Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >
Las montañas en las grandes religiones orientales
Posiblemente sea en las grandes religiones orientales (budismo, hinduismo, taoísmo, confucionismo y sintoísmo) donde la sacralidad de las montañas encuentra sus más numerosos y venerados exponentes.
El budismo surgió, como escisión del hinduismo, en el siglo vi a.C. a partir de la figura de Siddhartha Gautama, más conocido como Buda, nacido hacia el año 560 a.C. en Kapilavastu, al sur de lo que hoy es Nepal, y al pie de la cordillera del Himalaya. Su infancia estuvo marcada por la protección paterna. Contrajo matrimonio con su prima. Al salir de su ciudad natal y conocer otras realidades, no tardó en constatar la amarga realidad de la vida: la vejez, la enfermedad, la muerte. Ante la serenidad que emanaba de un monje mendicante, comenzó a vislumbrar la dirección que debía tomar para encontrar la respuesta a su enorme desconcierto. Así y con todo, tras conocer la noticia del nacimiento de su primer hijo, tomó la decisión de abandonar a su familia, con la que no volvió a reencontrase hasta el final de su vida, y hacerse monje mendicante. Durante seis años de monacato en compañía de ascetas brahmanes se entregó a la más rigurosa de las mortificaciones, sin obtener otro resultado que el sufrimiento de su cuerpo y el oscurecimiento de su mente. Comprendió que tanto el placer como la mortificación no son sino vanas ilusiones, estériles e inútiles especulaciones. Poco después, meditando bajo la higuera en Bodh Gaya, Siddhartha alcanzó la iluminación, «el despertar» (bodhi), la intuición de las «Cuatro Nobles Verdades», convirtiéndose en Buda («despierto»). Cumplido su objetivo y obtenida la liberación, el nirvana, Buda decidió enseñar a los seres humanos la Verdad, el Dharma, poner en marcha la «Rueda de la Ley», es decir la transmisión de las «Cuatro Nobles Verdades» y el «Óctuple Sendero» de la disciplina liberadora. El Dharma fue dado a conocer por primera vez en un discurso llamado el «Sermón de Benarés». Durante cuarenta y cinco años, Buda explicó a quien quiso oírle el Dharma. Poco a poco se fue formando una comunidad monástica, el sangha, en la que ingresó su esposa. Buda murió a los ochenta años tras haber ingerido un plato de setas, totalmente liberado. Tras ser incinerado, sus huesos se convirtieron en reliquias objeto de disputas. Para albergarlas y venerarlas se erigieron unos relicarios llamados stupas o chorten, aun cuando Buda ni había rendido culto alguno ni había pretendido ser objeto de él. Tras el surgimiento del budismo como religión, las stupas fueron surgiendo por doquier en toda la geografía alcanzada por las enseñanzas de Buda. Unas veces aparecen solas, otras veces formando grupos o hileras. No solo sirven como relicarios, sino que obedecen a una ley constructiva, y tienen un significado simbólico. Son la muestra de un tipo de espiritualidad. La stupa más habitual es la de base cuadrada, gradería y domo superior, coronada por un anillo con una terminación metálica dorada con la media luna y el sol. Cada parte corresponde a un concepto, como síntesis de montaña construida. La base sería la tierra y el conocimiento de la identidad. El domo correspondería al agua y al conocimiento del reflejo. La columna anillada, al fuego y al saber discriminar. El remate final, al aire y a la perfección de los actos. El adorno culminante, con el sol y la luna, al éter y al conocimiento de la Ley.
En cuanto a los fundamentos del budismo, se reconoce la existencia de seres sobrenaturales, pero no la de un dios creador omnipotente. Es la verdad trascendental enseñada por Buda lo que infunde a todas las cosas su existencia. Teniendo en cuenta que el concepto de Dios es prescindible, a veces el budismo ha sido considerado más una filosofía de salvación que una religión propiamente dicha. Para el budismo, la creación es cíclica, sin principio ni fin. Es parte de la rueda del sufrimiento al que estamos atados por la reencarnación. La creación es solo una parte de esa rueda. Por tanto, el tiempo también es cíclico. Aunque cada individuo puede apagar sus deseos humanos y alcanzar el nirvana, el mundo continua su ciclo. No obstante, algunas variantes del budismo creen que en algún momento vendrá un Buda y traerá la liberación para todos los seres vivos. En la escatología budista, tras la muerte la vida continua de alguna otra forma, humana, divina o animal, dependiendo del comportamiento observado en la vida anterior. La salvación se consigue con la extinción del deseo, rompiéndose la rueda de las reencarnaciones y alcanzándose el nirvana. Las «Cuatro Nobles Verdades» son: la vida es dukkha, traducible como sufrimiento (trauma del nacimiento, enfermedad, decrepitud, muerte, separación de aquellos a los que amamos); la causa de la anterior es tanha, que se traduce como deseo; la cura del deseo egoísta reside en superarlo; la superación del deseo se consigue recorriendo el «Óctuple Sendero». Éste indica las ocho direcciones que se deben tomar para llegar a la liberación total o nirvana: comprensión de las «Cuatro Nobles Verdades»; pensamiento justo, despojado de egoísmo, mala intención y rencor; palabra justa, absteniéndose de mentir, injuriar, y hablar más de la cuenta; acción justa, absteniéndose de matar, robar y fornicar; medios de existencia justos, absteniéndose de usar y fabricar armas, bebidas alcohólicas, juegos de azar, practicar sexo, etc.; esfuerzo justo; atención justa; concentración justa hasta llegar a un estado de desapego supremo. No obstante, la obligación del cumplimiento de estas premisas exige mayor rigor a los monjes que a los laicos.
En el budismo, no obstante, existen diversas variantes. Lo expuesto se refiere principalmente a su versión Theravada, o «Doctrina de los Antiguos». En el budismo Mahayana, el Dharma va más allá de las enseñanzas de Buda, tomando, al menos tres direcciones: Buda es más que las palabras que se le atribuyen, Buda dijo más cosas de lo que se pretende transmitir y Buda puede ser más que un simple guía que indica el camino. En el fondo, todos podríamos ser budas si comprendemos la vacuidad y la ilusión universales, y de este modo iluminar a los demás. Aquel hombre laico que habiendo captado lo anterior, consagra su vida a contagiarla a los demás, a ponerla a su servicio seria bodhisattva. Por tanto, existen muchos budas. El budismo en China y Japón es básicamente Mahayana con elementos tántricos. En el caso de Japón, tiene mucho arraigo el Zen, que es otra variante perteneciente a la escuela Mahayana. Su práctica se transmite ininterrumpidamente de maestro a discípulo, y en ella tiene mucha importancia la meditación. El tantrismo o budismo Vajrayana se refiere a un conjunto de practicas y especulaciones, de origen indio, con carácter fuertemente iniciático y esotérico. La finalidad de dichas especulaciones es obtener la liberación mediante el poder, y éste, a su vez, apropiándose de la energía sexual femenina uniéndose, a través de la mujer, con la diosa, energía femenina creadora y devoradora de la divinidad. Con la misma finalidad, el tantrismo utiliza fórmulas mágicas o mantra. Solo existe en estado puro en el Tíbet y en Nepal. Otra variante de esta religión es el budismo tibetano o lamaísmo, de corte sincrético, mezclando la doctrina clásica con elementos Vajrayana. Fue introducido en el Tíbet en el siglo vii por Padma Sambhava o Gurú Rimpoché, «el Nacido del Loto». Desarrollado en el Himalaya, es una de las escuelas budistas mejor conocidas y practicadas en occidente. Asociada a este budismo aparece la figura del lama, cuya relevancia no es solo religiosa, sino que en torno a ella se centraba la vida social y económica del Tíbet. Entre sus ritos, están los dedicados a la población laica para evitar el daño de las fuerzas del mal y promover cosechas exitosas. La adivinación y los exorcismos se encuentran entre ellos. Entre su parafernalia, no faltan los altares, mandalas, objetos de mano, gestos y cánticos, molinos de oración, instrumentos musicales, mantras, yoga, etc. De importancia central son los rituales de la muerte, con el fin de asegurar un renacimiento favorable y un buen camino espiritual en el futuro. Se basan en el «Libro Tibetano de los Muertos», escrito por el mencionado Padma Sambhava a partir de una revelación, que es toda una guía para poder llevar a cabo un buen viaje tras el momento del óbito. Entre las divinidades tibetanas se encuentran varias cuya morada se localiza en alguna montaña[1], si bien citarlas aquí sería excesivamente prolijo. En el budismo tibetano, el papel de la mujer es más relevante, desde laicas, monjas e incluso lamas influyentes. También como consortes tántricos de lamas masculinos, participando en prácticas sexuales asociadas a los niveles más altos.
Antes de la llegada del budismo, la religión autóctona del Tíbet era el Bön, que en algunos aspectos se asemejaba al budismo, debido al sincretismo, y en otros resultaba singular, sobre todo en su creencia en espíritus, demonios y dioses locales. Sus practicantes, que en la actualidad se estiman en unos 400.000 repartidos principalmente por el Tíbet, Bután, Nepal y el norte de la India, se llaman bonpos. Entre los aspectos prebudistas genuinamente originales de esta religión están el mito de su origen. Los bonpos creen que apareció en una tierra llamada Takzig, identificada por los estudiosos con Tayikistán, alguna región de Persia o con el monte Kailash. Sostienen que primero fue difundido en Zhangzhung, un reino al oeste de la meseta tibetana, y luego por todo el Tíbet. En cuanto a su cosmología, toda la realidad está impregnada por un principio trascendente bipolar, que por una parte es masculino y benéfico (Kuntuzangpo), y por otra femenino (Kuntuzangmo). Para alcanzar la liberación espiritual, hay que tener una visión de esta naturaleza. Según las enseñanzas Bön (Dzogchen), el mundo es una emanación de una conciencia pura, vacía y además surge espontáneamente. Todos los fenómenos sensibles son proyecciones ilusorias de esta conciencia. Esta verdad primordial solo puede ser percibida al trascender las aflicciones mentales. La incapacidad para reconocer esta verdadera naturaleza es lo que hace a las personas caer en ciclos de sufrimiento y reencarnación. El Bön es una religión panteísta que reconoce dos categorías de deidades. Por un lado, están los «Seres Iluminados», llamados también budas, que pueden ser pacíficos o iracundos. Dentro de los pacíficos, los más importantes son los «Cuatro Señores Trascendentes» (Deshek Tsozhia), que pueden adoptar diversas formas y manifestaciones. Entre los iracundos, los más importantes son los yidams. Se veneran también dioses menores, como los 360 Kékhö que viven en el monte Kailash. Al igual que el budismo tibetano, el Bön incluye en su panteón deidades protectoras. Por otro lado, y a inferior nivel, se encuentran los dioses domésticos y los espíritus mundanos. No obstante, el elenco es mucho más amplio del que aquí podemos mostrar. El conocimiento de esta religión llegó a occidente, sobre todo, con la diáspora tibetana, provocada por la invasión china del Tíbet en 1950.
El budismo, en la actualidad y en sus distintas variantes, lo practican unos 535 millones de personas. De ellas, unos 20 millones lo hacen en su versión tibetana, principalmente en Bután, Mongolia, Nepal, Tíbet, Manchuria y la India (Ladakh, Sikkin). En China, Corea y Japón compite con otras religiones orientales y con el laicismo implantado en la sociedad, con la llegada de la modernidad, y de la Revolución Cultural maoísta en el caso de China. No ocurrió lo mismo con las misiones cristianas, que en general fracasaron. En la India y Nepal declinó a partir del siglo xii en beneficio del hinduismo. Lo mismo ocurrió en Bangladesh, Pakistán, Malasia e Indonesia tras la expansión del islam. Por el contrario, el budismo permanece muy vivo y mayoritario en Sri Lanka, Birmania, Laos, Tailandia, Camboya y Vietnam.
Para los bonpos, el monte Kailash, conocido también como Kang Rinpoche («preciosa montaña de nieve») es el lugar más sagrado de la tierra, pues en su cumbre vive un poderosísimo mago llamado Naro Bon-Chung. Se localiza delante de la cordillera principal del Himalaya, en un elevado lugar de la meseta tibetana, muy cercano al noroeste de Nepal. En realidad, esta montaña es sagrada para cuatro religiones, pues hemos de incluir también al budismo, al hinduismo y al jainismo. En ella nacen cuatro ríos sagrados de Asia: el Indo, el Brahmaputra, el Sutlej y el Karnali, que posteriormente, ya en la India, se une al Ganges. La sacralidad de esta montaña está compartida con la del lago Manasarovar. Según la leyenda, Siddartha Gautama fue concebido en este lago, y a sus orillas habría meditado, lo mismo que Padma Sambhava. El lago sagrado tiene un perímetro de 90 km, tardando los peregrinos varios días en rodearlo. Frente al lago, se eleva el monte Kailash. La peregrinación al Kailash reúne a miles de fieles de las cuatro religiones, adornando todo el entorno de coloridas banderas de plegaria. Llevarla a cabo constituye un acto supremo, inefable y solo comprensible para quien es capaz de trascender al logos[2]. Al ser el hogar de diversas deidades, veneradas por unas u otras religiones, ascender a su cumbre sería un sacrilegio. Por ello, los peregrinos lo rodean a pie, siguiendo un recorrido de 54 km en total, que suele durar tres semanas. Budistas, hinduitas y jainistas realizan el camino en el sentido de las agujas del reloj, mientras los bonpos lo hacen al contrario. Entre los budistas, el monte es conocido como Monte Meru. Para el budismo Vajrayana, es la morada del buda Demchok, que representa la dicha suprema. Milarepa (1052-1135), una de las más importantes figuras del budismo tibetano, retó a Naro Bönchung, paladín de la religión Bön, a una carrera consistente en ascender al Kailash. Mientras Naro Bönchung subió la ladera sentado en un tambor volador, los partidarios de Milarepa se quedaron sin habla al verle sentado y meditando. Cuando Naro Bönchung todavía no había alcanzado la cima, Milarepa entro de repente en acción, adelantando a su oponente montado en un rayo de sol. De esta forma ganó el envite. Luego lanzó un puñado de nieve sobre la cumbre de una montaña cercana, conocida desde entonces como Bönri, que dejó a los bonpos como legado, asegurando de este modo que la región siguiera conectada con ellos. Lo cierto es que para los bonpos, todo el monte Kailash y su entorno sigue siendo el eje del mundo. Según otra tradición tibetana, cuando el lago Kokonor empezó a crecer desmesuradamente y a inundar su entorno, Padma Sambhava, el Gurú Rimpoché, que habitaba entonces en la cumbre del Kailash, lanzó desde allí una gran piedra que recorrió kilómetros por el aire, cayó al lago y taponó la fuente gigante que ocasionaba el desbordamiento.
En el Himalaya se encuentran centenares de montañas sagradas. Aun serían más si añadimos las de otras cordilleras asiáticas como Tian Shan, Pamir, Altai, etc., de modo que su enumeración aquí resulta imposible. La montaña más alta de la tierra, el Everest, es una de ellas. Para los tibetanos y los sherpas es Chomolungma, «la Madre del Mundo». Sobre la etimología de su nombre en tibetano se han barajado diversas hipótesis[3]. Una de ellas se referiría a Chomo, traducible como señora, y lung como «viento» o «lugar». Por tanto aludiría a la divinidad femenina que vive en el Everest, que además resulta sugerida por la nube que frecuentemente sobrevuela la cima de la montaña. Otra hipótesis supone el origen del nombre en una deidad llamada Miyolangsangma. Se trata de un dios menor del panteón tibetano, una de las «cinco hermanas de la larga vida», que conforme a los textos budistas habitan en los picos del Himalaya, a lo largo de la frontera entre el Tíbet y Nepal. Otra tradición tibetana dice que en la cima del Everest quedó abandonada la silla de oro de Padma Sambhava. Frente a la cara norte del Everest, y al pie del glaciar que lleva su nombre, se encuentra el monasterio de Rongbuk, a 5.100 m de altitud, el más alto del mundo, fundado por el lama Zatul y habitado en la actualidad por 30 monjes budistas y 30 monjas. En la vertiente nepalí del Everest, el lama de Rongbuk fundó el monasterio de Tengboche, en la región de Khumbu, habitada mayoritariamente por la etnia sherpa, de origen tibetano. En Nepal, la sacralidad del techo de la tierra no alcanza el nivel que tiene en el Tíbet. En nepalí, la montaña recibe el nombre de Sagarmāthā, traducido generalmente como «la madre del universo». El nombre se refiere no solo a la montaña, sino al parque nacional creado en su entorno. No obstante, para los sherpas nepalíes la montaña más sagrada no es el Everest, sino otra próxima, el Khumbila (5.761 m), situado en el centro del valle de Khumbu. Su sacralidad es tan respetada que no ha sido escalada hasta el momento. Por su ubicación, este monte domina los accesos a los más conocidos Everest y Ama Dablam (6.812 m), «el collar de la madre» en nepalí. La tradición sherpa dice que Khumbila fue un dios antiguo, sometido y convertido al budismo por Padma Sambhava.
En el estado indio de Sikkim se encuentra el Kanchenjunga (8.586 m), que en tibetano significa «los Cinco Tesoros de las Nieves». Es la tercera montaña más alta de la Tierra. Los habitantes de esta región tienen la creencia de que a este monte se retiró un dios, montado en un león, portando cinco tesoros: sal, piedras preciosas, libros sagrados, medicinas y una armadura impenetrable. En su cumbre habita Vaisravana, el dios budista de la abundancia, guardián de los cinco tesoros. Cuando el lama Lhatsun Chembo, el introductor del budismo en Sikkin, trataba de encontrar un camino en las montañas, Kanchenjunga tomó la forma de un ganso salvaje y volando le dio la bienvenida, dirigiendo sus pasos hacia Sikkin.
Podemos sacar a colación, en contraste con las cumbres más conocidas del Himalaya y del Karakórum, como el Everest, el Annapurna (8.091 m), el Nanga Parbat (8.125 m) o el K2 (8.611 m), otras montañas escondidas en los confines de Asia. Cerca de la parte más oriental del Tíbet, pero ya en China, se alza la cordillera de Amne Machin, cuya cota máxima alcanza 6.282 m, muy cercana al nacimiento del río Amarillo. Según la creencia popular en la región, el dios Machin Pomra es el cuarto hijo de Wode, el dios protector que vive en la montaña con 360 parientes divinos. Con el objetivo de defender al pueblo tibetano, Wode envió a su cuarto hijo a la región de Amdo donde luchó contra los demonios, bestias y espíritus malignos, a los que venció y ajustició. De este modo, las gentes del lugar pudieron vivir en paz y armonía el resto de sus vidas.
También el budismo Zen japonés tiene sus montañas sagradas en los montes Koya (1.885 m) y Hiei (848 m). El primero de ellos, situado al oeste de Osaka, es la montaña más venerada por los budistas japoneses de la escuela shingon. Se alza en un lugar que se suponía cubierto de lotos. En torno a ambas, se han erigido dos de los mas importantes centros monásticos de meditación, como el «Templo de la Montaña del Diamante», en el monte Koya. El monte Hiei se lozaliza al noreste de Kioto, albergando el templo principal de la escuela budista del Tiantai, por ser esta montaña la morada de su fundador, Dengyȫ Daishi.
En China se encuentran las cuatro montañas sagradas del budismo Mahayana chino: Tai shān (1.545 m), Huang shān (1.864 m), Emei shān (3.099 m) y Putuo shān (288 m). El monte Emei shān, situado al oeste de la cuenca de Sichuan, es la más alta de las cuatro montañas sagradas del budismo chino. Es venerado por considerarse el lugar de residencia del bodhisattva Samantabhadra. El Tai shān se localiza al norte de la ciudad de Tai’an, en la provincia de Shadong, y está considerado el lugar donde alcanzó la iluminación el bodhisattva Manjushri. El Putuo shān se encuentra en la isla Putuo, perteneciente al archipiélago Zhoushan, situado al sudeste de Shanghái. Su sacralidad está relacionada con el bodhisattva Guanyin. Cada año, se dan cita en el lugar, los días 19 de febrero, junio y septiembre del calendario lunar millones de personas para celebrar el nacimiento de este bodhisattva. Por su parte, el Huang shān se vincula con el bodhisattva Ksitigarbha. En Sri-Lanka se eleva el llamado Pico de Adán (2.234 m), que además de ser una montaña sagrada para el budismo, lo es también para el hinduismo, el cristianismo y el islam, pues sostienen que en su cima se halla la huella de Buda, Shiva, Santo Tomás y Adán respectivamente. Toda esta confluencia de credos está relacionada con la propia condición pluriconfesional de Sri-Lanka, ya que junto a los autóctonos cingaleses (budistas), han convivido tamiles (hinduistas) procedentes de la India, comerciantes árabes (musulmanes) y colonizadores portugueses, holandeses y británicos (cristianos). Su ascenso, realizado a modo de peregrinación por creyentes de las cuatro religiones, se realiza por una larga y empinada escalinata. En la cumbre se encuentra el templo que cobija la huella que imprime el carácter sagrado a esta montaña. Otra montaña sagrada para el budismo, y también para el hinduismo, es el Phnom Kulen (487 m), situado en Camboya, a unos 30 km al norte de Angkor Wat, el templo hinduista más grande y mejor conservado de los que integran Angkor. Dedicado al dios hindú Visnú, es mantenido, no obstante, por monjes budistas desde hace siglos. A la montaña acuden en peregrinación tanto budistas como hinduistas.
El hinduismo es la religión mayoritaria de la India, donde aproximadamente cinco sextos de su población lo profesan. Su origen se encuentra en una revelación anónima, asociada a un orden social muy estricto, pero a la vez dotado de visiones y prácticas complejos, con unos fundamentos muy singulares. A partir de una mentalidad india común, basada en axiomas existenciales como la reencarnación, el rango (varna) o el alma (atma), se despliega una gran variedad de rituales. Se podría decir que la religión de la India es un complicado entramado de creencias indígenas. Si hubiera que definir el término hinduismo, recurriríamos al término dharma, que es la vez un orden cósmico permanente al que están sometidos los seres y las cosas y el deber o estado al que está sometido cada uno conforme a su varna y al esfuerzo particular (ashrama) que le corresponde realizar en cada una de las cuatro etapas teóricas de la vida (estadio del «estudiante», estadio del «dueño de la casa», estadio del «retirado» y estadio del «renunciante»). Por tratar de concretar aquellos puntos comunes a esta compleja amalgama de creencias religiosas, podemos decir que solo se considera la existencia de una única divinidad o poder divino que adopta formas innumerables. Las principales son Brahma, el creador de cada universo; Vishnu, mantenedor y defensor; y Shiva, destructor y reconstructor. Cada uno de ellos adopta formas diferentes, llamadas avatares. Así, los diez avatares de Vishnú son: Matsia, Kurma, Varaja, Vamaná, Krisna, Kalki, Buda, Parasuram, Rama y Narasinja. La creación es cíclica. Después de la destrucción del universo anterior, Brahma crea uno nuevo, Vishnu lo mantiene durante un ciclo de nacimiento, crecimiento y declive, y Shiva lo destruye, comenzando de nuevo el ciclo. Por lo anterior, el tiempo también es cíclico. El mundo pasa por las etapas de nacimiento, crecimiento y declive, para ser finalmente destruido sólo para que, en un futuro lejano, aparezca de nuevo. La escatología hindú tiene su base en la reencarnación. Dependiendo del karma, que es la consecuencia de nuestras acciones en la vida presente, al morir el alma (atman) renacerá en una forma de vida superior o inferior. Mediante la devoción y el comportamiento correcto es posible en la escala de la reencarnación, alcanzar la liberación de esta ronda de existencias (samsara) producida por el karma y fundirse con la divinidad (mutki). En el hinduismo existen muchos libros sagrados. Los más antiguos son los Vedas, escritos en sánscrito entre los años 2000 y 600 a.C., y de cuyos autores no sabemos nada. Su contenido es básicamente teológico y ritualista. Otros libros importantes y posteriores son el Bhagavad Gita y los Upanishads. En el hinduismo son muy importantes los gurús, reflejo de la gran variedad de enseñanzas contenidas en esta religión. Un gurú o maestro es alguien que ha alcanzado la iluminación mediante el conocimiento y la práctica. Un hindú que quiera seguir un camino de oración, meditación y devoción, debe ayudarse de un gurú. Como hemos señalado, la panoplia de rituales es muy extensa, pero por señalar algunos diremos que antes del nacimiento y a lo largo de los primeros meses de vida se celebran muchas ceremonias, que incluyen la lectura de las escrituras al niño en el vientre materno, hacer su horóscopo cuando nace y cortarle el pelo por primera vez. Tras la muerte, los cadáveres son incinerados en una pira, los restos óseos no calcinados son machados con estacas, y finalmente las cenizas que quedan son arrojas al río sagrado, de los que el Ganges es el más sagrado de todos.
En la India también se profesa el sijismo en la región del Punjab, situada al sur de Cachemira y fronteriza con Pakistán. Este credo fue fundado por Gurú Nanak, entre los siglo xv y xvi, en unos de tiempos de conflicto entre el hinduismo y el islam, de ahí que tenga cierto carácter sincrético. Las bases de sus creencias y de sus prácticas incluyen la meditación constante sobre el nombre de Dios, creador de todas las cosas e ilimitado en el tiempo y en el espacio, el acatamiento de la guía de un gurú para no someterse al capricho, el rechazo al monacato, la adhesión sincera al dharma o rectitud moral y la creencia en la igualdad entre los seres humanos y en la gracia de Dios. La atadura a este mundo es la reencarnación y liberarse de ello es el fin último. Para el sijismo el tiempo es también cíclico. Su carácter es monoteísta, aunque el concepto de Dios sobrepasa cualquier definición humana, y solo se da a conocer a aquellos que están preparados para recibirlo. En lo concerniente a su escatología, cada individuo pasa por muchas reencarnaciones, si bien el hecho de nacer humano es señal de que se acerca el final del ciclo. En el momento de la muerte, Dios juzga a cada uno y puede decidir una nueva reencarnación o conceder el permiso para quedarse a su lado, si el alma es suficientemente pura. Al morir, el cuerpo es incinerado y las cenizas arrojadas a alguna corriente de agua. El libro sagrado de los sijs es el Sri Gurú Granth Sahib Ji, que recoge las enseñanzas de los diez gurús del sijismo. El lugar sagrado más importante para los sijs es el Templo Dorado, situado en la ciudad de Amritsar. El número de practicantes de esta religión se estima entre 25 y 30 millones.
En lo concerniente a las montañas sagradas para el hinduismo, Sagarmāthā procede del sánscrito, con el significado de «revolver del océano», y ello en alusión a Vishnú, ya que en uno de sus avatares tomó la forma de tortuga, para ayudar a otros dioses y demonios a extraer el néctar de la inmortalidad, lo que se conseguía agitando las aguas del mar. Como hemos señalado, el monte Kailash es igualmente sagrado para el hinduismo, pues se considera que es la morada de Shiva y de su consorte Parvati, el mítico monte cósmico Meru, el eje del mundo, del que se hace referencia en los poemas épicos del Ramayana y del Mahabharata. En la cara norte de la montaña se encuentra una canal que la recorre desde su cima hasta su base, flanqueada de resaltes rocosos que semejan escalones. Es la escalera de Shiva.
Según la mitología hindú, el lago Manasovar fue creado por Brahma con el poder de su mente, manas, y de ahí vendría su nombre. Relatan los textos sagrados del hinduismo que un océano celestial descendió sobre el monte Kailash, convirtiéndose en cuatro ríos. El océano celestial está relacionado con las leyendas que hablan del océano de leche primigenio del que los devas obtenían, al batirlo, el néctar de la inmortalidad, el amrita. También piensan los hinduistas que a orillas del lago Manasovar fueron escritos los Vedas.
En el Himalaya de Garhwal, al norte de la India, además de las fuentes del Ganges, se encuentran varias montañas sagradas para el hinduismo. El Nanda Devi (7.816 m), es el santuario de Parvati, «Nacida en la Montaña», la esposa de Shiva. El pico Trisul (7.150 m) es el tridente de Shiva, el símbolo de su poder. En las cercanías de Nanda Devi se sitúa el monasterio de Triyuginarayan, que alberga un antiguo templo en honor de Shiva y su consorte Parvati, pues cuenta la leyenda que contrajeron matrimonio en este lugar. El monte Shivling (6.543 m) es para los hinduistas el lingam de Shiva. El lingam es un símbolo fálico procedente de la antigua religión drávida. En toda esta región del Himalaya indio proliferan los templos dedicados a Shiva, y son numerosos los shadus, los ascetas de Shiva, que semidesnudos y mendicantes recorren las aldeas y los caminos. Llevan trazada en su frente tres rayas horizontales y portan un tridente, el trisul de Shiva. Fuera del Himalaya, en el sur de la India, se encuentra la montaña sagrada de Arunachala (814 m), que uno de los cinco lugares sagrados de Shiva. En su base se encuentra el templo de Annamalaiyar.
Finalmente, la cuarta doctrina religiosa que considera sagrado al monte Kailash es el jainismo. Su origen se encuentra en la India, en el siglo vi a.C., y su fundador fue Majariva. Sus creencias y cosmología contemplan numerosos conceptos, categorías, jerarquías, grados, etc. Lo más básico de su teología es: el transteísmo (idea de que el mundo es eterno y carece de principio); el ateísmo (el universo no ha sido creado por ningún ser supremo sino que es el resultado de leyes de la naturaleza, aunque existen ciertos seres sobrenaturales llamados devas, indiferentes a los humanos); el pananimismo (el universo es todo él una unidad viviente y todo ser posee alma). Para el jainismo, todos los seres, desde los microorganismos hasta los seres humanos, son dignos de respeto. La práctica jainista incluye la no violencia, el ayuno y la mortificación del cuerpo para destruir el karma y evitar las reencarnaciones. Los humanos, debido a su inteligencia y capacidad sensorial, tienen que actuar con responsabilidad sobre el resto de los seres vivos. La comunidad de creyentes incluye monjes y seglares. Los primeros se someten a una disciplina ascética más severa, con la obligación de tomar cuatro votos (no violencia, sinceridad, rectitud, renuncia a las cosas y a las personas), pero sin llegar a monopolizar la religión. La sacralidad del monte Kailash para los jainas tiene su origen en la creencia de que Majariva fue entregado a la cima de la montaña poco después de nacer, tras quedar sumida su madre en un profundo sopor. Allí fue bañado y ungido con óleos preciosos.
Entre las religiones genuinamente chinas, se encuentra el taoísmo. Su fundación se atribuye a dos personajes pseudohistóricos, Lao-Tsé (siglo v a.C.) y Chang Tao Ling (siglo II d.C.). En el taoísmo pueden distinguirse dos ramas, el religioso y el filosófico. Aquí, lógicamente, solo nos vamos a referir al primero. Su literatura sacra se compone de más cuatro mil libros canónicos, de los que cada escuela elige los que considera convenientes. Los taoístas creen, por encima de todo, en las fuerzas universales de la naturaleza, el ying y el yang. Mediante la tensión que existe entre ellas, se consigue mantener el movimiento del mundo. La idea fundamental es el tao, noción de unidad absoluta y a la vez mutable, que conforma la realidad suprema y el principio cosmogónico y ontológico de todas las cosas. A nivel popular, se reconocen miles de deidades, pero en ningún caso se tiene la creencia en un dios supremo. La creación, como evento, no es importante, pues el ying y el yang, como fuerzas, fueron creados de la nada, y no por ser divino alguno. Todo, incluida la vida, surge de ese par de fuerzas. Para el taoísmo, la noción del tiempo puede ser tanto cíclica como lineal. No habrá un fin del mundo. Lo único que hay es un viaje personal de reencarnación en reencarnación, o bien hacia la inmortalidad. El objetivo fundamental de los taoístas es alcanzar la inmortalidad, lo que no significa longevidad en plenitud, sino la vida en armonía con la naturaleza. Al morir, el alma es juzgada por un tribunal de dioses en el cielo y purificada por el castigo, para después renacer. Para algunas escuelas, mediante meditaciones adecuadas y ciertos alimentos, el cuerpo se hace inmortal y la persona vive para siempre. Al morir, el cadáver se entierra mientras se queman muñecos y elementos simbólicos del dinero y de los bienes materiales que serán de utilidad al difunto en su otra vida. Transcurridos diez años, el cuerpo es desenterrado y los huesos vueltos a enterrar en un lugar propicio. El número de fieles se estima en 173 millones, casi todos en China.
Los lugares sagrados del taoísmo son «las cinco montañas», posicionadas conforme a las cuatro direcciones cardinales de la geomancia taoísta. Para el taoísmo, las montañas son la morada de los inmortales que habían descubierto la manera de vivir en armonía con el Tao. Todas ellas se encuentran en China: Tai Shān (1.545 m), sagrada también para el budismo, es la montaña del este, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, para ascender a la cumbre andando hay que recorrer un camino de 6.600 escalones, con varios templos a lo largo del mismo; Hua Shān (2.160 m), la montaña del oeste, situada en la provincia de Shăxī, con varios templos en su cumbre y áreas cimeras; Heng Shān (1.290 m), la montaña del sur, realmente se trata de una sierra de 150 km de longitud, donde conviven templos budistas con la sacralidad taoísta; Bĕi Shān (2.017 m), la montaña del norte, de más difícil acceso para los peregrinos por su localización al norte del país; Sōng Shān (1.500 m), la montaña del centro, la más visitada por su posición geográfica, con numerosos templos budistas y taoístas en sus cercanías.
Otra religión genuinamente China y practicada en la actualidad por unos 110 millones de personas es el confucionismo, si bien más que una religión propiamente dicha es un sistema de pensamiento en el que a las creencias se le añaden practicas rituales y preceptos morales. Fue fundado por Confucio (551-479 a.C.) y predicado por sus seguidores tras su muerte. Se propagó primero por China y después por Corea. De ahí pasó a Japón a finales del siglo iii d.C. Las ideas de Confucio se conocen con el nombre de analectas. El canon del confucionismo descansa en los «seis clásicos» (libros de los Cambios, de las Odas, de la Historia, de los Ritos, de la Música y de los Anales de la Primavera y del Otoño). El confucionismo no se centra en la salvación del individuo por la sencilla razón de que en la vida social no hay nada que necesite ser salvado ni tampoco hay nadie que pueda salvar. Tampoco tiene clero, así que el culto es ejecutado por seglares, y no se destina a dioses, en los que no se cree. Se destina principalmente a los antepasados, pues implica la creencia de que las almas de los difuntos pueden beneficiar o castigar a sus descendientes. Su cosmología se basa en el taoísmo. La principal preocupación es encontrar la «Vía» que garantice el equilibrio entre la voluntad de la Tierra y la voluntad del Cielo, que no es una divinidad, sino un principio universal omnipresente, oculto e inefable. Sus ritos funerarios son más complejos que los del taoísmo, debido a la importancia concedida a la adoración de los ancestros. A diferencia del budismo, el confucionismo no tiene una concepción negativa del mundo. La inmortalidad no es algo que se pueda adquirir individualmente, sino que es un objetivo ya alcanzado por la sucesión natural de las generaciones. La única meta del ser humano es perfeccionar la humanidad cumpliendo con sus deberes de manera apropiada y correcta («el padre debe ser padre, y el hijo debe ser hijo»). Por ello, la sociedad debe estar regulada por un movimiento educativo en el doble sentido paterno-filial («amor paternal») y filio-paterno («piedad filial»). Quebrantar esta regla es el único sacrilegio definido para un confucionista. El confucionismo, en contraste con el budismo y el taoísmo, carece de montañas propiamente sagradas. Su lugar sacro de referencia es la ciudad de Qufu, situada en la provincia china de Shandong.
En Japón se profesa una religión propia, el sintoísmo o sinto, que convive con el budismo, profundamente identificado con la cultura japonesa. Su fuente más antigua es el Kojiki («narración de las cosas antiguas»), escrita hacia el año 712 por Ono-Yasumaro. En ella se narra la historia de Japón desde la creación del mundo hasta el año 628. Las cinco primeras divinidades del sinto surgieron espontáneamente del caos. Después de una serie de cópulas entre ellas nacieron Izanagi («el que invita») y su hermana Izanami («la que invita»), quienes agitando el mar crearon la primera isla en la salmuera marina. En ellas los dos hermanos descubrieron la sexualidad. El producto de su primera e incestuosa relación fue Hiruko («sanguijuela»), malformado e incapaz de ponerse en pie. En ulteriores acoplamientos engendraron las islas del Japón y los kamis, hasta que el kami del fuego quemó la vagina de su madre y la mató. El padre, enfurecido, lo decapitó, y de su sangre nacieron muchos más kamis. Luego descendió a los infiernos para recuperar a Izanami, lo que consiguió tras combatir con las «Horribles Arpías del País de la Noche». Una vez purificado del contacto con la muerte en el infierno, Izanagi engendró al kami más importante del panteón sintoísta, la diosa del sol Amaterasu («gran luminaria celeste»). Innumerables generaciones de kamis fuero salvando la distancia que separaba a las divinidades primordiales de los seres humanos. La veneración de los kamis es la base de esta religión. Se trata de espíritus sobrenaturales que existen en toda la naturaleza, manifestaciones omnipresentes de lo sagrado. Algunos de ellos son centrales para determinados ciclos míticos. El santuario sintoísta es la morada del kami que está vinculado a una porción de la naturaleza, ya sea montaña, bosque o cascada. Cuando el santuario no está construido en un espacio natural, es imprescindible que contenga un paisaje simbólico. El templo suele ser una estructura sencilla de madera, a la que a veces se incorporan elementos arquitectónicos chinos, como la característica pagoda, pero con unos elementos genuinamente propios, los torii. Se trata de unos pórticos que marcan simbólicamente la transición entre lo mundano y lo sagrado, y si se encuentran dentro de este último espacio, marcan niveles diferentes de sacralidad. Los tradicionales eran de madera o de piedra, pero hoy los encontramos también metálicos o de hormigón. El vínculo entre los torii y la cultura japonesa es tan estrecho, que se usan también en contextos no religiosos, como adorno o incluso como souvenir. Los ritos de purificación son esenciales, y consisten en determinadas abstinencias llevadas a cabo con anterioridad a grandes ceremonias, o bien en concomitancia de la menstruación y de la muerte. En la actualidad su práctica está reservada al sacerdote sionista que celebra el harai o rito de purificación por medio del haraigushi («varilla»). Los kamis pueden también ser peligrosos en potencia, por lo que se celebran ceremonias propiciatorias en los lugares donde se va a levantar una nueva construcción a fin de apaciguarlos. Tradicionalmente, las casas japonesas disponen de un kamidana o altar doméstico, en el que la presencia del kami del lugar es evocada por una serie de objetos simbólicos. Del sintoísmo, no obstante, existen varios tipos o escuelas, pero en su conjunto puede considerarse de manera simplista como una forma sofisticada de animismo naturalista en la que se venera a los antepasados.
La montaña más sagrada del sintoísmo es el monte Fuji (3.776 m), estratovolcán, situado a unos 100 km al suroeste de Tokio. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es símbolo y emblema de Japón. De acuerdo con la cosmogonía del sinto, Konohanasakuya-hime, esposa de Ninigi, personaje mitológico del que desciende la familia imperial japonesa y, por extensión, la tribu de Yamato o nación japonesa, es la deidad del monte Fuji, «la Diosa de los Árboles Floridos». En la actualidad, sigue siendo adorada en el santuario originalmente construido en su base para Ainu, «el dios del fuego», en el año 806 d.C., con la finalidad de aplacar las erupciones del volcán. Otra montaña sagrada para los sintoístas de Japón es el monte Miwa (1.532 m), localizado en la ciudad de Sakurai. Su sacralidad se remonta a tiempos muy remotos, encontrándose varios túmulos funerarios del periodo Kofun (250-538 d.C.) en sus cercanías. Al monte Miwa se le asocia el kami de la lluvia Ōmononushi.
Las montañas en las religiones nativas y precolombinas de América
Estudios comparativos ponen en evidencia la existencia de elementos comunes entre las religiones tradicionales y precolombinas de América, independientemente de la diversidad y sofisticación de sus ritos[4]. Muchas creencias tradicionales del nuevo continente se ajustan, con mayor o menor exactitud, a lo que se conoce como chamanismo. Según este culto, hay dos mundos, el material y el espiritual. El chamán es la persona capaz de comunicarse con el mundo espiritual cuando entra en trance, lo que puede conseguir mediante diferentes técnicas extáticas, como la utilización de substancias psicotrópicas naturales, la danza o determinados sonidos rítmicos. Se cree que el chamanismo apareció hace unos 8.000 años en Siberia, y que fue difundido por toda América por los pobladores del continente (paleoamericanos) que migraron, atravesando el estrecho de Bering, desde Siberia hasta Alaska, cuando el nivel del las aguas era más bajo debido a la glaciación.
Entre los elementos más o menos comunes a toda esta panoplia de religiones podemos mencionar algunos. Para muchos nativos americanos, la religión se concibe como una técnica psicológica destinada al mantenimiento y recuperación de la salud y de la armonía entre la persona y el cosmos. El reconocimiento del parentesco del ser humano con la naturaleza suele ser otro punto central. La práctica de la danza en las ceremonias constituye un aspecto importante en las religiones tradicionales de América. Lo mismo cabe decir de las plegarias, ofrecidas de diversas formas ceremoniales, ya sea fumando tabaco, dispersando polen desde un cuerno sagrado simbolizando la fecundación, recitando cánticos y letanías, etc., lo recuerda bastante a liturgia de los tibetanos. También son habituales los ritos de iniciación, a veces relacionados con el chamanismo. En lo concerniente a la cosmogonía, no faltan los héroes ancestrales, mitológicos y legendarios, fundadores del cosmos o de una determinada estirpe, constituyendo la base identitaria de la tribu o etnia.
En la actualidad, todavía se siguen practicando los cultos americanos tradicionales, ya sea en forma de sincretismo con el cristianismo, o en su versión original, por algunos pueblos indígenas poco contactados. No obstante, estos últimos se encuentran seriamente amenazados de aculturación y asimilación debido a toda una batería de agresiones, como la destrucción de su entorno para la explotación económica (minería, agricultura, ganadería, tala del bosque, obras hidráulicas, etc.), los conflictos bélicos, la expansión de cristianismo a través de los misioneros, etc. Un ejemplo paradigmático de sincretismo religioso es el de la Virgen de Guadalupe. Esta advocación mariana fue respaldada por el Vaticano, y proclamada patrona de Virreinato de Nueva España. No obstante, Fray Bernardino de Sahagún se percató de que los nativos aztecas adoraban a una deidad femenina, Tonantzin («nuestra madre»), que ya existía con anterioridad al surgimiento del imperio Azteca. La cristianización del nombre de Tonantzin por Guadalupe no engañó a los indígenas, pues incluso el antiguo día dedicado a la «diosa madre», el 12 de diciembre, se sigue celebrando como festividad. En el propio atuendo de la Virgen de Guadalupe se siguen reconociendo elementos de la religión indígena, como las estrellas que se encuentran punteadas en su manto azul, que asemejan granos de maíz tostados, por lo que, bajo el nuevo nombre de Virgen de Guadalupe, el oscuro semblante de la «diosa madre» sigue siendo el guardián celestial de los indios de América.
Habida cuenta del elevado número de religiones y etnias, incluso imperios, que han habitado, y habitan, el continente americano, y de la vinculación de sus creencias con la naturaleza, el elenco de montañas sagradas es considerable. Por ello, solo podemos dar cuenta de algunas de ellas, que consideramos las más representativas. En Alaska se eleva el monte Denali (6.190 m), nombre original y recuperado del anteriormente nominado McKinley. En las lenguas de los nativos de la zona significa «el Grande». Se trata del techo del Norteamérica. La supervivencia de los cazadores del noroeste, los Koyukon, depende de su intima relación con la naturaleza, y en especial con los ríos. Según uno de sus mitos, el pico Denali es una ola de piedras. En el origen de los tiempos, el estafador dios Raven adquirió la forma de un hombre joven. Habiendo tenido conocimiento de que una bella doncella vivía al otro lado del agua, embarco en una canoa para pedirle matrimonio, pero la doncella rehusó. Otra mujer le ofreció a su hija para tal propósito. La tomó en su canoa y comenzó a remar, pero la chica, en un alarde de arrogancia, se lanzó al agua. Como castigo, Raven la convirtió en barro. La madre se vengó disponiendo dos osos para que lo vapulearan y lo ahogaran, pero las aguas se levantaron y lo inundaron todo, pereciendo los habitantes del lugar. Raven utilizó sus poderes mágicos para allanar las aguas delante de él. Vencido por la fatiga del arduo avance, lanzó su arpón contra la ola y se desvaneció. Cuando despertó, se encontró con que la ola alcanzada por su arpón se había convertido en una pequeña montaña, pero debido a su trayectoria oblicua también golpeó a otra ola mayor, que se había convertido en el Denali («el Gran Monte»). En el estado de Washington, en noroeste de Estados Unidos, se encuentra el monte Rainier (4.392 m), también conocido como Tacoma. Varios mitos indígenas tribales se crearon alrededor de esta montaña, desde cosmogónicos hasta la consideración de la montaña como el «pecho de la madre» que alimenta a la tierra con su agua pura y fresca. El monte Marcy (1.628 m), cota más elevada del estado de Nueva York, era una de las moradas del «Gran Espíritu» para los indios iroqueses. En el estado de Dakota del Sur se encuentran las Colinas Negras (2.207 m), lugar sagrado central para los pueblos indígenas norteamericanos del medio oeste. En 1868 se estableció la Gran Reserva de los Indios Sioux al oeste del rio Missouri por medio del tratado de Fort Laramie, declarando las Colinas Negras territorio excluido de toda ocupación por el hombre blanco. Sin embargo, el descubrimiento de oro en 1874, trajo como consecuencia la llegada de mineros a las Colinas Negras, y tras ello la declaración de la guerra del mismo nombre, al unirse las tribus de los lakota, cheyenes y arapahoes en defensa de sus montañas sagradas. Su combate mas destacado fue la célebre batalla de Little Big Horn, en la que fue aniquilado el 7º Regimiento de Caballería de los Estados Unidos al mando del teniente coronel George Armstrong Custer. En la Baja California, en una ubicación fronteriza entre Estados Unidos y Méjico, se encuentra el cerro Cuchamá (859 m), monte sagrado y referente ideológico de la comunidad Kumiai, donde se honraba y rendía culto a las deidades de esta etnia. En el norte del estado de California se alza el monte Shasta (4.322 m), habitado por Skell, el «Espíritu del Mundo que está por Encima», que descendió desde el cielo a la cumbre de la montaña, a requerimiento de un jefe de las tribus Klamath. Skell luchó contra Lao, el «Espíritu del Mundo que está Debajo», que residía en el monte Mazama (2.484 m), situado en el estado de Oregón. Tratándose ambas montañas de volcanes, la lucha probablemente simbolizaba las erupciones. En el estado de Arizona se halla el monte Graham (3.267 m), sagrado para los apaches chiricahuas y coyoteros, y para todos los pueblos indígenas de la región. En 1988 el Congreso de los Estados Unidos autorizó la construcción de un observatorio astronómico en la montaña, lo que provocó las protestas de las cuatro tribus de Nación Apache. En el estado de Nuevo Méjico tenemos el monte Butte de Fajada (2.019 m), enclave sagrado para los indios anasazis, de los que se cree descienden los más conocidos indios pueblo, entre ellos los zuñíes y los hopis, si bien no se conoce con certeza si realmente hay continuidad étnica entre ellos. En esta montaña, y en otros roquedos próximos, se han encontrado abundantes petroglifos en los que destacan unas espirales con orientación astronómica, produciéndose fenómenos luminosos sobre ellas en los solsticios y equinoccios.
En la confluencia entre los estados mejicanos de México, Puebla y Morelos se encuentra el volcán Popocatépetl (5.400 m). Su nombre en lengua náhuatl significa «montaña que humea». Popularmente se le conoce también con el nombre de «Don Goyo», en alusión a Don Gregorio Chino, anciano de quien las gentes del lugar dicen que se aparece de vez en cuando y que es la personificación del volcán. Su presencia ocasional tiene por objeto asegurarse de que los habitantes de la zona actúen de buena fe y muestren respeto a la montaña, pues mientas así sea, la buena fortuna les sonreirá. Aun hoy, se le siguen entregando ofrendas al volcán, que son colocadas en enclaves rituales apropiados de la montaña[5]. Sin embargo, la leyenda más conocida en torno al Popocatépetl es la de la princesa tlaxcalteca Itzaccíhuatl. Por su gran belleza, un apuesto guerrero de nombre Popocatépetl, antes de partir hacia la guerra contra los aztecas, pidió al cacique del pueblo la mano de la princesa. La petición fue concedida, con la condición de que volviera sano del combate. Estando el valiente guerrero en plena contienda, un despechado pretendiente de Itzaccíhuatl le mintió a la princesa diciéndole que su amado había muerto. Presa del desconsuelo y la zozobra, pronto murió de tristeza. Cuando Popocatépetl regresó victorioso de la contienda, dispuesto a desposarse con Itzaccíhuatl, y recibió la funesta noticia de su muerte, el joven vago por las calles durante varios días y varias noches tratando de encontrar la forma de honrar a su amada. Por fin, recibió la iluminación y erigió una gran tumba amontonando diez cerros para levantar una enorme montaña, en cuya cima recostó el cuerpo de Itzaccíhuatl, la besó por última vez y con una antorcha en la mano se arrodilló para velar su sueño eterno. Desde entonces, ambos permanecieron juntos, hasta que la nieve los cubrió y se convirtieron en un enorme volcán, imperecedero e inmutable, hasta el final de los tiempos.
En cuanto a América del Sur, en Ecuador tenemos el Chimborazo (6.263 m) y el Cotopaxi (5.897 m), ambos estratovolcanes. En lengua quechua, Chimborazo viene a significa «el caliente nevado». Se trata de la montaña más elevada de los Andes septentrionales. En tiempos precolombinos, fue uno de los santuarios incas situados más al norte, al que se adoraba entregándole llamas como ofrenda, y celebrando el sacrificio de doncellas vírgenes en una ceremonia llamada capacocha, cuyo fin era hidráulico. Por una parte, asegurar el aprovisionamiento del agua que bajaba de la montaña, y por otra, atenuar la torrencialidad de las tormentas y la duración de los periodos de sequía. En 1802, Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland intentaron su ascenso. Aunque no consiguieron llegar a la cima, alcanzaron la cota de 5.875 m, que era la mayor altura a la que había llegado un europeo hasta entonces. El naturalista alemán dejó testimonio de su grandiosidad en una de sus obras[6], en la que también cuenta un extraño relato indígena: «Los indígenas de la provincia de Quito conservan una tradición que narra que una cima de la ladera oriental de los Andes, hoy llamada el Altar, y parcialmente derrumbada en siglo xv, fue antaño más alta que el Chimborazo». El Cotopaxi es la segunda mayor altura de los Andes septentrionales. Su nombre, en lengua quechua, significa «cuello de luna», y entre los pueblos andinos de Ecuador se cuenta que existe una rivalidad legendaria entre los volcanes Cotopaxi y Chimborazo por el amor de otro volcán llamado Mama Tungurahua. Al ser Chimborazo el que conquistó el corazón de la deseada, el Cotopaxi sigue activo como muestra de su enfado. En los Andes peruanos se encuentra el Huascarán (6.757 m), cuyo nombre en quechua significa «Nevado sobre el pueblo de Huashco». Según un mito andino, en su origen la montaña era una mujer que tuvo numerosos hijos. Su marido, llamado Canchón fue seducido por otra mujer de nombre Sutoc. Enloquecida por los celos, Huascarán castró a Canchón y huyó seguida por sus hijos. El mayor iba delante y cerca de ella, el menor el último y bastante alejado y el favorito cargado en su espalda. Cuando se sentaron a descansar, toda la familia se transformó en la Cordillera Blanca, y sus lagrimas originaron las fuentes del río Santa y Marañón. Si ha existido una montaña sagrada para los incas, esta es el Machu Picchu (2.430 m), situado al sur de Perú, a unos 80 km al noroeste de Cuzco, dominando un valle que en todo su conjunto fue sagrado. A los pies de la montaña, los incas edificaron la ciudad del mismo nombre hacia el año 1450. Un siglo después, la abandonaron tras la conquista española del imperio incaico. Dentro de la ciudad se encontraba el Intihuatana, «El Templo del Sol», y «La Habitación de las Tres Ventanas». La ciudad, en buena medida, ha sido reconstruida, ya que es uno de los principales alicientes turísticos de Perú, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1983. En Bolivia se encuentra el Nevado Illimani (6.460 m), en una ubicación cercana a la ciudad de La Paz, desde la que resulta bien visible, y además su silueta es el componente central de su escudo. Los aimaras lo llaman Illemana, que en su lengua significa «por donde nace el sol». Para la cultura aimara, el Illimani tiene la significación de Achachila («espíritu protector y proveedor de agua»), realizándose, tanto en la propia montaña como en los valles circundantes, ascensos rituales y ofrendas, de tipo propiciatorio, en los que no faltan la elaboración de sahumerios y los movimientos de manos del oficiante dirigidos hacia la montaña. Los desajustes provocados por el calentamiento global en los ciclos de hielo y deshielo, han sido interpretados por los pueblos indígenas de la zona como una muestra de ira y desagrado del Illimani. En la frontera entre Bolivia y Chile, y concretamente entre Uyuni y Atacama, se encuentra el volcán Licáncabur (5.916 m), elevado sobre unas de las regiones desérticas más áridas de la Tierra. A su pirámide, casi perfecta, ya accedían los incas en tiempos precolombinos para levantar altares y ofrecer sus plegarias y sacrificios. Posiblemente, fueron los primeros seres humanos en ascender semejante altura[7]. Las prospecciones arqueológicas han sacado a la luz abundantes restos relacionados con actividades ceremoniales en la montaña, como edificios construidos a la manera inca pirca, en la que las piedras se unen sin mortero, junto con cerámica y otros vestigios que los apuntan como escenarios de ritos capacocha, los mismos a los que nos referimos con respecto al Chimborazo, y que consistían en la ofrenda a los dioses de niños y niñas, de entre seis y ocho años, y pertenecientes a familias distinguidas. El sacrificio no se llevaba a cabo de forma violenta, sino que se abandonaba a los infantes drogados con coca en las alturas de la montaña para que perecieran de frío[8]. En misma cordillera de los Andes, entre Argentina y Chile, se encuentra el Nevado Ojos del Salado (6.891 m), segunda cima de América y de los hemisferios sur y occidental, y el volcán más alto de la Tierra. Por su ubicación, al este del desierto de Atacama, el clima de su entorno es muy seco. Tanto en su cumbre, como en las de otros volcanes cercanos, se han encontrado restos arqueológicos que ponen en evidencia la existencia de santuarios asociados a la cultura inca. En la provincia argentina de Mendoza se ubica el Aconcagua (6.960 m), la montaña más alta de América, y la más alta del mundo fuera del Himalaya y de las grandes cordilleras centroasiáticas (Karakorum, Pamir, etc.). A una cota de 5.300 m se encontró, en el año 1985, un enterramiento ritual, en apariencia incaico, con signos de haberse practicado un rito capacocha. Contenía un fardo funerario con la momia de un niño de unos siete años en el interior, acompañada de seis estatuillas típicamente incaicas. Los análisis genéticos del ADN mitocondrial del «Niño del Aconcagua», como ha sido bautizado, han revelado que perteneció a un linaje emparentado con los primeros migrantes que llegaron a América desde Asia.
Las montañas en las religiones nativas de África y Oceanía
Cuando hablamos de religiones africanas lo hacemos en plural, porque hay aproximadamente tres mil pueblos o etnias en el continente, y cada uno tiene su propio sistema religioso que, por lo general, penetra todos los aspectos de la vida. Allí donde se encuentra el africano, lleva consigo su religión[9]. Si hay alguna característica que permita definir a la mayoría de las religiones tradicionales africanas, ésta es su utilitarismo. Los pueblos indígenas africanos han establecido una relación compleja entre el sentido común (empirismo) y el pensamiento mágico. Conceptos como la magia, la brujería o los oráculos forman parte de un sistema intelectualmente coherente[10]. Más que incidir en el mundo objetivo, el principal propósito de la magia, tal y como la entendían los africanos, era combatir los poderes malignos de la brujería. La expansión del cristianismo y del islam ha afectado profundamente a las religiones tradicionales del África subsahariana y de Australia en los últimos quinientos años. En algunos lugares, los sistemas de creencias locales han desaparecido por completo bajo la influencia de la actividad misionera y del colonialismo. En otros, se ha seguido practicando, junto con las grandes religiones abrahámicas, en su forma original, o bien acomodado sincréticamente a éstas. No obstante, al igual que otros aspectos de la cultura de los pueblos indígenas africanos y de los aborígenes australianos, las creencias religiosas se encuentran gravemente amenazadas. Un ejemplo lo tenemos en la presión, a menudo ejercida de forma violenta, por los musulmanes de Sudán sobre los pueblos nativos de Sudán del Sur, como los dinka o los nuer.
En la introducción ya hablamos del Teide como la montaña sagrada de los guanches, los primitivos habitantes de las islas Canarias. Entre otras montañas también sagradas para los pueblos indígenas de África, podemos destacar el monte Kilimanjaro (5.895 m). Se trata de un volcán inactivo, situado en Tanzania, que constituye el techo del continente. Las nieves perpetuas que cubren su cima parece que inspiraron a Ernest Hemingway para escribir su relato Las nieves del Kilimanjaro, aunque debido al calentamiento global, es probable que pronto dejen de ser perpetuas. Una leyenda local refiere la existencia de un cementerio de elefantes en la cima de la montaña, donde había también una vaca sagrada llamada Rayli que producía una carne milagrosa de una glándula que tenía en su cola. Si algún humano tratara de robar la carne, y no fuera lo suficientemente rápido en sus movimientos, Rayli emitiría un enorme bufido que lo haría precipitarse hasta la llanura. El monte Kenia (5.199 m), situado en el país del mismo nombre, es la segunda montaña más alta de África. Para los principales pueblos que habitan alrededor, kikuyu, ameru, embu y masái, el monte Kenia representa un elemento simbólico importante para sus culturas. Para los kikuyu y los embu, la montaña fue la morada del dios Mwene Nyaga cuando cayó a la tierra. Por ello construyen sus casas con la puerta mirando hacia el monte Kenia. Para los ameru, es Kirimara («la montaña de los rasgos blancos»). Por su parte, los masáis creen que sus ancestros descendieron de la montaña en el principio de los tiempos. En su lengua lo llaman Ol Donyo Heri, que significa «la montaña de las rayas», refiriéndose a las sombras que se observan desde la planicie circundante. Una de las montañas más singulares de África, y de la Tierra, es el Pico Cão Grande (663 m), situado en el archipiélago de Santo Tomé y Príncipe. Se trata de una enorme aguja volcánica que se eleva espectacularmente por encima de la selva en la isla de Santo Tomé. Debido a su verticalidad, a la humedad que permanentemente impregna sus paredes y a la abundante presencia de ofidios, ha sido escalado pocas veces. De haber estado en cualquier otro lugar, esta montaña no habría podido pasar desapercibida para los habitantes de su área. Pero al ser la población de Santo Tomé y Príncipe descendiente de inmigrantes llegados a partir de 1485, los primeros de ellos judíos sefardíes, seguidos de africanos procedentes del continente (Gabón, Benín, Angola) y de colonizadores portugueses, el archipiélago carece de religión nativa. Por tanto, a la montaña no se le ha atribuido carácter sagrado.
Los volcanes Mauna Loa (4.169 m) y Mauna Kea (4.297 m), situados en Hawái, fueron dos montañas sagradas para los nativos hawaianos por creer que sus erupciones eran debidas a la vehemencia con la que el dios del fuego, Pele, discutía con sus hermanos. Pele, por cierto, tenía su morada en el volcán Kīlauea. En la isla de Borneo se encuentra el monte Kinabalu (4.095 m), cuyo nombre deriva de Aki Nabalu, que significa «el reverenciado lugar de los muertos». Esta montaña es un espacio sagrado para la población local que todavía profesa la religión nativa de la región de Sabah, perteneciente a la parte insular de Malasia. En Filipinas se encuentran dos montañas sagradas para la primitiva religión tagala. Una de ellas es el monte Makiling (3.580 m), localizado al sur de la isla de Luzón. Se trata de un volcán inactivo cuya sacralidad, todavía vigente para muchos filipinos que acuden a él en peregrinación, tiene su origen en un anito llamado María Makiling. En las creencias animistas filipinas, los anitos son unos espíritus procedentes de la naturaleza, de los antepasados o de origen divino per se, así como las figurillas antropomorfas, hechas de piedra o marfil, con las que son representados. La otra es el monte Banahaw (2.170 m), situado igualmente en el sur de la isla de Luzón, y también un volcán, pero en este caso activo. Se considera sagrado por la población local al suponerse santas las aguas de sus fuentes, debido a que poseen presuntas facultades curativas y protectoras. Es un lugar tradicional de peregrinación. La sacralidad no solo reside en sus fuentes, sino también en sus arroyos y en sus piedras. Los nombres cristianos de los santuarios erigidos en su entorno constituyen un ejemplo más de sincretismos religioso. De hecho, muy próxima se encuentra otra montaña llamada monte San Cristóbal (1.470 m), considerada la «montaña del demonio», alter ego del monte Banahaw.
La montaña sagrada para los aborígenes australianos es el monte Uluru (863 m). Se trata de una larga roca de arenisca roja situada en el centro de Australia. Por su emplazamiento, aislada en medio del desierto, por su llamativo color rojizo, y por su alagada silueta de 3,6 km de longitud y 2 km de anchura, ha llamado la atención de los pobladores de Australia desde el mismo momento de su llegada. Conforme a las creencias aborígenes, esta montaña representa el amanecer del mundo o «tiempo del sueño», que es un peculiar e inefable estado de existencia que deviene en realidad al producirse el «despertar cósmico». Sobre el concepto del «tiempo del sueño» descansa la mitología aborigen. En el «despertar cósmico», criaturas sobrenaturales crearon el mundo, donde antes solo había vacío, adoptando formas humanas, animales, vegetales, geológicas, hídricas o viarias. Estas últimas son los iwara, «caminos» que conectan los lugares al igual que se unen los pensamientos. Uno de los iwara más importantes pasa por el monte Uluru, por lo que los aborígenes australianos se consideran con la obligación de proclamarse guardianes de la montaña. Tras la colonización de Australia, se convirtió en un aliciente turístico, y en motivo de indignación y ofensa para los aborígenes. Por ello, sus colectivos y asociaciones han llevado a cabo reiteradas campañas para proteger y recuperar sus tierras y lugares sagrados, como el monte Uluru. En 1987 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
A modo de epílogo
Con independencia de nuestras creencias religiosas, y sin que este incompleto recorrido por las montañas sagradas del mundo pretenda convencer a nadie de nada, a muchas personas nos conmueve la contemplación de los paisajes de montaña. También a muchos, aunque tal vez menos, además nos embarga un propósito de conquista de las cumbres, alentado por la grandiosidad de su visión, y también por el misterio que entraña su lado hostil e inhóspito. Acerca de los sentimientos que nos despiertan las montañas, dejo aquí estas palabras del geógrafo anarquista Elisée Reclus[11]:
La adoración de la naturaleza existe todavía entre nosotros, mucho más viva de lo que se cree. ¡Cuántas veces un campesino, descubriéndose la cabeza, me ha mostrado el sol con el dedo y me ha dicho con solemnidad «allí está nuestro Dios»! Y también el mío, estoy tentado de decirle ¡Cuántas veces, a la vista de las cimas augustas que reinan por encima de los valles y las llanuras, no he tenido ingenuamente la tentación de considerarlas divinas!
NOTAS
[1] NEBESKY-WOJKOWITZ, R. 1993. Oracles and Demons of Tibet. The Cult and Iconography of the Tibetian Protective Deities. Tiwari’s Pilgrims Book House. Katmandu. Nepal, pp. 203-230.
[2] PANIKKAR, R.; CARRARA, M. 2018. Peregrinación al Kailasa y al centro de uno mismo. Ediciones Luciérnaga. Barcelona, pp. 22-23.
[3] BERNBAUM, E. 1990. Sacred Mountains of the World. The Sierra Club. Hong Kong, pp. 6-8.
[4] EVANS-WENTZ, W.Y. 1981. Cuchama and Sacred Mountains. Swallow Press/Ohio University Press. USA, pp.108-141.
[5] LORENTE FERNÁNDEZ, D. El cumpleaños de Don Goyo. Notas etnográficas de una subida al volcán Popocatépetl. Revista de Folklore nº 492: 23-44.
[6] HUMBOLDT, A. 1810 [2012]. Vistas de las Cordilleras y Monumentos de los Pueblos Indígenas de América. Universidad Autónoma de Madrid y Marcial Pons Ediciones de Historia S.A., Madrid, pp.209-211.
[7] MARTÍNEZ DE PISÓN, E.; ÁLVARO, S. 2014. Opus.cit., pp. 22.
[8] MERINO, A. 2021. Atlas de montañas legendarias. Editorial Planeta S.A. Barcelona, pp. 110-111.
[9] MBITI, J. 1990 [2007]. Entre Dios y el tiempo. Religiones tradicionales africanas. Editorial Mundo Negro, Madrid, pp. 1-2.
[10] EVANS-PRITCHARD, E.E. (1937) [1976]. Brujería, magia y oráculos entre los azande. Editorial Anagrama. Barcelona, pp. 475.
[11] RECLUS, E. 1880 [2008]. Historia de una montaña. El Barquero José J. de Olañeta, Editor. Palma de Mallorca, pp. 195.