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Ciertas "recuperaciones" de costumbres que últimamente vienen proliferando tanto en ciudades como en pueblos, nos enfrentan constantemente a un problema denunciado muchas veces desde estas páginas: la naturalidad del hecho folklórico se pierde en cuanto éste se transforma en espectáculo. Esto no quiere decir que las costumbres o las fiestas carecieran antes de ahora de espectadores. Muy al contrario; el espectador no sólo existía sino que, como arbitro y testigo de la representación, tenía un papel que en muchos casos era determinante para la evolución y conservación de lo que se ponía en escena. Ese control permitía a los directores, a los actores, a los protagonistas, imaginar o crear sin trabas, pues lo que se iba a juzgar finalmente era el resultado de la representación, no lo imaginado. La actitud pasiva del espectador actual, su "voyeurismo", le incapacita para juzgar la obra o el hecho porque además suele desconocer las claves internas o simbólicas que le dieron origen, percibiendo solamente el aspecto formal, muchas veces el más descuidado si lo comparamos con otro tipo de "escenificaciones" más profesionalizadas.