de que el vino sobre el caldo preservaba de enfermedades» (Campos y Barella 1995, 64). Y consejo para el ama de casa: Si quieres ver a tu marido gordito, después de la sopa dale un traguito (R. Marín 1926, 468).
Por el contrario, la dieta tradicional no era favorable a la práctica vegetariana: Si quieres tener tu cuerpo sano, no lo metas a hortelano: «No le des berza, sino pescado y carne» (R. Marín 1926, 468). Por contra, las actuales recomendaciones dietéticas no son favorables a la carne de cerdo: Comeréis puerco, y mudaréis acuerdo (cambiaréis de opinión) «significa [en sentido figurado] que el que usa cosas nocivas tendrá pronto que arrepentirse» (Campos y Barella 1995, 296). A ello se unía las creencias religiosas: No comas tocino, hijo mío –dice el judío–, que hace tafe tafe en el cuerpo (R. Marín 2007, 327).
3.4. La solidaridad vecinal
La matanza era ocasión para fortalecer los lazos con los vecinos compartiendo algunas muestras de los productos porcinos. Sobre la denominación de tal regalo, solo mencionaremos dos. En el norte de Palencia, se llamaba picatueste o picatuesta, que Gordaliza (1988, 176) define como «pequeños trozos de cerdo (a veces orejas, rabo, etc.) que se comen como prueba con ocasión de las matanzas». En alguna parte del sur de Palencia se llama aguinaldo. Aunque este término suele asociarse a la Navidad, también tiene un significado general: «Regalo que se da en cualquier ocasión», y es sinónimo de colación (especie de aperitivo) (https://dle.rae.es 2023).
«El Sanmartín», un soneto de Francisco G. Prieto (en Castañón 1977, 83), invita a la alegría por la matanza y a la tradicional solidaridad: «Pero si faes morcielles y yes [eres] ruin / por no allegar una a ca vecín / dexarente’n sin ella’n escarmientu…: / Poco s’alcuerda’l fartucu del famientu». Ciertamente, «poco se acuerda el harto [el hartuco] del hambriento»; pero el entorno social no lo olvidará. Comenta Castañón (1977, 174) que, el día de la matanza casera, «se regalan como prueba las morcillas, y dicen: “Non comerá morciella el que non mate lechón”». Otras versiones: A quien no mata puerco, no le dan morcilla (Junceda 1977, 28); y el catalán A qui no mata porc / no se li dona llonganisa (Castañón 1977, 206). «Si no matas puerco, no llevarás entrecuesto [solomillo] porque A quien no mata lechón no se le da morcilla ni morcón [embutido]», comenta Rodríguez Marín (1926, 464). Por tanto, El que mata / come gochu (Castañón 1977, 101). Sin embargo, también esta serie de refranes puede tener sentido figurado, como apunta Junceda (1977, 28-29): «A quien no mata puerco, no le dan morcilla, por extensión, advierte que quien no ha trabajado no tiene derecho a recompensa».
3.5. Solidaridad lugareña e internacional
Aunque el refrán asturiano afirma que El degorriu tien cara gochu (El demonio tiene cara de cerdo; Castañón 1977, 88), observa Pérez-Rioja (1984, 122-123) que el cerdo es, en algunas representaciones plásticas, «uno de los atributos de san Antonio [Antón] abad, que venció a este demonio de la sensualidad». Por otra parte, según Malaxecheverría (1982, 122-123), el cerdo «gozó en Europa de excepcional favor al convertirse en el acompañante tradicional de San Antonio en el desierto»; y comenta su plácida representación artística: «Se observará, en todo caso, que el puerco tendido a los pies del cenobita [San Antón] es “un monstruo” muy amable, que más parece un perro fiel que a un demonio disfrazado».
El mismo autor recoge, de una fuente francesa, «el privilegio que tenían los antonianos (o cofrades de San Antón) de dejar vagar por las calles de las ciudades a las piaras de cerdos con los que alimentaban a los enfermos de sus hospitales. Solo se exigía que los puercos llevasen una campanilla que sirviera para su identificación». Como medida disuasoria, «el robo de uno de estos cerdos era considerado como un sacrilegio que Dios, decían, no podía dejar sin castigo» (Malaxecheverría 1982, 122-123).
Y, de vuelta a la península, tenemos que referirnos al «marrano de San Antón», del famoso pueblo de La Alberca (Salamanca). Su origen se atribuye a los judíos conversos del lugar, siempre en el punto de mira de la Inquisición. Y, por ello, para ponderar un riesgo extremo, se decía que «más fácil sería sacar a un judío de la inquisición», según el mexicano Fernández Lizardi (1980, 279). Ante las sospechas inquisitoriales, los judíos tenían que demostrar el abandono definitivo de su antigua fe (donde el cerdo es un alimento prohibido), y de ahí la idea del «marrano de San Antón». Dos refranes de sospechas contra los conversos: Puerco en casa de judío no es provecho [comida], sino atavío [adorno]; y Puerco en casa de judía, hipocresía (Rodríguez Marín 2007, 383).
Leemos en el portal Terra Nostrum: «A principios del siglo xvi, los judíos engordaban un cerdo desde junio hasta enero, y los productos de la matanza del cebón se los donaban a la parroquia de La Alberca». Sin embargo, la costumbre evolucionó y el pueblo cristiano adoptó la iniciativa: «Antiguamente, este cerdo era cebado por los vecinos, y después se entregaba a la familia más desfavorecida o pobre». Actualmente, el 13 de junio (festividad de san Antonio de Padua), «un cerdo, también conocido como garrapato o marrano, se suelta por las calles después de haber sido bendecido, y de que se le coloque una campana en el cuello; es el Marrano de San Antón, que permanecerá suelto por el pueblo hasta el día 17 de enero, San Antón, día en el que será sorteado». El cerdo «vaga libremente por el pueblo, y los encargados de alimentarlo son los propios vecinos, que en muchas ocasiones también lo cobijan en alguna cuadra por la noche».
Actualmente, la rifa del marrano de San Antón constituye una celebración de la tradición: «Folclore, degustaciones de productos del cerdo, exhibición de juegos, utensilios ligados a la matanza o elaboración de embutidos son actividades que forman parte de esta fiesta». Para que la celebración rebase las fronteras, «cada edición cuenta con un padrino, que suele ser un personaje famoso o entidad relevante». Según la web laalberca, «en la actualidad, el cerdo es subastado, previa compra de unas papeletas. La recaudación de estas se destina a obras sociales o a una ONG».
De esta forma, el marrano de San Antón ha pasado, de ser un recurso de autodefensa de un grupo marginal (los conversos), a constituirse en un acto de solidaridad internacional de todo un pueblo que quiere proyectarse más allá de las fronteras peninsulares.
A modo de conclusión
Toda cultura condiciona la forma de entender el mundo y de interactuar con él. No cabe duda de que la realidad porcina dejó una rica huella en el lenguaje, la literatura y los símbolos de las culturas hispánicas. Sin embargo, la relación directa que, durante siglos, mantuvieron las clases populares con el cerdo ha desaparecido, prácticamente, por la despoblación y la homogeneización urbana. Aunque los productos porcinos sigan consumiéndose, las manifestaciones culturales originadas por el cerdo terminarán en el desván de lo incomprensible. Vendrán otros artilugios, otras visiones, otras propuestas y, según el pesimista Sánchez Ferlosio, «nos harán más ciegos». Cada innovación parece alejarnos más de la naturaleza y de lo humano. Todo está en la pantalla, y la pantalla puede acabar siendo todo, incluso lo que no existe.
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http://www.laalberca.com/anton.php (Consultada el 8 y 9 de junio de 2022).
NOTAS
[1] Comentamos algunas de las múltiples denominaciones del cerdo en «Un acercamiento a la cultura tradicional porcina a través del lenguaje, los refranes y las fábulas». Revista de Folklore, 508, 86-89.
[2] https://blogs.20minutos.es/yaestaellistoquetodolosabe/sabias-que-la-expresion-sudar-como-un-cerdo-no-se-refiere-al-animal/
[3]La palabra policía (de polís, ‘ciudad’ en griego) significaba no solo «la buen orden que se observa y guarda en las ciudades y repúblicas», sino también «cortesía, buena crianza y urbanidad en el trato y costumbres», además de «aseo, limpieza, curiosidad y pulidez» (Autoridades 1737, V, 311-312).
[4]https://www.google.com/search?q=Cerda lavada se revuelca en el fango&oq=Cerda lavada se revuelca en el fango&gs_lcrp=
[5] Agradecemos a Maricarmen García Estradé el aporte de este refrán, así como el catalán De porc i de senyor…, comentado más adelante.
[6] Es muy ilustrativo el artículo «Cide Hamete Berenjena y el loco amor en el Quijote», de Rubén Soto Rivera, en Revista de Estudios Hispánicos, Universidad de Puerto Rico (vol. XXVI, nº 1, 1999, pp. 141-156. En https://revistas.upr.edu/images/reh/1999/n1/a11.pdf (consultado el 16 de agosto de 2022).
El simbolismo del emoji berenjena puede verse en
https://www.milenio.com/tecnologia/significado-emojis-berenjena-melocoton-manita-metalera
(consultado el 16 de agosto de 2022).
[7]https://refranes.dechile.net/?animal=76 (Consultado el 5 de enero 2024)
[8] Tratamos la expresión con perdón en nuestro «Un acercamiento a la cultura tradicional porcina…». Revista de Folklore, 508, p. 89.
[9] El jabalí se define «puerco montés, de mayor furia y braveza, más grande y de cerdas más fuertes y duras que los [puercos] ordinarios» (Autoridades 1737, IV, 315). Del oso, a la cama; y del puerco, a la fosa «se refiere al jabalí, más dañino que el oso» (Rodríguez Marín 1926, 118).
[10] Lo hemos tratado, aunque sin intervención del vino, en el caso de los dos perros que se disputaban violentamente una morcilla, en «Un acercamiento a la cultura tradicional porcina…». Revista de Folklore, 508, p. 101.
[11] Aclaración: «Como soy, que parecen granos de oro» equivale a «Tan verdad es que yo soy un cerdo como que este trigo parece granos de oro».
[12] Localizado en WordReference.com (consultado el 9 de junio de 2022).
[13]https://www.cronicasdelanzarote.es/articulo/la-madriguera/ventilador-mierda-salpica-fiscal-jefe-anticorrupcion/20170601084342201284.html (consultado el 30 de junio 2022).
[14]https://twitter.com/denisitxaso/status/1040488842946596864 (consultado el 30 de junio 2022).