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A mediados del siglo XVIII Linneo (o Carl von Linné, o Carolus Linneus) escribió: «Nomine si nescis, perit et cognitio rerum» (si ignoras el nombre de las cosas desaparecerá también todo lo que puedas saber de ellas). El naturalista sueco abogaba por denominar todo aquello que nos rodeara con un término apropiado y científico que tuviese alcance universal. La gente de a pie, por supuesto, siempre fue más sencilla y cuando escuchaba cantar a un pájaro, por ejemplo, decía sin más que «piaba», aunque sabía que si el sonido estaba cerca del gorgorito, el ave «gorjeaba», si el silbido se complicaba es que «trinaba», y si la siringe anunciaba algo especial y espectacularmente repetido es que se trataba de una gallina que «cacareaba» para poner un huevo. Apenas escuchamos los humanos el «queo» de las aves, presentimos que están avisando a otras de una presencia extraña de «pájaros» que no son de su bandada y que les parecen pájaros de cuenta. Cuando las aves vocalizan no entendemos qué nos quieren decir pero por si acaso, lo traducimos. La oropéndola parece cantar en el soto: «tengo frío» o «que te tiro un tiro» o «te he visto el culo». El alcaraván, dice «dormirrrr», mientras la golondrina repite alocadamente «fui al mar, vine del mar, hice una casa sin hogar, ni fregaste ni barriste dime marrana ¿qué hiciiiiiiste?». Gonzalo de Correas recogió en un refrán de su Vocabulario el incoherente significado del canto del mochuelo: «Cuando la mochuela mía, es de noche o es de día, y cuando mía el mochuelo, está en alto o en el suelo» para indicar la movilidad y eclecticismo posicional de dichas aves. La lechuza o coruja parece estar diciendo que la noche es para los silencios cuando silba siseando «Schhhhhiu». En América, el potoo se queja de noche y dice «ayaymamá». Al carbonero se le llama «chichipán» porque parece que nos chista. El independiente ruiseñor (también denominado luscinia por lo deliciosamente que emite) se vuelve loco al anochecer y canta incansablemente como cuando una folklórica se deshace en alabanzas a «su público»; ya se sabe que «en mayo el gran velador, es de noche el ruiseñor». Los verderones machos, como si estuviesen invitando a las hembras a pasar a una habitación de hotel, cantan «tsuiii». La cogujada, contagiada por su cogulla del canto aflautado de los monjes, suelta de vez en cuando un melodioso y casi gregoriano «tu-y-ti-tu». Cuando el avefría se calienta endereza su penacho y emite también un estridente «piuíí». Llamamos a la sonatación de los cuervos «graznar» y a la que producen las cigüeñas con su pico «majar el ajo» o «crotorar». Linneo, con tanto pote como se daba de cientifismo llamó a la grulla «grus grus» porque en realidad se le escuchaba cantar crus crus: el último grado del talento es hacer fácil lo difícil.