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1.- Introducción
Tradicionalmente la ribera del Duero ha sido una zona donde la vid se implantó con notorio éxito. Sus caldos van ganando fama y las zonas con denominación de origen son cada vez más considerables. En este corredor del Duero uno de esos focos que comienza a despuntar es la comarca de Gormaz, en la provincia de Soria, y más concretamente la zona de San Esteban de Gormaz. Por aquí, al parecer, antes del cultivo del cereal ya se le había cogido el gusto al olor del vino. Juan Loperráez Corvalán en su Descripción histórica del Obispado de Osma, da buena cuenta de la ocupación de sus gentes. Dice que los naturales se contentaban sólo con cultivar las viñas dedicándoles una parte del año y el resto no hacían otra cosa que no fuera visitar las bodegas. Esta denuncia de hace unos trescientos años desgraciadamente no se ha podido seguir manteniendo, pero la esencia del vino y el pecado de visitar la bodega siguen manteniéndose.
La preponderancia del cultivo de la vid ha tenido sus oscilaciones. Se llegaron a perder muchas hectáreas de terreno cultivado que fue absorbido por el cultivo del cereal debido a las escasas perspectivas y al descenso de la población (estamos hablando de un cultivo dedicado al autoconsumo principalmente). Ha sido durante las últimas décadas y más concretamente en estos últimos años cuando las perspectivas de comercialización han fomentado el auge de la vid. Se han creado modernas bodegas o cooperativas que acaparan buena parte del cultivo. En la zona de San Esteban de Gormaz, Bodegas Gormaz, en la propia localidad; la de Atauta o la de Castillejo de Robledo son algunas de ellas.
Nada que ver todo ello con la antigua usanza del cultivo de la vid y de la elaboración del vino. Las cooperativas no son los lagares de antaño -de aquí el afán de promocionarlos turísticamente- ni los medios mecánicos utilizados en las labores son los aperos e instrumentos otrora utilizados. Emilio de la Varga Martín en su extraordinario libro El cachicán instruido da buena nota del manual del buen viticultor. Conocimientos, métodos y artes para entender este oficio. Porque el oficio de laborar la vid no es un oficio cualquiera. Plinio lo dejó bien claro:
Hablaré de la vid con la gravedad de un romano
cuando discurre sobre las artes y las ciencias útiles;
hablaré de ella no como lo haría un médico,
sino como lo haría un juez al pronunciarse
sobre la salud física y moral de la Humanidad
Oficio que los pueblos de la comarca de San Esteban de Gormaz guardan celosamente en su memoria histórica aunque en la mente se vaya diluyendo. Uno de esos pueblos que conserva en su legado los conocimientos aprehendidos sobre la vid es Quintanilla de Tres Barrios. Del conglomerado de manifestaciones quedan recuerdos, testimonios y vivencias representados en todas y cada una de las labores y costumbres que llevaron aparejadas. Queda dicho.
2.- La poda Acabada la vendimia, la cepa queda de nuevo a disposición del viticultor para una nueva operación. Si lo creía conveniente cortaba los sarmientos a aquellas cepas que presentaban un aspecto más vigoroso para que no chupase de ellas. Palos superfluos, bajos e inservibles en esta primera prepoda. Procuraba suprimir las varas que no servían para pulgares podando el resto a cinco o seis yemas teniendo en cuenta las hostilidades que podía sufrir hasta realizar la poda. El viticultor siempre ha tenido en cuenta el sabio refrán: El que quiera ver viña vieja convertida en moza, pódela con hoja.
Será a finales de febrero o principios de marzo cuando lleve a cabo la poda. Una vez pasado el rigor invernal al podador le da el olor a sarmiento; oye cómo éstos le llaman sin cesar y sin tardar se presta a desnudar la planta. Considera que es el momento adecuado porque pasados los posibles riesgos, las yemas ya se encuentran un tanto pujadas y no se puede demorar más la poda. Si beber queremos antes de San Gregorio podemos (12 de marzo), sigue diciendo el refranero.
Podona y tijera en mano, talego al hombro, el podador se va en busca de sus viñedos. A pesar de la aparente sencillez del trabajo, la poda ofrece sus dificultades: lugar por donde ha de cortarse el sarmiento; vástagos o pulgares a dejar; en la parte alta o en la parte baja. Bien es cierto que a podar enseñó un burro, se decía, pero los fallos se hacen notar. Para su utilización utilizará la podona o podadera, la tijera y un hacha.
A pesar de la peculiaridad en la forma de podar, el podador en los contactos con sus compañeros va asimilando nuevas formas o costumbres. Reconoce lo bueno y lo malo de la operación. Sabe que una cepa demasiado vigorosa da poco fruto, mientras que aparentemente las más débiles producen más pero con ello arriesgan su agotamiento. Conoce también que los brotes alejados de la base del sarmiento son los más fructíferos. Conoce ésto y mucho más. Sabe que si poda corto no conservando más de dos o tres yemas pretende con ello no abusar de la cepa y no forzarla a una producción desmesurada. Por el contrario si poda largo dejando más de tres o cuatro yemas por brazo o dejando palos largos, murones, junto a la base, intenta obtener una cosecha mayor pero en perjuicio de la cepa.
Para una aproximación lo más exacta posible de la poda, el podador debe saber e intuir los palos que ha de cortar. Intentará no dejar vástagos que contengan más de tres yemas. Necesitará, además, mayor alimento, que en caso de no encontrarlo, el fruto se verá menguado en calidad y cantidad. Existe, sin embargo, una excepción a esta regla: el murón. El murón responde a dos realidades bien contrastadas: ocupar el futuro lugar de una cepa inexistente, o el afán de una mayor productividad. En cierto modo las peripecias del buen podador se demuestran en la cepa, aunque ésta no siempre le recompense como se merece.
A medida que se va acabando la poda, los sarmientos quedan esparcidos por el suelo. El trabajo de sarmentar suele recaer en las mujeres y los chicos. Después de salir de la escuela los chicos iban de mala gana con sus madres o hermanos a recoger los sarmientos de las viñas. Después se hacían en gavillas, se sacaban fuera y posteriormente se trasladaban al pueblo.
El trabajo de la poda sigue vigente y casi idéntico en cuanto a su realización. La tecnología aún no ha creado el robot que supla al podador.
3.- El excavo
Concluida la poda el viñedo queda expedito, libre para una nueva labor: el excavo. El labrador habrá terminado de sembrar los cereales y se dispone a arar y cavar la vid antes de que la prematura yema haga su aparición y quede a merced de un mal momento. Cada labor a su tiempo. El refranero se lo recuerda: Alza en mayo, vina en San Juan, siembra pronto, poda tarde y recogerás vino y pan. Conviene dar una explicación a las condiciones que rodearon la implantación de esta planta. Inicialmente la cepa era plantada espontáneamente en lugares un tanto inaccesibles, colinas o suaves o abruptas pendientes, donde la irradiación solar fuera mayor. Cada cepa suponía la historia de un gran esfuerzo hincado en la tierra de sol a sol por un hombre que curtido por su trabajo y afán de superación veía marginada, quizás, su tenacidad por el pedrisco o las fuertes heladas, no insólito en unas tierras de sequedades como las que nos ocupan.
El azar de su ubicación, sin orden ni concierto, condicionó que las labores posteriores se hiciesen más difíciles. Con un esfuerzo sobrehumano el Excavando las viñas después de haber sido aradas. agricultor fue asimilando poco a poco aquellas parcelas más idóneas para la práctica del cultivo. Hoy resulta mucho más asequible al arado mecánico. Antiguamente el número de cepas en Quintanilla de Tres Barrios sobrepasaba con creces al de la actualidad. Al menos la mitad del terreno cultivado lo ostentaba la vid. Las condiciones de vida, la despoblación y la escasa comercialización del producto dieron lugar a un cierto abandono. En los últimos años parece haber rebrotado por las buenas condiciones presentadas para su explotación en una zona de denominación de origen.
En el pasado, y aun disponiendo de una yunta de machos para realizar el trabajo, no era demasiado frecuente esta labor por el procedimiento de arado. Se prefería cavar a mano antes que hacer uso de los animales. Poco a poco fueron cambiándose las tornas. Una de las razones era el desorden en el alineamiento y para ello se utilizaba la azada que garantizaba una labor más perfecta. La herramienta -azada- utilizada variaba según el estado y tipo del terreno. En los terrenos sueltos se hacía uso de la denominada boca de pala. En los fuertes, era la de cornejal, de igual longitud pero abierta en la mitad en dos apéndices o colmillos. Con la azada se podía llegar perfectamente a la base del tronco dejándolo limpio de tierra. Ello ocasionaba un mayor desgaste de energía que se evitaban los machos. Menos ración de comida para ellos.
La posterior tendencia al alineamiento dio lugar al sistema de arado por medio de animales de tiro. Para su realización se utilizaba un arado de vertedera y un yugo largo, con lo que la distancia entre ambos animales era mayor haciendo más difícil el acercamiento a la cepa y su posible deterioro. Aquí jugaba un papel preponderante la destreza de su ejecutor al acercarse más o menos a la cepa con el arado. Ocurría a veces que el arado se clavaba en la raíz de la cepa y se daba de morros contra la esteba. Por término medio el número de vueltas que se les daba a cada surco por ambos lados eran tres. La misión principal, además, era no romper ninguna vara o pulgar y quitar la máxima tierra posible. Se araba desde fuera hacia adentro desplazando la tierra fuera del tronco. La que quedaba se quitaba con la azada hasta que la cepa quedaba limpia de tierra y de hierba.
Todas estas faenas se han suplido en la actualidad por la introducción de nueva maquinaria y por la utilización de productos químicos (herbicidas) que erradican la hierba del entorno.
4.- El apuerco
La labor contraria al excavo era el apuerco o la vina, que también así se llamaba. Consistía en arrimar la tierra que en su día se retiró del tronco de la cepa hacía ésta. El trabajo era idéntico al anterior pero a la inversa. Si se realizaba por medio de yunta de animales había que poner el máximo cuidado en no romper los ya crecidos racimos que despuntaban entre el follaje verde del viñedo.
Era un tiempo que apremiaba porque la siega estaba ya encima. El labrador vinaba sus cepas a la espera de que la mies acabara de dorar sus espigas. A veces se realizaba simultáneamente. Si en el excavo había cierto recelo a utilizar la yunta, aquí aún era mayor todavía. Así que manos a la obra y a darle a la azada. Digno de mención era el amor que estos hombres ponían en el esmero y la dedicación con que mimaban y acariciaban la tierra, las formas redondeadas que propiciaban a cada una de la multitud de cepas. Los viejos del lugar aún rememoran aquellas noches imperecederas de luna llena en las que hacían compañía a las estrellas cavando el viñedo. Porque tras una jornada agotadora trabajando el campo, segando la mies, después de cenar tomaban la azada y el barril de vino y marchaban otra vez al campo a seguir disfrutando del derroche de energías. A la mañana siguiente el viñedo había cambiado totalmente el decorado. El contraste entre los montones de tierra arcillosa y el verde intenso de las hojas daban un aire de satisfacción a los creadores de la obra. Así sucedía hasta que todo el viñedo quedaba trabajado.
5.- La vendimia
Al comienzo del otoño la uva se encuentra en su grado óptimo de maduración. Una vez en su punto álgido todo el tiempo que transcurra va en su detrimento por la pérdida de grado y de volumen. Las normativas municipales mandaban que el Jefe de la Hermandad de Labradores y Ganaderos del pueblo ordenase al alguacil echar un bando para reunir a los vecinos en Concejo a fin de tratar el tema de la recolección. Esta reunión solía celebrarse con la suficiente antelación al día de la vendimia para tener tiempo suficiente de preparar todo lo concerniente para estos días.
El inicio de la vendimia se hallaba totalmente supeditado a los acuerdos adoptados. La fecha inicial no podía ser infringida a no ser con el tácito y expreso conocimiento del alcalde y por justa causalidad. El vecindario debía comenzar la recolección el día señalado al efecto en el Concejo. Se tomaban estrictas medidas de seguridad para impedir el acceso al viñedo, fuera el dueño o no de él. La persona que velaba por él era el guarda viñadero. A veces se contrataban más de uno. Su periplo en este oficio solía durar desde los meses de julio o agosto hasta el día de la vendimia. Su labor consistía en custodiar las incursiones de animales o personas a las propiedades. La simple irrupción era motivo de multa.
El viñadero recorría día y noche el extenso terreno del viñedo llevando como única arma de defensa el chuzo. Durante este periodo de tiempo permanecía íntegramente en el campo morando en las recónditas chozas que ellos mismos construían utilizando palos y ramajes a fin de preservarse de las inclemencias meteorológicas. El viñedo sólo podía ser visitado antes de la recolección el día de la Natividad de la Virgen (8 de septiembre). Este día todo el vecindario transitaba por sus viñedos pudiendo incluso cortar racimos para llevar a casa. Actualmente todas estas costumbre o normativas han desaparecido y la figura del viñadero -lo mismo que la del guarda- ha pasado a ser puro recuerdo. En los días que mediaban hasta el comienzo de la vendimia la preparación de cara a la faena se hacía larga y laboriosa. Los hombres se ocupaban de todo lo concerniente al trabajo en si: acondicionar el carro para el transporte, preparar y lavar los cestos donde se transportaba la uva y las cestas para recogerla, dar un repaso a los tranchetes. Además había que lavar el lagar y preparar el cubaje. En la actualidad la participación en el lagar ha quedado totalmente obsoleto, ha desaparecido por completo costumbres y edificio. Ha dejado de practicarse la elaboración del vino por el método tradicional y ha sido suplido por el de cooperativas vitivinícolas. Quedó atrás la época en la que los lagares acogían a decenas de participantes. Quedaron atrás también sus labores, sus costumbres y su significado.
Rememorando tiempos pasados, la estricta organización del lagar era una norma imperante. Peculiaridades al respecto pueden encontrarse por doquier. El primer acto en conjunto de los participantes consistía en limpiar el lagar. Las acémilas eran las protagonistas acarreando el agua desde la fuente hasta el lagar. Uno y otro viaje con la cantarera a los lomos y los cántaros resudando. Cuando ya había suficiente agua en la pila se metían dentro los hombres provistos de un cubo y escobas de púas. Lanzaban el agua fuertemente contra las paredes y aplicaban las escobas para raer la suciedad incrustada. La operación se repetía varias veces hasta que el depósito quedaba totalmente limpio.
Lo mismo ocurría con el cubaje (cubas, cubetos) y tinajas. Junto a la puerta de la bodega se preparaba la lumbre y se calentaba el agua en calderas de bronce. Los recipientes pequeños se sacaban a la calle y se lavaban una y otra vez hasta que quedaban limpios. Las cubas, de mayor cavidad, se lavaban metiéndose una persona, chico o adulto, dentro. En el interior se hacía difícil la respiración. Las continuas masas de agua fría y caliente creaban un ambiente sofocante y había que sacar la cabeza repetidamente. Por otra parte era un trabajo muy en farragoso porque la suciedad quedaba impregnada en el cuerpo. A las cubas y cubetos una vez secos se les daba el sebo por las intersecciones de las tablas para prevenir posibles filtraciones y de paso para darle más consistencia al vino, se decía.
En las calles el olor picante y mohoso de las heces se respiraba por doquier. El escenario había cambiado totalmente el decorado. Recipientes, cestos, carros con sus cestos preparados para ser lavados o para la recolección. Estampa totalmente diferente a la habitual. La víspera de la recolección era el día de los últimos retoques y preparativos.
Habíamos comentado anteriormente lo que debían preparar los hombres; a las mujeres les tocaba en suerte ocuparse de lo concerniente a la comida y también la de los animales.
La vendimia solía durar entre tres y cinco días, dependiendo de la cantidad de viñedo y de la mano de obra disponible. En estos días se reclutaba toda la activa, chicos y grandes. Se cerraban las escuelas para mayor ayuda y se echaba mano de los conocidos y familiares de otros pueblos. Existía una especie de acuerdo entre pueblos limítrofes para que hubiera unos días de diferencia en la recolección y para el que lo necesitase pudiera buscar vendimiadores en ellos.
De buena mañana el pueblo era un hervidero de gente, carros y acémilas. Bullicio, algarabía, chanzas y ánimo de emprender una jornada que se presumía expectante. Porque en estos días de vendimia generalmente se reunían las familias en grupo y se ayudaban mutuamente. Para alegrar el día no faltaba ni la copa de orujo ni las pastas. Los caminos eran un tránsito de aglomeración de carros, personas y acémilas. En el ambiente se dejaban oír los ecos de las conversaciones que se mezclaban con el crujir de las ruedas de los carros y los relinchos de los asnos.
El trabajo se organizaba de manera que todos y cada uno hicieran un trabajo de acorde con sus condiciones. Los chicos, las mujeres y los de más edad se dedicaba exclusivamente a cortar racimos de uva; otros sacaban las cestas y las transportaban al carro; y otros, además de todo ello, eran los encargados de transportarla hasta el lagar. De esta función solían ocuparse un par de hombres por el riesgo contraído en el camino y por ayudar a llevar los cestos a la espalda desde el carro hasta el lagar. Otro modo de transporte era por medio de acémilas. Hay que hacer constar que cuando una persona disponía de un sólo animal de tiro solía juntarse con otro de su misma condición para acoyuntar una pareja. De lo contrario se veía en la obligación de transportarlo con un solo mulo. Para ello se le acoplaba un dispositivo en el lomo del animal denominado silleta que podía transportar un par de cestos. Una carga en carro contenía entre ocho y diez cestos.
Como todo el personal disponible se ocupaba en la vendimia, los lagares solían contratar a personas de otros pueblos para que se encargaran de controlar los pesos y llevar la contabilidad de la uva y el reparto del vino. Eran los pesadores o arromanadores. Cuando un acarreador llegaba al lagar con su mercancía, los cestos de uva los vaciaba en un gran pote de madera cuya capacidad aproximada era de unos dos cestos, 150 kilos. La romana utilizada admitía valores en arrobas y libras. Cuatro libras equivalían a una arroba. En el haber de cada uno se iban apuntando el número de pesos, las arrobas y las libras. Después la suma se traducía en cántaras de vino. Cada arroba equivalía a dos cántaras de vino. Una cántara contenía 16 litros de vino. Los pesos se hacían por exceso y no por defecto, lo que en el argot popular se denominaba peso corrido.
Salvo excepciones, durante estos días la comida tenía lugar en el campo. Si el tiempo acompañaba -que no ocurriera en medio de aguaceros- este momento se hacía distendido, alegre. Era típico de la vendimia intentar lavar la cara con uvas a las mozas. Ocurría entre los componentes de un mismo grupo, pero se hacia más notorio cuando diferentes cuadrillas se enzarzaban en una batalla de zumo de unos contra otros y les sacaban los colores. A veces también salían a relucir las malas pulgas y el dulce se hacía amargo. Al acabar la jornada, de vuelta a casa, regresaban enfervorecidos entre chanzas, canciones y un ambiente extraordinario. Una estampa típica de los cuadros de Goya.
El proceso descrito se repetía durante todos los días de la vendimia. En el campo, el viñedo permanecía a merced del ganado ovino. El designio de la uva olvidada quedaba en manos de los rebuscadores, semejante a lo que ocurría con las espigadoras. Normalmente solían ser personas de otros pueblos que no disponían de viñedo en el término; o quizá pobres de solemnidad que veían en el rebusque una oportunidad de saciar el apetito dulcemente.
6.- El lagar
Queda pendiente una concisa labor investigadora para intentar profundizar determinados aspectos de la elaboración del vino: orígenes, método utilizado, procedimientos, etc. Como referencia indicar que el Catastro del Marqués de la Ensenada menciona la elaboración del vino. Sea como fuere interesa recoger todo lo referente a su originalidad y a los métodos utilizados. El marco arquitectónico, el arte tradicional, el proceso de elaboración, las costumbres que llevaba aparejado.
La paulatina desaparición del lagar redundó en la aparición de pequeñas lagaretas propiamente familiares. De los lagares quedan innumerables restos, no obstante conocemos los nombres de los que coexistieron en Quintanilla de Tres Barrios. A saber: Lagar del Tercio, lagar Viejo, lagar del Cura, lagar de la Poza, lagar de la Cruz, lagar del tío Silvestre, lagar del Jardil del Alto, lagar del tío Felipe, Jaraicillo (lagar pequeño),… y algunos otros no constatados.
El edificio del lagar quedaba dividido en dos partes: una anterior por donde se entraba, con la pililla y el pilón, y otra posterior que la ocupaba la pila grande, espacio donde se recogía la uva. La espina dorsal la recorría la enorme viga que atravesaba prácticamente todo el edificio. En la parte posterior la viga estaba enclavada en la pared, aunque basculaba, y en la parte delantera se unía mediante un dispositivo al pilón. Para evitar desplazamientos laterales quedaba vigilada por cuatro maderos clavados en la base de la pila hasta el techo llamados pastores. Cuatro maderos abiertos –dos a cada lado de la viga– por los que se introducían otros maderos más cortos para facilitar el prensado de la uva, eran las aspas. En la parte de delante de la viga, un dispositivo conectaba el pilón con la viga, el husillo. El husillo, labrado en forma de tuerca, quedaba unido al pilón mediante un clavo en forma de alcayata, la alcotana, y a la viga por mediación de un madero labrado en tuerca, la pulpilla, adosado a ésta. La viga tenía un agujero por el que pasaba el husillo y éste a su vez tenía otro por el que se introducía un palo con el que se hacía girar el pilón aplicándole fuerza.
Durante los días de la vendimia las personas participantes en el lagar se reunían durante la noche para preparar el prensado a la luz de los candiles. El proceso había que realizarlo siguiendo unas pautas de actuación para que la uva quedara perfectamente prensada. Y se conseguía a pesar de la enorme masa acumulada. Para ello se establecía de la siguiente manera. Primeramente había que extraer toda la uva del centro de la pila y echarla a los lados. A partir de aquí, con la base firme del suelo, se empezaba a pisar concienzudamente y se la dejaba durante un par o tres de días para que cogiera cuerpo y color el vino. A partir de aquí se iba pisando capa por capa. Al principio la uva exprimía en seguida y se sacaba el vino. De nuevo se procedía a pisarla bien y echar otra capa sobre la misma con idéntico efecto al descrito. Llegaba un momento en que el procedimiento ya no resultaba práctico. Había que utilizar otro método: colocar madera. Una vez preparada la uva se colocaban sobre la masa unos enormes tablones y sobre estos unos maderos bien escuadrados, marranos, que iban haciendo forma de pirámide hasta hacer contacto con la viga. Al último de los maderos, diferente al resto, se le llamaba señorita, quizá por la cómoda posición que ocupaba. Esta construcción de madera pasó a denominarse castillo.
En este punto, cada vez que sucedía, se levantaba el pilón para dejarlo suspendido y pudiese prensar. Al principio bajaba rápidamente por lo cual se tenía que volver a elevar para una mayor y mejor presión sobre la masa de uva. En esta situación se podía o ganar aspa o ganar cruz. Ganar aspa era colocarle un madero más a la viga en su parte trasera y por la parte de arriba. Con ello se conseguía que subiera más la viga y quedara más tiempo colgado el pilón, hiciese más presión y quedase mejor exprimida. La otra alternativa era ganar cruz, es decir al hacer presión, el armazón de tablones y maderas había bajado y entonces se le colocaba un par o más, si se podía, de maderas al castillo. Se volvía a elevar el pilón y se exprimía totalmente. Entonces tenía lugar una nueva operación, abrir cara o cortar el pie. Cada una de las caras o lados del pilón se iban abriendo alternativamente. Se comenzaba por la parte de delante para que la uva no obstaculizase la salida del vino, puesto que aquí se encontraba el canuto, o agujero por el que salía el vino a la pililla. Así sucesivamente ocurría con todos los lados y se utilizaba el mismo proceso. Había que actuar, no obstante, con cierta maestría para que la masa de uva prensada, que cada vez se iba haciendo más redondeada -como un enorme pastel-, no se derrumbase. Que ocurría. Entonces afectaba no sólo a su total reconstrucción sino al desplazamiento de la viga y a su ruptura. Para moldear el pastel de raspones e ir colocando sobre él la uva se utilizaban palas de cortar y las propias manos para ir colocando la uva alrededor, siempre echándole un poco más en la parte delantera para que no se abozunase. El ciclo concluía cuando la uva de todos los lados estaba en el montón y éste se hallaba bien prensado por lo cual ya no sangraba.
Cada vez que un proceso de exprimición acababa, se sacaba el vino. El primer mosto era el más anhelado por los más pequeños que esperaban impacientes con un cacho de pan en la mano para untarlo. También los hombres se pasaban el jarrillo para catarlo. La contabilidad y el proceso del reparto se habían establecido anteriormente. Los repartos se hacían en reos pares. El de a dos, el de a cuatro, el de a seis…, etc. Hasta ocho o diez reos y la chorretada solía dar. Se empezaba por el mayor cosechero y se acababa por el último, quien a su vez comenzaba el nuevo reo. Y así alternativa y sucesivamente. El vino se sacaba con la media arroba (o media cántara) y se echaba en odres de piel de chivo o cabra. Popularmente se les denominaba pellejas o pellejos. Un tránsito de hombres por las calles yendo y viniendo del lagar a la bodega y de la bodega al lagar era la estampa típica de estos días. Peligro para las mozas porque los mozos y hombres andaban al acecho y actuaban con mayor contundencia para intentar lavarlas la cara o el culo, lo que buenamente pudieran.
Una vez acabado todo el vino, en el lagar sólo quedaba el enorme pastel de raspones destinado a la elaboración del orujo. Alguna fábrica había en Quintanilla que se dedicaba a ello. Hasta la requisa le metió mano al orujo que había que esconderlo en los muladares. Del lagar prácticamente no quedaba nada que hacer. La última visita, una merienda de todos los participantes o cosecheros. En la bodega permanecía el olor picante del tufo y el peligro añadido. Muertes y desmayos hubo por ello. Para combatirlo nada mejor que utilizar enormes masas de fuego introducidas en calderos de hierro. O hacerle el típico agujero, zarcera, por donde pudiera respirar. Pero ni por esas desaparecía tan fácilmente. A pesar de los remedios que se aplicaban: sebo o manteca salada. Duraba unos cuantos días, a veces semanas si la calidad de la uva había sido excelente. Y el vino, mejor. Todo, o casi, para el consumo particular.
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VOCABULARIO:
Alcotana.- Clavo en forma de alcayata cuya misión es unir el pilón con el usillo.
Aspa.- Madero corto y escuadrado que se coloca por debajo o por encima de la viga para elevarla o suspenderla.
Ballarte.- Soporte de madera adosado a la romana de pesar.
Casillo.- Dispositivo de tablones y maderas colocados sobre la uva para prensarla.
Chuzo.- Palo punzante que utilizaba el vinadero para su defensa Cortar pie.- Quitar la uva de cada uno de los lados de la pila y prepararlo en el centro para su mejor exprimición.
Cubaje.- Toneles o cavidades destinadas a recoger el vino.
Ganar aspa.- Acción de Introducir aspas entre los pastores para ganar altura o mantener la viga.
Husillo.- Madero Ibarado en tornillo acoplado a la pulpilla que facilita la elevación o bajada del pilón.
Marranos.- Maderos utilizados en la composición del castillo.
Media arroba.- Medida de capacidad equivalente a ocho litros utilizada para el reparto del vino.
Murón.- Sarmiento largo que procede de la base de la cepa. Se destina a suplir una futura cepa o a obtener mayor rendimiento.
Pastores.- Cada uno de los cuatro palos verticales situados en la parte delantera y trasera de la pila.
Pelleja.- Odre de piel de cabra o chivo cosido utilizado para el reparto del vino mosto.
Pila.- Compartimiento destinado a acoger la uva.
Pililla.- Cavidad donde se recoge el vino.
Podona.- Podadera. Herramienta en forma curvada exteriormente y en ángulo recto cortante en su interior.
Pulpilla.- Trozo grueso de madera labrado en tuerca o tornillo acoplado al usillo.
Señorita.- Ultimo madero del castillo que se coloca entre éste y la viga.
Silleta.- Aparejo que apoyado en el lomo del animal sirve para transportar cestos de uva.
Zarcera.- Agujero excavado en bodegas con salida al exterior para oxigenar el interior a fin de combatir el dióxido de carbono.