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Revista de Folklore número

502



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Del mochuelo de Atenea a la lechuza Curuja

MARTIN CRIADO, Arturo

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 502 - sumario >



Todavía hay filósofos, eruditos y filólogos que no se han enterado de que la lechuza no es el ave de Atenea, y que, por tanto, no simboliza la sabiduría, como siguen repitiendo algunos. Hace quince años una profesora de filología de la Universidad de Oviedo, Lucía Rodríguez-Noriega, publicó un artículo esclarecedor[1], que ha servido para que hasta la Wikipedia se dé por enterada de esto, si bien hay libros y libros, páginas y paginas de internet que lo siguen repitiendo equivocadamente. La diosa griega Atenea, que los romanos adaptaron como Minerva, es denominada a veces glaucopis, que significa ‘de ojos brillantes’[2], como son los ojos amarillentos del mochuelo, denominado glaus en la lengua helena, y cuyo nombre científico, Athene noctua, recoge esta relación, ya que quiere decir ‘el ave nocturna de Atenea’. Y así lo muestran muchos testimonios visuales antiguos, entre los que destacan los excelentes tetradracmas atenienses de plata que la ciudad acuñó desde finales del siglo vi a. C. (fig. 01). Sin embargo, la lechuza, cuyo nombre científico es Tito alba, tiene unos ojos pequeños y oscuros.

Ojos de mochuelo

En nuestra cultura popular «mirar con ojos de mochuelo» es mirar con expresión de asombro y curiosidad, con los ojos bien abiertos. Miguel Delibes, en su novela El camino, al describirnos al protagonista, Daniel, el Mochuelo, dice:

Germán, el hijo del zapatero, fue quien primero reparó en su modo de mirar las cosas. Un modo de mirar las cosas atento, concienzudo e insaciable.

-Fijaos-dijo-; lo mira todo como si le asustase.

Y todos le miraron con mortificante detenimiento.

-Y tiene los ojos verdes y redondos como los gatos- añadió un sobrino lejano de don Antonio, el marqués.

Otro precisó aún más y fue el que dio en el clavo:

-Mira lo mismo que un mochuelo[3].

El mochuelo es un ave rapaz de pequeño tamaño, fácil de ver al atardecer o al amanecer en los caballetes de los tejados de las casas de cualquier pueblo castellano o sobre una roca de un altozano. Allí posado parece una bola de plumas con dos grandes ojos brillantes (fig. 02). Aunque su visión es frontal, es capaz de girar la cabeza unos 270º, lo que le permite ver en casi todas las direcciones. Cuando se le observa con fijeza, parece que no deja de bailar, pues mueve la cabeza al ritmo de sus maullidos parecidos a los de un gato. La expresión de los ojos del mochuelo es de atención curiosa incansable, mientras que los de la lechuza transmiten una sensación inquietante, pequeños y oscuros en medio de una cara blanquecina, fantasmal en la negrura de la noche (fig. 03).

Los ojos grandes y brillantes es lo que le identifica en un cuento tradicional que explica la frase proverbial «A los pobres siempre nos toca el de los ojos grandes»:

Iban un padre y un hijo por el camino y se encontraron una perdiz y un mochuelo. Van a repartir y el padre dice: -Pa mi la perdiz y pa ti el mochuelo.

El hijo se queda así y dice: - ¡Jo! Eso no vale.

Y dice el padre: -Bueno, pues pa ti el mochuelo y pa mi la perdiz.

Y dice: ¡A mí siempre me toca el de los ojos grandes!

Por eso , lo de «a los pobres siempre nos toca el de los ojos grandes»[4].

Cargar con el mochuelo

José María Iribarren, en su libro El porqué de los dichos, trae un cuentecillo en el que los protagonistas son un andaluz y un gallego, a quienes en una posada les ofrecen para cena una perdiz y un mochuelo, y a la hora de repartir siempre le toca al gallego «el de la cabeza gorda»[5]. En ambas narraciones, se comparan las aves desde el punto de vista alimenticio, y sabido es de sobra que la perdiz es la reina culinaria de la caza en Castilla, mientras que las rapaces ni se cazaban ni se comían. En todo caso, vienen a colación de la expresión «tocarle a uno el mochuelo», es decir, la peor parte en un reparto, y «cargar con el mochuelo».

El Diccionario de Autoridades, en la expresión tocar el mochuelo, dice: «Phrase con que se explica que alguno lleva siempre lo peor en algún repartimiento». De todas formas, no es muy fiable en la caracterización de los animales, pues asegura que la lechuza tiene «los ojos zarcos», es decir de color azul claro, lo que es totalmente falso, y que el mochuelo es como del búho, «con unas plumas más levantadas, que parecen orejas», lo cual también es falso, pues precisamente su nombre nos dice que es mocho. Ambos errores aparecían ya en el Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias.

Ojos de lechuza

«¡Ojos de lechuza!» es una expresión que en la Ribera del Duero he oído de boca siempre de mujeres con dos sentidos, ninguno de ellos bueno. A menudo era una increpación para reñir a un niño que estaba haciendo algo mal. Tenía algo de maldición o de conjuro, como si de la acción infantil se derivara un peligro que había que evitar. La sola mención de la lechuza, provocaba en la mente infantil una reacción de temor y paralización, como si le advirtieran «¡peligro, cuidado!». Sin duda, este miedo provenía de la relación entre los aullidos nocturnos de la lechuza y la creencia de que eran un mal augurio, de que anunciaban la muerte de alguna persona.

Creo que tenía mayor fuerza y se decía con peor intención como insulto a ciertas mujeres tenidas por taimadas e hipócritas, mujeres que sonreían con esa falsa sonrisa que enseña la dentadura clisando los ojos. En algún caso, he oído también «cara de lechuza» y «morro de lechuza» con el mismo sentido. El aspecto de la lechuza es fantasmal, con su cara y pechuga blancas en medio de la oscuridad. Los ojillos oscuros y algo rasgados destacan sobre su cara que parece una máscara acorazonada (fig. 03).

Además, se usan lechuzo y lechuza como apelativos aplicados al hombre y a la mujer hipócritas y aprovechados, egoístas, «que chupan» o quitan a los demás. Es conocida la leyenda de que la lechuza se bebe el aceite de la lámpara del Santísimo de la iglesia, que algunos se toman al pie de la letra y proclaman que los campesinos tienen esta creencia, que no tiene ningún fundamento. Covarrubias la utiliza para explicar una falsa etimología del nombre lechuza, que vendría de lecythusa, «del nombre lecythus, que vale azeitera, y es ta[n]to como si dixessemos aue azeitera, por quanto acude a comerse el azeite de las lámparas».

Pero lo cierto es que «lechuza» se ha empleado en la lengua popular como sinónimo de bruja, hechicera. Buen ejemplo de ello encontramos en La Dorotea de Lope de Vega. Felipa, la hija de la celestina y hechicera Gerarda, es denominada «pollo desta lechuza»[6]. Este uso ha pervivido hasta época moderna como nos muestra el lenguaje castizo madrileño que emplea Antonio Casero en su sainete La familia de la Sole o el casado casa quiere, de 1912, que comienza con esta riña entre el matrimonio, Sole y su marido Pepillo, y Paca, la madre de Sole:

Paca —¡Ladrón!

Solé —¡Madre!

Paca —¡Si vuelves apegar a mi chica te pongo los morros al «gratén»!

Pepillo —¡A su chica de usté, y a usté, y a su marío, y al propio Comendador!

Paca —¡Maldita sea la hora que la dejé que se casara contigo!

Pepillo —¡So lechuza!

Paca —¡Lechuza yo![7]

La curuja y la bruja

Por otra parte hasta hace poco se ha seguido usando el término curuja como sinónimo de lechuza y también de bruja, a veces se decía «bruja curuja». Si bien el Diccionario de la Real Academia Española trae actualmente la voz coruja con el significado de ‘lechuza’, yo siempre he oído en Castilla curuja, que es la forma más antigua, documentada en español desde el siglo xv[8], y recogida en el Diccionario de Autoridades[9]. Sobre su etimología los filólogos no se ponen de acuerdo.

Que la palabra curuja, además de denominar a la lechuza, signifique ‘bruja’ no es demasiado extraño, pues desde la Antigüedad, las aves nocturnas han gozado de una malísima fama, lo que se hace evidente sobre todo en textos romanos, mientras que son más raros en la cultura griega. Las aves del género strix, strigis, si bien a menudo se caracterizan simplemente como «aves nocturnas», a veces se asimilan a ciertos seres monstruosos. Algunos seres mitológicos de carácter infernal y malévolo tenían forma de ave, como las sirenas y las arpías (figs. 04 y 05) Relacionada con ellas está Lamia, que al haber perdido a sus hijos y convertida en un monstruo híbrido de mujer y sierpe por venganza de Hera, se vengaba a su vez devorando a los niños. Parece que todas estas tradiciones sobre la maldad de estos seres influyeron posteriormente en la consideración brujeril de la lechuza o curuja.

Buscando el origen del nombre de lechuza, algunos autores lo han relacionado con leche y con una antigua creencia de que amamantaban a los niños de pecho, cosa que desmiente Plinio:

De los animales voladores solo tiene leche el murciélago. En efecto, me parece una invención lo que se dice de las lechuzas [strigibus], eso de que acercan sus ubres a los labios de los niños. Es cierto que ya en antiguas maldiciones aparece la lechuza [strigem], pero creo que no está claro qué clase de ave es[10].

Sin embargo. más extendida estaba la creencia de que las lechuzas (striges) atacaban a los niños para devorarlos, no para amamantarlos. Esta maldad de chupar la sangre de los niños es lo que según algunos, pudo identificar a la lechuza con la bruja. Ovidio cuenta que las striges atacaron al legendario rey Procas siendo un niño y que se salvó gracias a la protección de Carna, o Crane, la diosa de los goznes:

Hay unos pájaros voraces […] Tienen una cabeza grande, ojos fijos, picos aptos para la rapiña, las plumas blancas y anzuelos por uñas. Vuelan de noche y atacan a los niños, desamparados de nodriza, y maltratan sus cuerpos, que desgarran en la cuna. Dicen que desgarran con el pico las vísceras de quien todavía es lactante y tienen las fauces llenas de sangre que beben. Su nombre es “vampiro” (striges); pero la razón de este nombre es que acostumbran a graznar (stridere) de noche en forma escalofriante. Así pues, tanto si estos pájaros nacen, como si los engendra el encantamiento y son viejas brujas que un maleficio marso transforma en pájaros, llegaron a meterse en la habitación de Procas…[11].

El autor de esta traducción, al encontrarse con la creencia de que chupaban la sangre de los niños, traducen striges como ‘vampiros’, lo que, desde mi punto de vista, aumenta la confusión con que ya los autores clásicos se manejaban al hablar de las aves del género strix, strigis[12].

La posibilidad a que alude Ovidio de que estas aves sean «viejas brujas que un maleficio marso transforma en pájaros», está presente en El asno de oro de Apuleyo, cuando Pánfila se transforma mediante un ungüento en búho («fit bubo Pamphile») y a continuación Apuleyo añade: «De esas aves nocturnas todos sabemos que cuando se les ocurre meterse en alguna casa, las suelen cazar y clavarlas en la puerta, para que paguen con su tortura los malos agüeros que suelen atraer»[13]. Esta costumbre ha pervivido en muchos pueblos hasta tiempos modernos[14]. Petronio, en El satiricón, habla de un niño muerto, cuyo cuerpo roban y sustituyen por un muñeco de paja:

Sucedió que mientras su pobre madre lo estaba llorando junto con varios de nosotros que compartíamos su duelo, de un momento a otro las Estriges se pusieron a ulular. Parecían perros en pos de una liebre[15].

Los sefarditas de Marruecos denominan «bruja» a la lechuza y creen que con su canto maldice a los niños[16]. P. García Mouton, de quien tomo lo anterior, se extraña de que siendo la lechuza considerada de forma tan negativa, pues «se la identifica como ave del infierno», a la vez sea exaltada «como símbolo del estudio y la sabiduría»[17], cayendo una vez más en el falso tópico de considerarla el ave de Atenea, cuando realmente siempre ha sido, sólo, ave de mal agüero.




NOTAS

[1] L. Rodríguez-Noriega Guillén, “Intentando socavar una falsa creencia: la identidad del ave de Atenea”. STVDIVM. Revista de Humanidades, 12, 2006, pp. 103-111.

[2] Cometen un error quienes traducen “de ojos glaucos”, pues en español glaucos no quiere decir ‘brillantes’ como en griego, sino ‘de color gris o verde muy claro’.

[3] M. Delibes, El camino. Barcelona: Círculo de Lectores, 1985, pp. 52-53.

[4] Aarne-Thompson 1567: “El sirviente hambriento le reprocha al amo tacaño”. Grabado a Pilar Criado Simón en Castrillo de la Vega en junio de 1998.

[5] Gobierno de Navarra, 1996, p. 9 https://www.fundacionlengua.com/es/tocarle-uno-mochuelo/art/198/4.

[6] Lope de Vega, La Dorotea. Ed. de J. M. Blecua. Madrid: Cátedra, 2013, p, 429.

[7] A. Casero, La familia de la Sole o el casado casa quiere. Madrid, 1912, p. 7.

[8] Véase el NDHE, donde aparecen usos de esta voz en una novela de caballerías, El baladro del sabio Merlín, y en el Diccionario de Nebrija.

[9] “CURUJA. s. f. Ave nocturna, especie de lechuza. Trahe esta voz Nebrixa en su Vocabulario. Latín. Noctua, ae.” Diccionario de Autoridades - Tomo II (1729)

[10]Historia natural, libro XI, XCV. 232.

[11] P. Ovidio Nason, Fastos, en Obras completas. Madrid: Espasa, 2005, 131-143, p. 787.

[12] Nombre latino que procede del mismo término griego donde significaba ‘chillido’, significado que tiene el rumano striga, mientras que en italiano strega significa ‘bruja’ y stregone, ‘brujo’. En latín también se emplearon bubo ‘búho’ y noctua, ‘la nocturna’, derivada de nox, noctis, lo mismo que el personaje mitológico de Nictímene, del griego nyx, nyktos, que sustituyó a la corneja (cornix) como ave de Minerva, según cuentan Ovidio (Metamorfosis, II, 587-595) e Higinio (Fabulae CCIV).

[13]El asno de oro. Madrid: Cátedra, 1994, pp. 106-107.

[14] «En Villabrágima, la lechuza, ave parecida al mochuelo, también era considerada ave de mal agüero y, además de culparla de beber el aceite de las lámparas de la iglesia, cuando se cazaba a una de ellas muchas veces se la clavaba con las alas extendidas en la puerta de un pajar», M. Martín Cebrián, Camino olvidado. Conciencia de identidad, cohesión social y fuerza de la tradición en el ámbito rural. Villabrágima, portal de Tierra de Campos. La fábrica de los libros, 2018, pp. 577-578.

[15]El Satiricón. Madrid: Cátedra, 1991, cap. 63, pp. 127-128. Sexto Pompeyo Festo, en su De verborum significatione. París, 1681, p. 594, dice: «Strigas ut ait Verrius Graeci surnia appellant quod maleficis mulieribus nomen indutum est quas volaticas etiam vocant.»

[16] P. García Mouton, «Los nombres de la lechuza. Herencia y superstición», en Tes filies tade dora. Miscelánea léxica en memoria de Conchita Serrano. Madrid: CSIC, 1999, pp. 329-337; véase p. 334.

[17]Ib., p. 330.



Del mochuelo de Atenea a la lechuza Curuja

MARTIN CRIADO, Arturo

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 502.

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