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La Doctrina Cristiana, ese cúmulo de normas y dogmas que componían la esencia de la tradición católica y que todos aprendimos en los catecismos al uso, tuvo -desde las carocas medievales que se instalaban en los pórticos de los templos a los retablos posteriores de diferentes estilos- un marco adecuado para familiarizar a los practicantes con una iconografía formada a través de los siglos y de las tendencias artísticas. En 1913, un editor catalán tuvo la feliz ocurrencia de encargar a dos pintores de la época -Dionisio Baixeras y Joan Llimona- la realización de cerca de 70 láminas que resumieran la vida y la muerte dentro o fuera del seno de la Iglesia. Esos carteles, de gran tamaño, acompañaron durante muchas generaciones los sueños, las preocupaciones, las dudas y las certezas de todos aquellos niños que comenzaron su existencia como católicos. La contemplación de las láminas hoy, sugiere, además de un torrente de imágenes variadas, una reflexión acerca de las formas de educación religiosa y su incidencia en el individuo y en la sociedad.