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Boira y Timoneda son dos eslabones importantes en la cadena del cuentecillo tradicional; Timoneda, imprescindible. Ambos llevan a cabo una labor similar: recopilación de historias, gracias, chistes. Quizás los fines que perseguían establecieron unas diferencias importantes. Boira se dirige a un lector al que quiere entretener y hacer reír; Timoneda pretende dar al público un manual o acopio de gracias e historias de las que se pueda valer en las tertulias o cualquier otro momento de reunión. Mientras Boira revisa toda la tradición escrita anterior para recopilar todo tipo de entretenimientos: refranes, máximas, curiosidades, adivinanzas…, a los que debió de añadir algún chascarrillo de tradición oral, Timoneda extracta únicamente cuentecillos, que muchas veces considera glosas de refranes, allegados de las fuentes clásicas, o cultas del momento, a las que une decididamente la fuente oral. Pero parece que siempre tiene en mente su deseo de que sea un instrumento que pueda usar el lector. Incluso en la “Epístola” introductoria de su El Patrañuelo, obra que refleja unas composiciones más aptas para el deleite de la lectura que para la transmisión oral, por su desarrollo más amplio, al estilo de las novelas italianas de la época, asegura: “Y así (…), yo te desvelaré con algunos graciosos y aseados cuentos, con tal que los sepas contar, como aquí van relatados, para que no pierdan aquel asiento y lustre y gracia con que fueron compuestos.
Vale” (p. 19).
La “Epístola al lector” del Sobremesa y Alivio de caminantes (p. 202) es harto descriptiva:
(…) se contienen diversos y graciosos cuentos, afables dichos, y muy sentenciosos. Así que fácilmente lo que yo en diversos años he oído, visto y leído, podrás brevemente saber de coro, para poder decir algún cuento de los presentes. Pero lo que más importa para ti y para mí, porque no nos tengan por friáticos, es que, estando en conversación, y quieras decir algún cuentecillo, lo digas a propósito de lo que trataren. Y, si en algunos he celado los nombres a quien acontecieron, ha sido por celo de honestidad y quitar contienda”.
Precedía a la “Epístola” un “Soneto a los lectores”. En él aconseja, una vez más, la conveniencia de acomodar los cuentecillos, a la hora de contarlos, a las circunstancias del auditorio:
Por eso el decidor hábil, prudente,
tome de mí lo que le conveniere,
según con quien terná su pasatiempo.
Con esto dará gusto a todo oyente,
loor a mi autor, y al que leyere
deseo de me ver en algún tiempo (p. 201).
En definitiva, Timoneda se adhiere al intento del hombre humanista de distinguirse en el discurso ameno, sazonado con gracias, donaires, motes, burlas, consonantes y cuentecillos apropiados para cada ocasión en toda reunión social. Entre las historias, las había verdaderas y otras fingidas, como diría Castiglione en su El cortesano (II, V), en
este caso es lícito fingir; y siendo el fundamento puesto sobre verdad, puédese aderezar con atreverse a mentir un poco, quitando o poniendo, según es menester. Mas la verdadera y perfeta fineza desto es mostrar tan propriamente y tan sin trabajo, con ademanes y con palabras, lo que el hombre quiere esprimir, que a los que lo oyan les parezca ver hecho y formado delante sus ojos lo que cuenta. Y tanta fuerza tiene esta manera de contar así distinta y propria, que muchas veces es causa que parezca bien una cosa y sea tenida por muy buena, aunque de suyo no lo sea (1).
De cualquier forma, Castiglione pedía que en el burlar, en la narración de anécdotas, en los dichos y demás, los ademanes y la palabra moviesen a la risa; evidentemente, esto debía adecuarse al auditorio. Lo anterior nos lleva al tópico de la calidad del relato más en el saber decir que en la bondad del mismo: “Trae asimismo risa, lo cual también se contiene debaxo de saber contar bien un cuento…” (2).
Pero eso ya es la habilidad del narrador, habilidad reservada para pocos; Timoneda ofrece la partitura; la ejecución, para los buenos “cortesanos”, para los buenos contadores.
No hay mayor garantía, en suma, de que Timoneda está tratando con materiales que se usaron oralmente, que su misma obra es un innegable hito en la tradición oral.
Poco se sabe de la vida de Timoneda, que nació en Valencia hacia 1518 ó 1520 (algunos adelantan bastantes años la fecha) y debió de morir en 1583 (pero sin datación segura). Publicó infinidad de canciones y romances (Rosa de romances [1573],…), un buen puñado de comedias propias y adaptaciones (Tolomea [1566], Serafina [1566], Los Menemnos [1559, de Plutarco],…), autos sacramentales (La fuente sacramental [1575],….), crónicas (La memoria hispanae [1569],…), místicas (Reclamo espiritual [1571],…), pasos, farsas…
Fue obra de la fortuna que este zurrador de pieles (curtidor) diese la espalda a su oficio y volcase su ímpetu en las letras. Llegó a formar una amplia biblioteca, con lo que se entiende que muchas de las producciones clásicas y de la época, pasando por sus manos, se enraizaron en la tradición que él impulsó; porque, en definitiva, esa es la labor que Timoneda llevó a cabo y por la que las letras españolas siempre le estarán en deuda: dejando las pieles, la edición de libros eclosionaron con él. Como especie de mecenas, tomó a su cargo la impresión de infinidad de títulos. Bien conocida es la cita de Cervantes en la que le proclama inmortal, alejado “del olvido y muerte” sólo por imprimir “las comedias del gran Lope de Rueda”, el sevillano al que tanto admiró.
El trabajo que nos ocupa nos encauza a la labor cuentística de Timoneda. Hay en El Patrañuelo (Valencia, 1567) algunos cuentos conocidísimos, incluso por los folkloristas, como el que constituye la patraña catorcena, que es el cuento de las tres preguntas, el tipo 922 (según el catálogo general de Aarne–Thompson (3): El pastor que sustituye al sacerdote contesta las preguntas del rey [abad y cocinero, en este caso: A un muy honrado abad / sin doblez, sabio, sincero, / le sacó su cocinero / de una gran necesidad, adelanta su sinopsis]). Así como otros, por ejemplo, la patraña quince (tipo 882), la patraña diez y ocho, que viene a ser el tipo 1789* (El sacristán le roba dinero al clérigo), el que viene a ser una amplificación del tipo catalogado por Boggs (4) como 1535*A, el cual sí recoge Boira (nº 664); sin embargo, la función de fuente para Boira, hay que descartarla. No así con las otras dos obras imprescindibles de Timoneda: en 1563 aparecía el Sobremesa y Alivio de caminantes y, al poco tiempo, Buen Aviso y Portacuentos (1564):
En días pasados imprimí primera y segunda parte de El Sobremesa y Alivio de Caminantes, y, como este trabajo haya sido muy acepto a muchos amigos y señores míos, me convencieron que imprimiese el libro presente, llamado Buen Aviso y Portacuentos, adonde van encerrados y puestos extraños y muy facetos dichos (…) (“Epístola al benigno lector”, p. 73)
Y no miente Timoneda cuando afirma que su trabajo fue muy aceptado (más, al parecer, que el Buen Aviso). No hay duda de que se leyó; pero el valor de su libro trasciende. Sin duda debió de servir para lo que fue creado, como instrumento en manos del contertuliano; pero su aportación a las letras fue de mayor calado, especialmente para un género concreto. Solemos tomar a Correas como uno de los pioneros del folklore (salvando las distancias temporales con la nueva ciencia) por tomar de la boca del pueblo infinidad de refranes y cuentecillos, pues los cuentos de Timoneda llevaban editados bastante más de medio siglo, y la Floresta de Santa Cruz, de una amplia difusión fuera y dentro de España, brotó a continuación de los cuentos de Timoneda (1564). En ambos, dejó huella; referente a Correas, que lo llega a mencionar como autoridad en algunos refranes, pensemos que Timoneda expone la mayor parte de los cuentos del Buen Aviso como explicación de refranes, es decir, como aclaración al Por qué se dijo, tarea específica que distinguirá sobremanera al extremeño.
Un autor menos conocido, Julián de Medrano, dos décadas después de la aparición del Sobremesa, escribía una obra miscelánea, La silva curiosa (1583), en ella copió más de cuarenta cuentecillos de Timoneda, constituyendo la casi totalidad de la parte de cuentos (acogía también un tratado de paremiología y una novela pastoril).
De Medrano, poco conocemos. Gustó de la cultura francesa, tal vez ello explique la aparición de su obra en París, editada por Nicolás Chesneau. Peregrinando a Santiago, se abrió al cultivo de la magia, sortilegios y profecías. Publicó, además de la silva, una Historia singular de seis animales, d´el Can, d´el Cavallo, d´el Osso, d´el Lobo, d´el Ciervo y d´el Elefante (1583), obra que, para algunos críticos, viene a ser una copia del libro de Luis Pérez Del Can y del Caballero (Valladolid, 1568).
De su miscelánea se efectuó una reedición en 1608 por voluntad de César Oudin, en la que se agregó la Novela del curioso impertinente. Sbarbi reservó el tomo X de su Refranero general a una nueva reedición de la Silva (en 1878), que es la obra que manejamos.
Fueron del gusto de la época las misceláneas, en este caso silvas, o selvas en que, como denota, florecían todo tipo de flores o florestas de surtidas composiciones (Silva de varia lección de Pedro Mexía [1540], el Jardín de flores curiosas de Torquemada [1573],…).
De la cuentística de Timoneda se hicieron diversas reediciones, pocas coincidentes. Unas eliminaban cuentecillos por considerarse inadecuados, otras agregaron algunos (ya la de Valencia, 1569, aumentaba en 25 cuentos El Sobremesa y Alivio de Caminantes).
Desde las primeras ediciones, venían agregados a los poco más de los tres centenares de los de Timoneda una docena de otro autor poco conocido, Joan Aragonés. La edición de Évora (1575) añadía tres más (quince en total).
Las fluctuaciones y los diferentes criterios en las ediciones de Timoneda–Aragonés han creado una disparidad en la numeración de los cuentos, que siempre hay que tener en cuenta; seguimos la edición de Pilar Cuartero y Maxime Chevalier.
En la siguiente relación figuran cuentos copiados de Timoneda, Aragonés y Medrano por Boira, junto a otros cuya coincidencia es accidental, a través de otros autores.
De la docena de cuentos de la edición princeps de Aragonés, cuatro son coincidentes con otros tantos de los de Timoneda y cinco con los de Medrano. Tres coinciden en los cuatro autores de que tratamos. Las múltiples coincidencias, todas ellas, evidentemente en Boira, pueden contemplarse en la descripción siguiente. Los títulos señalados corresponden literalmente a los empleados por Boira.
CUENTECILLOS COINCIDENTES CON OTROS AUTORES YA TRATADOS
2. El alcalde y su burro (Boira, El libro de los cuentos, I, pp. 34–35; Santa Cruz, Floresta, IV, VI, 6) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 77) (Medrano, La silva curiosa, II, pp. 157–158: Donosa respuesta y disputa de un labrador con ótro).
5. El lenguaje de los peces (Boira, I, pp. 61–62; Santa Cruz, VI, VIII, 12; Roberto Robert, El mundo riendo, p. 46) (Timoneda, “Portacuentos”, nº 3).
13. El registro de necedades (Boira, I, p. 142; 142; Santa Cruz, I, III, 1; Asensio, Floresta, II, II, I, XXII y II, IV, III, II) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 32 [dar dinero al alquimista]) (Medrano, II, p. 150: Sabia respuesta de un criado á su señor indiscreto y pródigo [dar dinero al alquimista]).
14. Comer para morir (Boira, I, p. 148–149; Santa Cruz, IX, IV, 2; Asensio, III, VI, IX, VII) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 31).
16. Escipión y Ennio (Boira, I, p. 187; Santa Cruz, VII, I, 19 [20]) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 161 [68], impersonalizado).
18. El curioso por su mal (Boira, I, p. 204; cf. Santa Cruz, II, VI, 5) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 41).
23. Esperanzas de estudiante (Boira, I, p. 235; Santa Cruz, II, VI, 11) (Timoneda, “Sobremesa”, I, 62).
27. Los ladrones aconsejados (Boira, I, p. 248; Santa Cruz, IV, V, 3; Roberto Robert, p. 16) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 37) (Medrano, II, p. 152: Paciente respuesta á unos ladrones).
56. Verdad amarga (Boira, II, p. 45; Santa Cruz, XI, VIII, 6) (Timoneda, “Buen Aviso”, nº 17).
85. La suerte (Boira, II, p. 183; cf. Santa Cruz, II, II, 71) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 124 [31]) (Medrano, II, pp. 162–163: Que los bienes y mercedes de los príncipes y reyes se alcanzan y consisten más en la ventura que en el merecimiento de los que les hacen servicio).
101. Una reforma (Boira, II, pp. 242–243; Santa Cruz, I, III, 2; Fernán, Elia o España treinta años ha, cap. X, p. 108) (Timoneda, “Buen Aviso”, nº 62).
122. Un maravedí (Boira, II, pp. 288–289; Santa Cruz, V, V, 8) (Timoneda, “Portacuentos”, nº 85).
125. Las perdices malas (Boira, II, pp. 301–302; Santa Cruz, V, I, 10) (Timoneda, “Portacuentos”, nº 42).
159. La reina y el ajo (Boira, III, p. 30; Santa Cruz, II, I, 11) (Timoneda “Sobremesa”, II, nº 101 [8]).
168. Cabeza de músico. Le puso a su amo una cabeza de cabrito sin sesos, por haberlos comido, diciendo que carecía de ellos por ser músico (Boira, III, p. 62: , II, VI, 15) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 81. El criado lo es a la vez de poeta y músico. Tras comer los sesos y ponerles las cabezas sin ellos, explica: “Señores, músico y poeta, que carecen de sesos”).
182. Dios ó el diablo (Boira, III, pp. 69–70; Santa Cruz, V, I, 22) (Timoneda, “Portacuentos”, nº 39).
188. El examen de bufón (Boira, III, pp. 94–95; Santa Cruz, II, V, 17) (Timoneda, “Buen Aviso”, nº 27).
209. La miel asada (Boira, III, p. 123; Santa Cruz, V, I, 13) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 83).
357. La murmuración de los borrachos (Boira, I, pp. 118–119; Roberto Robert, pp. 163–164) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 115 [22]. Sin mención a Pirro).
386. El primer día de viuda (Boira, I, p. 242; Asensio, II, VIII, III, II; Roberto Robert, p. 165) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 57) (Medrano, II, pp. 155–156: Respuesta de una impía mujer a su marido).
431. Afeitar callando (Boira, II, p. 252; Asensio, III, IV, IV, II; Roberto Robert, p. 104) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 105 [12]).
433. Afeitar de limosna (Boira, III, pp. 14–15; Asensio, III, IV, VII, III) (Roberto Robert, p. 518) (Medrano, II, p. 143).
436. El dormido despierto (Boira, III, p. 58; Roberto Robert, pp. 777–778, además otra versión más en verso en p. 700a) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 21).
447. La amenaza por defensa (Boira, III, pp. 120–121; Asensio, III, II, I, XV; Roberto Robert, p. 29) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 114. Son dos embajadores del rey de Inglaterra ante el rey Alemán).
495. La molinera en el río (Boira, I, pp. 19–20; Asensio, III, V, V, XI; Fernán Caballero, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos” en O.C. El refranero…, nº 25, pp. 81–84) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 1) 508. El gato cocinero (Boira, I, pp. 68–69; Asensio, III, IV, VI, VII) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 84) (Medrano, II, p. 159: Simpleza de un vizcaíno con un gato).
513. El verdugo barato (Boira, I, pp. 97–98; Asensio, II, III, VI, VII) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 29) (Medrano, pp. 149–150).
521. Lo mismo la pena que el delito (Boira, I, p. 116; cf. Asensio, III, II, VI, VI) (Timoneda, “Buen Aviso”, nº 53. Su sino es hurtar, el del amo es el azotarlo).
534. Los comestibles más baratos (Boira, I, pp. 241–242; Asensio, II, III, VIII, VIII) (Timoneda “Sobremesa”, I, nº 43) (Medrano, II, p. 152: Simpleza graciosa de un estudiante de Salamanca).
596. Prudencia de Filipo (Boira, II, p. 263; Asensio, III, II, I, XII) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 117 [24]. Filipo no expulsaba a los maldicientes para que no le disfamasen entre gentes extrañas. Además, lo hacía para probar su paciencia o para corregirle; en el primer caso, con su tolerancia probaba la paciencia, en el segundo, le serviría para enmendarse.) (Medrano, II, pp. 161–162: Sabia respuesta).
597. El rábano caro (Boira, II, pp. 270–271; Asensio, II, II, I, XVIII) (Joan Aragonés, Cuentos, 5) (cf. Timoneda, “Buen Aviso”, nº 36. Un poeta le dio unos versos al rey, por los que fue recompensado; otro poeta pretendió lo mismo, el rey le recompensó con los versos del primer poeta) (Medrano, II, pp. 145–146: Astucia y conocimiento de un rey con dos labradores [rábano y membrillo]).
608. El miedo de matarse no es miedo (Boira, III, pp. 205–206; Asensio, III, III, V, III) (Timoneda, “Portacuentos”, nº 89) (Joan Aragonés, 11) (Medrano, II, p. 148).
614. Las joyas (Boira, III, pp. 209–210; Asensio, III, VII, I, V) (Timoneda, “Buen Aviso”, nº 44, no personifica).
631. El rey jugando (Boira, III, pp. 247–248; Asensio, II, II, I, XXXI) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 136 [43]).
632. El dinero del ciego (Boira, III, pp. 250–251; Asensio, III, IV, VI, III) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 73).
656. El amo burladazo (Boira, I, pp. 17–18; cf. Fernán, La viuda del cesante, BAE, 140, p. 16A) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 51) 659. Las alforjas cosidas y descosidas (Boira, I, pp. 32–33) (Recuerda a Timoneda, “Portacuentos”, nº 95. El ladrón coge el pescado recién comprado por el clérigo y lo echa en un capazo. Le dice al eclesiástico que si lo hubiese guardado en un capazo, como él, no se lo hubiesen robado).
664. El leñador honrado (Boira, I, pp. 135–137; Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 33, pp. 96–99) (Variante ampliada en Timoneda, El Patrañuelo, VI).
675. Decir que sí o á la cárcel (Boira, I, pp. 235–236; Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Cuentos”, en O.C. El refranero…, nº 19, pp. 70–72) (Timoneda, “Sobremesa”, I, 53).
695. El tropezón (Boira, III, pp. 47–48; Fernán, “Las noches de invierno en las gañanías. Chascarrillos”, en O.C. El refranero…, nº 6, p. 116) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 167 [añadido ed. de Évora]).
700. Las medias del cantor. Le dice al rey que con su voz es capaz de hacer lo que quiere. El monarca, que ha observado el mal estado de las medias del músico, le dice que se haga con ella un par de medias (Boira, II, p. 295) (Timoneda, “Buen Aviso”, nº 33. Un gran músico llevaba un fallo en unas botas: “De tantos puntos que dáis / sobrados en la vihuela, / echad tres en esa suela”.) (Santa Cruz, Floresta, VI, II, 6).
701. El arte de silbar. Unos estudiantes querían burlarse del campesino, y le mandaron silbar; lo hizo en tono bajo, porque… estando cerca las bestias, acostumbraba a silbar bajo (Boira, II, pp. 41–42; Roberto Robert, El mundo riendo, p. 226) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 15. Le piden burlonamente que silbe; lo hace suavemente. Le preguntan que si no sabe hacerlo más fuerte, a lo que: “—Sí sé, respondió él; mas para los cabrones que me han de oir basta con esto”).
BOIRA, TIMONEDA, ARAGONÉS, MEDRANO
702. La curiosidad exagerada. Se disculpó de estar en la viña alegando que había ido allí a “descomer”. Lo quiso probar con la primera deposición que halló: “lo que había dejado” un buey. Dudando el dueño de la palabra del visitante de la viña, pues reconocía a aquello como excremento de buey, el ladrón se ofendió, porque él podía hacerlo a lo buey, si quería (Boira, I, pp. 25–26) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 65).
703. El convidado y el cubierto. Advirtiendo el anfitrión que un invitado esconde un cubierto para llevarlo, hace lo mismo. Cuando ve que un criado busca los cubiertos, le entrega el que ha cogido y le dice que el otro se lo pida a N., porque lo habían hecho para probarle (Boira, I, pp. 29–30) Timoneda, (“Sobremesa”, II, nº 100 [7]).
704. El rey y Quevedo. Broma del rey que hace tomar chocolate hirviendo al literato. Éste ventosea y gesticula, al tiempo que se disculpa diciendo que ha soltado un “desgraciado que va huyendo de la quema” (Boira, I, pp. 31–32) (Cf. Timoneda, “Portacuentos”, nº 46. Por glotón al coger el loco Oliver un guiso hirviendo, le obligó el señor a comer todo él en las mismas condiciones, por los calores no pudo evitar un viento… “¿en cuál casa echarán fuego, que la gente de ella no trabaje de salir fuera?”).
705. El frasco pequeño. Le ofreció un buen vino en un frasco muy pequeño. Juzgó que para tener cien años (el vino) es pequeño aún (el frasco). (Boira, I, p. 43) (Timoneda, “Buen Aviso”, nº 11).
706. El descansar fuera de tiempo. Se ponen en cadena para alcanzar un tonel en el centro del río, el primero suelta las manos para escupirse y se rompe la cadena humana (Boira, I, pp. 59–60) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 166 [añadido ed. de Évora]).
707. La oreja de Alejandro. Se tapaba una oreja cuando escuchaba al acusador, reservando la otra para el acusado (Boira, I, p. 70) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 162 [69]. Es impersonalizado aquí).
708. La inocencia discreta. El conquistador frustrado pide a la joven, que camina tras una burra, que entregue un beso por él a su madre; ella replica que dé el beso a la burra que llegará antes que ella (Boira, I, pp. 80–81) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 63) (Medrano, II, p. 157: Graciosa respuesta de una aldeana á un cortesano).
709. Un buen remedio a falta de azotes. Le insultaban los niños. Decidió recompensarlos por tal actitud.
Cuando se habituaron al pago, no quisieron seguir insultando gratis: cesaron los insultos (Boira, I, p. 81) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 19).
710. El engañador engañado. Disputa por si el gallo iba en la compra de la leña. El escribano apuesta que habrá juicio, y el labrador que no. Llegado el juez, el labrador reconoce que el gallo iba en la compra, por lo que no hay juicio. Gana la apuesta, que era más suculenta que el gallo (Boira, I, pp. 84–85) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 18).
711. Consejo de mujer. El tendero daba de menos en lo que vendía. Remordiéndole la conciencia, la mujer propone que se hagan tejedores y dar de más en la lana (para que las hilanderas hagan más confección) (Boira, I, pp. 95–96) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 48).
712. El soldado arqueólogo. El soldado observa unas inscripciones latinas y dice que es bueno y lindo, porque no las entiende; y juzga que si las entendiese valdrían poco (Boira, I, pp. 109–110) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 103).
713. Un acreedor de lo que no hay. Olvidándose de quién le debe el duro, la mujer le propone que cuando le saluden diga: “—Mejor me valdría mi duro”. Repitiendo la fórmula en todas partes, al fin coincidió con el olvidado deudor, que se descubrió: “Hombre, yo te daré mi duro sin tantos rodeos” (Boira, I, pp. 112–113) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 50) (Medrano, II, pp. 153–154: Aviso y astucia provechosa de una mujer con su marido).
714. La locura de casarse viejo. Le dicen al viejo que ha hecho una gran locura casándose tan viejo, a lo que replica que es así porque, mientras tuvo juicio, ninguna le pudo atrapar (Boira, I, p. 117) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 159).
715. Conocer por el olfato. Soltó una pluma. Alguien dice que es de Perico, a lo que éste responde que es verdad, “porque él demasiado conoce mi género” (Boira, I, p. 118) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 71).
716. El apóstol correo. Pinta trece apóstoles: para arreglarlo, añadió a uno las insignias del correo. Le dijo a quien lo encargó que pronto cenaría aquél y se marcharía con el correo. Prometió pagarle cuando así fuese (Boira, I, pp. 119–120) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 45) (Medrano, II, pp. 152–153: Excusa donosa de un pintor habiendo errado la obra).
717. El parentesco decente. El prisionero se las arregla para acercarse a Filipo y advertirle que lleva las ropas “deshonestamente levantadas”. El rey lo libera (Boira, I, pp. 184–185) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 141, sin personalizar) (Medrano, II, p. 165: De un cautivo astuto y venturoso).
718. Pensamientos. Hay cuatro acciones, según Catón, de las que uno se arrepiente siempre (fiar secreto a mujer; hacer viaje por mar, pudiendo por tierra; orar en público por hipocresía y aconsejar a tontos). Y otras tres contristan al enfermo: temor de la muerte, dolores del cuerpo y cesación de los deleites, y habría que añadir una cuarta: “El haber de llamar al médico” (Boira, I, p. 211) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 133 [40]. Sólo la de ir por mar pudiendo ir por tierra. El resto, no coincide: tomar dineros sin contarlos, empezar en ayunas. Añadiría: pedir licencia a la mujer para el multiplicante, comida en la mesa, bebida cuando sed).
719. El arte de remozar. Adriano negó una gracia a un hombre cano. Teñido éste, volvió a pedir la misma gracia, pero fue reconocido. “Ya se la negué a tu padre”, le argumentó cuando volvió a negar (Boira, I, p. 224) (Timoneda, “Portacuentos”, nº 75).
720. Dichos célebres de Sócrates. Su patria, el mundo. Come para vivir, no al revés. Sabe que no sabe nada. Se distingue de otros filósofos en que no cree que lo sabe todo. Ve de superfluo en Antístenes su orgullo al través de los agujeros de la capa (Boira, I, p. 227) (Cf. Timoneda, “Buen Aviso”, nº 8. Reprochando al servidor la escasez, le decía que le sirviese de beber, saltó el señor que en su casa comían para vivir y que no vivían para comer).
721. El caballo de Pauson. El pobrísimo Pauson le pide que le dibuje un caballo revolcándose en el suelo. Lo hace galopando y dice que si quiere verlo revolcarse que lo coloque boca abajo. Así puede verlo en las dos posiciones (Boira, I, pp. 229–230) (Cf. Timoneda, “Buen Aviso”, nº 48. Es una versión distinta atribuida a Apeles, coincide en cuanto a lo del caballo; pero luego le sigue la escena del albéitar que quiere juzgar en lo que no es su oficio).
722. Abrir al que llama. El caballero dio un golpe al lacayo truhán “en la conclusión de la espalda”, con lo que este soltó una pluma. Reprendido por ello, alegó: “¿A que puerta llamara V. que no le respondan?” (Boira, I, pp. 230–231) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 39).
723. La oración de una vieja. Pedía todos los días a Júpiter por Dionisio, pues siendo sus predecesores sucesivamente malos, peor, y él mismo pésimo, temía que le “heredase alguna infernal furia” (Boira, I, pp. 237–238) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 119 [26]).
724. La ciudad de las tabernas. El andaluz asegura que, con los ojos cerrados, sabrá siempre en qué parte de la ciudad le paran. Le desorientan y le hacen detenerse en algunos puntos. Siempre dice que está frente a una taberna (Boira, I, pp. 244–245) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 144. El filósofo fue el único que bebió con moderación. Dijo que, con los ojos cerrados, sabría dónde lo dejaban, siempre dijo que entre tinajas, cuando lo dejaron caer, que entre locos).
725. Filipo y la vieja. Filipo se negó a atender a una vieja condenada injustamente, alegando que no tenía tiempo. La vieja le reprochó que no tuviese tiempo para hacer justicia a sus súbditos. El rey hizo justicia (I, p. 257) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 118).
726. La apelación para ante el mismo juez. Soñoliento, Filipo, condenó a la anciana Macheta injustamente. Ella apeló a Filipo, pero cuando estuvo despierto (Boira, I, p. 293) (Timoneda, “Portacuentos”, nº 80. La vieja quiere que el rey la vuelva a juzgar antes de comer, para que no le influya el vino).
727. Vicisitudes de la suerte (verso). “Tenia un hombre un talego”. Un hombre escondió un talego de doblones junto a un árbol. Otro, desesperado por falta de dinero, quiso colgarse de él, y casualmente encontró el tesoro. Cuando volvió el primero y no halló el dinero, se colgó de la cuerda que no usó el otro (Boira, II, pp. 32–33) (Timoneda, “Portacuentos”, nº 101).
728. Un hombre liberal. Marco Antonio, magnánimo, mandó dar 2.000 onzas de plata a un amigo. El mayordomo avaro, no atreviéndose a decirle que era gran cantidad, extendió todo el dinero sobre la mesa. Marco Antonio, que captó la indirecta, mandó, por el contrario, doblar la donación (Boira, II, p. 39) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 128. Timoneda lo atribuye a Alejandro) (Medrano, II, p. 163: Liberalidad del rey Alejandro).
729. Dormir antes de matarse. Perdiendo en el juego, quiso que alguien se batiese a duelo con él, como se negasen todos, se durmió. Otro perdió también y sintió el mismo impulso. Se despertó el primero y le aconsejó que durmiese antes, como había hecho él (Boira, II, pp. 122–123) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 16).
730. Cada uno á su negocio. El caballero informa burlonamente en la posada que el rey ha ordenado que las mozas casen con ancianos y que los jóvenes lo hagan con ancianas. No pareció bien a la hija de la posadera; pero sí a la propia anfitriona (Boira, II, p. 123) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 17).
731. El hurto del cerdo. Un compadre aconseja al hombre que, para no compartir su cerdo con los vecinos, lo cuelgue en la ventana y diga a todos después que se lo han robado. Durante la noche, el propio compadre le roba el cerdo. Al día siguiente, no se da por aludido cuando el pobre hombre confiesa que, realmente, le han robado el cochino, e incluso insiste en que así debe actuar: quejándose de que se lo han robado (Boira, II, pp. 167–168) (Timoneda, “Buen Aviso”, nº 9).
732. Barba de soldado. No admitían soldados sin la barba suficiente como para tener un peine en ella: sacó uno y se lo clavó en la carne bajo la escasa barba (Boira, II, p. 185) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 94 [1]).
733. Vajilla de terciopelo. Dicen al vizcaíno que le han honrado sacando la vajilla de plata; pero se enoja por el comentario, pues de terciopelo la merecía él (Boira, II, p. 185) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 23).
734. La imitación errada. El médico supo que el enfermo había comido fruta, lo cual le había prohibido, y le reprendió. Explicó a su ayudante que lo había descubierto porque cerca de la cama había unas pepitas. Con estas argucias acrecentaba su fama. El ayudante aprendió la lección, y reprendió a otro enfermo por haber comido paja: cerca de la cama había algunas (Boira, II, pp. 190–191) (Timoneda, “Portacuentos”, nº 53. El médico culpa a los parientes de darle duraznos, al ver las cáscaras. El aprendiz acusará a otros de haberle dado albardones).
735. El hurto con la casulla. Un pillo entró en la tienda en que se vendían ornamentos religiosos, escogió algunos objetos de valor y pidió al vendedor que se probase cierta casulla, ya que tenía la misma constitución que el párroco que encargaba la compra de los objetos. Mientras el vendedor se paseó con la casulla por la tienda, el pillo escapó con los objetos robados. Cuando salió a la calle gritando, con la casulla puesta en persecución del ladrón, hizo pensar a la gente que se había vuelto loco (Boira, II, pp. 218–219) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 102 [9]) (Medrano, II, pp. 160–161: Ardid diabólico de un ladron que robó á un clérigo).
736. Castigar con buenas palabras. Castigaba a la esposa “mal domada” con un palo; los parientes le reprochan tal forma de castigo: debía hacerlo con buenas palabras. Escribió en el palo Pater noster y Ave Maria (Boira, II, p. 278) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 3).
737. La piedra filosofal. El pícaro engaña al conde para que le compre el secreto de la piedra filosofal. En una primera prueba, mezcla algunos ingredientes corrientes entre los que aparecen algunos trozos de oro, con lo que convence al noble, y desaparece con la fuerte suma (Boira, II, pp. 279–282) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 6. El alquimista dice que conseguirá el doble de lo que le dejen. La primera vez así lo hace, pero cuando depositan gran cantidad, escapa con el botín).
738. Morir por ser el rey tuerto. Antígono ofreció el perdón a Theócrito si se presentaba ante él. Pero éste dijo que no podía compadecer a los ojos del rey, porque sólo tenía uno. La broma le costó la vida (Boira, II, p. 297) (Timoneda, “Buen Aviso”, nº 58; sin personalizar).
739. El verdugo cocinero. Siendo la cena escasa para todos, el astuto estudiante usó su cuchillo para comer las perdices, y salió con que era verdugo. Los escrúpulos de los dos acompañantes le dejaron solo ante la cena (Boira, II, pp. 297–298) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 91).
740. El verdugo en la fonda. Le dice al fondista que el caballero que le ha pedido que le eche le conoce bien, especialmente sus espaldas (Boira, III, pp. 11–12) (Cf. Timoneda “Sobremesa”, II, nº 126 [33]. Dice que no conoce a su adversario “porque siempre le vi las espaldas.” huyendo) (Medrano, II, p. 163: De dos soldados; como en Timoneda).
741. El aldeano y los lacayos. Se las ingenia para comer los pasteles y que le saquen la muela sin tener dinero (Boira, III, pp. 13–14) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 22).
742. Un moribundo. En el momento de la muerte reprende al hijo por tener dos candelas encendidas (Boira, III, p. 52) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 129 [36]).
743. Mujer sin habla. Le comunican al marido que su habladora esposa se acaba de desmayar en un baile y ha perdido el habla. Pide que la dejen así, que de esa forma “será la mejor mujer del mundo” (Boira, III, pp. 52–53) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 155 [62]).
744. La novia bebedora. Dice que no quiere casarse con ella por comentarse que come pan con desmesura, ella le asegura que no hay tal, que con unas pocas migajas es capaz de beber cinco azumbres de vino. Es entonces cuando el joven la rechaza con certeza (Boira, III, pp. 57–58) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 26) (Medrano, pp. 148–149).
745. El hombre afeminado. Notando Cenón que uno de los reunidos estaba muy bien compuesto y perfumado, preguntó que quién era el que olía a mujer (Boira, III, p. 97) (Timoneda, “Buen Aviso”, nº 48, no personalizado).
746. El sacrificio. Los agoreros le dicen a Alejandro que, por el bien de su empresa, debe matar al primero que vea al día siguiente. Vio a un labrador con su burro; se hicieron los preparativos para sacrificar al labrador, pero éste objetó que a quien primero había visto fue al burro, pues él iba detrás, por lo que a la bestia correspondía ser sacrificada. Así se hizo (Boira, III, pp. 141–142) (Timoneda, “Buen Aviso”, nº 39).
747. Un señor despejado. El señor ve que un ladrón le roba algunas vajillas mientras come y que le hace gestos de que calle. Cuando el criado busca la vajilla, él dice que un ladrón la ha llevado y que no ha advertido del robo porque así lo pidió el ladrón (Boira, III, pp. 162–163) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 98 [5]).
748. Qué rey es mejor. Discutiendo un portugués y un castellano en Sevilla qué rey era mejor, el portugués dijo que el de Portugal: el castellano le dio una cuchillada. Cuando el castellano fue a Portugal se encontró al portugués, que reinició la antigua disputa: el castellano reconoció que el mejor rey era el portugués, y explicó que bastante necio sería si en un país despreciase a su rey (Boira, III, pp. 199–200) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 52) (Medrano, II, p. 154: Venganza de un portugues, y respuesta de un castellano).
749. El juramento de Alejandro. Ofendido contra una ciudad de Asia, Alejandro marchó sobre ella. Apareció en las almenas su maestro con la idea de aplacarlo, pero Alejandro le aseguró que no le concedería lo que le iba a pedir: el maestro le pidió que destruyera la ciudad. Alejandro se sintió atrapado en su propia red, y perdonó a la ciudad (Boira, III, p. 219) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 147 [54]).
750. El diamante recobrado. Alonso V de Aragón entró con sus cortesanos a una tienda a comprar alhajas. Cuando salieron, el comerciante vino tras la corte diciendo que le habían robado un diamante. El rey ordenó a los suyos que metiesen la mano cerrada en un gran barreño lleno de salvados y que el que hubiese robado el diamante lo dejase allí. Todos metieron la mano y la sacaron abierta. El diamante apareció entre el salvado sin que nadie perdiera la honra (Boira, III, pp. 225–226) (Timoneda, “Sobremesa”, II, nº 99 [6]) (Medrano, II, p. 160: Invencion sabia de un rey de Nápoles para hacer cobrar un diamante á un lapidario [sin personalizar]).
751. El ladrón de casa. El hijo del comerciante le roba al padre para vender en la calle. El padre le dice que, ya que lo malvende, que le venda a él lo que le hurte. El hijo señala a unos cántaros de cobre del comercio y le pregunta al padre que cuánto le da por ellos, suponiendo que ya se los ha robado; le da treinta reales, que coge el hijo prometiendo no vender más al padre, porque compra muy barato (Boira, III, pp. 238–239) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 89).
752. Los hijos del astrólogo. El astrólogo le comunica a su mujer embarazada los malos augurios que preceden a los que van a nacer: un hijo será corta bolsas y otro matador. La mujer discurre que el primero sea bolsero, y cortará bolsas y el segundo sea carnicero, y matará carneros (Boira, III, p. 250) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 27) (Medrano, p. 149).
753. El astrólogo (verso). “Por observar en el cielo” una estrella, cayó en una zanja (Boira, III, p. 262) (Timoneda, “Portacuentos”, nº 17) (Medrano, II, pp. 166–167: Que muchos astrólogos judiciarios profesores del futuro, ignoran las más veces lo presente, y escudriñando los secretos del cielo no saben solamente los de la tierra).
754. Una mujer mala (verso). “Muy cerca ya del garrote” quiso hablar con su mujer, pero ella le dijo: “El tiempo estamos perdiendo; / Dímelo andando, marido” (Boira, III, p. 288) (Timoneda, “Sobremesa”, I, nº 20).
755. La anguila a cuenta de palos. Un labrador presentaba al marqués una excelente anguila, pero el portero sólo le dejó pasar si compartía con él la ganancia del excelente pez. Ante el noble, el lugareño sólo accedió a la venta si le pagaba con cien azotes. Cuando le dieron cincuenta ligeros, dijo que tenía que compartir el precio del pez con un socio; el portero. Castigaron al portero con buenos “vergajazos” y recompensaron al labrador (Boira, I, pp. 296–298) (Joan Aragonés, 3) (Medrano, II, pp. 144–145: Sutil venganza de un villano).
756. La pena del talión. Un hidalgo se querelló contra un albañil ante D. Pedro el Cruel; porque se había caído desde un andamio sobre otro hidalgo pariente suyo, y lo había matado. El rey propuso que el albañil sufriese la misma muerte, y que desde el andamio se lanzase el hidalgo. El demandante perdonó al albañil (Boira, I, pp. 156–157) (Medrano, II, pp. 172–173: Que es cosa vana y cruel querer vengarse de un mal ó daño hecho por inadvertencia ó por caso fortuito).
757. El hijo fraile. El padre da cuanto tiene para los estudios de su hijo esperando que le asista en la vejez, pero el joven se hace fraile por “vivir en pobreza”. El padre alega que en mayor pobreza viviría si estuviera con él, ya que nada le había quedado (Boira, I, pp. 245–246) (Medrano (La silva curiosa, II, p. 141).
758. Las gallinas y la mujer propia. Alcibíades dice que soporta el ruido de sus gallinas porque le dan pollos y huevos, Sócrates dice que hace lo propio con su mujer porque le da hijos (Boira, III, p. 56) (Medrano, II, p. 171).
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NOTAS
(1) CASTIGLIONE, Baltasar de: El Cortesano, trad. de Juan Boscán (1534), ed. Rogelio Reyes Cano, Espasa–Calpe (“Austral”, 549), Madrid, 19845, p. 185.
(2) Supra, p. 187.
(3) AARNE, Antti y THOMPSON, Stith: The Types of the Folktale; a Classification and Bibliografy. Translated and enlarged by Stith Thompson, FFCommunication, núm. 184, Helsinki, Indiana University 1964.
(4) BOOGS, Ralph S.: Index of Spanish Folktales, FFCommunication, núm. 90, Helsinki, Academia Scientiarum Fennica, 1930.
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BIBLIOGRAFÍA
AGÚNDEZ GARCÍA, José L.: “Tradición Oral y Literatura”, Revista de Folklore, 288 (2004), pp. 194–207; 290 (2005), pp. 62–72, 302 (2006), pp. 57–72.
BOIRA, Rafael: El libro de los cuentos, colección completa de anécdotas, cuentos, gracias, chistes, chascarrillos, dichos agudos, réplicas ingeniosas, pensamientos profundos, sentencias, máximas, sales cómicas, retruécanos, equívocos, símiles, adivinanzas, bolas, sandeces y exageraciones. Almacén de gracias y chistes. Obra capaz de hacer reír a una estatua de piedra, escrita al alcance de todas las inteligencias y dispuesta para satisfacer todos los gustos. Recapitulación de todas las florestas, de todos los libros de cuentos españoles, y de una gran parte de los extranjeros, Madrid, Imp. Miguel Arcas y Sánchez (“Biblioteca de la Risa por una Sociedad de Buen Humor”), 1862, segunda edición, 3 tomos.
FRADEJAS LEBRERO, José y AGÚNDEZ GARCÍA, José L.: “Tradición Oral y Literatura”, Revista de Folklore, 302 (2006), pp. 57–72.
MEDRANO, Julián de: La silva curiosa en que se tratan diversas cosas sutilísimas y curiosas, muy convenientes para damas y caballeros, en toda conversación virtuosa y honesta, en José Mª Sbarbi (dir.), El refranero general español, parte recopilado, y parte compuesto por…, Madrid, Imp. A. Gómez Fuentenebro, 1874–1878, t.10.
TIMONEDA, Joan, ARAGONÉS, Joan: Buen Aviso y Portacuentos (1564) y Alivio de Caminantes (1563). Cuentos, ed. de Mª Pilar Cuartero y Maxime Chevalier, (“Clásicos Castellanos, núm. 19”), Madrid, Espasa–Calpe, 1990.
TIMONEDA, Juan de: El Patrañuelo (1567), ed. de Federico Carlos Sainz de Robles, Madrid, S.A.P.E.–Club Internacional del Libro, 1986.