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Una costumbre popular que tuvo mucho arraigo en algunas ciudades españolas durante siglos y que requería una escenografía particular era la de “esperar a los reyes”. Por decirlo de alguna manera, lo importante era reunirse una serie de personas, una especie de comparsa, y pasarlo bien la noche de reyes. La tradición consistía en buscar una escalera de mano de madera, en la cual se iban subiendo alternativamente todos los integrantes de la comparsa, la cual escalera era sujetada por uno del grupo al que llamaban Maroto. Es bien sabido que de esta forma se llamaba a los locos o tontos y en particular a las dobles caretas ensartadas en un palo con las que a veces se salía en Carnaval. Cuando uno del grupo se subía en lo alto de los peldaños, esgrimía un catalejo hecho de cartón y gritaba: “Los reyes vienen por... tal calle”. Y allí iban todos bebiendo y cantando. Cuando llegaban, era otro el que se encaramaba y decía la misma frase. Como podrá suponerse, sólo los hígados de hierro y las cabezas de hielo podían aguantar al final este errático callejear por toda la ciudad.