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Cerca de la ciudad de Oaxaca, en México, crece un árbol milenario de inmenso tronco y gruesas ramas con finísimas hojas en forma de plumillas. Aunque sus 42 metros de altura no lo hacen desmesuradamente alto, su diámetro es tan ancho que se necesitan más de 30 personas tomadas de las manos para rodearlo. Los 2000 años atribuidos a este coloso sitúan sus orígenes al comienzo de nuestra era, y su tronco ha ido creciendo hasta convertirse en el más grueso del mundo[1].
Alexander von Humboldt escribió de él: «Este árbol antiguo es aún más grueso que el ciprés de Atlixco, […] que el dragonero de las Islas Canarias y que todos los baobabs (Adansonia) de África»[2]. Su tronco proverbial atrajo también la atención de una serie de ensayistas del siglo xix, que dijeron del árbol: «Este coloso-vejetal da asilo á una multitud de habitantes de varias especies de animales. Cuadrúpedos, reptiles y aves, principalmente nocturnas, son los moradores de aquel recóndito y sombrío lugar. Es tal la espesura del ramaje que le rodea, que situándose uno en la parte superior del tronco, cree estar oculto en un bosque»[3]. El historiador, cartógrafo y geógrafo mexicano García Cubas lo inmortalizó en 1885 en una célebre ilustración de su Atlas pintoresco e histórico de los Estados Unidos Mexicanos: el tronco corto y anchísimo, coronado por ramaje colgante, casi de sauce llorón[4].
Santa María del Tule, el pueblo donde crece el árbol, fue anteriormente una inmensa laguna, un territorio anegado donde abundaban los tules. Tule es hoy la denominación local del árbol, aunque el término «tule» (tollin) proviene del náhuatl y refiere una planta acuática de lagos y pantanos, conocida como juncia o espadaña[5]. Uno de los mitos narrados en la población cuenta que en su origen el árbol no fue árbol, sino el bastón de un personaje de la cultura mixe, el Rey Kondoy. Este gobernante ancestral se encontraba en el cerro Cempoaltepetl cuando fue perseguido por una enorme serpiente y, corriendo, descendió hasta la llanura anegada. Al llegar, clavó o «plantó» su bastón, y éste comenzó a retoñar y reverdecer, al tiempo que se secaba la laguna. Toda el agua que anegaba el territorio se convirtió en el árbol del Tule[6]. El tamaño del árbol equivale al de la inmensa laguna. Es, pues, en el mito, «un árbol de agua», constituido por este elemento. Su origen explica una antigua concepción difundida en la población: «se cree que, si fuera destruido el árbol, el agua que contiene causaría tal inundación que acabaría con el pueblo». Una información recogida en el siglo xix es coherente con esta concepción: «que el agua de la antigua laguna se volvió ahuehuete, que por eso [el árbol] es tan grande y tiene tanta humedad»[7].
Otro mito sobre el origen del árbol, ahora de tradición zapoteca y no mixe, explica que fue plantado por Pecocha, un sacerdote o representante de Ehecatl, dios mexica del viento y las tormentas, en beneficio del pueblo, quien, procedente de Nicaragua, arribó hacia el siglo vi a las playas de Huatulco[8].
Las dos versiones míticas ponen claramente en evidencia la relación del árbol con el agua (más explícitamente la primera), y esto se vincula sin duda directamente con el hecho de que el árbol de Tule es un ahuehuete (Taxodium mucronatum Ten.). Los ahuehuetes o sabinos son árboles que muestran predilección por los ríos y los lagos, esto es, por los ecosistemas ribereños o riparios[9]. La palabra ahuehuete procede del náhuatl y significa «viejo del agua» (de huehuetl y atl), lo que remite tanto a su preferencia por los ambientes acuáticos como a su proverbial longevidad[10]. Es importante mencionar que, cuando no se asocia con las aguas visibles en la superficie de la tierra, la existencia de ahuehuetes puede indicar la presencia de ríos extintos o de aguas subterráneas desaparecidas, revelando así antiguos lugares húmedos en la geografía mexicana[11]. En cuanto a su antigüedad, se lo vincula en distintos contextos con los antepasados o con la ancestralidad[12].
El de Santa María del Tule es el más antiguo de México y pareciera representar el ejemplo paradigmático en el que las dimensiones vegetales, el vínculo con el agua y la longevidad son puestos localmente en relación inextricable con el «poder» y la «fuerza» que se le atribuyen al árbol.
Etnografía del árbol del Tule
Tuve ocasión de visitar el ahuehuete en dos ocasiones diferentes: hace 26 años, durante una breve estancia que efectué en julio de 1996 y, con mayor detenimiento, en agosto de 2022, cuando el árbol constituía el primer recurso económico-turístico de la población[13]. El ahuehuete no presentaba a simple vista cambios sustanciales, pero sí la población de Santa María que lo rodeaba: de erigirse el árbol en un terreno baldío junto a la iglesia donde niños provistos con fragmentos de espejos hacían reflejar un rayo de sol sobre el tronco en penumbra buscando iluminar las figuras de la madera a un árbol que se erguía en un atrio bien pavimentado, rodeado por una reja perimetral, con una taquilla donde adquirir el ticket de entrada y multitud de puestos y tiendas de «artesanías» a unos cuantos metros, junto a un servicio de niños-guía que, uniformados y con gafete, esperaban su turno para enseñarle las mismas y nuevas figuras al visitante, provistos ahora de punteros láser.
En las dos ocasiones observé que la atención colectiva giraba en torno al tronco del árbol. Al igual que en el mito acerca del Rey Kondoy, el aspecto culturalmente relevante lo constituía la parte central del árbol: allí residía su «particularidad», allí había quedado convertida en madera la laguna y de allí emergían las figuras caprichosas en las que se buscaba concentrar la atención del visitante.
El enorme tronco se eleva hacia las ramas como una amalgama multiforme, suerte de pilar globulado saturado de multitud de protuberancias y excrecencias[14]. Rodeando la circunferencia arbórea, los niños-guía van identificando una serie de figuras que establecen canónicamente en más de 20. Cabe destacar que la gran mayoría de estas figuras son animales –leones, focas, guajolotes, una serpiente enrollada, cocodrilos, la cabeza de un venado, ardillas, delfines, osos hormigueros, elefantes, las patas de una jirafa, gorilas y «la figura más grande del árbol: un pez espada»–. Aunque también se enumeran dos figuras fitomorfas –una penca de plátanos, la cabeza del ajo– y cuatro antropomorfas –los tres Reyes Magos, la cara de un hombre enojado, el clavadista, Cristo crucificado– es evidente la notable preeminencia de elementos animales. Cabe destacar que estos animales no aparecen estáticos, sino plasmados y descritos en movimiento. Se los nombra siempre siguiendo una fórmula que distingue sus extremidades asociadas con la vida y el dinamismo, que los presentan como seres con agencia, actuantes: «el cocodrilo: su ojo, su trompa, su cuerpo, sus pies están metidos en el agua», «el rostro de una ardilla: el ojo, la nariz y la boquita abierta, la orejita», «la melena del león, el ojo, la nariz, el hocico abierto», «el delfín entrando al agua: su aleta, su cara y su cola». El esquema morfológico se repite con el oso hormiguero «este es el cuello, la orejita, el ojo y la trompita», el elefante «estas son las patas, el cuerpo, el ojo, la trompa y la boca», el guajolote, la serpiente enrollada, etc. Perece deliberado describir a los animales formados por la suma de sus partes, que aparecen en movimiento o listos para actuar. En las descripciones de los niños, presentados como imágenes sucesivas, los animales aparecen animados, como si vivieran a lo largo del tronco del árbol, alrededor.
Se infiere de este retablo zoológico que el árbol milenario constituye un ser demiúrgico, una suerte de entidad creadora de nuevas formas de vida. El tronco del ahuehuete se concibe así configurado como un cuerpo vegetal del que emergen, cual fastasmagorías, los más variados seres: nacidos de su interior, tornan a manifestarse en su corteza perimetral y sus ramas pugnando por cobrar fisonomía. Es posible que el ahuehuete milenario sea capaz de producir figuras debido a su naturaleza original: lejos de ser un árbol, era el objeto distintivo de un personaje de poder. «El bastón del Rey Kondoy», dijo un niño, «técnicamente está en el medio» (del árbol, como bastón mítico del que surgen las figuras). Algunos niños indican que estas figuras «salen» del bastón que es el tronco y lo van cubriendo todo alrededor.
El árbol milenario es un productor de vida que se plasma, en primer término, en estas figuras que se esbozan, sacando sus extremidades –nunca todas por completo– del interior del árbol. Se insiste en que las figuras derivan de su naturaleza, pero principalmente de su edad: «las figuras se le van formando con el tiempo naturalmente». Las figuras fueron una consecuencia del «envejecimiento» del árbol.[15] Es significativo al respecto el comentario de uno de mis guías, un niño de 12 años. Señaló uno de los árboles menores en relación con el árbol milenario que crecen en sus inmediaciones, a un lado de la iglesia, y al que designó como «hijo», añadiendo que «le había encontrado una figura», que tenía «forma de calamar», como me enseñó. Así pues, para el niño la longevidad del árbol estaba en relación directa con la creación de figuras que «aparecían» progresivamente en su tronco. Al compartir el «hijo» del árbol milenario la naturaleza extraordinaria de su progenitor, se infería que con su envejecimiento comenzaría igualmente a «manifestar» figuras, es decir, a producir nuevas formas de vida.
Una segunda facultad del árbol milenario ligada con la producción de vida era su capacidad para generar descendencia. A uno de sus flancos se hallaba «el hijo» y a otro lado «el nieto». Tal facultad reproductiva del árbol milenario aparece también referida en las fuentes del siglo xix, donde se divaga acerca de la progenie vegetal del mismo. Escribe Villaseñor en 1892:
A un costado de la pequeña iglesia y al sureste del árbol grande, en el mismo cementerio se encuentra otro árbol que sólo tiene doce metros de circunferencia, y que los naturales llaman el hijo. Hay otro hijo en la casa del Presidente Municipal, de once metros, y en diversos lugares del pueblo se ven otros más pequeños; de cuatro ó cinco metros, y que están clasificados en la categoría de nietos[16].
Y agrega Conzatti en 1921:
Este ejemplar no es el único que se encuentra en el pueblo; a poca distancia de él hay otros dos muy corpulentos –aisladamente considerados, por más que resultan raquíticos si se les compara con el Gigante– uno (el «hijo») a la derecha y en el mismo atrio de la iglesia, y otro (el «nieto») a la izquierda, en un solar contiguo. Los tres se hallan sobre una línea recta, dirigida de SE. a NO.[17].
Nótese que el número y las ubicaciones de los «hijos» y los «nietos» varían con el tiempo. Hoy se dice que el ahuehuete milenario tiene «un hijo» y «un nieto», vinculados por filiación con él. Al indagar en cómo se habían originado estos árboles, me brindaron las siguientes explicaciones. De acuerdo con una niña, habían sido engendrado por raíces subterráneas, y de acuerdo con un niño, mediante semillas procedentes del árbol principal. Al preguntarle a la niña si el ahuehuete milenario era «macho» o «hembra», y cómo procreó su descendencia, se quedó pensando y dijo que era «padre-madre», y que los había procreado él mismo. Un único árbol era el origen de una estirpe que contaba con un «hijo» y un «nieto». De esta manera, las nociones de capacidad genésica del árbol se manifestaban en este hecho de tener progenie, de procrear una descendencia que abarca dos generaciones (el nieto lo producía, nótese, el propio árbol, y no el hijo de aquél). De manera significativa, se aplicaba una terminología de parentesco humana a un ser que, antes que ser definido como «vegetal» en este contexto, era calificado como la integración de una dualidad complementaria: era un ser «padre-madre» que procreaba «hijos» y «nietos». «Se le conoce como el padre y la madre», dijo la niña. Las nociones de «crianza-cuidado» y de «protección» podían estar implícitas en este ser materno-paterno, engendrador, cuidador y protector. La fertilidad se manifestaba no sólo en las figuras, sino también en esta concepción reproductiva[18].
Significativamente, estas ideas sondeadas recurriendo a los niños parecían hallarse más extendidas en Santa María: los murales pintados en la pared de dos casas del pueblo insistían gráficamente en dos aspectos: el hecho de crecer (originalmente) junto al agua –su origen como bastón–, y la descendencia vegetal del árbol: el «hijo» y el «nieto» a su alrededor.
El ahuehuete aparece asimismo definido como un ser productor de «vida» en un hecho que me fue puesto de relieve: la fauna diversa que era capaz de mantener y albergar debido a sus oquedades y al frondoso follaje. El árbol milenario cobija a distintos animales, que se refugian en él. «Es un lugar grande donde se protegen muchas aves; como tiene huecos para habitar, ahí las aves hacen su nido, recogen hojas que se van cayendo y las meten en los agujeros», me dijeron. No sólo palomas, búhos lechuzas y otros pájaros que revolotean en las alturas; un sinfín de abejas que salen de los panales construidos sobre sus ramas y otros pequeños insectos pululan en torno al árbol. Podría decirse que, en cierta forma, el árbol «cría» a estos seres, pues les brinda cobijo, protección y alimento. La existencia de esta fauna –nutrición, refugio, protección– se pone en relación directa con la «vida» del árbol.
Es interesante mencionar que el árbol es siempre descrito morfológicamente atendiendo a su configuración vegetal. Se habla de «tronco», «ramas», «raíces», «hojas» y «frutos», y no de «cabeza» o de «pies», como ocurre en otras tradiciones culturales mesoamericanas donde ciertos seres o elementos del entorno se describen en los términos de un cuerpo humano. No hay una antropomorfización de su fisonomía. El énfasis parece depositarse en el respeto de su voluntaria conformación arborescente. Si una rama se seca, se le deja unida al tronco sin cortársela hasta que se desprende de forma natural. Y las que sobresalen por encima de la reja que circunda el árbol se perfilan con cintas de plástico para desviar a los transeúntes, como si se tratara de un ser al que se permite extender su cuerpo sin «molestarlo» ni intervenir en su crecimiento. Estas medidas de «respeto» al árbol parecen sustentarse en la idea de que su configuración respondiera a una voluntad deliberada o intencionalidad arbórea. «Y de hecho, como el árbol sigue creciendo, hay ramas que no aguantan el peso y se van bajando, pero como está prohibido cortarle ramas, no se le puede cortar nada. Prefieren que se corten naturalmente, por sí solas. Las hojas secas del árbol no las quitan, las dejan. Yo nunca he visto que las quiten. Y hay avisos: que si le haces daño al árbol, puedes ir a la cárcel para toda tu vida», me dijeron.
La noción de no tocar ni modificar el árbol, ni interactuar en consecuencia corporalmente con él –en el sentido de entrar en contacto el «cuerpo» de un individuo con el tronco o las ramas del árbol– implica una clara divergencia entre las prácticas de los pobladores y de los turistas y visitantes. Una niña me confesó que los había estado observando atenta: «Se ha dado la ocasión en que los turistas llegan y lo abrazaban mucho, y yo mi curiosidad era preguntarles por qué lo hacían. Y muchos me decían como que los ayudaba protegiéndolos, por la edad, que otros abrazar a un árbol de más de 2000 años los llenaba de sabiduría… Entonces eso ya va dependiendo de la creencia de cada turista. Pero acá la población no tienen ninguna creencia».[19] Se aprecia que estas prácticas carecen de sentido para los niños y no encajan en su concepción del árbol. En Santa María no se le dirigían peticiones ni ofrendas individuales al ahuehuete. En cambio, los turistas se acercaban, tocaban el extremo de las ramas (y cortaban, si podían, algunas hojitas), o rezaban y hacían peticiones al árbol. «La gente no reza al árbol; le rezan a la virgen. Las personas de acá no se persignan». Ante mi insinuación sobre la facultad comunicativa del árbol, uno de los niños agregó que el ahuehuete milenario no habla, no canta, no aparece en sueños. De hecho, el día de su fiesta no era fácil conocer su opinión sobre las ofrendas, porque no hablaba. El árbol manifestaba, obviamente, agencia e intencionalidad, como ser animado y genésico que era, pero lo hacía en otros términos, de acuerdo con los pobladores.
En Santa María, la relación ceremonial con el ahuehuete se efectuaba de manera colectiva; era el conjunto del pueblo el involucrado en la relación con el árbol. No era de individuo a árbol, sino de toda una colectividad al ahuehuete milenario. No obstante, esta relación de la totalidad del pueblo no se daba sobre los hechos directamente, sino mediada por un Comité del Árbol. Estaba formado por un presidente, un tesorero, una secretaria, un inspector y otras personas elegidas anualmente. El comité gestionaba los 20 pesos que pagaban los visitantes y los dirigía al mantenimiento del árbol, lo que incluía principalmente pagar el agua con que vivía el ahuehuete. «Ya no hay agua, pero le meten agua debajo, lo riegan subterráneamente, y los sábados y domingos lo riegan con los aspersores», dijo un niño. «El árbol llega a consumir hasta más de 10.000 litros por semana, dependiendo de la temporada del año en que estemos», explicó un poblador adulto. La vida del árbol dependía así en cierto modo del pueblo que redirigía los ingresos obtenidos de los visitantes por medio del comité para convertirlos en el agua que nutría al ahuehuete milenario. «Si lo hacen mal su trabajo, pues le afecta al árbol, y puede que lo cambien al comité por reemplazo». El comité también se encargaba de pintar la reja y de otros aspectos, como la organización de los niños-guía y los acuerdos para mostrar las figuras[20].
El segundo lunes de octubre se celebraba la Fiesta del Árbol para retribuir, como agradecimiento, que el árbol atrae a los turistas y de él vive la población. Se trata de una fiesta semejante a las que se brindan a otro tipo de entidades poderosas asociadas con la existencia comunitaria y podría inferirse de ella cierta concepción sobre cómo es concebido el árbol en su naturaleza de entidad tutelar de la población. Se lo tiene por un dispensador de recursos, un dador tanto de prosperidad como de bienestar colectivo. Pareciera que la fertilidad que se atribuye al ahuehuete en otros contextos está aquí representada por el dinero, en un flujo que viene de fuera hasta el árbol, y que la comunidad agradece con la fiesta (y los cuidados cotidianos que le prodigan al mismo). De manera significativa, distintos niños expresaron esta idea en forma de ciclo, como un flujo de dinero que llega atraído por el árbol y se redistribuye alrededor, expandiéndose a su vez más lejos y regresando de nuevo. Una niña denominó a este fenómeno «vuelta el comercio», y explicó:
Digamos que el árbol ayuda económicamente a la comunidad porque atrae al turismo. Llegan los turistas, consumen en los pequeños puestos alrededor, les proporcionan comercio a los mismos de la población de acá, los mismos de la población así cuando salimos a diferentes lugares les proporcionamos como el bienestar o el dinero a otros, y así. Y entonces prácticamente como que se va dando vuelta el comercio. Se dice que el árbol es el que ayuda a la población[21].
De esta manera, se considera que el ahuehuete atrae dinero que redunda en la prosperidad de la población. Pero este dinero también es necesario para la propia supervivencia del árbol. Dado que, para transformarse en árbol, el bastón del Rey Kondoy había secado toda la laguna, se asume que al ahuehuete hoy ya no le es posible extraer más agua, por lo que ésta le debe ser suministrada en grandes cantidades por el hombre. El agua es inicial, primera, y es el árbol quien la seca y crece frondosamente, agotándola. Un niño lo expresó explícitamente: «Lo único que le va a afectar es que dejen de venir turistas, porque con eso se mantiene con vida, con eso compran agua». El efecto de atracción que ejerce el árbol sobre los turistas-dinero le beneficia a sí mismo y le beneficia al pueblo. Pero es el pueblo el que recibe recursos del árbol: «y el turismo puede pasar a probar a diferentes puestos, entonces le va como haciendo el comercio a los mismos pobladores». Los recursos aportados por el árbol milenario, atraídos debido a su agencia e intencionalidad, se dividen en dos partidas: los 20 pesos de la entrada que contribuyen a la supervivencia y bienestar del árbol[22] y los que circulan en los alrededores del recinto perimetrado donde éste se desarrolla, que brindan prosperidad y riqueza a la población.
Cabría decir que el ahuehuete milenario pasó de ser concebido como un «árbol de agua» en su conformación como ser constituido de este elemento, debido a su tamaño y su humedad, a derivar actualmente en un árbol que atrae un tipo de recursos de naturaleza económica –fértiles, fecundos– para sí mismo y para la población. Escribía Bolaños en 1857:
Este árbol singular tiene grande abundancia de jugos saviales. Por la concavidad que mira al Sur está continuamente destilando la agua, á la manera que se ve muchas veces en las hendiduras de las peñas. Los indígenas del pueblo tienen ciertas preocupaciones sobre esta materia. Algunos creen que al pie del enorme sabino hay un subterráneo por donde pasa un rio cuya agua absorbe el palo y la vierte por diversas partes de su tronco: sostienen que aplicando el oído en el silencio de la noche, sobre la tierra cerca de él, se oye el ruido de una corriente que se precipita[23].
Hoy en día lo que atrae el ahuehuete es el dinero, entendido como una «fuerza» que vehicula en sí misma una serie de potencialidades asociadas con la fertilidad y la prosperidad.
Significativamente, en la Fiesta del Árbol es también el tronco el aspecto destacado, pues es a su alrededor donde se cuelgan los dones y ofrendas dispensados. Una larguísima guirnalda de hojas ciñe por entero su perímetro y, engalanado de esta manera el ahuehuete, de ella se cuelga una diversidad de productos alimenticios, a la manera –recuerda la imagen– de un árbol de la vida: gran árbol de los mantenimientos: tlayudas, sombreros, botellas de licor… Se interpretan Las Mañanitas y se hace un «ritual» de puertas abiertas en el que se propicia la convivencia de los asistentes mientras los pobladores reparten «el cariño», que incluye mezcal, tepache, téjate, poleo y collares de buganvilias. Un niño explicó: «Es prácticamente su cumpleaños, y dejan entrar gratis». Una niña añadió: «Y es cuando a ustedes les permiten pasar a abrazarlo. Se le adorna alrededor y dejan que pasen los turistas a darle su abrazo de cumpleaños». La fiesta de retribución al árbol por la prosperidad brindada al pueblo en forma de recursos monetarios incluye también «a los turistas», «a ustedes», que pueden –se entiende que en una práctica coherente con la manera de percibir el árbol de aquéllos– darle el abrazo de cumpleaños.
BIBLIOGRAFÍA
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NOTAS
[1] «Este árbol se cree que es más antiguo que la edad de Cristo», dicen los pobladores (4-8-2022). Algunas ideas preliminares de este texto fueron presentadas en Lorente (2020).
[2] Humboldt (2014 [1822], lib. III, cap. viii: 171).
[3] Bolaños (1857: 363).
[4] García Cubas (1885: Carta Agrícola VIII).
[5] «Y por eso se llama árbol del Tule, porque acá estaba infestado de esas plantas acuáticas» (6-8-2022). Tule es un nombre genérico que engloba a la Schoenoplectus acutus y a otras especies acuáticas emparentadas.
[6] Pudimos recopilar este mito de boca de un habitante de Santa María del Tule el 6-8-2022. Todas las palabras entrecomilladas del artículo que no vayan acompañadas de una referencia bibliográfica entre paréntesis pertenecen a testimonios de distintos pobladores de Santa María del Tule recabados durante el trabajo de campo.
[7] Villaseñor (1892: 21).
[8] Conzatti (1921: 6) y Debreczy y Racz (1997-1998: 6). En zapoteco el árbol es denominado yaa sabin y yaa-yitz (Villaseñor 1892: 21).
[9] Martínez (1933, 1950, 1953).
[10] El ahuehuete también es conocido como ciprés de río, ciprés mexicano o ciprés de Moctezuma, y en español se lo nombra con frecuencia sabino (Eckenwalder 2009). A lo largo del territorio mexicano existen diversas denominaciones en lengua indígena para nombrar al árbol: matéoco en tarahumara o rarámuri; pénjamu en purépecha; quiztsincui en zoque; chuche en huasteco; yaga-guichi en zapoteco, etc. (Martínez 1979; Villa-Salas, Alonso y Martínez 1998, en Martínez Bautista 1999: 13). El ahuehuete fue elegido en 1921 árbol nacional de México por votación popular (Luque 1921). Acerca de la longevidad de estos árboles, véase Villanueva Díaz et al. (2010).
[11] Montúfar (2002).
[12] De la Serna (1953), Heyden (1993). Homenaje a su carácter excepcional el árbol del Tule fue declarado en 2003 Patrimonio Cultural de la Humanidad por la unesco.
[13] Acerca de la metodología etnográfica empleada en el trabajo de campo realizado en Santa María del Tule, véase Lorente (2021).
[14] Desde la descripción presentada en 1822 por Humboldt (2014) existe una larga controversia acerca de si el gigante de Tule es un único ahuehuete o el resultado de haberse fusionado tres árboles (la opinión actual apunta a que constituye uno solo). Véanse, por ejemplo, Conzatti (1921), Dorado et al. (1990), Debreczy y Rácz (1997).
[15] Dijo que estas figuras tenían una profundidad temporal de unos 30 años, época en que el pueblo decidió, «de entre las que se le habían formado», cuáles debían mostrarse.
[16] Villaseñor (1892: 21)
[17] Conzatti (1921: 6).
[18] Una campana de la iglesia yacía en el suelo, en las proximidades del árbol «hijo», con las ramas más bajas del «padre» guareciéndola.
[19] Es interesante el modo en que la niña utiliza el término creencia para designar a las prácticas, para ella carentes de sentido, de los visitantes foráneos. Las prácticas realizadas en el pueblo, sin embargo, no reciben de ella esta categoría.
[20] Significativamente, el niño que había identificado la figura del calamar en el «hijo» del ahuehuete milenario me explicó que no se hallaba autorizado para enseñársela a los visitantes, pues era el Comité quien se encargaba de determinar el número, las formas y, en suma, las figuras «legítimas» y «permitidas» que los niños-guía podían mostrar a los turistas. Me explicó: «Porque si los turistas de mi compañero lo ven, se pueden quejar con él, que por qué no se las enseñó [esas figuras a ellos también]. Pues va a haber problemas. Por eso mejor enseñamos todos las mismas. Tiene que haber un acuerdo y enseñar lo mismo».
[21] Testimonio recabado el 4-8-2022 en Santa María del Tule.
[22] Nótese que el dinero atraído por el árbol se convierte en agua gracias a la participación del Comité del Árbol.
[23] Bolaños (1857: 363, énfasis añadido).