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Resumen
Cada uno de nosotros tenemos en nuestra mente algún lugar de confort. Pero nuestros mapas mentales, como todos los mapas, describen nada más nuestro mundo conocido, y cada uno de nosotros tiene su propio mapa, su propia cosmovisión. Por eso, cuando un ser humano se encuentra con algo que no forma parte de aquello que conoce, comienzan en su mente las conjeturas, la hipótesis, la magia, los mitos, las leyendas, el folklore, y la duda racional que da lugar a la ciencia. A veces, eso es lo que pasa cuando aparecen ciertas cosas extrañas en el cielo.
Palabras clave: luces, luces extrañas, Asturies, ovni.
Abstract
Each of us has in our mid some place of confort. But our mental maps, like all the maps, describe only our known world, and each of us has his own map, his own cosmovision. That is why, when a human being meets with something which is not a part of what he knows, the conjectures, the hypothesis, the magic, the myths, the legends, the folklore, and the rational doubt which gives rise to science, begin in his mind. Sometimes, this is what happens when some weird things appear in the sky.
Key words: lights, weird lights, Asturias, ufo.
Algunos antecedentes
Sería una tarea inabordable recopilar o enumerar todos los casos que a lo largo de los siglos nos han referido los cronistas y testigos sobre luces extrañas o prodigiosas que desconcertaban a aquellos que las presenciaron, y que pese a esa extrañeza, quedaron recogidos en libros o en la prensa histórica. Desde épocas muy tempranas, el ser humano observó las estrellas de la noche, la luna, el sol diurno, temió el poder del relámpago y dominó el fuego, el regalo que robó Prometeo a Zeus para dárnoslo a los simples mortales. Pero esas luces, aunque fueron en su día divinizadas, pronto formaron parte de las vidas cotidianas de nuestros ancestros. Sin embargo, había otras luces que no tenían una explicación divina, humana o científica para la ciencia de cada época. Hablando de luces (por no hablar de objetos), hay casos ciertamente sorprendentes. Comentan Lesta y Pedrero:
Así, Eginardo, secretario y biógrafo de Carlomagno, nos narra en su obra «Vita Karoli» cómo en el año 810 «[…] encontrándose el emperador camino de Aquisgrán, la capital del Imperio, vio descender un gran globo flumígeno del cielo que se desplazaba de oriente a occidente, con un resplandor tal que hizo encabritar al caballo del monarca, quien cayó y se hirió gravemente». (Lesta, J. y Pedrero, M, 2009: 318)
Ese año reinaba en Asturies Alfonso II, y hasta Eginardo confirma que ambos reinos mantenían relaciones diplomáticas en la época. Se dice que Alfonso II le envió como presente al poderoso Carlomagno, antes de ser emperador (poco antes del año 800), una lujosa tienda de campaña musulmana capturada por las tropas del Asturorum Regnum en una de las tomas de Lisboa –y se comenta que en otra ocasión le envió, también provenientes de Lisboa, otros presentes, entre ellos algunos esclavos–. Pero pese a su gran poder, un simple y extraño globo de luz que descendió del cielo bastó para tirar a aquel grandioso emperador franco de su caballo. Es fácil que la noticia llegase en aquella época a la Corte asturiana. Había, pues, que tener cuidado con cierto tipo de luces.
Otras luces de la época tenían, por lo que nos han contado, otros propósitos. En una concordia entre el Obispo de Iria, Diego Peláez, y el abad del monasterio de San Payo de Antealtares, Fugildo, del año 1077, aparece cómo se descubrió la tumba del apóstol Santiago, lo que aconteció reinando Alfonso II, noticia de la que fue informado el mismo monarca asturiano:
[…] se nos refiere la tradición compostelana tal como se hallaba en aquella fecha, de acuerdo con la cual, durante el reinado de Alfonso el Casto, un anacoreta llamado Pelayo, que habitaba no lejos del sepulcro, había conocido su existencia mediante una revelación, tras lo que se les había revelado también, mediante señales luminosas, a muchos fieles de la iglesia de San Félix de Lovio… (Aguadé Nieto, S. 2008: 106)
El once de octubre de 1492, un día antes de su llegada al continente americano, Colón vio una luz que parecía «una candelilla de cera que se alzaba y levantaba, lo cual a pocos pareciera que fuera indicio de tierra» (Lesta, J. y Pedrero, M, 2009: 319). Y para tierra, en efecto, parece que aún faltaba todo un día de navegación.
Estos encuentros con luces son bastante conocidos. Y nadie ha sabido darnos una explicación convincente para aclararnos de qué se trataban, ni los cronistas de aquel tiempo, ni los que se han interesado por ellos en nuestros días.
En 1519 partió hacia la primera vuelta al mundo la célebre Expedición Magallanes-Elcano. Anota Jacob Lorenzo Sánchez, que cuando, los marineros se encontraron con el Fuego de San Telmo, pensaron que se trataba de una señal divina, y Pigafetta escribió en su diario:
[…] las luces verdes del fuego de Santelmo rodearon cada palo, mástil y cuaderna de la nave, iluminándola toda con un brillo verde fantasmagórico y sobrecogedor. (Lorenzo Sánchez, J. 2019: 199)
Estas luces ya entonces, al menos, tenían un nombre. De hecho, eran conocidas desde mucho antes de esa gran expedición como relata Santiago Moreno en siglo XIX:
Este fenómeno era conocido de los antiguos con el nombre de Castor y Polux cuando eran dos, observados por lo general en los mástiles de los barcos, y con el de Helena cuando se presentaba uno solo. El estado rudimentario de la ciencia en aquella época y la influencia sobrenatural que se creía ver en todo lo que se salía de la esfera de sus conocimientos, hacía considerar al primero de estos fuegos como un presagio feliz, y al segundo como desgraciado. Del mismo modo la aparición en las picas de los soldados, era signos feliz y envidiado, sin que los escritores griegos y romanos dejen nunca de consignar los casos y circunstancias en que se presentaban. (Moreno y Tovillas, S. 1876: 40)
Es un ejemplo más de cómo unas luces extrañas pasan a formar parte de las creencias de las personas, de la suerte o la desgracia, de la cultura mágica de nuestra especie, en definitiva, del folklore. Poco antes, en 1842, Collin de Flancy comenta:
El príncipe de Radzivill, en su viaje a Jerusalén, habla de un fuego que parecía muchas veces en el mástil de su embarcación, al que unos le llamaban fuego de San Germán, otros de San Telmo y algunos de San Anselmo. Los idólatras atribuían este prodigio a Castor y Polux, porque algunas veces aparece doble. Los filósofos dicen que este fenómeno sólo depende de una simple exhalación pero los antiguos creían encontrar en éste algo de divino. (Collin de Flancy, J.A.S. 1842: 40)
Aquí ya tenemos hasta una explicación más o manos racional o científica de los filósofos. O un intento de explicación. Y cuando la ciencia intenta ilustrarnos sobre la naturaleza de un fenómeno, de lo que no cabe ninguna duda es que tal fenómeno existe. No se trata de «creer o no creer», no se trata de una Cuestión de Fe.
Precisamente un gran ilustrado asturiano, Jovellanos, se encontró el tres de agosto de 1792, en uno de sus múltiples viajes, con unas luces que llamaron su atención en Aboñu, evento que anotó en uno de sus Diarios:
[…] Noche en Perlora; estaba prevenido en Aboño el barquero, y se salió luego de este embarazo. Notable fenómeno al pasar el estero, que acababan de abandonar las aguas de la marea. Al poner en él pié los hombres y las bestias, salían llamas o luces fosfóricas por todas partes, de un amarillo más brillante que el de las luciérnagas o gusanos de luz. (De Jovellanos, G. M. 1915: 98)
Jovellanos escribió estas palabras en el siglo XVIII, precisamente llamado El Siglo de las Luces, el siglo en el que las mentes más claras buscaban, entre otras cosas, el imperio de la razón. Y si fuesen luciérnagas o gusanos de luz habría anotado que se trataba justamente de eso, y no de un notable fenómeno. No es Jovellanos, precisamente, un sospechoso de amar las supercherías, al menos las populares, y resulta un testigo bastante confiable de aquel evento espectacular. Su currículum y sus escritos invitan a hacernos pensar que se topó realmente con algo, fuese lo que fuese, que desafiaba a su entendimiento racional e ilustrado.
La luz física, como sabemos, ilumina un cuarto oscuro, pero también se emplea en el sentido de iluminar nuestro conocimiento, de ver o imaginar otras realidades. No extraña que precisamente en el Siglo de las Luces se fundase una misteriosa orden que aún hoy está en la mente de muchos. Publicó en 1824 Francisco de Paula Mellado:
Adam Weishaupt, profesor de derecho en la universidad de Ingolstadt, fue en 1776 el fundador de la orden de los iluminados. Weishaupt tenía a toda religión por una mentira; odiaba sobre todo a la religión cristiana, y ante todas las cosas a la fe católica. El objeto supremo de su orden, relativamente a la religión, era hacer que predominase por todas partes esta convicción del fundador, por iniciaciones sucesivas. Pero se debía proceder en esta vía con la más grande prudencia, y comenzar por dejar substituir primeramente el nombre de religión y del cristianismo, sustituyéndole poco a poco con la razón. (De Paula Mellado, F. 1824: 838)
De Paula hablaba de los Iluminados de Baviera. Para ellos, la luz se encontraba fuera de las enseñanzas de la Iglesia. Sin embargo, la luz es también un elemento asociado al conocimiento católico y cristiano. En el Evangelio de San Lucas, por ejemplo, se dice que Jesús será una luz que alumbrará a todas las naciones, por no hablar de los fenómenos luminosos relacionados con las apariciones marianas. Uno de los milagros de la Virgen de Fátima fue convocar a múltiples testigos para ver «danzar» y zigzaguear al sol, fenómeno que algunos aseguran haber observado también en Medjugorje. Estos dos últimos sucesos tuvieron lugar en el aún cercano siglo XX.
Pero no perdamos el hilo. Existen, por el contrario, otras luces que parecen más agresivas y peligrosas para las personas. En las hemerotecas aparecen unos globos de fuego que asombraban enormemente a los testigos, incluso cuando sabían que se trataba de simples meteoros. En 1756 el Mercurio Histórico y Político informaba a sus lectores de uno de ellos:
Se ha informado de Como, Ciudad de este Ducado, que una de las noches del mes pasado, los Soldados, que estaban de centinela en las murallas, vieron en el aire un Globo de Fuego muy ardiente, del que salían muchas chispas que se esparcieron en toda la Atmósfera. La vista de este Fenómeno duró apenas un minuto. Esta idea hizo tan gran impresión en sus sentidos, que quedaron como inmóviles con el susto. Fue preciso sangrarlos para que volvieran en sí… (Mercurio Histórico y Político. 1756. Tomo CXXXII: 34)
Tuvieron que sangrar a los soldados. Ese era el respeto y el pavor que causaban ciertas apariciones en los cielos europeos del siglo XVIII incluso a los soldados, a los que suponemos valientes y aguerridos. Aunque una cosa es luchar contra otros seres humanos y otra, luchar contra lo que proviene del firmamento. En 1788, el Diario de Madrid publicó una carta de un lector en la que daba cuenta de otro evento de este tipo en una localidad de la provincia de Cuenca:
Muy Señores míos; el Domingo 18 de este mes, cerca de las 7 de la tarde, estando el cielo despejado, el aire sosegado, y el día claro, se vio correr por la esfera de la ínfima región un globo, o bola de fuego, desde el horizonte de poniente, hacia el medio-día por espacio de medio cuarto de legua o algo más, con celeridad increíble, dejando tras de sí en toda la carrera el rastro de humo que exhalaba, hasta desvanecerse este meteoro con un fuerte y espantoso trueno, semejante al de un gran tiro de artillería, causando al mismo tiempo mucho susto a cuantos oyeron y vieron admirados tan extraño fenómeno. Dios guarde a Vm. muchos años. Belmonte de la Mancha, 19 de Mayo de 1788. Soy de Vm. su atento servidor= Y. E.
N. El trueno o ruido que se advirtió fue subterráneo, y como si en un pozo hondo descargasen un tiro. Se oyó a más de media legua de distancia. (Diario de Madrid. 1788: 2)
Había globos de fuego más inquietantes. Mucho más inquietantes. En mayo de 1776 (el año de la fundación de la Orden los Iluminados de Baviera) el periódico Mercurio Histórico y Político publicaba una noticia verdaderamente asombrosa:
Avisan de Villanueva de Marsan en Gascuña que el día 19 de Febrero a las cuatro de la tarde, al tiempo que el predicador bajaba del Púlpito, cayó un rayo en el Campanario; pasó entre dos hombres que estaban tocando las campanas, sin hacerles daño alguno; rompió las cadenas del Reloj; hizo un grande agujero encima de la puerta de la Iglesia; se precipitó hasta tierra, en figura de un globo inflamado, y cayó a los pies del Vicario que estaba en la primer grada para salir, quedando éste en tierra con la cabeza entre las rodillas y sin sombrero. Después tomó el rayo su dirección por un lado; entró en la Iglesia; dio vueltas por encima de los asistentes; llegó hasta el Altar mayor; y pasando por detrás del retablo salió por un vidrio de la Sacristía. Todo el mundo quedó extendido en tierra, y algunas personas que estaban en el Coro que hay encima de la puerta viendo lo referido, creyeron que habían perecido todos aquellos habitantes, y mucho más al ver que pasado largo rato ninguno se levantaba; pero por fortuna nadie fue herido, ni aún el Vicario, el cual volvió de su aturdimiento con una gran palidez, y una sordera que le duró 24 horas. Se ha observado que el globo de fuego formado por la materia del rayo, parecía tener dos pies de diámetro. (Mercurio Histórico y Político. 1776: 30-31)
Tuvo que resultar una experiencia inolvidable para todos los que la vivieron. ¿Un globo de la materia del rayo que daba vueltas por encima de los asistentes a una misa? Talmente parecería obra de Weishaupt, el iluminado. Sestier relata un caso parecido acaecido poco tiempo después de la llegada (llegada que acaeció en 1700) de Felipe V a Madrid:
[…] el rayo cayó sobre la capilla real, bajo la forma de un globo, tan grueso como la cabeza de un hombre. Habiendo atravesado el techo, se dividió en dos partes que recorrieron toda la extensión de la capilla. Una de ellas se dividió en varias bolas pequeñas que brincaban de una manera sorprendente y que se disiparon pronto. (Sestier, F. 1866: 132)[1]
Estas luces parecían tener un comportamiento fuera de lo común, pero nadie parecía poner en duda su existencia, y por ello se recogían en prensa y en libros. Los fenómenos habían pasado, ni más ni menos, en una iglesia y en una capilla real. ¿Por qué dudar de la veracidad de los testigos? Esos globos, ¿eran rayos o se trataba de otra cosa? Estos encuentros con luces insólitas también se producían en las casas de los campesinos, como informa también Sestier:
Un día del mes de julio de 1744, hacia el mediodía, una nube amenazante llegó por encima de Knifwingsgute; el trueno se acercaba poco a poco. Una campesina estaba ocupada cocinando sobre el hogar de la cocina, cuando el trueno estalla, y ve una bola de fuego del grosor de un puño descender por la chimenea, pasar entre sus pies sin herirla, y continuar su ruta sin incendiar, sin siquiera derribar la rueca y diversos otros objetos que se encontraban sobre el suelo. Espantada, se precipita hacia la puerta; pero en el momento que la abre, la bola de fuego viene saltando (hüpfend), pasa cerca de sus pies, penetra en un cuarto que se abría hacia el exterior, lo atraviesa, franqueaba la puerta y llega al patio; lo atraviesa también, entra por la puerta de un granero, remonta el muro que tenía en frente, sube sobre su superficie, y llegada al techo de paja, estalla y se dispersa con un ruido tan terrible que la campesina se desmaya; el fuego se agarra al granero y lo reduce rápidamente a cenizas.- Es el ministro Tiburtins el que ha redactado esta relación bajo la mirada de la campesina, de su marido y de su sirvienta. (Ibíd.:135-136)[2]
No he podido localizar en un mapa el lugar exacto donde acontecieron semejantes fenómenos, Knifwingsgute, pero debe de ser en Alemania o en algún lugar de habla alemana. La palabra hüpfend es la pista en la que me baso para sospechar esa ubicación. Pero bueno, lo más importante es el extraordinario comportamiento, como si fuese inteligente, de aquel globo de fuego. Aquí vemos una luz que solamente destroza un granero, lo que tampoco era poco para la economía de unos campesinos.
Y el mismo autor nos ofrece otro caso insólito que sucedió en Gales que creo que merece ser aquí recordado:
Durante una tormenta del de junio de 1829, tres personas estaban sentadas en la cocina de una posada, cerca de Montmouth, cuando de repente escucharon dos violentas explosiones de trueno, y vieron inmediatamente después un globo de fuego del tamaño de una bola de criquet, de un rojo carmesí y más brillante que el fuego ordinario, entrar por una puerta trasera que estaba abierta, atravesar la cocina, ponerse en un corredor y salir por la puerta de la fachada. Este meteoro no causó daño ni al edificio ni a las personas que allí se encontraban. (Ibíd.: 138)[3]
Hemos de destacar el tamaño de estos inquietantes globos: uno era del tamaño de una bola de criquet, otro del tamaño de la cabeza de un hombre, otro del tamaño de un puño, otro de dos pies de diámetro… Es decir, que todos presentan unas dimensiones bastante reducidas, lo que no implica que, pese a ello, no atemorizasen a los testigos debido a lo que podría parecer un comportamiento inteligente propio o controlado por algún tipo de inteligencia, o, en la cosmovisión generalizada en Europa en aquellos tiempos, movidos por algún ser superior o algún tipo de divinidad. Podía ser cosa de Dios o del Diablo, pero seguro que no podía ser algo humano o controlado por los seres humanos. Eran los propios humanos los que en ocasiones podían correr serios peligros, como informa Mercurio de España en diciembre de 1791:
Merece insertarse aquí una carta del célebre Abate Spallanzani al P. Barletti sobre un rayo elevado de la tierra, la que en sustancia dice así: «Después de haberme restituido a Gineureto, aldea situada en una de estas amenas Colinas del Oltrepo, he tenido la proporción de observar un fenómeno, que juzgo digno de la curiosidad del público. Fue un rayo, que el 27 de Agosto hirió en estos contornos a una muchacha sin matarla, del cual rayo tengo las pruebas más seguras de que se elevó de la tierra. […] En un prado a 150 pasos de aquella casa, pacían muchos gansos, cuando del nublado comenzó a caer una tempestad de granizo y de lluvia. Una muchacha de 11 años con otra de menor edad acudieron a conducirlos a su casa, hallándose casualmente en aquel prado un muchacho de 9 años y un hombre de más de 50 a tiempo que sobre el plano de la tierra se encendió de repente un globo de fuego a la distancia de tres o cuatro pies de la muchacha, del tamaño de dos puños, el cual lamiendo el prado corrió velozmente a los pies de ella, que los tenía desnudos, se metió bajo sus vestidos y salió inmediatamente por la parte superior; y conservando la figura de globo se elevó por el aire con aquel estruendo que es propio del rayo. Se observó además, que al entrar el rayo por bajo de los vestidos de la muchacha, la saya se le ensanchó y ahuecó por la parte inferior, como un parasol cuando se abre. (Mercurio de España, 1791: 299-300)
Se comenta también que la pobre niña, que se desmayó, fue examinada por médicos, los que dictaminaron que aquel globo nada más la lastimó superficialmente, aunque su ropa también sufrió los efectos de aquella siniestra luz. Este caso, además de haber tenido múltiples testigos, lo dan por real los médicos y el Abate Spallanzini. Y la luz tenía, como los casos comentados anteriormente, aparentemente un comportamiento nada habitual.
Las luces inexplicables se elevaban y surgían de la tierra, pero también desde las aguas continentales:
Desde un estanque de agua inmediato al Río Bievre, en Clos-le-Petre, llamado antiguamente Clos-Payen, se ha visto levantarse una especie de globo de fuego claro y de colores cambiantes, como los del cuello de pichón, de cera de un pie de diámetro. Este vapor luminoso rodó ligeramente sobre más 500 piezas de lienzo que estaban tendidos en un prado, sin haberlas ocasionado daño alguno. Este fenómeno, tan raro como extraño en las cercanías de esta Capital, sólo duró medio minuto. Muchas de las personas que lo observaban, aseguran haber notado al mismo tiempo en la atmósfera una gran claridad hacia el Norueste. (Mercurio Histórico y Político, 1778: 125)
Otro encuentro con lo insólito con múltiples testigos. Por si fuese poco, se produce en un lugar cercano a París que antiguamente se llamó Clos-Payen. Clos se refiere a una parcela cerrada por muros y cultivada, y payen a pagano. ¿Sería aquel estanque alguna vez un lugar mágico para los antiguos paganos?
El periódico El Sol, de México, publicó una curiosa noticia en 1826 que titulaba También en Europa hay superstición:
Un diario alemán refiere el caso siguiente. El 1º de diciembre, día de la muerte del emperador Alejandro a las cinco de la tarde se vio desde Berlín en los aires una bola de fuego tan grande como la luna llena que nadaba en el espacio. Su luz era opaca y muy triste. No mudó de lugar, sino que después de haberse mantenido algunos momentos en la atmósfera desapareció de repente, sin dejar el menor vestigio. Este fenómeno llenó de consternación al pueblo de la capital prusiana, quien le tuvo por mal presagio. (El Sol, 1826: 2)
Este caso, con una bola de fuego que debía de tener unas dimensiones considerables, que se mantuvo estática y que desapareció de repente, sin dejar rastro, nos presenta, por un lado, el efecto de la consternación en los testigos al creer que aquello era un mal presagio, pero además se relaciona con la muerte de un emperador, y por otro, la explicación por parte de la prensa, para la que nada más se trata de superstición. La cuestión no era conocer la naturaleza de aquella bola de fuego, sino justificar la superstición mexicana hablando de la superstición europea. Sin duda, esta pequeña noticia y la manera de presentarla daría materia para un buen ensayo.
Dos extraños casos asturianos
El número de avistamientos de luces inexplicables o encuentros más o menos cercanos con ellas en Asturies podría ser inmenso, como en cualquier otro punto del planeta. Otra cosa es que los testigos hayan hablado del asunto. El estigma de ver cosas raras no es aconsejable en ningún sitio, ni siquiera en nuestros días, y menos aún en lugares pequeños. Y si algo tiene Asturies son pequeñas caserías desperdigadas, aldeas, y pequeños pueblos o villas. En esos lugares todos se conocen y todos se ven todos los días, y ver cosas raras es el camino más corto para ser el blanco de chistes y burlas o para ser tomado por loco, amigo de Satanás o cosas peores, quedando el testigo estigmatizado, o una familia entera, para toda la vida. Los dos casos que se quieren presentar aquí sucedieron, precisamente, en ese tipo de entorno rural.
El primero aún se recuerda de vez en cuando en la prensa asturiana, aunque como una simple anécdota, sin entrar a lo que verdaderamente importa, e imaginando cuando se lee el artículo una pequeña sonrisita en la boca del o la periodista que recuerda el evento. Por poner un ejemplo, en el año 2023, que podríamos ya llamar el año de los ovnis… o de los globos chinos. En algún medio se le llama al caso, simplemente, un entretenimiento periodístico. En fin, que aquel estigma del que hemos hablado sigue plenamente vigente. Da igual que millones de testigos confiesen experiencias a veces similares, a veces totalmente diferentes. Yo no soy nadie para opinar –porque las desconozco- acerca de la naturaleza y procedencia de ciertas luces o ciertos objetos, pero creo honestamente que tantos testigos no pueden estar inventando o mintiendo sobre este tema en todo el planeta. Tampoco mienten los radares ni las cámaras de los aviones de combate más sofisticados del mundo. Yo me pregunto qué ganan los testigos, conociendo sobradamente las consecuencias, diciendo que han visto lo imposible, o quizás, simplemente lo desconocido o lo que algunos desconocemos. De todas formas, perdóneme el lector o la lectora: mi problema es no puedo domar mi curiosidad por casi todo, ni mi empeño de entender el mundo en el que vivo y me rodea, por eso me gusta indagar a veces, en ciertos temas denostados por eso que llaman la razón. Creo que es razonable, al menos, dudar de ciertas explicaciones que nos dan, sobre todo si con lo que trabajamos son testimonios, experiencias, relatos o papeles escritos por otros. Sé que lo imposible hoy puede ser ciencia mañana.
La luz que trataremos ahora es una referencia del, por decirlo de algún modo, mundo extraño asturiano. Fue El Comercio, diario de Xixón / Gijón, el que publicó en 1898 una pequeña expedición doméstica de alguien que firmaba simplemente como Lauri, en búsqueda de una misteriosa luz, La Luz de Beneros (como escribieron en El Comercio) que llamó la atención de la prensa, y según se cuenta, fueron a realizar lo que hoy podríamos llamar periodismo de investigación sobre el terreno. Es lo que los investigadores llamamos trabajo de campo. Y nunca mejor dicho en este caso, porque el intrépido corresponsal se desplazó hasta El Campu, la capital del Conceyu de Casu. Primero en ferro-carril y después en un vehículo -se supone que de caballos-. Se acabó de escribir el reportaje el 30 de agosto de aquel año, casi dos meses después de la derrota de la Armada frente a los gringos en la desastrosa batalla naval de Santiago de Cuba –en Cuba, donde, por cierto, entonces había una muy numerosa población asturiana y de origen asturiano-, batalla que significaría el fin de lo que un día fue un gigantesco imperio, tras la firma del Tratado de París, en diciembre de dicho año. Relata Lauri:
Llegué, próxima la hora de oscurecer, al Campo de Caso, y después de encontrar modesta hospitalidad en casa del Secretario del Ayuntamiento, me dispuse a oír lo que de tal luz se decía. El Cura párroco, honrado sacerdote y de no vulgares conocimientos, me invitó a poder presenciar la aparición de la famosa luz desde su casa rectoral. Después de cenar, fui a ella acompañado de mis amigos, aprovechando su invitación. Nos condujo a una pequeña galería en donde tomamos asiento, y desde cuyo balcón se descubría a la pálida luz de la luna fantástico panorama. Enfrente, como a 100 metros, se destacaba silenciosa y sombría la torre del homenaje del castillo de los Condes de Caso, hoy derruido y convertido por sus actuales poseedores en casa de labranza… (…) Por encima del castillo, se extienden, en lenta ascensión hasta el Puerto de Tarna, las tierras de labor del pueblo de Veneros… (El Comercio, 1898: 1-2)
Fijémonos en el detalle de que esto se está escribiendo en la primera página del periódico, es decir, en plena portada. Detalles aparte, este pasaje nos sitúa perfectamente en el lugar de los hechos, y teniendo como anfitrión del evento ni más ni menos que al cura del lugar, una de las fuerzas vivas del mismo, un cura de los de antes, del siglo XIX, una gran autoridad local en aquella época. Además del párroco, como asegura el autor, estaban presentes allí aquella noche «otras personas de la localidad que me honraron con su compañía» (Ibíd.). Eran otro sacerdote, ya anciano, y un joven que al parecer le gustaba cazar, además de ser también ilustrado. Mientras esperaban a la luz, el sacerdote anciano le contó una leyenda, que para resumir, venía a concluir que la luz era el alma errante en forma de llama de un antiguo conde que había sido muy malo en el pasado, que pretendía incluso ejercer el derecho de pernada con las jóvenes de la zona. Pero vayamos a lo importante: la luz existía, no era un cuento ni para los representantes locales de la Iglesia. Y como existía, la luz se presentó ante los testigos:
Todos miramos, y, como a distancia de 300 metros, vimos una luz roja, intensa, fuerte, fija, mucho mayor que la que produciría la de un coche, casi tanta como la de una farola de tercer orden, colocada a aquella distancia; estaba quieta, e iluminaba la encrucijada de los caminos; cerca de ella no había casa ni habitación; permaneció fija como unos 15 segundos, después desapareció. (Ibíd.)
Hemos de reconocer que no es muy habitual tener la suerte de encontrarse con este tipo de cosas la primera noche que se van a buscar, a no ser que sea algo cotidiano. Sea como fuere, contemplaron esa escena cuatro testigos (al menos) simultáneamente. Y a unos 300 metros, una distancia bastante cercana. Un poco más adelante podemos leer:
Después de un corto silencio, interrogué yo por segunda vez al sacerdote -¿y esta luz sale en todo tiempo, incluso en invierno, cuando está el país nevado, aquí que nieva tanto?- Sí señor, me dijo- todos los días. Hace años, en una noche espantosa de invierno, en la que nevaba y ventaba con verdadera furia, hubo que conducir el Santo Viático a un enfermo, mandé aparejar mi mula, y como el enfermo no podía esperar, marché acompañado de dos o tres hombres, entre ellos el Secretario que les da a Vds. alojamiento. Al llegar a la encrucijada, el que llevaba el farol dijo ¡la luz!, y efectivamente había aparecido la luz, que por encima de sus cabezas describió un arco de círculo, yendo a desaparecer en un lugar inmediato al río. (Ibíd.)
Aquí vemos otro ejemplo de avistamiento con múltiples testigos. Y que la famosa luz aparecía por aquellos contornos todos los días. Por eso era famosa. Por eso se desplazó hasta allí aquel periodista, y no para hacer turismo rural, el que continúa relatándonos:
Al llegar a este punto de la conversación, volvió a surgir la luz un poco más a la derecha del puerto donde primeramente apareció; cogí los gemelos y la vi clara e intensa, como una antorcha grande; estuvo fija unos instantes y volvió a desaparecer. (Ibíd.)
Asegura también el autor que le contaron algunos que a veces la luz se dividía en 3 y 4 haces, y que aún se les apareció una vez más a los que allí se encontraban aquella noche, estando primero fija, y después se elevó, corrió a la derecha y desapareció. Y añade:
Ancianos de 80 años me contaron que la habían visto siempre y que sus abuelos, ya a los suyos, les habían oído que aquella luz, desde tiempo inmemorial, se presentaba casi todas las noches en el mismo sitio o próximo a él, con lluvia o sin lluvia, nevando o sin nieve. (Ibíd.)
¿Se lo inventó todo? ¿Se trata nada más de una de esas fake news tan en boga en nuestros días? Sería una historia bastante sospechosa si no fuera por la cantidad de personas que aseguran haber visto luces de ese tipo por cualquier rincón del mundo antes y después de 1898. ¿Cómo dudar de un reportaje que aparece en la portada de un reputado periódico, afirmando en aquella época que unos curas de una localidad concreta veían luces raras en el cielo?
Casi justo un siglo después, en 1989, otras luces iban a sorprender a otros asombrados lectores asturianos. Los hechos ocurrieron en un entorno parecido al último caso comentado, eminentemente rural, de esos donde casi nunca ocurre nada fuera de lo cotidiano, de esos que la prensa nunca visita salvo en casos muy excepcionales.
Un artículo publicado por Jorge Jardón en febrero de ese año en La Nueva España, diario de la capital asturiana (Uviéu/Oviedo), aseguraba que en unos pueblos de los vecinos conceyos de Salas y Tinéu:
Unos extraños fenómenos nocturnos, que los más audaces no dudan en calificar como producto de la presencia de un objeto volante no identificado (OVNI), están sembrando el temor y la incredulidad… (La Nueva España, 1989: 22)
Jardón utiliza ya los términos ovni y objeto volante no identificado que tanta tinta han hecho correr hasta nuestros días, y que había sustituido al platillo volante. Los que se supone que saben de estas cosas, y nos dicen lo que es o lo que no, o nos lo ocultan, acaban de volver a cambiar el nombre, pero aquí utilizaremos las palabras que empleó el periodista en su día, por un lado, para ser fiel a su relato, y por otro, para que todos nos entendamos y no nos volvamos aún más locos.
Algo extraño pasaba en aquellos parajes, algo había roto la vida cotidiana de aquellas comunidades rurales:
Son muchos los vecinos de la zona que dicen haber tenido «la aparición» como para que se trate de un bulo y muchos más los que acuden ahora que se propaga el rumor para intentar verla. Hasta tal punto que los vecinos dicen que esto parece una verbena. (Ibíd.)
No me imagino mejor manera de captar la atención de los lectores, advirtiendo, además de desechar que fuese un bulo, del efecto llamada que puede darse en la sociedad cuando se manifiesta algo fuera de lo común, algo que nos rompe nuestro esquema. Así nacen nuevos mitos, incluso nuevas religiones. Mircea Eliade hablaba de hierofanía para referirse a cuando lo sagrado se nos manifiesta. Cuando se extiende el rumor de que, por ejemplo, se ha producido una aparición mariana, la gente acude en masa al lugar en cuestión, sea creyente o incluso sin serlo, por pura curiosidad o incluso para desmentirlo. La aparición de la que habla Jardón, producía mucha expectación, y la describe con estas palabras:
Se trata de una especie de luz resplandeciente, de color rojo, que persigue a los coches y que se queda elevada sobre las montañas. (Ibíd.)
¿Luz resplandeciente que persigue coches? Si Carlomagmo iba a caballo cuando se topó con aquella peligrosa luz, normal que en 1989, otra luz persiguiese a los coches. Cada época tiene sus medios de transporte. Un vecino de La Corriquera le dijo al periodista que creyendo que se trataba de extraterrestres, no faltó gente de La Espina, localidad de la zona, que llegaron con una cámara para tratar de hablar con ellos, y con cámaras fotográficas para captar secuencias. El jaleo y el bullicio estaban montados.
Valentín Menéndez, Tito, un vecino de El Rañadoriu de 23 años, fue el primero que tuvo una tremenda experiencia con el fenómeno. Según el autor:
Tito, nombre con el que se conoce en el pueblo, se mostraba muy reacio a hablar y no quería hablar demasiado del tema. Al fin, contó la experiencia de aquella noche. Los hechos tuvieron lugar a eso de las dos de la madrugada, cuando regresaba solo en su coche desde La Espina. Al llegar a La Molina, en versión del interesado, observó tres luces rojas que mantenían la velocidad del coche y que le seguían en el recorrido. Fueron cuatro kilómetros de tensión enorme, dice Tito, y de susto espantoso cuando trescientos metros antes de llegar a casa en el sitio conocido como La Campona, aquellas luces se le cruzaron por delante del parabrisas, a no más de diez metros, y a una velocidad tan increíble que no pudo divisar de qué se trataba. Lo cierto es, explica Tito, que pensé que me estrellaba contra ellas. (Ibíd.)
Cuatro kilómetros con unas luces persiguiendo su coche, y por si eso no fuese suficiente, realizando una peligrosa maniobra, se le cruzan por delante a toda velocidad. Impresionante. Es interesante que en este caso no solo sale el nombre del testigo, sino que también aparecen topónimos locales que otorgan aún más veracidad al relato. Valentín había interactuado con lo insólito, con lo desconocido, con algo que nadie iba a creer si se lo contaba a demás. Tal vez por ese motivo:
Cuando Tito logro entrar en casa, con la tensión y el nerviosismo propios del caso, levantó a toda la familia para que contemplara el extraño fenómeno, ya que las luces se habían establecido en la montaña próxima y permanecían inmóviles. Tanto la madre de Tito, Adamina Fernández, como la hermana, Marisa, pasaron la noche en vela contemplándolas. Según estas dos mujeres, primero se veían tres luces muy rojas en forma de triángulo; más tarde, las luces se convirtieron en rayas, y al final, aparecieron muchísimas luces pequeñas en forma ovalada. Cuando al amanecer salió de casa, el otro hijo de de Adamina, Alberto, lo contó a sus compañeros, quienes también le estuvieron contemplando desde la gasolinera de La Espina. (Ibíd.)
¿Qué demonios podía ser aquello? Es una descripción tan extraña que resultaría difícil imaginarla al mejor novelista de ciencia ficción. Los testigos, de todos modos, iban aumentando. Anselmo, vecino también de El Rañadoriu, tuvo un percance también en ruta cuando se dirigía con su cuñada a Combarciu, según le confiesan a Jardón:
Anselmo no se encontraba ayer en el pueblo y no pudo ser entrevistado. De todas formas, los vecinos conocen al dedillo el episodio de Anselmo. (…) En el trayecto vieron cómo unos destellos de luz, como si fuera fuego, iluminaban toda la parte de atrás del coche, hasta el punto, dicen los vecinos, de que pensaron que estaban ardiendo. Incluso en algún momento les pareció notar que algo se les posaba encima. Dicen los vecinos que a la cuñada de Anselmo le caían lágrimas de miedo y que no quería que éste regresara de vuelta al pueblo aquella noche. (Ibíd.)
De lo que no cabe duda es de la honestidad periodística del autor, ya que podía haber descrito el suceso de Anselmo de otra manera, sin comentar que no había podido entrevistarle cara a cara. Pero poco más daba, porque tenía material de sobra para su artículo:
Salvador Martínez y Edmundo Fernández también fueron testigos de algunos hechos curiosos. Salvador regresaba a las 10:30 de la noche en tractor desde La Espina, «cuando le salió una cosa rara y pensé que era la luna». Después ya vio que era algo que tenía tres picos y que circulaba junto a él a unos siete metros por su izquierda y a no más de quince sobre el suelo. Fue tal el seguimiento que le hizo durante seis kilómetros que hasta torcía al tiempo que yo en las curvas, y en un momento en que iluminó el monte, la claridad era más fuerte que el día de más sol. (Ibíd.)
Las luces perseguían también a los tractores. Me recuerda a un caso reciente de un hombre que conducía su tractor trabajando en un sembrado en Uruguay, en Rocha, que cuando le preguntaron qué sintió cuando fue perseguido por luces dijo: Me asusté feo. Existen miles de testimonios en el mundo de gente que ha sido perseguida yendo en vehículos por luces semejantes, como comentan algunos testigos que se han topado con la célebre Luz de Mafasca que tan bien conocen bien los que viven en la isla de Fuerteventura.
¿Coches y tractores perseguidos por luces? ¿Estaban locos estos testigos? Quizás estaban tan cuerdos, al menos, como aquellos pilotos militares estadounidenses de la Segunda Guerra Mundial que se sentían amenazados en vuelo por los llamados foo fighters, de más o menos un metro de diámetro[4].
Veamos lo que le ocurrió a Edmundo:
Edmundo Fernández se encontró con la visión el día que tenía una vaca de parto. Cuando salió de la cuadra se encontró con «[…] el aparato ese colocado entre la panera y la casa vieja de Fabián. Tenía forma semicircular y estaba como rematado con dos ganchos hacia adentro. En el interior se observaba como si fuera la coronilla de un cura, en donde había tres puntos brillantes, y a veces, de uno de ellos, parecía descolgarse una luz azul». (Ibíd.)
Aunque me cueste creer que esas fueron las palabras textuales de Edmundo (semicircular, descolgarse, rematado…) entiendo que es lo que dijo, aunque con otras palabras. Era habitual hacerlo así en aquella época, tanto si el entrevistado respondía en lengua autóctona o en castellano. Pese a ello, aquí hay dos cosas reseñables: la primera, que aparecen la panera y la casa vieja de Fabián, con lo que tenemos el lugar exacto del encuentro, con un elemento de la arquitectura tradicional asturiana, la panera, un marcador de veracidad; la segunda, que Edmundo habla claramente de un aparato, y además, afirma que tiene un extrañísimo interior. Si fuese una luz, el testigo habría dicho que era una luz, no el aparato ese. ¿Qué podría tener la forma de la coronilla de un cura? El bueno de Edmundo no sólo tuvo ese encuentro con lo extraordinario:
En otra ocasión, asegura Edmundo haber visto en el fondo del prado un resplandor tal que quedó impresionado, ya que entre la ventana de su casa y la arboleda hay seiscientos metros y, sin embargo, a pesar de ser la una de la madrugada, pudo apreciar perfectamente cada una de las hojas de los carbayos del fondo del prado. «Lo malo», dice Edmundo, «es que yo, antes de ver nada, reíame a carcajadas de Tito, y ahora, sin embargo, es de mí de quien se ríen en La Espina». (Ibíd.)
Edmundo sintió en sus carnes el fuego de las burlas de los que opinan sin saber de lo que hablan, de los «expertos» en experiencias ajenas, de los que nunca dudan porque nunca se han parado a reflexionar, de los que creen que todo lo que desconocen simplemente no existe, de los necios que cuando les señalas con el dedo la luna nada más se concentran en tu dedo. Y aún insertaría Jardón el testimonio de otra persona más en su gran artículo:
La última en presenciar estas luminarias nocturnas parece ser María Lorences, de 75 años y vecina de La Corriquera, ya en territorio de Salas. Las vio dos días consecutivos, el jueves y viernes pasado. El jueves, afirma María, «[…] me tocó verlo a eso de las 7 de la tarde al volver de la panera. Era como un sol inmenso y de un rojo muy intenso. Estaba a dos metros del suelo, y se movía hacia delante y hacia atrás y arriba y abajo, y así un rato, hasta que desapareció. Pasé mucho miedo». Dice María que la vio durante siete minutos y que desapareció. Aquella noche, cuenta ella, «[…] me metió tanto pavor que no pude cerrar los ojos en toda la noche, porque parecía que lo veía dentro de la habitación». (Ibíd.)
¿Qué pasó en esas localidades en 1989? Luces que persiguen coches y tractores durante kilómetros, aparatos prodigiosos, soles inmensos a dos metros del suelo… Ese mismo año fue el del famoso Ovni de Voronezh, del que dio noticia la mismísima agencia TASS, la agencia de noticias oficial de la Unión Soviética (pocas bromas), el del comienzo de la oleada ovni belga, el de los humanoides de Conil, el de los avistamientos gallegos en Noia, el mismo en el que 10.000 personas se fueron al Teide a buscar ovnis… Yo no sé qué era lo que observaron los de La Corriquera, El Rañadoriu o La Espina, pero estoy seguro de que vieron algo que no pertenecía a su cosmovisión heredada familiar o aprendida en la escuela. Jardón, el periodista, acompaña el texto con unas fotografías realizadas a los testigos, y esas caras no mienten. Esa gente tenía muy poco que ganar apareciendo en la prensa y mucho que perder.
El avistamiento de ciertas luces puede ser la recepción de un mensaje conocido (como las de los faros costeros) o desconocido, o incluso una guía para conducir a los testigos hacia el inicio de algo nuevo o una nueva era, hacia una nueva cosmovisión, hacia una nueva forma de estar en el mundo. Hace muchos siglos, unos magos de Oriente:
[…] después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño (Mateo, 2)[5].
Y aunque sospecho que lo que vieron en aquellas localidades asturianas quizás no se trate de lo mismo o quizás no tengan las mismas intenciones que la Estrella de Belén, me gusta recordar esos acontecimientos aquí porque el tiempo acaba devorándolo todo, hasta la memoria de lo más extraño En el año 2022, según los datos del INE, La Corriquera contaba con 3 habitantes, El Rañadoriu con 20 y La Espina con 377. Por su parte, El Campu, capital de Casu, en 2021 contaba con 151. A día de hoy, 2024, esos números podrían ser otros, y por lo general no suelen reflejar, con el paso del tiempo, un aumento de población, sino más bien lo contrario. El tiempo todo lo devora. Y lo extraño, pese a todo, también forma parte de una cultura, de su folklore, de su antropología y su historia, mientras alguien desee recordarlo. Tito Livio, en su Ab Urbe Condita insertó eventos extraordinarios entre la «historia oficial» de Roma y su Imperio. El Libro de los Prodigios recoge buen número de ellos, como aquella vez que en La Galia se contemplaron tres soles y tres lunas, durante el consulado de Gneo Domicio y Gayo Fanio (Obsecuente, J. 2008: 304), o como aquella otra vez que:
En Tarquinios fue visto en un amplio espacio un meteoro ígneo que se ocultó deslizándose de forma súbita. En torno a la puesta del sol se observó un objeto redondo parecido a un escudo que se desplazaba de occidente a oriente. (Ibíd.:311)
Y si hoy recordamos aquellos lejanos prodigios, es porque alguien creyó que merecían ser recordados. La antropología, que no se ocupa mucho de estas cosas, quizás por el miedo al qué dirán u otros miedos (quizás por ser precisamente los antropólogos unos de los enemigos más buscados de aquellos horrendos reptiles de la exitosa serie «V», ¿la recuerdan?), tiene aquí otro campo de estudio, porque el fenómeno existe, sea lo que sea, influye en la vida de los testigos y ya es parte de la cultura humana pese a quien pese. Y cuando se pongan a estudiarlo, les recomendaría leer las declaraciones bajo juramento ante el Congreso estadounidense en 2023 de un tal David Grusch, porque tal vez podría ser una pista para averiguar la procedencia de estos extraños fenómenos, aunque, personalmente, yo me fíe más del testimonio de los campesinos asturianos.
José Manuel Sánchez Sánchez.
Doctor en Historia
Licenciado en Antropología Social y Cultural
BIBLIOGRAFÍA
COLLIN DE FLANCY, J. A. S. (1842). Diccionario Infernal. Tomo II. Imprenta de los Hermanos Llorens. Barcelona. Edición facsímil de la Editorial Maxtor, 2009. Valladolid.
DE JOVELLANOS, G.M. (1915). Diarios (Memorias Íntimas) 1790-1801. Instituto de Jovellanos. Gijón. Imprenta de los sucesores de Hernando. Madrid.
LESTA, J. y PEDRERO, M. (2009). Claves ocultas del poder mundial. Editorial EDAF, S. L.. Madrid.
LORENZO SÁNCHEZ, J. (2019). «El Estrecho Mágico de Karukinka. Los mapas secretos». En Más allá de los mares conocidos. Cinco siglos de la expedición Magallanes-Elcano. Editorial Dykinson, S. L. Madrid.
MORENO Y TOVILLAS, S. (1876). Pararayos. Memorial de Ingenieros y Revista Científico Militar. Carlos Bailly-Baillière. Madrid.
OBSECUENTE, J. 2008. «Libro de los Prodigios». En Períocas. Períocas de Oxirrinco. Fragmentos. Tito Livio. Libro de los Prodigios. Julio Obsecuente. Biblioteca Clásica Gredos, 210. Editorial Gredos, S. A. Madrid.
SESTIER, F. (1866) De la foudre, de ses formes et de ses effets sur l’homme, les animaux, les végétaux et les corps bruts, des moyens de s’en préserver et des paratonnerres. Tome Premier. J. B. Bailliére et fils. Paris.
PRENSA
Diario de Madrid. 7 de junio de 1788. Madrid.
El Comercio de Gijón. 2 de septiembre de 1898. Xixón / Gijón.
El Sol. 20 de abril de 1826. México.
La Nueva España. 23 de febrero de 1989. Uviéu / Oviedo.
Mercurio de España. Diciembre de 1791. Madrid.
Mercurio Histórico y Político. Enero de 1756. Madrid.
Mercurio Histórico y Político. Junio de 1778. Madrid.
Mercurio Histórico y Político. Mayo de 1776. Madrid.
The American Legion Magazine. Diciembre de 1945. Indianápolis.
NOTAS
[1] Traducción del autor del original en francés.
[2] Traducción del autor del original en francés.
[3] Traducción del autor del original en francés.
[4]The American Legion Magazine publicó en 1945 un artículo en el que se afirmaba que, «durante los últimos meses de la guerra, las tripulaciones de muchos B-29 sobre Japón vieron lo que ellos describieron como «bolas de fuego» que los perseguían, en ocasiones ascendían y casi se sentaban en sus colas, cambiaban de color desde el naranja al rojo, al blanco, y en sentido contrario…» (Chamberlin, J.: 9). Traducción del autor del texto en inglés.
https://www.project1947.com/articles/amlfoo.htm
(Consultado el 20 /04 / 2024)
[5]Santa Biblia. Versión online oficial de la Conferencia Episcopal. En conferenciaepiscopal.es (Consultada el 21/05/2024).