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Revista de Folklore número

286



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“LA WALKIRIA” EN TRES FIGURAS DE MUJER

HERRERO, Fernando

Publicado en el año 2004 en la Revista de Folklore número 286 - sumario >



I

La programación en el Teatro Real, el Liceo de Barcelona y el Euskalduna de Bilbao de la Tetralogía Wagneriana “El Anillo del Nibelungo” en interesantes y diferentes puestas en escena no sólo supone un logro cultural, dada la dificultad de la empresa, sino una posibilidad de contemplar a un artista tan contradictorio, tan lleno de taras que posibilitaron su utilización en el nazismo, en una perspectiva diferente que los montajes de Willy Decker, Harry Kupfer y Caurier y Leiser propician. La saga plasma una puesta en cuestión del capitalismo incipiente, de defensa de la naturaleza, de rechazo al poder del dinero que causará la destrucción del mundo, y de pensar, quizá un poco utópicamente, una posible salvación por la redención del amor, Sieglinde, como última referencia en las últimas notas, el postrer tema de la ciclópea obra.

Quizá sea en “La Valkiria” donde se expliciten mejor los conflictos de los personajes wagnerianos a través de tres personajes femeninos, que marcan la saga en su visión contemporánea y que los montajes citados, amén de vídeos y DVD, inestimable ayuda para el análisis, han propiciado.

II A.- SIEGLINDE O LA REVOLUCIÓN IMPOSIBLE

El tiempo. ¿Cuántos años han pasado desde que los Dioses accedieron al Walhalla? Una pregunta esencial para entender a Wotan. ¿Sus correrías por el mundo, su voracidad sexual que da lugar a un número de hijos significativo surgen después de esa pérdida del signo del poder, ese anillo que robó el enano y que ahora guarda Fafner, convertido en meditativo y a la vez feroz dragón? La respuesta parece ser afirmativa, sobre todo si nos adentramos en “La Walkiria” en la que por primera vez aparece el hombre. Wotan siente amenazado su dominio y sus hijas las Walkirias llevan a los héroes muertos al Walhalla como garantía de una posible defensa, contra las fuerzas de Alberich que puede recobrar el anillo y por ende el poder. También ha sido padre de dos hijos, concebidos de una mujer de la raza humana. Nos preguntamos desde la visión historicista, política y social desde la que examinamos la Tetralogía ¿qué ocurre con los otros dioses? Son como cadáveres, como seres inmóviles que no esperan sino el final de su periplo, profetizado por Erda. El paralelo con las sociedades de este tiempo es absoluto. Se han roto, hundido, imperios que parecían seguros –el mundo que se acogía a un marxismo transformado en penosa burocracia– e incluso el que hoy parece invencible, el significado por el discurso económico único, puede que se encuentre, en los momentos de aparente máximo esplendor, en los albores de la caída. No profeticemos –Wagner no lo hizo– pero leamos esta inmensa saga en lo dramático y lo musical de forma global desde su tiempo y el nuestro. Las obras de arte de las características totalizadoras del Anillo no se bastan a si mismas.

Empieza “La Walkiria” desde la aparición de dos nuevos personajes. El mundo de los dioses, los Nibelungos o los gigantes ceden el paso a los humanos. Un varón, huido, “extraño”, “extranjero” (otra correspondencia con la actualidad) que busca refugio. Ella, una mujer joven, casada casi a la fuerza, sometida a un marido brutal. Un encuentro transitorio que socavará los cimientos del orden establecido. Hijos ambos del lobo, llamado Welsa, abandonados a su suerte por su padre, el máximo poder. Él, para que se curta en el riesgo, en el peligro, en la soledad del huido, para que se haga fuerte y pueda, en un futuro próximo ser el instrumento de Wotan para recuperar el anillo, para evitar la decadencia de los dioses anunciada por Erda. Ella, abandonada vilmente a su suerte, convertida en víctima de un bárbaro, en la vergüenza de quien es sólo objeto frente al hombre. En el árbol se encuentra clavada la espada que sólo un ser excepcional tendrá la fuerza para sacarla de su vaina y empuñarla para el combate. Tal vez sea la última prueba que espera Wotan de Sigmundo. Pero algo falla, algo que rompe sus planes, y es la aparición del amor, amor loco, amor pasión que no conoce barreras, ni siquiera la del conocimiento de que él, Sigmundo, ella Sieglinde, son hermanos gemelos. Su deseo es más fuerte. Y el extraordinario dúo que cierra el acto lo expresa con toda su crudeza y también con la belleza transida de que lo que es carne y sangre pero va más allá de lo físico, aunque la unión de los cuerpos se consume en la totalidad. Quizá sea éste el mejor ejemplo del “Amour fou” cantado por los surrealistas, aunque Buñuel prefiriera “Tristán e Isolda”. El amor que se consuma rompe el tabú más transcendental de la leyenda y de la historia: la prohibición del incesto.

Asumen así los gemelos uno de los aspectos de la revolución. En la dualidad Marat-Sade que escribiera Peter Weiss, es la sensualidad, el cuerpo, el que rompe la norma de lo correcto, los planes de Wotan y al tiempo la posible salvación del mundo, a través de la redención por el amor. Wagner no se atreve a ir más lejos, deja a Wotan el castigo. Los transgresores de esta ley deben morir. Es una revolución que Wagner intuye pero que no llega a su asunción, espantado tal vez por las consecuencias de todo tipo que ello supondría. El incesto sigue siendo un terrible tabú hoy en día y no se entiende que la “redención por el amor” derribe todas las trabas que a él se opongan.

Así, Sigmund y Sieglinde, los primeros humanos que aparecen en la saga, quiebran el discurso del poder. Wotan no ha conseguido doblegarlos a su voluntad. La fuerza del deseo les ha consumido como una llama. El plan político trazado se rompe en su primera fase. Desde el punto de vista dramatúrgico el primer acto de “La Walkiria” presenta dos conflictos que se resuelven en el dúo final. Se reconocen y se aman y Sigmundo está dispuesto a matar a Hunding, con la seguridad de su invencible espada Nothung. El futuro queda entre brumas pero con la sensación última de que será muy corto. De los dos gemelos, Sieglinde es la que representa con mayor fuerza, el espíritu de la subversión. Rompe los lazos familiares, la represión de la sexualidad fuera de las normas y el tabú del incesto. Sabe que le espera el dolor, la huida constante, el miedo, la violencia de su esposo y la tribu de la que forma parte. Nada le importa frente a esa fuerza avasalladora del amor-deseo. El equilibrio social en el que está inmersa salta hecho pedazos. No le interesa el poder sino la libertad. Transforma la seguridad en aventura desgraciada. Pierde su status, se convierte en apestada. Al amar físicamente a su hermano, Sieglinde comete la mayor falta contra el orden establecido, aquel que quiere preservar Wotan con los pactos anudados a la lanza. Sieglinde rompe los planes del Dios con su rebelión individual. Aquí no hay filtro alguno, como en “Tristán e Isolda” que sirva de coartada. Libremente, con plena conciencia de los peligros que seguirán, Sieglinde decide irse con Sigmundo, amarle hasta la extenuación física, sin importarle las consecuencias. Es, sin duda, el personaje más hermoso de toda la Tetralogía, pero el propio Wagner le dará escasa vida. Sólo unas breves frases en la segunda parte del Acto II y ya no sabremos de ellos hasta “Sigfrido” en la que se nos cuenta su muerte. El autor no ha tenido piedad de Sieglinde y la “redención por amor” por ella protagonizada no será tomada en cuenta. Curiosa circunstancia. A poco de comenzar su obra magna, Wagner tenía en Sieglinde el personaje que trastocaría el equilibrio del mundo, sus leyes, su postergación ante el oro maldito. No se atreve sino a sugerirlo. Era cataclísmica la aceptación de esa conducta, Sieglinde no podía ser manipulada, su fuerza radica en la pasión. Sigmundo, un personaje igualmente independiente, no tenía su fuerza. Con nada había roto. Su situación inicial era la del lobo perseguido. Sieglinde mujer y madre a la vez, lo hace suyo, Wotan nada podría contra ella, ni siquiera reconducirla a su terreno. Por ello este Acto I de “La Walkiria” es tan esencial. En él está la clave de los acontecimientos posteriores. La alternativa al sistema rompe excesivamente el equilibrio y aparece difícilmente reconducible. El amor-pasión que une a los gemelos traspasa el tiempo y el espacio. Wotan no ha aparecido físicamente en este primer momento de la historia. Lo hará en el segundo acto cuando la llamada al orden le obligue a elegir. La oportunidad de cambiar el mundo será puesta en cuestión por la decisión de los gemelos. El gran conflicto de la Tetralogía entera se ha puesto en marcha de forma inexorable.

B.- FRICKA: EL MANTENIMIENTO DE LAS REGLAS

Un personaje fundamental vuelve a tener influencia decisiva en el devenir del mundo: Fricka, la esposa de Wotan. Definir a esta diosa lleva inevitablemente a una calificación peyorativa. Representa el mundo burgués, fijado en unas normas que no pueden transgredirse. Al tiempo, desde un punto de vista personal está llena de rencor contra Wotan, que la traiciona una y otra vez. Desde esta doble perspectiva, Fricka verterá su acíbar contra los hijos del lobo y pedirá su castigo y muerte. Una doble y siniestra venganza, contra el esposo infiel y los hijos de éste que han quebrantado el tabú… La implacabilidad de Fricka coincide con la inseguridad de Wotan y ¿por qué no? con su cobardía. Los argumentos de la esposa ultrajada van penetrando en la débil coraza del gran Dios, que desde el cúmulo de circunstancias que rodearon la construcción del Walhalla, intuye que el reinado de los dioses puede terminar y quiere evitarlo utilizando a los héroes (seres humanos) que tengan la fuerza necesaria para luchar contra los enemigos que tienen o pueden tener el anillo del poder. La astucia de Wotan, preparando a su sucesor en el sacrificio para que asuma la fuerza necesaria para recuperarlo se verá quebrada por el acto subversivo, no previsto, de los gemelos. Su unión total desmonta la táctica, no sólo por la ruptura del tabú, sino también por el hecho inasumible de ese amor que no admite más objetivos que su cumplimiento total. Cualquier maniobra que fuera sugerida por Wotan podría resultar inútil. La asunción de Sigmundo por Sieglinde, de Sieglinde por Sigmundo rechaza cualquier alternativa. Eros y Tanatos están demasiado juntos.

Una lectura política de “La Walkiria” a partir, naturalmente de su fondo mitológico y siempre desde el discurso musical, actualiza la obra en cada momento y circunstancia histórica, incluso en las contradicciones aparentes de los personajes. ¿Podría Wotan rechazar las órdenes de su ofendida esposa? ¿Por qué cambia de opinión tras pedirle a su hija Brunhilda, hija de Erda, su favorita, que ayude al Welsungo en que lucha a muerte con Hunding? ¿Son tan fuertes los argumentos de Fricka? ¿Cree Wotan que su reino se hundirá prematuramente sino castiga a quien violó a la vez lazos matrimoniales y el tabú por el incesto? Fricka le achaca olvido de los dioses eternos cuando tuvo relación carnal con mujer, de la que nacieron los dos gemelos. Para la esposa del Dios, ella misma diosa, las acciones de Wotan supusieron una gravísima contaminación. Infidelidad, más aún, imperdonable, si tiene lugar con la raza de los hombres. El orgullo de Fricka es a la vez potenciación última de lo doméstico y sus reglas y de la propia estirpe de los Dioses. Exigiendo que se apoye a Hunding, la muerte del Welsa, intenta recuperar la dignidad perdida y destruir a largo plazo a quien la engañó y a quien no está dispuesta a perdonar. Los dioses no pueden mezclarse con los hombres ni siquiera para ser salvados. Las clases superiores no admiten la corrupción de los colores, de la sangre. Fricka es la representación misma de la xenofobia conservadora, del orgullo altivo que no ve, o no quiere ver más allá de sus propias reglas y Wotan al ceder renuncia a muchas cosas, a demasiadas cosas para que su proceder sea lógico. ¿Acaso los pactos unidos a la lanza le impulsan a romper sus planes, a renunciar al poder que busca desesperadamente conservar? ¿Puede prescindir ahora del ser humano que había preparado para conquistar el anillo?

Fricka desaparecerá de la Saga. Su misión está cumplida. El pensamiento único de cada época no admite matices, impone sus reglas aunque a la larga originen el desastre. El paralelo con la sociedad actual es absoluto. Cuanto más se quieren abarcar todos los signos del poder, más cerca está el caos. El imperio de Wotan dura muchos, muchísimos lustros, pero en un momento clave se produce la primera grieta en el sólido edificio, a la que se irán sumando otras. La primera fue romper el árbol del mundo, la segunda el deseo de construir el Walhalla (Fricka como importante responsable), la tercera consentir que el orden familiar prevalezca. Otro error más tendrá lugar en “La Walkiria” y es Brunhilde la esencial receptora del mismo.

Así pues, en el conflicto planteado por Fricka la ley y el orden se imponen a Wotan, que tendrá que volverse atrás de sus decisiones y obedecer a la norma. Su falta de decisión, la transferencia doméstica de su poder le llevarán al desastre. Queda una última baza que jugar y también la perderá. Será Brunhilde la que asuma esa posibilidad, a pesar de la prohibición expresa de su padre. Otro diálogo de conflicto precederá a la acción. La Saga sigue siendo casi una obra de cámara. Ausentes los coros, el pueblo, seis personajes hacen y deshacen los hilos de la trama, representando a todos los poderes que en este caso mezclan a los dioses con los hombres.

C.-BRUNHILDE: DESOBEDIENCIA Y CASTIGO

Fricka sarcástica se dirige a Brunhilde que recibe después órdenes diferentes de Wotan. Habla éste del fracaso, de la necesidad de recuperar el anillo para combatir a las huestes de Alberich, de sus amores con Erda, de las hijas Walkirias, de los héroes muertos. Le dice por fin que ayude a Hunding. El lobo creado para luchar más allá de los dioses ya no le es útil. “No logré tener un defensor libre, ayuda a los esclavos, pues” le dice a Brunhilde. La cobardía de Wotan, su falta de grandeza se hacen patentes. No tiene la astucia de Loge, ni la personalidad del que se proclama Dios de las batallas. Es un personaje patético que reacciona transfiriendo la violencia contra su propio hijo, amenazando a la Walkiria con su cólera si no obedece. El poderoso que no ha osado enfrentarse con su esposa, muestra su fuerza contra quien le debe vasallaje… sin dar explicaciones, transformando la lógica en imprecaciones. Brunhilde, el nuevo eje de la Tetralogía, la sucesora, quizá de esa maravillosa Sieglinde que a nada ni nadie teme, una vez consumado su amor con el gemelo. La Walkiria, de la raza de los dioses que se convertirá en mujer odia a Fricka, ama a su padre casi incestuosamente, es aguerrida y fiera, llena de nobleza. Desobedecerá a Wotan e intentará primero salvar a Hunding, después a Sieglinde, que tiene un hijo en su seno. Fracasa en el primer empeño, tiene éxito en el segundo pero tiene que pagar su precio. La ira de Wotan estalla contra la desobediente. Es una cólera que se fragua desde su fracaso con Fricka, desde la constancia de que sus planes se han venido abajo, de que su poder está llegando a su fin. Es una reacción casi irracional con el último latigazo de su imperio… Otro fracaso más como señor de esas traiciones que se han ido sucediendo. Sigmundo el héroe buscado, inutilizado, Sieglinde la culpable de la ruptura del lazo familiar cuya venganza reclama Fricka, abandonada Brunhilde el otro yo de Wotan elige la desobediencia contra las órdenes formales. Imposibilitado de enfrentarse con Fricka, Wotan destruirá a Sigmund su propio hijo y convertirá a la Walkiria heroica en una mujer inerme rodeada de un halo de fuego… Wotan, ejemplo de mala utilización del poder y de la imposibilidad de recuperarlo.

El Acto tercero hace aparecer a las guerreras doncellas que transportan a los héroes al cementerio preparado para ellos. La leyenda se hace aquí casi demoníaca, desde esos sangrientos despojos que se depositan como trofeos. Es el momento de la tensión externa, de la dinamización orquestal… Walkirias, Sieglinde que no verá jamás a su padre, frente a ellas. La piedad de Bruhnilde está a la vez, llena de dureza. Sieglinde no interesa sino como madre del futuro héroe. El último eslabón de la cadena. Desaparece pues de la obra. Sólo se hablará de ella muy brevemente en la segunda jornada. Triste se autoflagela se considera impura, pero es el tesoro del amor, la que en sucesivas reencarnaciones puede redimir al mundo. Wagner la fulmina, aunque casi inconscientemente el gran tema que cierra la Tetralogía la recobra, Brunhilde protegerá a la Welsunga para que la progenie no se extinga. Al hacerlo pone en evidencia al poderoso que no puede soportarlo. El valor de la Walkiria, su decisión contrasta con las dudas de Wotan, con su renuncia a luchar por sus hijos, por el miedo a perder su posición. Esta relación ambigua de padre e hija, de claro carácter incestuoso (lo que acentúa la hipocresía de Wotan) se rompe por la parte más débil. El Dios no quiere ver nunca más a la Walkiria, que le traería ominosos recuerdos. La ruptura definitiva y total sólo se palia por la llamada al fuego que limite el acceso al cuerpo dormido de la doncella. Sólo un héroe sin miedo podrá traspasar el cerco. Parva concesión a la desobediente Brunhilde, que ha puesto en tela de juicio sus decisiones, como una especie de conciencia oculta que ahora se manifiesta. Para Wotan no cabía marcha atrás, sus propias trampas le habían escogido como víctima, quizás porque no pensara realmente en la transformación ética y cultural del mundo, sino en el mantenimiento de los poderes ahora en peligro. La maldición del anillo (del oro) le ha tocado y ya no le abandonará. Será la causa de su pérdida que se hará formal y efectiva en la segunda jornada de la saga.

El adiós a lo que puede ser más limpio es una constante en la vida política del presente, en el que por el miedo del acontecer inmediato se pierde la perspectiva. El error de Wotan al desprenderse de Brunhilde es doble, por una parte se priva de una fidelísima aliada, a la vez hija y amante, por otra refuerza el sometimiento a las normas de la corrección políticosociales familiares impuestas por Fricka, que sólo podía haber sido obviado por la intervención de la Walkiria a la que su esposa odiaba.

Asi surgen las diversas opciones que se presentan a Wotan. Sieglinde, a la que no ve, con la que no se relaciona, a pesar de ser su hija, que representa la verdadera revolución por el amor, pero que es difícilmente controlable. Fricka o la aparente continuidad, Bruhnilde o la alternativa mediática que incidirá entre las dos opuestas. La elección del Dios no puede ser más desafortunada, es, como hemos afirmado, su gran tercer error. La voluntad de Wotan, de la que tanto se ha escrito ha quebrado ante un orden hipócrita y receloso de todo cambio. Wotan ha ido por un camino desviado y ha rechazado otra vez el amor.

Sieglinde, en su breve paso por esta saga quedará como el personaje más libre y generoso. Su vida está llena de dolor, ignorada por su padre, unida a un salvaje que la humilla, testigo de la muerte del hermano amado, pariendo entre hórridos dolores y muriendo después. Sólo un acto de amor, su elección por el que la colma en su cuerpo y en su espíritu, le darán unos momentos de intensa felicidad. Wagner que la ha condenado casi tan irremisiblemente como Wotan y Fricka, le ha concedido un bellísimo dúo y un tema magistral y emocionante. La oportunidad de una nueva forma de entender el orden del mundo pasaba por Sieglinde, a quien sólo la Walkiria supo ver en toda su maravillosa generosidad, ayudándola a escapar de la muerte segura, aunque condenándola a la soledad y al dolor al precipitarla en las entrañas de un sombrío y oscuro bosque.

Wotan se aleja de Brunhilde melancólico y casi vencido. Después del último abrazo, ese tema en el que la orquesta wagneriana alcanza su culmen, la solemnidad de su mandato a Loge finaliza en un piano significativo. Quizá el poderoso intuya que su momento de gloria ha pasado. De hecho, ha sido el gran protagonista. Su torpeza, Debussy en un famoso artículo lo entendió perfectamente, ha precipitado los acontecimientos, ya prefigurados en “El oro del Rhin” y nada podrá detenerlos. Los complejos polifónicos que aúnan los leitmotiv orquestales, son los verdaderos conductores de la acción dramática, los que significan tanto a los personajes, como a los objetos o a los conceptos. “La Walkiria” es así una obra de gran originalidad en la estructura musical, y completamente actual en los aspectos sociológicos, éticos, políticos y culturales en los que se mueven dioses, Nibelungos, Walkirias y seres humanos, a la hora de la verdad casi idénticos, en la expresión de sus deseos y prioridades, con el poder económico como gran rector de sus destinos.

III

Después el fracaso del héroe, Sigfrido, la aparición de los hombra, la resignación de Wotan a la destrucción, y la inmolación de Brunhilda marcarán el fin de estos dioses, a los que sólo interesa el oro y el poder (paralelo absoluto con el presente). Quebrantar todas las leyes y todos los pactos conduce al desastre. Sólo la leve esperanza de esa “redención por el amor” (tema de Sieglinde) que habría que entenderla como una inversión de valores, el cuidado de la naturaleza, la solidaridad, el amor individual y colectivo, la cultura… Desgraciadamente en este año 2004 no se ha producido, más bien al contrario, el cambio en la conducta del hombre. Como tantas veces las obras míticas –Wagner se ha basado en leyendas germánicas y nórdicas – tienen nueva vida a través de las épocas.



“LA WALKIRIA” EN TRES FIGURAS DE MUJER

HERRERO, Fernando

Publicado en el año 2004 en la Revista de Folklore número 286.

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