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Los recientes avances en el campo de la música grabada nos obligan a retroceder mínimamente para observar los descubrimientos que, en la grabación analógica y digital, se realizaron en el pasado siglo XX. En particular nos interesa la evolución en los registros realizados en los trabajos de campo desde aquella grabación histórica realizada en 1890 por Jesse Walter Fewkes a los indios Passamaquoddy en Maine y considerada generalmente como la primera impresión sobre rodillo de cera de una encuesta folklórica. En España son bien conocidas, aparte las grabaciones comerciales, algunas encuestas de investigadores extranjeros que probaron los aparatos más sofisticados del momento para realizar grabaciones que todvía se conservan. Sería muy interesante, en concreto, comparar los medios técnicos con los que trabajaron Kurt Schindler, Alan Lomax y Manuel García Matos, por ejemplo. Del aparato con el que grabó Schindler en 1932, fabricado por Sherman Fairchild, al Ampex usado por Matos, pasando por el Magnecord recién estrenado de Lomax hay muy pocos años y mucha tecnología por medio. Precisamente el padre de Alan Lomax, John Lomax, había encargado en 1934 a Walter Garwick un grabador portátil más económico que el Fairchild para sus trabajos de campo con un resultado diverso: frente a los 1.500 dólares del grabador Fairchild el nuevo “portátil” (había que trasladarlo siempre en coche por su volumen) sólo costó 450, pero los numerosos fallos hicieron desistir pronto a sus compradores de usarlo. En poco más de veinte años, pues, se transfomaron los medios de grabación de tal manera que bien puede decirse que en ese período de tiempo se establece una frontera entre los albores en el campo de los registros y la primera y fructífera etapa de la grabación sobre cinta magnética.