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Cilleros –nombre que deriva de cellarius, alusivo a depósito de cereales, función que dio origen a la localidad– es un municipio cacereño situado en la zona NO de la provincia, en la falda meridional de la Sierra de Valnereas, Sierra de Santa Olalla. Su gentilicio normativo es cilleranos y popularmente se les motejó de brutos entre los pueblos comarcanos porque, según decían, cerraron una talanquera con un San Bartolomé de talla a falta de un leño grueso. Igualmente se les conoció como cabeza de mocho por una canchalera de esa forma que, al parecer, existió a las afueras del pueblo; pueblo sierragatino que tiene como patrón a San Blas.
Fue San Blas médico sin “medecina”. Y obispo. Y mártir. Y “pairi” de Dios. Y “mairi” de Nuestra Señora; y de Cristo. Y Virgen… Cualquier título, por extravagante e irreverente que parezca, era bueno para acoplárselo al santo patrón. De ahí que tal vez el apodo de brutos con que éramos conocidos los cilleranos viniese de estos piropos que desde antiguo se han acoplado a San Blas, y no al asunto de la talanquera antes mencionado. Es un decir.
San Blas –de posible origen latino, con los significados de tartamudo y zambo, o arma de la divinidad, conocido también como Blasius, según otros– nació en Armenia, en la ciudad de Sebaste, al sur de Rusia, la actual Sivas, en la segunda mitad del siglo III. En un primer momento ejerció la medicina, lo que aprovechó, dada su influencia como excelente médico, para infundir en sus pacientes la doctrina de Cristo y conseguir así muchos adeptos. Igualmente, sus muchas virtudes contribuyeron a que, vacante el obispado de Sebaste, fuera propuesto por unanimidad del clero para desempeñar el cargo.
Pero eran tiempos difíciles aquéllos. La persecución desencadenada por Diocleciano a principios del siglo IV, y continuada por sus sucesores Galio, Máximo Daia y Licinio, se ensañó particularmente en la Iglesia de Sebaste, donde se produjeron numerosos mártires. Las acosos arrecian bajo el prefecto Agrícola y San Blas huye a las montañas, refugiándose en una gruta del monte Argeo, donde lleva una vida eremítica, entregado a la penitencia, aunque de noche baja a la ciudad para socorrer y consolar a sus fieles. Tal es el caso de San Eustracio, que espera en la cárcel el momento de su ejecución. San Blas obtiene por dinero acceso a la prisión y pasa toda la noche confortándolo. Eustracio es martirizado al día siguiente.
La hagiografía describe cómo las fieras esperan en la entrada de la gruta a que el santo termine sus oraciones para recibir su bendición y obtener la curación de sus males. Así lo encontraron los soldados de Agrícola en una cacería organizada por aquellos montes. En su traslado a Sebaste, una madre pone ante el santo a su único hijo, moribundo a causa de una espina que tiene atravesada en la garganta. San Blas se compadece, le impone las manos, hace la señal de la cruz sobre la garganta del moribundo, reza y el niño se cura.
Ya ante el Prefecto, éste procura que Blas renuncie a su fe. Él se niega, lo cual conlleva que sea apaleado sin que los verdugos consiguieran arrancarle una sola queja. De nuevo intentan quebrantar su fe colgándole de un madero y desgarrando sus carnes con garfios (1). Todo resulta inútil. El santo obispo aguanta los suplicios.
En el camino hacia la prisión, su cuerpo va derramando abundante sangre. De entre las personas que presencian su paso, se destacan siete mujeres, que recogen la sangre del mártir para ungirse con ella. Los soldados las detienen. Sometidas igualmente al tormento, y alentadas por el ejemplo de su obispo, resisten los suplicios; finalmente, son decapitadas. Las seguirá San Blas, igualmente decapitado junto con dos niños, hijos de una de las siete mujeres, a las afueras de Sebaste. Corría, probablemente, el año 316 de nuestra era. Su culto se extendió rápidamente entre los cristianos de Oriente, donde era festejado el 11 de febrero.
Se le cuenta entre los catorce santos protectores, llamados así por tenérseles como abogados oficiales en las penalidades humanas, y especialmente de los males de garganta. Es tenido, también, como personal protector de los niños y en Rusia de los ganados. Igualmente, los cardadores y sombrereros lo consideran como tal. Curiosamente, ya en la Edad Media lo invocaban como patrono de los cazadores; patronazgo que no deja de ser chocante, tratándose de un santo que amaba y respetaba a los animales. También se le tenía como patrono de los porqueros y protector contra huracanes y tempestades.
En algunas diócesis de Europa el día de su fiesta se bendicen pan, vino, agua y frutos que se reparten luego, indistintamente, entre personas y animales, se da la bendición por medio de dos velas cruzadas puestas sobre la cabeza de los devotos y se les unge el cuello con una candela mojada en aceite bendecido, mientras se decía como plegaria: “Por intercesión de San Blas, te libre Dios de los males de garganta”. Y si el enfermo era un niño, la madre repetía: “San Blas bendito, que se ahoga el angelito”. La imposición de cintas rojas bendecidas es igualmente muy común en algunos pueblos europeos, tal y como sucede en Cilleros y otras localidades extremeñas.
Respecto al desarrollo de la fiesta cillerana, al terminar la de un año, y a veces incluso antes, ya se sabía quién iba a ser el mayordomo del año siguiente, pues la mayordomía era por promesa, y aunque en algunas ocasiones se procuraba mantener en secreto por un motivo u otro, más tarde o más temprano terminaba sabiéndose. La mayordomía obligaba, entre otras cosas, a obsequiar desde primeros de año y hasta la misma fiesta, con vino y dulces a las rondas de mozos que, cantando a San Blas, pasaban por la casa del mayordomo, aunque no siempre los quintos–mozos lo hiciesen a horas apropiadas y decentes. En caso de que la atención recibida no contentase a los visitantes, el mayordomo en cuestión se exponía a salir en los cantares.
Tres ó cuatro días antes de la fiesta, el mayordomo organizaba una cacería. A ella estaba invitado todo el pueblo. Su principal objetivo era abastecer de carne al mayordomo para que pudiera hacer frente, junto con lo que pudieran aportarle sus familiares, a las tres comidas que el día del santo debía de ofrecer al pueblo: la función. Los cazadores salían de madrugada y en mulos o caballerías llevaban pellejos de vino, chorizo, pan, etc. para animar y estimular el evento cinegético. Si el mayordomo era de avanzada edad tenía dispensada su asistencia. Por cierto: si tampoco se mostraba espléndido a la hora de obsequiar a los cazadores, corría igualmente el riesgo de que se le dedicaran cantares poniendo de manifiesto su tacañería.
El día 2, fiesta de las Candelas –o Candelaria– ya se comenzaba, por la tarde, a celebrar al patrón. Antiguamente, al anochecer, se realizaba la ensabaná, consistente en colgar, de una parte a otra de una calle, capacetas (2) de las almazaras locales a la altura de un hombre a caballo y prenderles fuego –propio de las Candelas, fiesta solsticial de regeneración con sus llamas, cristianización de la Februa, festejo de expiación y purificación que los romanos celebraban a mediados de febrero– (3). Los mozos, a caballo, tenían que pasar entre ellas, golpeándolas con sus garrotas… ¿Modo original de celebrar la fiesta de las Candelas? ¿Recuerdo, acaso, de alguna costumbre ancestral, donde los mozos debían demostrar su hombría y su valor, o de una ceremonia de iniciación aún más antigua? Según noticias recogidas entre los mayores del pueblo, la última ensabaná se celebró en la plaza de El Llano en 1929. De los balcones y ventanas próximas o circundantes colgaban sábanas –de ahí el nombre de ensabaná– y colchas cameras.
Una vez terminado el acto, la alegría se desbordaba y los cohetes araban el cielo con surcos de luces. Y a beber el buen vino de la pitarra, y a comer… Y a bailar en los salones públicos, de los que hoy no queda ninguno.
El día 3 llegaba la apoteosis. Y el estrenar de trajes. Y el comer perrunillas acompañadas de aguardiente por gentileza de la Cofradía. Y la venta de cintas bendecidas. Y la misa. Y la procesión con los escopeteros y sus salvas en honor al santo. Y el tiro al gallo –¿acaso el gallo de Carnestolendas, que era sacrificado, apedreado, por simbolizar la lujuria?–, allá en los olivares, detrás de la ermita de San José, al objeto de demostrar la puntería abatiendo al emplumado, colgado de un olivo, para luego comerlo con los amigos en la taberna (4). Y después, los bailes, que volverían a repetirse por la tarde hasta bien entrado el nuevo día; día de San Blas Chico, con misa y procesión, con cohetes –no con escopetas–, para despedir al patrón hasta el siguiente año, fiesta que actualmente es servida por los cazadores.
En un trabajo del cillerano Francisco Jorge y de otra profesora, Ana María Álvarez, sobre la fiesta y el cancionero de San Blas (Análisis de la fiesta y cancionero de San Blas en Cilleros, p. 4) señalan que fueron dos los motivos que les impulsaron a realizarlo. El primero, la existencia de un cancionero en relación con la actuación del mayordomo. El segundo –el objetivo principal– el hecho, en apariencia contradictorio, de que un acto –la mayordomía– destinado a “dar notoriedad, publicidad y popularidad al ejerciente”, viniera ejerciéndose en secreto desde comienzos del siglo XX o incluso antes. Causa: la existencia del cancionero, circunstancia que obligaba al Ayuntamiento, y al alcalde, con carácter representativo y honorífico antes de instituirse la actual Cofradía, a desempeñar el cargo de mayordomo el primer día de la fiesta, día 3, función que no querían hacer los anónimos del segundo día porque eso les obligaría a llevar el pendón en la procesión y a ocupar un lugar de honor en la iglesia; es decir, a descubrir su identidad.
¿Pero por qué se servía a San Blas? En la mayor parte de las ocasiones –como podrá apreciarse por el cancionero– se servía por promesa, cuando ante un acontecimiento trágico se recurría al santo en demanda de ayuda y éste concedía la petición que le era hecha.
Pero en el substrato de ese servir, de ese ser mayordomo, parece latir una causa aún más profunda, más antigua. Quizá este servicio se efectuara, como escribe el antropólogo Marvin Harris (1982, p. 102) por un “extraño anhelo conocido como «el impulso de prestigio»”, ya que, según parece, “ciertos pueblos están tan hambrientos de aprobación social como otros lo están de carne”, por lo que algunos individuos daban grandes festines durante los cuales su estatus era juzgado y medido según la cantidad de comida suministrada a los comensales. Esta forma “maníaca de consumo y despilfarro conspicuos –añade Harris (p.103)–, es conocida como potlatch”. Su objetivo era “donar o destruir más riqueza que el rival”, ya que algunos de estos ansiosos de notoriedad llegaban a destruir ante sus posibles rivales, alimentos, ropas, dinero o incluso a prender fuego a la propia casa. En Melanesia y Nueva Guinea son llamados “grandes hombres” –big men– y su estatus superior depende del número de festines que haya ofrecido en su vida. En algunos lugares estos festines son ofrecidos por una persona determinada, pero con la ayuda y colaboración de parientes y amigos, ya que si el festín tenía éxito, aquéllos serían reconocidos por el “gran hombre” y beneficiados por ello. Los potlatch se convertían así en banquetes redistributivos, puesto que se beneficiaban de ellos cuantos aportaron su trabajo o sus viandas para la celebración.
Ana Mª Álvarez y Francisco Jorge llegan a la conclusión de que servir al santo en Cilleros era como un rito de transición mediante el cual los mayordomos pasaban de un estatus a otro… “Todo rito de transición (pp. 52–53) consta de una parte en la que el neófito es separado o marginado de la sociedad. Servir de comer y beber a los borrachos transeúntes durante cualquier hora del día y de la noche de todo el mes de enero, y aguantar la burla de la canción, que casi siempre censura agriamente cualquier ligero desliz del mayordomo, forma parte del rito de marginación”, hipótesis que parece confirmarse por el hecho de que el cancionero ensalce cualquier gesto de los no mayordomos hacia el santo, mientras que a quienes le sirven no se les perdone ningún desliz. Es la prueba que ha de sufrir el iniciado para anular su primitiva condición y prepararse para asumir la nueva.
La función o comida colectiva del día tres –el banquete redistributivo, que incidía también en quienes aportaban alimentos o participaban en su recogida en la cacería–, formaría parte, pues, de la segunda fase de cualquier rito de transición, transmisión o paso. Es decir, a la aceptación del neófito como gran hombre y, por tanto, a formar parte de un nuevo estatus social, para lo cual ha tenido que ofrecer una función –un potlatch–, de cuyo éxito o fracaso dependería no sólo su prestigio, sino el de toda su familia, como lo demuestra el hecho de que en el cancionero, excepto en el caso de Torcuato, que era forastero y villamelano –pueblo con el que estaba picado Cilleros, como se verá en algunas canciones–, por lo general, se nombre algunas veces al mayordomo no por su nombre propio, sino por el apodo con que se conocía a la familia –Churros, Chatos, etc…–o por el apellido familiar –Tomé, Cantero, etc…–, lo que demuestra que la mayordomía era un cargo tan gravoso económicamente que comprometía a los recursos y la dignidad de los parientes, es decir, a la familia; por lo que, posiblemente, la cacería debió de ser una añadido posterior a la fiesta destinada a ayudar económicamente a aquélla en ese tránsito de un estatus u otro, en espera de que en otra ocasión recibieran una ayuda similar.
En resumen: servir al santo en Cilleros era un rito al que tenía que someterse cualquier persona humilde –agricultor o ganadero– que, llegado a pudiente, deseaba recibir de sus convecinos el espaldarazo, la aceptación de una nueva condición social. Y como hoy día existen otras formas para que te reconozcan como ascendido en la escala social, como hay otros medios de demostrarlo, el antiguo rito iniciatorio carece de sentido, pues no hay quien desee someterse a él. Así, no salen en los cantares y no tienen que sufrir las molestias e incomodidades a que los antiguos mayordomos se veían abocados.
Un aspecto que inmediatamente llama la atención en la devoción a San Blas –y al que me he referido de pasada más atrás– es la manifiesta contradicción existente entre un santo protector y sanador de animales y la condición de cazador que, por otra parte, se le atribuye en el cancionero.
Ana Mª Álvarez y Francisco Jorge sugieren (p.53) que esta atribución de cazador proviene de los hidalgos arruinados de la villa de Cilleros como medio para “legitimar o dignificar” el hecho de tener que vivir de la caza, que era la única posibilidad que tenía un hidalgo arruinado para vivir libre, sin tener que labrar a jornal tierras de otro. “Esta hipótesis –añaden– se refuerza por la psicología del cillerano, hombre orgulloso e independiente. Aunque siendo un pueblo de labradores y ganaderos, el cillerano no estima la vida de jornalero y ha preferido tradicionalmente ser autónomo y tener «pareja» (animales de tiro) propia”. De ahí que la dote más estimada para dar a un recién casado varón fuese una pareja de bueyes, mulos o asnos. Y si iba acompañada de su correspondiente carro y los avíos necesarios, miel sobre hojuelas. Así podía labrar las fincas propias o las arrendadas a medianía o a tercería sin tener que contar con nadie.
Empero –y sin negar lo que ambos investigadores dicen sobre el campesino cillerano–, no creo que sea esa la razón que motivó que los cazadores eligiesen a San Blas como patrón, pues, aunque fuese por lógica, no habrían escogido como favorecedor a un santo que, según cierta tradición, espantó a los animales que rodeaban su cueva cuando vio ascender al Argeo cazadores del gobierno que trataban de apresar fieras para los festejos populares del circo, motivo por el cual aquéllos lo llevaron ante el Prefecto. Además, si dicho patrocinio viene de la Edad Media, donde fue un santo muy popular, debemos concluir que no fue, por tanto, exclusivo de Cilleros. Además, habrá que buscar otra causa que, de momento se nos escapa, que explique este patronazgo; causa que tal vez se relacione con otra tradición devota oriental y germánica ligada, posiblemente a las Órdenes Militares, lo que habría motivado las carreras de caballos y demás equinos que en honor al santo se celebran –por ejemplo– en Valverde del Fresno –Cáceres– o la misma ensabaná cillerana antes aludida.
Un último aspecto es la rivalidad ancestral –o celestial, como Ana María y Francisco Jorge dicen– entre San Blas y San Pedro Celestino, patrón de Villamiel, de cuyo antagonismo está repleto el cancionero cillerano y no, precisamente, con eufemismos más o menos velados.
En lo que sí estoy de acuerdo con los investigadores, es en lo relacionado a esa rivalidad. Ambos, tras referirse a la potenciación de la identidad de un pueblo mediante las fiestas propias frente a las de comunidades exteriores, circundantes –el binomio Hijos del pueblo/forasteros; o nosotros/ellos– suponen que la raíz de esta potenciación hay que buscarla en la dependencia administrativa que Cilleros tuvo como parte que era de la Encomienda de Trevejo, posteriormente pedanía de Villamiel al perder la importancia que anteriormente tuvo dicho castillo como parte de la Orden de Alcántara. “Esta dependencia administrativa puede haber originado la actitud, actualmente inconsciente, de potenciar la identidad propia frente a la de Villamiel, villa que Cilleros sentía como enemiga de la propia identidad al provenir de ella la subyugación homogeneizadora del vasallaje” (pp. 56–57).
CANCIONERO DE SAN BLAS
MAYORDOMOS
Mayordomo como El Chato
no lo ha habido ni lo habrá,
que puso el vino en la calle
pa toa la moceá.
Guillermo se tiró al suelo
y en altas voces decía:
– Si no se muere mi padre
me gasto la pastoría.
Su padre no se murió
y cabras no vendió ni una.
En una manta liendrosa (5)
echó cuatro aceitunas.
Se fueron los cazadores
y no probaron ni una (6).
Basilisa y Jesús Pérez
hizon baile en un chiquero (7)
por no pagarle el salón
a los mozos de Cilleros.
Jesús Pérez es roñoso,
Basilisa mucho más,
y en lo tocanti a la jisa (8)
tieni las patas cagás.
Te asomaste a la ventana
con los dientes de elefante,
y le dijiste a los mozos:
–La genti va ya p’alanti.
Con esa pata charela (9)
tú no podías andar,
y corrías que volabas
cuando ibas a avisar (10).
Por Dios te pido, Fidela,
que cumplas bien con San Blas,
que él también cumplió contigo
cuando la jelga quemá (11).
Hogaño, si Dios quiere,
ha de haber buena función,
que le sirve la Justicia
a San Blas nuestro patrón.
Bernabé Vázquez dispuso
los cohetes de San Blas.
cohetes de nueve tiros,
diciendo: ¡Viva San Blas!
Torcuato montó en la yegua
y a Villamiel se marchó,
a decirle a las hermanas
que ya no hacía función.
Las hermanas le contestan:
–Torcuato, no seas roñoso,
que los mozos de Cilleros
son muchos y escandalosos.
De Miguelete en del Barrero (12)
también tenemos que hablar,
que lo mandó la Julita
a verter el orinal.
Saluda al Torcuato
y un beso dio a la Manuela,
y más lista que las ratas
por la cocina se cuela.
Silencio y no digo más:
por la puerta de Torcuato
no vuelve a pasar San Blas (13).
Entre la Julia y Vicente (14)
se comieron un farinato.
la pellica pa la Gora
y el pezón para Torcuato.
La Julia es un cagajón,
y la Felisa una estaca,
y ahora veremos Vicente
el dibujo que nos saca.
Silencio y no digo más:
A Torcuato en Villamiel
lo llaman el orinal,
y en Cilleros lo llamamos
bacinilla pa meal.
Al baboso de Torcuato,
cuando iba en procesión,
le quitaron cuatro piojos
del cuello del camisón.
Vicentito, Vicentito,
ya se te acabó el dinero.
Para poder ir al casino
has de vender el Pollero (15).
Silencio, digo a los ricos:
Por la puerta de Torcuato
no pasa San Blas bendito.
El que quiera perrunillas
como la palma de la mano,
que vaya a casa de la Elvira:
la Dolores las está dando.
A la pobre de la Herminia
la tienen como un correo,
atizando los candiles,
atizando los braseros (16).
Ninguno como los Churros
para servir a San Blas,
le han comprado un traje nuevo
y le hicieron función real.
Ninguno como los Torres
para servir a San Blas.
hicieron buena función al santo
y también la ensabaná.
La Milia en Valdecaballos (17)
y Pedro en el bodegón
convidando a los amigos
a rebanás de jamón.
Quien quiera café cantanti (18)
en la calli los Molinus,
casa de Pedru Chiveru,
qu’es pocilga de cochinus,
y que de mostraol tieni
la colcha de salal tocinu.
El señoritu Joaquín
con el sombreru quitao
nos ha repartío el vino
y también los mantecaos.
En la dehesa de las Navas
hay una muy señorona,
que de nombre se llama
Juliana la Tragantona (19).
De Juliana la Tragantona
también tenemos que hablar,
que gañanes y cabreros
con ella no pueden parar.
El cabrero se l’a dío (20)
y el gañán se le dirá.
y al pobrecito de Félix
con las cabras lo echará.
Y eso ya lo estamos viendo,
porque el pobrecito de Félix
con las cabras s’esta diendo (21).
Si no tiene mayordomo
le sirve el Ayuntamiento,
sumándose el pueblo a la fiesta
con alegría y contento.
Silencio y no digo más:
que un alcalde como éste
no lo ha habido ni lo habrá (22).
CACERÍA
Los conejos en el valle
están con mucho placer;
al verlos los cazadores
todos los van a coger.
Bendito y glorió (23) San Blas,
yo también soy cazador
y aquí traigo la mi caza
metida en este zurrón.
Más de doscientos conejos
y una jabalina gorda,
que la mató Andrés Cordero,
viudo de la Polonia (24).
Cien conejos se han matado
y una jabalina flaca;
la tiró Benigno El Corto
y la mató Francisco Bacas.
Ciento cincuenta conejos
se han matado en La Calzá (25)
Se lo dice el mayordomo,
que no han podido ser más (26).
Si ven pasar a un hombre
montado en un mulo tordo,
no le pregunten quién es,
que es el ti Primitivo el Cojo.
Al subir a la Portilla (27)
todos pidieron un trago,
y les contestó Modesto:
–Van los pellejos atados.
¿Quién se ha encontrado una escopeta
en lo alto de La Cuesta?
Es del ti (28) Primitivo el Cojo,
el marido de la Petra.
De Paco el de la Sandalia
también tenemos que hablar:
le tiró un tiro a una zorra
y se la dejó de escapar.
Al llegar al Barrerón (29)
el chisme cayó en la trampa
y el Cleto le dijo al Julio:
–Ya está la zorra enganchada.
Del dagalito (30) del Cuco
también tenemos que hablar,
que se quedó asustado
al ver aquel animal (31).
El señor Cándido Marcos
que se haga la puñeta,
que no mató el jabalí,
por no tener escopeta.
Y del Máximo Corona
también tenemos que hablar,
que le tiró al jabalí
y se lo dejó de escapar.
Y del Pedro Dislao (32)
también tenemos que hablar:
que se cogió un chorizo
y se lo metió pal morral.
DEL SANTO COMO TAL
De Sebaste fuiste hijo
y obispo luego, más tarde,
y en el pueblo de Cilleros
te tenemos como padre (33).
El día tres de febrero
ha de salir por las calles
el obispo saludando (34)
todas las enfermedades.
Bendito y glorió (35) San Blas,
sois escogido en los cielos,
y en llegando vuestro día
pierde el juicio todo el pueblo.
Las fieras a vos se humillan
mientras hacéis oración
y no se apartan de vuestro lado
sin la vuestra bendición.
A San Blas vamos buscando
y no lo podemos hallar.
Al monte se ha retirado
a vivir en soledad.
En el cielo manda Dios
y después nuestra patrona,
y después San Blas bendito,
nuestra corona de gloria.
Bendito y glorió San Blas,
vos no sois vengativo,
que al más rico de Cilleros (36)
no le dais el garrotillo.
REGALOS O FAVORES
Doña Damiana Girón
de Salamanca ha traído
para el pendón de San Blas
un cordón de oro torcido.
Doña Damiana Girón
mandó traer de la Zarza (37)
una lámpara a San Blas,
que le hacía buena falta.
Silencio y no digo más:
lámpara, bastón y mitra
le han regalado a San Blas.
Bendito y glorió San Blas,
médico sin medecina,
que le sacaste a un niño
de la garganta una espina.
Urbano se fue a la iglesia
y llevó a la Julia con él:
– Que no se muera mi padre,
que tiene mucho que moler.
De la María Antonia Churra
la casa se le quemó.
luego que llamó a San Blas
el fuego se le apagó.
El día tres de febrero,
antes de salir el día,
al pobre de Morcillica
la casa se le caía.
Morcillica, Morcillica,
te tenías por muy valiente,
y te viste en la calle
pegando diente con diente.
Morcillica, Morcillica,
te tienes por valentón
y te dejaste engañar
por el tonto de Melitón (38).
Un hermano que aquí vive
en tiempos ciego se vio
y ofreciéndose a San Blas
la vista le devolvió.
A San Blas vamos buscando
y no lo podemos hallar,
y en casa de la señora Claudia (39)
lo volvemos a encontrar.
A San Blas se lo llevaron
en el camión de Vallejo (40)
Lo llevaron a retocar
porque estaba ya muy viejo.
y la Guardia Civil lo detuvo
pensando que era un pellejo (41).
Si nuestro patrón San Blas
hubiera podido hablar,
del cabo de Moraleja
no se deja registrar.
Bendito y glorió San Blas,
qué contento que salió,
al estrenar el traje nuevo
que el pueblo le regaló.
Cuando Juanito se enteró
que San Blas estrenaba traje,
se hizo la permanente (42)
para estar más elegante.
Valentín toda la noche
con el reloj en la mano,
para darle la botica (43)
al Ambrosio, que está expirando.
La Telesfora lloraba
con su hijo Nicolás
y la Benita decía:
– Llamaremos (44) a San Blas.
Nicolás se fue a la iglesia
y se jincó de rodillas:
– Que no se muera mi padre
que somos mucha familia (45).
Venía la Inés ligera
con la botica en la mano.
Le dijeron: – Ya murió.
Y la tiró de regañado (46).
Bendito y glorió San Blas
¡quién se ha encontrado una gallina,
que es de Anselmo el Cabral,
el marido de la Benina (47).
Bendito y glorió San Blas.
ya apareció la gallina.
Se la encontró Chiripo,
el marido de la Benina.
Bendito y glorió San Blas.
quién se ha encontrado un reló.
Es del hijo de Severo,
que en el baile lo perdió.
VARIOS
Silencio y no digo más:
yo no vengo por el vino,
que vengo por la ensabaná.
La Julita de la Amparo
estaba llorando a gritos
y encendiéndole una vela
a nuestro San Blas bendito.
Dolores la de la Elvira
gritaba con desconsuelo:
– Que no se muera mi padre,
que estrene yo mi pañuelo (48).
La Antonia lloraba mucho
y en altas voces decía:
– Si se me muere el Julián
Gregorio me mataría (49).
En este año que estamos
ha de ir para La Pica (50),
para presenciar la revancha
entre el Pelliquero y el Chicha (51).
En el cielo manda Dios
y en la tierra los gitanos,
y en el pueblo de Cilleros
mandamos los cilleranos.
La mocedad de Cilleros
tiene por costumbre ya,
en viendo un chorizo gordo
el guardarlo pa San Blas.
Zapatilla, Zapatilla,
¡bien la tienes liá!
Por culpa de la carretilla
se pegó la autoridá (52).
En el pueblo de Cilleros
ya no se bebe buen vino.
se vende pa Moraleja,
que dicen que son más finos.
Moraleja, Moraleja…
bien te lo decía yo,
que acostumbrarte el buen vino
iba a ser tu perdición.
Entre guapos y valientes
se comieron un jamón,
mientras el pobre Pedro García
lloraba en el bodegón.
Y la Emilia Churra pregunta:
– Pedro, ¿dónde está el jamón?
– Lo comieron los amigos
en la puerta del bodegón.
De la templa de jamón
a Blas le entró cagalera
y Jesús Santero estaba
muy malito en La Parrera (53).
Del Urbano el Carota
también tenemos que hablar,
que se ha comido el jamón
y no lo quiso pagar.
Y Urbano como es un fanfarrón
ha tirado cuarenta duros
para pagar el jamón.
IRREVERENTES
Si nuestro patrón San Blas
pudiera subir a La Pica,
seguro que se quedaba
por encontrar buenas chicas.
Nuestro patrón San Blas
tiene la sotana rota.
Se la rompió en un zarzal
corriendo detrás de una moza.
ENEMISTAD CON SAN PEDRO CELESTINO (54)
Si San Pedro fuera de oro
y San Blas fuera de plata,
yo me tiraría a San Blas
porque no come patatas (55).
Si nuestro patrón San Blas
subiera a Bombarón (56)
a San Pedro Celestino
le daría un chapuzón.
Si nuestro patrón San Blas
pudiera subir la Cuesta,
a San Pedro Celestino
le cortaría la cabeza.
Si nuestro patrón San Blas
pudiera gastar calzones (58),
a San Pedro Celestino
le cortaría los cojones.
Cilleros y Villamiel
son dos pueblos muy amigos.
a San Pedro y a San Blas
los celebran con delirio (59).
A San Pedro, como era calvo
le picaban los mosquitos,
y su madre le decía:
– Ponte el gorro, Periquito.
Otra fiesta, dentro del calendario festivo, aunque ya perdida en Cilleros, era el jueves de comadres, cuyo origen parece hallarse en las Matronalia, que celebraban en Roma las matronas en honor de Juno Lucina y que estaba destinada a asegurar la fecundidad en las mujeres, y el jueves de compadres, que fue un simple remedo de la fiesta femenina. Estos jueves eran los dos anteriores a la Cuaresma, y en ellos se organizaban fiestas con comilonas y bailes. En el primero, las mujeres invitaban a los hombres y en el segundo al revés. Aunque, al parecer, no revistieron el boato que tenían en otros pueblos. Así, por ejemplo, en la comarca de Olivenza se celebraban los jueves de comadres y compadres de modo semejante al que se celebraban en la zona del Norte extremeño bajo el nombre de la enramá, enclavada “dentro de las fiestas de emparejamiento y rituales de iniciación, que en cierta manera se destinan a la consecución del noviazgo” (Raíces, I, 1995, p. 64) y que para algunos mitólogos no deja de tener vestigios dendrolátricos, es decir, de culto al árbol.
De la enramá cillerana han quedado pocos detalles, aunque puede que en tiempos pasados tuviera una mayor significación y un mayor arraigo del que últimamente se le atribuía, pues aquí, como en otros muchos pueblos la enramá ha quedado únicamente como ofrenda que un mozo hacía a la moza de sus amores, echándosela al balcón. En Cilleros perdura el recuerdo, entre los mayores del lugar, de la enramá envenenada, dedicada por un enamorado a su esquiva moza, que le echó al balcón después de cantarle:
Mariquita fuera yo
si no te la enfariñara (60),
a la sombra de un candil
mientras tu madre masaba (61).
Pero nada más.
Son muchos los autores que han tratado el tema del carnaval, de ahí que las interpretaciones a su posible significado también hayan abundado.
Para unos, las máscaras y los ruidos tienen la significación mágica de alejar a los malos espíritus y para otros las licencias sexuales que solían darse en algunos lugares durante estos días se remontaban a ritos de fecundidad de la tierra, creencias estas que en épocas históricas darían lugar a fiestas tales como las de Dionisos en Grecia o las Saturnales y Lupercales en Roma.
Para Julio Caro Baroja (El carnaval. Análisis histórico –artístico, 1965, pp. 144–145), sin embargo, el carnaval –palabra sobre cuyo origen también existen numerosas interpretaciones– “es casi la representación del Paganismo en sí frente al Cristianismo”, aunque también reconoce que los habitantes de las villas, campos y aldeas europeas, que son los que han creado el carnaval, dan esos días “rienda suelta a unos instintos que podríamos llamar dionisíacos”; es decir, en el sentido que Nietzsche dio a esta palabra: de lo irracional e instintivo que hay en el hombre, entendido como reafirmación de la voluntad de vivir.
En Cilleros, los carnavales comenzaban el llamado domingo gordo, que coincidía con los cuarenta días antes del Viernes Santo. Durante las fiestas, las mascaradas –mientras estuvieron permitidas –, cantos y charangas eran lo común y corriente, como los robos de chorizos, quesos o gallos por parte de los mozos, que luego terminaban en la taberna frente a una jarra de buen vino o en el bodegón familiar de alguno de ellos.
Otras costumbres propias de estos días eran los momos –grupos de personas disfrazadas que recorrían las casas en espera de ser reconocidos–, las enyinás, tiestos con brasas en los que se echaban pelos, guindillas picantes, trozos de cuernos, etc. para que desprendiera un hedor nauseabundo, que los bromistas colocaban en los bajos de las casas y que hacían toser, vomitar e incluso marearse a más de un pacífico inquilino, al taponar tales bromistas las cerraduras con engrudo hecho a base de harina escaldada; y el echar harina o espigas de anea desmenuzada a las mozas en el baile.
Y, como en otros lugares, la víspera de la cuaresma –el miércoles de Ceniza– salía por las calles el entierro de la sardina.
Lo primero que llama la atención de esta costumbre tan popular es el hecho de que sea pescado, y no carne, lo que se entierra, como símbolo de la lujuria y liberalidad del carnaval y, precisamente, como preludio a una época en que es precepto eclesiástico el uso del pescado, y no de la carne.Sin embargo, como escribe Pascual Madoz (Cit. por Caro Baroja, obr. cit. p. 111) “lo que parece positivo es que en la antigüedad, cuando se comía la vigilia toda la Cuaresma, se acostumbraba a enterrar una canal de puerco al que se daba el nombre de sardina, cuyo uso se ha corrompido con el significado que hoy se da a este pescado”.
Al entierro se unían todos los jóvenes y muchachos de ambos sexos. Adornaban unas andas con papeles multicolores, colocaban dos estacas en sus partes delantera y trasera y de ambas colgaban una bacalada –bacalá en cillerano–. El conjunto se completaba con un farol. Y detrás de las andas, muchachos con capa y sombrero y muchachas con mantilla –de riguroso luto– cantaban, en mezcla de ritual religioso y pagano:
La sardina que aquí viene
tan linda y tan resalada,
es preciso con el vino
procurarla de enterrarla.
Un trago, dos tragos, etc.
Finalmente, se comía la bacalada y los mozos seguían con sus cánticos, rociados de buen vino, del que siempre ha tenido fama Cilleros, por las calles del pueblo.
Después venía la Cuaresma. Y con ella las giras y las reuniones en casa de alguien para jugar a las prendas. De algún modo había que entretenerse durante los cuarenta días en que las algaradas y los bailes estaban prohibidos por orden eclesiástica.
Con la desaparición del servicio militar obligatorio se esfumó también la fiesta de los quintos, vocablo que se empleaba para designar a los mozos desde que se sorteaban hasta su incorporación a los cuarteles, en que se convertían en reclutas. Fiestas en apariencia informales y desenfadadas, pero que guardaban connotaciones y rasgos tan antiguos que no dudo en remontar a los vettones e incluso a épocas anteriores, cuando la iniciación del futuro guerrero adquiría una importancia capital para unos pueblos que, en la mayoría de los casos, dependían del valor y el coraje de sus hombres; pueblos pastores–guerreros adiestrados y endurecidos entre las breñas serranas; pueblos que despreciaban y abandonaban a los débiles y ancianos porque no servían para defender al clan, pues significaban un estorbo… De ahí que antaño en Cilleros, como en otros pueblos sierragatinos, se mirase con malos ojos a los jóvenes que, por una circunstancia u otra, no podían cumplir el servicio militar.
¿Acaso no rememora este hecho –aunque de otro modo, o de una perspectiva más civilizada, mas no por ello menos cruel– el de abandonar a los inútiles, o el de aquellos que, ya viejos, se envenenaban o se abandonaban a las fieras para no ser una carga a la tribu?
Los quintos en Cilleros se tallaban –se les medía su estatura– el primer domingo de Carnaval, o domingo gordo, y los declarados aptos para el servicio iban con sus padres, que habían asistido a la talla y al sorteo de destinos, a tomar las copas a casa. ¿Las copas? Un auténtico festín sí que se hacía… Había que celebrar el acontecimiento. Y a él quedaban invitados familiares y amigos. Vino y matanza, matanza y vino. Y dulces para las mujeres, que también participaban de la alegría general. En tiempos más antiguos, como recuerdo de una edad patriarcal, sólo asistían los hombres al banquete. Y, por primera vez, el mozo fumaba delante del padre, del jefe de la familia, del jefe del clan, en una palabra. Ya era un hombre y podía hacer lo que los hombres. Luego, la conmemoración seguía por el pueblo, para terminar los quintos juntos en el baile o recorriendo las tabernas del pueblo, donde eran agasajados. ¡Cómo no! ¡Si eran los reyes de la fiesta!
El martes de carnaval, los quintos, con la chambra y la bandolera –¿uniforme de guerrero?– y la cayada –¿cayada=arma?– pedían el chorizu por las casas; chorizos que comían en mancomunidad el jueves de compadres. En esta costumbre de pedir el chorizo se ha creído ver el intento de aumentar las provisiones del mozo que se iba a la sierra para su iniciación. Otros le aplican una connotación viril, ya que en algunos pueblos como Cilleros también se les daban huevos, además del chorizo.
En otras ocasiones, los quintos no aparecían por su casa durante tres o cuatro días. Se abastecían de lo que les daban por el pueblo o de lo que compraban con su dinero. ¿Recordaba esto, acaso, el tiempo que el guerrero tenía que pasar en la sierra valiéndose de sus propios medios o habilidades para subsistir y curtirse como guerrero?
Y, finalmente, en la fiesta de la patrona –la Virgen de Nevelonga, en abril– tenía lugar la carrera de caballos. Enjaezados y engalanados, con una moza a la gruta, los caballistas iban llegando a la explanada de la ermita. Vueltas y revueltas de lucimiento para, después, correr solos alrededor del templo. Demostración de que se habían superado las pruebas y que el mozo podía considerarse guerrero. Y luego, el cuartel, la sierra moderna.
Y con los quintos concluían los festejos que antaño se celebraban en Cilleros en el mes de febrero.
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NOTAS
(1) Por eso en algunos grabados antiguos se le representa con un rastrillo y también con un cirio encendido, símbolo de su afán por curar enfermedades.
(2) Capaceta. Estera circular donde se colocaban las aceitunas recién molturadas para, posteriormente, ser prensadas al objeto de extraerle el aceite.
(3) La Iglesia pasó la fiesta pagana al día 2 –cuarenta días después de Navidad– para respetar la ley mosaica según la cual las madres judías debían purificarse en el templo cuarenta días después del nacimiento del infante. Se cree que fue el emperador bizantino Justino I quien estableció la fiesta cristiana de las Candelas en el año 541 ó 542.
(4) Cada tres piedras o cada disparo de escopeta valían la sexta parte del precio en que era tasado el gallo.
(5) Liendrosa. Sucia, llena de liendres.
(6) Hay otra versión: En una manta liendrosa/echaste cuatro aceitunas./Si no es por la Encarnación/se vienen sin probar ni una.
(7) Lugar pequeño y sucio, en este caso.
(8) En lo tocanti a la hisa. En lo referente a la hija, a la que tacha de guarra.
(9) Pata charela. Torcida, deforme.
(10) Avisar. Invitar a la función.
(11) Jelga. Jerga, colchón de paja o hierba. Posiblemente hace alusión a que la tal Fidela se salvó de morir abrasada al prendérsele la jerga donde dormía.
(12) Barrero. Nombre de un barrio de Cilleros.
(13) Esta estrofa de tres versos se emplea para decir algo tajante, una imposición, bien de alabanza o de culpa, como en este caso, que hay que aceptar. Otra versión dice: Por el barrio del Alperchín/ no vuelve a pasar San Blas. Torcuato vivía en un barrio con ese nombre.
(14) Vicente Torcuato y Julia –Julita– su mujer.
(15) Pollero, nombre de una finca de Torcuato, en la carretera de Moraleja.
(16) Tal vez esta estrofa aluda a lo intempestivo de algunas visitas a casa del mayordomo, tanto de día como de noche.
(17) Milia. Aféresis de Emilia.
(18) Cantanti. Daba el cante, en el sentido de que era escandaloso, por lo malo.
(19) Tragantona. Apodo, por avariciosa, ansiosa, de quererlo todo para ella.
(20) Se l’a dío. Se le ha ido.
(21) S’está diendo. Se está yendo.
(22) No hay referencias de a qué alcalde pueda referirse la estrofa.
(23) Glorió. Apócope de glorioso.
(24) Polonia. Aféresis de Apolonia.
(25) Calzá. La Calzada, nombre de una finca del término de Cilleros.
(26) Según otra versión, el último verso decía: Y aún pudieron ser más.
(27) Portilla. Lugar con ese nombre a la salida del pueblo, donde hay una pendiente.
(28) Ti. Apócope de tío.
(29) Barrerón. Topónimo de un lugar próximo al pueblo.
(30) Dagalito. Muchacho joven.
(31) Se refiere al susto que se llevó el hijo del Cuco cuando vio venir hacia él un jabalí enorme durante la cacería.
(32) Como se ha dicho, en las cacerías, el mayordomo no sólo llevaba vino, sino también chacina y otros alimentos con que acompañarlo. El tal Pedro debió afanar en su propio y particular beneficio; sólo que fue visto por alguno de la cuadrilla y… salió en los cantares.
(33) Según otra versión te veneran como padre.
(34) Saludando. Sanando.
(35) Glorió. Apócope de glorioso.
(36) Según otra versión, que a los ricos de Cilleros. En cuanto a lo del garrotillo, unos piensan que hace referencia al garrote vil y otros a un golpe dado con el báculo del santo. Sin embargo otros aseguran, y parece la opinión más convincente, que con garrotillo se designa una enfermedad de garganta, tal vez la difteria.
(37) De Zarza la Mayor.
(38) Parece ser que el último verso era, originariamente, del troncón de Melión, entendiendo troncón como sinónimo de torpe. Y, al parecer, esta estrofa tiene su origen en que Melitón trajo de Portugal al primero unos cohetes para la fiesta, que fallaron casi todos.
(39) Doña Claudia Obregón, mi tía y madrina, que había mandado retocar la imagen del santo, que estaba muy deteriorada por las salvas de los escopeteros.
(40) Vallejo. Nombre de una empresa de transporte que en aquel entonces hacía servicios en la zona.
(41) Otra versión dice: y en Coria lo registraron/creyendo que era un pellejo –de vino, se sobrentiende–. Sólo que esta segunda versión se contradice con los versos siguientes, a no ser que la Guardia Civil registrase dos veces el camión, de lo que, sin embargo, no queda constancia.
(42) No queda constancia de quién pudo ser el tal Juanito, aunque los versos dan una clara idea de sus tendencias… (43) Botica. Medicina.
(44) Este llamaremos tiene aquí el sentido de rezaremos.
(45) Este verso manifiesta menos egoísmo que el anteriormente citado que tiene mucho que moler.
(46) Regañado. Con enfado.
(47) Benina. Benigna, nombre de mujer.
(48) Nueva prueba de egoísmo. Aunque esta estrofa y la siguiente son muestras del miedo o temor de las muchachas jóvenes a estar de luto los días de la fiesta del patrón, las más importantes del año.
(49) Un poco exagerado lo que la moza dice, pero puede explicarse tal vez por el hecho de que si había tenido un luto anterior, teniendo en cuenta lo que antaño duraban, ante la enfermedad del padre estaría temerosa de pasar otros años sin salir de casa.
(50) La Pica. Antiguo paseo, hoy barriada, al norte el pueblo.
(51) Al parecer hubo cierto pique entre el pelliquero y el carnicero; lo que no se recuerda es el motivo.
(52) Otra versión dice tú la tienes bien liá. No se ha encontrado explicación a este cantar.
(53) La Parrera. Nombre de una finca del término.
(54) San Pedro Celestino es el patrón del vecino pueblo de Villamiel.
(55) Hace referencia a que en Villamiel se comían las patatas con profusión y abundancia.
(56) Bombarón. Arroyo que separa los términos municipales de Villamiel y Cilleros.
(57) La Cuesta. Pendiente que existe a la salida del pueblo, que da acceso a la carretera que conduce a Villamiel.
(58) Otra versión de este verso: pudiera gastar zajones. Parece más razonable la primera versión.
(59) Canción compuesta por alguna persona piadosa y bienintencionada para limar asperezas, porque la enemistad y el enfrentamiento entre ambos pueblos era real y enconada.
(60) Enfariñara. Alusión al acto sexual.
(61) Masaba. Aféresis de amasaba.
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BIBLIOGRAFÍA
ÁLVAREZ, Ana Mª y JORGE HIDALGO, Francisco: Análisis de la fiesta y cancionero de San Blas en Cilleros, UNED, Mérida, 1989.
CARO BAROJA, Julio: El Carnaval (Análisis histórico-cultural), Taurus, Madrid, 1965.
HARRIS, Marvin: Vacas, cerdos y brujas, Alianza Editorial, Madrid, 1982.
OLIVENZA: “El folklore en la frontera”, en El folklore extremeño, tomo I (F. Tejeda Vizuete), Coleccionables HOY, Badajoz, 1995.