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Resumen: La presencia de adivinos en las leyendas de Canarias es algo que aparece recogido en todas las Crónicas de la Conquista y en los libros de historia posteriores. Las Crónicas sirvieron, como en el caso de las de la Península Ibérica en relación con la épica, para encerrar no pocos relatos orales y creencias del antiguo mundo aborigen de Canarias. El análisis literario, histórico y comparativo nos aportará una información crucial para entender la figura del adivino en la mitología, y posteriormente, en el imaginario legendario de las Canarias. Porque entender la importancia que los adivinos, sacerdotes y harimaguadas tenían para la cultura canaria prehispánica perdida nos ayudará a entender el mundo leyendario que ha quedado. Esto es así, puesto que podemos afirmar que las leyendas y las crónicas encierran por sí mismas la épica no recogida de la tradición oral del mundo aborigen canario.
Palabras claves: Adivinos, leyendas tradicionales, crónicas de la conquista, Canarias, literatura.
Summary: The presence of fortune-tellers in the legends of the Canary Islands is something that appears in all the Chronicles of the Conquest and in later history books. The Chronicles served, as in the case of the Iberian Peninsula in relation to the epic, to enclose not a few oral accounts and beliefs of the ancient aboriginal world of the Canary Islands. The literary, historical and comparative analysis will provide us with crucial information to understand the figure of the fortune-teller in mythology, and later, in the legendary imaginary of the Canary Islands. Because understanding the importance that diviners, priests and harimaguadas had for the lost prehispanic Canarian culture will help us to understand the legendary world that has remained. This is so, since we can affirm that the legends and the chronicles contain in themselves the epic not collected from the oral tradition of the Canarian aboriginal world.
Key Words: Fortune tellers, traditional legends, chronicles of the conquest, Canary Islands, literature.
Adivinos, videntes, sibilas, pitonisas, oráculos, sacerdotes, hechiceros, magos, chamanes, astrólogos, nigromantes, visionarios, profetas, agoreros, adivinadores, augures, clarividentes, arúspices, brujos, vates, vaticinadores, quirománticos, taumaturgos,… en todas las culturas del planeta y en todos los pueblos que la habitan siempre ha existido una persona especializada, casi siempre ligado a las creencias religiosas reinantes, en el sagrado arte de la adivinación del acontecer futuro. Tiresias, Calcas o Calcante, Lampón, Melampo, Seles, el príncipe Héleno, Sibila, Pitia o Pitonisa, los Oráculos de Delfos, Creso y Casandra en la mitología clásica, entre otros; los augures, los fanáticos, los fatuarios, los arúspices, los extispices y los fulguratores romanos; Merlín y Morgante en la cultura medieval occidental junto con Nostradamus; como también en época más moderna tenemos a Madame Lenormand vidente de Napoleón o a Rasputín consejero del zar de Rusia Nikolái II; hasta llegar a los más actuales intérpretes televisivos del Tarot y de la cábala. Su vinculación con la religión que practicaban era total, por lo que al deseo de conocer el futuro se unía la devoción y la fe en su religión. Los antiguos pueblos de Canarias, igualmente, también tuvieron sus propios adivinos.
El origen de los aborígenes canarios es oscuro y se sitúa en torno a distintas emigraciones de los pueblos protobereberes y bereberes en una época indeterminada y cuyo asentamiento se conoce a través de las palabras de Plinio el Viejo que atestiguaba que ya en época de Juba II de Mauritania, nacido en el siglo I a.C., se conocía la existencia de población en las Islas Canarias (Del Arco y Navarro 1987, 10, 71):
Los grabados rupestres geométricos de El Hierro, los podomorfos de Tenerife, Fuerteventura y Lanzarote y los alfabetiformes líbicos, tienen evidentes paralelos norteafricanos y, según R. Mauny, son distintas manifestaciones de una misma época, estilo o grupo que denomina líbico-bereber y fecha entre el 200 a.C. y el 700 d.C. (Del Arco y Navarro 1987, 104).
Los antiguos canarios creían en una divinidad suprema que era el Sol y que significaba el origen de todas las cosas y que en cada isla recibía un nombre distinto: Alcorán en Gran Canaria[1]; Achaman (el sustentador del cielo y la tierra)[2] en Tenerife (Del Arco y Navarro 1987, 76); Orahan en La Gomera; Abora en La Palma;… incluso hay navegantes antiguos que afirmaban que los canarios adoraban tanto al sol como a las estrellas y a la luna (Mederos y Escribano 2002, 130), así lo confirman Del Arco y Navarro:
Una constante en el Archipiélago es la presencia de divinidades y cultos astrales: el sol, la luna y quizás otras entidades celestes, además de espíritus protectores que pudieran estar encarnados en los antepasados y fuerzas del mal con diversas manifestaciones. Las divinidades y fuerzas de la naturaleza que se les asocian, en algunos casos encarnan claramente los principios femenino y masculino relacionados con los ciclos reproductores. Esos entes son representados de diversas maneras y las formas de culto pueden variar igualmente según las islas, aunque son frecuentes los rasgos comunes (1987, 71).
A pesar de que el cronista Juan de la Peña comentara, curiosamente, lo contrario, lo que demuestra los pocos fiables que eran los conocimientos que muchos cronistas de la Conquista e historiadores posteriores pudieron llegar a tener de la cultura aborigen a causa, en muchos casos, del prejuicio creado desde la cultura cristiana imperante:
Los naturales destas Islas no tuvieron ídolos, ni adoraron al Sol, Luna, ni Estrellas, ni piedras ni otras figuras ni tuvieron ritos, ni ceremonias, a vn solo Dios adorauan, que dezían que estava en lo alto, y que este Dios los sustentauan, y dava la vida; en cada Isla le nombravan con diferentes nombres, conforme su lenguaje, y segun su modo de hablar (de la Peña 1994, 63-64).
En cambio, en El Hierro se adoraba a dos dioses, uno varón y otro hembra, Eraoranhan el varón y Moneiba la hembra[3], de tal forma que los hombres creían en el dios varón y las mujeres en la diosa hembra (Mederos y Escribano 2002, 131).
Del Arco y Navarro establecen una clasificación de las tres principales categorías de los «entes inmateriales» del complejo mundo religioso de los antiguos canarios: grandes divinidades de carácter astral con Alcorán, el sol, a la cabeza, que sería complementado con una divinidad lunar; los «genios tutelares» formados principalmente por los espíritus de los antepasados; y «espíritus cuasi-demoníacos» con formas de animales, en Gran Canaria en forma de perro lanudo llamado Tibicenas (Del Arco y Navarro 1987, 73). Y podría diferenciarse entre el culto doméstico y el culto colectivo (Ibídem, 74), el primero en las propias casas o cuevas donde habitaban y el segundo en lugares específicos para el culto como grandes cuevas o, en menor medida, en grandes edificaciones.
El faicán, generalmente un hombre a excepción de Fuerteventura, asumía la jefatura de las actividades religiosas en la comunidad, junto con otros hombres y con mujeres, las harimaguadas[4], que eran vírgenes elegidas entre la nobleza, que no podían casarse y cuya residencia habitual eran grandes cuevas dedicadas al culto religioso de las que no podían salir y eran las encargadas de las ofrendas de leche y otros líquidos a su dios (Mederos y Escribano 2002, 132-134).
Al demonio lo denominaban en El Hierro Aranfaybo y tenía forma de cochino, con la figura de perro lanudo se menciona en La Palma con el nombre de Iruene y Tibicenas en Gran Canaria, como hombre peludo llamado Hirguan en La Gomera (Mederos y Escribano 2002, 138) y en Tenerife se le conocía como Guayota (Del Arco y Navarro 1987, 73, 76).
Los antiguos canarios conocieron la momificación, y sepultaban a sus muertos en lechos de piedra o en cuevas de roca, teniendo buen cuidado de que el muerto no tocara la tierra (Del Arco y Navarro 1987, 92 ; Mederos y Escribano 2002, 156-157).
Lo curioso de las leyendas canarias de asunto aborigen es que muchas han pervivido en la oralidad hasta nuestros días, variando continuamente de una recitación a otra, como es el caso de la leyenda de Gara y Jonay; en cambio, otras leyendas pasaron rápidamente a la escritura y, desde la propia reinterpretación de cronistas, historiadores y escritores, la leyenda ha ido cambiando continuamente, pero esta vez en la escritura, como ocurre con la leyenda de Tibiabin y Tamonante, por ejemplo. El fenómeno parece ser el mismo, sea oralidad o escritura: la continua variación y la reescritura de los hechos desde una perspectiva recreadora. La dualidad de las dos perspectivas mencionadas produce un cuádruple efecto cuando vemos que algunas leyendas han variado en la escritura y en la oralidad, con versiones muy distintas, como ocurre con la leyenda de San Borondón, la famosa isla que encontró San Brandán en la época medieval y que algunos sitúan en Canarias. Los primeros testimonios colocan la isla misteriosa al suroeste de La Palma, al oeste de La Gomera y al noroeste de El Hierro. En la actualidad, San Borondón se puede ver desde cualquier situación insular y desde cualquier isla, según los fervientes seguidores de esta leyenda.
Veamos algunos ejemplos de adivinos y adivinas en Canarias, en especial, de aquellas islas donde aparecen mencionados en las crónicas.
1. Las adivinas Tibiabin y Tamonante en Fuerteventura
La primera noticia sobre las adivinas Tibiabin y Tamonante las da Leonardo Torriani, un arquitecto italiano especializado en las construcciones defensivas en Canarias:
La isla de Fuerteventura, cuando fue conquistada, era dominada por muchos duques y por dos mujeres principales, las cuales eran sumamente respetadas por todos. La una se decía Tamonante, la cual regía las cosas de la justicia y decidía las controversias y las disensiones que ocurrían entre los duques y los principales de la isla, y en todas las cosas era superior en su gobierno. La otra era Tibiabin, mujer fatídica y de mucho saber, quien, por revelación de los demonios o perjuicio natural, profetizaba varias cosas que después resultaban verdaderas, por lo cual era considerada por todos como una diosa y venerada; y ésta gobernaba las cosas de las ceremonias y los ritos, como sacerdotisa (Torriani 1959, 75).
Además, como comenta el cronista Abreu Galindo, eran madre e hija:
Había en esta isla dos mugeres que hablaban con el demonio, la una se decia Tibiabin, y la otra Tamonante; y quiere decir eran madre y hija, y la una servia de apasiguar las discenciones y questiones que sucedian entre los reyes y capitanes, á la qual tenian mucho respeto, y la otra era por quien se regían en sus ceremonias. Estas les decian muchas cosas que les sucedían (Abreu Galindo 1848, 33).
Sobre la importancia que tenían estas dos mujeres en Fuerteventura, el cronista Marín de Cubas nos lo confirma, llegando al extremo de que tenían más poder que los dos reyes de la isla:
La Ysla de Fuerteventwa fue dividida a el travez con una pared de mas de quatro leguas de mar a mar, termino de dos Reies, el de hacia a Canaria llaman Aioze y el de hacia el Norte Guise, cada uno se governaba por una muger, que ambas hablaban con el Demonio, llamadas Tamonante, y Tibiabin, estas apaciguaban las discordias, maestras de ritos y seremonias, avisaban de cassos contingentes (Marín de Cubas 1986, 152).
Abreu Galindo nos relata el augurio que hacen las dos mujeres al resto de los isleños de la siguiente manera:
Cuentan antiguos naturales de esta isla que haberse ganado tan fácilmente fué por las amonestaciones de las dos mugeres Tamonante y Tibiabin á las cuales tenian por cosa venida del cielo, y que decian lo que les habia de suceder, y aconsejaban y persuadian tuviesen paz y quíetud; decian que por la mar habian de venir cierta manera de gente, que la recogiesen que aquellos les había de decir lo que habían de hacer. Tambien dicen que muchas veces se les aparecia una muger muy hermosa en sus necesidades y que por ella se convirtieron y hicieron cristianos todos (Abreu Galindo 1848, 38).
Así mismo, el historiador Viera y Clavijo, ya en el siglo xviii, nos da una visión estereotipada cristiana de estas «sibilas» o «pitbias» de la adivinación:
En Fuerteventura ya había algunos Efequenes ó Adoratorios de piedra construidos en figura rotunda, y con dos murallas concéntricas, donde sacrificaban al Criador una parte de su leche y manteca. Aqui se hicieron tan famosas dos mugeres, que consiguieron pasar por Magicas ó inspiradas. La una que se llamaba Tamonante, era como la Sibila del pais que vaticinaba las revoluciones Politicas de los Reynos; y la otra llamada Tibiabin, era la Pitbia, que arreglaba las ceremonias de los pequeños Templos, y, les profetizaba con voz de Oraculo los sucesos futuros en medio de sus entusiasmos y convulsiones. Tal vez se deberá atribuir à la malicia de estas impostoras aquella rudeza de entendimiento y obstinacion en los ritos supersticiosos que notaron Bontier y Le Verrier en los habitantes de Fuerteventura (Viera y Clavijo 1772, 167).
Las actividades que ejercían madre e hija no sólo consistían en profetizar, sino que ellas mismas eran vistas como diosas, ejercían parte del gobierno de la isla, los ritos religiosos, de juezas cuando tenían que apaciguar disputas y eran maestras en ritos y ceremonias religiosas en su isla (Mederos y Escribano 2002, 134).
Décadas antes de la Conquista de Fuerteventura, la isla se distribuía en dos reinos: Maxorata y Jandía. El reino de Maxorata tenía a Guize o Aguize como soberano, y el de Jandía a Ayoze. Ambos reyes seguían fielmente los dictados de estas dos pitonisas Tibiabin y su hija Tamonante. Curiosamente, la interpretación de los historiadores actuales Castellano y Macías del vaticinio de las adivinas es similar al que le hace Moctezuma a los castellanos encabezados por Cortés en su llegada a México:
Llegarán gentes poderosas por el mar en sus casas blancas. No temáis ni les tratéis con violencia. Antes bien, recibidles con alegría y entregaros a sus designios, pues sólo beneficios traerán a nuestra tierra (Castellano y Macías 1993, 147).
Pero en las crónicas nada se dice de las casas blancas en las que venía la gente poderosa que les iba a gobernar. Más cercana a la idea inicial es la de Mora Morales que explica el augurio de la siguiente forma: «a través del mar iban a venir unos extranjeros que les dirían cuanto debían hacer para encontrar la felicidad» (2003, 39).
La reescritura de la leyenda actual lleva a la afirmación de que, cuando Jean de Bethencourt desembarcó en la isla, los habitantes de Fuerteventura se prepararon para defenderse de la invasión, pero Tibiabin y Tamonante hablaron con Ayoce y le convencieron de que no luchara contra los invasores, sino que debían acogerles como amigos. Ambas adivinas le recordaron su vaticinio de que «unos forasteros iban a venir por mar y les traerían la felicidad» (Mora, 2003: 40). Por lo que Jean de Bethencourt pudo conquistar la isla sin el uso de sus armas ni de sus soldados.
2. Guañameñe en Tenerife
Otro adivino que vaticina la llegada de los castellanos es Guañameñe, de la isla de Tenerife. Estos extranjeros estaban caracterizados por su piel blanca, esta vez venían en grandes pájaros para dominar y gobernar la isla de Tenerife y se menciona incluso la aparición de la Virgen de Candelaria en las palabras del cronista Juan de la Peña:
[…] porque auía en ese tiempo entre los Gentiles un Profeta, ó adevino, que llamauan Gañameñe, que profetizaua las cosas venideras, y esse les hauía dicho, que hauía de venir dentro de vnos paxaros grandes (que eran los nauios) vnas gentes blancas por la mar, que auían de señorear la Isla, y por esta razón auía pedido el Rey de Taoro le diesse auiso y assí lo hizo el Rey de Guimar, diciendo, que vna muger extrangera auía parecido en su Reyno á la orilla del mar (de la Peña 1994, 80).
Por su parte, el historiador neoclásico Viera y Clavijo, nos comenta sobre este augurio de Guañameñe su poca verosimilitud, puesto que ya los guanches sabían cómo eran los navíos, puesto que incluso tenían vigías que oteaban el mar en busca de la llegada de los barcos (Viera y Clavijo 1772, 198-199). No hay que olvidar que, aunque los antiguos canarios no conocían la navegación, sí que mantuvieron ciertos contactos muy esporádicos con algunas naciones de su época, principalmente fenicios y romanos.
Desde la historiografía actual, la profecía de Guañameñe se ve de la siguiente manera:
En Tenerife conocemos la figura de adivinos, «Porque había (…) un profeta o adivino, que también decían ser zahorí, el cual llamaban Guañameñe, que profetizaba las cosas venideras». Aunque «También auía algunos dotores entre ellos que dificultaban como Dios hauia hecho el mundo y los sielos y los ombres cómo auía de naser y parirlo mujer» (Mederos y Escribano 2002, 134).
A este respecto, un adivino o brujo llamado Guañameñe, había vaticinado que jentes de onde nasce el sol vendrían en pájaros negros sobre las aguas con alas blancas, lo cual se ha interpretado como premonición de la conquista, pero que podría tener otras explicaciones, como la de ver en esta leyenda mezclados un mito de origen (la manera en que llegaron sus ancestros a la isla), el espíritu de los antepasados y la expectativa de una especie de redención o renovación (Del Arco y Navarro 1987, 76).
3. El faycan Ganifagua y Yone en El Hierro
En cuanto a la leyenda de Ganifagua de la isla de El Hierro, solo aparece mencionada en la obra actual de García de la Torre (1972, 117), que nos comenta que era la isla más pacífica de todas quizá por la profecía de Ganifagua. A este faycán le gustaba mucho mirar el horizonte y puede que llegara a ver la vela blanca de algún navío, de ahí que cuando estaba cercana su muerte les dijera a sus familiares y vasallos que:
[…] cuando ya sus huesos se hubieran convertido en polvo, llegarían a la isla hombres extraños, transportados en unas casas blancas, capaces de caminar por el mar, hombres que serían enviados por Dios, a los cuales habría que recibir con el mayor cariño y sumisión, pues sólo bienes venían a derramar sobre los herreños (García de la Torrre 1972, 118).
Muchos años más tarde se cumpliría la predicción y los herreños vieron llegar barcos de enormes velas a las costas de El Hierro. Al abrir la cobertura de piedras que cerraba la cueva donde fue enterrado Ganifagua encontraron que sus huesos se habían convertido en polvo, como anunciaba en su augurio (Ídem, 119). Por lo que en 1402 cuando Jean de Bethencourt llegó a El Hierro le sucedió lo mismo que en Fuerteventura (Ídem, 119), y no tuvo muchas complicaciones a la hora de conquistarla desde el aspecto bélico.
En realidad, se trata de la leyenda de Yone o Yoñe, que el cronista Torriani describe de la siguiente forma:
El doctor Troya escribió que entre estos bárbaros, cien años antes de que los sometiese Letancurt, hubo: un tal Jone, quien, al tiempo de su muerte, predijo que, después que él mismo se hubiese vuelto cenizas, vendría desde lejos por el mar, vestido de blanco, el verdadero Eraoranhan, a quien debían de creer y de obedecer. Y, después de muerto, lo pusieron, según era su costumbre, en una cueva bien tapada, y al cabo de cien años lo hallaron hecho cenizas. Dé allí pocos meses aparecieron los cristianos, en sus naves con velas blancas; los cuales, por esté signo, fueron creídos por estos bárbaros ser verdaderos Dioses, y no hombres mortales como ellos; por la cual cosa no hicieron ninguna resistencia, sino que los adoraron y les obedecieron, como Jone les había dicho (Torriani 1959, 214).
Por su parte, el cronista Abreu Galindo es más prolijo en su descripción de los hechos:
Como los naturales vieron venir los navios blanqueando con las velas se arcordaron de un pronóstico, que tenian de un adivino, que habia muchos años que era muerto, que les hahia dicho que su dios habia de venir por la mar en unas casas blancas; que lo recibiesen, que les habia de hacer bien. Dicen que muchos años antes que esta isla se convirtiera se hubo en ella un adivino, que se decía Yone y al tiempo de su muerte llamó á todos los naturales, y les dijo como él se moria, y les avisaba que despues de él muerto, y su carne consumida y hechos ceniza sus huesos, havia de venir por la mar Eraoranhan, que era al que ellos havian de adorar, que havia de venir en una casa blanca, que no peleasen, ni huyesen porque Dios los venia á ver, y como daban crédito á sus palabras, quedó esto entre los naturales muy en memoria con gran deseo siempre de verificar este caso, y porque los huesos de Yone, no se trocasen, y se conociesen cuales eran, los tenian separados en una cueva con mucho recato.
Pues como los naturales vinieron al puerto, y vieron venir los navios blanqueando con las velas, teniendo en memoria el pronóstico que Yone les habia hecho; creyendo que en aquellas casas blancas venia su Dios Eraoranhan, acudieron á ver la cueva á donde habian puesto a Yone, y lo hallaron todo hecho polvo, y ceniza. Visto el pronóstico de Yone cumplido, volvieron á la costa de la mar con mucho contento á recibir tanto bien como les habia de traer Eraoranhan su Dios (Abreu Galindo,1848, 53-54).
La visión del vaticinio de Yone o Yoñe sobre la llegada de los castellanos a El Hierro, del cronista Marín de Cubas es la siguiente, profetizando también la llegada de las casas blancas como ocurriría con Cortés en México:
Dixeron los Herreños a los xristianos que ia les era cumplido su prognostico mui antiguo de un adivino antiquissimo llamado Jonne dicen, que les dejo muchas declaraciones, y una de ellas que en los siglos venideros vendrian a esta, como a las demas Yslas unos hombres del oriente, que traerian a Dios Orojan, que este vendria a la mitad del mundo, y estos hombres vendran en unas cassas blancas, caminando por sobre las aguas, quando fuessen a su cueba y de su cuerpo mirlado no se hallase ia carne, piel, ni huezo, sino polvo y seniza, y que haviendo estado emparedado en una cueba por largos siglos, ya por los tiempos que les parecio havian ido algunas cinco vezes, y en esta ultima hallaron los quezos careados y hechos polvos y cumplido el pronostico de que el Dios que professaban los xristianos era el verdadero: con esto decian otras de grande admiracion a Juan de Betencourt y a otros, que lo escrivieron, y aun oi dia los vezinos desta Ysla destas cosas dicen mucho de que no se haze mucho casso (Marín de Cubas 1986, 156).
El historiador neoclásico Viera y Clavijo, repitiendo las palabras del padre Abreu Galindo, relaciona las mismas con la conquista americana:
Iguales Fabulas se refieren del Agorero Guañameñe en Tenerife, y de no sé que otro pretendido Profeta Americano antes de la entrada de Hernan Cortés en Mexico. Lo cierto es que los Herreños habian tenido la desgracia de descubrir repetidas veces sobre sus Mares aquellas prodigiosas casas blancas, y que no ignoraban el piadoso designio, con que venian los Dioses que se alojaban dentro (Viera y Clavijo 1772, 357).
Finalmente, la visión actual de los hechos la podemos comprobar en los historiadores Mederos y Escribano, quienes relacionan el vaticinio de Yone con la llegada del dios Eraoranhan por mar, como ocurriría en América con Cortés y el dios Quetzalcoatl:
En El Hierro existe la figura de «uno de los naturales a quien tenían ellos por santo» que se encargaba de traer el cerdo Aranfaybo o demonio a las ceremonias donde se rogaba por lluvias contra la sequía. Uno de estos adivinos se llamó Yone, quien les profetizó la llegada del dios Eraoranhan por mar, y es particularmente interesante que según Abreu, se rindió un gran respeto a sus huesos, «porque los huesos de “Yone” no se tocasen y conociesen cuales eran, los tenían separados en una cueva con mucho recato» (Mederos y Escribano 2002, 134).
4. Otros adivinos y oráculos
En La Gomera parece ser que también existieron varios adivinos, de los que nos hayan llegado su nombre contamos con Eiunche, Aguamuge y Miguan, y de La Palma Echedei (Mederos y Escribano 2002, 134); igualmente, algunos consideran al gomero Hupalupa como adivino y en la toponimia de la isla se conservan nombres como Cuevas del Adivino y Cercado del Adivino. A todo ello hay que añadir que en La Gomera se conocía otro augurio similar a los de Fuerteventura y Tenerife, en versión manipulada o no por los conquistadores, que ponía en boca de Eiunche que tras su muerte vendrían hombres nuevos que les dirían a quiénes deberían adorar (Del Arco y Navarro 1987, 78).
Dentro del apartado de los adivinos y de los vaticinios, habría que añadir una creencia palmera aborigen basada en el Roque Idafe, delgada roca que pende en lo alto dentro de la abrupta Caldera de Taburiente, que los antiguos canarios pensaban que se podía caer y bajo la creencia de su posible caída, juraban frente al Roque Idafe que no mentían en sus afirmaciones. El cronista Abreu Galindo nos lo relata así:
[…] que nacen en este término está un roque, ó peñasco muy delgado, y de altura de mas de cien brazas, donde veneraban á Idare por cuya contemplacion al presente se llama el Roque de Idafe. Y tenían alto temor no cayese y los matase, que no obstante que aunque cayera no les podian dañar por estar las moradas de ellos muy apartadas, por solo este temor acordaron que de todos los animales que matasen para comer diesen á Idafe el asadura (Abreu Galindo 1848, 172).
Igualmente, Marín de Cubas nos cuenta la costumbre antigua del Roque Idafe:
[…] los del territorio de Eccero en lugar de monton de piedras tienen un roque muí alto y delgado de mas de cien brazas mui venerado, y de tanta estimacion como idolo, llamado Aidafe, a este iban a pedir en sus necessidades les socorriese, y porque siempre estuviese enhiesto, y no caiese le hazian rogativas, y ofrecian las asaduras de todos los animales que mataban en aquella rogativa; todos los vezinos, y cofrades, llevaban las asaduras entre dos cantando y respondiendo, mui poco a poco, y el uno decia yguida íguan Aidefe; que significa, dise Aídafe, que se ha de caer, y respondia el otro que gueire iguantaro; pues dale lo que lleva, y no caira; y llegando al pie del risco las arrojaban, y las comian las aves, cuervos, milanos, guirres o quebranta huesos (Marín de Cubas 1986, 274).
La perspectiva histórica actual nos habla de la importancia del Roque Idafe dentro del seno de la sociedad y de la religión antiguas de La Palma:
En la Caldera de Taburiente el Roque Idafe era considerado como sagrado y algún autor ve en ello el sentido de Axis Mundi, el que sostiene el mundo y es el centro de él, ya que los palmeros tenían miedo de que cayera y los matase, a pesar de estar muy alejado de las viviendas. Para evitar tal caída, le ofrecían asaduras de animales sacrificados entonando unas frases que han llegado hasta nosotros (Del Arco y Navarro 1987, 80).
Por su parte, en el siglo xix el historiador Agustín Millares Torres nos habla de forma bastante extensa en su Biografía de canarios célebres de una mujer grancanaria de admirable belleza e inteligencia que era capaz de realizar profecías, se llamaba Andamana y tras su matrimonio con el rey Gumidafe consiguió unir a todos los habitantes de Gran Canaria bajo su reinado en un solo reino:
Corría, como hemos dicho, el último tercio del siglo xiv, cuando en el cantón de Gáldar, que era entonces el más rico y populoso de la isla, vivía una joven de rara hermosura, de singular talento y de grandes virtudes, que lenta mente había llegado a adquirir en la isla una, reputación envidiable de sensatez, cordura y buen juicio.
Todas las cuestiones arduas, las desavenencias entre las tribus, las familias o los particulares, las enfermedades, el estado de los ganados, la pérdida de las cosechas, los fenómenos meteorológicos, la adivinación del porvenir, las profecías más o menos explícitas, y cuanto puede ser objeto de la curiosidad de un pueblo en la infancia de su civilización, se hallaba bajo el dominio de la hermosa y atrevida isleña.
Admirada de unos, envidiada de otros, pero respetada de todos, nadie dudaba que estuviese inspirada por la Divinidad. Ella misma fomentaba esta creencia con su conducta, reservada, su lenguaje sibilítico y sus frecuentes éxtasis, durante los cuales pretendía estar en comunicación con los espíritus (Millares Torres 1978, 11).
Entre los muchos guerreros que la respetaban y aspiraban a su mano, había uno llamado Gumidafe, jefe del cantón de Gáldar, que se distinguía entre todos por su reserva, su influencia y su indómito valor. A éste, pues, resolvió unirse, con la oculta intención de extender luego su dominio sobre los nueve cantones restantes, y vengarse así de sus detractores, constituyéndose en jefe de una sola monarquía (Millares Torres 1978, 12).
5. La llegada de los españoles a América
Tomando las fuentes precolombinas de los augurios de la llegada de los españoles al Nuevo Mundo, siguiendo el artículo de Rocío Rivas Martínez «La llegada de los españoles a América vista desde los presagios precolombinos» (2016), podemos comprobar la similitud de los vaticinios entre los adivinos de la América precolombina y los de los aborígenes canarios anteriores a la Conquista de las Islas. Para esta autora los aztecas recibieron una serie de signos adivinatorios que se suceden a partir de los diez años antes de la llegada de los españoles y cita el siguiente presagio tomado de Tlaxcala:
No pensaron ni entendieron sino que eran los dioses que habían bajado del cielo, y así con tan extraña novedad, voló la nueva por toda la tierra en poca o en mucha población. Como quiera que fuese, al fin se supo de la llegada de tan extraña y nueva gente, especialmente en México, donde era la cabeza de este imperio y monarquía […]
La llegada de Cortés a México, le hace comentar a Moctezuma lo siguiente en palabras de Gonzalo Fernández de Oviedo: «Como Montezuma hubo la nueva de lo que dicho, hubo mucho temor, e dijo: “Aquesta es la gente, que nuestro Dios me dijo que había de venir, e se había de enseñorear de esta tierra, e también lo dijo a mi padre, porque mi padre me lo dijo a mí”» (Fernández de Oviedo 1992, 153-154). Pero poco después, Moctezuma echa a los españoles de su tierra (Fernández de Oviedo 1992, 173).
Al igual que los aztecas, los incas y los mayas también recibieron señales y augurios sobre la llegada de los españoles, siendo los mayas los que con más claridad vaticinan la terrible llegada de los conquistadores. En concreto, en el libro de recopilación de textos conocido como Chilam Balam se habla de que «los sacerdotes tigres anunciaban la llegada de los “azules” o “extranjeros de barbas rubicundas”, de la aparición de “los hijos del sol, hombres de color claro”. Señalando que dicho acontecimiento tendría consecuencias funestas» (Rivas, 2016).
El paralelismo entre los augurios de la Conquista de Canarias con los de América resulta más que sospechoso: que personas de tez blanca llegaran en casas blancas por el mar trayendo dioses que les gobernarían, como sucede en América y en Canarias, parece muy extraño si tenemos en cuenta la gran distancia que separan todos estos territorios. Pero también hay que decir que los aborígenes canarios, al contrario que los aztecas, mayas e incas, y al resto de pueblos que habitaron América en el pasado precolonial, también tenían la tez blanca. La llegada de unos conquistadores europeos vistos como dioses o seres que proporcionarían felicidad y riqueza a las poblaciones nativas, como presagios que facilitaron la conquista tanto de algunas de las Islas Canarias como de los principales imperios americanos es inquietante. ¿Estamos ante la misma visión eurocentrista de la conquista o la coincidencia es mera casualidad, por poligénesis, en las distintas islas, reinos y adivinos de Canarias y de América? Si es pura casualidad, es mucha casualidad, puesto que estamos uniendo pueblos de muy distintas procedencias sin contactos entre ellos, puesto que los canarios no navegaban pero sí conocían muy bien lo que era una embarcación a vela por el continuo comercio con los fenicios, principalmente.
BIBLIOGRAFÍA
CASTELLANO GIL, José Manuel y Francisco J. MACÍAS MARTÍN. Historia de Canarias. Director de la colección Manuel de Paz. Tenerife: Centro de la Cultura Popular Canaria, 1993.
DE ABREU GALINDO, fray Juan. Historia de la conquista de las siete islas de Gran Canaria. Santa Cruz de Tenerife: Imprenta, Litografía y Librería Isleña, 1848.
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NOTAS
[1] Nos lo dice Torriani: «Tenían los canarios a un sacerdote llamado faicag a quien cumplía hacer oración y los sacrificios. También tuvieron casas de vírgenes a modo de convento, que llamaban Tamogonte en Acoran, es decir «templo de Dios». Fueron los canarios verídicos y nobles. Preciaban mucho el valor. Tuvieron reyes, consejo y senadores para el gobierno común, según más adelante se dirá ampliamente sobre cada cosa en particular>> (1959: 95)
[2] El nombre cuando se referían al astro era Magec.
[3] Como así nos lo confirma Abreu Galindo: «Adoraban los naturales de esta isla dos idolos, que los fingian varón, y hembra; á aquel llamaban Eraoranhan y á la hembra Moneiba. Los hombres eran devotos del varón, y las mugeres de la hembra» (Abreu Galindo 1848, 52). Torriani también lo comenta: «Los hombres adoraban a un ídolo macho, y las mujeres a una hembra. Al macho llamaban Eraoranhan, y a la hembra Moneiba; les hacían oraciones, sin sacrificio, y creían que vivían en los altísimos peñascos. Además de estas cosas, tenían en gran veneración el cerdo, y el demonio, a quien llamaban Aranfaibo, se les aparecía en esta figura» (Torriani 1959, 213).
[4] Como afirma el cronista: «Tenían por costumbre los desta dicha Isla de Thenerife, quando vna criatura nacía, de echarle agua sobre la cabeça, y para esto auía vnas mujeres que lo tenían por oficio, á las quales llamauan Harimaguadas, eran doncellas, y prometían ser vírgenes, y estas viuían juntas en grandes cuevas, sin que de allí saliessen, sino quando eran llamadas á la ocasion los padres de la criatura, ò los parientes llamauan á vna destas doncellas, la qual echaua el agua á la criatura en la cabeça, y le ponía su nombre» (de la Peña 1994, 64).