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Revista de Folklore número

495



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Historia y política en el humor judío

DE LA FUENTE GONZALEZ, Miguel Ángel

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 495 - sumario >



En su milenaria historia y amplia dispersión geográfica, el pueblo judío ha pasado por vicisitudes muy variadas y por escenarios políticos muy diferentes. La novela El Pentateuco de Isaac durante dos guerras, en tres campos de concentración y en cinco patrias (1998), de Ángel Wagenstein, narra la vida y circunstancias personales e internacionales de Isaac Blumenfeld con frecuentes situaciones hilarantes. Esta vida, por otra parte, puede considerarse representativa de la del judío centroeuropeo al que le tocó vivir, en la primera mitad del siglo xx, ese cambio de fronteras y de patrias en medio de unos acontecimientos que trastornaron y transformaron a Europa. En efecto, la azarosa vida de Isaac transcurre en el imperio Austrohúngaro, Polonia, la Unión Soviética, el Tercer Reich y, finalmente, Austria (Wagenstein 2015, 285-286). Se trataría de un área, muy amplia, cuyos puntos principales serían Berdischev y Lemberg (Ucrania actual), Viena (Austria), Pressburg (la Bratislava anexionada por la Alemania nazi) y la región de Kolimá (Siberia soviética).

El humor en El Pentateuco de Isaac se manifiesta tanto en las aventuras y situaciones hilarantes de su protagonista y su entorno como en anécdotas o chistes sembrados a lo largo de sus páginas. Por ejemplo, en cuanto al cambio fulminante y apenas perceptible de patrias, apunta el protagonista: «Te desternillarás de risa, pero me fui a la guerra como austrohúngaro y regresé a casa como polaco» (Wagenstein 2015, 90). Y como él, todos: «Un día, mi padre, Jacob Blumenfeld [sastre de oficio], introdujo la aguja en un abrigo viviendo en Austrohungría y, al sacar el hilo por el otro lado, ya se había hecho polaco» (Wagenstein 2015, 121).

Sin embargo, en nuestro trabajo, la novela de Wagenstein será solo el principio y pretexto para introducir otros contenidos humorísticos de tema histórico y político sacados de diversos autores, la mayoría judíos[1]. Además, tenemos que apuntar que no siempre el humor judío (por lo general, traducido) resultará fácil de interpretar y degustar, aunque hayamos tenido contacto con humoristas judíos a través del cine como las películas de Budy Allen.

Concretando, nuestro trabajo se va a dividir en tres apartados correspondientes, grosso modo, a tres periodos histórico-políticos: la etapa austro-húngara, la época nazi y la soviética (la previa y la posterior a la segunda guerra mundial). Lógicamente, por los límites de espacio, nuestra visión será bastante limitada, aunque podrá servir de acercamiento a la historia y la cultura de un pueblo cuyo influjo en Occidente no puede negarse, aunque no siempre resulte evidente.

1. En el imperio autrohúgaro

Para esta época, que abarcaría, en nuestro estudio, desde poco antes de la Gran Guerra (1914) hasta la disolución del imperio Austrohúngaro, comentaremos cuatro aspectos en que se manifiesta el humor: el multilingüismo, la asimilación de los judíos y el antisemitismo, los inicios del movimiento comunista y la labor de la censura.

1.1. El multilingüismo del imperio

En cuanto a la situación lingüística del Impero Austrohúngaro, Isaac, el protagonista de la novela de Wagenstein, habla de un «esperanto federal», usado para relacionarse entre las diversas etnias: «Su base o, mejor dicho, su esqueleto era alemán, en el que descaradamente se introducían un montón de préstamos de origen eslavo, húngaro, judío y aun de turco o bosnio». Además, «se cometían bárbaros desmanes con los géneros y los casos, con los modos y los participios». Y es que «incluso los propios austríacos hablaban entre sí en algo que, con ligereza, decían que era “alemán”, pero, si el pobre Goethe pudiera escucharlos, se ahorcaría en la primera farola de gas que tuviera a mano» (Wagenstein 2015, 55).

Sin embargo, los habitantes del imperio no tenían complejos ni, aparentemente, problemas personales con la comunicación. A Abramóvich, súbdito del multilingüe Impero Austrohúngaro, le preguntaron si había tenido alguna dificultad con el francés cuando estuvo en París: «Personalmente, ¡ninguna! ¡Pero si vieras lo difícil que les fue a los franceses que hablaron conmigo…!» (Wagenstein 2015, 55).

En cuanto al pueblo judío, aparte de sus idiomas litúrgicos (hebreo, arameo o judeoespañol), se expresaba en yidis, que Isaac define como «amalgama de alemán, eslavo, hebreo y arameo» (Wagenstein 2015, 56). Sin embargo, dos judíos lituanos de pueblo que han ido a Alemania lo ven de otra forma: «Qué te parecen estos alemanes. ¿No podían haberse construido una lengua propia, en lugar de coger la nuestra y desfigurarla?». Y el otro repone: «¡Qué va! Cuando hablan como nosotros es para escarnecernos [para burlarse]» (Bloch 1931, 235). Como es sabido, el yidis tiene una importante base alemana, pero no es precisamente el origen o la base de tal lengua.

De todas formas, había una curiosa coincidencia lingüística: «No sé por qué todos nosotros –judíos, ucranianos, polacos– solíamos blasfemar en ruso» (Wagenstein 2015, 105). Y lo mismo sucedía incluso en el mismo estado de Israel: «Babel no es más que un círculo de infantes balbucientes en comparación con el conglomerado lingüístico que se da en aquel nuevo Estado nuestro». Cada israelita allí habla en el idioma de su país de origen y tiene sus propias ideas sobre «los problemas de la política, la guerra y la existencia humana»; sin embargo, «si llegan a blasfemar, enseguida se configura una unidad nacional monolítica: todos blasfeman en ruso» (Wagenstein 2015, 106). Paralelamente, en España, los momentos de máximo furor estallan, según la expresión popular, «jurando en hebreo».

1.2. Asimilación judía y antisemitismo

En cuanto a la situación religiosa, racial y social de los judíos en el imperio austro-húngaro y posteriormente, como en cualquier parte del mundo, era muy variada, a pesar de los estereotipos circulantes. Por ejemplo, en lo religioso podrían distinguir dos extremos: judíos practicantes y judíos asimilados (agnósticos o no creyentes). Fau (1969, 231), en su día, afirmaba: «Con todo, la proporción de no creyentes entre los judíos es, por lo menos, igual a la que podría señalarse entre los bautizados». Un personaje de Peyrefitte (1966, 213), judío asimilado, confiesa: «Hace cincuenta años que sufro por una raza de la que no sé gran cosa, y por una religión que nunca he practicado». En cuanto al escritor español Max Aub, de madre judía, afirma Coradino Vega (2022, 14), que «cuando viajó a Israel, se dio cuenta de que no había nada en él que lo vinculase a ningún tipo de identidad judía». Por su parte, el actual historiador Iván Jablonka (2022, 356) se pregunta si él no será de esos «judíos no judíos», aunque confiesa su especial fidelidad al judaísmo: «Yo, que no hablo yidis, y a quien le da absolutamente igual el Pesaj [la fiesta de la Pascua]».

Sin embargo, no puede considerarse el judaísmo como una corriente religiosa unitaria, ya que está dividido al menos en cuatro tendencias opuestas: el misticismo de los jasidi, la Reforma anti-talmúdica de Moisés Mendelssonh, la Contrarreforma fijada en una feroz ortodoxia y la nueva ortodoxia, que admite una evolución moderada y acepta cierta asimilación (Fau 1969, 226).

No obstante, además del aspecto religioso, pueden intervenir otros factores, con lo que las posibles variedades de judíos se multiplican. En la novela Herejes, de Leonardo Padura (2014, 76), se describe el ambiente de la colonia judía cubana ante el naciente estado de Israel (1947), que iba «desde el sionismo militante hasta el desinterés expreso por aquella historia ya tan lejana de sus vidas actuales»; por ello, «había numerosas posiciones, alentadas por comunistas, sionistas, socialistas, ortodoxos, reformistas, moderados, liberales, militaristas, pacifistas, sefardíes, asquenazíes, ateos o creyentes de impulsos mesiánicos, y cuanta mezcla de posiciones o sutileza identificativa pudiera imaginarse».

En cuanto al aspecto externo y fortuna de los judíos, también existen dos estereotipos extremos, musicalmente representados en los Cuadros para una exposición, de Musorgski[2], en el famoso pasaje «“Samuel Goldenberg y Schmuyle”: dos judíos polacos, uno rico y arrogante, el otro pobre y plañidero». Así se definen en la obra de Peyrefitte (1966, 212-213):

El gran judío y el pequeño judío; el judío rubicundo, probado y triunfante, pues entre nosotros no hay triunfo sin pruebas; y el judío de color de pared, de hombros caídos, doble herencia de los siglos en que teníamos que pasar rozando las paredes al caminar por las calles, el judío que se ha introducido en el puesto a la zaga del otro y recibe las migajas del festín. Y en este caso no son las migajas de un festín vulgar, sino del festín de la cultura, del festín de la administración.

Sin embargo, estos dos tipos extremos de judíos (que acogen en su interior múltiples variantes), no serían tan diferentes de los que podríamos encontrar entre la población no judía occidental.

Con respecto a la pretendida fealdad de los judíos, Peyrefitte (1966, 158) ve su origen en que el pueblo hebreo no era infanticida y, además, tenía la creencia de que «todo ser viviente tiene el deber de reproducirse porque ha sido creado, y el Mesías puede nacer del hombre más vil y del más desgraciado». «En consecuencia, los rabinos polacos que han sido el honor de esta religión, obligaban a los deficientes, a los engendros, los lisiados y todos los desechos de la naturaleza a casarse, y les encontraban mujeres». A ello habría que añadir las condiciones insalubres de algunos guetos que, de alguna forma, tenían que manifestarse en la salud y aspecto enfermizo de sus forzados habitantes.

En la época nazi, se prohibió a los judíos de París visitar el Mercado de las pulgas, y eso que «uno de los raros oficios que se les permitió durante siglos fue el de ropavejero». Precisamente por ello, se les «acusaba de tener afición a las pulgas». A ello se refiere el siguiente relato: «En una escuela talmúdica de Bucarest, el rabino enseña a sus alumnos que, en el arca de Noé, entraron un macho y una hembra de todos los animales […] con el patriarca Noé, sus tres hijos y sus esposas respectivas». Uno de los niños preguntó al rabino cuántas pulgas iban en el arca, a lo que le respondió: «Dos: un macho y una hembra, como para todas las especies». A lo que el niño replicó incrédulo: «Señor rabino, eso es imposible. ¿Dos pulgas [solo] por siete judíos?» (Peyrefitte 1966, 221).

A partir de la Revolución Francesa, el judío comenzó a gozar, en teoría, de los mismos derechos que cualquier ciudadano; pero esto ni se hizo realidad de golpe ni evitó las muestras antisemitas populares, que venían desde muy lejos. Ataques y humillaciones, muchas veces verbales (que no es poco), marcaron desde la infancia a muchos judíos. Un personaje de Peyrefitte (1966, 215) cuenta cómo, a los catorce años, cuando tras faltar a clase unos días por la muerte de su padre, y aún tan afectado que apenas podía hablar, sus compañeros le dijeron al profesor la causa de la ausencia. «Y mi vecino de pupitre –mi mejor amigo, la mitad de mi alma– hizo este comentario: “¡Un puerco judío menos!”». Sin embargo, «por toda reprimenda, el profesor se echó a reír». El estudiante judío nunca más volvió a pisar el liceo.

La judía rumana Violeta Friedman (1995, 30 y 150) se refiere al rechazo cuando, en 1941, separaron a los judíos de los cristianos en las escuelas: «Por las calles, los niños que habían sido nuestros compañeros de juegos nos gritaban ahora insultos y nos arrojaban piedras y pellas de barro»[3]. Sus efectos traumáticos se prolongaron durante años: «Creo que, hasta después de cumplir los treinta y cinco años, no fui capaz de contestar a un desconocido cuando me preguntaba algo, o hablar a la persona que tenía al lado si estaba sentada en un avión».

El mismo desprecio verbal, se repite en la segunda guerra mundial, cuando a los judíos emigrados ilegalmente a Francia, y que se alistaron de voluntarios en el ejército francés, pensando que ello les garantizaría no ser deportados. Sin embargo, los alistados judíos al RMVE 21 fueron «usados como carne de cañón para salvar a las fuerzas francesas, y cuyo sacrificio, en Sainte Ménehoul (Champagne), inspirará a un general [francés] el siguiente grito de victoria: “¡Quinientos judíos menos!”». Y concluye el historiador Jablonka (2022, 199-200): «Usar a los judíos, y a la vez deshacerse de ellos, vaya golpe maestro».

Bernard Baruch, «que a los treinta y dos años “valía más de tres millones de dólares y poseía siete mil hectáreas”», confesaba «cómo le hirió, en su miserable infancia, la primera vez que los niños de su escuela lo llamaron sheenie (judío)». Esto, sin embargo, constituyó un estímulo y la semilla de «la ambición de llegar a ser, según dice, “un Rothschild”» (Peyrefitte 1966, 214).

El dinero, por tanto, no parece que siempre tuviera origen en la avaricia atribuida, tradicionalmente, a los judíos, ni solo como simple muestra de poder y estatus, sino la forma de reivindicar la propia dignidad. Además, resultaría el más seguro medio para salvar la propia vida en épocas de acoso y persecución, incluida la etapa del nazismo. Por otra parte, sería muy larga la lista de judíos que encontraron otra vía que no fuera la riqueza, y que destacaron en profesiones liberales y artísticas (entre ellas, la de humorista).

1.3. Difusión del socialismo y del comunismo

La contribución de algunos judíos al comunismo y al socialismo[4] estaba generalmente aceptada en aquella época y, por ello, se asociaba en general a todo judío con tal movimiento. En polaco, la palabra Zydo-komuna era el «estereotipo antisemita que asocia a los judíos con el comunismo» (Jablonka 2022, 394). Y, ya se sabe, para los tópicos no hay distinciones ni matices: todos los judíos eran comunistas.

Según testimonios de los años treinta, la juventud judía, tanto de la clase obrera como de la pequeña burguesía empobrecida, «no ve futuro ninguno, puesto que los judíos son eliminados de todos los ámbitos de la actividad económica», y en su desesperación se unían masivamente a KPP (partido comunista polaco, nacido en 1918 de la fusión del ala izquierda del Partido Socialista Polaco). Sin embargo, la doctrina comunista «no penetraba en los judíos de mayor edad ni en los artesanos y pequeños comerciantes» (Jablonka 2022, 57).

No obstante, los jóvenes comunistas se habían ganado el respeto de la propia comunidad por su entrega a la causa, que, curiosamente, como señala Jablonka (2022, 68), tenía paralelismos con el judaísmo, lo que les presentaba como «el pueblo elegido del siglo xx»:

Sus primeros de mayo reemplazan las ancestrales celebraciones bíblicas. Su disciplina de hierro sustituye las reglas e interdicciones que ciñen la vida de los [judíos] religiosos. Ellos también son hombres de estudio y doctrina, ortodoxos, puros. Sus operaciones clandestinas refinan los misterios de la cábala. Su fe trasciende la de sus padres, su mesianismo es igual a aquel al que odian tanto, y ese homenaje solo se puede manifestar en y por medio del conflicto. Como los profetas, anuncian la armonía universal: la redención no salvará únicamente a los hijos de Israel, sino a todos los hombres, y en este mundo.

A pesar de la importancia de los judíos en el movimiento comunista, y por lo que respecta al comunismo soviético, Peyrefitte (1966, 362) observa: «Apenas el veinte por ciento de los primeros comisarios del pueblo lo eran [judíos], no el noventa por ciento como se ha pretendido». Además, no debe olvidarse que hubo judíos anticomunistas, y que Stalin no era precisamente su incondicional protector, como lo atestiguan su obsesiva persecución de Trotski y el proceso a los médicos judíos.

Entrando ya en el campo del humor, un comisario de policía le pregunta a un judío si tenía opiniones políticas, y éste le contestó: «Por supuesto que las tengo, pero no estoy de acuerdos con ellas» (Wagenstein 2015, 80). Algo similar sugiere una viñeta de El Roto (2021, 12), que muestra a un hombre que abre la boca para recibir la comunión mientras piensa: «Hago como que comulgo con sus propuestas, pero no me las trago». Esta postura de desinterés es la que tiene Isaac, el protagonista de El pentateuco… que se declara apolítico: «A mí, la política no me interesaba. No obstante, la propia política, por su parte, iba mostrando por mí un interés cada vez mayor» En efecto, cuando comienza la propaganda subversiva en los cuarteles del imperio, las sospechas recaen sobre Isaac, que vivirá un bochornoso registro y una cómica y humillante situación (Wagenstein 2015, 82-83).

En una viñeta del caricaturista polaco Szyk, «un recluta judío se pone en línea en el patio del cuartel. “¡A la derecha, derecha!”, grita un cabo, y el judío le pregunta a su vecino: “¿Por qué a la derecha?”» (Peyrefitte 1966,220). Este chiste es traído a cuenta por Peyrefitte como muestra de la «profunda repulsión por las cosas militares» por parte de la clase popular judía, y como «escena al estilo de Chaplin»; sin embargo, para un español, evoca, más bien (ignoro si acertada o desacertadamente para el caso), la oposición política derecha/izquierda.

En cuanto a la posición de los rabinos sobre las ideas socialistas, Bloch (1931, 254) recoge el caso del rabino Elieser Rabbinowitz, a quien los socialistas de Minsk piden que colabore para «demostrar la importancia del espíritu socialista». Él acepta: «Pero a condición de que repartamos el trabajo en esta forma: vosotros pediréis el dinero de los ricos, y yo convenceré a los pobres para que lo acepten».

Un cuento jasídico plantea algo similar. «Una vez, durante el Gran Shabat, el rabí de Roptchitz (muerto en 1827) regresó a su hogar desde la Casa de Oración caminando con fatigados pasos». Y le explica su cansancio a su mujer así: «He hablado de los pobres y de las muchas cosas que necesitan para [celebrar debidamente] el próximo Pesaj [la Pascua]: el pan sin levadura, el vino y todo lo demás, que este año son terriblemente caros». Su mujer le pregunta qué ha conseguido. «La mitad de lo necesario», repuso él. «Verás, los pobres están listos para recibir [las ayudas]. Pero si la otra mitad –es decir, los ricos– están dispuestos a dar [el dinero], eso aún no lo sé» (Buber 1983, 41).

Y es que las decisiones no siempre eran favorables a los indigentes. Así, «la comunidad de culto de Praga adoptó una vez un acuerdo que perjudicaba mucho a los pobres». El rabino Samuel Freunt fue a ver a la superioridad para pedir que modificase dicho acuerdo. Sin embargo, el presidente arguyó que se había adoptado por unanimidad: «Comprenderá usted que las diez cabezas del Consejo Superior entienden más de estas cosas que la cabeza única de usted». A lo que replicó el rabino: «Señor presidente, ¿y por qué dice usted diez cabezas, cuando había también veinte pies?» (Bloch 1931, 280). Recodemos la expresión «pensar o hacer las cosas con la cabeza / con los pies».

Además, los judíos comunistas no lo tenían fácil ni siquiera dentro de la propia comunidad judía. Jablonka (2022, 77) señala, en la Polonia de los años 30, la soledad de los comunistas, «quienes pelean, a la vez, con los [judíos] sionistas “burgueses nacionalistas”, los bundistas [socialistas judíos] “social-traidores” y el régimen “fascista” de Pilsudski».

Por otro lado, estaba la persecución política. Iván Jablonka (2022, 59) recoge un hecho, ocurrido hacia 1921, en la Polonia de Pilsudski, que no deja de tener su gracia. «Durante una reunión clandestina [de los comunistas de Parczew] en la calle Amplia, a la novia de Simje le encargan montar guardia delante de la casa. La Policía llega, pero por la puerta trasera, y se lleva a todo el mundo. Entretanto, la joven permanece delante de la casa de brazos cruzados». Hay que imaginarse su sorpresa cuando, después de un tiempo, se dio cuenta de que era la única no arrestada.

1.4. Censura postal y manipulación del leguaje

En el cuartel donde hace su servicio militar, Isaac recibe una carta de su mujer: «El sobre ya había sido abierto y vuelto a pegar con cola de zapatero. Me da vergüenza reconocerlo, pero ¡la verdad ante todo!: abrí el sobre y leí la carta una y otra vez, puesto en cuclillas en el retrete, mientras por mis mejillas rodaban las lágrimas». La circunstancia escatológica tiene su explicación: «Justo en aquel momento de mi biografía, cuando casi toda nuestra gloriosa compañía hacía de vientre a causa de una diarrea épica debida a la carne podrida de caballo que nos servían diciendo que era carne de ternera, y la mitad del personal no salía de los retretes» (Wagenstein 2015, 85). Esta es la carta que tanto le emocionaba:

Como puede comprobarse, en la carta se censuraba no solo el nombre del destinatario, sino también parte de su apellido (Blumenfeld), así como lo sustancial de su contenido. A esta sorprendente eliminación de datos corresponderá la desmesurada emoción que provocó en su destinatario: «Lloraba de ternura no tanto por lo que estaba escrito o tachado por gruesos borrones de tinta, sino por lo que intuía entre líneas»: «Sara me comunicaba –estaba seguro de ello– que me esperaba y echaba de menos; que el otoño en Kolodets era suave y hermoso, y que soñaba con que nos sentáramos al borde del barranco para ver el río, y muchas más cosas tiernas que ningún censor podía tachar» (Wagenstein 2015, 86).

Por su parte, el rabino Bendavid (su suegro) intenta explicarle a David lo que está sucediendo en el imperio y el porqué de la carta censurada: «Cuando la estupidez de los censores llega a tales extremos, por el pánico y el miedo [los poderes políticos se sienten débiles], son capaces de tachar hasta el canto de los ruiseñores. O sea, se aproxima el final. ¿Lo has entendido ahora?». La respuesta del «lerdo» Isaac lo retrata: «Me ha gustado lo del canto de los ruiseñores» (Wagenstein 2015, 87).

La manipulación del lenguaje, común a todo régimen político, también es objeto de humor. Así, Isaac, al principio de su servicio militar, se toma al pie de la letra las arengas retóricas de los mandos:

Nos preparábamos con esmero, bajo la mirada sagaz del sargento Zuckerl y la sabia dirección del teniente Alfred Schauer […], para el gran momento en que nos enviarían a primera fila de combate, donde clavaríamos, con un potente «viva», las bayonetas en el pecho del enemigo infame. Los que no nos dejáramos la piel, regresaríamos con la victoria ensartada en las bayonetas para recibir el reconocimiento y la gratitud de la Patria, etcétera (Wagenstein 2015, 65).

Sin embargo, Isaac no llegó a participar en la guerra de 1914, ni tampoco fue desmovilizado. Tras la derrota del imperio, el malhumorado sargento se explayaba, ante sus soldados, extenuados por entrenamientos y marchas, diciendo que «los franceses eran unos mierdas; los ingleses, maricones, y los rusos, unos mujiks [campesinos] brutos e imbéciles, a los que les daba por hacer la revolución siempre que se emborrachaban» (Wagenstein 2015, 76). Sin embargo, Isaac, que ya parece que se va enterando, cuestiona tal sarta de tópicos:

No acababa [yo] de entender cómo era que nosotros [los austrohúngaros] y nuestros aliados alemanes –civilizados, disciplinados y perfectamente armados, abastecidos de máscaras de gas y brillantes doctrinas nacionales, guiados por genios militares de la talla de Hindenburg y Hötzendorf– habíamos perdido la guerra contra los mierdas, los maricas y los tontos de los mujiks (Wagenstein 2015, 76).

Además, a Isaac le sorprenderá la explicación de la derrota que pregonaba el sargento: «La culpa era de los judíos, ¡nada más que de los judíos!» (Wagenstein 2015, 76). Se trataba de una idea generalizada: «Contaban que un gran estratega del Estado Mayor de Berlín, al analizar las causas de la catastrófica pérdida [derrota] militar, las formuló apartándose ligeramente del esquema: dijo que la culpa la tenían los judíos y los ciclistas. En la sala reinó un silencio pensativo. De repente, una voz tímida preguntó: “¿Por qué también los ciclistas, mi general?”» (Wagenstein 2015, 76-77).

Años después, en esta misma línea, otro chiste (presentado como «nuevo») correrá por Alemania cuando se cortó la posibilidad de abandonar el país a los judíos:

Los periodistas extranjeros preguntan a Hitler cuál es el objetivo de su política, a lo que responde: «Expulsar de Alemania a todos los judíos y al tenor de la Ópera también». Entonces el corresponsal de Le Figaro pregunta que por qué al tenor. «Ya me imaginaba –suspiró Hitler con alivio–. ¡Estaba seguro de que la opinión pública mundial no diría esta boca es mía con respecto a la expulsión de los judíos!» (Wagenstein 2016, 123).

Pernau (2007, 82) recoge un chiste similar, pero en un contexto que determina una interpretación muy diferente pues los protagonizan los propios judíos. En el gueto de Kiev, un muchacho comenta las últimas novedades mientras un grupo le escucha atento: «Se dice que los nazis preparan la destrucción de los judíos y del abecedario». Entonces surge la pregunta: «¿Y por qué quieren destruir el abecedario?».

Pero volvamos al antisemitismo:

–Ustedes, los judíos, tienen la culpa de todo. De la muerte de Cristo…

–[Ese] es un viejo argumento.

–Ustedes tienen la culpa del hundimiento del Tiranic.

–Pero si el Titanic chocó con un iceberg...

–Iceberg, Goldberg, Rosenberg: todos ustedes son iguales (Pernau 2007, 82).

La prensa, por su parte, había ido calentando el ambiente, lo que provocó este chiste. Un judío ve a otro leyendo un periódico nazi, y dice hacerlo «para levantarse el ánimo»: «Cada vez que leo prensa seria, me entero de persecuciones, atentados y problemas por todas partes». El otro se extraña: «Y un diario nazi te anima…». «Me entero de que [los judíos] somos una superpotencia, de que controlamos la banca mundial, de que somos unos privilegiados y, de este modo, me convierto en una persona optimista» (Pernau 2007, 82-83).

2. Etapa del nazismo

Según el historiador Raoul Hilberg, el Holocausto (la Shoah) fue resultado de una larga trayectoria que se podría plasmarse en una frase de siete palabras que fue acortada fatídicamente hasta reducirse a tres:

Empezó cuando los sacerdotes católicos proclamaron la conversión obligatoria: «No podéis vivir entre nosotros como judíos». En la Edad Media, las monarquías europeas mordisquearon la frase con el exilio: «No podéis vivir entre nosotros». Los nazis la recortaron hasta la Solución Final: «No podéis vivir» (en Torres 2010, 2).

Para ilustrar la etapa nazi, nos centraremos en cinco apartados del humor: sobre la estrella de David, el terror de la Gestapo, el abandono sufrido por los judíos, su esperanza y el final del nazismo.

2.1. La estrella de David

En una mención irónica de Isaac (protagonista de El Pentateuco…), al referirse a su cuñado Bendavid, rabino castrense, apunta:

En el pecho llevaba la estrella de David, con la que se distinguía a los rabinos militares, y ésta se consideraba un gran privilegio en el ejército [austrohúngaro]. Todavía no sabíamos que, un día, el mismo privilegio lo tendríamos casi todos los judíos de Europa; pero esto vendría más tarde, «en el luminoso provenir», como suelen llamarlo los escritores (Wagenstein 2015, 63).

La ironía de «tal privilegio» desembocó en la obligación de llevar dicho distintivo, señal de que sus portadores estaban privados de infinidad de derechos y, con el tiempo, del derecho a la propia vida.

Sin embargo, tal obligación produjo algunas muestras de solidaridad; por ejemplo, el rey de Dinamarca y el obispo de Copenhague se la pusieron en su ropa. Además, en Francia, algunos jóvenes «se pusieron estrellas de papel amarillo en las que se leía (en vez de la palabra judío en letras góticas) Zulú, Papú, Auvernés». Sin embargo, la cosa iba en serio: «Los detuvieron, y a algunos los deportaron por esa broma digna de Gavroche [personaje de Los miserables, de Víctor Hugo]» (Peyrefitte 1966, 222).

Las abundantes actuaciones y controles policiales también tuvieron fatales consecuencias en la población judía. Así, un integrante de una especie de policía secreta francesa «había arrestado en la calle a la señora Houlama, que disimulaba su estrella bajo su esclavina, y a la señora Beer, que disimulaba la suya bajo su velo de viuda; que, deportadas, “no regresaron”». Otro policía «había arrestado a su ex camarada de colegio Brodsky, a quien encontró sin estrella; que, deportado, “no regresó”» (Peyrefitte 1966, 271). Igualmente fueron motivo de deportación el aspecto (rasgos raciales como la «facies judaica») o un simple cambio de domicilio sin notificar.

Un judío comenta a otro que ahora al gueto le llaman Hollywood, y ante la extrañeza de este le explica: «La razón es sencilla: mires hacia donde mires, solo verás estrellas. Todas iguales: amarillas y de seis puntas» (Pernau 2007, 88).

2.2. El terror de la Gestapo

Ante la amenaza de la intervención de la Gestapo, se generalizó el terror. No obstante, el fontanero judío Nahúm Weiss de Dresde, que esperaba una llamada telefónica, supo reaccionar con sentido del humor. «Cuando sonó su teléfono, que todavía no había sido cortado, y una voz brusca preguntó: “¿Es usted el obergruppensturmführer Otto Schmidt?”, el pobre de Nahúm Weiss contestó con tristeza: “Oh, señor…, ¡no sabe cuán equivocado está Vd. de número!”» (Wagenstein 2015, 112).

Por otra parte, cierto antimilitarismo judío motivó una viñeta del caricaturista polaco Szyk: «Un padre judío mostrando a su hijito, espantado, un magnífico oficial cubierto con correaje, armas y condecoraciones, y le dice “Si no estudias bien, serás como ese”» (Peyrefitte 1966, 220).

2.3. Abandonados a su suerte

Ante las leyes y la persecución antisemita, emigrar de la Alemania nazi era una posibilidad, aunque muchos, lógicamente, no se animaban y, transcurrido cierto tiempo, se prohibió. Jablonka (2022, 102-103) recoge este chiste: «Un judío candidato a emigrar acude a la oficina de ayuda de la colectividad. El empleado le propone un visado para Australia. “¿Australia?”, se asombra el judío. “¡Pero es lejos!”. El empleado: “¿Lejos de qué?”». Según el mismo autor, «en el periodo de entreguerras, cerca de cuatrocientos mil judíos abandonan el territorio polaco con rumbo a Francia, Palestina, América del Norte y del Sur» (Jablonka 2020, 103). Esta es la versión alemana: «En 1936, Fritz [alemán demócrata] quiere irse de la Alemania nazi y rellena los papeles». Al ver que quiere irse a Australia, la policía le interroga: «De modo que quiere ir a Australia. ¿Me puede decir qué va a hacer tan lejos?». A lo que responde: «¿Lejos? ¿De dónde?» (Pernau 2007, 36).

Sin embargo, ante la avalancha de emigrantes judíos (los que podían cumplir ciertos requisitos y, además, pagárselo), se demostró que los judíos quedaron abandonados a su suerte. Así lo demostró la tristísima reacción, de casi todos los países, ante los judíos embarcados en el Saint Louise, que partió de Hamburgo cargada de 937 solicitantes de asilo en Cuba, y que tuvo que regresar a su puerto de origen después de su periplo[5] con prácticamente todos sus pasajeros (solo Bélgica y Holanda admitieron a 200 judíos). No pueden olvidarse, sin embargo, las numerosas y variadas redes de salvamento o iniciativas particulares como la del embajador español en Hungría Miguel Briz o, más modestamente, los claretianos españoles de la rue de Pompe (París); o Henriëtte Pimentel (1876-1943), judía sefardí de origen portugués, en su guardería de Ámsterdam[6].

2.4. Esperanza, mientras hay vida

Según un personaje de Peyrefitte (1966, 218-219), «la principal virtud judía [es] la esperanza», que se alimenta de ese deseo incumplido de la frase ritual repetida cada año nuevo judío: «El año próximo en Jerusalén…». Y el mismo personaje apunta: «Nuestra raza, esencialmente pesimista, sigue siendo optimista por eso».

El pueblo judío, en cualquier caso, podía recurrir, al menos, a tres recursos o patrimonios para mantener su esperanza: la religión, el refranero y el humor.

A) La religión

El pensamiento religioso podía orientar y auxiliar en las trágicas circunstancias, y ofrecer a los creyentes la justificación de la culpabilidad o del amor de Dios:

Cuando un hombre se ve abrumado por los padecimientos –dice el Tratado de las bendiciones– debe comenzar por buscar la causa en sus actos, o en las violaciones del estudio o de la Ley. Si nada en su vida justifica esos padecimientos, puede atribuirlos con certidumbre al amor del Eterno, porque el Eterno «castiga a los que ama», como dice el libro de los Proverbios (Peyrefitte 1966, 463).

Por otro lado, la conveniente reacción de la sumisión o pasividad se ofrece en La mesa del alma, del rabino Caro (siglo XVI): «No debe favorecerse la evasión de un cautivo, “no sea que se agrave la suerte de los que se quedan o de los que vendrán”. Esto condena toda revuelta, toda resistencia». Además, ahí está el juicio inapelable «Vale más estar entre los perseguidos que entre los perseguidores» (Peyrefitte 1966, 463).

Como apunta Guy Fau (1969, 246-247), exceptuando algunos episodios (siendo el último la resistencia del gueto de Varsovia, en 1943), hasta llegar la fundación del Estado de Israel (1948), «nunca los judíos trataron de defenderse por la fuerza»; por el contrario, «solamente recurrieron a la argumentación y a la resignación», a pesar de sus virtudes guerreras, ya reconocidas por los romanos, y demostradas en el siglo xx.

Como contraste, vaya esta cita de Alberto Manguel (2022, 6): «La pregunta esencial de Elie Wiesel “cómo se pude vivir con un Dios injusto” tiene como respuesta: “Ironizando la injusticia”».

B) El refranero

La situación de constante peligro y amenaza de aniquilación de la época, sin duda, recordaría a muchos judíos ciertos precedentes bíblicos. De Amán a Modrohay (el cortesano asirio Amán[7] quiso aniquilar a los judíos, pero Modrohay los rescató), refrán empleado «cuando se muda o se tuerce enteramente una cosa o asunto que se creía malo y que acaba con buen éxito» (Saporta y Beja, 1978, 7). Sin embargo, tal deseado cambio tardaría demasiado, y dejaría millones de víctimas por el camino.

Viviendo en un ambiente extraño y normalmente hostil, el judío estaba siempre alerta y temeroso de algún nuevo pogromo o posibles agresiones personales; incluso en ambientes no hostiles, lo aconsejable era la prevención y la prudencia. Un refrán sefardí da voz a la desconfianza: Turco no aharva gidió. ¿Y si lo aharvó?[8] (El turco no pega al judío. ¿Y si le pegó?). Aunque la convivencia de turcos y judíos era buena, y la agresión, en principio, parecía «algo imposible», surgía la duda: «¿Y si fuera posible?». Por tanto, «conviene estar preparado para cualquier eventualidad o imprevisto» (Saporta y Beja 1978, 188).

Es significativo que el refrán se refiera a los turcos, y no a otros pueblos. Según Guy Fau (1969, 163-164), a los expulsados españoles (sefardíes), «los turcos les abrieron de par en par sus puertas, y acogieron a gran número de ellos». Y la prueba es que «algunos llegaron a prosperar y hasta adquirieron una gran influencia como diplomáticos, agentes financieros, médicos e intérpretes». Sin embargo, la facultad de intuir un posible peligro parecía estar en el ADN hebreo.

Dos judíos que van paseando se encuentran con un perro que les ladra ferozmente. Uno de ellos dice: «¡Pronto, metámonos en el portal! ¡Ese perro puede ser peligroso!». El otro le tranquiliza: «Perro ladrador, nunca mordedor». «Lo sé perfectamente; pero falta que lo sepa también el perro, y que quiera cumplirlo» (Bloch 1931, 229-230). Perro que ladra no modre, dice la versión sefardí (Saporta y Beja 1978, 157).

Otro refrán, «con siglos de existencia»: Ni bueno ajo, ni tudesco [alemán] bueno. “Porque no los hay”, remata Saporta y Beja (1978, 5); o Ni ajo dulce ni todesco bueno, en la versión de Molho (1950, 322). Este refrán, que hace pensar en la expulsión de los judíos de Worm y en los terribles escritos antisemitas de Lutero, tuvo que sonar profético con el triunfo del nazismo, uno de los momentos crítico para la subsistencia del pueblo judío (aunque también hubo alemanes contrarios al crimen antisemita).

Por otra parte, desde tiempo inmemorial, el destino del judío lo rige el sufrimiento: En este mundo sufrimos porque semos gidiós. En el otro, sufriremos porque no fuemos gidiós. Saporta y Beja (1978, 134) afirma que «el sino de los judíos es el sufrimiento», y especifica: «Por ser judíos sufren en los países extranjeros; por no ser lo suficientemente buenos judíos –es decir, fieles cumplidores de la Ley– también sufren, por exigencia de los propios judíos». Aparte del control social de las conductas, Bloch (1931, 290) repasa la penosa vida del judío desde antes de nacer hasta su inquietante final: «Por fin, se hace muy viejo el judío y empieza a temblar ante la muerte; postrado en el lecho, teme el terrible infierno, pues él solo tiene que purgar sus pecados, responder de toda su vida»[9].

Sin embargo, mientras hay vida, hay esperanza; y el refranero sefardí recoge el impulso vital en diversas muestras. Aferrarse a la patchá del gayo (agarrarse a la pata de un gallo)[10], que expresa que «el que está en peligro o en malos trances se agarra incluso a lo más leve para salvarse del aprieto en que se halla» (Saporta y Beja 1978, 3). En el refranero español sería agarrarse a un clavo ardiendo.

Lo que importaba, a fin de cuentas, era la subsistencia: Más vale cien anios en cadena, que un anio debajo de tierra; o sea, «más vale vivir, aunque sea con disgusto, que morir. Porque, en el primer caso, hay siempre esperanza de liberarse de las molestias» (Saporta y Beja 1978,46).

Varios refranes reiteran la fortaleza y el aguante para subsistir y superar las situaciones adversas. Por ejemplo: El hombre yeva [aguanta] más que la piedra, referido a «la resistencia del ser humano a las desgracias y adversidades» (Saporta y Beja 1978, 103); La piedra patladéa [revienta], el hombre no, «el ser humano aguanta mucho, incluso más que la piedra» (Saporta y Beja 1978, 159), o La tripa embebe [aguanta] amargo (Saporta y Beja 1978, 187).

Sin embargo, el refranero a veces es ambiguo y admite más de una interpretación, incluso contrarias. Así, el refrán Salen cativos todo tiempo que están vivos, en el sentido positivo: Salen cativos [los cautivos] todo tiempo que están vivos: «Mientras el preso (cautivo) vive, hay esperanza de ser liberado» (invitación a la esperanza); también Salen cativos [los malos] todo tiempo que están vivos: «los malos (cattivo, ‘malo’ en italiano) son tales mientras viven, pues no cambian», que invita a la desconfianza (Saporta y Beja 1978, 176).

La sangre no se faze agua se significa que «el hombre aguanta mucho»; pero también que «las personas que tienen buenos modales o sentimientos no puede actuar de modo distinto a sus costumbres» (Saporta y Beja 1978, 177).

Para los momentos más duros y trágicos, el refranero recordaba: La hora más escura es para amanecer, «es en el momento de más apuro cuando llega su fin o la solución al mismo» (Saporta y Beja 1978,103). Y Cuanto más preta [negra] es la notche es para amanecer, «frase de aliento que se dice a alguien para reforzar su esperanza cuando las cosas parecen empeorar» (Saporta y Beja 1978, 161).

C) El humor

Además del refranero y la religión, el humor judío cumplía una función de resiliencia. «No hay límites en el humor hebreo para temas que nosotros podemos considerar delicados. Ni siquiera para la humillación que muchas veces el pueblo judío ha tenido que sufrir», en palabras de Pernau (2007, 82). Así, con amargo humor (humor negro), comenta un personaje de Los judíos, de Peyrefitte (1966, 355) sus experiencias «de risa» en los campos de concentración:

Hemos reído mucho a nuestra alegre llegada [a Buchenwald], cuando nos dejaron desnudos como monos para raparnos, con una esquiladora para perros, la cabeza, las axilas, el pubis y el trasero, y agregar, a estas caricias, un pincelazo [de desinfectante] en el sexo. Pasamos noches de invierno riendo bajo la nieve, para responder al interminable toque de llamada, mirando humear la chimenea del crematorio y viendo, de tiempo en tiempo, a uno de nosotros caer muerto de frío. Estábamos obligados a reír cuando…

Interrumpimos la cita, pues nos parece suficiente, y volvemos a la época posterior al Holocausto, con su acuciante necesidad de olvido y evasión:

Cuando los campos de concentración revelaban los espantosos secretos del genocidio judío, me encontré una noche en un cabaret de Montmartre en el que había muchos judíos. De todos los que se habían salvado, ellos eran los que tenían más necesidad de distraerse[11]. El cancionista Martini subió al escenario, recorrió a los espectadores con una larga mirada y dijo: «¿Los hornos crematorios eran incubadoras?».

El mismo personaje aclara: «Sé muy bien que el ingenio francés nunca pierde sus derechos, pero me pareció un poco amargo ese saludo de regreso…». Su interlocutor le da un dato, a lo que el judío repone: «¿Cómo? ¿Martini es el apellido de un judío catalán del siglo xiii? Entonces, todo cambia. Ese chiste atroz se convierte en humorismo judío». Y termina: «Pero su autor debía habérnoslo dicho en yidis». Complejidades del humor que se ve afectado por factores como el contexto, quién lo utiliza e, incluso, el idioma empleado.

Pernau (2007, 85 y 87) recoge del periódico bonaerense Página 12, esta aseveración: «[El chiste] no era producto de la frivolidad, sino de la imperiosa necesidad de conservar el equilibrio frente a la nada. Que quienes no lo sufrieron hagan bromas sobre el Holocausto es perverso, pero que quienes lo protagonizaron se hayan reído de él resulta sublime». Además, se trataba incluso de una obligación moral y social: «El que se conserva lúcido es un estímulo para el que desvaría».

La oportunidad del humor negro y sus límites son temas polémicos. Según Rubio Hancock (2022, 13), «en Volture, Gottfried recordó que, siempre que haya una tragedia, habrá chistes sobre ella. Y tenía razón, porque el humor es una forma de gestionar emociones y situaciones que nos sobrepasan. Además, nunca es “demasiado pronto”, porque sin esas emociones no hay humor». A pesar de las demandas judiciales contra algunos humoristas, según Rubio Hancock, «hay muchísimo más humor negro que hace unas décadas, y lo entendemos cada vez mejor. Y esto es en gran medida gracias a cómicos como Gottfried, que, siguiendo a George Carlin, solo se preguntaba dónde estaban los límites del humor para rebasarlos». Para nuestro tema, sirva de ejemplo la polémica surgida tras el estreno de La vida es bella (1997), de Roberto Benigni, que, según Irene Vallejo (2022, 8), retrata «protagonistas patosos y desvalidos que, con sus torpezas, desvelan el absurdo de la violencia».

Pero también hay humor menos cruel. Dos judíos «hambrientos y anémicos» se encuentran en el gueto de Varsovia. Uno de ellos «se afloja un punto la hebilla del cinturón», y el otro, sorprendido, le pregunta por qué hace tal cosa. Respuesta: «Nada. Es mi almuerzo. Si me aflojo el cinturón, tengo la sensación de haber comido» (Pernau 2007, 86).

2.5. El fin del nazismo

Y llegó, por fin, el esperado día. Un tal Salomón Kalmoviz, regresado del exilio en Londres, se instaló en Viena. «Apenas esperó a que amaneciera para ir corriendo al primer quiosco y pedir el número del día del periódico oficial nazi Völkischer Beobachter. Le contestaron que había dejado de salir. Kalmoviz, muy amable, dio las gracias y compró una bolsita de caramelos de menta». Pero no paró ahí la cosa, porque todos los días repetía la misma rutina de preguntar por dicho periódico, «hasta que, al décimo día, el vendedor le dijo fastidiado: “Señor, entérese de una vez de que este periódico ya no sale ni saldrá nunca más”. “Lo sé, querido, lo sé. ¡Pero es maravilloso empezar el día con una buena noticia!”» (Wagenstein 2015, 272).

El mismo patrón humorístico servirá para pronosticar el fin del comunismo soviético. En este caso, según Pernau (2007, 111), el chiste «puso en la imaginación de la gente perseguida la ilusión de que todo el tinglado se podía derrumbar». «Año 1991. Un hombre se acerca a un quiosco de prensa y pide el Pravda (diario del Partico Comunista)». El quiosquero le dice: «Lo siento, ya no hay periódicos comunistas». El comprador pregunta la causa; respuesta: «Porque se acabó el régimen comunista». Pero el comprador pide de nuevo el Pravda y, ante la negativa, pide otra vez la explicación: «Porque se terminó el régimen comunista. ¿Cuántas veces se lo tendré que repetir?». «Por favor, repítalo, repítalo… Suena tan bien…».

Por otra parte, la reacción antinazi llegó, en algunos casos, a difundir curiosos errores anacrónicos. Apunta Wagenstein (2015, 247):

La noción de «colaboracionismo» adquirió dimensiones tan borrosas que, en algunos países, se llegó a prohibir la música del colaboracionista Wagner [muerto en 1883], mientras otros creyeron que Friedrich Nietzsche [muerto en 1900] pertenecía al círculo más cercano a Hitler, que era primo suyo; que, como todos los nazis en aquel momento, quería lavarse las manos traspasando la culpa a un tal Zaratustra, que así se lo había dicho[12].

Ante la desaparición fulminante de todos los partidarios del nazismo al concluir la guerra, el protagonista de El Pentateuco… (Wagenstein 2015, 253) ironiza sobre la responsabilidad de Austria: «Mucho más tarde [del final de la guerra], escuché a ciertos alemanes respetables decir medio en broma, medio en serio: “¡Qué listos son los austriacos: nos endosaron a Hitler [nacido en Austria] y se quedaron con Beethoven [que era alemán]!”».

Esta maniobra de apropiarse de las bondades o éxitos ajenos y sacudirse las vergüenzas o fracasos propios se repite en otras ocasiones. Vilella (2003, 51) recoge esta afirmación atribuida a Einstein: «Si llega a demostrarse que mis teorías son correctas, los alemanes me llamarán “alemán”, y los franceses, “ciudadano del mundo”. Si, en cambio, se revelasen falsas, los franceses me llamarán “alemán”, y los alemanes, “judío”».

Otros dos ejemplos. Un personaje de Peyrefitte (1966, 495) afirma: «En aquel tiempo [los años 20] los alemanes nos persiguieron [a los judíos] como espías de los rusos; los rusos, como espías de los alemanes, y los polacos, como espías de unos y otros». Incluso entre los mismos judíos se daba este patrón de culpabilidades según el juego de las conveniencias: «Después de un matrimonio con un Rothschild, si un Gramont hace una tontería, los Gramont dicen que es a causa de la sangre judía; y, si ellos se distinguen en algo, los Rothschild dicen: “Nuestra sangre los transforma”» (Peyrefitte 1966, 313).

2.6. Dos parábolas sobre el fin del nazismo

Según Amanda Mars (2003, 66), «utilizar el humor es hablarle a la vida en su mismo lenguaje: dirigirse al caos desde el caos, al absurdo desde el absurdo». Además, según el autor mexicano Jorge Volpi, «al deformar su naturaleza y al resaltar los aspectos delirantes o carnavalescos del mundo, el humor nos permite una comprensión más profunda de nuestros temores, miedos y equivocaciones» (en Mars 2003, 66). Por otra parte, el humor tiene una muy importante diferencia con la realidad: «Se suele estructurar en un planteamiento, un nudo y un desenlace»; mientras que lo real «parece, de principio a fin, un enorme nudo, protagonizado por personajes mal definidos, no ambiguos, ni ricos en matices, sino confusos» (Mars 2003, 66).

La creación y demolición del nazismo y el fascismo se refleja en dos parábolas en El Pentateuco…, de Wagenstein. La primera comienza con esta extensa pregunta:

¿Has visto alguna vez a algún idiota que se ponga, con entusiasmo, a construir una casa, que la pinte por fuera, que plante tres pinos delante, que cuelgue en las ventanas cortinas de florecillas azules y coloque una maceta con geranios y que, después de haber admirado, un tiempo, su obra, se dedique a destruirla sistemáticamente hasta que no quede piedra sobre piedra? (Wagenstein 2015, 241).

Para Isaac (protagonista de El Pentateuco…), la casita es el fascismo, al que contribuyeron muchos a construir según sus propios intereses. Sin embargo, «después, todos, al mismo tiempo, se enfrentaron a él a causa de sus desobediencias cada vez más frecuentes. Se unieron y derribaron la casita con un coste de cincuenta millones de muertos» (Wagenstein 2015, 241).

A esta parábola del interés y la inconsecuencia, se le suma otra, que también utiliza el absurdo. El gracioso Mendel, en un viaje de Berdichev a Odesa, «a la vista de los viajeros curiosos», sacó de una cesta todo lo necesario para preparar una ensalada judía: «Despedazó un pollo cocido; con su navaja cortó, en trocitos diminutos, un huevo duro, dos patatas y una remolacha; encontró en la cesta una cabeza de cebolla, mostaza y todo lo demás». Después de revolverlo todo y aderezarlo con aceite, «puso una ramita de perejil de adorno y permaneció admirándolo un tiempo mientras a los demás viajeros se les hacía la boca agua». En ese momento, Mendel bajó la ventanilla y arrojó la ensalada por la ventana. Después de recoger y ordenar todo, «bostezó y se quedó viendo [por la ventanilla] los haces de cables de telégrafos sobre la vía». Uno de los sorprendidos pasajeros le pregunta:

–Perdone usted, pero ¿qué es lo que acaba de hacer?

–Ensalada judía de pollo.

–¿Y por qué la ha tirado por la ventanilla?

–Oh, ¡es que no hay nada en el mundo que odie más que la ensalada judía de pollo! (Wagenstein 2015, 242).

Y es que, después de la catástrofe bélica, «a estas alturas del cuento, todos juran que no hay en el mundo nada que odien más que la ensalada que se prepararon ellos mismos». Y, así, tras la derrota del nazismo, como por arte de magia, desaparecieron todos sus partidarios[13].

3. Las etapas soviéticas

El humorista William Davis compara los chistes de la época soviética con los de la Alemania nazi, «muy elaborados y, en general, de tono amargo. Ciertamente no conseguirían un lugar en el repertorio de chistes de los comediantes más aplaudidos hoy en televisión; pero no se pretendía que fueran especialmente graciosos: eran expresiones de desafío» (en Luján 1975, 82).

El humor al respecto que hemos localizado, para este pequeño trabajo, sobre la etapa soviética se centra en tres aspectos: la represión estalinista, la implantación del sistema comunista y sus consecuencias económicas.

3.1. Stalin contra todos y el régimen de terror

Joaquín Estefanía (2021, 18) resume así la evolución del comunismo: «Con su práctica política, Lenin transformó el eslogan de “Todo el poder a los soviets” por el de “Todo el poder para el partido”, y Stalin completó el cambio con el de “Todo el poder para el secretario general”».

Como es sabido, la represión estalinista no caía exclusivamente sobre los judíos, sino que era común a millones de rusos de cualquier bando. Tres judíos “de distintas regiones de Galitzia [actual Ucrania]” esperan en un calabozo a que los destinen a un gulag siberiano:

–Me han condenado a quince años –dijo el primero– porque soy partidario de Moisés Liberman.

–A mí me han condenado a quince –explicó el segundo– porque soy contrario a Moisés Liberman.

–Y a mí que han caído quince años porque soy Moisés Liberman (Wagenstein 2015, 189).

Similar es el diálogo, en una celda de Polonia, entre tres detenidos:

–A mí me cogieron por estar en contra de Gomulka. ¿Y a ti?

–A mí, por estar en contra ¿Y a ti?

–Yo soy Gomulka (Pernau 2007, 120).

El control policial y la represión comunista provocó la sensación constante de amenaza ante la posibilidad de ser detenido, interrogado y enviado a Siberia. La nueva espada de Damocles del NKVD (la terrible KGB) pendía sobre la cabeza de cualquier ciudadano. Y aquí viene «la anécdota del gracioso Mendel, que llamó desde una cabina telefónica de Berdichev»:

–¿Es el NKVD?

–Sí, es el NKVD –le contestaron.

–Lo hacéis muy mal –dijo Mendel y colgó.

Minutos más tarde llamó desde otra cabina:

–¿Es el NKVD?

Alguien le dio un golpecito en el hombro:

–Exactamente, ciudadano Mendel, el NKVD. ¡Hacemos lo que podemos! (Wagenstein 2015, 146).

También existían las denuncias por comentarios subversivos. Resulta que un judío de Berdichev, bajo los efectos del alcohol, hizo comentarios muy ofensivos sobre Stalin. Tal hecho, «le traería como mínimo una amonestación o, en el peor de los casos, una multa de cinco rublos» (Wagenstein 2015, 145). Pero, denunciado, le apresaron y le juzgaron: «No lo pusieron en libertad ni al día siguiente, ni al mes; pero, gracias a Dios, se ahorró los cinco rublos de multa, porque lo condenaron a quince años de destierro en Siberia, con la correspondiente privación de sus derechos civiles» (Wagenstein 2015, 150).

3.2. La escasez de productos

También la precariedad y escasa calidad de los productos de consumo normal era objeto de humor:

A veces para comprar medio kilo de carne [en la Europa central] le quedaba a uno más cerca Japón que la ciudad soviética más próxima. Además, el problema de la carne no proviene solo de la cercanía de Japón, porque precisamente de aquellas lejanas tierras de Siberia, llegó a Kolódets [Ucrania] un ciudadano que preguntó en la carnicería: «¿Me podrían pesar medio kilo de carne?». «Por supuesto», le contestaron amablemente, «siempre que nos lo traiga» (Wagenstein 2015, 120).

Por el corte de importaciones y la deficiente calidad de los productos soviéticos, en la sastrería del padre de Isaac, las agujas alemanas de importación fueron sustituidas «por agujas que producía la fábrica local de tractores», que, lógicamente, «eran algo bastas, pero reutilizables con fines de defensa nacional» (Wagenstein 2015, 142).

La escasez de medicinas se procuraba subsanar sustituyendo, con mucha imaginación, unos productos o remedios por otros:

El farmacéutico [de Leópolis o Lviv] insistía, con fervor, en que los baños de aguas termales tenían que ser sustituidos por zumos de limón fresco (fruta que llevábamos siglos sin ver en Kolódets) con aceite de oliva virgen de Grecia. [Pero] el único ingrediente de esta receta mágica que estaba a nuestro alcance era el atlas soviético en que podíamos consultar el emplazamiento exacto de Grecia (Wagenstein 2015, 160).

3.3. La manipulación del lenguaje

El manejo interesado del lenguaje, común a toda política, es evidente, por ejemplo, en los dos partes de guerra tras la batalla entre nazis y soviéticos en la toma de Lemberg (actual Lviv). El «cuadro de destrucción y pavorosa huida» resultante era interpretado de dos maneras muy diferentes: «Operación planificada de evacuación de los ciudadanos», según la agencia soviética TASS, mientras la radio de Berlín proclamaba: «Las tropas alemanas libertadoras han sido recibidas con inmenso júbilo por la población local» (Wagenstein 2015, 173). Una reciente viñeta de El Roto (2021, 10), presenta a un viejo trabajador de imprenta componiendo un texto con la antigua tecnología, y le acompaña este comentario: «No hay manipulación informativa, son noticias de autor».

La manipulación del lenguaje daba a los conceptos «algo de solemne y misterioso» filtrando y transformándolos por medio del eufemismo: «El robo, por ejemplo, si se perpetraba a gran escala, podía pasar por “un sobrecumplimiento del plan de ganancias legítimas”, mientras que los asesinatos en masa se anunciaban como “cumplimiento de los planes de defensa de los intereses nacionales”» (Wagenstein 2015, 142). Una viñeta de Caín (2021, 80) muestra dos altavoces que vociferen el reclamo del consumo personalizado: «Tenemos un eufemismo para cada uno de sus problemas. ¡Solicítelo!».

En esa manipulación del lenguaje se dan usos y recursos sorprendentes y cómicos. Así, con el cambio al sistema económico comunista, la sastrería del padre de Isaac tiene que sustituir su denominación de Mode Parisienne

[...] porque a las nuevas autoridades, que acababan de venir del interior del país o salían de las cárceles polacas, les pareció que la decadente moda de París discordaba de las tendencias más recientes en la moda obrero-campesina, así que mi padre y yo nos convertimos en simples «obreros de la Cooperativa Textil nº 6 de Ukrglavgorpromtrest»[14] (Wagenstein 2015, 122).

En tales denominaciones impronunciables, había casos mucho más extremos: «Fusiones de nueve y aun de veintitrés palabras abreviadas y, si uno hacía el intento de pronunciarlas, la lengua se le trababa en un nudo marinero que luego le llevaba media hora desamarrar» (Wagenstein 2015, 122). Además, paradójicamente, «aquellas abreviaturas soviéticas a veces eran más largas que las propias palabras que las formaban». Paradoja similar a lo narrado por Shimon Finkelstein, que decía «haber visto una culebra que medía un metro veinte centímetros de la cabeza a la cola, y dos metros de la cola a la cabeza». El tonto Mendel no se lo creía, y Finkelstein alegó: «Y ¿cómo es posible, entonces, que de lunes a miércoles haya dos días, y del miércoles al lunes, cinco?» (Wagenstein 2015, 122).

También la realidad ofrece casos similares. Por ejemplo: la paradoja del circunnavegante, que, en palabras de Muñoz García (2022, 24), «consiste en que, si das la vuelta al mundo, no tardas lo mismo si vas hacia el oeste que si vas hacia el este». Y lo ejemplifica así: «Si viajas hacia al este, ganas un día, como Phileas Fogg en la novela de Julio Verne [La vuelta al mundo en ochenta días]; mientras que, si viajas hacia el oeste, lo pierdes, como les pasó a Elcano y sus tripulantes al terminar la primera circunnavegación», lo que se explica porque el sol no sale al mismo tiempo para todos. Más modernamente, «el vuelo de Madrid a Nueva York es más largo que el de Nueva York a Madrid, y esto es porque el de vuelta está ayudado por la corriente de chorro que viaja hacia el este, que tiene su origen en la rotación de la tierra».

3.4. Una parábola del estalinismo

Isaac nos propone, irónicamente, esta parábola sobre el estalinismo como fenómeno inexplicable e incomprensible: «Perdona que comience con una hojmá (parábola jasídica) que ni siquiera es divertida, pero quizá, esforzándote un poco, llegues a entender la moraleja»:

Trata del ciego Iosel, a quien hasta los niños, que tienden a burlarse de todo infeliz, le tenían respeto y le ayudaban a cruzar la calle. Un buen día, Iosel, ayudándose de su bastoncito, fue a visitar al rabino y le preguntó:

–Rabí, ¿qué estás haciendo ahora?

–Estoy tomando leche.

–¿Cómo es la leche, rabí?

–Es un líquido blanco.

–¿Qué quiere decir «blanco»?

–Blanco, pues… es el color de los cisnes.

–¿Y qué es un «cisne»?

–Un ave que tiene el cuello curvo.

–¿Qué es «curvo»?

El rabino dobló su brazo por el codo.

–Anda, tiéntalo y sabrás.

El ciego Iosel palpó atentamente el brazo del rabino y dijo agradecido.

–Gracias, rabí. ¡Ahora ya sé cómo es la leche!

(Wagenstein 2015, 119-120).

Esta parábola se aplica luego a las realidades política y religiosas. Así, Isaac interpela a sus lectores a propósito de cómo era la nueva patria soviética, y nos previene para no generalizar como algunos visitantes o viajeros: «Un periodista extranjero pasa por Moscú tres días escasos y, según sus convicciones políticas, se dedica a explicarle, en tono de experto, al mundo ciego e ignorante cómo es la leche, sin darse cuenta de que ha palpado nada más el codo doblado de Moscú» (Wagenstein 2015, 120).

Más adelante, se refiere a las purgas estalinistas: «Muchas veces, las últimas palabras de los condenados a muerte por orden expresan de Stalin eran de alabanza a él». Eran cosas que sucedían en las purgas y que se aceptaban como normales: «No sé si se trataba de una demencia colectiva, pero estos son los hechos». E Isaac, que ya prevé su futuro en un gulag de Kolimá, se dirige al lector: «Si tú conoces la solución de este misterio de los misterios, que seguirá desgarrando la conciencia de los humanos por otros ciento dos años más; si sabes en realidad qué aspecto tiene la leche, no dejes de escribirme, cuanto antes, para contármelo. ¡Te estaré muy agradecido!» (Wagenstein 2015, 154).

El rabino Bendavid, que se había vuelto ateo, «lleno de compasión por el prójimo, aceptó servir temporalmente […] de pastor espiritual tanto en la sinagoga como en el Club de Ateos, atendiendo, en el primer caso, las necesidades de los que creían en Dios y, en el segundo, de los que creían en Karl Marx». Y lo hizo con gran profesionalidad: «Los conducía por los vericuetos de la duda sin permitir jamás que vivieran en la equivocación de que en el codo doblado se escondía toda la verdad sobre la leche. Mucho menos si este codo terminaba en un puño –sea divino o humano– cerrado y amenazante» (Wagenstein 2015, 141-142).

A modo de cierre

Suele afirmarse que es más fácil hacer llorar que hacer reír. Además, según Iñaqui Uruiarte (2022, 14), «puede ser más particular, íntimo y revelador mostrar lo que a uno le hace gracia que lo que le enfada o duele». Este nuestro cuarto artículo cierra una serie sobre el humor semita, publicada en esta misma revista[15]. A todos los humanos nos une, por encima de otras especies, el humor: el hombre es el único animal que ríe. Y, como afirma Irene Vallejo, en «Reír a lágrima viva», «reír es una forma de repudiar las barbaridades y protegernos de nuestras vanidades». Del cainismo, quizás hablemos en otra ocasión.




BIBLIOGRAFÍA

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Wagenstein, Ángel. Adiós, Shangai. Traducción del búlgaro de Venceslav Nikólov. Barcelona: Libros del Asteroide, 2016.

CRÉDITO DE LAS ILUSTRACIONES

Del libro Aron-Hakodesh. Jewish Life and Lore, de Saul Raskin (Ed. Hebraica, N. Y. 1955), proceden las siguientes ilustraciones: nº 1 (p. 35); nº 2 (p. 120); nº 6 (p. 130); nº 14 (p. 69); nº 15(p. 34); nº 16 (p. 83); nº 17 (p. 70); y nº 23 (p. 139). Del libro Chagall, de J. Cassou (Daimon, Barcelona, 1968), proceden las ilustracioners nº 9 (p. 78); nº 10 (p. 190); y nº 19 (p. 85). Del libro Chagall en Rusia (Catálogo exposición de Caja Duero, Septiembre-Octubre, 2000), The State Russian Museum y Caja Duero (Palma, 2000), proceden las ilustraciones nº4 (p. 29); nº 5 (p. 51); nº 8 (p. 55); nº 12 (p. 61); y nº 20 (p. 49).

De un abecedario hebreo de J. Kaminsky (Litho-House, N. Y., 1945), procede la ilustración nº 21 (p. 29). De #AnneFrank (Descubriendo a Anna Frank. Historias paralelas), documental dirigido por Sabina Fadeli y Anna Migotto (2019), proceden las ilustraciones nº 11 y la nº 18, fotogramas modificados y titulados libremente. La nº 13 es una foto de Y. Krivokulskiy (1999), pasada por filtro. La nº 17 procede de El Pentateuco de Isaac (p. 86, modificada); y la nº 22 es un collage mixto de M. Á. de la Fuente González (2022), con materiales de Buena Vida (nº 16, julio de 2019) y de Icon (nº 88, junio de 2021).




NOTAS

[1] Para referirnos a las obras de las que proceden nuestras citas, lo haremos por el sistema de autor y fecha (seguidos por la página); por ejemplo, para las novelas El pentateuco de Isaac, (Wagenstein 2015); y para Shanghai (Wagenstein 2016). Aclaremos que no son obras propiamente humorísticas la Historia de los abuelos que nunca tuve, del historiador Iván Jablonka, profesor de Historia de la Universidad París XIII; ni lo es Los judíos, de Roger Peyrefitte (1907-2000), diplomático, escritor y novelista francés, obra que, según Wikipedia, más que a un público general, interesa a especialistas.

https://es.wikipedia.org/wiki/Roger Peyrefitte

[2]https://es.wikipedia.org/wiki/Cuadros_de_una_exposición

[3] Similar es la reacción agresiva infantil contra el maestro republicano al final de la película La lengua de las mariposas, dirigida por José Luis Cuerda en 1999.

[4] «El socialismo y el comunismo tienen el mismo origen, pero tomaron caminos separados desde 1919. Ambos se basan en el principio de la lucha de clases. Sin embargo, sus objetivos y métodos difieren».

https://www.significados.com/socialismo/ (consultado el 22 de julio 2022).

[5]El viaje de los malditos es fruto de la investigación que sobre el Saint Louis realizaron Gordon Thomas y Max Morgan-Witts (Plaza & Janés, 1976).

[6] Julio Núñez: «Los falsificadores de Dios». El País Semanal, nº 2289, 9 de agosto de 2020, pp. 22-31. Isabel Ferrer: «Los seiscientos niños judíos salvados gracias a su maestra en Ámsterdam». El País, 15 de agosto de 2021, pp. 30-31.

[7]https://espowiki.com/haman

[8] Algunas características ortográficas del refranero: TCH suena como la CH castellana, y la CH, como en francés; la H suena aspirada; la Ñ es reemplazada por NI; anios (por años); se escribe Y en vez de LL (el yeísmo es normal: cayar, y no callar); la S es diferente de la Z (como la S sonora, más suave: caza es casa); la B y la V no suenan igual, ni se atienen a la ortografía española (cavesa por cabeza); etc. (Saporta y Beja 1978, XII).

[9] Puede consultarse M. Á. de la Fuente González, «El humor religioso judío en Chajim Bloch y Ángel Wagenstein», Revista de Folklore, nº 478: 37-38.

[10] Hay una curiosa coincidencia en los refranero sefardí y español en este concepto de lo mínimo y su referencia al mundo animal, aunque el gallo está sustituido por la gallina u otro animal. Por ejemplo: Por Santa Lucía, crece el día un paso de gallina; por San Antón, un paso de un lechón. Y en versión más amplia: Por Santa Lucía achican las noches y agrandan los días; primero, a tumbo de piojo; después, a paso de gallina; y por Navidad, los ciegos lo verán (Rodríguez Marín 2003, 379). El refranero asturiano recoge estas versiones: El día Santa Lucía / mengua la noche / y crez el día / la pataa d’una gallina (Castañón 1977, 91). Y Por Santa Lucía / mengua la noche y crez el día / tanto como la pisá de una gallina. Al que se añade: y hasta Navidá / en su ser está, pues no se nota el crecimiento de los días antes de oscurecer (Castañón 1977, 196). Igual medida se aplica en De Pascua arriba / al pasu la gallina (Castañón 1977, 75). Recordemos las medidas tradicionales de pies y pasos.

[11] Además del humor, existían otros recursos de tipo social. Violeta Friedman (1995, 98) se refiere a la «fiebre de bailes y festejos continuados»: «No se trataba de celebrar la vida, sino de paliar nuestro incurable desarraigo y, sobre todo, de aturdirnos, de huir del pasado y presente inmediato en un salto desesperado hacia delante, de ocultar detrás de la música y la alegría, nuestras tristezas y recuerdos. Queríamos a toda costa borrar nuestras memorias. O tal vez sería mejor decir que intentábamos dominar esa memoria implacable».

[12] Aunque el texto (que es una traducción) dice «traspasando la culpa a un tal Zaratustra, que le habló así», nos parece más clara si fuera «traspasando la culpa a un tal Zaratustra, que así se lo había dicho», aunque se diluya la alusión al título Así hablaba Zaratustra.

[13] En la investigación de Philippe Sands (Ruta de escape, 2021), unos soldados aliados hablan con la mujer del criminal nazi Otto Wächter, que hizo las suyas en la Galitzia, y quedan sorprendidos porque, de todas las personas que habían tratado, era la única que abiertamente se reconocía nazi.

[14] Ukrglavgorpromtrest = Ukr-glav-gor-prom-trest = [Ukr = ucraniano // glav = capítulo // gor = del pueblo // prom = industria // trest = trust].

[15] Se trata de «El humor religioso judío en Chajim Bloch y Ángel Wagenstein» (Revista de Folklore, nº 478, pp. 25-55); «Comportamientos, costumbres y humor judío y oriental» (Revista de Folklore, nº 480, pp. 98-123) y «Algunos personajes y situaciones del humor semita» (Revista de Folklore, nº 486, pp. 29-52).



Historia y política en el humor judío

DE LA FUENTE GONZALEZ, Miguel Ángel

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 495.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz