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Es muy difícil escribir una reseña sobre el libro cuando el autor del libro es tan reseñable, o más, que la obra misma. Este es el caso. He tardado muchísimo tiempo en escribir una reseña sobre el libro Religiosidad popular en verso. Últimas manifestaciones o manifestaciones perdidas en España e Hispanoamérica, del catedrático y oralista Maximiano Trapero por dos razones de peso. Una: porque hace años llevo una cruzada personal contra el concepto «novedad literaria», una enfermedad del mercado del libro que se ha extendido y contagiado a autores, editoriales y libreros, de manera que un libro solo es reseñable en cuanto sale, creando una injusta e insana sensación de oportunismo (o de esnobismo, incluso), y dando por hecho que solo lo novedoso importa o que un buen libro, unos meses o unos años después ya no es el tan buen libro. Qué pena. Detrás de esta fórmula se esconden intereses extraliterarios que aúpan a primeros planos obras que valen poco (y que valen menos) a la vez que se entierran otras de gran valor, simplemente porque no fueron reseñadas. Olvidan todos que el mejor reseñista literario de todos los tiempos es el propio tiempo. Y la razón número dos: por lo dicho al principio: tengo tanto que decir sobre Trapero, como autor, como ensayista, como persona, que temía que la reseña fuera demasiado extensa, teniendo en cuenta cuánto debo decir también sobre este libro, tan buen libro, tan necesario, tan erudito y asequible a la vez. Un milagro.
Comenzaré por el autor, entonces.
Yo, nacido en 1966 en La Habana, Cuba, siempre me quejo de lo mismo: me quedé con las ganas de conocer a mucha gente que estaba «al alcance de mi mano», por época y afinidades. En literatura, a Borges, a Evgueni Evtuchenko, a Carpentier y Lezama, a Gil de Biedma y Ángel González, a Ítalo Calvino y García Márquez, por citar solo algunos. En investigaciones literarias (otras de mis pasiones), a Ramón Menéndez Pidal (se adelantó en todo: también en nacer y morir), a Emilio García Gómez (ídem), a Carlos Bousoño, a Manuel Alvar, a Paul Zumthor, a Samuel Feijoo o Mirta Aguirre, todos «al alcance de los libros», pero no de la mano. Con todos me faltaron charlas, vinos, risas, intercambio de ideas. Eso sí, me quejo con la boca pequeña: he tenido la dicha de compartir y charlar con investigadores y ensayistas de la talla de Sam Armistead, Agustín García Calvo, Isabel Escudero, John Foley, Ana María Vigara y Salvador Bueno, por citar solo algunos de los grandes maestros que ya no están entre nosotros. O incluso, con la mismísima y centenaria Margit Frenk, con quien tanto he querido. Todo esto me hace recordar que hace varios años estuve compartiendo versos y vinos con el gran poeta español Ramón García Mateos y, entre las anécdotas que me contó, recuerdo cuán emocionado evocaba sus charlas con el poeta Claudio Rodríguez, cuando el joven Ramón no sabía que Claudio ya era Claudio, y cómo aquellas charlas «anodinas» pasarían a ser un párrafo importante en su currículum emocional como poeta. Esto nos pasa a todos cuando somos jóvenes. ¡Y pensar que todo esto me pudo suceder a mí con el autor del libro que hoy reseño! Pero no: la vida me ha premiado. He conocido, he sido amigo y alumno y compañero de viajes, charlas e investigaciones; he sido incluso co-autor de textos literarios con uno de mis ídolos en el campo de la filología: Maximiano Trapero. Y esto se dice fácil, pero es tan inusual que debo confesar públicamente que soy y me siento un tipo afortunado. Maximiano Trapero es mi Pidal-Zumthor-Brenan-Irvin-Feijoo particular e intransferible. Algo más, dicho sea de paso, que le debo agradecer a la décima.
Conocí a Maximiano Trapero en el ya lejano año 1995, durante un congreso de tradición oral en Almería. Yo tenía apenas 25 años y ya Maximiano era don Maximiano, doctor en filología hispánica y profesor en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, pero, sobre todo, uno de los más reputados romanceristas e investigadores de la tradición oral hispánica. Ya para entonces Maximiano tenía incluso el pelo casi blanco y a mí, no sé por qué, la canicie siempre me impone respeto. Así que nos conocimos, charlamos, intercambiamos pareceres sobre una pasión común: la décima. Y al doctor Trapero no le importó que yo fuera inmigrante y cubano y joven y autodidacta e inexperto investigador en temas en los que él ya era docto. Se tomó tan en serio mi trabajo como investigador que se convirtió de golpe en mi amigo y en mi padrino ensayístico, hasta terminar siendo el prologuista –y el mayor avalista– de mi libro más importante: Teoría de la improvisación poética. Ya ambos hemos contado muchos veces cuánto ese libro nos unió. Lo que no hemos contado es cuánto de complicidad literaria e investigativa generó esa unión: cuántos intercambios de bibliografías y, sobre todo, de manuscritos para la revisión y corrección, cuántas colaboraciones. Creo que en una época de feroz individualismo literario Trapero y yo fuimos gestando, sin proponérnoslo, un ejercicio de creación colaborativa, poco común y muy halagüeño. Confieso que muchos de mis poemarios y novelas pasan por el filtro lector de Maximiano antes de ver la luz, y que él ejerce de lector y corrector y editor y amigo, como en las tertulias decimonónicas que ambos tanto admiramos. Porque no nos engañemos: Maximiano Trapero es un personaje de estirpe clásica, antigua, a la vieja usanza, un intelectual de los que ya no abundan, y eso, a mí, me emociona y convence. De él he aprendido la disciplina de la escritura diaria, por ejemplo, y el rigor investigativo. De él he aprendido muchas otras cosas que me cuesta convertir en palabras. Por eso cuando me pidió que reseñara su libro Religiosidad popular en verso (y este es quizá la tercera razón de la dilación, inconsciente y no dicha), la excesiva confianza del maestro me paralizó. ¿Qué decir, qué escribir que estuviera a la altura del autor y de la obra? Yo, un ateo, ¿escribir sobre religiosidad? Yo, pupilo confeso, ¿escribir sobre el maestro? Un argumento más sólido para poder hacerlo era mi pasión y entrega al estudio de la poesía popular y el ser yo mismo un «poeta popular» en mi faceta repentista. Otro argumento sólido era (es) la admiración y el respeto por el autor, ya que la admiración genera siempre emociones verdaderas. Y eso basta. Y por eso aquí estamos.
Comenzaré diciendo que Religiosidad popular en verso es, en mi criterio humilde –no en mi humilde criterio– el más profundo y abarcador acercamiento que se ha hecho a este maridaje secular tan poco estudiado. La poesía popular escrita, cantaba o improvisada en décimas, romances, cuartetas, quintillas y otras estrofas clásicas, desde sus orígenes ha estado vinculada a las expresiones de religiosidad de los pueblos en los que se crea. Los poetas populares de todos los países han intentado contar con música verbal sus creencias, reinterpretándolas, dándoles utilidad didáctica y apariencia festiva, y lo han logrado con soltura y gracia. Maximino Trapero, observador y rastreador sin límites en la cultura popular, en este libro nos deja conocer algunos de los casos más sublimes dentro de la tradición Iberoamericana. Se sumerge entre cánticos y músicas de raíz folclórica, se remanga su camisa pidaliana y sus pantalones whashintonirvianos, se reacomoda sus gafas humboltianas y, sin complejos ni prisas, escucha, graba, transcribe, llora, ríe, bebe, hace de todo, porque yo lo he visto, y luego todo eso nos lo devuelve en forma de tratado científico de alto vuelo literario, algo que se agradece, mucho no, muchísimo. He aquí un libro filológicamente impecable que puede ser leído y degustado a partes iguales por el colega de cátedra, el alumno de primer o último año de Filología, o el portador o el informante que recibe un ejemplar a modo de agradecimiento. Y todos lo disfrutan por igual. Y lo mejor: todos ellos lo entienden. He aquí otro ejemplo de inteligencia sin afeites, de volantazos esquivando la pedantería, de erudición sin gomina pesca-aplausos.
Creo sinceramente que pocos autores actuales podrían hacer una obra como esta, porque pocos autores existen que de una manera tan equilibrada sean apasionados de las dos manifestaciones que aquí se juntan: la poesía popular, por un lado, y la religiosidad popular, en todas sus expresiones, por el otro. Para hacer una obra de tamaña magnitud no basta con ser filólogo ni doctor ni catedrático. No basta tampoco con ser creyente, católico practicante o haber sido monaguillo. No basta con ser un serio investigador literario. No basta con ser un estudioso de las religiones. Hace falta algo más. Hay que ser pasional y apasionado para acercarse precisamente sin pasión al tema, o con una pasión tan equilibrada que desaparezca en la misma medida en que «aparece» el estudio. Hay que ser un sabio equilibrista para acercarse a temas ya tan estudiados –por separado– y aportar en cada uno nuevas luces. La religiosidad en todas sus expresiones lleva siglos siendo estudiada por algunos de los cerebros más preclaros que ha dado la historia de la literatura y de las ciencias religiosas. La poesía popular igual. El mérito de Maximiano Trapero entonces está en convertir, con su libro, en apasionados de la religiosidad incluso a agnósticos y ateos, y en apasionados de la poesía oral y popular incluso a filólogos de la escritura, a creadores de estirpe libresca nada duchos ni interesados en cantes rústicos y músicas de mero valor antropológico. Maximiano lo consigue. Y eso sí tiene mérito.
El Trapero de este libro es diferente al Trapero de otros, por alguna razón que se me escapa. Este Trapero tiene algo de Bernal Díaz del Castillo y algo de Gerard Brenan; tiene de Indiana Jones, pero también de Milman Parry; es el típico investigador que no solo conversa, graba, escribe y transcribe, sino que se inmiscuye en todo y se implica en la vida y en los saberes de sus informantes. Algo nada común, que se nota en este libro. Es más, se nota que los portadores e informantes de su investigación han dejado de serlo para convertirse en amigos y cómplices del investigador, le han dejado la puerta abierta o entornada para que entre sin pedir permiso y siga husmeando. Conociendo a Trapero como lo conozco me emociona imaginarlo por los campos de Chile, de México, de Cuba, de Colombia, de su amada Canarias y de toda España, conversando detrás de un café o de una copa de vino con campesinos y ancianos de ambos sexos, pero con la misma pasión y mismo respeto con que solía conversar con sus admirados Armistead, Coseriu o Deyermond. Me lo imagino sonriente, con esa risa de niño bueno que conserva intacta aún a sus más de setenta años.
A mí la vida me ha premiado de muchas formas con Trapero. Una de ellas es muy significativa: he terminado siendo amigo personal de muchos de sus alumnos, que han sido también alumnos míos cuando él me ha invitado a dar clases en la facultad de su universidad. Y todos ellos –solo por citar cuatro: Carolina Bueno, Thenesoya Vidina, Yeray Rodríguez y Lydia Moreno– me han corroborado lo que yo ya sabía: el respeto y el amor incondicional que despiertan los grandes profesores, la militancia estudiantil devenida epigonía. Por eso aquí estamos.
Religiosidad popular en verso: Últimas manifestaciones o manifestaciones perdidas en España e Hispanoamérica ha sido hermosamente editado por la editorial del Frente de Afirmación Hispanista (México, 2011) y la belleza y el cuidado de esta edición es otro de los motivos para estar felices y agradecidos todos: lectores, informantes, portadores, colegas, curiosos. Alguna vez hemos comentado el propio Trapero y yo que nunca podremos agradecer lo suficiente, quienes somos amantes de la poesía popular, y en especial de la décima, a Fredo Arias de la Canal su labor como difusor, promotor, editor y mecenas, responsable directo de una amplia bibliografía en torno a estos temas de un incalculable valor literario, científico y bibliográfico. He aquí otro ejemplo. Un buen ejemplo. Da gusto tener este libro entre las manos –el tan llevado y traído «valor objetual» de un libro–, porque al placer lector hay que sumar el placer visual y táctil por la belleza de la obra.
La obra. Por si sus valores literarios intrínsecos fueran pocas, a la magnificencia de este libro hay que sumar el excelente prólogo del cubano Virgilio López Lemus, quien desde la admiración y el conocimiento aplaude y recomienda esta obra maestra.
Y para constatar por qué esta es una obra maestra basta con revisar la perfecta arquitectura del libro. Maximiano Trapero es un gran arquitecto de libros y, como en las obras de todos los grandes arquitectos, se disfruta tanto la calidad del edificio como su perfecta estructura. Religiosidad popular en verso está dividido en trece capítulos, incluyendo un glosario y una bibliografía finales, para dar como resultado un enjundioso volumen de 801 páginas.
En el capítulo I («Estudio introductorio») el profesor Trapero no deja pregunta sin responder: va desde la disección del título (¿por qué «religiosidad», por qué «popular», por qué «en verso»?) hasta un acápite sonoro final para que «escuchemos» el libro, pasando por la décima, los neologismos, la evangelización de América, la poesía memorial y la improvisada, etc. No hay duda o pregunta que pueda surgir a priori que no quede resuelta en este capítulo, que ya podría ser él solo un libro. Pero hay más, hay tanto más que asombra.
En el capítulo II («Los romances religiosos, un devocionario en verso») el autor regresa a una de sus pasiones y de los platos fuertes de su carrera: el romance, pero esta vez enfocando el estudio hacia la religiosidad, en América, en Canarias y en el resto de España, ayudándonos a hacer un viaje desde los romances religiosos dentro del romancero general español hasta la décima, o sea, del romance al «romance rezado» y del «romance rezado» a la décima, toda una aventura.
En el capítulo III («El canto a lo divino de Chile») nos sumergimos de la mano de Trapero en uno de sus grandes amores como investigador: la tradición del «canto a lo divino» chileno, y aquí otra vez nos lo responde todo, y otra vez nos emociona, porque (yo he sido testigo directo) pocas personas hay que vivan con tanta emoción el canto de décimas religiosas o filorreligiosas, bíblicas o filobíblicas, como Maximiano Trapero, una emoción que no está reñida con el rigor y la exhaustividad del texto.
En el capítulo IV («Otros géneros del canto a lo divino») seguimos adentrándonos en ese mundo doblemente mágico, pero ya fuera de Chile: Perú, Canarias, Cuba, Puerto Rico, México, Uruguay, Venezuela. Otro festín informativo para establecer similitudes y diferencias entre estas tradiciones.
Y es el capítulo V («Cantando a la muerte: cantos endechásticos y de despedimiento») uno de los más hermosos, curiosos y sorprendentes del libro, un capítulo lleno de novedades y de asombros (se nota la emoción de quien cuenta tanto como la de quienes cantan). Otra vez Thanatos, pero ahora en verso; otra vez lágrimas y poesía, poesía con lágrimas, evocación luctuosa y respeto bidireccional: hacia el poeta y hacia el doliente, hacia el poeta y hacia el fallecido. Yo, en lo particular, recuerdo como si fuera hoy las veces que me comentó Trapero «lo que estaba descubriendo» en esta etapa de su investigación, y evoco su tono y el brillo de sus ojos al contarlo, y me emociono otra vez. Este es otro capítulo que podría constituir, él solo, un libro, quizá unido al siguiente, no solo por su carácter monográfico, sino por su extensión y exhaustividad.
El siguiente capítulo, el VI («Los velorios de angelitos») es el complemento y la continuidad natural del anterior, y uno de los más tiernos y hermosos del libro, toda vez que toca un tema realmente delicado: la muerte de los niños y cómo la poesía popular «suaviza», «alivia» y «cura» con versos y música un trance tan difícil. He aquí otra magnífica prueba de los valores ontológicos, psicológicos y sociológicos de la poesía popular y una de sus funciones más hermosas en la vida comunitaria, empezando por Chile y extendiéndose por otras regiones del ámbito lingüístico del español.
En el capítulo VII («Los ranchos de ánimas y de Pascua de Canarias») volvemos al archipiélago canario, nos sumergimos en la traducción poético-religiosa de «las afortunadas», y con qué mejor guía que Trapero, el hombre de los guanchismos y los topónimos canarios, pero también el de los romances y las décimas, el canario adoptivo que con más profundidad ha sondeado las islas, hasta convertirse él mismo en una isla más dentro de ellas. ¡Bienvenidos a «Trapero Island»! ¡Que disfruten del viaje!
Llegamos entonces al capítulo VIII («Los velorios de cruz y otros velorios») y en él nos enteramos de todo lo relacionado con estos rituales luctuosos y a la vez poetizados, desde los «velorios y velatorios» canarios y peninsulares hasta los «altares de cruz» en Cuba y Venezuela y sus equivalentes en otros países americanos.
En el capítulo IX («Cantando a la Navidad») las celebraciones y las muestras de religiosidad en verso se llenan de colorido y de motivos navideños, recorriendo varios países y varias formas de cantar y poetizar la fe, desde los villancicos hispánicos hasta las décimas hexasílabas y octosílabas de Puerto Rico, rematando con un acercamiento del «gallo de la Navidad».
En el capitulo X («El ciclo de la pasión y los alabados») llega la Semana Santa, vuelven los romances en España y América, vuelve el Trapero más Trapero, un Maximiano en estado puro, y yendo de su mano nos sumergimos en los versos y los ritmos más significativos de los rituales semanasanteros, y es cuando la pasión saca lo más pasional del investigador y se le nota el entusiasmo y nos contagia y nos emociona, en otro capítulo digno de subrayar párrafo a párrafo.
En el capítulo XI («El teatro religioso de tipo popular: una visión panorámica») entramos en la recta final del libro y aquí también surge el Trapero más Trapero, uno de los Traperos más pasionales, el Trapero estudioso e investigador del teatro popular hispánico (¿¡pero cuántos Traperos hay dentro de Trapero!?, otro misterio) y nos damos el gusto de tomar la religiosidad, llenarla de versos, y verla subida a las tablas, rodeada de atrezo, tramoya, luces, vestuarios, en una de las ritualidades iberoamericanas más pintorescas y más estudiadas por el autor: pastorelas, pastoradas, autos de fe, en fin, teatro religioso popular con el que recorremos las profundidades de las historias patrias desde otro ángulo, desde uno novedoso o poco visitado: el de la poesía.
Y el capítulo XII es un glosario para no perdernos entre neologismos y términos especializados. Y en el capítulo XIII están todas las referencias bibliográficas para que podamos rastrear sus investigaciones o seguir ahondando en este mundo tan desconocido como amplio. Ambos, más que capítulos finales, son acápites o anexos útiles y necesarios para no extraviarnos en este largo viaje por la religiosidad popular en verso, por la poesía popular religiosa, por la religión poetizada del pueblo, de los pueblos, algo tan sorprendente y de necesario conocimiento, aunque no seamos ni poetas ni religiosos, porque sí somos pueblos, todos somos pueblo, y estamos rodeados de versos y de creencias que condicionan aunque no lo sepamos nuestro modo de serlo.
Yo, nacido en La Habana en 1966, descubridor de Trapero en Almería en 1995, lector suyo desde entonces y amigo y alumno suyo para siempre, agradezco hasta la devoción incrédula –permítanme el fácil oxímoron–, este tour por la poesía y por la religión de la mano del mejor guía que podría tener. Un guía que es a la vez poema y salmo, poesía y culto, canturía y liturgia, investigador y fan de la materia que investiga; un sabio apasionado que encima escribe claro y bien, algo que muchas veces no es un don para los sabios. Ah, y por último: ¡qué pena, lectores, que en la lectura de este libro no escuchen la voz de Maximiano! Solo algo supera la belleza de leer este libro: ¡oírlo! Pero oírlo en la voz sacerdotal del autor, una voz y una forma de leer que «convierten» a los desprevenidos ya no sé si en poetas o en religiosos, pero en algo distinto a lo que eran 801 páginas antes. ¡Bienvenidos a Trapero Island! Yo ya estaba dentro.
Nota: Y como si fuera poco regalo, ha puesto el libro disponible para todos de manera gratuita. Aprovechen, lean, disfruten, aprendan. Enlace de acceso al libro Religiosidad popular en verso, de Maximiano Trapero:
https://accedacris.ulpgc.es/handle/10553/11396