Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >
En el semanario de Vigo “A nosa terra” (9 de julio de 2004) leí un comentario crítico de Xosé Miranda acerca de historias de ficción popular que tienen como protagonistas reales a los propios ríos. En Galicia están los ríos Eume, Sor y Landrove. En Rusia, los ríos Volga y Vazuza. Lo interesante es que, existiendo todo un vasto continente que separa Galicia de Rusia, las historias nacidas en esas regiones, no hermanas y desvinculadas de cualquier contacto, sean como hijas gemelas de una misma narrativa y sensibilidad. Pueden intercambiarse los nombres de los ríos, que el contenido significativo es idéntico.
Xosé Miranda tituló su breve y atractivo texto “Un cuento ruso en Galicia”, por tener en la memoria de lector el ensayo “Un cuento oriental en Galicia”, del gallego Bouza-Brey, fino espíritu de poeta y de etnógrafo de la Galicia madre (fue Bouza-Brey quien descubrió en un almanaque lisboeta de señoras del siglo XIX, el que se considera último poema escrito por Rosalía de Castro, fallecida en 1885, un poema dedicado a Inés de Castro, Luis de Camoes y Mondego, que era composición ignorada hasta ese descubrimiento notable). A su vez, nos indica Xosé Miranda que, en la sección Etnografía incluida en la monumental Historia de Galicia (que dirigió Otero Pedrayo, polifacético escritor cuya memoria se cultiva en su linda casa de Tresalba, Ourense, convertida en casa-museo), Vicente Risco, tomándola de Bouza-Brey y denominándola como una “historia de tipo mítico”, incluía esta narración: “Nacieron tres fuentes muy juntas, como tres hermanas (Eume, Sor y Landrove) y el mar les prometió que le daría una persona todos los años a la primera de las fuentes que llegase a él. Las tres se pusieron a caminar pero, con la envidia que se tenían, algo cansadas, se echaron a dormir no sin antes acordar que la primera que se despertase había de llamar a las otras. Despertó una, y en vez de cumplir la promesa de despertar a las otras, se marchó ella sola, en silencio y procurando que no la viesen. Luego despertó otra, y viendo que no la habían llamado, salió furiosa, aunque también en silencio para que no lo supiese la tercera. Cuando ésta despertó, se encontró sola y empezó a correr como una loca, saltando por encima de los montes y peñascos, y llegó antes que sus hermanas. Es el río de los puentes de García Rodríguez, que todos los años tiene de renta una persona que le da el mar, y por eso brama tanto y es tan falso”.
Es una historia de tres ríos gallegos, nacidos casi de un mismo vientre, de fuentes muy próximas unas de otras, que revelan que los ríos tienen, como las personas, ambiciones terribles, egoísmos perversos y envidias que tienen que exteriorizar.
Xosé Miranda detalla: “Bouza-Brey, en “Los mitos del agua en el noroeste hispánico”, publicado en la Revista General de Marina, vol. CXXIV, 1942, refiere que la narración fue tomada de boca de una labradora de la comarca del Ferrol. Pero Risco tuvo dificultades para clasificar esta historia. Pensó que se trataba de una creencia y no se atrevió a calificarla como leyenda (los protagonistas no son seres humanos, no hay un narrador fiable). De este modo, la asimiló a un mito aunque no le pareciese totalmente como tal”.
Avanzando en la crítica –que es la de proponer un lugar firme para una calificación idónea– Xosé Miranda aporta la solución del problema: “Resulta, no obstante, que esta narración no es sino un cuento, un cuento explicativo, hagiográfico o, lo que viene a ser lo mismo, se trata de un mito transformado, como tantos otros cuentos, pero en el fondo y en definitiva, un cuento. Si esto pasó desapercibido a Vicente Risco y a todos sus continuadores, a los recopiladores posteriores y a los antólogos del cuento oral, es porque se encuadra extrañamente (o no tan extrañamente) ya que no figura en el catálogo tipológico de Aarne y Thompson.
Pero al leer –continúa Xosé Miranda– el primer volumen de los Cuentos populares rusos, de A. N. Afanasiev, hallamos el cuento titulado “El Vazuza y el Volga”: “El Volga y el Vazuza estuvieron discutiendo mucho tiempo sobre cuál de los dos era más listo, más fuerte y más merecedor de respeto. Después de hablar mucho, como no se ponían de acuerdo, decidieron lo siguiente: –Nos acostaremos los dos al mismo tiempo y el que antes despierte y llegue primero al mar de Jvalinsk, será el más listo, más fuerte y más merecedor de respeto.
El Volga se echó a dormir y así lo hizo el Vazuza también. Pero el Vazuza se levantó en plena noche sin hacer ruido, buscó el camino más recto y corto y se puso a andar. Cuando despertó el Volga se echó a andar, ni lento ni acelerado, sino como cumplía. En Zubstov alcanzó al Vazuza y al verle ya tan imponente, el Vazuza se asustó, se declaró su hermano menor y le pidió al Volga que le tomase en brazos y le llevase hasta el mar de Jvalinsk. Desde entonces, el Vazuza es el primero que despierta en primavera y hace salir al Volga de su sueño invernal”.
Nos dice además Xosé Miranda que este cuento sobre el Volga y el Vazuza fue recogido en la región de Kalinin y que existen cuentos análogos en torno a otros ríos.
En resumen ¿qué tipo de cuento viene a ser éste para el gallego Xosé Miranda? Para él no se trata de un cuento folklórico común, en el sentido que le da Aarne a esta denominación. Tampoco se trata de uno de los chistes o anécdotas que inventarió el finés. Sólo podría ser incluido entre los cuentos de animales, concretamente en el apartado “otros animales y objetos”. ¿Qué vemos en todo esto? Los científicos tienen sus categorías, y ante la pluralidad sistematizan, definen y ordenan la sabiduría ad aeternum. Mas se olvida de Protágoras, el sofista griego que vivió entre el 480 y el 410 antes de Cristo. El fundamento de su criterio –tan patente en el relativismo y tan fortalecedor de la deseable tolerancia entre las tribus humanas– está en este principio: “La verdad es tan defendible como la falsedad, teniendo ambas el mismo valor moral para la vida humana”. Protágoras, en la línea anticipada por Heráclito, reputa el devenir a la esencia de las cosas y, por eso mismo, la imposibilidad de concebir la verdad como algo absoluto y permanente. Por estas reflexiones se le considera a Protágoras como un pensador al que se le puede resumir en cuatro palabras que son pedestal inexpugnable desde hace muchos siglos: “El hombre es la medida de todas las cosas”. Las palabras que salieron de su boca percibían el mecanismo de las relaciones todas dependientes de la naturaleza humana. Pensando en este milenario concepto (el mejor abogado de la tolerancia que existe es ver la confusión de la ruina de las arrogantes ideologías, esas creencias de espectro desvariado), hasta me apetece añadir a las palabras “el hombre es la medida de todas las cosas” estas otras, complementarias y que Protágoras no rechazaría: “…la medida de todas las cosas, incluyendo estas cosas propias que no tienen lengua ni alfabeto para salir de su mudez ininterrumpida e interminable”… Si el amable lector estuviese dispuesto a aceptar esta lectio (Protágoras se hacía pagar cien minas por cada lección, la mía es gratuita), le dejaría por unos momentos con la lectura del brevísimo texto de Agostinho de Campos (Porto, 1870 – Lisboa, 1944) que abre su libro de ensayos Jardim da Europa (Lisboa, 2ª ed. 1919, 352 pp.) y se titula “La vitola humana” (vitola significa medida, patrón, regla, modelo, norma). Es un texto que defiende lo que pretendo exponer y supera la nomenclatura del rígido y austero Xosé Miranda. Mi código no es el corsé de las ciencias y sus ficheros sino la libertad de espíritu (el espíritu sin encerrar en el propio espíritu). De ahí que escoja a Agostinho de Campos para mejorar mi lectio: “La vitola humana.
La medida de todas las cosas es el hombre, dijo Protágoras. Y el filólogo alemán O. Weise lo cita a propósito de la aplicación de los sexos humanos al género gramatical de las palabras. El sol (Helios) era para griegos y romanos masculino, porque despertaba en ellos la idea de un soberano fuerte y severo, capaz de lanzar sobre los animales y los hombres mortíferas saetas de fuego; la luna, por el contrario (Selene), les parecía suave figura de mujer, por eso es femenina. Pero los antiguos germanos, habitantes del norte de Europa, vieron inversamente los dos astros. Para ellos el sol, más blando, era como diosa maga que despertaba a las flores de su sueño de invierno, al paso que la luna les evocaba en el espíritu las noches heladas de caza y de guerra. De ahí die Sonne y der Mond, es decir, inversión total de los géneros que las dos palabras tuvieron en las lenguas del sur. Los ríos de Grecia, torrenciales e impetuosos casi todos, tenían nombres masculinos; los de Alemania, con su curso tranquilo, inspiraron al genio de la lengua designaciones femeninas casi siempre. En la medición de las cosas, propiamente, es donde se ve que el hombre, en efecto, es su medida. El origen del sistema decimal está en los diez dedos de nuestras manos. El pie, el paso, la pulgada, el codo, la braza –antecesores del metro y sus divisiones– reflejan o aprovechan para vitolas de medida otras tantas dimensiones de nuestro cuerpo. La legua es el camino andado por el hombre en una hora. El momento se llama en alemán der Augenblick, es decir, el abrir y cerrar de ojos. Las palabras pedazo, bocado, bit, bisschen, significan originalmente la porción de alimento que la boca o los dientes podían tomar de una sola vez. La mano de papel tiene cinco cuadernos como la nuestra tiene cinco dedos… Todos estos ejemplos y muchos otros análogos se agolparon y definieron en mi mente cuando una señora inglesa amiga mía me contó el ingenuo y gracioso dicho de una criada suya. La joven había venido del alto Miño poco tiempo antes. Era ruda y analfabeta pero viva, inteligente, despierta. La señora, al recibirla, la preguntó con interés sobre su pasado, su familia, su pueblo. Y al oir el nombre de éste, para ella completamente nuevo, observó honradamente que no conocía tal sitio y que ciertamente se debía de tratar de una aldea pequeñísima. A lo que la joven objetó inmediatamente:
–No, señora. Es una tierra importante. Tiene nueve pianos y dos consejeros”…
El lector se dio cuenta: también se mencionan los ríos, los cambios de género (masculino, femenino) conforme a la región… Asimismo notó que nuestra mano es la medida y el origen de las cuentas… decimales (diez dedos). Seguramente comprendió que el hombre es en verdad la medida de todas las cosas. Entonces podemos seguir.
Las cosas (ríos, astros, montañas, insectos, guijarros, etc.), son realidades sin palabra. Los insectos aún consiguen transmitir algo que nos hace inquietar… pero el infinito número de cosas sin palabra no dice si el hombre fue o no el primero en decirlas. Y es que nosotros (tú y yo, lector) proyectamos en las cosas nuestro (el tuyo, el mío) diseño mental e intención especulativa. Todo lo que está a nuestro alcance es medido por nuestra manera de pensar y de sentir. Hablamos por todos y por todo.
Los ríos Eume, Sor, Landrove en Galicia y los ríos Volga y Vazuza, en Rusia, no contaron a nadie su historia “personal”, llena de intencionalidades humanas (la envidia, el deseo insatisfecho, la ambición, la tentación… que está ya en el Padre Nuestro: no nos dejes caer en la tentación, Señor).
Los ríos de estos cuentos (¿qué interesa la discusión para un catálogo tipológico de si son creencias, leyendas, mitos enteros, mitos en desuso, cuentos y, entre éstos, cuentos de animales?) reflejan en todo lo que Eça de Queiroz recreó en su celebérrimo cuento “O Tesouro”. No trata este cuento de ríos ambiciosos sino de tres hermanos (Rui, Guanes, Rostabal), tres hidalgos asturianos en la degradación de la miseria, devorados por la trama de la envidia entre ellos y, sobre todo, de la ambición sin límite, o mejor cuyo límite es el asesinato, el fratricidio… Van hasta el bosque de Roquelanes y ahí, como dádiva del diablo, encuentran un cofre con tres llaves y tres cerraduras repleto de doblones de oro del tiempo de los moros. Para festejar el hallazgo, Guanes, de acuerdo con los otros dos hermanos, “trota” para la aldea cercana de Retortillo, llevando ya dinero en la bolsa, a comprar tres alforjas de cuero, tres maquilas de cebada, tres empanadas de carne, que no comían desde la víspera; la cebada era para las yeguas. Guanes había dejado el cofre cerrado, los hermanos lo mismo, guardando cada uno consigo una de las tres llaves. El cofre sólo podría ser abierto por la acción simultánea de las tres llaves.
Rui, en ausencia de Guanes, revela a Rostabal lo siguiente: mira que Guanes estuvo a punto de no venir con nosotros, podríamos haber encontrado el tesoro solos y no tendríamos que compartirlo entre tres. Nos haríamos ricos...
Al volver de Retortillo, Rostabal mata, de acuerdo con Rui y sin encomendarse a Dios ni al diablo, a Guanes, atravesándole el costado con su afilada espada. A continuación Rui, que era un estratega de las eliminaciones por etapas, mata a Rostabal con el puñal. Por fin, las tres llaves del cofre están reunidas en una sola mano. Rui es, ahora, el único y feliz poseedor del extraordinario tesoro. Se pone a soñar en el futuro dorado de ese oro sin fin. Quien sueña alto tiene que celebrarlo. Y Rui va a celebrarlo. Tiene las empanadas a la espera de la gula para saciar el hambre crónica. Tiene el vino de dos botellas. La tercera se la habría bebido Guanes por el camino… Está feliz. Rui es el hombre más feliz del mundo. Comienza a beber de las botellas. El buen vino ayuda a pasar las empanadas… AI rato, siente dolores terribles. Y muere rápidamente envenenado. El hermano Guanes, otro ávido de riqueza toda para él, había envenenado el vino para liquidar a sus hermanos Rui y Rostabal.
Nunca la libertad, la igualdad y la fraternidad habían estado tan unidas en la Santísima Trinidad. El resultado es evidente: “El tesoro sigue allí. En el bosque de Roquelanes”. Seguramente a la espera de otros hermanos para que la historia se repita como otros ríos y fuentes del camino humano.
En 1952 pedí la colaboración de Antonio Sergio para la fiesta “A Teixeira de Pascoaes, o Poeta” celebrada a la sombra del susurrante bosque del Parque de Santa Cruz, en Coimbra. La Academia de Coimbra aplaudía al poeta de melancólica fibra lusitana, con energía para reedificar el país. Antonio Sergio –que meditó sobre el cuento queiroziano de “O Tesouro”, la tragedia de la falta de cooperación entre las tribus humanas– termina su presencia de gloria a Pascoaes con este hermoso y significativo soneto como reacción al verso “las personas son nada y las cosas todo” (en el poemario “As sombras”, de 1907):
AL POETA TEIXEIRA DE PASCOAES
“Las personas son nada y las cosas todo”:
ah, si lo pensaste así y lo dijiste
es que, infundiéndoles alma, las cosas diste
a un corazón represo, jadeante y mudo.
El penumbroso monte, el tronco rudo,
viven en la niebla humana en que los pusiste;
volviste hermano ansioso al viento agreste
y cariñoso al césped en su suavidad.
Bendito sea tu canto porque despierta
esa visión de un alma libertada
de las cadenas de la lucha y la miseria.
Y devuelta por fin al paraíso
porque vio, a la luz de la vida etérea
que las personas son todo y las cosas nada.
Antonio Sergio
La conclusión sergiana de que las personas son todo y las cosas nada (y por eso Antonio Sergio luchó contra el salazarismo dedicado a las obras de apariencia, a la monumentalidad estrábica de las piedras y terrazas, a los puentes, a las carreteras y diques sin hacer nada por los trabajadores), esa conclusión de estirpe sabia también vale para la etnografía y el folklore cuando las cosas no son vehículo de nuestras proyecciones anímicas siéndolo sin embargo generalmente… no pudiendo el individuo evadirse de su condición de ser humano y de ver todo con su medida… de hombre. Un metro y una regla que no son fijos, de ahí la pluralidad de narraciones y variaciones...
No debemos olvidar jamás que el filósofo alemán Artur Schopenhauer (1780-1860), en el capítulo 23 del primer libro “El mundo como representación”, del volumen 1 de El mundo como voluntad y representación, escribió después de pensar, lo que no siempre acontece en nuestros días: “En el individuo la personalidad resalta poderosamente; cada uno tiene un carácter propio, por lo cual un mismo motivo no tiene el mismo efecto en todos; efecto que puede ser modificado por mil circunstancias menores en la esfera del conocimiento individual. Por esta razón la acción no puede ser predeterminada por el motivo, porque se hace necesario reconocer el otro factor: el carácter individual y el conocimiento que lo acompaña”. Por eso las diferencias que existen entre historias hermanas. La diferencia sólo está en el filtro que supone ese carácter individual del narrador y de cada uno de los elementos de las generaciones sucesivas... por donde pasa el conocimiento y la experiencia del sentir colectivo… Todo, todo se reduce al hombre.