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Revista de Folklore número

514



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Acefalias y cefaloforías

DIAZ GONZALEZ, Joaquín

Publicado en el año 2024 en la Revista de Folklore número 514 - sumario >



¿Qué sería de nosotros, pobres seres humanos, sin el encéfalo? La ciencia médica nos enseña que en ese maravilloso centro de control que tenemos bajo el cráneo, se acumulan todas las emociones humanas, desde las más espirituales a las más materiales que el organismo se encarga de transmitir y hacer llegar. Cualquier desorden o trastorno de su normalidad puede provocar o derivar en patologías conocidas (o aún por conocer) que, cada día más, angustian a las personas que las padecen y a las que sufren de forma vicaria las consecuencias de esos padecimientos. La ausencia o muerte de neuronas es la causa principal de enfermedades como la corea de Huntington, el Alzheimer, el Parkinson o la temible ELA. Aunque todas esas dolencias parecen descubrimientos modernos, la cabeza y su perfecto funcionamiento siempre fue para los humanos, una necesidad que acabó siendo un símbolo.

La misma sociedad se persuadió, desde los tiempos más pretéritos, de la utilidad de tener algo arriba de sus dolientes hombros, algo superior, un jefe –un líder, solemos decir hoy– que le ayudara a elegir entre el bien y el mal, o que colaborase con sus consejos a seleccionar las normas más adecuadas para que las colectividades se comportasen correctamente.

La Biblia (siempre es bueno acudir al libro de los libros cuando se buscan respuestas decantadas por el tiempo y la experiencia) nos recuerda en el Antiguo y en el Nuevo Testamento algunos ejemplos en los que la pérdida de la cabeza significaba o un castigo o una demostración de inferioridad o carencia. La hagiografía recurriría finalmente, con una variedad sorprendente de casos, a que las decapitaciones registraran una interesante variante: el ser humano, tras haber sufrido degollación, se daba cuenta de la necesidad del miembro más importante de su cuerpo y cargaba con él llevándolo junto al pecho.

Creo que fue el escritor francés Marcel Hébert quien recurrió por primera vez a la palabra cefalóforo para designar a esos santos que, tras el martirio, acarreaban su propia cabeza durante un tiempo, detalle que desde luego no había pasado inadvertido a los artistas que lo ejemplificaron en sus obras escultóricas o pictóricas. El mismo Hébert, sacerdote secularizado, tuvo que padecer a comienzos del siglo xx una suerte de decapitación ordenada por el arzobispo de Paris, el cardenal François Richard, quien le apartó de su cargo de director de la escuela Fènelon, centro privado católico que había dirigido durante bastantes años. Sus «desviaciones», su intento legítimo de desmitificar la religión católica, le hizo andar de cabeza el resto de su vida.



Acefalias y cefaloforías

DIAZ GONZALEZ, Joaquín

Publicado en el año 2024 en la Revista de Folklore número 514.

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