Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >
El lenguaje usado para la narración de leyendas y cuentos tiene un sentido sólo en nuestra civilización occidental. Concibe el relato como una progresión de hechos que tienen coherencia entre sí porque se narran sucesivamente y poseen un hilo conductor que los encadena. No siempre ni en todas partes fue así: más de un cronista americano habló de la presunta dificultad que a su entender tenían los indios para expresar correctamente sus mitos y creencias. Según tales cronistas los relatos no tenían sentido y parecían hechos de retazos aislados e inconexos. Algo semejante a nuestros sueños, de cuyas imágenes parece que nos queda siempre una sensación de instantaneidad, de fogonazo que ilumina durante un momento una estancia para volver a dejarla en la oscuridad. Los mitos en las culturas indias eran, sin embargo, el reflejo de un estado natural, de una religiosidad sin dogmas; eran relatos orales entregados como versiones y comentarios de cosas que pasaban o habían pasado, de lo que se decía que aconteció o había de suceder y quien lo relataba lo revivía o lo imitaba. No pretendían, por tanto, ser verdades inapelables sino imágenes que se recreaban oralmente y se renovaban y transformaban constantemente, como las posturas de un animal cazador o las formas de las nubes en el cielo. Los temas, desde luego, eran los mismos que nos preocupaban a los occidentales (el fin del mundo, la multiplicidad del universo, la fragilidad del ser humano, el interés por los otros o el respeto al entorno), pero sus concreciones, lejos de revestirse de seriedad, eran fugaces y cambiantes. Su coherencia no radicaba en la cohesión de los hechos entre sí, sino en la relación de esos hechos con la propia existencia, con la propia mentalidad. Muchas culturas indígenas (indígena en realidad significa “nacido allí”) todavía conservan, en hermosos relatos entregados cuidadosamente por la tradición oral, el recuerdo de ideales épocas pasadas denominadas genéricamente como “tiempo de los sueños” o más sutilmente edad de la poesía, es decir períodos de tiempo en que la imaginación y la memoria superaban a la realidad en la mentalidad humana.