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Se ofrecen en este número dos romances de gran interés, tanto por la calidad de las versiones, como por su apasionante simbolismo. Para el lector que desee completar sus conocimientos sobre la génesis y evolución de ambos textos, recomendamos las siguientes obras:
Don Carlos de Monte Albar o Claros de Montalbán:
Diego Catalán: "La flor de la marañuela", nº 5-9, 78-80, 234-37.
Narciso Alonso Cortés: "Romances populares de Castilla", p. 9; "Romances tradicionales", p. 21.
Ciro Bayo: "Romancerillo del Plata", p. 46.
Sixto Córdova: "Canc. pop. de la prov. de Santander", I. p. 196.
Bonifacio Gil: "Canc. pop. de Extremadura", I. p. 32; II.p. 17.
Arcadio de Larrea: "Rom. judío del Norte de Marruecos". XVI.
Agapito Marazuela: "Cancionero Segoviano". p. 332.
Cossío y Maza Solano: "Rom. pop. de la Montaña". número 58-61.
M. Menéndez Pelayo: "Ant. de poetas líricos castellanos".IX, p. 179, 333.
Ramón Menéndez Pidal: "Los Romances de América", p. 139.
Milá y Fontanals: "Romancerillo catalán". Nº 258.
Teófilo Braga: "Romanceiro", p. 79-83.
J. Díaz, Luis Díaz, J. D. Val: "Romances tradicionales", I nº 26.
A. Rodríguez Moñino: "Reedición del Cancionero de Romances", pp. 173, 319.
Luis Díaz: "Evolución tradicional de un romance carolingio", "El Conde Claros", "Cuadernos de investigación filológica". Logroño, 1979.
La flor del agua: Julio Caro Baroja: "La estación de amor", pp. 156-184.
DON CARLOS DE MONTE ALBAR
A eso de la media noche
los gallos van a cantar,
cuando de amores, don Carlos
no ha podido descansar.
A voces pide el vestir,
a voces pide el calzar,
a voces pide a un criado
a su caballo ensillar.
-Ponedle de cascabeles
desde la cincha al petral.
Por las calles donde iba
parece que ciento van ; l
as vecinas de aquel pueblo t
odas salen a mirar.
Unas dicen, quién sería;
otras dicen, quién será;
otras dicen, vaya cuerpo
pa con moros pelear.
-Mejor le tendría yo
para con damas holgar.
En este pueblo hay una,
en este pueblo hay tal.
Unas dicen, quién sería,
otras dicen, quién será;
si será la Valanzuca l
a del conde Monte Albar...
A otro día de mañana
Valanzuca presa está
con el agua a las rodillas,
con la pena más penar.
Las amigas que venían
ya la van a visitar
y la dicen: "Valanzuca,
mañana te han de quemar".
-Si me. queman, que me quemen,
a mí lo mismo me da;
siento yo lo de mi cuerpo,
que no es de mi sangre real.
Si yo tuviese aquí un paje
de los que yo he dado pan,
pa que llevase una carta
a Don Carlos de Monte Albar...
No termina de decirlo
cuando el paje allí lo está.
-Escribe, la Valanzuca,
que yo te lo iré a llevar.
Por los altos a correr,
por los llanos a volar;
por donde no le ve nadie
corre como un gavilán,
y por donde otro le ve,
paso a pasito se va.
A la subida del monte
Y a la entrada del lugar
se ha encontrado con don Carlos,
don Carlos de Monte Albar.
-Aquí le traigo una carta
de alegría o de pesar:
A su querida Valanzuca
mañana la han de quemar.
-Si la queman, que la quemen,
a mí lo mismo me da.
Al oír esto el paje
se ha desmayado pa atrás.
-No te desmayes, mi paje,
no te quieras desmayar,
que aunque te he dicho esto,
otra me pega por acá.
Se vistió de religioso
y el camino ha echado a andar.
A la salida del monte
a la entrada del lugar
se encontró con Valanzuca
que la iban a quemar .
-Alto, alto, la Justicia,
la vara de la Hermandad,
esa dama que ahí llevan
mal confesadita va.
-Confiésela el religioso
que bien se le pagará.
La ha agarrado de la mano,
la llevó al pie del altar.
-Aquí me lo has de decir,
boca de poca verdad:
Dime con cuántos dormiste
desde que naciste, a acá.
-Sólo dormí una noche,
la noche de Navidad;
la dormí con don Carlos,
don Carlos de Monte Albar.
-De penitencia te pongo
que un besito me has de dar .
-No lo querrá Dios del cielo
ni la santa Trinidad;
boca que besó a don Carlos
no besa a ninguna más.
La ha agarrado de la mano
ya ancas la ha puesto ya.
-Si tienen la hoguera hecha,
los galgos pueden quemar;
casen bien las otras hijas,
que ésta bien casada va:
Esta la lleva don Carlos,
don Carlos de Monte Albar.
LA FLOR DEL AGUA
La mañana de San Juan,
al tiempo de la alborada
bajó la Virgen María
por una fuente muy clara.
Se lavó sus pies y manos,
después su bendita cara;
después de haberse lavado
dio bendiciones al agua.
-Venturosa la mujer
que aquí viniese a por agua.
La hija del rey que lo oye
en palacio, donde estaba,
más aprisa se vestía,
más aprisa se calzaba;
cogió el cantarito de oro,
que el de plata no encontraba,
al revolver de una esquina
con la Virgen se encontraba.
-¿Dónde va la doncellita,
tan solita y de mañana?
-Como soy hija del rey
vengo a por agua rosada,
y también vengo a saber
si he de ser monja o. casada.
-Casada has de ser, hijita,
casada y muy bien casada:
Has de tener siete infantes,
los siete infantes de Lara;
has de tener una hija,
para monja Santa Clara;
será la reina de España.
Romances recogidos en Cevico de la Torre (Palencia) por don Pablo Cepeda Calzada entre los años 1942 y 1943.
LOS OJARANQUILLOS
Dice que, antes, no había en cada pueblo más que una escopeta, y nevaba mucho por allí, y a la entrada del invierno iban a hacer harina pa todo el año. Cada uno molía lo suyo; eran todos molineros. y fueron un padre y un hijo, y estaba otro moliendo; y le dice al chico:
-Vete por la cena, porque éste va a acabar tarde y vamos a estar toda la noche moliendo.
Tenían una lumbrada en el suelo y alrededor estaban las piedras, y por la puerta de arriba el padre vio asomar un ojo por un agujero que había; y dice:
-Ay; ahora que tiene que venir el chico...Voy a hacer como que no le he visto.
En cuanto llegó el chico por la puerta de abajo, cerraron, y dice el padre:
-Calla, hijo, que están los ojaranquillos ahí; a ver qué nos hacen. Vamos a sentarnos como si tal cosa, pero voy a meter esta barra -la que tenían pa levantar las piedras- en el fuego. Conque dice:
-Mira, ahora está mirando otra vez.
Le veían brillar el ojo; tenía dos cuernos y un ojo en el medio. Salían de allí, de la montaña. Conque ya, el ojaranquillo se debió ir a por un palo o algo, y quería apalancar la puerta pa entrar.
y el chico dice:
-Estamos perdidos.
y dice el padre:
-Me voy a poner detrás de la puerta, y cuando veas el ojo, me haces así (una sena) y yo le meto el hierro.
Y así fue. El hierro caliente se le metió po`l ojo, y creo que unos chillidos. ..y el padre y el hijo se marcharon corriendo pa el pueblo. Y a la entrada del pueblo les salieron unos cuantos lobos; estaba nevando y el padre se cayó, y el chico se echó a correr, pero en lo que buscó la escopeta -en todo el pueblo que había una- pa espantar los lobos, pues ya le habían empezao a comer por las botas.
Y luego después, al otro día, fueron a por la molienda y estaba el molino que le habían quemao los ojaranquillos en venganza.
Contó Amalia Gómez, 72 años, nacida en La Overuela, Valladolid.
Escuchó el cuento a su abuela, cuyos antepasados eran de Santander. Amalia definía al ojaranquillo como "un hombre, un arangután; un bruto". Adriano García Lomas, en su obra Mitología y supersticiones de Cantabria" (1), dice de él: "Según la tradición montañesa, tenía barbas con la aspereza de cerdas de jabalí que le llegaban a las rodillas, y que por ir siempre corito (desnudo) le tapaban sus partes pudendas, al par de servirle de verdadero. peto; agilísimo como un corzo y resbaladizo como una anguila; de abovedado pecho y fuerzas descomunales como las de Goliat...Su peculiaridad era tener dos carreras de dientes y un ojo exorbitado y brillantísimo que le ocupaba casi toda la zona frontal. ..El Ojáncano montañés, insensible a los sentimientos de un Sansón o de un Sigfrido, era un verdadero monstruo inhumano. ..sin cualidades morales de ninguna especie, pues su perversidad era tan definida que por su mente no pasaba un pensamiento bueno. ..De nuestro colosal monopso no se ha dicho que estirpándole o arrancándole el ojo quedaba tan amansado. y sin fuerzas que sin él era fácilmente vulnerable y casi inofensivo, pero sí que, arrancándole una cana que tenía en su barba solía morir en su cueva. ..porque su mujer, la ojáncana, lo abandonaba en cuanto su ceguera le impedía valerse por si solo
(1) Adrlano García Lomas: Mitología y Supersticiones de Cantabrla. Diputación Provincial de Santander, 1964.