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En el presente artículo no trataremos de analizar el estructuralismo antropológico o las aportaciones que desde ese ámbito se realizaron a la etnología. Pretendemos, sencillamente, realizar una reflexión etnohistórica sobre la historia de las mentalidades, aplicando a determinados aspectos de la historia medieval leonesa algunas consideraciones planteadas por el gran historiador francés George Duby.
En uno de sus libros, Los tres órdenes o lo imaginario del feudalismo, obra, como es bien sabido, de enorme trascendencia, se lee:
En los albores del siglo xi, un obispo posee su sede, su cátedra (cathedra) en medio de los vestigios de una ciudad romana. Su poder se extiende desde la ciudad hasta las fronteras de la civitas, hasta aquellos límites trazados en el Bajo Imperio que aún sobreviven, separando las diócesis unas de otras. En el interior de cada uno de estos territorios, el obispo es el pastor, el responsable del rebaño. […] Dos siglos antes, salvo accidente, se lo hubiera considerado santo; su acción se hubiera continuado después de su muerte, apareciendo en sueños […] En el año mil, la situación ha cambiado[1].
La obra citada de George Duby, tal como él lo expresa al comienzo de la misma, se centra en «Francia –restringiéndome aún más a la Francia del norte– en la que la configuración política, social, cultural fue durante mucho más tiempo muy diferente de la de las regiones situadas al sur del Poitou, de Berry y de la Borgoña»[2].
Por ello no deja de ser interesante observar que, si cogiésemos algunos aspectos de la historia medieval leonesa, como la figura de San Froilán, obispo de León[3], y la traslación desde Sevilla a León de los restos de San Isidoro (con su aparición en sueños al obispo de León[4]), podríamos encontrarnos claros paralelismos[5] con los escrito por George Duby en relación al norte de Francia: un obispo canonizado y otro, igualmente considerado santo, que se comunica, tiempo después de su muerte, a través de sueños. Incluso, los límites de la diócesis de León estarían basados parcialmente en realidades de época romana, aunque, como es bien sabido, es solo una parte de lo que comenzó siendo la diócesis de Astorga (o Astorga-León, tema este de discusión otrora entre los historiadores[6]). Antes de seguir, queremos indicar que la presente reflexión sobre detalles de la Edad Media leonesa no se hace con una perspectiva localista (no hemos olvidado el aviso sobre las limitaciones de la misma que publicó, hace ya muchos años, D. Antonio Domínguez Ortiz[7]), sino intentando aprovechar la metodología de la historia comparada.
Nuestro análisis quedaría incompleto, hablando de santos medievales, si no dejamos claro un aspecto, y es que no olvidamos las características propias de los textos hagiográficos. Analizando hagiografía medieval leonesa un destacado medievalista escribió:
No parece correcto analizar el Liber de miraculis Sancti Isidori con la metodología histórica propiamente dicha. Ni tampoco el esbozo biográfico de Santo Martino, diseñado por el autor de esta obra. El libro íntegro y la llamada Vita Sancti Martini, en la que nos fijaremos de una manera particular, pertenecen al género hagiográfico y presentan todas las características de las legendae medievales.
La hagiografía crítica, que tienen en la Sociedad de Bollandistas a sus cultivadores más cualificados, es sólo una rama de la ciencia histórica, pero no es historia en sentido estricto[8].
No vamos a entrar en el presente trabajo en profundidades hagiográficas, pero tampoco podemos olvidar que «Leyendo entre líneas esta clase de fuentes, ofrecen noticias muy elocuentes sobre la vida económica, el comportamiento habitual de las distintas clases sociales, sus respectivas mentalidades colectivas…»[9] Este último aspecto es, precisamente, el que nos interesa ahora.
Tan importante como las similitudes, nos parece de gran interés una diferencia. George Duby comenta, como se citó anteriormente, un cambio en el año 1000 en el norte de Francia. Pero la traslación de los restos de San Isidoro de Sevilla a León, es decir, la aparición en sueños del prelado hispalense de época visigoda fue en 1063. Y esto nos ha llevado a plantearnos algunas preguntas: ¿las mentalidades evolucionaron, a comienzos del siglo xi, de manera diferente, o a ritmo distinto, en el norte de Francia y en el noroeste de España? ¿Acaso en el noroeste de España perduraron más mentalidades más conservadoras?[10] ¿Pudo suponer la imposición, a finales del siglo xi, del rito romano frente al hispano, una ruptura respecto a mentalidades anteriores de calado más profundo que lo meramente litúrgico? El hecho de que Lucas de Tuy, en su biografía de Santo Martino de León, no hablase específicamente de apariciones en sueños[11], ¿es un posible reflejo de la evolución de las mentalidades o de cambios en la espiritualidad? Todo esto ha de ponerse en relación, lógicamente, con otros aspectos de la historia de aquella época, como la venida de muchas personas de origen ultrapineraico que traían, entre otros elementos culturales, las mentalidades dominantes en sus zonas de origen geográfico.
Un experto en el tema de la santidad medieval, André Vauchez, nos avisa respecto a la facilidad con la que se puede atender al tema sin percibir suficientemente su evolución diacrónica[12]. También, lógicamente, hay que considerar las diferencias geográficas.
Estos dos ejes los hemos tenido presentes en este artículo, en el que, como hemos indicado, aunque atendemos a los paralelismos nos interesa más la diferencia anteriormente citada entre territorios tan distantes entre sí (aunque obviamente no inconexos) como el norte de Francia y el noroeste de España. Y, hablando de diferencias, existe otra pregunta que, desde el punto de vista del análisis etnohistórico, resulta insoslayable: ¿hasta qué punto la posible evolución diacrónica que reflejan los textos escritos se produciría en la mentalidad popular? ¿Variarían al mismo ritmo? ¿Cómo sería la conexión o influencia entre ambos contextos? La polifacética relación entre la cultura escrita y la popular sigue siendo, también desde una perspectiva histórica (o etnohistórica), en el ámbito de las mentalidades, un campo de estudio fascinante, aunque, en ocasiones, encontrar respuestas sea mucho más difícil que la tarea (por otro lado necesaria) de formular preguntas.
NOTAS
[1] GEORGES DUBY, Los tres órdenes o lo imaginario del feudamismo, Barcelona 1980, p. 23.
[2]Ibíd., p. 15.
[3] Y no es el único paralelismo. Escribe George Duby (o. c., p. 24): «El Obispo es el único en detentar las claves de la verdad. […] El obispo es el poseedor de la palabra. De una cierta palabra. Emplea un lenguaje muy antiguo que la mayor parte de los hombres que lo rodean no comprenden ya, pero en el que, en la Roma imperial al fin convertida, fue traducida la Escritura siete siglos antes. Porque el obispo es el intérprete de la palabra de Dios y porque en estos parajes, esta palabra es el bello latín del siglo iv, el obispo es el depositario de la cultura clásica. En su residencia, rodeada de ruinas antiguas, se conserva, atacado en todos sus flancos por la barbarie rústica, lo que no ha desaparecido en el año mil de la lengua de los libros, de la lengua regulada, ordenada, del latín puro. La sede episcopal es el centro de un renacimiento permanente de la latinidad. El instrumento de esta función cultural es el laboratorio que flanquea la catedral, la escuela –un reducido equipo de hombres de todas las edades, dedicados a copiar textos, a analizar frases, a imaginar etimologías, y que intercambian sin cesar entre ellos sus conocimientos,...». Esto bien podría describir la situación de la sede legionense de San Froilán, con edificaciones romanas en pie (al menos parcialmente) y donde la cultura latina se mantenía, como se muestra, por ejemplo, en la Vita Sancti Froylani ( publicada varias veces a lo largo de los siglos).
[4] MANUEL RISCO, España Sagrada. Tomo XXXV, Madrid 1786 (facsímil León 1980), p. 90.
[5] Sin duda, si analizásemos otras zonas también encontraríamos paralelismos similares.
[6]Vid. al respecto AUGUSTO QUINTANA PRIETO, «Primeros siglos de cristianismo en el convento jurídico asturicense»: Legio VII Gemina, León 1970, 441-474, concretamente pp. 448-452.
[7] ANTONIO DOMÍNGUEZ ORTIZ, Orto y ocaso de Sevilla, Valencia 1981, p. 21: «Ordinariamente, los estudios de Historia local son ameno solaz de eruditos sin gran trascendencia ni valor general, pues las menudas vicisitudes de la vida cotidiana, las funciones religiosas, las vidas de varones ilustres y demás incidentes que forman la trama ordinaria de esta clase de escritos no suelen interesar, por su limitada significación, más que a los hijos de la localidad respectiva».
A pesar de esto, no podemos olvidar, lógicamente, que la historia local también tiene sus valores, como, por ejemplo, el de aportar enormes cantidades de información para investigaciones históricas de mayor profundidad y extensión, realizadas con otras perspectivas.
[8] F. J. FERNÁNDEZ CONDE, «El biógrafo contemporáneo de Santo Martino: Lucas de Tuy»: Santo Martino de León. Ponencias del I Congreso Internacional sobre Santo Martino en el VIII centenario de su obra literaria (1185-1985), Madrid 1987, 303-335, concretamente p. 316.
[9]Ibíd., p. 317.
[10] Es relativamente bien conocida la fuerte perduración en el Reino de León de elementos culturales visigóticos; para comprenderlo basta, por ejemplo, con leer algunas partes de la siguiente obra: MANUEL C. DÍAZ Y DÍAZ, Códices visigóticos en la monarquía leonesa, León 1983.
[11] Se habla de una aparición de San Isidoro (MANUEL RISCO, o. c., p. 289) pero, a diferencia de lo ocurrido en el siglo xi, no se menciona el destalle de los sueños.
[12] ANDRÉ VAUCHEZ, «El santo»: JACQUES LE GOFF (ED.), El hombre medieval, Madrid 1990, 323-358, concretamente p. 325: «Una de las tareas específicas del historiador consiste en desenmascarar las falsas continuidades postuladas, al menos implícitamente, por el lenguaje, que, al indicar con las mismas palabras distintas realidades según las épocas, puede hacernos perder el sentido del cambio. Esta actitud prudente se impone de manera especial en el campo de la religión, sobre todo cuando se trata del catolicismo, proclive a hacer énfasis sobre la constancia de sus creencias fundamentales y de su cuadro institucional a lo largo de los siglos. Así, a veces se cree saber cómo fue un obispo de la Antigüedad o un sacerdote del Medievo ateniéndose a las personas que ejercen hoy estas funciones en la Iglesia. Pero este tipo de razonamiento por analogía lleva fácilmente al anacronismo, en la medida en que la identidad de los vocablos hace perder de vista cambios, que pueden, en ciertos momentos, haber sido notables.
Este problema se muestra con fuerza particular en el caso de los santos».