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Revista de Folklore número

506



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La actividad de los dulzaineros en Valladolid hasta 1980

BELLIDO BLANCO, Antonio

Publicado en el año 2024 en la Revista de Folklore número 506 - sumario >



Durante buena parte del siglo xix y xx la música tradicional fue asunto de dulzaineros y redoblantes (o tamborileros). El trabajo de José Delfín Val, Joaquín Díaz y Luis Díaz (Val, Díaz y Díaz 1979, Val 2002) recoge un valioso testimonio de las generaciones de músicos durante el siglo xx que nos ha servido como constante referente para el presente texto, aunque hemos buscado completarlo con otras fuentes. No pretendemos alcanzar la exhaustividad de su investigación, pero hemos tratado de darle un enfoque cronológico que haga más comprensible la evolución de la música de dulzaina durante esos años.

1. La larga historia y su florecimiento en 1870-1935

Señala Joaquín Díaz en uno de sus textos que «la dulzaina comenzó a tener vida e historia propias a finales del siglo xix». Y sigue explicando que desde principios del siglo xx se prodigaron las reuniones y certámenes de dulzaineros organizados por ayuntamientos y diputaciones. Allí acudían los intérpretes más notables, como Esteban de Pablo el Arandino (activo hacia 1890-1907), Ángel Velasco (1863-1927), Modesto Herrera (1876-1958), Mariano Encinas ( 1945), Teodoro Perucha Pichilín (1888-1951), Agapito Marazuela (1891-1983) o Antonio Adrián (ca. 1900-1937).

La historia de la dulzaina durante el siglo xix es todavía bastante oscura (Díaz 1988 y 1997; Val, Díaz y Díaz 1979). Parece que tiene un largo recorrido histórico que propició su extensión desde antiguo entre Centroeuropa y el norte de África. Durante la Edad Media y el Renacimiento debió ser popular dentro de los ambientes cortesanos, en su variedad con llaves, mientras otra sin llaves sería utilizada en ambientes más humildes. Las dulzainas antiguas eran más cortas y de unos 26 centímetros pasaron a unos 34 en el siglo xviii, que es la medida más habitual para las actuales. Siguió en uso en los siglos posteriores, pero en Valladolid sólo a partir de 1830 (y hasta 1870) va sustituyendo paulatinamente a la gaita o flauta[1], que tocaba una sola persona a la vez que el tamboril. La expansión de la dulzaina tuvo una importante repercusión, que fue la necesidad de contar con un segundo intérprete que tocara el redoblante o caja.

Las referencias en la prensa local (El Norte de Castilla) permiten descubrir el importante papel que la dulzaina y el tamboril tenían ya en la década de 1850. Esta pareja musical forma parte de las principales celebraciones de la ciudad. Cuando se producen visitas reales, como en 1858 y 1861, el Ayuntamiento contrata a varias parejas de dulzaina y tamboril que recorren las calles de los barrios y, por la noche, se reúnen en la plaza Mayor para que se desarrollen bailes populares. Tampoco faltan en celebraciones religiosas de los barrios, como san Nicolás y san Andrés, y en otras civiles, como la finalización de la bóveda del puente del ferrocarril en Valdestillas (1858). Así mismo se recoge la organización de bailes con esta música en la explanada de San Benito los jueves y los domingos (1872) y también en las Moreras y otros lugares de la ciudad entre 1870 y 1880. También en los gastos de las fiestas celebradas en Valladolid los días 26 y 27 de abril fueron contratados tamborileros, dulzainero y redoblantes para acompañar a gigantones y gigantillas[2].

Junto a los anteriores se mantienen todavía algunos gaiteros. Así el Ayuntamiento de Valladolid contrató en las ferias de 1870 un día a uno para tocar en la plaza Mayor y «distraer» a la concurrencia. Y bailes con acompañamiento de gaita y tamboril son habituales en 1872 y 1874 los domingos de junio en el paseo de las Moreras. Sin embargo, la valoración de esta música en algunas noticias de El Norte de Castilla era bastante negativa. A finales de agosto de 1870 se dice que las gaitas y tamboriles «rompen el tímpano auditivo de los vecinos y forasteros por medio de la espantosa diana que tocan esos instrumentos casi de guerra»[3]. De hecho en estos años la presencia de músicos individuales que tocasen la flauta y el tambor debía ya resultar poco frecuente al menos en la capital, pues El Norte recoge como algo llamativo la reseña de un hombre que tocaba pito y tamboril recorriendo las calles de Valladolid, «sin duda para algún casamiento»[4]. En el ámbito rural seguramente se mantendrían en activo más tiempo. Así en la visita del obispo a Castroverde de Cerrato se contó para el recibimiento con «el ruido del tamboril y la gaita tradicional del país», que marcó el ritmo para un grupo de cuatro parejas de chiquillos de once años que ejecutaron los lazos de una danza de palos[5].

Poco se sabe de los dulzaineros anteriores a finales del siglo xix más allá de breves referencias (Val y otros 1979). Así en Peñafiel antes de 1860 estuvo «El Galao» y en Mojados en 1860-1880 Basilio Encinas Matesanz y poco después el tío Gumersindo. Pero se ve que el grueso de la información conservada se concentra en lo ocurrido a partir de la última década del siglo xix y hasta los años posteriores a la Guerra Civil.

El uso creciente de la dulzaina tiene su florecimiento en la década de 1890 gracias al trabajo de Ángel Velasco (Renedo de Esgueva, 1863-Valladolid, 1927). Parece que hasta su intervención la dulzaina estaba constreñida al espacio de las fiestas locales y populares, pero no tenía cabida en los salones donde la burguesía organizaba sus bailes. De él es el mérito de mejorar la capacidad del instrumento y permitir que los dulzaineros alcanzaran el virtuosismo tocando, lo que posibilitó abarcar un repertorio más amplio y acorde con los gustos de la mayoría. Al menos desde 1887 vendía dulzainas de factura valenciana y requintos. Y la novedad fundamental introducida por Ángel Velasco fue el aumento de llaves, lo que aportó la posibilidad de producir nuevos sonidos. Estas modificaciones las empezaría a aplicar en 1876 con trece años, «una vez adquirida la práctica necesaria», según menciona en la memoria que presentó en la solicitud de patente para sus propias dulzainas en el Ministerio de Fomento en 1906 (Blanco 2016: 35). En este documento explica que:

La antigua dulzaina, instrumento de música típicamente castellano, está constituido por un tubo de forma algo cónica taladrado por siete agujeros, los que dan trece notas o tonos de sonidos agudos y poco agradables al oído. Esta falta de amplitud en los sonidos hacía que las piezas musicales que, en dicha dulzaina se podían ejecutar, estaban muy limitadas a un número muy reducido, puesto que careciendo de extensión de tonos era muy difícil tocar gran número de piezas que requieren mayor amplitud o de hacerlo era necesario dejar de tocar algunas notas lo que producía deplorable efecto. Estos inconvenientes me hicieron pensar en buscar una reforma, la que, modernizando el instrumento de referencia, le diese gran extensión en los sonidos con objeto de que el nuevo instrumento fuese susceptible de admitir piezas de tonalidad extensa.

La vida de Ángel Velasco ha sido bien estudiada (Blanco 2016). De su presencia en certámenes de dulzaina quedan sus diplomas concedidos por los ayuntamientos de Villarramiel (1892), Valladolid (1893), Carrión de los Condes (1899), Burgos (1901), Astudillo (1902) y Valencia de Don Juan (1909). A partir de 1883 la prensa le mencionar tocando en fiestas y funciones públicas, desde bailes en las fiestas de los pueblos y verbenas en los barrios de Valladolid al acompañamiento en la quema de fuegos artificiales. Son recurrentes sus anuncios en El Norte de Castilla ofreciéndose para tocar en pueblos y así en mayo de 1905 hay constancia de su contratación durante ese año para las fiestas de Astudillo, Villabrágima, Serrada, Casasola, Fuentecén, Becerril, Boadilla, Osorno, Grijota y Quintana.

La relevancia de este artista no debe hacer olvidar que entonces se desarrollan los años dorados de la dulzaina y abundan sus intérpretes por la provincia (fig. 1). De manera general se aprecia cómo existen músicos de mayor habilidad que son requeridos desde varios pueblos para concurrir en especial en época de fiestas, mientras que otros atienden a territorios más reducidos, generalmente su propia localidad y alguna de las vecinas. Los Mundaco de Peñafiel eran reclamados por pueblos de Soria, Burgos y Segovia y en Valladolid llegaban hasta Traspinedo. Entre los más profesionales además se producen asociaciones temporales para atender la amplia demanda que reciben y también para formar grupos más extensos, como cuando se formaban tríos con dos dulzainas y un redoblante. Así ocurrió con Modesto Herrera (Piña de Esgueva, 1876-Alba de Cerrato, 1958) que antes de 1903 formó cuadrilla con el dulzainero Esteban de Pablo y el redoblante Segundo Valle, y entre 1909 y 1920 hizo pareja con el dulzainero Mariano Encinas acompañados por el redoblante Lucio Muñoz (y luego por los hijos de Modesto). También Teodoro Perucha «Pichilín» tocaba en 1910 acompañado por su hijo en el tambor y por los hermanos Félix y Lucio Mínguez, de Curiel.

Revisando las listas de dulzaineros se ve que algunas localidades aglutinan las principales figuras. Así destacarían, además de la capital vallisoletana, Peñafiel (con los Pichilines, los Mundaco, José Bernabé Taratatí e Hipólito Burgoa Granizo) y los pueblos cercanos (los Mínguez de Curiel, Isidoro Arranz de Pesquera y Doroteo Ortega en Piñel de Abajo), Tordesillas (Francisco San José Poncela), Vellliza (Florentino Rodríguez, José Casado Fuso y Florentino San José Morato), La Pedraja de Portillo (Pedro Inaraja Puja, León García Haro, Segundo Gómez tío Chirule, Manuel Andrés Sanz Garrapájaros, Romualdo Magdaleno y Melitón Ledo y su hijo Apolinar) y Medina del Campo (aquí se establecieron Arturo García Rampojo y Juan Paniagua).

Otros notables serían Emiliano García el Calvo (Nava del Rey, ¿?-Peñafiel, ca. 1960), el autodidacta Mariano Encinas (Sardón de Duero, ¿?-Valladolid, 1945), Gerardo Toribio (de Renedo de Esgueva), los Bernales (de Adalia, que atendían a los pueblos al norte de Tordesillas), Emiliano Rodríguez Alcalde (de Geria, su radio de alcance abarcaba los pueblos entre Tordesillas y Valladolid), Eusebio Soto Pascual (de Aldeamayor de San Martín, que llegaba a Cantalejo, Coca, Velliza, Portillo, Íscar, Meneses de Campos y algunos pueblos de la Ribera del Duero), Eusebio Velasco Pitules (desde Alcazarén acudía a los pueblos de alrededor, hasta veintiséis). Otros servían sobre todo para atender las necesidades de la localidad donde residían, como Eusebio Ordóñez en Laguna, Víctor Gómez Chorombo y Macario Zalama Matos en Mucientes y Cigales, Nicolás Grande Zarabandos en Tordehumos (tocaba en los bailes de los domingos y en fiestas religiosas) y Los Salamanca en Portillo.

Respecto a la dedicación, hay que tener presente que la música daba a los dulzaineros buenos dineros pero sólo de forma estacional (sobre todo en verano) y en días puntuales, lo que obligaba a todos a contar con otros oficios que les asegurasen los ingresos. De Francisco San José Barranco (Tordesillas, 1859-1935) contaba su nieta que «trabajaba tanto con la dulzaina por las fiestas de esos pueblos que salía en el mes de abril de casa y no regresaba durante algunos meses más que a por ropa» (Val y otros 1979: 84).

Se encuentra así quienes se ocupan como pescador, barbero, bracero en el campo, dueño de posada, zapatero, hojalatero, sastre, relojero, peón caminero, alfarero, resinero… Esta limitación hubo de ser importante en el hecho de que la familia era el núcleo base del grupo musical (fig. 2), puesto que el aprendizaje se daba generalmente de padres a hijos (y a veces también hijas). Ello venía en parte favorecido por la necesidad del dulzainero de contar con el acompañamiento de un redoblante y a veces también de un bombo, instrumentos con los que empezaban a tocar de muy niños y que servían como paso previo a la dulzaina. Se ponía así interés en enseñar a los hijos para garantizar el mantenimiento y la continuidad del trabajo musical. Otras veces el aprendizaje venía de la mano de algún músico ajeno a la familia, pero al que se acude cuando un joven quería iniciarse en el instrumento.

En la obtención de las dulzainas, la muerte de Ángel Velasco en 1927 no dejó desasistidos a los músicos. Había más fabricantes destacados de dulzainas en estos años. Uno era Bruno Ontoria (1868-1926), cuyo taller fue mantenido por su hijo Eusebio hasta su muerte, acaecida en 1941. Ya fuera de nuestra provincia, a partir de 1923 se inicia en este oficio Victorino Arroyo (de Sotillo de la Ribera, Burgos) y en los años treinta Ramón Adrián (Baltanás, Palencia).

Las piezas tocadas más habitualmente en estas décadas incluían dianas, revoladas, jotas, fandangos, toques procesionales, seguidillas, corridos, bailes de rueda y ritmos de habas; a las que se sumaron a inicios del siglo xx pasodobles y pasacalles. Los bailes de los años veinte y treinta, según cuenta Modesto Herrera, comenzaban con un baile de rueda o corrido y luego se sucedían valses, polkas, pasodobles y otros bailables. La jornada de trabajo de un dulzainero podría ser como relata Jonás Ordóñez (Laguna de Duero, 1938-2019) en relación a sus primeros años de músico en la década de 1950’s: dianas por la mañana, pasacalles y jotas al mediodía, la procesión y acompañamiento de autoridades y baile en la tarde y la noche (Val 2002). Además, como señala Agapito Marazuela (1981: 17-18), cada evento tenía su música: de madrugada era la revolada, al amanecer las dianas, después los pasacalles a ritmo de pasodoble; en las procesiones se tocaba la entradilla y también jotas, al tiempo que los bailes incluían bailes de rueda, jotas y fandangos, bailes corridos y al final «Las habas verdes»; sumándose además las rondas y enramadas, las marzas, los cantos de boda y los paloteos.

La importancia de los músicos de dulzaina se refleja además en la continuidad de los concursos convocados. En el celebrado en las ferias de Valladolid en 1920 participaron seis músicos de Valladolid, Velliza, Baltanás (Palencia), Mambrilla de Castrejón (Burgos) y Villavendimio (Zamora), lo que da una idea de la capacidad de atracción de estos certámenes. Este tipo de celebraciones se mantendría más puntualmente en los años cuarenta y principios de los cincuenta, sobre todo en la ciudad de Valladolid. En estas competiciones solía dejarse una o dos piezas a elección de los músicos y otra de interpretación obligada, que cambiaba en cada concurso. En el de 1920 en Valladolid la obligada fue «La alborada», de la zarzuela «El señor Joaquín».

Estas décadas resultan lo más boyante de la vida de los dulzaineros. Como refleja el artículo de Eduardo de Ontañón para la revista Estampa en 1931, los músicos eran apreciados y la mayoría preferían y podían elegir para trabajar aquellos sitios donde se les pagaba bien, comían bien y la gente sabía reconocer su valía.

2. Los años oscuros en 1940-1970

La Guerra Civil marca un momento muy claro de cambio en los gustos musicales. Lo explica bien Agapito Marazuela (1981: 13) en su «Cancionero de Castilla la Vieja», dedicado a la provincia de Segovia y editado en 1932:

Sobradamente conocidas son las causas que motivaron la decadencia y casi desaparición de las manifestaciones folklóricas en Castilla desde comienzos del siglo que corre (…) La invasión de la música mecánica y la importación de música exótica a todo pasto, difundidas a todos los meridianos a través de los modernos medios de propaganda, hicieron que la juventud de las aldeas y pueblos de Castilla abandonasen sus propios valores folklóricos, estimándolos arcaicos y pasados de moda, ante las nuevas corrientes que venían del exterior.

El reconocimiento de esa situación le condujo a partir de 1910 a recoger todo lo que pudo de la música de dulzaina y tamboril. A ello habría que sumar la muerte y el retiro de muchos dulzaineros en la Guerra Civil. No fueron pocos los fusilados. José Delfín Val (Val y otros 1979) cita a José Bernabé Taratatí (de Peñafiel), Nicolás García (de Nava de Roa), Ventura Bernal (de Adalia), «Los Adrián» (de Baltanás) y Jesús Ordóñez Perosanz (de Laguna de Duero). Otro problema en este periodo es que no existieron en Valladolid constructores de dulzainas, manteniéndose instrumentos antiguos o recurriéndose a artesanos de fuera, como el burgalés Victorino Arroyo (Sotillo de la Ribera) y el palentino Ramón Adrián (Baltanás).

Los intérpretes que continuaron en la música tuvieron que contemporizar y formar pequeñas orquestas. Así decía Crescenciano Recio (Pesquera de Duero, 1912-1987) en los años setenta:

La dulzaina se ha ido perdiendo por culpa de la juventud que después de la Guerra nos menospreciaba a nosotros, a los dulzaineros de antes, pidiendo música de orquesta. (…) «¡Bah!, preferimos los músicos del chispún-chispún». (…) Por eso los dulzaineros fuimos dejando el instrumento y formando orquestas que daban más dinero (Val y otros 1979: 146).

Entre los dulzaineros adaptados a los nuevos gustos hay que destacar varias orquestas. Mariano Senis (Valdestillas, 1915-1980) organizó la «Orquesta Pepín» con un par de familiares, Nino y Felicísimo, y su amigo Eusebio Leonardo. Se componía de dos saxofones, trompeta y batería y eran el motor del salón «Alegrías», donde se reunían los vecinos los domingos. Crescenciano Recio formó la «Orquesta Hermanos Recio» que se componía de dos saxofones-clarinetes, trompeta y batería. Modesto Herrero y sus hijos pasaron hacia 1936 de tener dos dulzainas y tambor a tocar acordeón, batería y saxo tenor, reconvertidos en pequeña orquesta por necesidades de la moda bajo la denominación «Jazz Los Bolivios» (fig. 3).

Sergio Valbuena dejó también la dulzaina y en 1944 tocaba el clarinete en la orquesta «Jazz-rribera», acompañado de trompeta, saxo y batería. Fernando Alonso Cordero pasó de la dulzaina a un quinteto de baile que amenizaba verbenas en los barrios y algunos espectáculos de Valladolid. Los hermanos Soto, hijos de Eusebio Soto, se convirtieron también en orquesta en 1952. Jesús, José y Luis Gutiérrez Yuguero trabajaron como «Orquesta Hermanos Yuguero» entre los años cuarenta y 1962, con dos saxos y una batería, disolviéndose al morir Luis. Y algunos dulzaineros más se integraron, con el decaer de su instrumento, en la Unión Musical Vallisoletana y en otras bandas vallisoletanas, como las de Tordesillas y Peñafiel. De la dulzaina se pasó al saxo, la trompeta y otros instrumentos de viento como tuba, trompa, fagot o clarinete.

Pero no todos se reconvirtieron en orquesta. Teodoro Perucha Pichilín (1878-1951) fue patriarca familiar de un trío musical en Peñafiel, similar al de Modesto Herrera (dos dulzainas y caja), que duró hasta la muerte del padre. Estos grupos de los pueblos se mantuvieron más que los de la capital e igual pasó con otras agrupaciones de la provincia, que continuaron más o menos hasta 1950. La vida simultánea de varias modalidades musicales se aprecia, por ejemplo, en la verbena del barrio del Salvador, de Valladolid, a inicios de agosto de 1956. Mientras en la calle Teresa Gil se colocó un tablado en el que tocaba una dulzaina, en la plaza del Salvador era una banda de música la que animaba los bailes; y además varios establecimientos ponían su propia música con pianillos de manubrio[6].

La dulzaina, salvo casos excepcionales, se mantuvo estas décadas fuera del papel protagonista en fiestas y celebraciones. Y ello por más que en los primeros años de la Dictadura el aparato institucional tratase de mantener la presencia de los dulzaineros en diversos eventos. En el año 1939, finalizada la guerra civil, se encuentran varios ejemplos de ello que vamos a detallar. En la celebración de la festividad de San Isidro (14 al 16 de mayo) los diferentes actos recibieron el acompañamiento de música de dulzaina y tamboril junto a las Bandas de Falange Española Tradicionalista y de la Guardia Civil. Este complemento musical se repite en las fiestas de la Victoria (18 y 19 de mayo) con presencia además de la Coral Vallisoletana y de grupos de la Sección Femenina de la Falange venidos de Villavicencio, Ceinos o Zaratán, que bailan jotas al ritmo de dulzaina y tamboril (fig. 4). Las fiestas de la Victoria se repitieron además en todos los pueblos; entre ellos Medina del Campo, Pollos y La Unión de Campos contaron también con similares parejas de músicos. Algunos años después aún se celebraban algunos homenajes a los caídos en algunos pueblos donde no faltaba el dulzainero, como en Santervás de Campos en 1944 (acudieron además el gobernador civil y el jefe provincial del Movimiento).

Las fiestas de san Isidro son en estos años un refugio para la dulzaina. Para acudir a la ermita de la capital vallisoletana se organizaba una caravana de carros engalanados que marchaba al ritmo de canciones típicas con música de dulzainas. También hay, como ocurre en 1944, bailes en la plaza Mayor a ritmo de dulzaina junto a la animación de gigantones y gigantillas.

Coincidiendo con la fiesta de san Isidro se mantiene desde 1938 y hasta 1954 un Concurso de Arada que incluye intermitentemente otros premios al mejor carro, a la joven mejor ataviada, a la mejor pareja de baile –mixta o femenina– de jotas castellanas de Valladolid y a la mejor pareja de dulzaina y tamboril. Sobre este último, los primeros años (como en 1941) había que tocar dos piezas de carácter popular de libre elección, pero a partir de 1943 era obligatoria generalmente las «Habas verdes» y las canciones libres habían de ser de la región castellana. El jurado, en 1941, lo componían dos profesores de la Escuela de Música (Eugenio Fernández y Enrique Villalba) y el director de la Banda de san Quintín (Félix Elena) y los ganadores fueron Daniel Esteban y Basilio Costilla. Varios años el concurso se celebra durante las Ferias de septiembre y en 1944 vuelve a ser ganador Daniel Esteban. Mucho éxito tenía este dulzainero, pues volvió a ser el ganador del concurso convocado en las Ferias de 1952.

Mientras en las Ferias de 1920 hubo un concurso con premios de 150, 100 y 50 pesetas, con el paso del tiempo los premios van subiendo de cuantía. En 1939 eran de 200, 150 y 100 pesetas, e incluían la obligación de tocar en la verbena nocturna que se hacía en honor de los campesinos[7]. Las fiestas de san Mateo de 1944 tuvieron su concurso de dulzainas con premios de 500, 300 y 200 pesetas; siendo obligada la interpretación de la jota de la zarzuela «La bruja», de Ruperto Chapí. En 1950 el día del concurso de arada había un solo premio de 200 pesetas, pero en las ferias de san Mateo los premios eran 1.500, 1.000 y 500 pesetas. En 1965 se celebra el primer Concurso provincial de Dulzaineros, organizado por la Diputación en Mayorga de Campos, y hay tres premios de 5.000, 2.000 y 2.000 pesetas, además de abonarse gastos de desplazamiento y dietas (200 pesetas por persona). Al año siguiente se celebra de nuevo el concurso con carácter interprovincial en Íscar y similares premios. Finalmente, el II Certamen de Dulzaineros organizado por el Ayuntamiento de Medina del Campo en 1977, tenía premios de 15.000, 10.000 y 5.000 pesetas y dietas de 2.000 por pareja.

Para hacerse una idea de lo que representaban esos premios hay que considerar lo que cobraban por tocar. Victorino Amo contaba en 1971[8] que en 1945 le pagaban 5 pesetas diarias y en 1971, 500. En los primeros años de la posguerra también a Gerardo Toribio le pagaban un duro por día en los pueblos donde iba a tocar (Val y otros 1979: 75). En la contratación por temporada, José Casado (Velliza, 1883-Tordesillas, 1966) pasó de recibir 200 pesetas por temporada en Velliza hacia 1920 a 3.500 en las fiestas mayores de 1958.

Se ha destacado el papel de la Sección Femenina en el mantenimiento de las músicas tradicionales, como si sus grupos de danzas hubieran sido los únicos en Valladolid que recurrieron a estos músicos para sus actuaciones. No obstante, su actividad se orientó sobre todo a la recuperación y difusión de bailes y danzas, mientras que su labor fue más reducida en lo referente a las canciones en parte porque no contaban con músicos capaces de realizar de manera técnica trabajos de recopilación (Rey 2002).

En Valladolid los primeros años se organizaba principalmente ejercicios gimnásticos y danzas rítmicas sin relación con las tradicionales, aunque también se encuentran grupos de muchachas vestidas con indumentaria tradicional bailando al son de dulzainas, generalmente venidas de fuera de la provincia. En 1945 la Sección Femenina convoca el primer concurso de Coros y Danzas, al que se presentan grupos de mujeres de fábricas y talleres de la capital, sumándose después también las de diferentes escuelas. Sería el preludio de la formación de coros y danzas en Valladolid, que en 1949 ya estaban constituidos tanto en la capital como en otras localidades (Medina del Campo, Nava del Rey, Tudela de Duero y Villardefrades).

Se atribuye a Carmen Tejeiro el despegue del grupo de danzas de la Sección Femenina (Porro 2001), que ya en 1949 destaca en el VII Concurso Nacional de Coros y Danzas celebrado en Madrid. En la Navidad de 1950/1951 estuvieron de gira en Oriente Próximo con jóvenes de otras provincias. Salían el 30 de noviembre camino de Barcelona, donde «bajo la dirección de Esperanza López» embarcaban hacia Grecia y luego seguían a Turquía, Palestina y Egipto, regresando a Valladolid el 17 de enero. Según señala José Delfín Val (Val y otros 1979) les acompañaron los hermanos Jesús y José Gutiérrez Yuguero (dulzainero y redoblante).

Además en esta agrupación participó Jesús García Chus (Bercero, ca. 1915), que proporcionó algunos de los primeros bailes, como el de las Habas, la danza del zángano y las jotas de Bercero y Velilla (Porro 2001), sumados al paloteo de Berrueces. Jesús García estaba acompañado por Gumersindo al tamboril y, en una entrevista de 1962, recordaba cómo habían pasado con el grupo de danzas de Valladolid por Cuba, Bruselas, Burdeos, París, Luxemburgo, Niza y multitud de localidades en España. Y en los últimos tiempos contaron también con la música de Victorino Amo. Ejemplo del repertorio de estas exhibiciones es el programa del Día de Valladolid en la Feria del Campo celebrada en Madrid en junio de 1956[9]. La Sección Femenina de Valladolid, con los dulzaineros de Pollos (seguramente se refiere a Jesús García y José María Villorejo), mostraron la jota «La Galana», el baile de los quintos, la jota de Íscar, el paloteo de Berrueces, el baile de Rueda, «El Ahorcado», Las boleras de Velilla, la danza de cintas con palos y castañuela de La Nava, el baile de los cántaros, «La Espadaña» y «El Zángano».

Periódicamente se organizaba un «Concurso provincial de coros y danzas de la Sección Femenina». El de 1954, en el Teatro Carrión, contó con los grupos de Velilla, Valdenebro, Ceinos, Tiedra, Valladolid e Íscar, para los que tocaba una pareja de dulzaina y tamboril. En 1956 tuvo lugar el XII Concurso Nacional de Coros y Danzas, en el que ganó el grupo de Valladolid para el que tocaban Jesús García y el tamborilero José María Villorejo. Y en 1962 el grupo de Tudela fue, junto a los de Zamora, La Coruña y Almería, a un festival en Colombia (Feria de Manizales). Otro grupo de danzas hubo en Valdestillas que en 1946 acudió a una demostración nacional en El Escorial con Miguel Senis y su hijo Mariano como dulzaineros acompañados por Hermenegildo Lerma de redoblante (Val y otros 1979).

Pero en realidad la dulzaina no estuvo durante estas décadas recluida en ámbito de la Sección Femenina, sino que se mantuvo presente por toda la provincia, aunque con menos relevancia que la que tenía en las primeras décadas del siglo. La música de dulzaina se sigue escuchando en algunas celebraciones durante los años de la dictadura, aunque se aprecia que ha quedado apartada de la parte principal de la fiesta y de los bailes y su presencia queda reducida básicamente a las dianas, las procesiones y al juego de los niños (fig. 5).

En las fiestas de Tordesillas primero recorren las calles en el desfile nocturno de faroles y todas las mañanas son protagonistas primero de las dianas y luego de los pasacalles junto a la banda de música hasta los años setenta. Sin embargo, los bailes principales en la plaza parecen haber sido para las bandas de música puesto que las dulzainas sólo tocan en ellos una de las noches; y es que en 1962 la localidad contaba, además de con las dulzainas de José Casado Fuso y Cabezudo, con una orquesta dirigida por Anastasio Rodriguez, una orquestina a cargo de Saturnino Tovar, una rondalla de música de cuerda a cargo del organista Juan Martín y una banda municipal dirigida por Antonio Gutiérrez[10].

No faltan las dulzainas tampoco en las fiestas de San Roque de Peñafiel, básicamente para las dianas, de la mano de los hermanos Ruiz, conocidos como Los Mudancos. En Medina del Campo se juntaban la banda municipal y la dulzaina para dar las dianas al amanecer[11], aunque los conciertos los efectuaba la banda del Regimiento de Artillería o la municipal y sólo alguno puntual sumaba ambas agrupaciones hasta los años cincuenta; además hasta los sesenta se encuentra a los dulzaineros amenizando la quema de fuegos artificiales. En esta localidad destaca la labor del dulzainero Arturo García acompañado del tamborilero Agustín Nieto. En Medina de Rioseco durante las fiestas de san Juan en los años cincuenta las dianas eran cosa de la dulzaina pero los pasacalles los daba la banda municipal, juntándose ambas para los conciertos en la plaza, aunque en los sesenta ambos eventos eran para la orquesta.

También estos años se encuentran la dulzaina y el tamboril acompañando a los gigantones y cabezudos y al tío Tragaldabas en las Ferias de Valladolid, donde Victorino Amo se ocupó de esta instrumentalización durante más de tres décadas (desde 1945)[12]. Y tampoco faltaban en las salidas de gigantes y cabezudos durante las Fiestas de Medina del Campo (en 1944 son los dulzaineros Hermanos Amezquita quienes los acompañan), Medina de Rioseco, Íscar, Nava del Rey, Portillo, Fresno el Viejo y Tordesillas, al menos hasta los sesenta y en algún caso hasta mediados de los setenta. De hecho según va pasando el tiempo y llegan los sesenta, en muchas localidades las fiestas patronales sólo contaban con los dulzaineros para acompañar a los gigantes y cabezones. En el caso de Portillo esto se daba ya desde 1950; y a mediados de los sesenta el dulzainero era acompañado por la banda de música en sus recorridos por las calles.

Como hemos visto, los dulzaineros no desaparecieron por completo e incluso debían ser esenciales en las celebraciones de los pueblos que no contaban con banda de música, que eran casi todos. Así a las ocasiones en las que siguieron tocando en bailes, se suma el acompañamiento en las procesiones por las calles de los pueblos mientras los devotos bailaban a su son. Es el caso en los años sesenta y todavía a inicios de los setenta de la fiesta de santa Águeda en Medina del Campo, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús en Villalba de los Alcores, el Corpus Christi en Benafarces, san Isidro en Tudela de Duero, la Virgen del Villar en Laguna de Duero, san Roque en Encinas de Esgueva, la Virgen de Sacedón en Pedrajas de San Esteban y la Virgen en El Henar. En otros casos la fiesta había decaído, como en la romería del Carmen Extramuros de Valladolid, donde en 1968 se añoraban los tiempos en que se congregaban allí las gentes y tras la comida al aire libre se desarrollaban bailes con música de dulzaina[13].

Junto a los eventos religiosos también eran parte importante en las fiestas de quintos, como en febrero de 1956 y 1957 cuando en Simancas eran fundamentales para los bailes por las calles y en la plaza mayor. Y también se contaba con el dulzainero en las bodas de plata de los quintos, como hicieron en 1956 en Tordesillas los quintos de 1931. En Tordesillas, José Casado tocaba tanto en las fiestas de la Peña, como en las de quintos, las Águedas, Carnavales y en las fiestas de los barrios. El problema, como señalaba Jonás Ordóñez en 1975, era que en los pueblos iban siempre los mismos dulzaineros «año tras año» hasta que se morían y entonces ya no se avisaba a otro para continuar con la tradición.

La vida de los dulzaineros estos años fue especialmente dura. Es el caso del ya mencionado Daniel Esteban Díez (Mambrilla de Castrejón, 1912 - Valladolid, 1988). Con catorce años llegó a Valladolid y aquí aprendió a tocar la dulzaina con Emiliano García El Calvo, con quien formó pareja como segunda dulzaina con dieciséis años. Luego, como otros músicos, se pasó al saxo y formó orquesta con su hermano (La orquesta Bugui), al tiempo que seguía tocando la dulzaina cuando le surgía la ocasión, pero siempre tuvo que mantener a su familia con su trabajo de zapatero. Incluso marchó de Valladolid para establecerse en Tudela de Duero porque, decía en 1979, conseguir casa en Valladolid era muy difícil (Val y otros 1979).

El gran escollo al que se enfrentaba la dulzaina en estos años era que ninguno de los intérpretes transmitía sus conocimientos a sus hijos, con lo que se había roto la continuidad en esta música. Así lo decía en 1956 Jesús García[14]:

— ¿Es usted casado, no? — Y con seis hijos.

— ¿Alguno de ellos toca la dulzaina?

— No, ninguno. Creo que es un instrumento llamado a desaparecer.

Y lo mismo afirmaba el dulzainero Mariano Contreras en 1976[15]:

— ¿Se nos muere la dulzaina, don Mariano? — Yo creo que ya no tiene remedio. Cada vez hay menos dulzainas, porque la juventud se ha ido a la capital y ya no se enseña a tocarla. Mire, yo tengo dos hijos y los dos se han colocado ya; ninguno ha querido saber nada de esto.

Como detalle excepcional, por la escasa divulgación nacional de esta música al margen de la actividad de la Sección Femenina, hay que aludir a la publicación de un disco sencillo de los Hermanos Yuguero en 1963[16]. Fue realizado por el sello Montilla Records (y distribuido por Zafiro), dirigido por Fernando Montilla desde Estados Unidos y que editaba trabajos de todo tipo de intérpretes latinos y españoles, grabando en España a clásicos, flamencos, pop, músicos tradicionales o la tuna.

Y otro aspecto curioso es la presencia de la música de dulzaina y tamboril en los encuentros de fútbol del Real Valladolid. Así lo recoge la prensa, por ejemplo, en el partido de liga de segunda división contra La Coruña en la temporada 1967-1968[17].

3. La recuperación en 1970-1985

A medio camino entre el final de la tradición y su recuperación habría que mencionar que en 1965 la Diputación Provincial de Valladolid organiza el Primer Concurso de Dulzaineros (a la vez que lo hacen en Palencia), en el que podían concursar parejas de dulzainero y caja residentes en la provincia. Se celebró en Mayorga y había que interpretar dos piezas, una libre y otra a elegir por el jurado entre «Jota popular castellana», «La tía Melitona» y «La revolvedera», de los hermanos Yuguero. Un año después se amplía la convocatoria a músicos de Valladolid, Ávila, Segovia y Palencia; esta vez se celebró en Íscar la noche del 28 de septiembre y era obligada una pieza a elegir entre «Jota de Íscar», «La entradilla» y «Jota de paloteo», más otra de libre elección.

No se pierde la convocatoria de concursos y en 1974 con ocasión de las fiestas de San Antolín de Medina del Campo se celebra un Certamen Regional de Dulzaineros, con patrocinio del Ayuntamiento, que tuvo continuidad con un segundo certamen en 1977. En 1976 el Ayuntamiento de Valladolid, con la dirección de Carlos Blanco (periodista en Radio Valladolid), organizó para las Ferias de San Mateo un acto de «Antiguas Tradiciones de Valladolid» como muestra de las costumbres, el folklore y la artesanía de la zona. Incluyó un festival en el Polideportivo el 26 de septiembre con los dulzaineros Agapito Marazuela y Joaquín González (Segovia, 1958), Maria Salgado, el vihuelista Luis de Narváez, Trigo Verde y el grupo de danzas de Cabezón de Pisuerga.

Los viejos dulzaineros son recuperados para la nueva corriente de música tradicional. Esta unión con los nuevos grupos se aprecia en numerosos conciertos y celebraciones donde puede encontrarse compartiendo escenario a los dulzaineros con grupos musicales modernos, Uno de los primeros ejemplo se encuentra en mayo de 1976 en la celebración de una reunión de música castellana en el Hospital Psiquiátrico Provincial y participan, entre otros, los dulzaineros Jonás Ordóñez y Victorino Amo y los grupos de danzantes de Cabezón de Pisuerga, de la Sección Femenina de Valladolid y «Paloteos» de Cigales. Hubo una segunda reunión al año siguiente y contó con el dulzainero Jonás Ordoñez y las parejas Mariano y Verísimo Senis y Joaquín González y Jacinto Blanco; y una tercera en 1978 con Jonás Ordóñez, José Yuguero, Victorino Amo y los hermanos Senis. En 1977 y 1978 se repiten conciertos y festivales castellanos que cuentan con dulzaineros en las fiestas de Valladolid, Laguna de Duero, Peñafiel y Montemayor de Pililla; y en la Fiesta de Villalar tocaron Agapito Marazuela y Joaquín González en 1977 y Los Gutis de Cuéllar, Arturo García, los Hermanos Senis y Librado Rogado en 1978. También durante las campañas electorales de 1977, 1978 y 1979 se cuenta con estos intérpretes en los mítines de los partidos políticos. Con el Frente Democrático de Izquierdas actúan los dulzaineros Jonás Ordóñez y Ladio, con el Partido Comunista de España, Joaquín González y el PSOE cuenta con Fermín Pasalodos y Joaquín González y el tamborilero Isidro Rodríguez.

Fruto de la gran actividad musical de estos años iniciales de la democracia es la aparición de nuevas agrupaciones musicales de corte tradicional con la dulzaina como instrumento principal. En 1977 se creó la asociación juvenil «Castilla Joven», bajo la dirección de Fernando Velasco Fernández, que tenía uno de sus campos de actuación en el folklore. En este ámbito contaba con un grupo de danza que ya en su primer año actuó en varios pueblos de Valladolid y en algunos de Burgos, con ayuda financiera y en el marco de las actividades del Ministerio de Cultura. En 1978 anunciaban el debut de su «Ronda castellana» durante las Ferias vallisoletanas junto a Candeal, Albatana, Thau y La Zanfona. En las Ferias de 1978 son los organizadores del «Primer Festival de Dulzaina», celebrado en el Polideportivo Huerta del Rey, en el que participan músicos de once provincias castellanas y leonesas, destacando por Valladolid el dulzainero Jonás Ordóñez acompañado de José Yuguero en la caja y también la pareja Juan José y Librado Rogado. El segundo día del Festival, en que se homenajeó a Victoriano del Amo, además de los dulzaineros actuaron jóvenes grupos de la nueva remesa de música tradicional: Thau, Candeal, Albatana y La Ronda Castellana.

Entre los primeros grupos de dulzaineros que se organizan en estos años están «Los Fogatos» en 1978, «Los Castellanos» (en 1980 se mencionan como parte del Colectivo de Música Popular de Valladolid) y «Dulzaineros de Pucela» en 1979, «Los Galanes» en 1980, «Dulzaineros del Duero» en 1981, «Los Villa» en 1982, los «Dulzaineros de Matapozuelos», «Los de Castilla y León» y «Castilla II» desde 1983 y «Dulzaineros del Pisuerga» y «La Charambita» en 1985. Su dedicación se centra en fiestas tradiciones, acompañamiento de grupos de danzas y procesiones y también pasacalles.

Uno de los nuevos dulzaineros que comienza a destacar en estos años es Eugenio Rodríguez Méndez (Villagarcía de Campos, 1957), estudiante de violonchelo en el Conservatorio de Valladolid en los años setenta. Se integra en La Fanega en el verano de 1976, donde desde 1977 utiliza una dulzaina sin llaves. En 1982 empezó a interesarse por profundizar en la interpretación con dulzaina y estudia con Lorenzo Sancho en su escuela de Carbonero el Mayor. Además de una amplia actividad interpretativa en distintos grupos, en los años transcurridos desde entonces ha impartido clases en las escuelas de Arrabal de Portillo, Tordesillas, Laguna de Duero y Valladolid.

Hemos visto que tras la muerte de Eusebio Ontoria en 1941 dejan de fabricarse dulzainas en Valladolid. Victorino Arroyo El Pollo las elaboraba en Sotillo de la Ribera (Burgos) hasta su muerte en 1955 y Ramón Adrián, de Baltanás, también las fabricaba en los años treinta y cuarenta. Así Victorio Amo explicaba en 1976 que tras la muerte de Ramón Adrián y El Pollo ya no quedaban fabricantes de dulzainas y que los intentos de usar algunas traídas de París habían fracasado porque su afinación no era la adecuada. En este contexto a mediados de los años setenta comienza a fabricar dulzainas Jonás Ordóñez (Laguna de Duero, 1938-2019), que además enseñó el oficio a Ángel Sánchez Fernández (Villalón de Campos, 1942).

Jonás había aprendido a tocar la dulzaina con su padre, pero luego lo dejó y no volvió al instrumento hasta 1974, acompañado al principio por Isidoro Ruiz a la caja. Es interesante el papel que jugó en este momento, puesto que los dulzaineros que tocaban entonces (en Matapozuleos, Medina del Campo, Valladolid, Valdestillas…) eran muy mayores y él, que empezaba y no era conocido, recurrió a poner un anuncio en El Norte de Castilla y a enviar cartas a los ayuntamientos de toda la provincia. La respuesta recibida inicialmente fue escasa, aunque consiguieron tocar en Aldeamayor, La Cistérniga y La Seca durante el primer año.

En estos años nace el interés de los investigadores por la recopilación del repertorio tradicional de canciones. Tal labor estuvo encabezado por la labor de Joaquín Díaz, Luis Díaz y José Delfín Val en los años setenta (fig. 6), seguida a partir de los años noventa por Carlos Porro desde la Fundación Joaquín Díaz de Urueña. Hay que destacar en su trabajo la publicación del volumen III del Catálogo Folklórico de la provincia de Valladolid, sobre Dulzaineros y tamborileros (Val, Díaz y Díaz 1979) y los tres discos de la serie «Instrumentos populares de Castilla y León» (Moviplay, 1978, 1979 y 1981). De éstos, el segundo incluía interpretaciones de Librado Rogado, Daniel Esteban, Crescenciano e Isidoro Recio, Dionisio Perucha, Jonás Ordóñez, José Gutiérrez Yuguero, Victoriano Amo, Jesús García Chus y Felicísimo Herera[18]; y el tercero (Una velada de baile) estaba dedicado por completo a Crescenciano Recio (fig. 7). Sobre esta base muchos de los nuevos dulzaineros se han encargado también de recuperar antiguas canciones y también de componer otras nuevas.

Un último aspecto, la creación de escuelas de dulzaina, es sumamente relevante en este momento. La transmisión del conocimiento del instrumento de padres a hijos o entre conocidos se había interrumpido desde los años cuarenta y existía un importante vacío generacional que hacía pensar en el final de estos músicos. Sin embargo, el interés que había despertado la música tradicional en los años setenta hizo posible la creación de escuelas, generalmente con apoyo de las instituciones locales.

Desde 1979 se impartían clases de dulzaina al abrigo de la Asociación Familiar de la Rondilla, junto a otras actividades culturales. En junio de 1980 el pleno del Ayuntamiento de Valladolid aprobó la instalación de una Escuela de Dulzaina en colaboración con esta Asociación del Barrio de La Rondilla, sin embargo su desarrollo no llegó a culminar. En 1981 sigue la enseñanza de dulzaina impartida por la Asociación, con una subvención municipal (390.000 pesetas sobre un total de gastos de 450.000), pero la Escuela de Dulzaina de la Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento no inicia su andadura hasta febrero de 1982. Entonces se convoca la inscripción entre el 8 y 15 de febrero, con una cuota de matrícula de 1.000 pesetas; y se señala que las clases se impartirán en los nuevos locales de cultura en el Mercado Central del barrio de Pajarillos desde el 1 de marzo, los miércoles y jueves a las 8:30 de la tarde. Lamentablemente las clases no comenzaron. En julio de 1983 se habla de que no se contaba con locales y una nueva convocatoria para matricularse y comenzar las clases en Pajarillos el 10 de noviembre de este año no llega a ser efectiva. La partida destinada a la escuela (700.000 pesetas) termina siendo eliminada del presupuesto municipal de 1983.

Por otra parte durante 1980 se encuentra a la Escuela-Taller de Dulzaina de Carbonero el Mayor, dirigida por Lorenzo Sancho, en numerosos eventos vallisoletanos (fiestas de Valladolid, Medina del Campo y Simancas, entre otros). Quizás esta referencia, unida a la creación de una Escuela de Dulzaina y Pito Castellano por parte de la Diputación de Palencia, influyó de algún modo en el nacimiento de la primera escuela de nuestra provincia ese mismo año.

El 13 de diciembre de 1980 se inauguró la primera escuela de dulzaina de la provincia en Laguna de Duero, organizada por el ayuntamiento. La dirección correspondía a Jonás Ordóñez (fig. 6) y dieron clases allí Librado Rogado y Félix Martín, estableciéndose después Eugenio Rodríguez como profesor. Los orígenes, como sostenía el alcalde de Laguna en 1980, vienen favorecidos por la presencia del dulzainero Jonás Ordóñez en la localidad y el ayuntamiento dio todas las facilidades: además del local, proporcionaba 10 dulzainas para los alumnos. Se instala en un local de la calle Caballeros 3 y admite 30 plazas, impartiéndose las clases las tardes de lunes, miércoles y viernes.

Durante el primer año pasan por la Escuela de Laguna 20 alumnos procedentes de la propia Laguna de Duero, Valladolid, Tudela de Duero y Mucientes; y en el segundo año habían recibido lecciones 24 alumnos. En esas dos promociones se encontraban personas de 9 a 54 años, de las que cinco eran mujeres. De su efectividad da cuenta el I Certamen de Dulzaineros Noveles que organiza el grupo de danzas «Ribera de Castilla» (con ayuda del Ayuntamiento de Valladolid y la Junta de Castilla y León) en abril de 1984. Concurrieron a él 24 dulzaineros, de los que 12 eran de la escuela de Laguna y fue uno de ellos el ganador, Alfonso Villa Prieto.

En 1984 se establece en Valladolid la Escuela de Dulzaina y Caja «Pisuerga Huerta del Rey» por iniciativa de Francisco Rodríguez Nieto, siendo profesores inicialmente Francisco del Pozo Pachín y José Gutiérrez Yuguero, y posteriormente Eugenio Rodríguez. En 1987 se fundó la Escuela de Dulzaina «La Besana» en Tordesillas con Restituto Martín, Pedro Gallego y Francisco del Pozo Pachín como profesores, incorporándose posteriormente Eugenio Rodríguez como profesor principal.

Llegado 1987 hay un claro ejemplo del protagonismo que ha logrado la dulzaina en el homenaje a Crescenciano Recio celebrado el 31 de mayo en Pesquera de Duero. Organizado por el Club de Folk de Valladolid (en colaboración con la Diputación provincial y el ayuntamiento de Pesquera) reunió a un notable elenco de amantes de la música tradicional: los grupos de danza Valle de Olid, Raíces Castellanas y Arienzo, los grupos Nueva expresión, Castilla Joven, Esgueva, Ensalada Mixta, María Salgado, Colectivo Ágora, Vanessa, Almenara, Tahona, Arcaduz y Jaime Lafuente y a los grupos de dulzaineros y tamborileros Los de Castilla y León, Los Castellanos, Los de Matapozuelos, Jonás Ordóñez, Rafa y Fernando, Alfredo y María Jesús, Félix y Tino y, finalmente, Alfonso Villa, Manolo Anaya y José Yuguero.

A partir de este momento la continuidad de la música de dulzaina estaba asegurada y así lo ha demostrado el paso del tiempo con la llegada de nuevos intérpretes, la existencia de nuevos fabricantes de los instrumentos, la creación de nuevos grupos, la continuidad de su presencia en fiestas y festivales y el interés mantenido por parte de buena parte de la sociedad y las instituciones. Sin duda la dulzaina es hoy el instrumento emblema de la música tradicional vallisoletana.

4. Consideraciones finales

En el repaso a un siglo de la historia de la dulzaina en Valladolid se pueden apreciar los vaivenes de su recorrido. De su inicial introducción sustituyendo a otros instrumentos más populares hasta entonces, se pasa a una mejora técnica a finales del siglo xix que permite ampliar sus registros y de este modo los repertorios. La agrupación de dulzaina y tambor se hace esencial en todas las celebraciones populares durante las décadas iniciales del siglo xx y conoce su auge. Después, la renovación de los gustos musicales y la expansión de nuevos medios de comunicación de masas, la va relegando a sectores marginales de la cultura popular.

Sin embargo, cuando la paulatina muerte de sus intérpretes y la ausencia de continuadores parecía abocarla a la desaparición, en los años setenta se produce un nuevo interés en su estudio y reivindicación al ser asociada la dulzaina a la identidad cultural de buena parte de Castilla. Se dan de este modo las condiciones para que la dulzaina recupere un protagonismo que, si bien puede no ser general o único en el ámbito de la música tradicional, genera un nicho propio con un notable sector de aficionados que han mantenido la vigencia de este instrumento con la conservación y la renovación de sus repertorios.

5. Agradecimientos

Para realizar este trabajo ha resultado fundamental el recurso a la hemeroteca de El Norte de Castilla (Archivo Municipal de Valladolid) y a hemerotecas digitales, en especial la documentación del diario Libertad.




BIBLIOGRAFÍA

Alfredo BLANCO DEL VAL (2016): Ángel Velasco, apuntes sobre el maestro de Renedo. Revista de Folklore, 409, pp. 20-38.

Joaquín DÍAZ (1988): Instrumentos e instrumentistas populares. En Luis Díaz (coord.): Aproximación antropológica a Castilla y León. Barcelona: Anthropos, pp. 322-332.

Joaquín DÍAZ (1994): «La dulzaina en la literatura. Siglos xiv al xviii», en III Muestra de Música Tradicional «Joaquín Díaz». Viana de Cega.

Joaquín DÍAZ (1997): Instrumentos populares. Temas didácticos de cultura tradicional. Valladolid: Castilla Ediciones.

Agapito MARAZUELA ALBORNOS (1981): Cancionero de Castilla. Delegación de Cultura de la Diputación de Madrid.

Eduardo de ONTAÑÓN (1931): Los dulzaineros de Castilla. Estampa, 170 (11 de abril de 1931), pp. 32-33.

Carlos A. PORRO FERNÁNDEZ (2001). Algunas aclaraciones en torno a los bailes folklóricos en la provincia de Valladolid. Revista de Folklore, 244, pp. 119-127.

Emilio REY GARCÍA (2001): Los libros de música tradicional en España. Madrid: Asociación Española de Documentación Musical.

José Delfín VAL, Luis DÍAZ VIANA y Joaquín DÍAZ (1979): Catálogo folklórico de la provincia de Valladolid –vol. III: Dulzaineros y tamborileros. Valladolid: Diputación Provincial de Valladolid.

José Delfín VAL (2002): Dulzaineros y redoblantes. Valladolid: Castilla Ediciones.




NOTAS

[1] Como señala Joaquín Díaz (1994), el diccionario de Autoridades desarrolla una de las acepciones de gaita como: «un flauta de cerca de media vara al modo de chirimía, por la parte de arriba angosta, donde tiene un bocel en que se pone la pipa por donde se comunica el aire y se forma el sonido. En la parte del medio tiene sus orificios o agujeros para la diferencia de los sones y por la parte inferior se dilata la boca como la de la chirimía y la trompeta. Usase regularmente de este instrumento para hacer el son y acompañar las danzas que van en las procesiones».

[2] Archivo Municipal de Valladolid; CH 199-3, Leg 544. Esta celebración, que coincidió con sábado y domingo, ha de relacionarse con la visita del presidente del Consejo de Ministros, el general Baldomero Espartero, para colocar la primera piedra de las obras del Ferrocarril del Norte.

[3]El Norte de Castilla, 24 de agosto de 1870; p. 3.

[4]El Norte de Castilla, 24 de noviembre de 1874.

[5]El Norte de Castilla, 10 de junio de 1876.

[6]El Norte de Castilla, 7 de agosto de 1956; p. 10.

[7] Mientras en el concurso de dulzaina los premios eran 200, 150 y 100 pesetas, un concurso de carros engalanados celebrado a la vez tenía premios de 500, 300 y 150 pesetas.

[8]Libertad, 20 de septiembre de 1971; p. 12.

[9]El Norte de Castilla, 12 de junio de 1956; p. 3.

[10]Libertad, 7 de febrero de 1962; p. 6.

[11] Hasta 1969, pues desde 1970 cobran peso distintas agrupaciones modernas como «Educandos músicos», «Supers», la fanfare «Polito y sus Anastasios» y «Los claveles».

[12] En 1945 le pagaban cinco pesetas diarias y en 1971 eran ya quinientas por trabajar desde las nueve de la mañana a la una de la tarde (Libertad, 20 de septiembre de 1971; p. 12).

[13]El Norte de Castilla, 6 de junio de 1968; p. 7.

[14]Libertad, 12 de diciembre de 1956; p. 6.

[15]Libertad, 20 de abril de 1976; p. 7.

[16] Incluye cuatro canciones: «Jota popular castellana», «La revolvera», «Jota de Íscar» y «La tía Melitona». En 1974 esta grabación fue incluida en el disco «Jotas castellanas», de la compañía Zafiro, junto a otras de la Agrupación Folklórica de Segovia y de Serafín Vaquerizo con Manuel Casla.

[17]El Norte de Castilla, 23 de enero de 1968; p. 19.

[18] Algunas de estas grabaciones aparecen también en el catálogo folklórico de la provincia de Valladolid dedicado a Dulzaineros y tamborileros.



La actividad de los dulzaineros en Valladolid hasta 1980

BELLIDO BLANCO, Antonio

Publicado en el año 2024 en la Revista de Folklore número 506.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz