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INTRODUCCIÓN
En la actualidad nadie pone en duda la importancia de la arquitectura tradicional, tanto desde sus aspectos plásticos, como de otros tantos valores históricos y culturales. El tiempo de la sobrevaloración de los aspectos "cultos" o monumentales, del menosprecio de lo rural y antiguo, respecto a las aglomeraciones urbanas e industriales, ha pasado a la historia, y cada día tienen más pujanza los alicientes de los edificios que conforman la arquitectura popular y su variedad de tipologías zonales.
La revalorización de lo vernáculo, que formaliza el sentir de un pueblo, la transmisión generacional de los saberes necesarios para esta formalización, su adaptación al medio y su propia diversidad, son valores que hay que proteger para poderlos transmitir a las generaciones futuras como parte de nuestro pasado histórico.
Dos advertencias, una: que la tradición no es inmovilista, es cambiante y se adecúa al tiempo de su existencia adoptando, en todo momento, los avances que se producen. La otra es que una arquitectura popular necesita un uso y, por diversos avalares (éxodo rural, despoblación, no industrialización...), se ha fosilizado y por ello, muchas veces es necesario que para su rehabilitación se pierda su función primigenia, se acomode a las innovaciones a las que los tiempos nos tienen acostumbrados, o bien que se musealice como objeto de investigación, difusión, aprendizaje, admiración y divertimento.
Por otra parte, hay que ser conscientes de que muchos de los que realizaban estas arquitecturas han desaparecido, y con ellos su conocimiento. Frecuentemente se hacían usos de oficios extinguidos y no se encuentran, o escasamente, maestros de taller. La hereditariedad se ha desmembrado y los hijos no quieren las faenas de los padres. Los arduos trabajos impelidos por el autoabastecimiento y la necesidad no son apetecibles en nuestra era, y la vuelta al campo o a los trabajos tradicionales está en un incipiente paréntesis. Y por otra, están los valores de confort natural, de simpleza y profunda adaptación ecológica, que pueden ser una salida en este mundo de consumismo.
Ya existen experiencias modernas con alternativas de materiales antiguos y modernos en consonancia, como la fijación de los barros con resinas para prescindir del encalado antiguo, conglomerados de materiales naturales con otros productos, para relleno de entramados con menor grosor, consolidantes pétreos para cornisas... o simplemente, aislantes de tejados sin manifestar su apariencia externa.
Nadie pide que se vuelva al siglo XIX, pero debemos admirar y aprovechar todo lo que el tiempo anterior nos legó.
1. ARQUITECTURA POPULAR Y SU DISTRIBUCIÓN EN CASTILLA Y LEÓN
Factores geográficos en nuestra región
Los rasgos físicos y ecológicos de Castilla y León ofrecen una realidad geográfica compleja y diferencial, articulada por distintos conjuntos espaciales relacionados entre sí. La región más extensa de España, situada entre las llanuras de la submeseta Norte y los rebordes montañosos, más la elevada altitud general, explican un clima caracterizado por la aridez estival, heladas frecuentes invernales y una gran oscilación térmica. A partir de esto se ha desarrollado una biosfera en la que predominan las especies mediterráneas, aunque han sido profundamente transformadas por la acción antrópica y sus formas de ocupación.
Simplificando a grandes rasgos se pueden diferenciar cuatro conjuntos geográficos a partir de los parámetros de la altitud sobre el nivel del mar (Fig. I):
1. Depresiones y fosas periféricas (más o menos a 600 m.): Valles encajados entre montañas de los que sobresale por su complejidad la cuenca de El Bierzo (León) o Las Arribes del Duero (Salamanca). Microclimas mediterráneos.
2. Campiñas centrales y penillanuras paleozoicas del Oeste (entre 600 y 800 m.): Se trata de una serie de terrazas escalonadas horizontalmente. Morfológicamente corresponden a una gran cuenca rellenada a lo largo del Terciario con sedimentos básicamente miocenos (conglomerados, arenas, arcillas, margas, margas yesíferas...). Forman las campiñas, de secular tradición cerealística (Tierras de pan llevar) como La Moraña o Tierra de Campos; o las penillanuras, —donde ha aflorado el paleozoico (granito, pizarra o cuarcita)-, que se extienden por Salamanca y Zamora (Campo Charro, Sayago o Aliste). Clima continental algo extremado.
3. Páramos calcáreos y páramos detríticos o de rañas (entre 800 y 1.000 m.): Cubierta de la cuenca formada por calizas lacustres que se muestra con nitidez en los páramos (Los Torozos) o cubiertos por un manto de grava y arenas cuarcíticas como en las rañas del norte de León o Palencia. Clima continental de acusada aridez en verano.
4. Rampas o piedemonte y cíngulo montañoso (más de 1.000 m.): Montañas Galaico-Leonesas que cierran la meseta por el Noroeste y muestran las huellas del retoque glaciar sobre las rocas graníticas, las pizarras y cuarcitas de las Sierras Segundera, Cabrera y del Teleno. La Cordillera Cantábrica completa el candado norteño alternando con desfiladeros producto de las aguas sobre las calizas paleozoicas. Hacia el Este se suavizan las cumbres que toman contacto con los depósitos terciarios en Las Loras y las montañas burgalesas, o muestran los perfiles redondeados de las Sierras (Demanda, Cameros o del Moncayo) del Sistema Ibérico donde en los Picos de Urbión tiene nacimiento el Duero —eje vertebral de la región-. La parte meridional está delimitada por el Sistema Central con las mayores alturas graníticas en las Sierras de Guadarrama y Gredos que se disuelven hacia el Oeste, donde destaca la Sierra de Francia. Y por el occidente el macizo portugués de Tras-osmontes. Clima continental menos extremoso y con tendencia a mayor pluviosidad.
Del clima, en general, se puede decir que es duro y extremado, como continental típico, con inviernos muy fríos y larguísimos, veranos cortos de altas temperaturas y exiguas estaciones intermedias (primavera y otoño). La escasez de lluvias es otro de los rasgos derivados de la existencia de las potentes barreras montañosas, y la Meseta es una de las regiones más secas de la Península, lo que repercutirá directamente tanto en la vegetación como en los recursos humanos.
Otro de los factores a tener en cuenta es el agua, y ya se ha apuntado la importancia de la red hidrográfica articulada alrededor del río Duero y sus afluentes. Su caudal estable y su longitud (unos 9.000 Km. con sus afluentes), garantizan su presencia como fuente de vida y riqueza, como productor del 28% de la energía hidráulica de la producción nacional y alimento del sector primario, aún de gran importancia en nuestra región (bien por los cauces superficiales o por los subterráneos).
Por último, simplemente mencionar la cubierta vegetal regional en la que los bosques, praderas y pastizales constituyen un 40% de la superficie. Predominando en el bosque, especies perennifolias (encina y carrascal) que convierten el paisaje en una formación representativa de la zona: el monte adehesado de aprovechamiento mixto e integral (forestal, agrícola y ganadero), propio de las penillanuras salmantinas. En las montañas se dan hayedos, robledales, o quejigos; y excepcionalmente alcornocales. La fuerte depredación humana ha dado lugar a repoblaciones masivas de coniferas, que constituyen en la actualidad una amplia fuente de ingresos en comarcas de Burgos, Soria, Segovia, Avila y Valladolid; siendo el paisaje predominante de formaciones arbustivas y matorrales (bien por la roturación agrícola o por el efecto de los incendios).
Factores culturales: históricos y socio económicos
El paisaje regional ha sido fuertemente condicionado por la repoblación medieval. Desde el siglo IX hay sucesivos intentos de reorganizar una zona inhabitada y destruida por las idas y venidas de los árabes y lugareños. Por los topónimos conservados se desprende que entonces existía un denso bosque generalizado, que fue expurgado en las cuencas sedimentarias para su utilización agrícola. El campo quedó organizado en pequeñas explotaciones (más de colonato o arrendadas que propias) en la zona central, con dedicación al cultivo triguero de año y vez, o con más largas barbecheras; y a viñedos y olivares, en menor medida, en las penillanuras occidentales, con encinares aclarados de explotación comunal y suelo centenero alternado con erial; más al norte con policultivo hortícola y de lino, o praderas donde bajaban a pastar los rebaños en el invierno. Y ésta es, más o menos, la rutina, con pocas variaciones hasta el siglo XIX, en que se sustituye el cultivo del lino por la patata, la plaga de filoxera acaba con gran parte de las viñas que se cambian por pinares, se inician regadíos más organizados y se multiplican las cosechas trigueras.
Otro punto a considerar es la finalización, a mediados del XIX, del Canal de Castilla, buen aliciente para extender el labrantío y causa de la regulación de los ríos. Con el consiguiente auge de las industrias harineras, y culminación del monocultivo triguero, que hicieron de Castilla y León el granero de España, hasta la mitad del siglo XX.
En cuanto a los aprovechamientos ganaderos, todavía en la segunda década del siglo XX, los animales ovinos y caprinos eran el 80% de la cabaña mayor (también formada por bovinos, equinos y porcinos). Se mantenía un prado boyal para los ganados de labor y existía el corral del concejo, donde cada vecino llevaba al amanecer su pequeño hato y se cuidaba por turnos por el sistema de vecera. El espectáculo de la trashumancia temporera era corriente, y se mantenían los cañadas, cordeles y veredas en perfecto uso, favoreciendo el paso del ganado desde los pastizales de invierno a las frescas montañas en verano. Lo mismo que los vaqueros y porqueros campaban al cobijo de las encinas con sus vacadas y piaras.
El panorama industrial a mediados del XIX se nos muestra no muy diferente de las primitivas industrias que afloraban allá por el XVI. Las actividades estaban representadas por factorías que producían bienes elementales (alimentación, tejidos, curtidos, aguardientes, fundiciones de hierro, tonelería...) destinados a mercados próximos locales o comarcales. En general eran industrias dispersas de carácter familiar, sin una estructura y con una falta generalizada de capital que fuera capaz de desarrollar actividad industrial con base en los recursos regionales, Un handicap duro es la asignación de la región como granero, dentro del modelo económico nacional, lo que polariza su actividad hacia las industrias harineras y otras subsidiarias, como es la producción de carbón en las cuencas hulleras palentinas y leonesas, o la instalación de talleres metalúrgicos en Valladolid orientados a la construcción del ferrocarril, para la distribución de la harina. Otras iniciativas (industria del hierro en Cantabria, industrias azucareras, textiles...) tuvieron desarrollos desiguales y discontinuos.
En un rápido repaso de la historia de la que dependerá, en gran manera, la fisionomía y estructura de los núcleos y pueblos mesetarios, hay un hecho destacable y es la importancia, a todos los niveles, de la repoblación de nuestro solar. Pero antes de ellos se documentan históricamente tribus celtíberas con dos economías diferentes: al oeste (vacceos...) agrícolas y sedentarios, y al este (vettones, arévacos...) pastoriles y más móviles. Luego la invasión romana engulle a estos pueblos, reorganiza el territorio (hasta donde pudo llegar su civilización), se crean vías de comunicación y se impulsa la economía. Los visigodos se superponen mezclándose, y los árabes (desde el siglo VIII) sostuvieron una larga presencia, e importante, por el aporte de diversas soluciones urbanísticas, sistemas de construcción y de decoración. Con la Reconquista de la Meseta se configura la fisionomía propia de Castilla y León. Aunque al principio se convierte en tierra de frontera, es decir, zona de cambios, de luchas e inestabilidad, provocando una repoblación lenta y problemática; luego se van fundando pequeñas ciudades de carácter eminentemente defensivo, donde cobran vital importancia las figuras del castillo y las murallas. A partir del siglo IX los astures comienzan a descender al sur de las montañas para asentarse en las llanuras de la cuenca del Duero y poner en explotación las tierras. Al principio por el sistema de presura, como repoblación espontánea, y el que roturaba las tierras se convertía en su propietario. Posteriormente se hacen políticas reales de repoblación (Ordoño I, Alfonso III, Ramiro II...) de tal manera que la capital del reino astur-leonés se localiza ya en León. Lo importante es conocer la naturaleza de los repobladores y estos son: astures, cántabros y vascones, mozárabes (cristianos que emigraron a Al-Andalus), más los pobladores de la cuenca. Ya en el siglo XI es figura señera Raimundo de Borgoña que dirige personalmente la repoblación de la Extremadura Castellana, en Segovia, Avila y Salamanca, y aporta elementos humanos (algunos de dudosa procedencia) leoneses, gallegos y asturianos, junto con portugueses y francos. En esta época y hasta el siglo XIII se produce un despegue espectacular en cuanto a roturaciones de tierra, avance de la ganadería lanar trashumante, desarrollo de las cañadas y caminos, nacimiento de núcleos urbanos (oficios artesanales, ferias y mercados) y diversificación social. Pero el poblamiento es principalmente muy concentrado, distribuido en pequeños y medianos núcleos apretados y compactos, no sobrepasando (incluso en la actualidad) los 10.000 habitantes, salvo las capitales de provincia.
Tras el bache del XIV, en el siglo XVI se da un tiempo de expansión económica y dinamismo social, siendo su base la actividad industrial y comercial: incremento demográfico, aumento de la producción, progreso en técnicas agrícolas (aunque también abuso de roturación), ganadería abundante estante y trashumante, industria incipiente y comercio (a destacar Medina del Campo y Burgos), y especialización manufacturera (lanera de merinas sobre todo).
A partir de entonces y por diversas circunstancias -aunque con períodos de recuperación-, se inicia un declive que culminará en el siglo XVIII siendo la causa del anquilosamiento industrial y escaso desarrollo económico volcado en el sector primario —ahora en el de servicios—, con una escasísima o muy parcial industrialización, que no se inicia hasta los años 60 del presente siglo.
Algunas consideraciones
El atractivo de esta rama arquitectónica ha dado lugar a que su conocimiento se haya extendido a todos los ámbitos geográficos, referentes tanto a la identificación de los rasgos propios de cada región, como a las mutaciones que sufren los tipos básicos por las peculiaridades del emplazamiento y las necesidades de los usuarios.
Se pueden delimitar unas características generales de la Arquitectura Popular (con aportaciones varias):
1. Enraizamiento en la tierra y en el pueblo. Conservadurismo y pervivencía de formas antiguas.
Ligazón fuerte con la zona, su medio físico y características climáticas. Marcado carácter rural.
Orientación de vanos y fachadas al sur, variación de grosor de muros y protecciones externas.
Tipos locales de materiales (mimetismo), reflejo auténtico de la vida campesina.
2. Predominio del sentido utilitario (funcionalismo), casa como habitáculo de hombres, bestias y almacén, variando según los sistemas productivos.
Respuesta inmediata a problemas peculiares concretos (no persigue el crear tipos).
No pretende una modificación del medio, sino una integración con el mismo.
3. Raramente introduce innovaciones gratuitas. Arquitectura exclusivamente de lo necesario.
4. Se caracteriza por un enfoque mental donde no existe la frivolidad (arquitectura del sentido común).
Actúa con libertad total y libre de prejuicios acerca de los efectos plásticos, lo que produce a veces soluciones inesperadas.
Es una arquitectura existencial, un fenómeno vivo y nunca ejercicio de diseño (aunque en sí misma lleve implícita el diseño).
No se propone la expresión de conceptos generales o universales, ni de ideas simbólicas (aunque las transmita).
5. El factor económico es importante, y dada la premura de medios, no existen complicaciones constructivas (principio del mínimo esfuerzo y mayor proximidad, con el máximo aprovechamiento y mínimo costo). Arquitectura de tapial y adobe, entramados, ladrillo y piedra (granito, pizarra o arenisca).
6. Tanto la técnica como los materiales, pertenecen a una época preindustrial. Sistemas tradicionales transmitidos generacionalmente.
7. Los aspectos que la ennoblecen, son el cariño y el esfuerzo de sus autores al realizarla y los materiales naturales ajenos a las modas. Materiales autóctonos.
8. Se persigue una obra definitiva (para el autor y sus descendientes).
Es una arquitectura de módulo unifamiliar (simple o extensa). No hay conjuntos pensados a priori.
No es un objeto especulativo, se conserva el derecho consuetudinario, la primacía y respeto por lo comunal.
9. Su lenguaje carece de referencia o ausencia de estilos históricos.
Sintaxis de fácil lectura y de proposiciones claras y concisas.
10. Destaca la importancia de las construcciones complementarias. Se tiende a la diferenciación entre habitáculo familiar y otras dependencias (más confort).
11. Se caracteriza por un predominio de los valores volumétricos sobre los espaciales.
A diferencia de la arquitectura culta, que se refiere a obras singulares, la popular es fundamentalmente de conjuntos.
Y nosotros añadimos la necesidad o el gusto por la individualización del que la hace. Es decir su marca de identidad manifestada en pequeñas variantes externas, incrustación de elementos ornamentales, etc.
Otra cuestión fundamental es la absoluta similitud de materiales y sistemas constructivos empleados en los recintos dedicados a actividades artesanales o semiindustriales y la arquitectura familiar, ya que las primeras, a menudo, están incorporadas en las propias viviendas o en dependencias anejas (hornos alfareros o de pan, talleres de forja y fundición, bodegas y vigas, telares, molinos varios...). O por el contrario es el habitáculo el que se introduce en el lugar de trabajo. De tal manera que exteriormente no se diferencian (salvo que tengan manifestaciones marcadas -altas chimeneas, cúpulas de horno, ruedas o canalizaciones hidráulicas...)-.
Distribución de la arquitectura popular en Castilla y León
Teniendo en cuenta todos los datos anteriormente expuestos y aún cayendo en una generalización, se puede hacer un esquema de las tipologías constructivas en la región, siendo conscientes de las variantes peculiares incluso dentro de las comarcas naturales de cada provincia.
Si atendemos a los materiales se puede establecer la siguiente distinción:
El sistema más común y predominante en toda la penillanura central y campiñas del oeste de la meseta, sobre todo para casas de una planta es el empleo del tapial o adobe. Aunque a veces aparece mezclado con casas de mampuesto o sillarejo.
El ladrillo se usa en zonas muy concretas del centro y sur de Castilla, en las regiones de arenas, gravas (páramos y rañas), normalmente alternando con el tapial y el adobe.
Los entramados de madera aparecen rellenos de tapial, adobes y más en las sierras del sur con mampuestos de pizarra o granito (siempre revocados de barro), para edificios de varias plantas.
La piedra predomina en el norte aunque reservando los sillares para grandes construcciones y, generalmente de rango artístico, aristocrático, militar o religioso. Siendo característico de las zonas de transición del norte de Burgos, León y Soria, o de los pueblos serranos próximos al Sistema Central de Avila o Segovia. Es decir, en todo el cíngulo montañoso que rodea la submeseta septentrional, dominando granitos, pizarras, areniscas o calizas, según los afloramientos. Se podría decir que las zonas más septentrionales tienen concomitancias con los modelos santanderinos y asturianos.
El sistema de cubrimiento generalizado es el de teja curva (árabe), a pesar de que no faltan, en los rebordes, tejados de pizarra o de paja.
El panorama es complejo pero se irá desgranando a medida que se especifiquen los materiales y los sistemas o su empleo.
Pero si nos atenemos además a la morfología de las construcciones, se puede realizar otra clasificación:
1. Casas de influjo norteño: en el norte de León, Burgos y Palencia, así como la zona más oriental de Zamora, que acusan, en general, el gran peso de las tipologías gallegas, cántabras y asturianas.
Las zonas más orientales están fuertemente influenciadas por los modelos santanderinos caracterizados por el empleo de la piedra como material básico, desarrollo en altura (normalmente dos plantas) y en la sistematización de uso de las galerías de madera acristalada (Espinosa de los Monteros -Burgos— o Cervera de Pisuerga -Palencia-...) (Fig. 2).
Más interés ofrece el norte y noroeste de León de marcado influjo galaico y asturiano (valles de Babia, pueblos como Barrios de Luna, Villaseco...hasta la zona de Riaño). La comarca en contacto con Galicia (El Bierzo, Ancares, La Cabrera...) además de presentar los rasgos inconfundibles gallegos (edificios de mampostería trabajada, tejados de pizarra, viviendas organizadas en una planta, etc... que se mimetizan con el paisaje) aporta la pervivencia de un tipo de construcción de gran interés que además está protegido legalmente (Plan especial de la revitalización de la Sierra de Ancares en 1984), sobre todo porque configura uno de los tipos más arcaicos de la arquitectura popular. Nos referimos a las pallazas, pallozas (Sanabria) o pallotas (Fig. 3) de cubierta vegetal. Se trata de una construcción más o menos circular (puede ser ovoide e incluso pseudorectangular) de mampuesto o sillarejo de piedra, techado de paja (normalmente de centeno) y hogar central, dispuestos en un sólo habitáculo. La pallaza es una supervivencia de los prototipos protohistóricos, como las chozas y habitaciones circulares de los castres y citanias.
2. La casa de piedra: que tiene presencia generalizada en toda la meseta como producto de la adaptación al medio. Normalmente aparece combinada con otros materiales, barro y ladrillo principalmente, sobre todo en los páramos y campiñas castellanas, siendo el elemento básico de las construcciones de alta montaña o en contacto con ella (Sistemas Central e Ibérico) (Fig. 4).
Se trata de habitáculos elementales y sobrios, adecuados a los climas rigurosos y adaptados a economías ganaderas. Están normalmente efectuadas en mampostería tosca, agrupadas en pequeños núcleos inmersos en las curvas de nivel y características urbanas rudimentarias. Sus peculiaridades se pueden enunciar como: que suelen ser casas de una o dos plantas, marcadamente herméticas, sin apenas vanos en sus huecos, hechas con piedra granítica y gneis e incluso, pizarra. Las dependencias secundarias pueden ir anexas o bien incluidas dentro del habitáculo y siempre están cubiertas por amplios faldones de teja curva. La chimenea ocupa un lugar destacado y la cocina es el centro neurálgico de reunión familiar.
Junto a ellas se encuentran casas de sillarejo y mampuesto en las fachadas y sillares en los ángulos o recercando los vanos. Dinteles y jambas de formidables piezas o arcos de medio punto en piezas berroqueñas. Característica es la construcción de muros curvos en los pueblos ganaderos, herencia casi actual de época céltica, para no dañar las caderas de los animales (Yecla...).
3. Casas de barro (tapial y adobe): se dan sobre una amplia zona de la Meseta Norte, la llamada Tierra de Campos que abarca gran parte de las provincias de Zamora, León, Valladolid y Palencia. En una tierra en que la ausencia total de piedra y madera es casi absoluta, aparece la tierra como principal material natural. Aunque el dominio exclusivo del barro se circunscribe a esta zona, su empleo como material auxiliar aparecerá en otras muchas zonas.
En la Tierra de Campos la homogeneidad geográfica, económica y social es notoria, y la fisionomía de sus pueblos arcaicos y primitivos, hace que formen un todo con la naturaleza (barro con barro) (Fig. 5). Por otra parte su funcionalidad, eficacia y bajo costo, es objeto de curiosidad e investigación de especialistas de otros países. Los pueblos de barro ofrecen un aspecto uniforme en su color y textura porque, además, las paredes aparecen revocadas de barro mezclado con paja (trullado), lo que favorece la impermeabilidad ante las lluvias y sirve de aislante de las temperaturas. Estos edificios suelen tener dos o tres plantas, con el desván y el sobrado en la planta superior. La cocina y habitaciones se distribuyen entre la planta baja y la primera, si existe. Lo verdaderamente importante es el zaguán de entrada, que sirve de puerta y pórtico, lugar de reunión y almacén de grano, distribuidor de las habitaciones y acceso al patio o huerto.
Cuando la vivienda es exenta tiene separadas las construcciones auxiliares, y cuando está adosada suele aumentar las alturas. En ambos casos aparece cubierta con teja curva árabe en faldones de una o dos vertientes. También se suceden las casas asoportaladas en los pueblos de cierto desarrollo urbano. Y como curiosidad es la pervivencia de un sistema de calefacción de origen romano (hipocaustum), denominado "gloria" (Fig. 6), que aprovecha como elemento de combustible la paja, por otra parte muy abundante en estos lares. El sistema es sencillo y se organiza en la parte baja de la vivienda, elevándose para ello un metro el nivel del piso, mediante una construcción de tabiques de adobes que se termina en un pavimento cerámico. Así se forma una red de espacios reticulados que canalizan el aire caliente desde el hogar hasta la chimenea. Se utiliza en la actualidad pero muy escasamente, aunque otro de sus valores es el aislamiento térmico contra los rigores veraniegos.
4. Casas de ladrillo: El ladrillo, material a caballo entre lo artesanal e industrial, suele aparecer como elemento secundario, reforzando ciertas partes de la casa a modo de apilarados, a veces enjarjados (engarzados), o como elemento de relleno en los entramados de madera, en numerosas zonas castellanas. Pero en Castilla y León se utiliza el ladrillo de manera interesante por su uso estructural, jugando un papel importante en los muros, en dos comarcas -Tierra de Pinares y Tierra de Arévalo- (Fig. 7). Donde se construye con este material pero dispuesto en estructura mixta, alternando con cajones de hormigón hecho con gravilla de río mezclada con tierra, que actúan como elementos de relleno. Este tipo es frecuente en las provincias de Valladolid, Avila y Segovia. Siendo lo normal dejar el ladrillo a cara vista y encalar el resto del muro.
Lo cierto es que toda la zona está muy adulterada, de manera que la antigua estructura queda irreconocible tanto por dentro como por fuera.
Este material, de origen o por lo menos influencia mudejar, constata la presencia arábiga en la zona y se manifiesta en los ángulos, en verdugadas o cadenas entre los tapiales o adobes, recercando los dinteles o arcos... generalmente en casas de planta baja y "sobrao" (almacén); como adorno de alfices o arrabas o en la coronación de las fachadas o cornisas formando dientes de sierra, espina de pez... Peculiaridad generalizada es la distinción de aleros formados por la cubierta de teja montada sobre una vuelta, o dos, otra y hasta cuatro o cinco hiladas en voladizo, indicando la riqueza de la casa.
5. Casas de entramado: las que por su variedad y extensión, que ocupa prácticamente toda la región, forman una de las tipologías más interesantes con un gran muestrario. Nos demuestran el pasado arbóreo de la zona y a la vez, la funcionalidad de la madera que sirve para aligerar la obra y como junta de dilatación de los materiales de relleno. Se emplea tanto en el esqueleto de los muros entramados, en las armaduras de las cubiertas, en las viguerías que sostienen los pisos, en los aleros, soportales... y en la propia carpintería.
Normalmente es característica de las construcciones de los valles y laderas del Sistema Central e Ibérico, pero por sus peculiaridades se pueden distinguir, al menos, tres grandes diferencias zonales:
• La casa albercana (serrana) (Fig. 8): en localidades de la Sierra de Francia (Salamanca), Valle del Tiétar y prolongaciones en la Vera extremeña, donde predomina una economía ganadera -porcina- y de policultivos en bancales (olivo, vid y frutales), lo que les produce unos saneados ingresos, complementados por el sector turístico atraído por su espectacular belleza.
El aspecto exterior es un tanto anárquico y variopinto, pero con la uniformidad del uso de los mismos materiales. En esquema la planta baja es de piedra gruesa, soportando varias plantas (hasta tres) resueltas con cerramientos entramados que se rellenan con barro, ladrillo y a veces, piedra encalados. Son características las solanas de madera (balconadas) en que desembocan los sequeros superiores, así como los soportales. Los entramados se encuentran indeterminadamente vistos o revocados. En general toda la zona está bastante deteriorada o con restauraciones-reconstrucciones poco ortodoxas, a pesar de que a partir del año 1974 se emprenden campañas de protección oficial (solamente en Salamanca ya hay cuatro pueblos declarados conjuntos histórico-artísticos en la zona).
• Entramados del Sistema Ibérico (Fig. 9): zona de empleo masivo de madera por su gran riqueza forestal, tanto en la estructura exterior del edificio, como en sus múltiples detalles interiores.
Dentro de la variedad destacan por su cuidadosa factura y a cara vista, las villas del páramo burgales. Ciñéndonos a lo estrictamente popular, poco queda de estas características, puesto que las restauraciones se han realizado bajo conceptos demasiado tipistas o folklóricos, perdiendo en gran parte su entidad propia. El mejor ejemplo es Covarrubias.
• La casa pinariega (Fig. 10): tipo constructivo que cubre parte de las provincias de Soria y Burgos, mezclando un acusado primitivismo con la sabiduría popular. La madera es su principal material tanto en muros y estructuras o divisiones auxiliares, como en su carpintería. Es de señalar el cuadrilátero que forman los pueblos de Lerma, Calatañazor, Gallinero y Salas de los Infantes donde se conservan las mejores muestras de este tipo constructivo.
La casa pinariega puede ser rústica y elemental, o más urbana y evolucionada, presentándose adosadas, de dos o más plantas e incluso con soportales. Puede estar hecha enteramente en piedra (más nivel social) o tener estructura de entramados, que es lo más frecuente. Retículas rellenas con piedra, adobe o tapial y en algunos casos de ladrillo o un tramado de varas de enebro. El elemento inconfundible de este tipo de arquitecturas es la chimenea, signo exterior de la gran cocina y hueco de visión de la estancia, desde donde se aprecia su gran altura (cuatro a cinco m.), que al exterior queda desdibujada por la pendiente de las cubiertas. El aspecto externo es lo más peculiar: se construye con una armazón de palos verticales que sirven de guía a un encestado troncocónico de varas de enebro, sabina o roble, rellenadas por ambas caras con barro o tejas. La cocina suele estar en la planta de arriba (cuando la hay), dedicando la inferior a dependencias auxiliares. La zona de estas tipologías ha acusado un gran problema de emigración, pero desde los años 80 se han hecho intentos de conservación como puede ser la experiencia de Navapalos en Soria.
Además de estas variantes específicas se pueden encontrar entramados por toda la Tierra de Campos, alternando con las construcciones de adobe y tapial íntegramente. Igualmente se usaban en las medianerías de las casas urbanas de los núcleos capitalinos.
2. MATERIALES: TIPOS Y PROCESOS DE FABRICACION O ADECUACION PARA SU PUESTA EN OBRA
Piedra
La piedra ofrece el especial atractivo de tratarse de un material natural, al que sin apenas transformaciones "industriales" —más que las mínimas necesarias para su colocación en obra-, puede ser un material perfectamente útil y en múltiples variantes dentro de la construcción, en aquellos lugares en que se encuentra. Aporta el sentido geométrico a la arquitectura, además de su sentido plástico por su textura. En este sentido, la calidad, durabilidad y el escaso mantenimiento son una fuerte alternativa para su uso y perdurabilidad.
Bajo una óptica moderna las piedras se dividen en rocas naturales y ornamentales, éstas últimas son las que han sido seleccionadas, debastadas y cortadas premeditadamente para un uso concreto, pero no es nuestro caso. Las rocas naturales son las que pueden obtenerse en bloques o piezas para su utilización en la construcción, tratándose de piedras de cantería o de corte, fundamentalmente calizas, areniscas, granitos y pizarras.
Castilla y León es una comunidad que posee una gran abundancia de yacimientos que se reflejan en las variables zonales de la arquitectura rural, que así queda perfectamente mimetizada con el paisaje. Pero hablemos de las piedras (Fig. II):
Granitos: bajo este nombre se incluyen granitos y otras rocas intrusivas de origen ígneo, constituidas por cuarzo, feldespato y mica en proporciones variables. Suelen ser homogéneos, de gran dureza y resistencia a las alteraciones. Su uso se documenta desde los castros celtibéricos de la zona noroccidental hasta los verracos de Avila o Salamanca, poseyendo nuestra región un 30% de los afloramientos del país. Existen canteras en Segovia (El Espinar y Villacastín), Avila (Martínez), Zamora (San Ciprián y Sayago), Salamanca (Arribes y Entresierras)... que se emplean y se han empleado en la confección de adoquines, losas, dinteles, columnas, zócalos, sillares, sillarejos, mampuestos... y demás piezas de la construcción y ornamentación.
Calizas y mármoles: son de origen sedimentario que en ocasiones han sufrido cierto metamorfismo (mármoles). Se componen de lodo calcáreo y granos, además de ciertos carbonatos cuya proporción explica su clasificación: Caliza del páramo blanco-grisácea (vulgarmente de Campaspero, Valladolid) pero también de Segovia aunque más rosada (en la zona de Sepúlveda), de las cercanías de Boñar (León) en tonos ocres. La piedra de Hontoria (Burgos) de color blanco muy uniforme y sin brillo, que permite la extracción de grandes bloques, piedra del Parral en Zamarramala (Segovia) en tonos amarillentos. Piedras lajosas (para losas) en Oseja de Sajambre o Villamanín (León)...
Todas se han utilizado sistemáticamente en la construcción de las zonas en explotación, generalmente en forma de mampuesto o sillarejos y de sillares en los refuerzos.
En cuanto a los mármoles en la actualidad sólo se explotan en Villafranca del Bierzo (León) y en Espejen (Soria) pero se destinan a arquitecturas no populares y de carácter suntuario.
Areniscas y cuarcitas: son rocas sedimentarias detríticas, constituidas por granos principalmente de cuarzo, trabados por una matriz detrítica y/o cementos varios. Las cuarcitas son consecuencia de un metamorfismo de las areniscas, que conlleva la cristalización del cuarzo. Las primeras están muy extendidas por toda la región siendo señera la piedra franca o arenisca de Villamayor (Salamanca) con base caliza, que se comercializa fundamentalmente en sillares, pero se ha utilizado abundantemente en forma de sillarejo y mampuesto. Otra arenisca se extrae en Brañosera-Salcedillo (Palencia), siendo más dura y que se usa para losas. Dignas de reseñar son la de Ojo de Perdiz, muy dura, que se explota en Aldehuela de Periañez (Soria) en bloques de buenas dimensiones, o la piedra de Salas o de Aguilar, más amarillenta, en Burgos, con base silícea.
La cuarcita se explota en Palacios de Valduerna (León) donde se obtienen lajas ocres y grises de piedra Maragata. De Segovia procede la cuarcita de Domingo García o de Bernardos que se extrae en placas.
Pizarras: son rocas metamórficas, de origen sedimentario de tamaño de grano fino y colores oscuros, que se caracteriza por poseer una intensa foliación plana, favorecida por la disposición de los minerales laminares (filosilicatos), que provienen de sedimentos arcillosos sometidos a altas presiones y temperaturas. Le domina una fuerte impermeabilidad, es fácilmente flexible y se comporta bien frente a los rigores atmosféricos, lo que ha permitido su uso, desde la antigüedad en las cubiertas, primero en losas y luego en placas y también en lajas en seco para la construcción de muros de viviendas y cercas, y pavimentos.
Las pizarras se explotan en las provincias de León (Cabrera Alta y Baja, Alto Bierzo y Caurel), Zamora (Aliste) y Segovia (Bernardos).
Respecto a su transformación es muy similar en todos los casos. Una vez localizado el yacimiento, tradicionalmente se procedía a su selección dependiendo de la pieza que se quiera conseguir. Luego se pasa a su corte, serrado o exfoliado según los materiales, cuyo primer desbastado se hace en la cantera, y luego, se lleva (o no) a los talleres en caso de su comercialización, para su labra. En la arquitectura popular predomina el sentido funcional sobre el estético, lo que hace que las labores de acabado (pulido, apomazado, abujardado o flameado) pierdan importancia, y se limiten prácticamente a las labores de corte con marras, macetas, bujardas, buriles, cinceles... Además la mayor parte de los paramentos están revocados, con lo que la superficie pétrea queda oculta, y si es rugosa permite mejor agarre del enlucido.
También hay que tener en cuenta que la arquitectura tradicional se basa en el aprovechamiento de lo existente, es decir, en el uso de los materiales adyacentes con el mínimo costo físico y económico. Lo que provoca la sabiduría del reaprovechamiento y, es frecuente, el desmontaje de muros o construcciones anteriores reutilizando los materiales en habitáculos del momento. Así nos encontramos con edificaciones en las que están inmersos verracos, piletas, estelas romanas y visigodas, quicios de puertas... incluso paneles de murallas, o que se montan literalmente sobre los afloramientos (granitos, cuarcitas o pizarras) aprovechando los farallones como cimientos o partes de muros.
Barro crudo: tapial y adobe; cocido: ladrillo y teja
Oficio noble y bizarro,
entre todos el primero,
pues Dios fue el primer alfarero
y el hombre el primer cacharro.
Como reza el dicho popular, el barro ha sido y es, uno de los elementos más importantes en la existencia humana, ¡y cómo no! en su cobertura. Material prototípico en la construcción en toda Tierra de Campos, se usa en diferentes formas siendo la más simple y primitiva el tapial, que no es otra cosa, que la tierra apisonada, convertida en tapia (o pared), con la ayuda de encofrados que se sujetan por medio de cuerdas y lazos. Sobre la utilización del tapial como material constructivo existe documentación desde la prehistoria (ya Plinio los cita en su Historia Naturalis como de remotísima antigüedad). Los cánones mandan que deben ser tierras arenosas graduadas con arcilla (del 15 al 20%) que actúa de conglomerante. En su preparación (Fig. 12) se dejan las tierras centenales en montones (no muy grandes, en ringleras como para formar un parvón) y a la intemperie durante un año, para que se muera toda materia orgánica, con los rigores del clima y además, se aireen las arcillas. Operación que se realiza de otoño a otoño. Luego se procede a fabricar el tapial, por tandas y colocando los cajones (puertas de tapiar) rellenados con la tierra convenientemente humedecida (el agua no debe superar el 12% del peso de la tierra). Después se aprieta fuertemente la masa (para que no queden huecos) mediante los puños, pies o con el pisón o mazo que está rematado en una arista chata. Es necesario para la primera hilada hacer un buen cimiento de cal y canto o cantos y barro, es decir un puntido de unos cuarenta o cincuenta cm. de altura disponiendo los "piedros", unos encima de otros, en tongadas horizontales. Sobre ellos se asientan las puertas de tapiar que han de ser recias, planas y gruesas; unas cepillas (4 por juego de puertas) con macho y hembra; y muchos clavos de bellota.
Acabada la primera hilada se procede a la segunda, sin que pase mucho tiempo, y se hace de la misma manera pero ya sin cimiento.
Es frecuente que para armar el tapial, se pongan escalonadamente verdugadas de ladrillo, o hiladas de cantos. También mezclar paja de centeno con el barro para proveerlo de más consistencia.
El adobe, por su parte, es el ladrillo sin cocer, es decir, un elemento paralepipédico efectuado con arcilla y secado al sol. Se encuentra en todo el centro peninsular y se suele mezclar con paja, cal, arena o estiércol, para hacerlo más fuerte. Su empleo es antiquísimo y tiene la ventaja sobre el tapial de ser más manejable. Su proceso de construcción es bien simple y pasa por la extracción de la arcilla en el barrero, su criba para la liberación de impurezas, su mezcla con la paja o etc..., su "sobado" o pisado con algo de agua y su posterior modelaje en la gradilla (Fig. 13) (también llamada horma, macal, amacal o bancal, según zonas), tiznada con ceniza o arena -o bien mojada de agua— para su mejor desmoldeado. Se mete la masa, se aprieta bien y se retira lo sobrante del molde con un rasero, luego se extrae el molde y se deja secar al sol.
Las estaciones más propicias para la operación son primavera y otoño, pues en verano la temperatura es demasiado elevada y craquelaría el barro, y en invierno hay problemas de humedad y frío.
Un tipo especial es el adobe de horno, de mayor envergadura y sección acuñada por uno de los lados que es especial para estructuras cupuliformes como los hornos.
Otras aplicaciones del barro crudo es su empleo como mortero, para unir los cantos rodados o mampuestos de piedra en los zócalos de las casas; revoque (mezclado con paja) de los tapiales y adobes; relleno de entramados de madera, paja, o varas entretejidas; en forma de tierra apisonada para suelos..., o como aglutinante y enrase de enramadas, cuando no hay ripias entre los cabrios de la cubierta.
En cuanto al barro cocido, éste se manifiesta en forma de ladrillo, de teja o baldosa, que tienen procesos de preparación similares, si exceptuamos los moldes, y normalmente se hacían en los mismos obradores.
En todos los casos primero se prepara el barro, que viene del barrero más cercano y se ha dejado orear unos días. Luego se ara, macha, pisa o muele, según lugares, se mezcla con el agua para conseguir una masa moldeable (sobándolo) y se endurece con greda (arcilla arenosa) cribada "para darle el punto".
Después, para fabricar ladrillos (macizos) existían dos procedimientos:
a) Sin cortar (Fig. 14): haciendo el ladrillo directamente en el suelo (tendedero), con la masa blanda a la que se le aplicaba el marco (primero de madera y luego metálico), también llamado horma, marca, mencal o conejal, se rellenaba, se pasaba el rasero y se levantaba la horma, como con los adobes.
Una variante era hacerlo en una mesa untada de ceniza para que se desprendiese mejor el barro. Ambos con moldes para un ladrillo.
b) Ladrillo cortado: con marcos dobles (apareados o de "ir y venir"), que era lo frecuente, más lento pero más cómodo. Para empezar se extiende ceniza o arena en la mesa, se coloca el marco mojado, se "enllena" de barro apretándolo para que no queden huecos y se "enrasa" con dos movimientos. Se lleva el molde al tendedero (el barro tiene que estar duro para que no se desprenda), con una aguja pegada a la pared se recorre el perímetro del ladrillo que se "corta del marco", se levanta la horma y los ladrillos quedan "tendidos" en el suelo. Si se alabean se les da un golpe con la plantilla o tabla durante su oreo al sol.
Para las tejas se necesitan dos personas (Fig. 15): Primero se extiende ceniza de paja o arena sobre la mesa o lancha y se coloca la horma (marca, argadilla o gradilla) que se rellena con el barro presionando con las manos para conseguir una lámina compacta. Se pasa el rasero quedando una lámina plana y trapezoidal, y se levanta la horma llevándola hacia el galápago donde el tejero tendedor la recoge, tomando la forma curva porque el barro está blando. Luego se transporta al tendedero alisándola y se deposita en el suelo retirando el molde. Después se dejan orear encabañándolas (se ponen de pie apoyadas de dos en dos).
Mientras que las baldosas se efectúan de la siguiente manera: Similar a los ladrillos, con moldes de menor grosor y normalmente sobre la mesa. Pasado el oreo de tres a cinco días (en los tres casos), durante el cual se cambian de posición para que se sequen por igual, se procede a la cocción. Proceso que es igual al seguido por el alfarero: en primer lugar se produce el "encañado", esto es su colocación maclada en el horno, colocando en la parte inferior los ladrillos y baldosas, de canto para dejar pasar el fuego, en el centro las tejas (más deformables), cerrando el horno con dos filas de ladrillos o medias tejas. Se cuecen los materiales de unas veinticuatro a treinta horas y se deja tapado el horno con barro alrededor de cuatro días. Después se abre el horno, se deja enfriar lentamente durante cinco días y se desencaña.
Otra de las aplicaciones del barro cocido era la fabricación de canalizaciones de agua, griferías y bifurcaciones, lo mismo que canalones y desagües (vidriados y sin vidriar); remates de aleros decorados, chimeneas...
Madera
Se trata de un material imprescindible que se emplea no sólo en carpintería, tanto exterior como interior de la vivienda, sino también en la propia estructura general: vigas de piso, escaleras, barandillas, entramados en las paredes exteriores y de los tabiques interiores y sobre todo en las armaduras de las cubiertas.
Se usan los árboles locales: pino, castaño y roble en las sierras; pino en Soria y Segovia; y en los páramos y Tierra de Campos, chopos.
Los árboles deben talarse al principio del otoño-invierno, cuando han perdido casi toda su savia y las fibras se han apretado, luego, si se dedican a la construcción se deben dejar secar. La durabilidad de la madera depende de sus circunstancias de conservación, ampliándose su longevidad de menor a mayor por este orden: contacto con el suelo (de 3 a 10 años), al aire sin contacto con el suelo (de 30 a 120 años, dependiendo de las características de la especie), a cubierto de 50 a 200 años, si está en un local seco y ventilado pueden llegar a 500 años y si está sumergida en agua dulce su conservación es prácticamente ilimitada (palafitos).
El corte se hace con hachas, cuñas y sierras, lo más cerca de las raíces que se pueda y haciendo la mayor sangría en el lado opuesto a la dirección de caída. Luego se despoja de las ramas quedando el "rollo" que se transporta al almacén o al lugar de la obra. Se deja la madera orear y a la intemperie para que se empape de lluvia, se lave y se endurezca. Después se trocea con la longitud requerida con la sierra de marco, segueta, destral o tronzador. Se despoja de su corteza (pelado o descortezamiento) o se usa al natural, y si es necesaria una sección cuadrada se procede al escuadramiento con la "doladera", realizando los retoques con la azuela. Luego se cepillan las superficies con la garlopa y ya están listas para su uso. Para confeccionar orificios de pequeño diámetro se emplea el taladro de ballesta.
La madera utilizada en construcción puede constituir la totalidad del material destinado a garantizar "lo cerrado y lo cubierto", es decir, las paredes y el tejado. Bien enteramente o sirviendo de esqueleto a otros materiales (Fig. 16), yuxtaponiéndose horizontal y verticalmente con un empotramiento machihembrado. Pero no solamente se utilizan los troncos de los árboles. En las zonas pinariegas se efectúan trenzados de ramas de enebro que, recubiertas de barro, constituyen paramentos y estructuras de chimeneas. Se utilizan tablones de conservación en los muros de arcilla, donde el hostigo azuza y deben ser protegidos, o se efectúan techumbres con brezos o paja para cubiertas de armazones vegetales.
La cal y los morteros
Se constata arqueológicamente la invención de la argamasa a partir de la cocción de una roca, al menos, del tiempo de los experimentos alfareros. Aunque de conocimiento anterior, son los romanos los que la extienden sistemáticamente y la mezclan con la arcilla para el desarrollo y construcción de bóvedas y arcos. La cal se consigue con la calcinación de piedra caliza a unos 1.000° C, operación en la que pierde el gas carbónico. El producto obtenido o cal viva se tiene que hidratar con agua (apagado) y se transforma en una pasta que se mezcla con los conglomerados para obtener la argamasa. El horno básicamente es similar al del alfarero (Fig. 17) con variantes en cuanto a los puntos de ventilación: superior o a ras del suelo.
Una vez extraída la piedra caliza, se procede a su cocción con la cual perderá gran parte de su peso y será más fácilmente transportable.
Normalmente en la arquitectura popular la cal se empleaba fundamentalmente en los revocos exteriores o hasta donde llegara la mano, bordeando los vanos (lechada de cal con un 70-80% de agua). Operación que realizaban anualmente las mujeres. Y en mucha menor medida, como argamasa o mortero de piedra, que se utilizaba al seco.
Los morteros se realizaban mezclando una parte de cal apagada con tres partes de arena, lo que fraguaba de manera uniforme y permitía un asentamiento progresivo y lento de la construcción.
Por último los cementos son mezclas de cal con arcillas y sales metálicas (óxidos de hierro o manganeso). Siendo los dos últimos productos de escaso uso en la arquitectura de nuestra zona, si exceptuamos las construcciones de ladrillo.
3. TECNICAS CONSTRUCTIVAS DE ESTRUCTURAS PRINCIPALES: Elementos tectónicos, elementos de cierre, vanos y puertas, el interior
Aparejos pétreos
Los paramentos se diferencian entre sí por el aspecto de la talla de las piedras, que pueden ser megalíticos y poligonales si son de gran tamaño y están más o menos redondeados, que se dan en zonas berroqueñas con abundancia de granito; sillares (escasamente) si están trabajadas las piedras cuidadosamente en paralelepípedos que normalmente son reutilizadas y se emplean en los refuerzos de esquinas o de vanos (pueden ser isódomos —piezas iguales- o pseudoisódomos -iguales por hiladas-); sillarejo si se trata de piedras irregulares concertadas por los huecos y generalmente asentadas sobre ripias, que a su vez pueden ir amalgamadas con argamasas varias o al seco (a hueso); y mampuestos de piedras de menor tamaño superpuestas con o sin mortero, que además son factibles de mezclar con otros materiales, en entramados, paramentos mixtos con ladrillo o adobe...
En general todos estos muros son soportados por cimientos, normalmente con piedras mayores o lechos de cantos rodados, o bien por el propio sustrato geológico.
Muros de barro
Los muros de barro crudo se presentan de muy variadas formas, normalmente en paneles y alternando con otros materiales (madera, piedra, ladrillo) y siempre revocados (tanto el tapial como el adobe).
La arquitectura popular del ladrillo es heredera directa de otra culta de ascendencia mudejar, introducida, en sus primeros momentos, en edificios religiosos ejecutados bajo gustos románicos y góticos. El modo de colocar los ladrillos -adobes y sillares- para formar un muro o pared constituye el aparejo. Y los más corrientes son a soga -superpuestos longitudinalmente—, a tizón -transversalmente-, a soga y tizón (aparejo inglés) -una hilada transversal y otra longitudinal-, a panderete -si se unen por su costado más estrecho-, a sardinal -si se colocan en posición vertical—. Estos aparejos se presentan tanto en las partes de la estructura, cerramiento, refuerzo o detalle, como formando la fábrica de la casa. Igualmente se utilizan como elementos decorativos en cornisas, entorno de vanos o aleros, figurando dientes de sierra, puntas de diamante, espinas de pez... o simplemente realizando dibujos por la diferencia de posición, de colocación o de cierto relieve.
Madera
Normalmente en entramados y también formando parte de la estructura integral de la edificación, además de ser el elemento fundamental de la carpintería de la casa (de armar y de blanco). Las cubiertas más corrientes en la arquitectura popular son a dos aguas y con estructura de par y nudillo siguiendo el siguiente esquema (Fig. 18):
Siendo los elementos de cubrimiento generalmente tejas curvas o árabes y losas de pizarra en el norte, encima de una capa de aislante formada por una capa de barro sobre un entablado de ripias o cañizos.
4. TECNICAS CONSTRUCTIVAS DE ELEMENTOS Y CONSTRUCCIONES SECUNDARIAS.
Debido a la premura de espacio simplemente mencionaremos el sistema de construcción de bóvedas por aproximación de hiladas, tanto pétreas como de adobes. Se trata de un sistema antiquísimo que algunos retrotraen a época dolménica y consiste en efectuar el cubrimiento de espacios pequeños, formando una falsa bóveda conseguida por la superposición de lajas o ladrillos horizontalmente disminuyendo el diámetro del círculo. Este tratamiento era frecuente en construcciones secundarias tipo chozo o caseta dedicadas a las más diversas labores: guarda de herramientas de labranza, refugio de bocas de pozo, hogar temporal de pastores o molinos.
Normalmente estaban recubiertas de barro que se cubría de plantas mimetizándose con el paisaje (Fig. 19).
5. DESARROLLO ESPACIAL DE LAS CONSTRUCCIONES POPULARES
El asentamiento de los pobladores y el propio medio, ha condicionado grandemente el desarrollo de los habitáculos populares cuyas características, a grandes rasgos, se pueden resumir de la siguiente manera:
Emplazamientos de los núcleos rurales:
- El que arranca de la repoblación medieval, formado por pequeños grupos de colonos (10-20) familias, que ocupan el terreno asignado. Forman numerosas y pequeñas entidades, próximas entre sí (2-5 km.)
- En lugares anteriormente poblados, generalmente en emplazamientos defensivos naturales (espolones fluviales, orillas escarpadas de ríos o cerros); a lo largo de rutas naturales o calzadas y junto a los vados de los ríos, sobre todo si existía un puente (cañada Real o Bizana con sus cañadas y veredas, calzada de la Plata y ramales secundarios, pasos de montañas, encrucijadas, mansiones romanas como zonas de descanso...).
- Los que históricamente están perfectamente definidos: León, Salamanca, Valladolid...
- Otros importantes en épocas pasadas: Salvatierra de Tormes, Covarrubias, Medina del Campo... La mayoría con murallas o castillos.
- Emplazamientos de carácter económico (zonas de cultivo, pastos, huertos, proximidades de agua, ríos, fuentes termales o no...): topónimos de Valle; otros referentes a accidentes geográficos de altura -Peñaparda, Peñalvo, Montalvo. Otero, Cueto, Berrocal, Pizarral, Peña, Nava, Cabeza, Cerro, Cerralbo, Atalaya...-; agrupaciones vegetales -carrascal, referencias al roble, encina, monte y sus compuestos y otros árboles de ribera como fresno, álamo, mata, negrillo, huelmo, espino, tremedal...-. Algunos en lugares donde la vegetación casi ha desaparecido, con la pervivencia de vocablos como quejigal y otros...; caminos —topónimos como calzada, puente, puerto, horcajo, collado o cañada-; topónimos referentes al origen de los repobladores, también relacionados con los recursos económicos —gallegos, francos, castellanos, astur-leoneses, vasco-navarros, portogaleses y otros—; hagiotopónimos en relación con el intenso espíritu religioso de la época y con nombres que aluden a santos de culto en la región de procedencia.
Agrupación de las construcciones, diferenciando tres escalas:
- calle
- barrio
- conjuntos de barrios
Distribución del plano de la vivienda:
A. Casa bloque: elementos fundamentales bajo la misma techumbre. Simple, reducida y económica, con control interno de todo lo que encierra.
a) De un piso: 1. Elemental, El más simple. Frecuente cohabitación de personas, animales y útiles, con predominio en las zonas ganaderas.
Puede ser: Temporal —tosca y primitiva, fuera de las poblaciones, para faenas estacionales (pastoreo, guardas de campo, molinos, carbonería, siega...).
Normalmente se trata de una construcción circular o cuadrangular, de habitáculo único de entramado de ramaje y madera, a veces cubierto de barro (chozo o cabaña), y es fácilmente renovable.
A este tipo pertenecen también los chozos (pallaza) más o menos circular de lajas de pizarra o granito, a hueso, y cubierta de falsa cúpula por aproximación de hiladas, recubiertas de tierra, o bien por ramajes sobre armadura de madera.
O Permanente -vivienda simple de materiales locales, con frecuentes divisiones: cocina-comedor (chimenea), dormitorio y cuadra.
2. Con elementos yuxtapuestos: materiales locales -granito, pizarra, arenisca, tapial, adobe y ladrillo.
b) En altura o con elementos superpuestos: un techo y única entrada para varios pisos.
1. Sierras del Sur: granito en sillares o mampuesto trabado con argamasa de cal y arena, y madera para entramado o estructuras. Generalmente tres o cuatro pisos en profundidad: cuadra y almacén (chacinería); vivienda (una o dos plantas) con la cocina atrás y chimenea de salida directa a través del sobrao, sala en fachada y retrete sobre el balcón secadero o en otro adicional de la fachada posterior; planta superior de función variable: almacén (productos agrícolas, aperos, secadero de matanza...).
2. Zonas serranas más agrícolas: madera para entramados, relleno de mampuesto de granito o con mortero de barro o cal y arena, y cubierta de teja árabe. Predominio de la madera. Tres plantas: escalera a la entrada, cuadra y bodega (que puede ser subterránea); vivienda normalmente con salida de humos por el zarzo, y retrete; sobrado almacén con balcón de sequero.
3. Tierra de Campos: de entramados de madera rellenos de adobe y tapial y también enteramente de ladrillo, con cubierta de teja curva, importantes aleros y amplios soportales.
4. Zonas norteñas: granito (construcciones importantes), pizarra (mampuestos) y cuarcitas para el cercado. Dos plantas: cuadra, almacén, combustibles y bodega; vivienda con secadero, que puede estar también en el primer piso. A veces sobrado no diferenciado al exterior.
B. Casa abierta o disociada: separación vivienda/dependencias y con varias puertas.
a) Con patio: 1. Abierto o delantero: con mezcla de granito y pizarra, madera para interiores. Dependencias (leñera, gallinero, pocilga, cuadra, almacén...) y viviendas articuladas por el corral. La casa suele tener "sobrao".
2. Cerrado trasero o lateral: Arenisca en sillares, sillarejo o mampuesto, granitos y cantos rodados cuarcíticos (cimientos y zócalos), adobes y tapial, cubierta de teja árabe. Partes de la casa: amplio zaguán, dos salas a los lados con alcobas, cocina de lumbre baja; sobrado encima. Importancia de los almacenes de grano que a veces ocupan la parte superior de la vivienda. Junto a la casa está el comedero y pajar; y más alejados las tenadas, casillo, carretera y leñera.
b) Casa dispersa: 1. En el pueblo: Con amplitud de dependencias no agrupadas (necesidades ganaderas, adquisiciones posteriores...).
2. En tierras distintas: Dehesas. Construcciones sucesivas según las necesidades. En ambos casos la vivienda sigue el patrón con sobrado.
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