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Los nahuas de la región montañosa de la Sierra Norte de Puebla, entre cerros cubiertos de niebla y ríos de aguas cristalinas, describen cómo las libélulas participan en la distribución de la lluvia. No se refieren a los insectos aislados que sobrevuelan las corrientes de agua o las pozas color verdoso de los arroyos y que se asolean sobre la vegetación de las orillas. Hablan de aquellos que forman densas nubes que recorren durante horas el cielo de la región, en ciertas temporadas. Al atardecer es posible ver estas formaciones de libélulas que atraviesan bosques y zonas pobladas de manera interminable.
Significativamente, los nahuas no llaman a estos animales «insectos». Lo usamos nosotros en el título de manera descriptiva, adoptando la taxonomía de la entomología occidental[1]. Los nahuas se refieren a estos seres como «animales del agua» (aokuilimej), en el sentido de que su vida está asociada al agua pero también a que comparten cierta condición ontológica con este elemento, de que son «animales de agua»[2]. Son animales vinculados con el agua de los ríos y a su vez con el agua de la lluvia que contribuyen a traer y a dispersar en la Sierra[3]. En tanto seres que habitan en los ríos se los asocia con un tipo de crustáceo fluvial, las acamayas, que viven en las pozas profundas y son muy apreciadas para el consumo. Sin embargo, las libélulas que traen la lluvia son un tipo de animales voladores, que efectúan recorridos estacionales de una manera colectiva y cuyo número en estos desplazamientos es elevadísimo, como cualquier nahua que levante la vista al cielo puede apreciar: se trata de una población de «trabajadores» benéficos cuya omnipresencia y manera de desplazarse despiertan admiración.
Los nahuas no parecen atribuir esta condición portadora de lluvia a una especie concreta de libélula. Lo importante es que la libélula se identifique con esas agrupaciones densísimas que recorren en grupo, cohesionadas, el cielo, como respondiendo a un propósito colectivo. Lo distintivo es su conducta gregaria cuando vuelan en enjambres, al unísono, coordinadas y en una dirección y época concreta, atravesando el cielo de la región.
La conversación que sostuve con un anciano de la comunidad de Ayotzinapan[4], vendedor en el mercado de Cuetzalan, es reveladora acerca de la naturaleza atribuida a las libélulas en la cosmología de esta localidad y, probablemente, de otras poblaciones vecinas. Las libélulas surgieron de forma espontánea en la charla cuando el narrador trataba distintas concepciones de carácter cosmológico y mitológico (Lorente 2022b, 2023). Reproduzco a continuación la conversación y un análisis de las concepciones e ideas implícitas surgidas en la misma y que remiten a la categoría de las libélulas como animales de agua portadores de lluvia. Que la conversación tuviera lugar un 16 de junio, poco antes de comenzar las precipitaciones pluviales en la región, influyó sin duda en su contenido[5]:
–Ya va a llover pronto –dije.
–Está esa nube de mariposas que pasa todo el día, desde la mañana hasta que baja el sol. Bueno, ahorita están yendo… pero dentro de poco se quitan y ya. Cuando llueve ya no andan.
–Nunca había visto tantas…
–Es sólo en este tiempo. En esta temporada. Eso ya va a pasar este mes de junio. Y el otro mes, en julio, siempre van a venir otros así… de agua también les nombran…
–¿De agua? –pregunté.
–Sí, porque andan en el agua, y luego se meten así [imita el movimiento del abdomen de la libélula cuando lo curva y lo introduce bajo la superficie del río para poner sus huevos].
–Pero es porque ponen huevos en el agua… –le digo.
–No. Nomás éste lo juegan. Lo juegan el agua. Así. Y tienen gusano, y la ala se junta en cuatro, o sea dos así y dos en el otro lado [imita las alas de las libélulas juntando los dedos índice y corazón de la mano derecha]. Ésos se van también. En julio empieza. El 15 de julio ya se quita otra vuelta. Se van cambiando. Sí, es por el agua. Viene la lluvia. Como dice la gente: lo van a mover ellos. Porque son de agua. Ellos traen la lluvia, desde aquí van a otro lado y a moverla, y ya viene el agua.
–¿Las mariposas también?
–También. Sí, los dos que trabajan. Son los encargados… Como ángeles así, como ángeles.
–¿Ángeles?
–Están con el San Juan Bautista, que es el que manda el agua.
–Porque ese día siempre llueve –digo.
–El 24 [de junio] llueve con truenos. Ese día es cuando empieza más fuerte la lluvia, sí.
–He visto en el río las libélulas.
–Van a pasar. Se ven bonitos. Pero no en fila, todo parejo, en todas partes andan. Si vas a otro pueblo, ahí andan todos. Millones. Sí, sí. Es como la acamaya cuando pone sus huevos, también millones. Así es esto.
–¿Y las mariposas?
–Empezaron ayer como a las 9 de la mañana, como a la una, pero se van apartando: cuando va amarillo, puro amarillo, puro amarillo, hasta que se acabe. Ya le sigue el rojo. Sí, como cafés también. Sí. Todos los colores se pasan. Hay muchos colores. Vuelan antes de la lluvia.
–¿Y de dónde vienen esos animalitos del agua, los otros, los que lo juegan el agua?
–De la orilla del río[6].
El narrador describe dos tipos de insectos voladores relativamente emparentados y sucesivos: las mariposas y las libélulas. Ambos atraviesan el cielo en grandes nubes y durante horas. La diferencia es que las mariposas pasan primero, en junio, y aunque se las pone en relación con las lluvias, su identificación y función no parece ser tan directa como en el caso de las libélulas. Pese a que «los dos trabajan», son «los encargados» y se los nombra «ángeles» en relación con San Juan Bautista (volveremos en un momento sobre esto), se precisa que las mariposas «cuando llueve ya no andan». Se dice que pasan primero volando en grupos que se identifican por su coloración: amarillas, rojas, cafés, «todos los colores». Las libélulas, a las que llama explícitamente «animales de agua», vuelan la primea quincena de julio, cuando las lluvias caen intensamente en la Sierra, y su denominación se explica por dos motivos: porque «andan en el agua», esto es, viven en ella, y porque «lo juegan el agua», mojando repetidamente su abdomen en el líquido. Se definen por «el gusano» y la posición y forma de sus cuatro alas. De ellas se hace explícita su naturaleza acuática y su función pluvial: vuelan a inicios de julio «por el agua […] lo van a mover ellos. Porque son de agua. Ellos traen la lluvia, desde aquí van a otro lado y a moverla, y ya viene el agua». La misma naturaleza que comparten las libélulas con el agua les permite «moverla». Su tránsito por el cielo se describe con un adjetivo valorativo –«se ven bonitos»– tal vez por su función benéfica, y se precisa la manera de desplazarse, enfatizándose su ubicuidad y su elevado número, poniéndose estas características en relación con un crustáceo que vive y se reproduce en los ríos, la acamaya[7]: ambos son acuáticos, prolíficos, ubicuos. «Pero no en fila, todo parejo, en todas partes andan. Si vas a otro pueblo, ahí andan todos. Millones. Sí, sí. Es como la acamaya cuando pone sus huevos, también millones. Así es esto».
La estrecha identificación de las libélulas con el agua no la presentan las mariposas, de las que no se alude a un origen o hábitat acuático, ni a una ontología acuosa, pese a indicarse su papel de «trabajadoras» al servicio de San Juan Bautista. Parecieran, más que traerla, anunciar el agua[8]. El aspecto distintivo es que las libélulas «son de agua», «mueven», «traen» la lluvia de otro lugar, adonde se desplazan en sus movimientos colectivos. Su viaje y regreso se asocia con el acarreo del agua que caerá después en la Sierra en forma de lluvia. Aunque no se nos dice el lugar del que las libélulas traen la lluvia, es muy probable que se considere que ésta procede del mar[9], que es el lugar al que acuden, se infiere, estos insectos de la Sierra Norte de Puebla a abastecerse de agua para tornarla a su regreso en precipitaciones pluviales. Los nahuas saben que las nubes de lluvia que arriban a la Sierra en la estación húmeda –entre junio y octubre– proceden del oriente, que es donde se encuentra el Golfo de México. La lluvia viene del mar, y de allí la traerían las libélulas que hacen llover en la Sierra.
Es importante resaltar una afirmación contenida en el testimonio. La designación de «ángeles» atribuida a las libélulas –y a las mariposas– y su subordinación con respecto a la figura de San Juan Bautista. Este hecho es muy revelador. Es de dominio común en la Sierra Norte de Puebla que San Juan Bautista, como indica el narrador del testimonio, es quien «manda el agua», y que los «ángeles» constituyen sus auxiliares. Llamar a las libélulas «animales de agua» y considerarlas «ángeles» en relación con la divinidad pluvial regional deja fuera de duda su carácter de seres participantes en el proceso atmosférico de recogida y distribución de agua en forma de lluvia. También la minuciosidad del narrador al describir las alas de las libélulas como rasgo distintivo es significativo: son precisamente las «alas» los elementos comunes a otros auxiliares de San Juan Bautista como dispensadores de lluvia, pues es aquello que estos seres «mojan» o «sumergen» en las aguas del mar para volver a la Sierra con ellas «empapadas» y agitarlas dejando caer el agua en forma de gotas. Los auxiliares-ángeles de San Juan Bautista deben volar y poseer alas.
En un rezo para pedir la lluvia destacan significativamente las palabras del ritualista: «Y ahora tú San Juan Bautista», «Tú eres el hacedor de agua», «Tú eres el mero dueño de esta agua / de los ríos / de aquellos grandes mares allá / Tú los estás mandando, / Tú los estás custodiando, / Por eso / por eso van estos cuidadores del agua, / estos hacedores de agua, / por favor, / dales el poder / que traigan (aquí) el Agua». Dice el ritualista: «suplica a (aquellos) que son los rayos», «que la traigan de allá donde hay agua», «tráigannosla de allá en el mar», «traigan el agua con sus alas»[10].
Los rayos o quiauhteyome, llamados también achihuanime, «hacedores de agua», son los principales «ángeles» de San Juan Bautista. En la Sierra Norte de puebla, a los rayos se los concibe como pequeños seres antropomorfos provistos de alas. No obstante, como vemos en nuestro testimonio, la categoría de «ángeles» incluye también a otros seres alados a los que se les atribuyen las mismas funciones pluviales y el mismo modo de conducirse: traer el agua del mar. Rayos y libélulas son seres alados de pequeño tamaño que comparten la categoría de «ángeles». Son «trabajadores» o «encargados» de San Juan Bautista que se desplazan colectivamente al mar para recoger agua y dispensar la lluvia. En el caso de las libélulas, el hecho de que su ontología se identifique con el agua y su hábitat y comportamiento se asocien estrechamente con este elemento parece convertirlas en seres particularmente aptos para extraer y conducir el agua por el cielo.
San Juan Bautista aparece en los relatos de la región como un personaje asociado con Tláloc[11]. Vive en las proximidades del mar y ostenta potestad absoluta sobre la producción y la custodia del agua; es el «hacedor de agua». San Juan envía los rayos, los vientos y la lluvia, mostrando su dominio sobre todos los fenómenos atmosféricos emparentados. El día de su fiesta en el calendario católico se corresponde con el momento de mayor apogeo de la estación húmeda, lo que se pone en relación con su poder sobre las aguas. Por eso se considera que ese día siempre llueve, o como decía el nahua de nuestro testimonio: «El 24 [de junio] llueve con truenos. Ese día es cuando empieza más fuerte la lluvia, sí». En tanto divinidad pluvial principal, coordina a sus ayudantes menores productores de lluvia que incluyen distintas categorías de seres y de actividades: los rayos y las libélulas se desplazan hasta el mar para traer el agua y dejarla caer sobre el terreno boscoso de la Sierra y las mariposas vuelan en los días iniciales de la temporada húmeda, cesando su vuelo con el comienzo de las lluvias. Estas entidades integran la denominación de «ángeles», de seres alados, que portan, o anuncian, las lluvias.
BIBLIOGRAFÍA
BEAUCAGE, Pierre y Taller de Tradición Oral del CEPEC. 2012 [2009]. Cuerpo, cosmos y medio ambiente entre los nahuas de la Sierra Norte de Puebla. Una aventura en antropología. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Plaza y Valdés.
LORENTE FERNÁNDEZ, David. 2021. «Introducción. La etnografía como método y como teoría: epistemología, rupturas, posibilidades» en David Lorente Fernández (coord.). Etnografía y trabajo de campo. Teorías y prácticas en la investigación antropológica. México: Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, Ediciones del Lirio, pp. 17-118.
LORENTE FERNÁNDEZ, David. 2022a. «Tortugas y cocodrilos. Animales acuígenos –creadores de agua– en Mesoamérica», Revista de Folklore 481: 29-44.
LORENTE FERNÁNDEZ, David. 2022b. «Los meteoritos o piedras de rayo entre los nahuas de la Sierra Norte de Puebla», Revista de Folklore 483: 81-87.
LORENTE FERNÁNDEZ, David. 2023. «El nacimiento del Sol y de la Luna entre los nahuas de Texcoco y de la Sierra Norte de Puebla (México). Breve comparación etnográfica de dos mitos contemporáneos», Revista Española de Antropología Americana 53 (1): 217-223.
LUPO, Alessandro. 1995. La tierra nos escucha. La cosmología de los nahuas a través de las súplicas rituales. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Instituto Nacional Indigenista.
PURY-TOUMI, Sybille de. 1997. De palabras y maravillas. Ensayo sobre la lengua y la cultura de los nahuas (Sierra Norte de Puebla). México: Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
SIGNORINI, Italo y Alessandro LUPO. 1989. Los tres ejes de la vida: almas, cuerpo, enfermedad entre los nahuas de la Sierra de Puebla. Xalapa: Universidad Veracruzana.
TAGGART, James M. 1997 [1983]. Nahuat Myth and Social Structure. Austin: University of Texas Press.
NOTAS
[1] Usamos descriptivamente este término para distinguir a las libélulas de otros «animales de agua» asociados con las precipitaciones.
[2] El término en náhuat que pude recoger para libélula es asisilipi, que evoca a un ser vinculado con el agua (Ramón Cortés Reyes, comunicación personal del 21 de enero de 2024).
[3] En otro lugar me he referido a estos animales mesoamericanos productores de agua o de lluvia – que incluyen otras categorías como las tortugas y los cocodrilos– con el neologismo de «acuígenos» (Lorente 2022a).
[4] Ayotzinapan («El lugar de las tortugas», llamada así por la abundancia de galápagos en el río) es una pequeña localidad vecina a San Miguel Tzinacapan, en el municipio de Cuetzalan del Progreso. Hicimos trabajo de campo en este lugar durante distintas temporadas en 2012 y 2013.
[5] Cabe destacar aquí la importancia del contexto temporal de las conversaciones entabladas en trabajo de campo: el momento y el motivo por el que un interlocutor habla de algo es, se aprecia, significativo (Lorente 2021).
[6] Ciudad de Cuetzalan, 16 de junio de 2013.
[7] Crustáceo de la familia Astacidos, denominado en náhuat kosolin, que se identifica estrechamente con los ríos (ueyat) y particularmente con las pozas de agua profunda (axoxouik).
[8] Nótese que el interlocutor del testimonio señala el tiempo de vuelo de las mariposas desde el día anterior a la conversación –el 15 de junio– hasta final del mes; por su parte, las libélulas volarían durante la primera quincena de julio, el momento de mayor actividad pluvial. Esta repartición de acuerdo al calendario y al ciclo de las lluvias –segunda quincena de junio, primera de julio– es significativa.
[9] Aunque no se menciona en la literatura etnográfica a las libélulas como seres de lluvia, un testimonio recogido por otros autores en Santiago Yancuictlalpan permite dialogar con los datos obtenidos por nosotros. En él el narrador presenta una interpretación personal acerca del significado de estas migraciones de insectos que, en ciertas temporadas, cruzan el cielo de la Sierra. Indican Signorini y Lupo: «A las ánimas de los difuntos les está concedido realizar cada año un viaje a la tierra, en forma de mariposa o de otros seres alados, dirigiéndose desde occidente hacia el mar: [y citan el testimonio de un informante suyo]: ‘Hay meses que bajan [de la Sierra], como ahorita en agosto bajaron unas palomitas [mariposas] blancas. Porque Dios Nuestro Señor, les abre la puerta para que vayan a pasear… Van hasta el mar, van a dar sus vueltas quién sabe dónde y llegan otra vuelta hasta allá. Y ahí primero pasan ésas [palomitas], después pasan esos helicopteritos [libélulas], los que pasan de manada […]. También, van allá, al mar, se van a bañar… Así está dispuesto en la escritura, que tienen que ir a bañarse cada año los espíritus de los difuntos’. […] Estos animales –concluyen los autores– hospedan el espíritu de los difuntos» (1989: 53). En nuestro caso, nada hace pensar en una interpretación semejante, elaborada tal vez por un interlocutor cercano a alguna religión de carácter revelado –como sugiere la afirmación «así está dispuesto en las escrituras»–, aunque la mención de la ida al mar en el testimonio es reveladora.
[10] Lupo (1995: 238-239, 236-237, líneas tomadas selectivamente de la súplica, en su traducción al español).
[11] Algunos autores registran que el personaje designado en la Sierra como San Juan Bautista era anteriormente una deidad náhuat, Nanahuatzin, que fue bautizada con el nombre del santo. Como indica Taggart: «Al bautizar a Nanawatzin como San Juan, los náhuat le han dado el nombre de un santo cuyo día en el calendario católico se encuentra en el apogeo de la temporada de lluvias» (1997: 61). Los nahuas sitúan la casa de Nanawatzin hacia el mar, y lo describen como «el capitán o líder de los relámpagos» o kiuteome, los pequeños auxiliares en forma de niños que contribuyen a traer la lluvia (1997: 96, 211). Indica Pury-Toumi (1997: 182): «Todos dicen, en la sierra, que en la temporada de lluvias se llega a escuchar, en las mañanas claras, antes de que despunte el alba, un ruido subterráneo, una especie de fragor que es interpretado como los esfuerzos que hace Nanauatsin […] Ellos sitúan ese ruido en dirección del mar». Beaucage (2012: 139) señala por su parte que «al acercarse la fiesta de San Juan, empieza la temporada de los grandes aguaceros (ueyikioujtaj). Primero truena (tatajtotoponi) cuando Aueuejcho [nota al pie: algunos lo llaman Nanauatsin] («el guajolote del mar») se esponja y sacude sus plumas en la orilla, retumba (tauiuiyoka) en la sierra. Los rayos lo han encadenado en el fondo del mar. […] Entonces, rompe sus cadenas, sale y lanza sus cohetes, que son los rayos y truenos, para celebrar. Por eso siempre hay tormenta el día de San Juan».