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Revista de Folklore número

492



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El tatuaje en tierras castellanas en torno al año 1900

BELLIDO BLANCO, Antonio

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 492 - sumario >



A finales del siglo xviii, a partir de las exploraciones del capitán Cook en el Pacífico, las flotas de los países occidentales establecen unas intensas redes de contacto con las islas de aquella parte del mundo. Muchas fueron las consecuencias de todo ello y una de las más inocuas fue la expansión de la costumbre de tatuarse entre los marineros de los buques comerciantes y militares. Poco a poco otros grupos sociales se introducirían en esta llamativa forma de dibujo corporal y se hará más frecuente en países europeos y en Estados Unidos. Recogemos en estas páginas cómo alcanzó esta novedad a las tierras de Castilla, aunque debemos adelantar ya que fue muy escasa la aceptación que consiguió durante el periodo que analizamos.

El tatuaje llega a los países del occidente europeo

El tatuaje es una técnica de modificación corporal ampliamente extendida en los países del Este asiático y en Oceanía. En las culturas de esos territorios tiene un notable valor como indicador social. Sin relación directa con su significación original, desde comienzos del siglo xix se ve que los marineros habían sido seducidos por la vistosidad de estos dibujos y se había hecho habitual entre ellos el tatuado, y a través de ellos iba siendo conocido por otros individuos en sus países de origen.

Está especialmente documentada su difusión entre los reclusos, puesto que las clases bajas y los delincuentes se encuentran entre los primeros en adoptar esta costumbre. Para su buen conocimiento se une además que el sistema penal recurría habitualmente a registrar con detalle los rasgos de los individuos que eran detenidos. Esto permitió que en varios países europeos se contase con minuciosos estudios sobre los tatuajes de los condenados. Es el caso de los realizados por Cesare Lombroso en Italia y Alexandre Lacassagne en Francia. Para el territorio español, el máximo especialista fue Rafael Salillas y Panzano (1854-1923), un notable criminalista, que impartió numerosas conferencias en las principales ciudades españolas refiriéndose a las peculiaridades de los tatuajes. Pese a residir en Madrid desde 1880, no tenemos constancia de que llegara a ninguna ciudad de Castilla y León en sus viajes de divulgación. Su gran interés por los temas criminológicos le condujo a publicar su primer libro de carácter científico en 1888 con el título La vida penal en España. Y además preparó, con la colaboración de la Dirección de Establecimientos Penales, un apartado dedicado al tatuaje en la Exposición Universal de Barcelona de 1888.

Para encontrar una relación de Salillas con Castilla hay que fijarse en la Revista de Antropología Criminal y Ciencias Médico Legales, en la que participó durante su primer año de vida como codirector (Galera Gómez 1986, Antón 2012). Esta publicación, de periodicidad mensual y carácter internacional, fue fundada en Valladolid en 1888 por el vallisoletano Ángel María Álvarez Taladriz (Valladolid, 1850-1919), abogado criminalista y político republicano. Algunos años después Álvarez Taladriz refiere en la prensa local[1] que iba a tomar parte en el Congreso de Antropología Criminal que se celebraba del 9 al 15 de septiembre de 1901 en Amsterdam, dentro de la comisión española que dirigía Rafael Salillas. Fue el vallisoletano un personaje muy interesado en la antropología criminal, tema en el que siguió la estela de Lombroso, Ferri, Lacassagne y Puglia y sobre el que público varios libros. En la línea del pensamiento europeo de la época difundió el estudio del tatuaje, el alcoholismo o la locura como medio de luchar contra la delincuencia (Galera Gómez 1991: 105-ss).

Salillas publicó en 1908 un detallado estudio sobre el tatuaje en España y aunque alude a la existencia de individuos tatuados con corazones entre los reclusos de la cárcel de Sevilla en el siglo xvi, tiene claro que se trata de una costumbre marginal y que el tatuaje sólo se encuentra entre sus contemporáneos hispanos con cierta recurrencia en marineros y encarcelados; y éstos sólo en una minoría. Los motivos que identifica a finales del siglo xix incluyen imágenes de cristos, vírgenes, santos y emblemas sagrados. A ellos se unen símbolos amorosos, con corazones atravesados o entrelazados, junto a elementos marineros, mujeres vestidas y desnudas, órganos genitales masculinos, diversos personajes, anclas, el Sol y estrellas, ramos de flores y también fechas e iniciales (Salillas 1908: 150-151). Aunque él no era consciente de esto, recientes estudios han constatado que la expansión de los tatuajes entre los delincuentes parece estar asociada a la intención de éstos de forjar sus propias identidades y afirmar la propiedad sobre sus cuerpos, sometidos a un férreo sistema penitencial. Por otra parte, informaciones procedentes del Gabinete antropométrico de la cárcel de Barcelona le permiten ampliar los motivos con, entre otros, palomas, manos entrelazadas, barcos, puñales y navajas, la imagen de la República, escudos, animales y elementos taurinos (ídem: 183-191) (figura 1).

En el repaso a algunos delincuentes y sus tatuajes, de los que se mostraron en la Exposición de Barcelona, se menciona a un recluso del penal de Valladolid que llevaba cuatro tatuajes representando dos corazones, una mujer y un Cristo crucificado. Sobre la explicación de estos motivos, se dice que los dos corazones le servían para recordar en los malos momentos a un antiguo amor que ya murió (uno de los corazones y la mujer representan a su amada y el otro corazón, se refiere a él) y que el Cristo copia al de una capilla ante el que juró no olvidar jamás a ese amor perdido[2]. Salillas, entre los casos de militares tatuados, describe uno que recibió el suyo estando en el Hospital militar de Segovia; y entre los cautivos, hay tres que recibieron su marca en el centro de Valladolid y otros dos en el de Burgos. Sobre la procedencia de los tatuados, hay tres de Burgos, uno de Palencia, dos de Salamanca, uno de Soria y otro de Valladolid, faltando de otras provincias de Castilla y León; además Salillas señala que hay menos tatuajes entre los naturales de las provincias del interior de España. A ellos habría que sumar los datos del señor Cabellud, que incluyen dos tatuados de Burgos, uno de Soria, dos de Valladolid y uno de Zamora (ídem: 173-177). En la prensa zamorana se puede encontrar la referencia a un carterista llamado Gonzalo Viñas González, detenido en Ávila tras haber pasado quince días en la cárcel de Zamora durante las fiestas de san Pedro, que tenía tatuado en su brazo derecho el nombre de Teresa[3].

Pero no sólo entre criminales se encuentran los tatuajes. A finales del siglo xix se extiende además como una moda entre las élites aristocráticas europeas, sobresaliendo los testimonios del rey de Suecia y del Príncipe de Gales[4]. No obstante, son sólo la cabeza visible de un fenómeno que hace que se establezcan en Londres gabinetes como el del tatuador Sutherland MacDonald, situado en el West End y que reunía las más óptimas condiciones higiénicas de la época y una ambientación acorde con su clientela. Estas noticias llegan a publicarse en El Norte de Castilla allá por 1897, algo tardíamente, y se destaca el papel jugado en Londres por el tatuador «mister MacDonal», al que acuden las damas elegantes y que luego se presentan en las reuniones y los teatros de la ciudad «ostentando en sus hombros y brazos finos dibujos, paisajes, alegorías, retratos, escenas mitológicas, copias de Rafael o de Boticelli»[5]. Locales de tatuaje existieron también en las principales ciudades de Francia, señalando Salillas (1908: 58) los de París y Lyon.

Para saber cómo eran los gabinetes donde trabajaban estos individuos, podemos servirnos de un artículo de 1889 que se refiere a uno situado en Hong Kong y regentado por un japonés[6]. Se relata que este artista se ha instalado hace poco tiempo y tiene en su lugar de residencia un espacio para sus trabajos, con un recibidor consistente en un salón decorado con abanicos, pinturas y letreros. Cuando llega algún cliente se le presenta un catálogo ilustrado que contiene una gran variedad de dibujos de todo tipo, cuya realización tiene distintas tarifas según su complicación; y también puede ver algunos de los motivos en el cuerpo del propio tatuador. Otro espacio está reservado a las operaciones y aquí es donde se encuentra el instrumental usado, que consiste en tinta china, diversos colorantes y numerosas agujas.

Nada de esto parece que llegase a España, donde el único tatuador profesional identificado por Salillas se había establecido en el puerto de Barcelona, en condiciones bien distintas a las de sus colegas británico y japonés. Así entre los tatuados que estudió en las prisiones españolas, los autores eran de origen inglés o francés, aunque puede destacarse que algunos dibujos fueran realizados entre los propios prisioneros de las cárceles con procedimientos verdaderamente rudimentarios (Salillas 1908: 152-154). De hecho Ricardo Becerro de Bengoa (Vitoria, 1845-Madrid, 1902) explica que en los presidios aprenden muchos a hacer los tatuajes y salen maestros en este arte[7]. Este último autor señala además que los tatuadores europeos sólo usan tres colores insolubles para inyectarlos en la piel: tinta china o carbón en polvo es el negro, que se vuelve azul una vez aplicado, bermellón o ladrillo molido para el rojo y, más ocasionalmente, el índigo o azul de Prusia.

La diferente aceptación del tatuaje entre las clases sociales más acomodadas se puede apreciar en una anécdota relatada por Salillas (1908: 61-62) que sucedió en la provincia de Burgos. El dueño de un castillo señorial de la provincia recibió a unos amigos aristócratas ingleses, a los que había invitado a cazar en sus tierras. La esposa del propietario del castillo se dio cuenta de que uno de los huéspedes tenía una marca en su muñeca y aunque no dijo nada, parece que su impresión llamó la atención del inglés, que le contestó con que se trataba de un tatuaje; y también una de las damas inglesas presentes tenía una mariposa tatuada en su pecho. No se explica cómo fue la reacción de los españoles, pero el autor del libro señala que aquella marca «desdecía» del aspecto de escrupulosa pulcritud del caballero.

La figura de Ricardo Becerro de Bengoa resulta especialmente relevante en la valoración de los tatuajes en tierras castellanas, puesto que desarrolló parte de sus estudios superiores en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de Valladolid y desde 1870 fue catedrático de Física y Química en el Instituto de Palencia y en 1871 se integró en la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos y Palencia y fue designado miembro de la Real Academia de Bellas Artes de Valladolid. En Palencia se casó con Isabel Antolín en 1874 y allí residió hasta 1886 –cuando se trasladó a Madrid como diputado a Cortes por Vitoria–, siendo un eje fundamental de la vida cultural de la ciudad[8].

Ricardo Becerro escribe un texto en La Ilustración española y americana[9] donde explica que el tatuaje estaba en desuso entre los creyentes desde que Moisés, Mahoma y los concilios cristianos lo prohibieron[10], pero a finales del siglo xix se puso de moda entre los británicos. Su opinión es buen reflejo de la valoración generalmente admitida generalmente en España: tilda los tatuajes de atletas, boxeadores y titiriteros de feria como «mamarrachos» y extiende el listado de quienes se marcan así la piel a obreros de agrupaciones anarquistas y militares enamorados (éstos se señalan con el nombre de su amada y un corazón). Para él el tatuado sería una costumbre prehistórica usada entre los salvajes y en los países civilizados «sirve socialmente para una sola cosa: para distinguir la gente decente, que jamás lo usa ni lo usará, de la gente baja, que por atavismo salvaje se decide a usarlo». Añade que entre los romanos se tatuaba a desertores, esclavos y prisioneros y «ningún ciudadano digno ni ninguna dama se tatuaron jamás en ningún pueblo culto».

Este texto refleja bien el rechazo español, que pudo estar marcado por los condicionantes religiosos. Tal idea se refuerza repasando un texto de Gabriel Pérez Vázquez –párroco en Linares, Salamanca– en el que a inicios del siglo xx plasma también su rechazo del tatuaje como una costumbre exótica y bárbara, propia ya no solo de «indios salvajes y feroces africanos», sino también de «sociedades secretas, antisociales y ateas»[11].

Sin embargo los motivos representados sobre los cuerpos de los prisioneros de cárceles y presidios corresponden mayoritariamente a una temática católica. A ello ha de sumarse la consideración de la tradición que algunos enclaves de veneración cristiana tuvieron durante muchos siglos de que se realizasen tatuajes a los peregrinos como una señal de su paso por el lugar (así ocurría en Tierra Santa y en algunos santuarios italianos). El contexto social sería por tanto determinante en el desprecio manifiesto que se da al tatuaje, más allá de que se apele a su justificación por criterios religiosos.

El recurso a los espectáculos populares

Otro de los ámbitos donde se expandió el conocimiento público de los tatuajes en muchos países occidentales fue el circense. La crónica en la prensa madrileña de un viaje a Estados Unidos en 1884 da cuenta de la visita en la ciudad de Middlebury a la compañía de Barnum y destaca que –entre exóticos animales, gimnastas, amazonas, músicos y cómicos– su troupe incluía varios personajes pintorescos, uno de los cuales era un tatuado[12]. Y sin embargo, este tipo de espectáculo no alcanzó a mostrarse en tierras españolas. Una buena descripción de cómo eran los circos españoles se puede encontrar en la obra El Circo escrita por Gómez de la Serna (1968) en 1917. Por aquí lo que se ofrecía son sobre todo ejercicios ecuestres, trapecistas, gimnastas, los clásicos forzudos, acróbatas, prestidigitadores, ilusionistas y números cómicos. De lo más estrafalario sólo cabe mencionar a los contorsionistas (a los que denomina «hombres serpiente»), pero nada que tenga que ver con la exhibición de tipos con enfermedades o con alteraciones genéticas, como gigantes, siameses, obesos, albinos, con deformidades o amputados; ni tampoco de aspecto llamativo y extravagante, como individuos de pelo larguísimo (alude únicamente al caso de un hombre con una tremenda barba como algo propio del circo ruso) o con tatuajes.

En el caso de Valladolid es más sencillo, básicamente con acróbatas y circos ecuestres. Se organizan diferentes sesiones tanto en la plaza de toros como en el Teatro Lope de Vega, con profesionales llegados de ejecutar sus números en el Circo de Price madrileño e incluso desde París. Son numerosos los anuncios que dejan reflejo de la experiencia amplia de los artistas como en 1872, cuando acude en al teatro Lope de Vega el prestidigitador «Sr. Blanch», conocido como el «brujo español», que había pasado por teatros y circos de América del Sur y de Madrid (Jovellanos, Alhambra y Slava)[13]. O en 1884 actúa en el Teatro Calderón «Mr. Rudolph», conocido como el hombre pájaro y célebre imitador de animales, que venía desde el Circo de Price y había pasado antes por capitales de toda Europa[14].

La variedad de espectáculos presentados en Valladolid se puede apreciar con unas pocas referencias. En una función desarrollada en 1865 en la plaza de toros se presentan sobre todo números desarrollados por caballistas, pero también un cómico y un gimnasta sobre el trapecio[15] (figura 2). Otra función en la plaza de toros, de unos días antes, consistió en un individuo llamado Mr. Braquet que con un globo se eleva sobre el ruedo y desde él realiza diversos ejercicios gimnásticos[16]. Y ese mismo año en una función del Teatro Lope de Vega –en un espacio interior más reducido que en los ejemplos anteriores– el eje es una compañía gimnástica-acrobática, que incluye además algunos números cómicos, y se acompaña de Mr. Silvestre «El hombre monstruo», un maestro en los ejercicios de dislocación[17]. Este último artista no era de origen español, sino extranjero y había pasado por los circos de Londres y París. En el teatro Zorrilla actuó en 1888 el bajo cómico Rogelio Juárez y «el célebre hombre sin brazos C. H. Unthan», que realiza difíciles ejercicios[18].

La única excepción que contempla un espectáculo con un tatuado viene marcada por la visita del «Príncipe Tatuado», como se conocía al capitán Konstantinus. Este personaje pasó por la ciudad de Barcelona coincidiendo con la celebración de la Exposición Universal de 1888. Aunque la Exposición tuvo lugar entre el 8 de abril y el 9 de diciembre, Konstantinus llegó a la ciudad el 31 de agosto, exhibiéndose desde ese día todas las tardes de cinco a once en el entresuelo del Café Americano de la Rambla[19]. Se anunciaba como «el único hombre verdaderamente tatuado en el mundo» y la entrada costaba una peseta[20]. El capitán Konstantinus, nacido en Grecia en 1833 como George Costentenus, fue un hombre tatuado de cuerpo entero que se convirtió en una atracción conocida en toda Europa occidental y en Estados Unidos, destacando su paso por el Folies-Bergère de París y el show de P. T. Barnum. El punto fuerte de su espectáculo era el relato de cómo había sido tatuado en Birmania tras caer prisionero, como una tortura[21] (figura 3).

Fuera del ámbito de los grandes números de artistas, se desarrollan espectáculos más informales, en los bordes de las ferias y fiestas locales, con individuos que carecen de reconocimiento público y que apenas son valorados. Así, por ejemplo, en las fiestas ovetenses de San Mateo en 1917 junto a los toros, las representaciones teatrales y las actuaciones musicales, hace acto de presencia el circo «reina Victoria» con sus payasos y acróbatas; y en espacio independiente se pueden ver «el hombre fiera», «el hombre museo», «el monstruo de siete cabezas y veintiocho patas», rifas, caballitos y otras atracciones[22]. Estos últimos son espectáculos populares y pintorescos que se trasladan en sencillas barracas y se anuncian con expresivos fotograbados. Así durante estas décadas de inicios del siglo xx en todos los festejos populares se pueden encontrar exhibiciones de perros, monos, cabras o pulgas amaestrados, personas de peso desorbitado, gigantes, fieros animales, tiros al blanco, tómbolas, venta de baratijas y golosinas, saltimbanquis y, destacando sobre todas las demás, cinematógrafos.

Vamos a centrarnos en el caso del conocido como «hombre museo, el rey del tatuaje», individuo que estaba marcado con dibujos en pecho, piernas, espalda y brazos. La primera mención a este personaje la encontramos en León al final de las fiestas de san Juan y san Pedro, a principios de julio de 1909[23]. Unos meses después está entre los espectáculos montados en las Navidades de 1909 en unas barracas localizadas la plaza de la Libertad de Burgos[24]. En esta misma localidad aparece de nuevo para las fiestas de San Pedro y San Pablo del año siguiente. Junto a otras casetas y barracas situadas en la Avenida de la Isla y la calle Huerto del Rey que contienen tiros de pichón y de botellas, carruseles, patines, toboganes, figuras de movimiento, tiovivos y columpios, está la barraca del hombre-museo[25].

Está documentado en la feria de San Antolín de Palencia entre el 26 de agosto, cuando solicita al Ayuntamiento el permiso para instalar su barraca en la plaza de la Independencia, y el 6 de septiembre de 1910[26]. Al estilo de la narración del capitán Konstantinus, se cuenta de él que cayó en poder de los esquimales y que sufrió en sus manos terribles torturas que incluían el tatuaje de todo su cuerpo. Se señala también que para atraer la atención de los paseantes tiene un búho en la puerta de su barraca.

Al año siguiente se puede localizar al rey del tatuaje, con su caseta, en Ciudad Rodrigo a inicios de julio[27]. En 1912 llega hasta Gerona durante las fiestas de San Narciso[28]. Cabe pensar que aprovechase el verano y el otoño para viajar en su carreta de localidad en localidad, coincidiendo con fiestas locales[29]. Añadiremos una mención más a su actividad, en esta ocasión en julio de 1920 en Burgos. Se menciona aquí el grito con el que se llamaba la atención de los paseantes: «¡El hombre museo, el arte hombre, el fenómeno artístico de mayor atracción!». Y se puede descubrir ahora que diez años después de su paso por Palencia ha cambiado el discurso explicativo del origen de los tatuajes: según el periodista, «me dijeron que unos zulús del Congo, maestros en esta clase de operaciones» fueron quienes marcaron su piel con «más de diez millones de pinchazos»[30].

La complejidad de este tipo de exhibiciones podía ser mayor. Así a finales de los años veinte se conoce el caso de una francesa que se hacía acompañar de un tatuador y se exhibía por las Ferias de las principales ciudades de España mientras era tatuada; se calcula que dibujar todo su cuerpo (sólo quedaron sin marcar sus manos y la cabeza) había llevado año y medio en sesiones de una hora diaria[31].

Junto a estos profesionales del espectáculo, no faltan oportunistas que sacan partido de la fascinación que el tatuaje ejercía en las clases populares. Así en las ferias de 1895 en Segovia acontece un suceso muy curioso. Estaba allí, entre las casetas de madera instaladas en la plaza Mayor, una en la que se exhibía «un individuo del cual decíase que eran nada menos que un indio bravo, el cual, ostentando en su cuerpo, casi desnudo, oscuro y extraño tatuaje, haciendo no menos extrañas contorsiones y muecas, devorando carne cruda y dando alaridos… salvajes, admiraba a la gente curiosa que en la barraca penetraba, mediante pago de algunos céntimos». Una noche entró a verlo una señora que reconoció al individuo como su sobrino, de 15 años, cuyo paradero desconocía desde hacía varios días. Puso en conocimiento de la autoridad el hecho y el muchacho fue trasladado a prisión por embaucador[32].

No sería extraña esta picaresca. Algo similar sucedió pocos años después en una población del litoral cantábrico, donde se exhibía un salvaje parecido, que era mostrado desnudo, con extravagantes tatuajes y dando gritos destemplados y realizando brutales contorsiones. El individuo que dirigía el número desapareció por razones que no se explican y el supuesto salvaje –sin empresario que llevara ya el negocio– se presentó a la policía explicando que en realidad era un pobre portugués que había adaptado este modo de vida para ganarse el pan[33].

Reflexión final

Como hemos visto, el tatuaje se manifiesta en tierras castellanas de forma muy marginal durante los años que analizamos, admirándose como elemento exótico y foráneo. No ha sido hasta hace pocas décadas cuando el tatuaje ha conseguido ir arraigándose entre sus gentes, aunque ya dentro de un contexto cultural completamente distinto.




BIBLIOGRAFÍA

Antón Hurtado, Fina (2012): «Precursores de la antropología criminal». Gazeta de Antropología, 28 (1), artículo 12. Universidad de Granada.
http://hdl.handle.net/10481/20379

Franks, A. W. (1873): «Note on the Tattooed Man from Burmah». Journal of the Anthropological Institute, 2. Royal Anthropological Institute of great Britain and Ireland, pp. 228-233.
https://doi.org/10.2307/2841170

Galera Gómez, Andrés (1986): «Rafael Salillas: medio siglo de antropología criminal española». LLULL: Revista de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias y de las Técnicas, 9 (16-17), pp. 81-104.
http://hdl.handle.net/10261/14887

Galera Gómez, Andrés (1991): Ciencia y delincuencia: el determinismo antropológico en la España del siglo xix. Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

Gómez de la Serna, Ramón (1968). El Circo. Espasa Calpe.

Peixoto, Rocha (1892-1893): «A tatuagem em Portugal». Revista de Sciencias Naturales e Sociaes, vol. II, nº 7 y 8. Porto; pp. 97-111 y 145-157.

Salillas, Rafael (1908): El tatuage en su evolución histórica, en sus diferentes caracterizaciones antiguas y actuales y en los delincuentes franceses, italianos y españoles. Madrid.




NOTAS

[1]El Norte de Castilla, 24 de agosto de 1901, página 1.

[2]El Imparcial: 18 de mayo de 1888: «La pintura en presidio», página 5. Dado que es uno de los casos estudiados por Salillas, seguramente corresponde con el preso de la cárcel de Valladolid que menciona en su libro de 1908 (página 163), que había sido tatuado por un francés, y al que se refiere como el homicida R.B.M.R.

[3]Heraldo de Zamora, 18 de julio de 1910, página 2.

[4] Fue éste un tema tratado ocasionalmente por la prensa española, como puede verse, entre otros muchos ejemplos, en El Liberal (31 de agosto de 1891, página 1), El Correo militar (22 de enero de 1894, página 2) o en Alrededor del Mundo (1 de marzo de 1900, página 206-207).

[5]El Norte de Castilla, 20 de mayo de 1897, página 1.

[6]La iberia, 27 de mayo de 1889, página 2.

[7]La Ilustración española y americana, 15 de octubre de 1895, página 14.

[8] Como señala el Diccionario Biográfico electrónico de la Real Academia de la Historia, en Palencia fundó el periódico Aquello (1871), el semanario El eco de Palencia (1872) o la revista Ateneo (1877) y dirigió El Diario Palentino (1883), la Revista Castellana o El Trabajo.
https://dbe.rah.es/biografias/24797/ricardo-becerro-de-bengoa

[9]La Ilustración española y americana, 15 de octubre de 1895, página 14.

[10] Ricardo Salillas desmiente que exista una prohibición bíblica contra los tatuajes (1908: 147).

[11] G. Pérez Vázquez, «El tatuaje», El Lábaro (Salamanca), 6 de julio de 1910, página 2.

[12]Revista Contemporánea (Madrid), nº 53; septiembre-octubre de 1884, páginas 276-277.

[13]El Norte de Castilla, 3 de mayo de 1872, página 3.

[14]El Norte de Castilla, 2 de octubre de 1884.

[15]El Norte de Castilla, 11 de junio de 1865, página 4.

[16]El Norte de Castilla, 27 de mayo de 1865, página 3.

[17] Ídem.

[18]El Norte de Castilla, 10 de febrero de 1888, página 3.

[19]La Dinastía, 1 de septiembre de 1888, página 2.

[20] El anuncio se lee entre los días 4 y 9 de septiembre en El Noticiero Universal, de Barcelona.

[21] Su historia fue que en los años 1860’s participó en una expedición francesa a Birmania en búsqueda de oro, pero el gobierno local les declaró hostiles y fueron hechos prisioneros. Algunos fueron ejecutados y Costentenus y otros dos fueron castigados a ser tatuados. Estos tres consiguieron huir a través de China y luego pasaron a Manila, donde ya sólo sobrevivió el griego. Pasó a Hong Kong donde tomó un barco británico que le llevó a Europa y se instaló en Viena, donde en 1871 sus tatuajes llamaron la atención de los antropólogos y médicos (Franks 1873).

[22]Asturias, revista gráfica semanal (Casa de Asturias en La Habana), 4 de noviembre de 1917, página 3.

[23]Diario de León, 10 de julio de 1909, página 2.

[24]Diario de Burgos, 27 de diciembre de 1909, página 2.

[25]Diario de Burgos, 21 de junio de 1910, página 2.

[26]El Día de Palencia, 26 de agosto de 1910, página 3 y 6 de septiembre de 1910, página 2; y Diario Palentino, 5 y 6 de septiembre, página 2 en ambos.

[27]Avante, seminario mirobrigense, 1 de julio de 1911, páginas 6-7.

[28]Stakanowitchz (Gerona), 22 de noviembre de 1912, página 4.

[29] Sin embargo, en su recorrido parece que no llegaba a determinadas ciudades. Cabe mencionar que una exhaustiva revisión de la hemeroteca de El Norte de Castilla (Valladolid) no ha deparado ninguna mención a su posible paso por Valladolid.

[30]La Voz de Castilla (Burgos), 4 de julio de 1920, página 2.

[31] Carles Sentis, «Curiositats barcelonines. Museu de tatuatges». El Mirador, 25 de mayo de 1933, página 3.

[32]El Carpetano (Segovia), 4 de julio de 1895, página 1.

[33]Diario de avisos de Segovia, 9 de junio de 1899, página 1.



El tatuaje en tierras castellanas en torno al año 1900

BELLIDO BLANCO, Antonio

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 492.

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