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La calle de la Sierpe, que antaño era más larga y sinuosa, hogaño debe ser una de las calles más cortas y deshabitadas de la ciudad. La calle de la Sierpe tuvo, en sus tiempos de esplendor, una posada que tenía en su fachada esculpido un monstruo alado, y que se llamaba -¡vaya imaginación!- la "Posada de la sierpe". La calle, en su origen, se alargaba desde la calle Orates, hoy de Cánovas del Castillo, hasta la Plaza del Salvador, correspondiéndole también la actual calle de Castelar .
Esta calle, hoy canija y desangelada, tiene en su "haber histórico" dos muertes. Una de ellas ha llegado hasta nosotros en relato hablado y cantado, y la otra en una reseña del curioso diarista don Ventura Pérez, que iba apuntando en un librito todo lo que de sobresaliente ocurría en Valladolid entre los años 1720 y 1802, aunque el libro fue publicado en 1885, un poco tardíamente, cual es costumbre.
A principios de siglo se cantaba por calles y mercados de Valladolid una coplilla que decía:
En la calle de la Sierpe
mataron a Pepinillo,
por hacer burla a los guardias
y enseñarles el culillo.
El guardia que disparó contra el despantalonado Pepinillo pertenecía a un piquete antidisturbios que había tratado, sin resultado, de aplacar los ánimos airados de un grupo de mujeres, que se manifestaban por las calles de Valladolid porque les habían subido el precio del pan en unos céntimos.
Aquellas mujeres, que debían ser de armas tomar, apedreaban a los guardias con tan desatada furia, que éstos tuvieron que refugiarse en la estrecha calle de la Sierpe. Fue entonces cuando el randa de Pepinillo tiró de pantalón y lanzó por la boca la imitación de una ventosidad dedicada a la autoridad. Un disparo dio con el pícaro en tierra y sólo su sangre logró dispersar la manifestación, olvidándola, para atenderle a él.
La copla que en cuatro versillos contaba, a la pata la llana, el suceso fue a los pocos días modificada por algún "alma cándida", para que pudiera ser cantada por todos los públicos sin motivo de sonrojo o escándalo:
Mataron a Pepinillo
en la calle de la Sierpe,
por hacer burla a los guardias,
y enseñar lo que no debe.
Evidentemente la trivial .alteración dio al traste con la frescura de la cuarteta, y aunque la hizo asequible y autorizada para todos los públicos, la destrozó por completo. Yo prefiero la primera.
La otra muerte que tuvo como escenario la calle de la Sierpe, la reseña el diarista don Ventura Pérez de la siguiente manera: "Muerte. Año de 1750, día 8 del mes de diciembre, mataron a Julián de Argos, maestro cerrajero que vivía en la esquina de la calle de la Sierpe, donde está Nuestra Señora: un soldado oficial reformado, habiéndose puesto a hacer aguas junto a la esquina de la Virgen, la mujer del difunto lo empezó a reñir porque se ponía allí a hacer aguas, y el soldado desenvainando el espadín, se subió por la escalera que está por la puerta trasera a buscarla. A este tiempo llegó el difunto que venía fuera de casa, y diciéndole los vecinos que iba un soldado a matar a su mujer, fue a agarrarle a la escalera diciéndole dónde va usted, hombre, y el soldado, sin hablar palabra, volvió el espadín, y siendo la escalera angosta y al anochecer, y el difunto no vio el espadín, y yendo a subir se lo metió por el pecho, y diciendo ay que me ha muerto se fue agarrado al soldado, y la mujer sin poder hablar palabra, se cayó a distancia de treinta pasos la calle adelante hacia la Fuente Dorada. El soldado se retiró a la Trinidad calzada; le sacaron de allí y le llevaron a la cárcel, y habiendo litigado la inmunidad, le volvieron a poner en dicho sitio y allí estuvo mucho tiempo hasta que rompió la cabeza a un muchacho y se fue a Burgos donde se quedó muerto en una calle"
¡Qué tío el soldado aquél!
Hoy la calle de la Sierpe, que conserva, quizá por tradición, un acre olor a letrina, sigue recibiendo, de chicos y grandes, aguas menores y mayores. ¡Qué cruz, Señor, qué cruz!