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Revista de Folklore número

502



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El ciclo festivo en Granada a finales del siglo XIX e inicios del XX. la mirada de los costumbristas

CARVAJAL CONTRERAS, Miguel Ángel

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 502 - sumario >



Dedicado a Juan Bedmar Zamora, gran conocedor del folklore granadino

Introducción

El presente artículo pretende mostrar cómo los escritores costumbristas mostraron a través de sus obras el ciclo festivo de la ciudad de Granada a finales del siglo xix y principios del xx. Las obras que se han consultado son Fiestas populares de Granada (1885), de Antonio Joaquín Afán de Ribera, Estudio histórico-crítico de las Fiestas del Corpus en Granada (1886) de Francisco de Paula Valladar y Serrano, El libro de las tradiciones de Granada (1888) [1880] de Francisco de Paula Villa-Real y Valdivia, Antiguallas granadinas. Las Fiestas del Corpus (1889) de Miguel Garrido Atienza, Las Fiestas de la Toma (1891) de Miguel Garrido Atienza, Entre Beiro y Dauro (1898) de Antonio Joaquín Afán de Ribera y Granada y sus costumbres. 1911 (1912) de José Surroca y Grau.

De esta forma, podremos observar cómo este ámbito de la cultura popular granadina fue abordado por estos escritores, y cómo se aproximaron al mismo desde su propia perspectiva. Hemos denominado a estos autores como escritores costumbristas, dado que sus obras suelen tener un carácter más próximo al costumbrismo que al Folklore de inspiración científica[1]. Este costumbrismo, heredado del romanticismo de las décadas precedentes, haría que se preocuparan por describir y ensalzar las tradiciones locales, mostrando una visión que oscila entre el romanticismo tardío y el positivismo (esto último sobre todo entre los que se hallaban más próximos al ámbito académico), con descripciones no exentas de lirismo y una mirada nostálgica ante la pérdida de algunas de dichas tradiciones o la situación de desuso en la que se encontraban otras.

El ciclo festivo local granadino constaba de festividades que existían en la época y que dejarían de celebrarse a lo largo del tiempo, así como de otras que han persistido hasta la actualidad, como las Cruces de Mayo o el Corpus Christi, que se pueden considerar como las principales fiestas locales, junto a otras donde el elemento religioso es el preponderante, como las fiestas patronales (destacando sobre todo la procesión de la patrona, la Virgen de las Angustias) y la Semana Santa. Algunos de estos autores mostrarían también a través de sus obras aquellas fiestas que se celebraban anteriormente en la ciudad pero que en la época ya habían dejado de celebrarse, por lo que únicamente persistían en las antiguas crónicas y en la memoria de los vecinos de mayor edad y eran descritas como forma de testimonio de su existencia. Los elementos del folklore vinculados a este ámbito festivo también resultaban de interés para estos autores, que añadían numerosos poemas y canciones populares, describiendo también algunos personajes emblemáticos de estas fiestas. El origen, real o legendario, de dichas festividades, insertadas en formas de ritualidad que entroncaban con la identidad local, también sería otra cuestión abordada en estas obras, destacando por su erudición las dedicadas al Corpus Christi y a la fiesta de la Toma por Miguel Garrido Atienza, considerado por sus coetáneos como uno de los autores más eruditos de la época.

Costumbristas en una ciudad en el tránsito entre el siglo xix y el xx

La ciudad de Granada era, a finales del siglo xix, una capital de provincias que se iba abriendo paulatinamente a la modernidad. Había sido una ciudad visitada por algunos viajeros ilustrados durante el siglo xviii y por numerosos viajeros románticos en el xix, dejando todos ellos sus impresiones sobre la misma, sus habitantes y sus costumbres a través de obras que, como en el caso de Washington Irving, se harían célebres fuera del país y llamarían la atención de otros viajeros[2]. Dibujantes y grabadores como David Roberts y Gustave Doré retratarían de forma gráfica lo que los literatos hacían a través de la escritura, llamando también la atención de sus compatriotas y difundiendo la mirada exótica, orientalista y costumbrista sobre Granada y sobre Andalucía en general[3]. A partir de mediados del siglo xix, los fotógrafos aportarían también su labor a la construcción de este imaginario. El hispanista inglés Gerald Brenan recuerda en su obra Al Sur de Granada (1957) la impresión que durante su infancia y juventud, a inicios del siglo xx, le causaron las postales con grabados decimonónicos, hasta tal punto que a su llegada a Granada en 1919 la ciudad le desilusionó al no encontrar en ella el exotismo que él esperaba y que le habían transmitido dichas imágenes.

Pero más allá de la impronta de los viajeros románticos, la ciudad contaba con eruditos propios, que se agrupaban en torno a formas de asociacionismo literario y artístico, como el Liceo Artístico y Literario, la «Cofradía del Avellano», fundada por el escritor granadino Ángel Ganivet, miembro de la Generación del 98[4], el Ateneo[5] y el Centro Artístico, Literario y Científico. Algunos de ellos ejercieron la docencia universitaria, como Francisco de Paula Villa-Real, que fue catedrático. La orientación ideológica de estos eruditos iba desde el tradicionalismo carlista, como en el caso de Antonio Joaquín Afán de Ribera, hasta el republicanismo, en el que destacaría Miguel Garrido Atienza. Dado que la tendencia más habitual entre estos autores era el conservadurismo, este autor sería visto por sus coetáneos como un hombre demasiado implicado en la política, habiendo sido concejal en el consistorio granadino y el más comprometido con su causa, en este caso la republicana, lo que lo convertiría en una personalidad poco común en aquel entorno de escritores localistas, algo que no sería inconveniente para que mantuviera importantes vínculos con ellos y éstos destacaran su erudición[6].

Estos escritores, por lo general, provenían de una formación en campos como el Derecho[7] y Filosofía y Letras, y se inclinaban en ocasiones hacia una labor más próxima al periodismo, ámbito en el que destacaría Francisco de Paula Valladar, y en otras hacia una erudición que les llevaba a consultar numerosas fuentes archivísticas, como en el caso de Miguel Garrido Atienza. Mediante la publicación de artículos en revistas de la época, como La Alhambra, que tenían una duración a veces breve y otras más prolongada, con diversas etapas de publicación, así como también en la prensa de la época, estos escritores, imbricando la descripción literaria con la erudición, darían cuenta de las fiestas, leyendas y costumbres en general que habían formado parte de la cultura popular de la ciudad, y que en ocasiones no solamente existían en la memoria colectiva sino que seguían vigentes. Fruto de la compilación de estos artículos saldrían muchas de sus obras.

Si bien las revistas sobre temas locales y la prensa, que suponían los principales medios de comunicación en la época, eran las publicaciones a través de las cuales los escritores costumbristas solían plasmar sus textos, la publicación de obras sobre temas como leyendas y fiestas era otra forma de hacer llegar al público sus indagaciones eruditas sobre la cultura popular granadina, consistiendo en no pocas ocasiones estos libros un compendio de relatos legendarios e impresiones sobre la ciudad y su entorno, además de aparecer numerosos poemas dedicados a los hechos que se relataban. Estas obras solían estar precedidas de un prólogo, habitualmente una «carta-prólogo», en la que quienes prologaban la obra mostraban sus impresiones sobre la misma y sobre la labor del autor en cuestión. Francisco de Paula Valladar, dada la importancia de la que gozaba en el ámbito de la prensa granadina de las últimas décadas del siglo xix y las primeras del xx, sería requerido para esta misión, prologando obras como Fiestas populares de Granada, de Antonio Joaquín Afán de Ribera, publicada en 1885 y pionera en el interés por las fiestas locales de Granada.

Estos textos sobre leyendas y sobre fiestas y otras tradiciones y costumbres alcanzarían, en Granada, su mayor apogeo entre las décadas de 1880 y 1920, continuando sobre todo a través de la prensa, que seguía mostrando durante los años de posguerra una clara impronta costumbrista heredada de las décadas anteriores. Sin embargo, en cuanto a las obras como las que aquí se tratan, serían estos años de tránsito entre los dos siglos cuando se publicasen en su mayor parte, coincidiendo con la etapa de madurez de sus autores, que en las décadas de 1880 y 1890 se hallaban en plena actividad intelectual, encargándose de recoger en sus escritos los aspectos de la cultura popular que les resultaban de mayor interés, tanto relativos al ámbito literario como al ritual-festivo. A estos autores habría que añadir al escritor de origen catalán José Surroca y Grau, que en 1911 llevaría a cabo una recopilación de costumbres granadinas que publicaría un año después.

Un aspecto a destacar en cuanto a estas recopilaciones es que no seguían por lo general una metodología concreta, ni se basaban exactamente en las fuentes orales[8], como ocurría con las recopilaciones de los folkloristas del grupo sevillano encabezado por Antonio Machado y Álvarez «Demófilo»[9], padre de los hermanos Machado e hijo del catedrático introductor de las teorías evolucionistas en la Sevilla de mediados del siglo xix, Antonio Machado y Núñez. En la Universidad de Sevilla el evolucionismo y el krausismo habían conseguido hacerse presentes gracias a algunos catedráticos, por lo que el positivismo vinculado a los postulados científicos de la época gozaba de un mayor predicamento entre los académicos locales. Antonio Machado y Álvarez, gracias a este ambiente intelectual, se había aproximado a dos disciplinas que habían surgido durante la primera mitad del siglo xix y que se consideraban afines, el Folklore (saber del pueblo) y la Antropología (estudio del ser humano). En la década de 1880 promovería la creación de una Sociedad denominada El Folk-Lore Andaluz, con una revista del mismo nombre que se publicaría durante unos años, colaborando con él otros folkloristas tanto sevillanos como del resto del país y entrando en contacto con otros folkloristas europeos. Se entendía el Folklore como una disciplina científica, con una metodología consistente en la recopilación exhaustiva de materiales relacionados con la cultura popular, dando importancia a las fuentes orales para recopilar leyendas, cuentos, refranes, creencias o canciones[10].

En el caso de la Universidad de Granada y las instituciones culturales locales, primaba el historicismo y la presencia del evolucionismo y el krausismo, que serían importantes para el establecimiento de la ciencia positivista decimonónica, sería de menos relevancia, por lo que la necesidad de una metodología concreta no se percibía como algo imprescindible en relación al estudio de la cultura popular, dando prioridad a la erudición de los autores, lo que conllevaría que en sus obras la oralidad sólo suele aparecer en el momento en el que se muestran coplas populares ligadas a los relatos legendarios o a las fiestas locales, muchas veces ensalzando a la propia tierra y mezclándose en los textos con poemas de los propios autores. Los costumbristas granadinos se aproximaron más a la Historia, sobre todo a la relativa al pasado nazarí y la conquista castellana, sobre la cual produjeron obras donde también mostraban su erudición, si bien en casos como el de Miguel Garrido Atienza se recurriría también a numerosas fuentes consultadas en el archivo municipal.

La preferencia de los costumbristas de Granada por la descripción más próxima al romanticismo tardío y al localismo, sobre todo en relación a las fiestas aunque no tanto en lo concerniente al origen histórico de las mismas, conllevaría que la propuesta de Antonio Machado y Álvarez y los folkloristas sevillanos de la creación de una Sociedad de El Folk-Lore Granadino que colaborara con ellos fuera rechazada, dado que se veía la recopilación llevada a cabo por estos como algo de menor interés que la descripción más literaria que ellos llevaban a cabo[11], por lo que predominaba en ellos lo estético sobre lo científico.

Miguel Gutiérrez, uno de los prologuistas de la obra Entre Beiro y Dauro (1898) de Antonio Joaquín Afán de Ribera, comenta en la página 66 de la misma: «Hay en Granada un folklore[12] completo, suficiente a hartar la codicia de los «mineros» que buscan supersticiones, leyendas, cuentos, frases, modismos, coplas, bailes, chistes... etc., etc.» y en la página 79: «A estas fuentes bibliográficas podría, si quisiera ser prolijo, añadir las Antiguallas de Garrido Atienza, libro que ya por su especialidad entra de lleno en el género costumbrista [...] Pero todo esto no pasa de material artístico bueno para los descriptores de costumbres. Garrido Atienza, con trozos de papeles viejos, pero con demasiada seriedad científica, narra o describe costumbres urbanas, como el Dr. Salcedo, en el Vejamen de 1598, o el Dr. Utrera, en el de 1694, son cronistas de costumbres académicas; pero ninguno de estos verdaderos historiadores describe, por modo artístico, las costumbres buenas o malas de su tiempo». Como puede observarse, se percibía a los folkoristas científicos e incluso a los costumbristas más próximos a la Historia académica, caso de Miguel Garrido Atienza, como faltos de la calidad literaria que era preferida por la corriente mayoritaria de los costumbristas en la Granada de la época. La descripción de las fiestas de la ciudad sería un ámbito en el que se pueden observar estas tendencias, como comprobaremos.

Las fiestas de Granada descritas por los costumbristas

Los costumbristas describieron las fiestas de la ciudad de Granada de dos formas, desde una perspectiva más tardorromántica en unas ocasiones y desde una perspectiva más histórico-erudita en otras, dado que algunos de ellos sentían, como ya se ha señalado, una mayor sensibilidad hacia la erudición histórica. Algunos las narraron siguiendo el ciclo festivo que se extiende a lo largo del año, mientras que otros prefirieron introducir las fiestas en medio de capítulos que trataban sobre leyendas o sobre diversas costumbres locales, por lo que las descripciones son desiguales según cada obra, al igual que unas presentan un mayor lirismo que otras.

La primera festividad del año en Granada es la fiesta de la Toma. Objeto de disputas políticas desde hace algunas décadas, a finales del siglo xix y principios del xx su celebración era una de las principales en la ciudad y a ella concurrían granadinos de todas las tendencias ideológicas y estratos sociales, ya que, además de la ceremonia civil, con presencia militar y religiosa, celebrada en la Plaza del Carmen, en la que se sitúa el ayuntamiento, se representaba la obra teatral titulada «El Triunfo del Ave María»[13], que aún se sigue representando en algunas fiestas de moros y cristianos de la provincia. Las meriendas en el campo y esta teatralidad, muy del gusto de la sociedad granadina de la época, hacían que esta fiesta no fuese solamente un acto solemne cargado de sobriedad y oficialidad, sino que le otorgaba un regusto popular a la celebración. El estallido de la Guerra Civil influiría en el devenir de muchas festividades, y esto ocurriría también con la fiesta de la Toma, al suprimirse la parte popular de su celebración y ceñirse a la celebración cívica en la plaza del ayuntamiento, reforzando la militarización y la presencia religiosa en la misma. Por lo tanto, el acto de ondear el pendón, ensalzar la conquista castellana y la figura de los Reyes Católicos, quienes instauraron esta festividad, y la presencia de las diversas autoridades quedaron como único rito celebrado.

En relación a la fiesta de la Toma, Antonio Joaquín Afán de Ribera (1885)[14] realiza una descripción llena de lirismo y en concordancia con su ideología tradicionalista, comenzando con el toque de la campana de la Vela, situada en la torre del mismo nombre que se halla en la alcazaba de la Alhambra, para avisar a los pueblos cercanos, para continuar alabando la conquista: «Que es la grande solemnidad de Granada, la fecha memorable de su reconquista, el aniversario del día célebre en que la bandera triunfante de la cruz, se fijó por la mano del Conde de Tendilla en la Torre del Homenaje de los alcázares de Alhamar [...] Suena [refiriéndose a la campana de la Vela], que tus ecos se repitan en los espacios, que el espíritu católico se despierte a bendecir la memoria de los egregios conquistadores, y que rodilla en tierra recen una plegaria en su capilla ante los magníficos sepulcros que encierran sus venerados restos, por el eterno descanso de los bienhechores de la patria» (pág. 33).

A continuación destaca el carácter popular de la fiesta y comienza la descripción, de forma eligiosa, del ritual: «Y pocas festividades son tan populares como la presente. Y es porque tiene rasgos propios, escenas que todos los años se repiten y siempre parecen novedades, y un entusiasmo sin límite en todas las clases sociales, que recuerda los tiempos de los grandes sacrificios y de los grandes héroes. Cuando a las doce del día primero del año, desde los balcones de las Casas Consistoriales, tremola el regidor decano, el glorioso estandarte a los gritos de «Granada por los ínclitos reyes Don Fernando V de Aragón y Dª Isabel I de Castilla»; respondiendo el pueblo con ruidosas aclamaciones, no hay un corazón que no lata entusiasmado ante el recuerdo de nuestras glorias nacionales» (pág. 34).

Continúa describiendo la función religiosa que se celebra en la Catedral y la costumbre de los vecinos de los pueblos de los alrededores de la capital de subir a contemplar las vistas desde la torre de la Vela, cuya campana es tañida por las jóvenes parejas, dada la creencia de que de tocarse en dicha festividad se casarán en el plazo de un año. Concluye con la descripción de la representación de la obra «La Toma de Granada, o el Triunfo del Ave María», destacando el gusto popular que, como ya se ha comentado, tenía dicha representación, de carácter cómico y que hacía las delicias del público.

En cuanto a la obra de Miguel Garrido Atienza, dedicada a las Fiestas de la Toma (1891)[15], dicho autor narra los antecedentes históricos de la fiesta y su implantación en la ciudad a raíz de la conquista llevada a cabo por los Reyes Católicos en 1492, concluyendo que, en relación a la celebración actual de la fiesta, es decir tal y como se celebraba entonces y en parte se ha seguido celebrando hasta nuestros días: «Fáltanos el tiempo necesario para podernos detener en marcar, una por una, todas las diferencias existentes entre la fiesta hoy en uso y la que en lo antaño se hacía; para determinar el cómo de las mudanzas que en sus accidentes se han operado; para describir, en fin, las actuales prácticas con todo el carácter eminentemente popular que en sí tienen, cosa hoy de relación innecesaria por ser harto sabida, y que para el mañana tiene descrito por pintoresco modo D. Antonio Joaquín Afán de Ribera en las primeras páginas de sus Fiestas Populares de Granada.» (pág. 44). Su texto concluye con el programa de fiestas de la Toma de 1892, en conmemoración del IV centenario de la conquista de la ciudad por los Reyes Católicos.

Por su parte, desde una perspectiva meramente descriptiva de las fiestas, y ordenándolas por cada mes, José Surroca Grau (1912)[16] describe las fiestas de la Toma en 1911 de una forma sencilla y fácil de entender por parte del lector foráneo, no tan familiarizado con las fiestas de la ciudad, algo en lo que este autor difiere respecto a los autores granadinos, que escriben sobre todo para el público local y refuerzan la identidad granadina mediante su forma de ensalzar las tradiciones locales. Resulta relevante que, tras describir el ritual de la bandera que el concejal tremola gritando: «¡Granada! ¡Granada! ¡Granada!, por los ínclitos Reyes Católicos Don Fernando V de Aragón y Doña Isabel I de Castilla. ¡Viva España! ¡Viva el Rey! ¡Viva Granada!», continúa con la procesión cívico-religiosa y su recorrido por las calles del centro de la capital, la costumbre de subir a la torre de la Vela y tocar la campana y la de asistir a los teatros para ver la representación del Triunfo del Ave María.

Varias son las romerías y festividades en honor de santos que son narradas, especialmente en las obras de Antonio Joaquín Afán de Ribera (de forma más literaria) y de José Surroca Grau (de forma más descriptiva). San Sebastián, San Antón, San Cecilio (patrón de la ciudad), San Blas, San Juan de Dios (copatrón de la ciudad), San Marcos, San Isidro, San Miguel o San Nicolás son algunos de estos santos cuyas festividades son tratadas por estos costumbristas en sus obras, así como las dedicadas a vírgenes como la Virgen del Rosario, copatrona de la ciudad, cuya fiesta tiene una especial relevancia en la barrio del Realejo. Romerías como la de San Cecilio y la de San Miguel eran en la época las que mayor concurrencia acumulaban en sus celebraciones, existiendo también algunas celebraciones dedicadas a santas como Santa Rita y Santa Ana, que son descritas por José Surroca Grau.

Estos dos autores describen una costumbre, ya perdida, que fue muy popular en la época y hasta mediados del siglo xx, las pasaderas del río Genil, una práctica de carácter jocoso que consistía en que muchachas de la zona saltaban sobre piedras enjabonadas, con el consiguiente regocijo de los muchachos que se acercaban a verlas, y que tenía lugar en las proximidades de la iglesia de San Pedro y San Pablo, situada en la Carrera del Darro, con motivo de las fiestas de San Pedro.

Ambos autores describen también, si bien con más detalle Antonio Joaquín Afán de Ribera, el ritual en torno al Cristo de los Favores, en el Campo del Príncipe, imagen de gran devoción entre los granadinos: «En el antiguo Albunest, o barrio de los mercaderes judíos hace cuatro siglos, frente al palacio de recreo del valiente Muza Ebén-Gazul, convertido en hospital por los Católicos Reyes, bajo el patronato del primer Arzobispo granadino; en el desde entonces llamado Campo del Príncipe [...] sobre robustas losas y cercada de barandas de hierro, se levanta la enseña de la cruz, de la que pende la divina imagen del Nazareno, enclavado en el árbol de la redención, y a la que se venera bajo el cariñoso título de Cristo de los Favores. [...] El muy nombrado Realejo parecía en conmoción. La ancha calle de Molinos se cuajaba de gente, y los contornos de la iglesia del patrono San Cecilio, hervían en piadosa muchedumbre que, llena de júbilo, acudía a implorar de la bondad divina alivio para todos sus pesares. ¡Qué espectáculo tan sublime, qué recogimiento y qué devoción tan espontánea!» (págs. 68-70).

En cuanto al Carnaval, fiesta que se celebraba en la ciudad durante aquella época y que se mantendría hasta el estallido de la Guerra Civil, cuando sería prohibido, únicamente es descrito por José Surroca, quien destaca que la fiesta no se hallaba en su época de mayor esplendor y menciona la participación en la misma, a través de la celebración de eventos literarios y musicales, de la institución eclesiástica, que no era muy favorable a dicha festividad por su carácter profano y su supuesto origen vinculado al paganismo: «El Carnaval granadino está en completa decadencia. En los días del Carnaval, es costumbre comer los hojaldres de Santa Paula, que venden todas las pastelerías de la capital. [...] En las tardes de los tres días del Carnaval, tienen lugar en el Salón de la Biblioteca del Seminario Conciliar de San Cecilio, veladas literario-musicales, por la Liga de los Seminaristas, en favor de la Buena Prensa[17]. Las preside el Excmo. Sr. Arzobispo, el muy ilustre señor Secretario de Cámara y el muy ilustre señor Rector del Seminario, y todo el Claustro de la Universidad Pontificia y demás personas caracterizadas de las Órdenes religiosas y Centros de enseñanza. Numerosa y distinguida concurrencia asiste, llenando el gran Salón de la Biblioteca, que aplaude la labor de la juventud Seminarista y admira el talento de su profesorado.» (págs. 27-28).

Es también José Surroca quien dedica una mayor atención a la Semana Santa, festividad que si bien no vivía su etapa de mayor esplendor sí vivía un resurgir que había arrancado con la etapa de la Restauración, a partir de la década de 1870, y que a finales del siglo xix e inicios del xx contaba con algunas hermandades y cofradías que iban preparando lo que vendría a ser el desfile antológico que daría lugar a las posteriores procesiones que se iban a ir sacando a la calle a lo largo de los años[18], de forma que la Semana Santa tal y como se ha desarrollado posteriormente estaba dando sus primeros pasos, en una época en la que además dicha festividad se comenzaba a percibir como un ritual con potencial turístico, que llamaba la atención de los visitantes[19].

José Surroca describe las celebraciones del Viernes Santo y del Sábado Santo, de la siguiente forma: «El Viernes Santo se organiza la procesión del Santo Entierro, en la parroquial Iglesia de San Gil y Santa Ana. Recorre las principales calles de la ciudad y el interior de la Basílica, llamando la atención las hermosas esculturas de los pasos y la compañía de soldados romanos que forman la guardia del Santo Sepulcro. Es tradicional la asistencia de los penitentes con hábito blanco, morado y negro; las Chías[20], con riquísimas vestiduras, blancas, moradas y negras; los niños vestidos de nazarenos con los atributos de la Pasión. Al pasar la procesión por la Cárcel, los presos cantan saetas ante la Virgen de la Soledad. El Sábado Santo, al toque de Gloria, los niños tocan unas campanas de barro, y la mayor parte, se reúnen en la Catedral, siendo digno de notar el bullicio y alegría de la niñez. Por las calles, los niños arrastran latas viejas y collares con cascabeles, haciendo un ruido ensordecedor. La primera Misa que se celebra en dicho día, es en el altar privilegiado de Nuestra Señora del Pilar, de la Santa Iglesia Metropolitana. En el día de la Pascua de Resurrección, las granadinos colocaban unos muñecos vestidos de Judas, pendientes de unas cuerdas, ya en sus balcones, o en el centro de las calles.» (págs. 33-35).

Las Cruces de Mayo, festividad fundamental en el ciclo festivo granadino, son descritas por Antonio Joaquín Afán de Ribera y José Surroca, destacando ambos la importancia de esta fiesta en el calendario local y el marcado carácter popular de la celebración de la misma, con una amplia simbología que se manifiesta en la decoración de las cruces, situadas en aquella época sobre todo en el espacio privado, más que en el público. Otros autores, como Francisco de Paula Villa-Real[21], tal y como señalan Antonio Martínez y Cristina Viñes, sin embargo no mencionan este ritual festivo[22]. Esta fiesta de gran arraigo popular en los barrios de la ciudad se encontraba en la época en una situación no tan esplendorosa, en un ámbito más doméstico[23], como hemos señalado, aunque la ritualidad vinculada a la misma que ha llegado hasta nuestros días estaba ya fijada, si bien durante el siglo xx se irían acompañando algunos nuevos elementos folklóricos, especialmente a partir de la revitalización de la fiesta tras los años de posguerra[24]. La costumbre de pedir «un chavico pa la Santa Cruz» por parte de los niños y las jóvenes, sobre todo en los barrios populares de la ciudad, costumbre que ha quedado como elemento paradigmático en la memoria sobre esta fiesta[25], es señalada también por estos autores como una de sus principales características de la misma en la época.

Algunos aspectos que se han mantenido son descritos por estos autores, y así, Antonio Joaquín Afán de Ribera señala la gran cantidad de objetos que decoran las cruces, así como el pero, la manzana que se sitúa a los pies de la cruz con unas tijeras clavadas, para, simbólicamente, evitar que se pongan «peros» o faltas a la misma: «Mas lo que llamaba doblemente la atención, era un encarnado pero, haciendo pendant a unas afiladas tijeras, todo puesto y colgado en lo más vistoso y saliente de los adornos. ¿Qué misterio encerraban aquellas insignias? Pues muy sencillo, las últimas eran para que los murmuradores se cortaran el pico; y la fruta, para que teniéndolo la cruz, nadie pudiese poner pero, a el primoroso y nunca bien ponderado altar entre los altares.» (pág. 79). Describe a continuación uno de los bailes que se organizaban en torno a la cruz, amenizado por los «tocadores» que, con sus instrumentos de cuerda, cantaban e interpretaban fandangos, mostrando muchas de las coplas que se cantaban, y describiendo el baile ejecutado por parejas de jóvenes al son de los palillos o castañuelas.

José Surroca, por su parte, habla de «La invención de la Santa Cruz» y describe también algunos de los aspectos más relevantes de la fiesta en la época, de esta forma: «El día de la Cruz de Mayo, lo celebran con gran entusiasmo las polluelas de los barrios extremos de la capital y del Albaicín, que adornadas con sus mejores vestidos primaverales, piden la perrilla pá... la Santa Cruz. Las viviendas en que presentan la Cruz, están adornadas con toda clase de imágenes, cuadros de mayor o menor mérito, urnas, candelabros, jarrones con flores naturales y artificiales, como claveles de encendido color, ramitos de cinomomos, alelíes y blancas azucenas, que perfuman el ambiente. [...] El señorito, que pasa ante estas viviendas u oratorios improvisados, no le queda más recurso que vaciar sus bolsillos, pues todas las jóvenes le galantean, y no hay más que soltar las monedas de plata o alguna perrilla, o el consabido chavico. Los niños de ambos sexos, y grupos de jovenzuelas con sus vestidos de blanco, sus mantones de Manila y sus cabezas adornadas con flores, recorren las calles de la Ciudad, y piden pa... la Santa Cruz. [...] Las muchachas con sus novios forman corros, se cantan coplas, se baila, etc., y el bullicio y la alegría dura hasta la madrugada. Es costumbre colocar en los altares y en sitio visible un pero y unas tijeras para los que señalen defectos, enseñarles el pero, o las tijeras para cortarles la lengua. Son muy celebradas las comidas en este día, compuestas de habas tiernas, jamón y huevos.» (págs. 39-40).

Las Cruces de Mayo, junto con el Corpus Christi, suelen ser consideradas como las principales festividades celebradas en la ciudad de Granada y entroncan con el ciclo festivo primaveral. El Corpus es descrito por Antonio Joaquín Afán de Ribera, Francisco de Paula Valladar, Miguel Garrido Atienza y José Surroca. Mientras que Antonio Joaquín Afán de Ribera y José Surroca se centran en la descripción de la fiesta tal y como se celebraba en la época, incluyendo la celebración de la feria, Francisco de Paula Valladar y Miguel Garrido Atienza se decantan por la descripción erudita de la historia de la fiesta, destacando sobre todo la obra de Garrido Atienza, que contó con una amplia cantidad de documentación archivística.

Antonio Joaquín Afán de Ribera describe la festividad del Corpus en verso, concretamente imitando las carocas, quintillas con dibujos relativos a los versos de las mismas que son características del Corpus de Granada[26], las cuales comenzaron a ser habituales en esta fiesta a partir de la segunda mitad del siglo xix, ahondando así en el carácter literario de sus obras: «Multitud entusiasmada de semblanza nada seria cubre el campo de Granada y apresura la jornada, por ver su Corpus y feria. Tras de la empinada loma, larga cuadrilla se asoma de campesinos, que ufanos, y agarrados de las manos vienen a correr la broma. [...] Y después entre apretones se quedan firmes cual rocas, riéndose a borbotones de los tipos y renglones que presentan las Carocas. [...] Al ruido de las campanas de las torres del confín, se ven las bellas ufanas ocupando las ventanas de Bib-Rambla y Zacatín. Todo lo más ensalzado acompaña al Redentor; síguele el clero pausado, y detrás marcha el soldado, de tanto bien guardador. El pueblo ante Dios se humilla, y lleno de fe ardorosa, hincando fiel la rodilla, al cordero sin mancilla arroja rosa tras rosa.» (págs. 102-108).

Francisco de Paula Valladar (1886)[27] realiza una aproximación histórica, si bien también relata la situación de esta festividad en aquella época, en la que destaca la descripción de la celebración del Corpus a través de los rituales llevados a cabo en lugares emblemáticos vinculados a esta fiesta, como la Plaza Bib-Rambla, en la que se sitúan las carocas, y muestra cómo eran estas celebraciones en los siglos precedentes. Narra cómo era la procesión del Corpus, la procesión de la Tarasca junto a los Gigantes y los Diablillos (que posteriormente devendrían en los Cabezudos), así como las danzas y la decoración de las calles, y habla sobre la celebración tal y como era en la época, destacando la labor de instituciones como el Liceo, el Centro Artístico y el Círculo de la Oratoria en la promoción de la literatura y las artes durante la celebración de la fiesta, concluyendo con la descripción de rituales como las corridas de toros, las carreras de caballos, las cucañas, los globos y los fuegos artificiales.

Por su parte, Miguel Garrido Atienza (1889)[28] aporta algunas aclaraciones en materia histórica, basándose su texto precisamente en la descripción del pasado de la fiesta desde sus orígenes. Describe cómo eran los preliminares de los festejos, el decorado de las calles y plazas por las que discurría la procesión, los altares, la procesión de la Tarasca junto con los gigantes y diablillos-cabezudos, las danzas, la procesión del Corpus y los autos sacramentales.

José Surroca comienza su descripción del Corpus mostrando el programa de fiestas del año 1911, continuando con la celebración de la fiesta: «Las Fiestas del Corpus son las más renombradas en esta Ciudad, acudiendo multitud de forasteros, en especial de los pueblos comarcanos, para admirar las ferias y fiestas que se celebran en honor del Santísimo. [...] Los carteles y programas de mano, se reparten con gran profusión, y señalan los días en que tienen lugar los festejos. [...] A las doce, la Pública se organiza en la plaza del Ayuntamiento, y cuyo cortejo lo forman: batidores de la Guardia municipal con sus trajes de gala; los Gigantones, los Enanos o Cabezudos que van repartiendo golpes botijiles a la gente menuda; banda de música, Heraldos, Timbaleros, Palafreneros, Reyes de armas, coche con el Escudo de la Ciudad, pajecillos, la Tarasca (una grande serpiente con un largo rabo: las espaldas son anchas, la cara feísima y tiene en la cabeza sus correspondientes cuernos. La gracia de Dios se representa sobre la Tarasca con la figura de una hermosa joven y elegantemente vestida); una banda y escolta de la Guardia municipal.» (págs. 50-53).

Continúa este autor hablando sobre la leyenda del origen de la Tarasca, situada en la Provenza y que tiene a Santa Marta como protagonista, representando el triunfo de las fuerzas divinas sobre el dragón que atemorizaba la región. Describe la custodia del Corpus que es procesionada y su historia durante los siglos xvi y xvii, en que fue elaborada, para a continuación hablar sobre los conciertos, las corridas de toros y las carreras de caballos, así como sobre las decoración de las calles y la celebración de numerosos actos públicos como la exposición de pinturas y fotografías[29] en uno de los salones del ayuntamiento y la celebración de bailes populares. Sobre la feria, que en aquella época estaba dedicada, como era habitual, a la compra y venta de ganado, destaca la gran cantidad de carruajes y de jinetes que acudían a la misma, así como la presencia de los principales ganaderos de la provincia, que llevaban a cabo numerosas transacciones vendiendo toda clase de ganados.

Tras el periodo estival, a finales del mes de septiembre, la fiesta de la patrona de Granada, la Virgen de las Angustias, es la siguiente festividad más importante en la ciudad, siendo procesionada por las principales calles del centro de la capital desde su basílica, situada en la denominada como Carrera de la Virgen. Esta fiesta patronal es descrita por Antonio Joaquín Afán de Ribera en su obra Entre Beiro y Dauro (1898)[30] y por José Surroca. Antonio Joaquín Afán de Ribera comenta al respecto: «La multitud se agrupa en la Carrera y especialmente frente a la puerta principal. De pronto se abre ésta; desfilan los fieles y las Corporaciones y ante los acordes de la marcha real, aparece en el atrio la divina imagen, y entonces un grito unánime se escapa de todos los labios, un viva ensordecedor que expresando los sentimientos piadosos de este noble pueblo atraviesa las nubes, y llega a depositarse a los pies del Supremo Hacedor. [...] El vecindario prepara vistosos fuegos artificiales; y la Virgen se detiene, y parece que los bendice, y como que goza en aspirar el áura que baja por la cuesta de Gomérez [...] Ya penetra la Virgen en su casa. ¿Quién contiene al vecindario?». (págs. 291-294).

José Surroca comenta: «La solemne Novena de la Virgen de las Angustias, es de las fiestas religiosas que con más entusiasmo y fervor celebran los granadinos, en honor a su excelsa Patrona. Acuden a la Iglesia de su nombre, un gentío extraordinario compuesto de todas las clases sociales. [...] La Iglesia está iluminada con profusión de luces eléctricas, y en el camarín, se ve la Santísima Virgen, luciendo un peto cubierto de alhajas y piedras preciosas, y un manto riquísimo bordado en oro, donado por la Reina Dª Isabel II. [...] Los gritos de ¡Viva la Virgen de las Angustias! no cesan ni un momento, ni en el interior de la Catedral, que a su entrada, los órganos y las músicas todas, tocan la Marcha Real, ni en todo el trayecto que recorre la Procesión.» (págs. 78-80).

Como puede comprobarse, son Antonio Joaquín Afán de Ribera y José Surroca quienes más fiestas narran en sus obras, si bien Francisco de Paula Valladar y Miguel Garrido Atienza dedicaron textos monográficos a algunas de ellas, como el Corpus, y otros se decantaron por los relatos legendarios que se vinculaban con algunas devociones locales, como Francisco de Paula Villa-Real. El ciclo festivo granadino comienza con la Fiesta de la Toma y finaliza con la Navidad, cuyas fiestas son descritas por Antonio Joaquín Afán de Ribera y José Surroca en sus obras, destacando el consumo de dulces típicos de dichas fechas, los villancicos que se cantaban por las calles y las misas que se celebraban en las iglesias.

Conclusiones

Como ha podido comprobarse, los escritores costumbristas que narraron en sus obras las fiestas de Granada y los relatos históricos y legendarios existentes en torno a las mismas tuvieron fundamentalmente dos modos de acercarse al ciclo ritual-festivo local, bien a través de una descripción más literaria y poética, afín al romanticismo tardío, o bien a una descripción más próxima a los postulados del positivismo y el historicismo decimonónicos, basada en la consulta de textos del pasado que arrojaran luz sobre los orígenes y el desarrollo de estas fiestas a lo largo de los siglos precedentes, de forma que se podía ver cómo había sido la fiesta y cómo era en la época, a finales del siglo xix e inicios del xx. Otra tendencia fue la escogida por un autor foráneo, José Surroca, quien narró las fiestas de la ciudad a modo de guía para viajeros, haciendo en ocasiones una alabanza romántica a la ciudad y sus costumbres y en otras una descripción somera de sus fiestas, uniendo ambas formas de escritura.

Los costumbristas que narraron Granada no tuvieron un interés tan marcado por el estilo científico que prefirieron otros estudiosos andaluces de su época, con los que sin embargo sí compartieron el interés por la cultura popular, aunque desde una perspectiva más literaria en unos casos e histórica en otros, como ya se ha señalado, y tanto en la prensa como en las obras que hemos mostrado reflejaron este interés por las tradiciones locales. Conocer estos textos ayudará a los investigadores e investigadoras actuales a comprender cómo el folklore de las ciudades fue tratado en el tránsito entre los siglos xix y xx no solamente desde la perspectiva del Folklore de inspiración científica, que entroncaba en muchos casos con la Antropología, sino desde un costumbrismo muy en boga en la época y que dejó reflejadas estas tradiciones a través de la literatura, las artes y los textos como los que aquí hemos tratado.




BIBLIOGRAFÍA

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NOTAS

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[2] Viñes Millet, Cristina (1982). Granada en los libros de viaje. Granada: Miguel Sánchez, Editor.

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[3] González Alcantud, José Antonio (1993). La extraña seducción. Variaciones sobre el imaginario exótico de occidente. Granada: Universidad de Granada.

[4] González Alcantud, José Antonio (1998a). «Nudo biográfico y escritura compulsiva: para una lectura antropológica de Ángel Ganivet». Revista de Antropología Social, Nº 7: 93-119.

[5] Lara, Antonio, Salvador, Álvaro y Vallejo, José (2022). El Ateneo de Granada. Historia de un proyecto que cabalga entre dos épocas. Granada: Ateneo de Granada.

[6] González Alcantud, José Antonio (1990). «Estudio preliminar». En Garrido Atienza, Miguel (1990) [1889]. Antiguallas granadinas. Las Fiestas del Corpus. Granada: Universidad de Granada.

[7] Como en los casos de Antonio Joaquín Afán de Ribera y Miguel Garrido Atienza. Francisco de Paula Valladar iniciaría los estudios en Derecho y Francisco de Paula Villa-Real también los realizaría.

[8] González Alcantud, José Antonio (1992). «La antropología social en Andalucía oriental: paseo incidental». Anales de la Fundación Joaquín Costa, Nº 9: 101-108.

[9] González Alcantud, José Antonio (1982). «Antropología, folclore y literatura costumbrista. El caso de Afán de Ribera». Gazeta de Antropología, Nº 1.

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[10] Guichot y Sierra, Alejandro (1999) [1922]. Noticia histórica del folklore. Sevilla: Junta de Andalucía, Unicaja y Fundación Machado.

[11] González Alcantud, José Antonio (1990a). «Estudio preliminar». En Garrido Atienza, Miguel (1990) [1889]. Antiguallas granadinas. Las Fiestas del Corpus. Granada: Universidad de Granada.

González Alcantud, José Antonio (2010). «Aceptación y rechazo en las “provincias andaluzas” a los proyectos folcloristas de Demófilo. El caso de Granada». Demófilo. Revista de Cultura Tradicional de Andalucía, Nº 44: 99-117.

[12] Se escriben en cursiva las palabras que así aparecen en las diversas obras.

[13] González Alcantud, José Antonio (1998). «Estudio preliminar». En Garrido Atienza, Miguel (1998) [1891]. Las Fiestas de la Toma. Granada: Universidad de Granada.

[14] Afán de Ribera, Antonio Joaquín (1885). Fiestas populares de Granada. Granada: Imprenta de La Lealtad.

[15] Garrido Atienza, Miguel (1998) [1891]. Las Fiestas de la Toma. Granada: Universidad de Granada.

[16] Surroca Grau, José (1912). Granada y sus costumbres. 1911. Granada: Tipografía de El Pueblo.

[17] Así se denominaba a la prensa católica en la época, en la que publicaban algunos de estos autores.

Romero Domínguez, Lorena (2009). La buena prensa. Prensa católica en Andalucía durante la Restauración. Sevilla: Centro de Estudios Andaluces.

[18] López-Guadalupe Muñoz, Miguel Luis y López-Guadalupe Muñoz, Juan Jesús (2002). Historia viva de la Semana Santa de Granada. Arte y devoción. Granada: Universidad de Granada.

Szmolka Vida, Ignacio (2009). «La Semana Santa granadina en la época de la Restauración» Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, Nº 21: 237-258.

[19] Rina Simón, César (2020). El mito de la tierra de María Santísima. Religiosidad popular, espectáculo e identidad. Sevilla: Centro de Estudios Andaluces.

[20] Las chías son un tipo de personaje que se ha conservado en la Semana Santa de Granada, caracterizado por estar vestido con una caperuza sobre la cual se sitúa una corona y un hábito similar al de los penitentes pero con una larga túnica, que con un cierto carácter satírico van tocando tambores y bocinas en la procesión.

[21] Su obra se basa sobre todo en relatos legendarios locales.

[22] Villa-Real y Valdivia, Francisco de Paula (1888) [1880]. El libro de las tradiciones de Granada. Granada: Imprenta de La Lealtad.

Martínez González, Antonio y Viñes Millet, Cristina (2005). El Día de la Cruz en Granada. Granada: Ayuntamiento de Granada.

[23] Martínez González, Antonio y Viñes Millet, Cristina (2005). El Día de la Cruz en Granada. Granada: Ayuntamiento de Granada.

[24] González Alcantud, José Antonio (1990b). «El día de la Cruz en Granada. Introducción etnológica». Gazeta de Antropología, Nº 7.

[25] Fardouss García, Abdel-Aziz (2019). «La fiesta de la Cruz en Granada. Cuando lo terrenal supera a lo espiritual: Una mirada etnográfica hacia lo festivo». En Rodríguez Becerra, Salvador y Gómez Martínez, Enrique (coords.). La religiosidad popular en Andalucía. I Encuentro de Investigadores en Andújar. Andújar: Ayuntamiento de Andújar: 245-262.

[26] González Alcantud, José Antonio (2008). «La caroca andaluza o el ingenio humorístico acotado por el decoro. Lectura etnohistórica». AIBR. Revista de Antropología Iberoamericana, Vol. 3, Nº 1: 3-16.

[27] Valladar y Serrano, Francisco de Paula (1886). Estudio histórico-crítico de las Fiestas del Corpus en Granada. Granada: Imprenta de La Lealtad.

[28] Garrido Atienza, Miguel. (1990) [1889]. Antiguallas granadinas. Las Fiestas del Corpus. Granada: Universidad de Granada.

[29] Lo que demuestra la importancia de la fotografía en la Granada de la época.

[30] Afán de Ribera, Antonio Joaquín (1898). Entre Beiro y Dauro. Granada: Imprenta de la Vda. e Hijos de P. V. Sabatel.



El ciclo festivo en Granada a finales del siglo XIX e inicios del XX. la mirada de los costumbristas

CARVAJAL CONTRERAS, Miguel Ángel

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 502.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz