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Revista de Folklore número

495



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Las leyendas del Cristo de la Misericordia, patrón de Castellar de Santiago: etnotextos, orígenes y comparatismo

CLEMENTE PLIEGO, Agustín

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 495 - sumario >



Contextualización

En el histórico Campo de Montiel –lugar de nacimiento y aventuras de don Quijote–, se halla Castellar de Santiago, un pequeño pueblo de Castilla-La Mancha perteneciente al partido judicial de Valdepeñas. Se encuentra en el extremo sureste de la provincia de Ciudad Real, en la ladera norte de las estribaciones de Sierra Morena Oriental, a seis km del límite con Jaén. Se levanta en un valle, a una altura de 832 m sobre el nivel del mar de Alicante, y presenta un suave relieve montañoso que se pronuncia paulatinamente conforme avanzamos en la parte meridional, con alturas que sobrepasan los 1.000 m (sierra del Cambrón). El carácter de su relieve y su boscaje favorecen una atractiva actividad cinegética en los cotos dedicados a la caza mayor y menor, y la existencia del refugio de fauna, Los Barranquillos Chico Mendes, para la preservación de animales en peligro como el lince ibérico.

Es un pueblo moderno, pues nació en 1545, en la última repoblación del Campo de Montiel, y de marcado perfil agrario. Sus moradores se dedican preferentemente al cultivo del olivo, la vid y el cereal; últimamente crecen en sus campos plantaciones de almendros y pistacheros. La industria desarrollada en la localidad está vinculada con dichos productos: dos cooperativas de aceite, dos bodegas, una fábrica de harinas y una quesería.

Aunque es una localidad afectada por un proceso de lenta despoblación (1.833 habitantes en el año 2021 –según datos del INE–, frente a una media de 2.200 empadronados, mantenida desde el año 1990 hasta 2014, en que empezó a despoblarse) y por la incorporación de modernos medios de ocio, su vecindario ha sabido conservar toda una variedad de materiales tradicionales, que pude recopilar para incorporarlos en la tesis doctoral, Estudio de la literatura folklórica de Castellar de Santiago (C. Real)[1], dirigida por uno de los máximos especialistas en literatura y cultura populares, el doctor don José Manuel Pedrosa.

El día 14 de septiembre Castellar de Santiago celebra con gran alborozo la fiesta de su patrón: el Cristo de la Misericordia. La víspera se queman, en su honor, hogueras en las calles con disparos de escopetas y de cohetes; el 14, tras la solemne misa concelebrada, el Cristo pasea en procesión por las calles, y el día 15 se procede a la quema del castillo de fuegos artificiales como colofón de estas fiestas, que vienen acompañadas de corridas de toros, espectáculos musicales y toda una variedad de actividades y atracciones.

Hasta el año 1970 no se descubrió el verdadero origen de la talla del Cristo, gracias al historiador valdepeñero, Antonio José Vasco[2], que demostró que había sido esculpida por el imaginero Giraldo de Merlo entre 1619 y 1620 en Toledo por el precio de ochocientos cincuenta reales y a petición de la parroquia de Castellar de Santiago.

Se trata de una talla de una gran calidad artística y belleza singular que, aunque está inspirada en el natural y con un dominio excelente del modelado y el color, respira del estilo manierista que dominó los primeros años del siglo xvii.

En las encuestas de campo verificadas para la realización de la tesis doctoral, pude toparme con un corpus de doscientas veintinueve leyendas y versiones de una misma leyenda, cuya publicación forma parte de mis inminentes propósitos. Entre ellas destacan las que tratan de explicar cómo llegó el Cristo a Castellar de Santiago. Estas son las que he decidido ofrecer en el presente artículo de literatura comparada donde se pueden apreciar las similitudes patentes en otros relatos populares difundidos en lugares dispares de la geografía española y americana e, incluso, en relatos míticos de la Antigüedad clásica. Con ello se puede demostrar que las leyendas castellareñas no son originales y exclusivas de la localidad, sino que forman parte de un corpus de textos idénticos, difundidos en lugares diversos y hasta en tiempos remotos, los cuales, debido a su carácter migratorio, se han difundido a lo largo de los tiempos y aclimatado a las necesidades particulares de una localidad. José Manuel Pedrosa dice al respecto:

Las leyendas, tengan origen mítico o no, se han transmitido de modo tradicional de un pueblo a otro durante siglos, mezclándose, contaminándose y superponiéndose a estratos previos. La emigración de las leyendas es un fenómeno íntimamente conectado con los procesos de migración, contacto y mezcla de pueblos o de grupos y personas pertenecientes a pueblos distintos[3].

Hasta 1970 los fieles devotos del Cristo de la Misericordia tenían necesidad de conocer el origen del Cristo y, a falta de una explicación empírica, el alma colectiva del pueblo inventó las leyendas aquí recopiladas a partir de textos exógenos de temática similar.

La oralidad es otra de las características esenciales que afectan a las leyendas tradicionales, pues estas, como se ha dicho, se transmiten de boca en boca de padres a hijos –o las más de las veces, de abuelas a nietos– a lo largo de los siglos hasta que un demófilo las recopila y las edita para que no queden arrinconadas en el olvido.

Algunos etnógrafos deciden tomar el texto oral que han oído y, antes de publicarlo, lo modifican a su modo y manera, dando lugar a una leyenda más o menos culta, alejada del canal, del registro lingüístico y del contexto en que estos textos han sido transmitidos. Nosotros, en cambio, hemos decidido transcribir fielmente los relatos orales, previamente grabados, conservando su espontaneidad y las peculiaridades lingüísticas del registro coloquial y vulgar de los informantes. Por el contrario, no ha ocurrido así en dos textos: la versión B de la «Leyenda del Cristo y los bueyes» la he copiado del libro en que fue publicada por su compilador, del mismo modo que «Los panciverdes y el Cristo de Castellar», me fue remitida por Carlos Villar, a quien se la contó un tornaveño y él la reelaboró echándole un poco de imaginación.

Las leyendas tradicionales carecen de una forma única y cerrada, por ello viven en variantes y transformaciones. A veces amplificando su contenido con adiciones de motivos de relatos ajenos o de la propia invención del receptor-narrador, o abreviándolo por el olvido de alguna peripecia narrativa o detalle. No nos extrañe, pues, que haya insertado en primer lugar dos versiones de una misma leyenda para hacer patente la diversidad del proceso creativo o recreativo de sus informantes.

El carácter ecléctico de las leyendas nos permite clasificarlas en grupos temáticos ya preestablecidos: leyendas cosmogónicas, meteorológicas, de fundación, de amojonamiento, topográficas, hagiográficas, épicas y bélicas, étnicas, de terror, de humor, de animales… Las que en este trabajo de investigación nos interesan son seis de carácter religioso, relacionadas con los orígenes del Cristo de la Misericordia y con dos intervenciones milagrosas.

Leyenda del Cristo y los bueyes

Esta versión se la grabé a María Colomino Zamora, de 78 años, en diciembre del año 1981, cuando realizaba mis primeras encuestas para la tesina. María Colomino había nacido en el año 1902 en Navas de San Juan (Jaén), pero a los 18 años se fue a vivir a Castellar de Santiago con sus padres. Aportó un repertorio muy rico de romances y otros materiales tradicionales de procedencia andaluza. Aunque no sabía leer ni escribir, tenía una memoria prodigiosa y me contó la leyenda más popular y común que existe sobre los orígenes de la talla del Cristo de la Misericordia de Castellar de Santiago. He aquí el etnotexto.

Versión (A)

Pues eso, que yo oía de zagala... que el Cristo lo trajeron unos arrieros..., unos arrieros que se dirigían a Andalucía, por ahí, por el camino de la Aldea. Lo traían en una de las carretas, hincao en un montón de yeso, un Cristo moreno... Pues eso, dicen que cuando entraron..., porque venían de mu lejos..., entraron en Castellar a hacer sus cosas, pues los arrieros a lo mejor traían trigo y se llevaban aceite o pucheros... ¡Ea!, pues cuando ya se querían ir, pues eso, los bueyes no querían andar, se quedaron paraos. Y por más que les pegaban, no andaban. Y así mucho tiempo... Y ya pasó por allí un cura y les preguntó que qué pasaba.

Y eso, pues..., los arrieros dijeron que los bueyes no se querían mover. Y entonces, pues el cura les dijo que se lo compraba..., vamos, que le gustó al hombre. Y entonces..., pues los arrieros se lo vendieron por una fanega de centeno. Así que cuando bajaron al Cristo, los bueyes..., pues ya empezaron a andar y se fueron.

Tamién he oído yo decir que los bueyes tenían hambre y empezaron a comese el centeno, y tanto, tanto comieron que reventaron.

Dicen tamién que como no había un sitio en la iglesia para ponelo, lo metieron en un pajar que tenían los antiguos dueños de la casa de don Ezequiel García, los Ortega, decían. Allí estuvo no sé yo el tiempo hasta que ya lo trasladaron a la iglesia. Por eso cuando la procesión..., cuando el Cristo pasa por la casa de don Ezequiel –que hay así, una cuesta– dicen que el Cristo pesa más porque se hace esperar..., porque allí fue su primera morada.

Tamién he oído decir algunas coplillas, que dicen..., mira:

Pasastes por Santa Cruz

y tamién por Torrenueva,

y te quisistes quedar

con los señores de Ortega.

Tres fanegas de centeno

dicen que dieron por ti,

sabiendo que tú valías

las minas del Potosí.

Otra versión del mismo tema es la que recrea literariamente Wenceslao Fuentes en su libro Álbum de mi lugar, tomando como base fuentes orales de sus feudos. Frente al coincidente hilo argumental con el relato anterior, esta leyenda ofrece, además de su estilo culto y cuidado, algunas variantes como que la carreta no se dirigía a Andalucía sino a Torre de Juan Abad.

Versión (B)

La sagrada talla vino al pueblo –en sus tiempos Castellar de Santiago de la Mata– transportada en una carreta que arrastraba una yunta de bueyes, con la intención de llegar a la Torre de Juan Abad. Los boyeros, tras descansar para el almuerzo, al aguijar a los animales para seguir el camino, estos se negaron a arrancar por más que les arreaban los trajinantes. La peculiar tozudez bovina se obstinaba en no abandonar el pueblo. Los paisanos se vieron pronto enterados del incidente, interpretando el empeño de los animales como una manifestación de la divina voluntad del Santo Cristo que los arrieros portaban: el Cristo deseaba quedarse para siempre en Castellar.

Se realizó el trato y el milagro. Los mercaderes recibieron la cantidad de tres fanegas de centeno como importe del valor inapreciable de la imagen. Curiosa transacción, absurdo justiprecio de lo divino tasado por la ingenuidad y la buena fe de lo humano.

Aliviados del misterioso compromiso, ahora los bueyes arrancaron sin rehúso, derechos hacia las Dos Hermanas, adonde, en otro receso, fueron pienseados con el centeno del intercambio. ¡Los animales murieron reventados[4]!

Toda leyenda es una mezcla elementos reales con otros de carácter imaginario. Si nos atenemos a los datos que ofrece la primera versión, parece ser que antes de ser ubicada la imagen del Cristo en la iglesia, su primera morada fue la casa de los Ortega, una casa blasonada situada en la calle del Oro núm. 6. El dato nos parece verosímil, pues por la fecha en que fue comprada la talla, 1620, dicha vivienda pertenecía a Miguel de Ortega. Y en 1752 seguía perteneciendo a uno de sus descendientes, Pascual de Ortega y Montañés, un gran terrateniente caballero de la Orden de Santiago residente en Villanueva de los Infantes. La casa entonces medía 31 varas de frente por 50 de fondo y tenía 4’5 fanegas de tierra detrás, en la Veguilla. Ya en la segunda mitad del siglo xix, en el periodo de las desamortizaciones, el inmueble y otros bienes salieron a subasta y fueron adquiridos por el médico Pedro Clemente Mollo. Tras su muerte, lo heredó su hijo Enrique Clemente Cerdán, luego su nieta María Benita Clemente Cavadas (esposa del médico que se menciona en la leyenda, Ezequiel García), más tarde su biznieta Carmen García Clemente y, finalmente, su tataranieta María Beatriz Tera García.

«De la antigua casa solariega solo se conserva actualmente la portada, estando el resto de la vivienda remodelado en momentos recientes. En la portada se encuentra un escudo circular[5]». Este emblema pertenece a los Abarca Brizuela[6], tercera generación de los primeros Abarca que repoblaron el pueblo y que estaban emparentados con los Ortega. ¡Es llamativo que fuese el clérigo presbítero Pedro Abarca, el que gestionó la compra del Cristo con el escultor genovés, avecindado en Toledo, Giraldo de Merlo!

Entonces la casona solariega disponía de amplios y acondicionados aposentos y en uno de ellos debería de haberse albergado la bella imagen del Cristo y no en el pajar –como dice la leyenda–, lugar confortable y seguro, pero inapropiado e innoble para una imagen sagrada.

¿Y por qué no se la llevaron a la iglesia? Porque la iglesia de Santa Ana estaba en aquel entonces en obras. Al empezar el siglo xvii se destruyó el primer edificio por su mal estado y empezó a construirse un nuevo templo –el actual– de más envergadura y consistencia. Después de 1609 empezaron las obras levantando un nuevo presbiterio de mampuestos y ladrillos, pero estas se paralizaron por problemas económicos y por una serie de pleitos que sostuvo el pueblo con el Consejo de Órdenes hasta que, por fin, en 1676 pudieron reanudarse. Estas terminaron en 1684 tras haber construido nuevos muros, el crucero, las tres portadas y una torre-campanario con cuatro campanas y un reloj. Por lo que debemos sostener que hasta finales del siglo xvii el Cristo no sería trasladado desde la casa de los Ortega hasta la iglesia. Y ya en el siglo xviii, sabemos a través de una auditoría que realizaron los visitadores de la Orden de Santiago en 1719, que «la imagen del Cristo de la Misericordia, dispuesto sobre su cama, con dosel de damasco carmesí»[7] presidía un altar que estaba en el crucero, en el lado del evangelio y no en el retablo del altar mayor, como en la actualidad, debido a que este no existía.

Todavía persiste la creencia de que la casa de los Ortega fue la primera morada del Cristo y los castellareños dicen que cuando la procesión del Cristo sube por la empinada calle del Oro y pasa a la vera de dicho inmueble, el Cristo pesa mucho más para significar que esa fue su primera morada.

En resumidas cuentas, la talla del Cristo fue alojada en el siglo xvii en la casa de los Ortega bien porque ellos la compraron bien porque la iglesia estaba en obras. Hasta finales del mismo siglo no fue ubicada en el altar del evangelio de la iglesia parroquial. En el discurrir del tiempo los castellareños habían olvidado que Pedro Abarca, emparentado con los Ortega, había intervenido en su compra en 1619, que la talló Giraldo de Merlo, etc. La imaginación popular, concretada en un primer momento en un narrador-autor anónimo, empezó a crear la leyenda en base a datos verosímiles que aún perduraban, mezclados con elementos fantásticos. Esto sucedería en tiempos muy alejados de la realidad de los hechos: siglo xviii o principios del siglo xix, cuando dicha casa seguía perteneciendo a los Ortega Montañés; y por ese motivo este dato ha persistido en la leyenda. Pudo ser una abuela o un abuelo el narrador-autor del relato, ideado para satisfacer la curiosidad de unos nietos ávidos de conocer la historia del Cristo. Para ello el narrador–autor se basó en leyendas exógenas que trataban sobre el origen de imágenes sagradas transportadas por animales y que había oído en sus viajes por otras tierras, o a viajeros que habían pasado por Castellar de Santiago, o a los arrieros castellareños o foráneos, o a inmigrantes que se afincaron o se casaron en Castellar de Santiago, o a soldados castellareños que habían batallado en lejanas tierras… En un momento indeterminado, la imaginación popular añadió al medio de transporte (una carreta de bueyes) el motivo de que los bóvidos reventaron del centeno que engulleron.

¿Cómo se concibe, pues, que los pobres bueyes, ejecutores, por orden divino, de la permanencia del Cristo en la localidad, acabasen muriendo por glotones? El hecho de que unos bóvidos transporten una imagen en una carreta, se detengan en un lugar determinado y no se presten a andar hasta que se apee la imagen no es sino un motivo folclórico, recurrente en muchas leyendas de difusión oral contemporánea y que, incluso, hunde sus raíces en relatos remotísimos, de hace más de dos mil años. Las leyendas castellareñas señalan que el Cristo llegó a Castellar de Santiago en una carreta tirada por bueyes. Sin embargo, la realidad de los hechos lo desmiente, ya que la carta de compraventa del Cristo, fechada en 1619, señala que el medio transporte utilizado sería un carro tirado por una yunta de mulas y no una carreta tirada por tardos bueyes. Así dice una cláusula del contrato: «y si binieren por él [el Cristo] y no le entregare, [Giraldo de Merlo] pagará veyte rreales cada día de los que se detuviere[n] el carro y mulas en que por él vinieren de yda y estada e vuelta»[8].

En la actualidad, a la hora de explicar el origen de alguna imagen de especial devoción, podemos comprobar que en muchos pueblos de España se cuentan relatos protagonizados por bueyes, análogos al divulgado en Castellar de Santiago.

En el pueblo de Cieza (Murcia) veneran al Cristo del Consuelo, cuya sede está en una ermita que erigieron en el lugar exacto donde unos bueyes, que portaban una imagen de un crucificado, se negaron a andar:

Cuenta la leyenda que, hace muchísimos años, pasaba una enorme carreta tirada por bueyes que transportaba una imagen del Cristo. Al pasar por el lugar donde ahora se encuentra la ermita, los bueyes se pararon y no hubo forma de hacerlos andar. Trajeron otros bueyes porque pensaron que estos estarían cansados y por eso no querían andar; pero los nuevos también se negaron a continuar el camino. La gente que se enteró de lo ocurrido pensó que esto podía significar que el Santo Cristo quería quedarse en ese lugar. Entonces pidieron quedarse con la imagen a cambio de otra igual y así poder hacerle una ermita en el lugar elegido por el Santo Cristo[9].

También encontramos una leyenda similar en un pueblo de la vecina provincia toledana, Villanueva de Alcardete, cuyas fiestas patronales de la Virgen de la Piedad celebran el segundo domingo de noviembre. Su procesión es muy atractiva porque en su desarrollo unas niñas danzantes ejecutan una antiquísima danza de alabarderos al toque de dulzaina y tamboril. Al tratar los alcardeteños de explicar los orígenes de la talla mariana, surgen otra vez esos bueyes misteriosos. Copio a continuación la versión en verso que un natural de dicha localidad, César Collado Castell, escribió en el año 1936. Como la leyenda romanceada es algo extensa, escribo solo los versos del comienzo y un resumen del resto de la composición.

Hay una leyenda hermosa,

la que da nombre a este pueblo,

la de la excelsa Virgen

en cuyo honor los festejos

celebramos orgullosos

todos los alcardeteños,

que dice: «In illo tempore

los primates y hasta el clero

tras de muchas discusiones

seguían en desacuerdo

para elegir santo o santa

que fuera patrón del pueblo.

Pasaban, por aquel tiempo,

bastantes carretilleros,

transportando en sus carretas

piedras, maderas, yeso.

Y un domingo de noviembre,

el segundo por más cierto,

hacia el pueblo ya citado

iban varios carreteros.

Cuando llega una carreta

al sitio en que se alza excelso

el camarín que a la Virgen

hoy le sirve de aposento

en nuestra preciada iglesia.

Y estando el piso bien seco,

llano, sin piedras ni baches,

observa un carretillero

que la carreta se para.

Como mil veces ha hecho,

anima y pincha a los bueyes;

estos hacen un esfuerzo

y no consiguen moverla

con ser esfuerzo tremendo,

parece que la han fijado

con fuertes garfios al suelo.

Como no pueden mover la carreta, uncen otro par de bueyes, pero los cuatro tampoco consiguen moverla. Incluso atan otros cuatro yacos más, y los carreteros, ayudados de maromas y cadenas, empujan inútilmente hasta que «el bloque berroqueño» que portaban deciden echarlo abajo por ser posiblemente la causa del atasco de la carreta. En ese mismo momento, los bueyes echan a andar y, al caerse la piedra, se partió de un modo milagroso porque del trozo más grande salió una escultura de la Virgen. Se acabó la discusión para elegir al patrón del pueblo y todos los alcarceteños la proclamaron patrona por unanimidad[10]».

También podemos espigar relatos muy similares al divulgado en Castellar de Santiago en sitios más remotos como Salamanca. Traigo a colación la leyenda salmantina del «El Cristo de Cabrera», difundida en el pueblo de Santiago de la Puebla:

El Cristo de Cabrera, dicen, se encuentra en una finca a treinta y un quilómetros de Salamanca, en la localidad de Vecinos… ¡No, perdón!, de Las Veguillas. Está, está como en un puerto de mil, de mil metros.

Decía que el Cristo de Cabrera está, está en una finca perteneciente a Las Veguillas, a trenta y un quilómetros de Salamanca, donde suele la gente tener costumbre muy devota…, hacer una caminata de Salamanca a Las Veguillas. Me paece que es en la época de mayo o junio…

Y este Cristo, en su día, lo quisieron sacar con una pareja de bueyes en un carro, y fue imposible sacarlo. S’atascó el carro, los bueyes tal… Y entonces, determinamos que era el Cristo, que no salía de la finca. Y ahí quedó ubicao.

Y es muy famoso. Los moteros, los que estrenan coches van siempre a ofrecerse a… Es un Cristo mu milagroso, muy… Y la gente se ofrece mucho a, al Cristo de Cabrera[11].

Y de la basílica de Nuestra Señora del Puy, en Estella (Navarra), se cuenta que se construyó sobre su emplazamiento actual porque, en el momento del transporte de la Virgen a través de Estella, los bueyes no querían andar porque la Virgen quería quedarse en el Puy[12].

Una variante de las leyendas en que intervienen bueyes inmovilizados la constituyen aquellas en que dos o tres localidades se disputan la apropiación de una imagen sagrada para venerarla en su iglesia. Cuando los de un pueblo encuentran la talla y la montan en una carreta para llevarla a su localidad, en ese mismo lugar o en un punto del camino, misteriosamente, los bueyes no pueden andar, debido a que una poderosa fuerza se lo impide para que se quede en el lugar elegido por la divinidad. Eso es lo que sucede en la «Leyenda del Cristo de Velasco», donde tres pueblos salmantinos (Gomecello, Cabezabellosa y Villaverde) se disputan la imagen del Cristo, aunque, finalmente, los bueyes echan a andar para Villaverde, el lugar predestinado.

Así lo cuentan en Gomecello:

¡No!, fue en la alquería de Velasco. Encontraron un Cristo, pues cerca de las bodegas ese día, o en las bodegas…, un Cristo. ¡Sí! Cuando hubo una guerra mu antigua hace muchos, muchos años…, pues, pues hicieron un hoyo muy grande […]

¡Bueno! Encontraron un Cristo. Y se fueron a trabajar pa Gomecello. ¡Claro, pues está en término de Gomecello! Pues no podían los bueyes con el Cristo, majo… Podía una persona echarlo al carro, –que entonces no había tractores–, echarlo al carro pa traerlo. Y no podían los bueyes. ¡Cagüen diez!

Llamaron a otro de…, ¿de dónde fue? De Cabezabellosa…

–¡Bueno! ¡Vaya unos bueyes que tienes! ¡Pon la pareja mía de vacas que tengo! –[decía] uno de Cabezabellosa.

Lo echaron al carro… Y tampoco podían las vacas. ¡Fíjate bien, fíjate bien, majo! ¡No, señor!

¡Bueno, hombre! Luego ya vino uno de Villaverde, del pueblo de mi padre. De ahí, Villaverde de Guareña, que está a tres quilómetros. Ahí, en esta dirección, está Villaverde y Cabezabellosa, así. ¡Bueno!, pues vino uno de Villaverde, y na, como si tal cosa… Y allí está el Cristo, en la iglesia de Villaverde. El Cristo el Velasco. ¡Claro!, y ya quedó con el nombre. El Cristo Velasco.

¡Mira! No quiso ir ni a Gomecello, ni a Cabezabellosa, ni a Moriscos, ni a ningún sitio. A Villaverde. ¡Coño! ¡Sí, señor, sí, señor! Y a Villaverde lo llevaron. Y na, tan tranquilos los bueyes… ¡Si así no…, na! Si tú verás lo que es una cruz así de alta, por ejemplo…, así, de madera… ¡Na! Y luego la…, luego el Cristo, ¡claro!, de madera también. Pues allí… Y allí no dijo na el Cristo:

–Aquí, aquí me voy.

S’acabó. Ya está. ¡Sí… No, no, no, no! ¡Sí! Viene de tradición. Y sería verdá[13].

Algo más al norte de Salamanca, en el pueblo leonés de Matadeón de los Oteros, se cuenta la «Leyenda de La Virgen de la Zarza», una virgen disputada por los lugareños de Matadeón y Valverde, que prefirió quedarse en un lugar neutral: donde los bueyes se detuvieran, y allí más tarde levantaron su ermita:

Una zarza se levantaba y se iluminaba. Entonces el pastor se acercó hacia ella y vio una imagen bastante deteriorada, de madera, que era la Virgen de la Zarza que tenemos ahí, vieja. Entonces, claro, dio la voz de alarma al pueblo, que veía eso. Se acercaron y la querían los de Valverde, un pueblo cerca que hay de aquí, de Matadeón; y la querían los de Matadeón. Entonces la cogieron en un carro y la traían hacia el pueblo con bueyes. Y, al llegar a donde tien la ermita, de ahí los bueyes no querían tirar. Y venga a insistir, a insistir, y que no. Y entonces la hicieron allí una ermita. Y así es la historia[14].

Relatos similares de litigios de pueblos por hacerse dueños de una imagen sagrada se pueden oír en otros pueblos leoneses como Grajalejo de las Matas, Quintanilla de Rueda, Castilfalé... y en otros puntos de España.

Sin embargo, es curiosa otra leyenda en que intervienen unos ladrones cuyos bueyes se niegan a llevar el objeto robado. Esto sucede en la «Leyenda de la Virgen de las Mercedes» de la localidad leonesa de Palacio de Valdellorma:

Sí, oí contar a mis abuelos que una vez pasaban por aquí unos carreteros, al transporte de mercancías; no sé qué llevarían, carbón, o algo llevarían. Y al pasar por ahí, por donde la ermita, pues pararon, subieron y robaron el rosario a la Virgen. Y, a continuación, se puson a caminar, y los bueis que no tiraban; y ellos, que se ponían malos. Y entonces volvieron otra vez el rosario a la Virgen y ya pues pudieron seguir. Sí, eso se lo oía yo a mis abuelos[15].

Una variante de las leyendas de carretas y bueyes la tenemos en Centro América; famosísima y extendidísima es la «Leyenda de la carreta sin bueyes», originaria de Costa Rica y muy difundida con algunas mutaciones en El Salvador, Honduras y otras naciones próximas. He aquí cómo se cuenta en San José de Costa Rica, la capital:

Cuenta la leyenda que una bruja vivía en un caserío del antiguo San José, pueblo de carretas, gente sencilla y creyencera. La bruja estaba enamorada del más gallardo de los muchachos del pueblo. El muchacho, por su gran apego a su fe cristiana, no quería tener nada con ella; pero la bruja, valiéndose de artificios, lo logró conquistar y así vivir con él mucho tiempo, convirtiéndolo en un ser similar a ella. Como podrás imaginar nadie estaba de acuerdo con esta unión, mucho menos el cura del pueblo, el cual, en sus prédicas, denunciaba el hecho cada domingo.

Al pasar de los años, aquel muchacho, ya mayor, tuvo una enfermedad incurable y pidió a la bruja que, si se moría, le dieran los santos oficios en el templo del lugar. Al solicitarle al sacerdote la última petición de su amado, la bruja recibió la negativa debido al pecado arrastrado en su vida.

La bruja dijo que por las buenas o por las malas, y al morir su hombre, enyugó los bueyes a la carreta y puso la caja con el cuerpo muerto, cogió su escoba, su machete y se encaminó al templo. Los bueyes iban con gran rapidez, pero al llegar a la puerta, el sacerdote les dijo: «En el nombre de Dios paren». Los animales hicieron caso, mas no la bruja, la cual blasfemaba contra lo sagrado.

El sacerdote perdonó a los bueyes por haber hecho caso, y la bruja, la carreta y el muerto todavía vagan por el mundo, y algunas noches se oyen las ruedas de la carreta pasando por las calles de los pueblos arrastrada por la mano peluda del mismito diablo[16].

Es muy curioso que en tierras mejicanas se cuenten leyendas similares a las que hemos podido leer, donde el medio de transporte del santo se ha modernizado: ahora no es una yunta de bueyes la que no quiere andar sino un camión. De Méjico es este relato:

En una ocasión los representantes del comité de festejos de las fiestas tradicionales del pueblo vecino de La Cañada, por medio de algunas personas, solicitaron la imagen del patrón Santiago apóstol para realizar el novenario; lo llevaron en hombros hasta llegar a la hacienda.

Cuando lo iban a traer de regreso a su templo, una persona propuso que lo trajeran en un camión de redilas que él tenía. Cuando el operador hizo funcionar, el motor de arranque no encendió; desesperado, no sabía qué hacer. Decidieron empujar el camión, pero al llegar al puente [de Tepeji] del Río, como existe una subida, no pudieron empujar más el vehículo.

Al percatarse de que no llegarían a la hora acordada, el representante de festejos pidió a algunas personas que venían acompañando en la procesión que lo bajaran, para traerlo en hombros. Cuando lo bajaron lo sintieron muy ligero y llegaron sin ningún problema. Después se enteraron que el camión, al bajar al señor Santiago, funcionó perfectamente.

Creen que esto pasó por no traer al santo patrón en hombros desde el principio[17].

Y si lanzamos nuestra mirada dos mil quinientos años atrás, existe un mito griego algo parecido al relato de Castellar de Santiago. En este caso la protagonista es una estatua de la diosa Hera, que presidía un antiquísimo santuario dedicado a ella. La imagen fue robada por unos piratas del mar Tirreno. El medio que tenían para transportarla no era una carreta de bueyes sino una embarcación. Los ladrones no pudieron llevársela: los poderes sobrenaturales de la diosa impidieron que la barca pudiese zarpar:

Admete estuvo en funciones de sacerdotisa durante cincuenta y ocho años. Pero al morir su padre tuvo que huir de Argos y se refugió en Samos, llevándose la imagen de la diosa [Hera], confiada a sus cuidados. En Samos encontró un antiquísimo santuario, de Hera, fundado en otros tiempos por los léleges y las ninfas. Allí depositó la estatua.

Mientras tanto, los argivos, inquietos por la desaparición de la imagen, encargaron a unos piratas tirrenos que saliesen en su busca. Esperaban también que los de Samos harían a Admete responsable de la conservación de la imagen y la castigarían si era robada. Como el templo de Samos no tenía puertas, a los piratas les fue muy fácil apoderarse de la estatua; pero al intentar hacerse a la vela, les resultó imposible poner el barco en movimiento. Comprendieron, pues, que la diosa quería quedarse en Samos. Así, depositaron la sagrada imagen en la orilla, y le ofrecieron un sacrificio.

Admete, que se había dado cuenta de la desaparición de la imagen, alarmó a los habitantes, los cuales se pusieron a buscarla por todas partes. Acabaron encontrándola, abandonada, en la playa, pues los piratas habían partido. Imaginando entonces que la diosa había ido allí por sí misma, la ataron con tiras de mimbre. Al llegar Admete la desató, la purificó y volvió a consagrarla, pues había sido mancillada por el contacto de manos humanas; luego la restituyó al templo.

En recuerdo de ello, todos los años los habitantes de Samos celebraban una fiesta, durante la cual se llevaba la estatua de Hera a la playa, se volvía a consagrar y recibía ofrendas[18].

Otro motivo legendario que encontramos en la leyenda de Castellar de Santiago es el de unos voraces bueyes que revientan tras engullir demasiado centeno. Pues bien, este tema secundario hay que ponerlo en relación con narraciones populares protagonizadas por seres que ingieren comida desmesuradamente. Entre otros recuérdese el cuento de «El Tragaldabas», el de «El medio pollico» o los de «Barrigagrande», que tan conocidos son en el País Vasco. En la misma línea están las comidas «pantagruélicas» de Gargantúa y Pantagruel, dos gigantes que protagonizan cinco novelas escritas en el siglo xvi por el francés François Rabelais; o la cancioncilla del juego de naipes conocido como la mona, muy popular en Castellar de Santiago:

Estando la mona

comiendo arroz,

tanto comió

que reventó […]

También hay muestras escultóricas de bueyes reventados, con los intestinos fuera, no por comer demasiado sino por el exceso de carga, y que han originado curiosas leyendas. En el crucero de la mezquita-catedral de Córdoba podemos encontrar dos hermosos púlpitos barrocos, cada uno de ellos suspendido sobre dos esculturas. En el lado de la epístola (el derecho, según miran los fieles), bajo el púlpito se hallan un león y un ángel, y bajo el del evangelio (izquierdo), un águila y un buey. Son los símbolos de los cuatro evangelistas: el ángel representa a Mateo, el león a Marcos, el buey a Lucas y el águila a Juan. No obstante, los cordobeses cuentan varias versiones leyendísticas que coinciden en significar que el buey esculpido no tiene nada que ver con san Lucas sino que se colocó ahí en recuerdo del bóvido que había cargado con todas las piedras de la construcción del crucero, aunque otra variante señala que fue con todas las columnas de la mezquita. Finalmente, agotado por el desmesurado esfuerzo, murió reventado. Incluso se dice que el águila, signo de san Juan, se encuentra junto a él para devorar sus restos y que las animadas molduras que existen entre ambos animales no son otra cosa que las entrañas del animal reventado por el esfuerzo[19].

Es muy posible que la leyenda castellareña se haya contaminado de estos materiales tradicionales agregando el elemento secundario hiperbólico del reventón bóvido, cuya finalidad no es otra que la de producir el asombro del público-receptor.

En la leyenda de Castellar de Santiago se indica que la operación mercantil se realizó mediante trueque:

Tres fanegas de centeno

dicen que dieron por ti,

sabiendo que tú valías

las minas del Potosí.

Se trata de una práctica comercial, aunque muy antigua, que seguía perviviendo en el siglo xvii. Los impuestos y diezmos se podían pagar bien en dinero o bien en especie; es decir, aportando parte del producto obtenido con el trabajo: fanegas o celemines de trigo, cebada o centeno, arrobas de vino, lana, corderos...

«Tres fanegas de centeno», dice la leyenda –aunque otra señala una– que se aportaron por la compra del Cristo; es decir, 124’221 kg en el sistema métrico decimal. En el año 1619, fecha en que se firmó el contrato, la fanega de trigo se vendía a 18 reales, luego si el precio del centeno era más o menos similar al del trigo, por la talla del Cristo se pagaron tres fanegas de centeno, con un valor de unos 54 reales: cantidad excesivamente pequeña. El contrato de compraventa, sin embargo, expresa el valor real: «esto por preçio de ochoçientos y cinquenta rreales». Con esos 850 reales, en aquellos tiempos, se podían comprar unas cuarenta y siete fanegas de centeno, esto es, casi 2.000 kg. A pesar de que la escueta aportación cerealística del trueque se pueda considerar como un desliz en la confección del relato, en realidad no es así, tiene su lógica. Los arrieros se encontraban con el problema de la paralización de sus bueyes y querían salir lo antes posible del apuro, aunque percibiesen una cantidad insignificante. Tras el cobro, los bueyes anduvieron. Se trata del primer milagro con el que el futuro patrón premió a sus fieles devotos: el trato les fue muy ventajoso.

Leyenda del Cristo enterrado

Dice el antropólogo Honorio M. Velasco: «Los relatos de origen de las imágenes subrayan insistentemente que fueron halladas en lugares apartados, en lo alto de serranías, en las oquedades de árboles, en lo profundo de cuevas, en el fondo de aljibes o pozos, emparedadas en muros ruinosos o enterradas en campos»[20].

Las imágenes religiosas aparecidas en el interior de la tierra, pues, forman parte esencial de un elenco importante de leyendas muy divulgadas a lo largo de la geografía española. Particularmente, pastores y campesinos han sido los protagonistas más comunes de los hallazgos de tallas de santos y vírgenes que, por lo general, habían sido inhumadas en la época de los moros. Por lo común, son gañanes cuyo arado, realizando la labor, tropieza con un objeto desconocido: a veces, es una vasija con monedas y piezas de plata u oro; otras, una imagen religiosa.

La Virgen Peregrina, del pueblo leonés de Carbajal de Rueda, fue hallada en las circunstancias anteriormente descritas:

Allí en Solarriba, que un arador, arando, encontró la Virgen de la Peregrina, que la sacó, y la llevaron, la limpiaron. Y ahora está en Carbajal de Rueda, la bendita Peregrina, que la tenemos mucha fe. [¿Quién la encontró?] Un arador, en Solarriba, un convento que hubo ahí en Solarriba, que se llamaba San Juanico[21].

También en la arada fue descubierta otra imagen religiosa en un pueblo abandonado, derruido por una invasión de hormigas, cerca de San Pedro de Arroyo (Ávila); en este caso la talla fue la de un Cristo:

[San Pedro de Arroyo] tiene una iglesia muy bonita. Tiene una ermita también, que no tiene más que un Cristo y… san Antonio y la Dolorosa. El Cristo se encontró en un…, se, se lo encontró un señor arando donde había habido un pueblo que se llamaba Aldeanueva, que había sido destruido por las hormigas. No quedaba más que una caseta, que era donde había estado la iglesia. Y, ¡bueno!, pues, un día arando el señor, encontró el Cristo. Es un Cristo grande y está puesto en la ermita[22].

El mismo fenómeno nos encontramos en Castellar de Santiago. En la siguiente leyenda, que conseguí grabar a Wenceslao Fuentes en Castellar de Santiago unos días después de la fiesta del Cristo de 2009, la talla no fue hallada en la labor por un gañán sino por una inocente niña que jugueteaba buscando chinas brillantes en la tierra del altillo de la calle del Oro[23]. Transcribo el relato oral tal y como me lo narró:

Tendría yo unos ocho o nueve años cuando esta leyenda la oí contar en la cocinilla de mi casa de la calle del Oro, y ahí, mi abuela Jacoba, me acuerdo que me estaba atendiendo. Eran las fiestas de primavera, y una asistenta, al alimón con mi abuela, iban recordando esto.

La muchacha iba comentando la leyenda y me impresionó por... porque el sitio de referencia..., el sitio de referencia estaba a treinta o cuarenta metros de la puerta de mi casa, y se llamaba el altillo, que ahora es el arranque de la calle del Oro, donde está ahora el transformador.

Es tradición que allí los niños del barrio jugaban a la roma, a tirar la reja... Se contaba que aquello era el corral o el jardín de la casa solariega que está al lao, que había sío de los Ortega. En los Ortega había una marquesa, la marquesa de Miraflores. Y... y se decía que había una niña que estaba sola jugando una tarde a buscar chinas, porque era una costumbre entonces bus... buscar piedrecitas..., ¿eh?, piedrecitas brillantes o trozos de loza que llevaban algún dibujo. Y entonces vio una china distinta que brillaba y no podía sacarla. Y tiraba y tiraba y no salía la china. Y la niña se empeñó y se empeñó, y como no podía, lo comunicó a la gente que estaba trabajando en la casa.

Entonces, como se puso pesá la niña, fue el mayoral de la casa y los gañanes y empezaron a escarbar, y la china no era sino una nariz brillante; siguieron escarbando y se hacía mayor, hasta que, sorprendidos, vieron que aparecía la cabeza..., vieron que aparecía la cara de un hombre muerto, y era el cuerpo entero de un Cristo, una talla de un Cristo de tamaño natural, que estaba allí enterrada. Y lo achacaron a los moros, a la reconquista, que era de la casa solariega y que la habían enterrao en los tiempos de los moros.

Y no dijeron na a nadie porque creían que era de la casa. Y lo sacaron y lo colocaron arriba en la cámara..., en un desván, y no le dieron mucha importancia. Pero empezó la gente de la casa y los vecinos a visitar a aquel Cristo, y empezó a hacer milagros.

Se extendió..., se extendió, y el pueblo empezó a considerarlo como suyo, y entonces lo dejaron en la iglesia, y mucho más tarde lo hicieron patrón de la villa.

Desde entonces, todos los años cuando el Cristo..., pasa la procesión por allí, parece que se deja pesar porque allí fue donde se descubrió. Y hasta hubo épocas que allí se paraba el Cristo bastante rato mirando la casa.

En las zonas septentrionales de España no se suele expresar en muchas ocasiones la razón del enterramiento de una imagen, pero en la parte central y meridional de España su ocultamiento suele estar relacionado con la invasión de los árabes cuya presencia duró más tiempo. Así se manifiesta en la leyenda castellareña.

Los moros islamizados del Magreb invadieron la península Ibérica en el año 711. Tarif, y luego Musa, son los artífices de este desaguisado, aprovechando las disputas habidas entre godos partidarios de los descendientes del rey Witiza y de don Rodrigo. La ocupación de la Península por los sarracenos se desarrolló en poco más de dos años. Los cristianos emplearán ocho siglos en recuperar todo el terreno perdido. Las tierras del Campo de Montiel, donde se ubica Castellar de Santiago, serían reconquistadas a partir de 1213, después de la batalla de las Navas de Tolosa, por los caballeros de la Orden de Santiago a quienes el rey Alfonso VIII se las donó para repoblarlas y administrarlas.

De la dominación sarracena no existen vestigios en las tierras del término municipal de Castellar de Santiago; aunque sí en las de Torre de Juan Abad de la que fue pedanía (castillo de Eznavexor, torres de Xoray…). Tan solo el antiguo nombre del pueblo, Castellar de la Mata Ben Caliz, posee resonancias arábigas. Menos aun tenemos huellas o ecos de la época visigoda (476-711), cuando el Campo de Montiel estaba escasamente poblado.

Pues bien, la leyenda Castellar de Santiago sitúa el ocultamiento de la talla del Cristo «en los tiempos de los moros», dato erróneo ante la inexistencia de poblamiento visigodo o árabe en las tierras de su término municipal. Esta circunstancia, pues, se trata de otro motivo legendario muy recurrente en los relatos de ocultamiento de imágenes sagradas y de tesoros: ante el peligro que supone la llegada de los moros o en algún momento crítico de la convivencia de los mozárabes con ellos, se decide enterrar la talla. Muchos de estos enterramientos, según las leyendas, se realizaron en el interior de iglesias, ermitas y monasterios visigodos o mozárabes, o cerca de los mismos; pero también junto a los muros de alguna ciudad amurallada, como es el caso de la madrileña Virgen de la Almudena.

De las dos versiones leyendísticas que conozco sobre el origen de la patrona de Madrid, una sostiene que en el año 712, antes de una supuesta toma de Magerit por los árabes, los habitantes de la Villa tapiaron una imagen de la Virgen en los muros de la muralla para protegerla de la invasión. La otra dice que los mozárabes madrileños la ocultaron en el siglo X, a raíz de las persecuciones que estaban sufriendo en la Península. Copio a continuación la segunda leyenda por tener como protagonista a un héroe de los cantares de gesta:

Durante los siglos de ocupación mora de Madrid, el culto cristiano llega casi a desaparecer en la Villa, especialmente tras las persecuciones desencadenadas en 913 en toda la Península.

Cuando en 1083 las tropas del Cid reconquistan Madrid, una joven llamada María comunica al Campeador la noticia, heredada de sus mayores, de una imagen de la Virgen ocultada por los mozárabes en algún lugar de la Villa. El Cid ordena buscar la imagen por todos los sitios, pero sin lograr nada. Al marchar para continuar la campaña [de Toledo], el Cid comunica la noticia al rey Alfonso VI, que se dispone a atacar Toledo y que jura a hacer todo lo posible para hallar la imagen.

Pasado casi un año, el rey toma Toledo y marcha a Madrid para cumplir su juramento. El día 9 de noviembre ordena a las tropas y a todos los madrileños que se dispongan a derribar las murallas para buscar la imagen, pero antes deben realizar una procesión, a modo de rogativa. Cuando la procesión llega al depósito de grano o almudit[24], se oye un gran ruido en el cubo de la muralla, que se raja y deja ver una hornacina con la imagen de la Virgen. Los cristianos, que acuden a venerar la imagen, empiezan a dejar un almud[25] de grano para los gastos del culto de Nuestra Señora[26].

Leyendas de enterramientos de imágenes por persecución religiosa sarracena proliferaron durante el siglo xiii para justificar que había existido una tradición cristiana visigoda anterior al asentamiento de los musulmanes.

Leyenda de los panciverdes y el Cristo de Castellar

Otra leyenda muy interesante es la que me proporcionó el etnógrafo balear Carlos Villar Esparza sobre el origen del gentilicio «panciverde», con el que los castellareños denominamos coloquialmente a los habitantes del pueblo vecino de Torrenueva, y la relación que tiene con el Cristo de Castellar de Santiago. Según esta leyenda, los tornaveños eran los dueños de la escultura del patrón de Castellar de Santiago:

Pues... se contaba en Torrenueva que hace muchismo tiempo tuvieron unos años complicaetes: o sufrían unas sequías exagerás, que convertían los campos en secarraeras tremendas, o caía el agua a puñaos durante meses, anegando los campos. Y si no era lo uno era lo otro para rematar las penalidades. En el comedio de las desgracias, los campos sufrieron langostadas. Aquello no era una plaga, era una borricá.

Aquel enterquinamiento de los orajes duró dos o más años. Como es de suponer, echó a pique sementeras, que no se pudieron sembrar, y cosechas que no se segaron, pues no había nada que segar. Tal que se echaron a perder las campañas de candeal, de la cebada y de la avena... Y los animales empezaron a morir por falta de hierba y pienso, y eso que los gañanes tenían a las mulas a medio pienso hacía meses.

–¡Pero estaba Dios!

Agotadas las existencias de grano de la casa de la Tercia, del Pósito y de las cámaras, las ratas, olisqueando malos tiempos, se marcharon a otros lugares de miserias menos crueles. Hasta de las lindes de los peazos desaparecieron las chichirimañas.

Y a los de Torrenueva se los llevaban los demonios, porque se acordaban de que apenas hacía cuatro años se habían pasado de las veinticinco mil fanegas de trigo recogido, veinte mil fanegas de cebada y trescientas de centeno... mayormente para pan. ¡Jodío oraje!

Fue tantisma la falta en el pueblo que el Concejo municipal, reunido a campana tañida y puertas abiertas, acordó enviar propios a escape para que compraran candeal para dar de comer a las hambres que empezaban a tocar las portás de las casas.

Pero la comisión compradora fracasó tras llegarse a varios pueblos vecinos. Los propios regresaron con los costales vacíos. También ellos padecían aquella época de descalabros.

Los de Torrenueva, desesperaícos, no atinaban a dónde acudir en busca de remedio y grano, pues hogaño, nada, nadica..., pues la cosecha también se había echado a perder antes de nacer en las tierras custrías.

Sea como se desee, la verdad del Señor es que los tornaveños se enteraron de que en Castellar de Santiago de la Mata pintaba, aún sin granar, una buena cosecha. Pues allí encarrucharon los que tenían más expliques a iniciar tratos y cerrar el negocio, si es que se avenían.

La comisión se enredó, los de Torrenueva se vieron las uñas, el apaño no resultó tan fácil como parecía, pues los castellareños fueron cansinos en el negocio y no se apeaban de sus razones. Parece ser que en cuestión de reales, unos no llegaban para la exageración de los otros. Insistían unos, se negaban los vendedores. Total, que del acuerdo, ni el olor.

Aquí la historia se lía como la pleita. No se sabe si fueron los castellarenses los que pidieron o los tornaveños los que ofrecieron, para llegar a la componenda, la talla de un Santo Cristo, que estaba en Torrenueva, por la cosecha a recoger. Lo cierto es que las dos partes aceptaron casi al contado.

Por aquellos lustros en Castellar de Santiago de la Mata se tenía dedicada la iglesia a Santa Ana, y gran sentida devoción por san Benito, san Sebastián y san Agustín. San Benito, porque en esa villa estaba una reliquia y un hueso del susodicho santo; y san Agustín, porque en tiempo pasado hubo mucha langosta y el santo intervino para espantarlas. Entonces no tenían Cristo crucificado alguno.

Pues bien, como he dicho arriba, la siembra, aunque levantaba unos palmos de la tierra, estaba verde y sin granar, estado que no impidió a los torreveños iniciar la anticipada siega al tiempo que el Cristo salía de Torrenueva en carreta tirada por bueyes en dirección al Castellar. Algunos dicen que el Cristo y los carreteros, en llegando a Castellar de Santiago de la Mata, pararon en una casa de la calle del Oro y en ella hospedaron a la sagrada imagen hasta que se encontrara o construyera un lugar de honor para acogerla.

Con los carros y galeras llenos de haces de trigo, regresaron a Torrenueva e inmediatamente empezaron las labores –en este asunto gravosas– de la trilla; para a continuación pasar los granos por las piedras de las aceñas y los molinos para convertirlos en harina, ante la expectación y espera de los necesitados tornaveños.

Nunca se sabrá si los panes horneados salieron pintando a verdes o fue porque se hicieron con trigo sin granar; pero el caso es que los de Torrenueva empezaron a ser conocidos en el Campo de Montiel y en el Campo de Calatrava como los «paniverdes» y «panciverdes».

Con aquel trigo, los tornaveños comieron y los castellarenses tuvieron su Cristo. En ningún momento la leyenda dice que el Cristo sea el de la Misericordia, actual patrón del pueblo.

Paradas las primeras hambres, los temporales menguaron y las sequías desaparecieron.

Me dijo Carlos Villar que esta leyenda la había reelaborado echándole un poco de imaginación a partir de las notas que había tomado de sus entrevistas a tornaveños.

Trató de adecuar el estilo de su versión al registro coloquial de sus informadores, por ello utiliza muchas palabras propias del habla manchega, con sus dialectalismos y vulgarismos. El relato divulgado en el pueblo vecino tiene entre los torreveños la función de explicar el origen del Cristo de Castellar de Santiago y, por otra parte, dar razón de por qué los torreveños o tornaveños son conocidos cariñosamente en Castellar de Santiago y en otros pueblos de alrededor con otros gentilicios como «paniverdes» o «panciverdes». Además, añade que «otra explicación que he oído por los pueblos del entorno es que Torrenueva ha poseído abundantes huertas en las vegas de la rambla del Castellar y del río Jabalón, donde se cultivaban numerosas verduras, legumbres..., escasas en otros lugares. Y por comer habitualmente estas hortalizas, se les llamó y se les llama panciverdes».

Este tipo de relatos hay que relacionarlo con los dictados tópicos y dichos populares que surgen por las rivalidades que se dan entre pueblos vecinos, y se materializan en la consideración común de que el pueblo donde se crean y difunden es mejor que el colindante en lo que respecta a sus mujeres, sus productos, sus monumentos o sus santos. En este caso, los torreveños se jactan de haber sido ellos los propietarios primigenios de la bella imagen del patrón de Castellar de Santiago.

Leyenda del hombre misterioso del día del Cristo

Hay otro conjunto de leyendas que refieren sucesos protagonizados por personas que se encuentran en peligro por la presencia de un toro. Esto suele coincidir en época de fiestas, cuando es tradicional en los pueblos españoles las celebraciones de encierros y corridas de toros. La salvación de la persona en riesgo se produce por la intervención repentina de la divinidad: en el caso de la leyenda castellareña es el Cristo de la Misericordia encarnado en un hombre misterioso.

Esa es, a grandes rasgos, la historia que en el año 2009 me relató José Núñez Osorio, más conocido como «Carpeta», cuya transcripción ofrezco:

Sí, que un año en... en las fiestas del Cristo, cuando los toros se... se toreaban en... en la plaza del pueblo o en el cercao de la Josefina –no sé si tú te acordarás–, se escapó un toro por la..., por el campo, por los pozos Dulces iba, y toa la gente... El toro salió al campo, y la gente, detrás del toro a ver... Y de pronto vieron una mujer que venía por el camino. Y el toro, derecho a ella. Y cuando iba llegando el toro a la..., a la mujer, un hombre, con una vara grande, le... le pegó al toro, le fue dando al toro y lo... y lo apartó. Y luego le preguntaron a la mujer y dijo que no había visto na más que el toro, que no había visto ningún hombre. Entonces aquello..., y me parece que fue la Rufina, según cuentan, la mujer de Rufi..., pero la Rufina vieja siendo joven, o la madre de la Rufina, algo de eso. Sí, sí, [fue] el día del Cristo, en los pozos Dulces salió el toro al campo... Eso lo he escuchao yo. Decían que... que luego cuando..., el hombre lo vieron desde lejos y demás, pero que decían que era... san Isidro o Jesucristo o no sé qué. O sea eso, esas historias. Eso sí lo he escuchao yo de decir.

La situación de peligro que plantea un toro suelto y la presencia de una persona indefensa en su proximidad es un motivo folclórico que podemos encontrar en numerosas poblaciones de España vinculadas a la realidad taurina. Traigo a colación una leyenda, similar a la de Castellar de Santiago, que se cuenta en la ciudad de Salamanca, cuya calle de Tentenecio recibe su nombre de lo acontecido en este relato:

Un lugar emblemático de la ciudad es la famosa cuesta de Tentenecio, próxima a la Catedral Vieja y cuyo nombre está ligado a una de sus historias más conocidas. En tiempos esta calle llevó el nombre de calle de Santa Catalina.

Dice la leyenda que un día san Juan de Sahagún, un fraile agustino que vivió en el siglo xv, y actual patrón de la ciudad de Salamanca (12 de junio), caminaba por esta calle, cuando un toro enorme que se había escapado de un mercado cercano se adelantó por ella. Todo el mundo fue contagiándose por el pánico que creaba el animal. El toro corría embistiendo todo lo que encontraba en su camino, cuando, llegado a la altura del santo, se disponía a embestir a una mujer con su hijo en brazos, y san Juan, al ver el peligro, se plantó frente a él y poniéndole la mano en la cabeza le gritó: «¡Tente, necio!». El toro se quedó hipnotizado y volvió manso, volviendo los transeúntes a la tranquilidad y apacibilidad de Salamanca. Desde entonces, la calle se llama así, Tentenecio, en recuerdo del prodigio del santo[27].

Traigo a colación otro etnotexto, difundido en el pueblo de Alba de Tormes (Salamanca) y similar a los textos precedentes:

¡No! El toro Civilón… ¡Civilón! El toro Civilón, que se escapó de…, se iba a lidiar allí en Alba y se escapó de la plaza. Y entonces, estuvo por aquí unos días hasta que lo recogieron, por aquí con unas vacas y tal… Estuvo por el campo. Y luego, ya lo recogieron, y llegó el mayoral de la, de la finca y le llamó por su nombre. Se llamaba Civilón. Y le dijo…, y entonces…

–Pero, ¡hombre! ¡Venga! ¡Vamos!

Y tal. Y se le llevó, y se fue con él a la finca. Se le llevó detrás de él a la finca. ¡Sí, sí! Así fue… ¡Claro[28]!

Un toro huido el día de los festejos, el peligro que esa situación presenta y su vuelta a la manada por intervención sobrenatural son elementos estructurales de un grupo muy nutrido de leyendas. El caso del etnotexto albense queda muy lejos de tal consideración, pues le faltan dos ingredientes importantísimos: un ser humano en peligro y la presencia de un ser sobrenatural liberador. Por esas circunstancias hemos de considerarlo más bien como una noticia o germen de leyenda. Con el paso del tiempo y el apoyo de narradores imaginativos, esta anécdota taurina se podría convertir en leyenda, lo mismo que le sucedió a la leyenda taurómaca de Castellar de Santiago.

Leyenda del cambio de fecha de la festividad del Cristo

En último lugar, inserto una leyenda más reciente, que grabé a la curandera del pueblo, Mari Paz Chaparro Estévez, en el año 2009. Transcribo el texto respetando en su totalidad las características del lenguaje coloquial vulgar.

Bueno, pues nada, que... p’al Cristo aquí hay una historia de que resulta que... se celebra el 14 de setiembre, y entonces, pues hace ya muchísimos años –que yo lo sé porque lo contaba mi padre cuando yo era muchacha–, cambiaron la fecha del Cristo. Unos querían cambiarla y otros no.

Entonces sacaron la procesión. Estaba raso y de repente se pone nulo. Hay una tormenta, cae un rayo en el campanario y le cae a la madre del cura y la mató.

Y al día... siguiente, cuando hacen el castillo, cayó en..., en una gavillera[29] –que le llamaban entonces–, en una casa de al lao de la iglesia, de «los Carcelenes», se pegó fuego. La rueda[30] salió cogiendo a la gente. Mi padre corriendo, la rueda detrás [de él], corriendo. Y pa donde iba mi padre, cagándose en tos los santos y en toas las ruedas, le cae a mi padre. Mi padre dice:

–¡Pero vaya una rueda desgraciá, que para arriba la rueda detrás... –Y aquello que no se paraba.

Y bueno, que yo no sé lo que pasaría; pero que la gente se asustó mucho. Empezaron a decir que aquello fue por haber cambiao la fecha. La volvieron a poner en su..., otra vez en el mismo día de siempre, y ya pues no volvió a pasar na.

Y hace unos años lo quisieron volver a cambiar para que cayera siempre en fin de semana, por los que estáis viviendo fuera. Y la gente no quisimos nadie porque se acordaban de aquello que pasó, y le echaron la culpa a eso, y no se cambió.

Esta leyenda, de creación reciente y de escasa tradicionalidad, se emparenta con otras del mismo sesgo en que la divinidad echa mano de sus poderes sobrenaturales para manifestar su disconformidad con algún cambio que se quiere operar en su culto. En nuestro caso, el Cristo interviene, ante el traslado de la fecha de su fiesta, manifestando su descontento con una repentina tormenta que mata con un rayo a la madre del sacerdote y alterando el correcto curso de la quema del castillo de fuegos artificiales. De este modo, deja patente que la fecha tradicional es inmutable.

Si nos remontamos al siglo vii, en tiempos de los visigodos, encontramos un relato similar sobre el cambio de fecha de cierta festividad. Gonzalo de Berceo lo retoma en el siglo xiii y lo parafrasea en el célebre milagro I, «La casulla de san Ildefonso». En él cuenta cómo este obispo visigodo (606-667), gran devoto de la Virgen, decidió trasladar la fecha de la Anunciación del 25 de marzo al 18 de diciembre porque algunos años caía en Cuaresma y no podía celebrarse con la debida solemnidad y alegría[31]:

Fizo’l otro servicio el leal coronado.

Fízoli una fiesta en diciembre mediado.

La que cae en marzo, día muy sennalado,

cuando Gabrïel vino con el rico mandado[32].

La Virgen, agradecida, le regaló una casulla «sin aguja cosida» que solo podía vestir san Ildefonso. Una vez muerto, Sigrario lo sustituyó en la cátedra como arzobispo, quien, guiado por la vanidad, se colocó la casulla quebrantando la prohibición de la Virgen y «pereció ahogado por su gran locura».

En resumidas cuentas, las leyendas cristinas recogidas en Castellar de Santiago forman parte de un trasfondo tradicional latente, sometido a adaptaciones particulares y actualizaciones interesadas, tendentes, en nuestro caso, a aclarar los enigmas que envolvían al origen de la talla de su patrón, así como presentar sucesos extraordinarios, encaminados a potenciar la veneración al Santo Cristo de la Misericordia.




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NOTAS

[1] Agustín Clemente Pliego, Estudio de la literatura folklórica de Castellar de Santiago (C. Real). Tesis doctoral inédita, leída en el año 2011 en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid.

[2] Se basaba en un documento (el contrato de compraventa) encontrado por Francisco de San Román en el Archivo de Protocolos de Toledo y cuya síntesis había sido publicada por Rafael Ramírez de Arellano en su libro Al derredor de la Virgen del Prado, Ciudad Real, Imprenta del Hospicio Provincial, 1914.

[3] José Manuel Pedrosa, La leyenda, 2005, www.liceus.com/literatura-oral, p. 5, [fecha de consulta: 10-4-2018].

[4] Wenceslao Fuentes Sánchez, Álbum de mi lugar. Cuando los años cuarenta, seguidos de los cincuenta, Granada, Ilustre Colegio Oficial de Farmacéuticos de Granada, 2009, pp. 208-209.

[5] Anthropos, Carta arqueológica de Castellar de Santiago. Memoria final, 2005, p. 13.

[6] Carlos Parrilla Alcaide y Miguel Parrilla Nieto, Linajes y blasones del Campo de Montiel, Ciudad Real, Biblioteca de Autores Manchegos, 2002, pp. 53-58.

[7] Pilar Molina Chamizo, De la fortaleza al templo: arquitectura religiosa de la Orden de Santiago en la provincia de Ciudad Real, Ciudad Real, Biblioteca de Autores Manchegos núm. 148, 2006, p. 226.

[8] Archivo de Protocolos de Toledo, Protocolo de Joseph de Herrera, 1619, fol. 418r.

[9] Leyenda reelaborada por María Dolores González Castex y publicada en la revista «La Mandrágora de los Albares» del IES Los Albares de Cieza (Murcia). http://www.ieslosalbares.es/Mandragora/paginas/leyendas de cieza.htm [fecha de consulta [11-11-2022].

[10] «Leyenda de la Virgen de la Piedad», http://virgendelapiedad.es/wp-content/uploads/2015/10/LEYENDA-DE-LA-VIRGEN-DE-LA-PIEDAD.pdf [fecha de consulta: 15-10-2019].

[11] Leyenda recopilada por Luis Miguel Gómez Garrido a Antonio Arias García en el pueblo salmantino de Santiago de la Puebla. Luis Miguel Gómez Garrido, Leyendas tradicionales de Salamanca y su provincia. [s. l.], Editorial Cultural Norte, 2021, pp. 90-91.

[12] Leyenda recogida por José Manuel Pedrosa a Asunción Roa (de 63 años) y Javier Roa (de 55 años) en Estella, en agosto de 1995. José Manuel Pedrosa, Xabier Kalzakorta y AsierAstigarraga, Gilgamesh, Prometeo, Ulises y San Martín. Mitología vasca y mitología comparada, Ataun, Fundación José Miguel de Barandiaran Fundazioa, 2008, p. 147.

[13] Luis Miguel Gómez Garrido registró esta leyenda dictada por Ángel Velasco Benito, en Gomecello (Salamanca). Luis Miguel Gómez Garrido, ob. cit., pp. 94-95.

[14] Leyenda recopilada por José Luis Puerto a Leonora Ramos Prieto, de 71 años, en febrero de 2003, en la localidad leonesa de Matadeón. José Luis Puerto, Leyendas de Tradición oral en la provincia de León, León, Fundación del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua. Diputación de León, 2011, p. 551.

[15] Leyenda recogida por José Luis Puerto a Nicanor Sánchez, de 80 años, en mayo de 2006, en la localidad leonesa de Palacio de Valdellorma. José Luis Puerto, ob. cit., p. 552.

[16] «Leyenda La carreta sin bueyes», https://www.sanjosecostarica.org/sobre-san-jose-costa-rica/cultura-y-folklore/leyendas-de-costa-rica/la-carreta-sin-bueyes/ [fecha de consulta: 23-10-2019].

[17] José Manuel Pedrosa, Xabier Kalzakorta y Asier Astigarraga, ob. cit., p. 148.

[18] Pierre Grimal, Diccionario de mitología griega y romana, trad. Francisco Payarols, Barcelona, Paidós, reed. 1997, s.v. Admete.

[19] Teo Fernández Vélez, «Tradiciones, leyendas y curiosidades de la Mezquita-Catedral (I): El buey que reventó», en Érase una vez Córdoba. http://leyendasdecordoba.blogspot.com/2015/01/tradiciones-leyendas-y-curiosidades-de.html [fecha de consulta: 14-11-2022].

[20] Honorio M. Velasco, «La apropiación de los símbolos sagrados. Historias y leyendas de imágenes y santuarios (siglos xv - xviii)», Revista de antropología social, 5 (1996), p. 91.

[21] Leyenda recolectada por José Luis Puerto a Cándido Carpintero Suárez, en agosto de1994, en la localidad leonesa de Carbajal de Rueda. José Luis Puerto, ob. cit., p. 552.

[22] Leyenda recogida por Luis Miguel Gómez Garrido a Fe Martín Rodríguez en la localidad abulense de San Pedro del Arroyo. Luis Miguel Gómez Garrido, Literatura de tradición oral y cultura popular de La Moraña (Ávila), Ávila, Institución Gran Duque de Alba, 2014, p. 289.

[23] Era costumbre también de niñas recoger chinas y rezar un credo por cada una el sábado de Resurrección al toque de campanas. Se guardaban para cuando había tormenta tirarlas a los tejados con el fin de prevenir la caída de un rayo.

[24] El nombre árabe de la patrona madrileña, Almudena, no proviene de almudit (depósito de grano) sino de la palabra al-mudayna (ciudadela). La almudena era el antiguo recinto militar amurallado que ocupaba la colina sobre la que ahora se asientan la Catedral de la Almudena y el Palacio Real. La Virgen empezó a llamarse así por el lugar en el que fue encontrada.

[25]Almud: medida de capacidad, generalmente para áridos, muy variable según las épocas y las regiones, entre los 1,75 litros de Navarra y los 5,68 litros de Canarias. DRAE (Diccionario de la Real Academia Española).

[26] Diario 16, Crónica de Madrid, Barcelona, Plaza y Janés Editores, 1991, p. 5.

[27] «Leyendas de Salamanca: Las calles Tentenecio y Pozo Amarillo», https://salamancaspanish.com/las-leyendas-de-salamanca/ [fecha de consulta: 19-1-2020].

[28] Relato recogido a Antonio Jiménez Santos, de 70 años, en Alba de Tormes (2013) por Luis Miguel Gómez Garrido, Leyendas tradicionales, p. 110.

[29] La gavillera, situada encima del basurero o a ras del suelo en el corral, estaba formada por gavillas: haces de sarmientos usados para encender la lumbre. No en DRAE.

[30] La rueda es un artefacto pirotécnico del castillo de fuegos artificiales. A veces se desprendía del palo en el que estaba girando causando pavor entre el público infantil. No en DRAE.

[31] El traslado de la fecha fue confirmado por el X Concilio de Toledo en 656. Más tarde pasó a llamarse día de la Expectación del Parto de la Santísima Virgen María o Nuestra Señora de la O. Y el día de la Anunciación de la Virgen María y de la Encarnación del Hijo de Dios se trasladó de nuevo al 25 de marzo para que se cumpliesen los nueves meses de embarazo, previos al nacimiento de Jesús.

[32] Gonzalo de Berceo, Milagros de Nuestra Señora, Madrid, Cátedra, 1997, p. 79.



Las leyendas del Cristo de la Misericordia, patrón de Castellar de Santiago: etnotextos, orígenes y comparatismo

CLEMENTE PLIEGO, Agustín

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 495.

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